sábado, 9 de febrero de 2013

Felix Lope de Vega

Lope de Vega fue un gran escritor nacido en Madrid en el año 1562 y fallecido en esa misma ciudad en 1635. Era hijo de una pareja de humildes campesinos y, por cuestiones económicas, no llegó a terminar el bachillerato. Fue un autor sumamente prolífico que cultivó diversos géneros, entre los que se encontraron la narrativa, el teatro y la lírica. Algunas de sus creaciones más destacadas fueron "La Arcadia", "Los pastores de Belén", "Fuente Ovejuna" y "El perro del Hortelano"; estas últimas representan seguramente los mayores logros obtenidos por este autor, ya que lo convirtieron en un icono innegable para la literatura española del siglo XVII.
En su poesía se nota una clara influencia de la lírica de Góngora, aunque más cercana al lenguaje coloquial. De todas formas es necesario aclarar que el verdadero carácter renovador de Lope de Vega se encuentra en sus obras dramáticas; estaba convencido de la necesidad de presentar historias que fueran realistas y donde se entremezclara lo cómico y lo trágico, tal y como ocurre en la vida real. Su legado es vasto y variado. Se le llamó Fénix de los Ingenios.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!.

A CRISTO EN LA CRUZ

¿Quién es aquel Caballero
herido por tantas partes,
que está de expirar tan cerca,
y no le socorre nadie?
«Jesús Nazareno» dice
aquel rétulo notable.
¡Ay Dios, que tan dulce nombre
no promete muerte infame!
Después del nombre y la patria,
Rey dice más adelante,
pues si es rey, ¿cuándo de espinas
han usado coronarse?
Dos cetros tiene en las manos,
mas nunca he visto que claven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.
Unos dicen que si es Rey,
de la cruz descienda y baje;
y otros, que salvando a muchos,
a sí no puede salvarse.
De luto se cubre el cielo,
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve y se deshace.
Al pie de la cruz, María
está en dolor constante,
mirando al Sol que se pone
entre arreboles de sangre.
Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares,
Cristo los pone en los dos,
más tierno porque se parte.
¡Oh lo que sienten los tres!
Juan, como primo y amante,
como madre la de Dios,
y lo que Dios, Dios lo sabe.
Alma, mirad cómo Cristo,
para partirse a su Padre,
viendo que a su Madre deja,
le dice palabras tales:
Mujer, ves ahí a tu hijo
y a Juan: Ves ahí tu Madre.
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, qué favor tan grande!
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
Sed tengo, dijo, que tiene
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
en una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
¿En la boca de Jesús
pones hiel?, hombre, ¿qué haces?
Mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.
Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
una ave su blanca leche
a cuya dulzura sabe.
Alma, sus labios divinos,
cuando vamos a rogarle,
¿cómo con vinagre y hiel
darán respuesta süave?
Llegad a la Virgen bella,
y decirle con el ángel:
«Ave, quitad su amargura,
pues que de gracia sois Ave».
Sepa al vientre el fruto santo,
y a la dulce palma el dátil;
si tiene el alma a la puerta
no tengan hiel los umbrales.
Y si dais leche a Bernardo,
porque de madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues Madre de Dios os hace.
Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.
Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme.

A LA MUERTE DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

La tarde se escurecía
entre la una y las dos,
que viendo que el Sol se muere,
se vistió de luto el sol.
Tinieblas cubren los aires,
las piedras de dos en dos
se rompen unas con otras,
y el pecho del hombre no.
Los ángeles de paz lloran
con tan amargo dolor,
que los cielos y la tierra
conocen que muere Dios.
Cuando está Cristo en la cruz
diciendo al Padre, Señor,
¿por qué me has desamparado?
¡ay Dios, qué tierna razón!,
¿qué sentiría su Madre,
cuando tal palabra oyó,
viendo que su Hijo dice
que Dios le desamparó?
No lloréis Virgen piadosa,
que aunque se va vuestro Amor,
antes que pasen tres días
volverá a verse con vos.
¿Pero cómo las entrañas,
que nueve meses vivió,
verán que corta la muerte
fruto de tal bendición?
«¡Ay Hijo!, la Virgen dice,
¿qué madre vio como yo
tantas espadas sangrientas
traspasar su corazón?
¿Dónde está vuestra hermosura?
¿quién los ojos eclipsó,
donde se miraba el Cielo
como de su mismo Autor?
Partamos, dulce Jesús,
el cáliz desta pasión,
que Vos le bebéis de sangre,
y yo de pena y dolor.
¿De qué me sirvió guardaros
de aquel Rey que os persiguió,
si al fin os quitan la vida
vuestros enemigos hoy?
Esto diciendo la Virgen
Cristo el espíritu dio;
alma, si no eres de piedra
llora, pues la culpa soy.


