viernes, 17 de abril de 2020

La predicación de Cristo. J. A. Sayés.


CAPÍTULO 4 del libro de José Antonio Sayés: 
"Razones para creer". 
Ediciones Paulinas.



LA PREDICACIÓN DE CRISTO

1 . La llegada del Reino

No hay exegeta, católico o protestante, que niegue que el núcleo de la predicación de Cristo fue el tema de la llegada del reino.
Cuando Jesús aparece en el marco de la Palestina de hace dos mil años, lo hace en medio de una expectación mesiánica y en el clima de la espera de la llegada del reino mesiánico , que se había convertido en la razón de ser de la esperanza del pueblo judío. Viene Jesús y proclama: "El reino de Dios ha llegado, convertíos" Los sinópticos concuerdan en que el tema primordial de la predicación de Jesús es la llegada del reino: "Enseñaba en las sinagogas y predicaba el evangelio del reino" (Mc 4,23; 9,35). Jesús les decía: "También en otras ciudades tengo que evangelizar el reino de Dios; para ello he venido" ( Lc 4,43). Marcos resume así la predicación de Cristo: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed la buena nueva" (Mc 1,15).
El tema del reino tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Yahvé, en su condición de salvador de Israel, se había ligado a su pueblo por la alianza en el desierto y se había comprometido a salvarlo. Esta alianza se había concretado en el mesianismo real que provenía de l a promesa que el profeta Natán había hecho a David. Este mesianismo , a su vez, había sido profundizado por los profetas, especialmente Isaías y Jeremías. Se trataba de un mesianismo que, con el influjo de los profetas, había adquirido tonalidades nuevas y, así, aparecía en el horizonte de la profecía un personaje misterioso, el Siervo de Yahvé, que había de cargar con los pecados de Israel y realizar su liberación y su salvación. Pero en los últimos siglos, bajo la influencia del movimiento apocalíptico del siglo II a.c1., surge la perspectiva de un reino victorioso sobre los enemigos de Israel.

1 El movimiento apocalíptico mencionado nace en tiempo de crisis con el fin de inyectar en el pueblo una esperanza con la victoria de Dios ante la ocupación de Israel por el enemigo seléucida. En sus escritos se sirven de imágenes y comparaciones bajo las cuales transmiten una esperanza al pueblo oprimido.

Es de notar que esta concepción político-nacional del reino dominaba en la literatura extrabíblica ( Testamento de los 12 Patriarcas, Salmos de Salomón , Cuarto libro de Esdras, Apocalipsis de Baruc, Documentos del Qumrán). La visión política del reino era la que dominaba en la mentalidad popular en los tiempos de Jesús, de modo que se había unido la esperanza mesiánica a la instauración del reino independiente de Israel. Era una expectación de tipo nacional-religioso. Se esperaba un reino, en efecto, que tendría como fin la fidelidad y el sometimiento de todos los pueblos a la voluntad de Dios y al triunfo de Israel.
Por eso, cuando Jesús usa la expresión "reino de Dios" para definir su misión, se vale de la imagen que mejor caracterizaba las esperanzas judías. Pero Jesús interpreta este concepto de forma nueva e inesperada 2 :
2 H. ScHLIER, Reich Gottes und Kirche , Catholica 11 (1957) 178-189; 
R. SCHNACKEN-BURG , Reino y reinado de Dios , Madrid 1967; 
E. STAEHLIN, Die Verkündigung des Reich Gottes in der Kirche Iesu Christi, 7 vol., Basilea 1951-1965; 
J. JEREMIAS, Las parábolas de Jesús, Estella 1970; 
G. BoRNKAMM , Jesús de Nazareth, Salamanca 1975; 
J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1974, 46-50.
  1. En primer lugar, el reino que Jesús predica no tiene una aparición espectacular como imaginaban los judíos. Llega de forma invisible y oculta: el reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el reino de Dios ya está entre vosotros"(Lc 17,20-21). La afirmación es sorprendente para quienes esperaban acontecimientos grandiosos o prodigios espectaculares. El reino ha llegado; y, no obstante, ahí siguen las legiones romanas ocupando Palestina.
  2. Sin embargo, Jesús tiene conciencia de que ha llegado el acontecimiento preparado por Dios en la historia de Israel: "El tiempo se ha cumplido". Fue en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret, donde comentando un texto del profeta Isaías relativo a la llegada del reino (Is 61, 1-2) y enrollando el volumen después de haberlo leído, dijo: "Esta escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4,21). Jesús tiene la conciencia de que con él ha llegado el reino.
    A los mensajeros de Juan Bautista que le preguntan si es él el que ha de venir o tienen que esperar a otro, responde Jesús: "Id y decid a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los mudos hablan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados" (Mt 11,4-6; Lc 7,22).
3) Jesús tiene conciencia de que con él han llegado ya los tiempos mesiánicos, de que en su persona se cumplen los vaticinios relativos al Mesías. Este reino mesiánico se manifiesta tanto por la palabra como por los hechos de Jesús. La palabra de Dios se compara a una semilla depositada en un campo (Mc 4,14): los que la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey de Cristo, reciben 111 reino. La semilla va creciendo poco a poco hasta el tiempo de la N iega (cf Me 4,26-29).
Pero también los milagros de Cristo son el signo de que el reino ha llegado. Las curaciones, la expulsión de los demonios, son signos de que los tiempos mesiánicos se han inaugurado ya, de que el reino de Dios ha hecho irrupción en el presente en la misma persona de Jesús: "Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios"(Lc 11,20) 3.

