lunes, 11 de febrero de 2013

Los orígenes. Asimov.

Los griegos imaginaron que, en un principio, el universo estaba compuesto por una materia mezclada en pleno desorden. Nada tenía forma ni figura definidas. El universo era tan sólo una materia prima y de ella nada había sido hecho todavía. A esta materia prima le llamaron Caos.
La palabra «caos» en griego significa abismo. La palabra inglesa chasm, de igual significado, proviene de la misma raíz que «caos». Por consiguiente, el caos puede ser descrito como algo semejante al espacio exterior, aunque sin haberse formado todavía ninguno de los planetas ni estrellas. Todo existía meramente en forma de vapor turbulento y, transparente. Al parecer, sólo había vacío, un vasto abismo. (De hecho, los científicos modernos creen que así era el universo, en su origen.)
Hoy día aún empleamos la palabra «caos» para expresar todo cuanto se encuentra en un estado de confusión y desorden, siquiera sea una habitación con todas las cosas desparramadas por ella.
Esta palabra ha llegado hasta nosotros en otra forma incluso más familiar, aunque prácticamente nunca nos damos cuenta de ello.
Alrededor del año 1600, un químico flamenco llamado Jan Baptista van Helmont estudiaba los vapores producidos por la combustión del carbón vegetal. También se interesaba por las burbujas que se formaban al dejar en reposo los zumos de frutas.
Estos vapores y las diferentes clases de «aires» no eran como los líquidos y sólidos comunes que manejan los químicos. Un vapor no tiene forma por sí mismo. Cuando se encuentra dentro de un recipiente, éste parece vacío. Una sustancia así, carente de forma o figura, es un ejemplo de caos. Van Helmont decidió darle un nombre que viniese sugerido por la palabra. Prescindió de la «o» cambió la «c» por la «g»,y resultó «gas».
El fuel que actualmente se emplea en los automóviles es líquido cuando entra en el depósito. Pero en el motor, se vaporiza y se convierte en gas. Sólo cuando es gas puede combinarse con el aire, para, mover los pistones e impulsar el motor. Dado que este líquido se convierte en gas tan fácilmente, se le denomina «gasolina». Los americanos suelen simplificar la palabra y lo llaman «gas».
Así pues, cuando «apretamos el gas a fondo» estamos empleando una palabra que nos retrotrae a aquella palabra griega que designaba el estado inicial del universo. Y cuando, en una hora punta, muchos conductores aprietan el gas a fondo todos, a la vez, el resultado también es el caos.
Cuando fueron creadas del caos cosas con forma y figura, el resultado fue el
Cosmos. Es una palabra griega que significa «orden» y «buena distribución» y, por lo tanto, es lo opuesto al caos. Hoy en día es muy frecuente referirse al universo con la palabra «cosmos», la cual también es utilizada para otras cosas.
Por ejemplo, en 1911, se descubrió un nuevo tipo de radiación que parecía bombardear la tierra por todas partes. Se tenía la impresión de que esta radiación procedía del universo entero, de hecho de todo el cosmos. El consecuencia, el físico americano Robert A. Millikan sugirió en 1925, que fueran denominados «rayos cósmicos» y así es como son conocidos hoy en día. «Cósmico» también significa vasto y de gran importancia, al igual que el propio universo, y un «cosmopolita» es aquel que se considera a sí mismo como parte integrante del mundo entero y no únicamente de un trocito de él.
Existe una huella aún más conocida de la palabra «cosmos». Dado que cosmos significa buena distribución» y «orden», los polvos, el carmín, los lápices de labios, los sombreados y otras cosas para poner la cara en orden son los «cosméticos». Y no cabe duda de que, viendo trabajar a ciertos empleados de los institutos de belleza, uno tiene la impresión de qué emplean el maquillaje para convertir un «caos» en un «cosmos».
En la mayor parte de los sistemas mitológicos, los primeros seres que surgen del caos inicial no son hombres, sino dioses. A éstos se les representa frecuentemente con figura de hombres, aunque a veces su aspecto, es en parte o totalmente animal. Se diferencian de los hombres en que son mucho más poderosos. Pueden controlar las fuerzas de la naturaleza. Pueden gobernar el Sol, lanzar destellos de luz, azotar el mar con huracanes, hacer crecer las plantas o desencadenar plagas. Por lo común, son inmortales.
En los mitos griegos de tipo más familiar, los primeros seres que surgieron del caos fueron 