AL PONERLE EN LA CRUZ

En tanto que el hoyo cavan
a donde la cruz asienten,
en que el Cordero levanten
figurado por la sierpe,
aquella ropa inconsútil
que de Nazareth ausente
labró la hermosa María
después de su parto alegre,
de sus delicadas carnes
quitan con manos aleves
los camareros que tuvo
Cristo al tiempo de su muerte.
No bajan a desnudarle
los espíritus celestes.
sino soldados que luego
sobre su ropa echan suertes.
Quitáronle la corona,
y abriéronse tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubre la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron entre los pliegues.
Alma pegada en tus vicios,
si no puedes, o no quieres
despegarte tus costumbres,
piensa en esta ropa, y puede.
A la sangrienta cabeza
la dura corona vuelven,
que para mayor dolor
le coronaron dos veces.
Asió la soga un soldado,
tirando a Cristo, de suerte
que donde va por su gusto
quiere que por fuerza llegue.
Dio Cristo en la cruz de ojos,
arrojado de la gente,
que primero que la abrace,
quieren también que la bese.
¡Qué cama os está esperando,
mi Jesús, bien de mis bienes,
para que el cuerpo cansado
siquiera a morir se acueste!
¡Oh, qué almohada de rosas
las espinas os prometen! ;
¡qué corredores dorados
los duros clavos crueles!
Dormid en ella, mi amor,
para que el hombre despierte,
aunque más dura se os haga
que en Belén entre la nieve.
Que en fin aquella tendría
las tocas de vuestra Madre,
y el heno de aquellos bueyes.
¡Qué vergüenza le daría
al Cordero santo el verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!
¡Ay divina Madre suya!,
si agora llegáis a verle
en tan miserable estado,
¿quién ha de haber que os consuele?
Mirad, Reina de los cielos,
si el mismo Señor es éste,
cuyas carnes parecían
de azucenas y claveles.
Mas, ¡ay Madre de piedad!,
que sobre la cruz le tienden,
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
¡Oh terrible desatino!,
medir al inmenso quieren,
pero bien cabrá en la cruz
el que cupo en el pesebre.
Ya Jesús está de espaldas,
y tantas penas padece,
que con ser la cruz tan dura,
ya por descanso la tiene.
Alma de pórfido y mármol,
mientras en tus vicios duermes,
dura cama tiene Cristo,
no te despierte la muerte.

A LA NOCHE

Noche fabricadora de embelecos,
loca, imaginativa, quimerista,
que muestras al que en ti su bien conquista,
los montes llanos y los mares secos;
habitadora de celebros huecos,
mecánica, filósofa, alquimista,
encubridora vil, lince sin vista,
espantadiza de tus mismos ecos;
la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,
solícita, poeta, enferma, fría,
manos del bravo y pies del fugitivo.
Que vele o duerma, media vida es tuya;
si velo, te lo pago con el día,
y si duermo, no siento lo que vivo.

A LA SANTÍSIMA MADALENA

Buscaba Madalena pecadora
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos
perdón, que más la fe que los cabellos
ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora,
efecto en Cristo de sus ojos bellos,
sigue su luz, y al occidente dellos
canta en los cielos y en peñascos llora.
«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando
que con amor a quien amó conquisto,
si amabas, Madalena, vive amando».
Discreta amante, que el peligro visto
súbitamente trasladó llorando
los amores del mundo a los [de] Cristo.

A mis soledades voy

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los extraños,
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.
Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.
Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

A UNA CALAVERA

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.
Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?

Canta pájaro amante

Canta pájaro amante en la enramada
selva a su amor, que por el verde suelo
no ha visto al cazador que con desvelo
le está escuchando, la ballesta armada.
Tirale, yerra. Vuela, y la turbada
voz en el pico transformada en yelo,
vuelve, y de ramo en ramo acorta el vuelo
por no alejarse de la prenda amada.
Desta suerte el amor canta en el nido;
mas luego que los celos que recela
le tiran flechas de temor de olvido,
huye, teme, sospecha, inquiere, cela,
y hasta que ve que el cazador es ido,
de pensamiento en pensamiento vuela.

 Es la mujer del hombre lo más bueno. 
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo, 
su muerte suele ser y su veneno. 
Cielo a los ojos, candido y sereno, 
que muchas veces al infierno igualo, 
por raro al mundo su valor señalo, 
por falso al hombre su rigor condeno. 
Ella nos da su sangre, ella nos cría, 
no ha hecho el cielo cosa más ingrata: 
es un ángel, y a veces una arpía. 
Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, 
y es la mujer al fin como sangría, 
que a veces da salud, y a veces mata. 