4) Pero ¿en qué consiste este reino? Según explica Jesús, el reino es la llegada de la salvación y el amor del Padre. Supone en principio la comunicación de Dios con el hombre más que la dominación o el poderío, la paternidad de Dios más que el triunfo humano. Implica, desde luego, una nueva idea de Dios en clara contraposición a la idea que tenían los fariseos4. Estos tenían una particular teología del mérito. A base de un esfuerzo en el cumplimiento de la ley, se sentían con derechos delante de Dios; un Dios que ellos definen, controlan y delimitan; un Dios que, en su lógica, no puede amar a los pecadores, particularmente a los publicanos (recaudadores de Roma, odiados por su falta de patriotismo y por sus robos continuos) y a los que no cumplen la ley como ellos.
Pues bien, lo radical en la predicación de Cristo consiste en la presentación de un Dios, su Padre, como un Padre misericordioso, como alguien que ama a los hombres gratuitamente, escandalosamente, por encima de todo mérito; alguien que ama a los "amhaares", a los publicanos y mujeres de mala vida, con una sola condición: con la condición de que sean capaces de creer en la maravilla inmerecida de la misericordia del Padre y de convertirse en consecuencia.

3 A propósito de la existencia del diablo me complace recoger aquí una reflexión de un teólogo tan serio corno A. Leonard, que dice así: "El que considere la doctrina del diablo y de los ángeles caídos corno una ingenuidad medieval hace gala de la mayor y más peligrosa de las ingenuidades. No será posible comprender nada de la Sagrada Escritura, y especialmente de las consecuencias cósmicas de la falta original y del combate de Cristo y de la Iglesia contra el príncipe de este mundo, si se niega la realidad de las potencias hostiles a Dios y al hombre". (cf A. LEONARD, Razones para creer, Barcelona 1990, 245).
4 Cf J.A. SAYÉS, Jesucristo, nuestro Señor, Edapor, Madrid 19902 , 16ss.