Gea y Urano. Gea es la palabra griega que corresponde a «tierra» y Urano es la que corresponde a «cielo», lo que equivale a decir que la tierra y el cielo fueron formados del Caos inicial.
Los griegos dieron carácter femenino a la tierra (también nosotros hablamos de la «tierra madre») y por ello Gea no sólo era la tierra física, sino también un dios femenino (una «diosa») que simbolizaba la tierra. Era la «diosa de la tierra». Del mismo modo, Urano era el «dios del firmamento».
Cuando los romanos conquistaron Grecia, quedaron fascinados por la forma de vida de los griegos y adoptaron de éstos cuanto pudieron. Por ejemplo, se interesaron mucho por los dioses y diosas griegos. Sin embargo, al escribir los nombres de éstos, los transcribieron con su propia grafía. El alfabeto latino era diferente del griego, y para conservar la correcta pronunciación, tuvieron que alterar las combinaciones de letras.
Por ejemplo, no existe la «k» en el alfabeto latino; por ello, siempre que los griegos usaban una «k» como en «kosmos», los romanos empleaban una «c» como en «cosmos». Si los griegos empleaban «ou» y «ai», los romanos las sustituían por «u» y «ae». Los griegos solían terminar los nombres con «os», pero los romanos casi siempre los cambiaron por «us».
Por ello, la grafía romana del nombre griego de la diosa de la tierra es Gea, y el del dios griego del cielo Uranus.
Los nombres del castellano moderno suelen seguir la grafía romana, con preferencia a la griega, dado que nuestro alfabeto es casi el mismo que el latino.
Los romanos identificaban sus dioses y diosas con los de los griegos. Es decir, que equiparaban a uno de sus dioses o diosas con un determinado dios o diosa de los griegos. Entonces sustituían el nombre griego por el suyo propio. Dado que muchas lenguas europeas modernas se derivan del latín, las terminaciones latinas nos resultan más familiares que las griegas.
Por ejemplo: la diosa romana de la tierra tenía dos nombres, 
TerraTellus. Ambas se identificaban con Gea y esos nombres son más utilizados en castellano que Gea. Así, en los relatos de ciencia ficción, un ser humano puede ser denominado un «terrestre» o un «telúrico», pero nunca un «geano». Igualmente, un ser procedente de otro planeta es casi siempre llamado «extraterrestre», donde «extra» es la palabra latina equivalente a «fuera de».
Terra también aparece en otras palabras que nos resultan más familiares. El balcón amplio de una casa es un «terraza» y la forma que adquiere el paisaje que nos rodea es el «terreno». Y la superficie que ocupa una nación es el «territorio».
Tellus no ha dejado muchas huellas, pero existe una importante en química. En 1798, un químico alemán llamado Martin Heinrich Klaproth propuso un nombre para un nuevo elemento que había sido descubierto quince años antes. Ya había denominado otro elemento con el nombre del cielo, y creyó oportuno utilizar el de la tierra con el mismo fin. Y escogió Tellus para simbolizar a la tierra y, de esta forma, llamó «telurio» al nuevo elemento.
Sin embargo, Gea no ha sido olvidado por completo. Son muchas las palabras que llevan el prefijo «geo‑», recordándonos a esa antigua diosa.
El más común es «geografía» («descripción de la tierra» y «geología» («ciencia de la tierra») y «geometría» («medición de la tierra»). El primer uso que se hizo de la geometría fue la agrimensura o medición de la tierra, con vistas a fijar los límites de las fincas.
Del mismo modo, la teoría griega según la cual la Tierra era el centro del universo y el Sol, la Luna y los planetas giraban en torno a ella, es denominada «teoría geocéntrica».
El estudio de los procesos físicos en la superficie de la Tierra o en su seno, tales como su calor y magnetismo, o bien las corrientes marinas y los vientos, constituye la «geofísica». El «Año Geofísico Internacional» que se celebró desde el 1 de julio hasta el 31 de diciembre de 1958, y durante el cual fue lanzado el primer satélite artificial, tiene una referencia a Gea.
Otras palabras están basadas en Urano. «Uranografía» es la descripción de las constelaciones del firmamento y «uranología», la ciencia del cielo (aunque el término más usual es «astronomía».)
Sin embargo, Urano se ganó un renombre en la ciencia moderna que ninguna de las diosas de la Tierra podían disputarle. En 1781, un astrónomo, inglés de origen alemán, William Herschel, descubrió un nuevo planeta más lejano que cualquier otro de los entonces conocidos. Hasta aquel momento, todos los planetas que se conocían eran objetos brillantes en el cielo, fácilmente visibles y descubiertos desde tiempos prehistóricos. Pero el nuevo planeta era un objeto de luz muy débil, escasamente visible a simple vista.
Herschel deseaba, ponerle, el nombre de Georgium Sidus (que es el equivalente latino de «estrella de Jorge») en honor de Jorge III, entonces rey de Inglaterra. Otros astrónomos sugirieron que fuese denominado Herschel en honor a su descubridor.
Ninguna de las dos propuestas fue aceptada. Todos los restantes planetas llevaban nombres de dioses y diosas, y había que seguir la costumbre. El nuevo planeta fue denominado Urano, a instancias del alemán Johann Bode.
El descubrimiento del nuevo planeta produjo una gran sensación y, con ello, Urano ganó nueva fama y puso el nombre en labios de mucha gente que nunca había oído hablar o había olvidado aquel mito griego. Sin embargo, pocos años después del descubrimiento, de Urano sucedió algo que hizo que el nombre del dios fuese todavía más sensacional.
En 1789, Klaproth (el químico que he mencionado un poco más arriba) descubrió un nuevo metal. Los químicos de la Edad Media habían seguido la vieja costumbre de bautizar los metales con nombres de planetas del cielo. Klaproth consideró que debía poner al nuevo metal el nombre del planeta, por lo que lo denominó uranium (y luego denominó telurium a otro nuevo elemento, para equilibrar las cosas, tal como dije anteriormente). Hoy día, y a consecuencia del desarrollo de la bomba atómica, la palabra uranio es muy famosa El más viejo de los dioses griegos perdura en una palabra relacionada con la más reciente y mortífera de las armas científicas.
Urano y Gea fueron considerados por los antiguos griegos como hombre y mujer, los cuales engendraron hijos. Podéis ver que, cuando los griegos hablaban de matrimonio, y de hijos, no hacían más que simbolizar la caída de la lluvia del cielo (Urano) sobre la tierra (Gea) y el crecimiento de las plantas.
Muchos de los hijos de este viejo matrimonio eran seres feroces, de un tamaño y un poder enormes, llamados
Gigantes. Probablemente representaban las fuerzas destructoras de la naturaleza. Derivada de estos gigantes tenemos la palabra «gigantesco» para referirse a cosas de gran tamaño. La persona que sobrepasa en altura las medidas normales a causa de problemas hormonales, sufre «gigantismo», según la terminología médica. Los gigantes circenses suelen sufrir esta enfermedad.
Muchos de estos gigantes eran tan monstruosos como altos. Algunos tenían cien brazos. Otros sólo disponían de un ojo en medio de la frente, que miraba fijamente. Eran llamados 
Cíclopes, que en griego significa «ojo circular». Se les suponía trabajando en las fraguas de los volcanes, de los que llegaban misteriosos ruidos y salían disparadas rocas y cenizas fundidas cuando, según creían los griegos, el fuego de la fragua se elevaba demasiado. Los Cíclopes podían simbolizar los propios volcanes, ya que estos tienen un cráter en su cúspide, que semeja un ojo mirando fijamente el cielo.
También se suponía que los Cíclopes producían los rayos, por lo que incluso llegaron a simbolizar a veces esta forma de poder destructor. La realidad es que los tres primeros Cíclopes nacidos de Urano y Gea fueron llamados 
Brontes, Estéropes y Arges, que son los términos griegos para denominar al «trueno», al «rayo» y al «resplandor». Esta es una manera de decir que, cuando la lluvia cae de Urano sobre Gea, nacen de este proceso el trueno y el rayo, produciendo un resplandor.
Se creía que los Cíclopes habían construido las murallas de Micenas y Tirinto, las dos ciudades más poderosas de Grecia en los primeros tiempos. Pero cuando Grecia se encontraba en pleno esplendor las dos ciudades eran sólo un montón de ruinas, y los griegos se preguntaban cómo podían haberse encajado aquellas enormes rocas sin ayuda de mortero Resolvieron que únicamente unos seres gigantescos, como los Cíclopes, podían haber apilado aquellas rocas.
El resultado es que, todavía hoy, las murallas erigidas con grandes rocas sin mortero son denominadas «ciclópeas». Pero esta palabra es un sinónimo menos común de «gigantesco». Aunque Cíclope también es el nombre de una minúscula pulga de agua que mide escasamente un veinteavo de pulgada. Por supuesto no se le dio este nombre por su tamaño, sino porque da la impresión de tener un ojo en el centro de la cabeza. (En realidad, el ojo es doble.)



"LAS PALABRAS Y LOS MITOS". 

Isaac Asimov. Editorial Laia. 3ª edición. 1981.

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