No se puede comprender el radicalismo de Jesús si no se tiene en cuenta la misericordia radical de su Padre, que busca el arrepentimiento como única condición de su perdón y de su amor (Lc 15, 1 1- 31). Se trata de la parábola del hijo pródigo, que Cristo tuvo que componer para justificar su trato con los publicanos en contra de las acusaciones de los fariseos. Es una parábola que debiera llamarse más bien parábola del padre bondadoso, porque el protagonista no es el hijo que se arrepiente (actitud lógica en quien no tiene ya nada para vivir), sino el Padre, que le ama con un amor inmerecido, puesto que había perdido ya el derecho de ser considerado como hijo.
El reino de Dios no es otra cosa que la misericordia del Padre ofrecida ahora a todo hombre gratuitamente, independientemente de todo mérito, de toda condición de raza, lengua o posición social. Todos son llamados al reino; particularmente los que, en opinión de los fariseos, no merecían el amor de Dios: publicanos, mujeres de mala vida, gente despreciable desde la condición humana. Para entrar en el reino no se necesita ni siquiera ser judío: "Os digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob en el reino"(Mt 8,11).
Desde esta perspectiva se comprende el comportamiento de Jesús con los pecadores, con la gente baja y despreciable. Ellos son los llamados por el Padre. Ha venido a llamarlos porque son objeto de la predilección del Padre (Lc 5,32; 19,10; Mt 18,12-14). Para ellos hay una buena nueva. El Padre no los desprecia como hacen los fariseos. Es más, ellos, incapaces de enorgullecerse con méritos que no poseen, están en una situación privilegiada para comprender la misericordia de un Dios que ama escandalosamente. Por eso, en su arrepentimiento y en su humillación, dejan sitio al amor misericordioso de Dios, mientras que los fariseos son incapaces de comprender un amor que ama sin cálculo y sin medida . Por ello los pecadores y prostitutas precederán a los fariseos en el reino (Mt 21,31).
Jesús nos asegura que hay más alegría en Dios por la conversión de un pecador que por la perseverancia de noventa y nueve justos (Lc 15,7.10.32). Ahora bien, el castigo del infierno es para aquéllos que desprecian este amor del Padre renunciando a la conversión y a la gracia que les es dada (cf Mt 11,20-29), porque los que se obstinan en no creer, los que se burlan de este amor misericordioso del Padre, morirán en sus pecados (Jn 8, 12.21.24). Se condenan aquéllos que se cierran obstinadamente a la invitación misericordiosa de Dios (Jn 3, 1 6-21; 5,24).
Según Jesús, el evangelio divide a los hombres en dos grupos: sencillos y autosuficientes. Puede darse un pecador que, en medio de su miseria, se abra humildemente a la gracia. El Padre, en este caso,
no mira ya el pecado; pero el que, por su autosuficiencia, desprecia a un Padre que por amor va a llegar al ridículo de la cruz de su Hijo, ese mismo se niega a la salvación,
Con la predicación de Jesús, la lógica del fariseo ha quedado totalmente rota, destruida, invalidada. El perdón que Jesús predica supone un auténtico escándalo. La forma de perdón que más impresionó a los hombres de aquella época fue la comunión de mesa que Jesús tuvo con los pecadores. Jesús come y bebe con ellos. Son comidas que realiza como signo de la llegada del reino, pero que escandalizan profundamente a los que, por afán de pureza, no se rozaban con los pecadores y evitaban todo trato con ellos. En más de una ocasión tuvo que defenderse Jesús de acusaciones por este motivo: "Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11, 18-19).
Precisamente la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-31) la compone Jesús para justificar su comportamiento con los pecadores. Es una parábola que no debiera llamarse, como dice Cerfaux, parábola del hijo pródigo, sino parábola del padre bondadoso, porque lo que en ella más resalta es la figura del padre. El hijo mayor representa al fariseo que ha cumplido la ley a la perfección y se escandaliza del amor del padre al otro hermano. Este vuelve a casa consciente de que ha perdido todos sus derechos como hijo; sólo pretende ser admitido como un criado más. Y en esto está el escándalo: el padre hace fiesta y derrocha un amor y una misericordia inmerecidos,
Esta es la primera dimensión del reino que Jesús predica: el amor inmerecido del Padre. Pertenecer al reino es dejarse amar por un amor insospechado, escandaloso, sea cual sea nuestra situación de miseria, pecado, enfermedad o abandono aparente. El primer mandamiento del amor de Dios no debiéramos formularlo como "amar a Dios sobre todas las cosas'', sino "dejarse amar por Dios sobre todas las cosas". En efecto, Cristo dijo: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn 15,16). Y el teólogo del amor, san Juan, dice así: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero" (1 Jn 4, 10).
Recuerdo en este sentido una conferencia que A. Frossard, el judío converso, nos dirigió en un congreso sobre ateísmo, en Roma, en octubre de 1980. Al percibir la presencia de varios sacerdotes, se dirigió a nosotros diciendo: "Ustedes tienen la culpa de que los fieles no hayan conocido el amor de Dios. Hablan y predican los derechos humanos y la justicia, y eso está bien; pero no se atreven a hablar de la maravilla del amor de Dios, que ni viven ni entienden... Desde mi conversión todavía no me he acostumbrado a la maravilla de ese amor". Efectivamente, ser cristiano es vivir de esa maravilla, es ser consciente de una predilección del Padre en Cristo. El cristianismo, antes que acción, es la recepción de ese amor, de ese don inmerecido. Sobre eso versa la conversación de Jesús con la samaritana: "si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber..." (Jn 4,10).

La vida personal de Jesús es precisamente este abandono en manos del Padre, en su providencia paternal: "Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento , y el cuerpo más que el vestido?. Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ... Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan . Pero yo os digo que ni Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados , diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber? , ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se preocupan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura . Así que no os preocu péis del mañana : el mañana se preocupará de sí mismo"(Mt. 6, 25-34 ).
"Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura". Quizás ninguna frase como ésta resume mejor la predicación de Jesús.
Es la unión de Cristo con el Padre, la vivencia de su amor, lo que le hace inmensamente libre y lo que le conduce a romper todas las barreras de su tiempo. Se mezcla con los pecadores, habla y tiene amistad con la mujer, privilegia en sus parábolas a los samaritanos, trata con centuriones y extranjeros. No tiene miramientos ni prejuicios. La parábola del fariseo y del publicano es un resumen perfecto de su doctrina. Los fariseos se ven desplazados; y esto, naturalmente, enciende su odio contra Jesús. Pero su actitud con ellos es inequívoca. Como dice Jeremias, Jesús arremete contra ellos, "porque tienen un buen concepto de sí mismos y confían en su propia piedad (Lc 16, 9- 1 4); porque afirman que son obedientes, pero de hecho no lo son ( Mt 21 ,28-31); porque no están dispuestos a secundar el llamamiento de Dios (Lc 14,16-24) y se alzan contra sus mensajeros ( Mt 12,1-9); porque hablan de perdón, pero no tienen ni idea de lo que es en realidad el perdón (Lc 7,47: a quien poco ama se le perdona poco). Nada separa tan completamente al hombre de Dios como la piedad que está segura de sí misma" 5.
En resumen , el reino de Dios tiene dos dimensiones fundamentales:
1 ) Por un lado, es la llegada de la paternidad de Dios en Cristo, de modo que en Cristo somos elevados a la condición de hijos;
  1. Pero, por otro lado, significa la liberación del pecado, del sufrimiento y de la muerte, es decir, de las grandes servidumbres que pesan sobre la humanidad desde el pecado de Adán, y de las que el hombre no se puede librar. Como observa Faynel 6, "el reino nuevo consiste esencialmente en la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres realizada ahora en la persona misma de Cristo, alianza que contiene dos grandes aspectos: a) un aspecto de perdón, b) un aspecto de comunión con Cristo".
  2. Los milagros de Cristo, signo y realización del reino, vienen nsí a efectuar en el mundo la liberación. de la servidumbre del maligno y de la muerte, que comenzó con el pecado de Adán y que ahora encuentra una oposición fundamental en la victoria de Cristo. Cristo tiene conciencia de ello, pues se presenta frente al maligno como el más fuerte, que encadena al fuerte y lo despoja de su poder ( M t 12,29; Lc 17,22; Mc 3,27). Jesús tiene la conciencia de vivir un combate personal con el maligno. Sus frecuentes encuentros con los posesos eran otros tantos choques violentos con el enemigo.
  3. En sus parábolas Jesús atribuye a Satanás los obstáculos que encuentra en su predicación (Mt 13,19). El demonio intenta arrancar del corazón de los hombres la semilla del mensaje de salvación (Lc 8, 12). Por ello pide Jesús al Padre que, si no ha de sacar a los suyos del mundo, los libre del maligno (Jn 17,5). A Simón Pedro le advierte que las puertás del infierno (el poder del infierno) intentarán prevalecer contra la Iglesia (Mt 16,19); y, asimismo, le recuerda que Satanás busca cribar a los discípulos (Lc 22,31). En el momento de dejar el cenáculo, Cristo declara como inminente la derrota del príncipe de este mundo (Jn 12,17). Y por su muerte tiene Jesús conciencia de que el príncipe de ·este mundo ha sido ya juzgado (Jn 16,11).
5 J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, Vol. 1, Salamanca 1974, 146.
' A. LANG, Teología fundamental lI. La Iglesia, Madrid 1971, 6.
Es el imperio de Satanás, el imperio del pecado, del sufrimiento y de la muerte, el que es vencido por Cristo en la cruz. Su reino se implanta allí donde el pecado es vencido.
  1. Pero el reino se identifica personalmente con el mismo Jesús. Hay una equivalencia constante entre entregarlo todo por Cristo o por causa del reino, entre seguir a Cristo o aceptar el reino (Lc 18,29; Mt 19,29; Mc 10,29). Con su venida, predicación y milagros ha llegado definitivamente el reino: "Decid a Juan: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados" (Lc 7,22-23; Mt 11,5). Hay una idea de Orígenes que expresa esto con exactitud: Cristo es la autobasileia7 , es decir, él mismo es el reino en persona. Quien le acoge a él, quien se convierte a él, ha recibido el reino. Dice Faynel: "Este es uno de los datos fundamentales de toda la predicación de Cristo. Acceder al reino es sencillamente seguir a Cristo y arriesgar la vida por él. Y, a la inversa, negarse a seguir a Cristo es perder la vida y excluirse uno mismo del reino"8.
  2. Este reino que Cristo predica y realiza sufre una tensión, de modo que viene a ser una realidad dinámica que mira hacia una plenitud de futuro en el cielo. El reino, que ha comenzado ya aquí, que está ya presente aquí, mira, según dice Cristo, hacia una consumación en la eternidad: "Yo os digo que de aquí a poco ya no beberé del fruto de la vid, hasta que no haya venido el reino de Dios" (Le 22,18). Aparece el reino ligado a una dimensión de futuro. En el padrenuestro se pide así: "venga tu reino" (Mt 6,10).
Está, pues, el reino ligado a la parusía cuando venga el Hijo del hombre y diga a los justos: "Venid benditos de mi padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34). Jesús exhorta a vigilar, porque no se sabe cuándo llegará ese momento : "Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor... Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre". (Mt 24,42-44). Este día de la venida final del Hijo del hombre nadie lo conoce: "Mas aquel día y hora nadie lo conoce, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24,36).
La gran novedad, por lo tanto, de la predicación de Cristo, la gran sorpresa, es que el reino haya llegado ya y se haya hecho presente en él : "El reino se ha cumplido". Y, sin embargo, ni los enemigos de Israel han sido echados fuera ni se ha dado la victoria militar a su pueblo. "El reino de Dios está entre vosotros" (Lc 17,20). Es la vida de la gracia que ya ha comenzado, tanto en su dimensión que nos introduce en la vida filial de Cristo y nos hace en él hijos del Padre, como en la dimensión liberadora del pecado. La liberación, la salvación, han comenzado ya, si bien ni el sufrimiento ni la muerte han sido aún vencidos. He ahí la tensión interna que tiene el reino de Dios hasta que llegue a su plenitud. Los milagros, entre tanto, son una victoria sobre el mal y la muerte, una anticipación de la victoria final. Pero ésta no llegará aún definitivamente sino con la segunda venida del Señor.
7 ÜRIGENES , In Math. 14; MG 13, 1197.
8 P. FAY NEL, La Iglesia 1, Barcelona 19822 , 56.
El reino de Dios ya ha irrumpido en la historia. Como alguien ha dicho, Cristo rompió el tiempo y abrió el cielo. Pero este reino, ya presente en Cristo, en su enseñanza y en sus milagros, no es todavía el reino consumado. Las parábolas de Jesús evidencian la tensión entre el presente y el futuro: ya está aquí, pero tiene que llegar aún a su consumación. El reino de Dios es algo que está creciendo como lo demuestra la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32). Es un reino que está todavía en lucha contra el poder del maligno (Mt 1 3,24-30.36-43) , vencido ya por Cristo, en cuanto que de ahora en adelante todo hombre, con su gracia, tiene la posibilidad de vencerle; pero todavía sigue el diablo con su función de tentador, que quiere apartar al hombre de la salvación. La victoria decisiva tendrá lugar cuando el último enemigo, la muerte, sea vencido por la resurrección de nuestros cuerpos (1Cor 15,26) y cuando Cristo en su segunda venida extienda su poder y su victoria sobre el cosmos (Rom 8,18ss). Entonces el reino se habrá consumado. El imperio del demonio quedará reducido a la condenación final y a la impotencia y tendrá lugar la victoria de todos los justos en Cristo.

2. Un dato para la historia

Con el tema del reino estamos, pues, en el corazón mismo de la predicación de Jesús. Todos los exegetas están de acuerdo en que el tema del reino es el núcleo de su mensaje. Aparece 13 veces en Marcos, 9 en frases o logia pertenecientes a una fuente escrita hacia los años 40, la llamada Quelle, que recogía los discursos de Jesús y que han utilizado Mateo y Lucas, 27 veces en textos exclusivos de Mateo, 12 en textos de Lucas y dos en el evangelio de Juan.
En contraste con estos datos tenemos que el término reino aparece pocas veces en los evangelios apócrifos. En época precristiana aparece sólo en el Qaddis, oración judía, y en algunas plegarias afines. En Flavio Josefo no hay alusión alguna al tema; sólo en la literatura rabínica van aumentando los casos, pero, como dice Jeremias, tales casos se limitan a expresiones estereotipadas, como "acoger en sí el reino del cielo", "someterse a Dios". Por lo tanto, el contraste con los evangelios es evidente. Tampoco en la Iglesia primitiva el tema del reino tiene relevancia alguna. Por eso la exégesis moderna no duda en señalar que dicho tema es lo más genuino de la predicación de Jesús.
Finalmente, el contenido del reino en boca de Jesús es original y distinto del que tenía en el Antiguo Testamento, como ya vimos. En la apocalíptica judía el reino tiene características de juicio inexorable del mundo por parte de Dios y está precedido de signos tremendos . El reino predicado por Jesús ha llegado ya y no viene precedido de grandes acontecimientos. Viene, además, como una intervención salvífica de Dios, que, sobre todo, busca la conversión. Avancemos, pues, en el mensaje de Cristo, seguros como estamos de que en el tema del reino alcanzamos el núcleo de su predicación.