114
Pobre barquilla mía. 
entre peñascos rota,
sin velas desvelada, 
y entre las olas sola: 
¿Adonde vas perdida? 
¿Adonde, di, te engolfas? 
Que no hay deseos cuerdos 
con esperanzas locas. 
Como las altas naves 
te apartas animosa 
de la vecina tierra, 
y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas, 
mayor en las congojas, 
pequeño en las defensas, 
incitas a las ondas. 
Advierte que te llevan 
a dar entre las rocas 
de la soberbia envidia, 
naufragio de las honras. 
Cuando por las riberas 
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste 
las iras procelosas.  
Segura navegabas; 
que por la tierra propia 
nunca el peligro es mucho 
adonde el agua es poca. 
Verdad es que en la patria 
no es la virtud dichosa, 
ni se estimó la perla 
hasta dejar la concha. 
Dirás que muchas barcas 
con el favor en popa, 
saliendo desdichadas, 
volvieron venturosas. 
No mires los ejemplos 
de las que van y tornan, 
que a muchas ha perdido 
la dicha de las otras. 
Para los altos mares 
no llevas cautelosa 
ni velas de mentiras, 
ni remos de lisonjas. 
¿Quién te engañó, barquilla? 
Vuelve, vuelve la proa, 
que presumir de nave 
fortunas ocasiona. 
¿Qué jarcias te entretejen? 
¿Qué ricas banderolas 
azote son del viento 
y de las aguas sombra? 
¿En qué gabia descubres 
del árbol alta copa, 
la tierra en perspectiva, 
del mar incultas orlas? 
¿En qué celajes fundas 
que es bien echar la sonda, 
cuando, perdido el rumbo, 
erraste la derrota? 
Si te sepulta arena, 
¿qué sirve fama heroica? 
Que nunca desdichados 
sus pensamientos logran. 
¿Qué importa que te ciñan 
ramas verdes o rojas, 
que en selvas de corales 
salado césped brota?
Laureles de la orilla 
solamente coronan 
navios de alto borde 
que jarcias de oro adornan. 
No quieras que yo sea 
por tu soberbia pompa 
faetonte de barqueros, 
que los laureles lloran. 
Pasaron ya los tiempos 
cuando, lamiendo rosas, 
el céfiro bullía 
y suspiraba aromas. 
Ya fieros huracanes 
tan arrogantes soplan, 
que, salpicando estrellas, 
del sol la frente mojan. 
Ya los valientes rayos 
de la vulcana forja, 
en vez de torres altas, 
abrasan pobres chozas. 
Contenta con tus redes, 
a la playa arenosa 
mojado me sacabas; 
pero vivo, ¿qué importa? 
Cuando de rojo nácar 
se afeitaba la aurora, 
más peces te llenaban 
que ella lloraba aljófar. 
Al bello sol que adoro, 
enjuta ya la ropa, 
nos daba una cabana 
la cama de sus hojas. 
Esposo me llamaba, 
yo la llamaba esposa, 
parándose de envidia 
la celestial antorcha. 
Sin pleito, sin disgusto, 
la muerte nos divorcia: 
¡Ay de la pobre barca 
que en lágrimas se ahoga! 
Quedad sobre el arena, 
inútiles escotas; 
que no ha menester velas 
quien a su bien no torna.
Si con eternas plantas 
las fijas luces doras, 
¡oh dueño de mi barca!, 
y en dulce paz reposas, 
merezca que le pidas 
al bien que eterno gozas 
que adonde estás me lleve 
más pura y más hermosa. 
Mi honesto amor te obligue; 
que no es digna vitoria 
para quejas humanas 
ser las deidades sordas. 
May ¡ay, que no me escuchas. 
Pero la vida es corta: 
viviendo, todo falta; 
muriendo, todo sobra. 
DISCULPASE CON LOPE DE VEGA DE SU ESTILO 
Lope, yo quiero hablar con vos de veras, 
y escribiros en verso numeroso, 
que me dicen que estáis de mí quejoso, 
porque doy en seguir musas rateras. 
Agora invocaré las verdaderas, 
aunque os sea (que sois escrupuloso) 
con tanta metafísica enfadoso, 
y tantas categóricas quimeras. 
Comienzo pues: « ¡Oh tú que en la risueña 
aurora imprimes la celeste llama, 
que la soberbia de Faetón despeña...!» 
Mas, perdonadme, Lope, que me llama 
desgreñada una musa de estameña, 
celosa del tabí de vuestra fama. 
Tiernos enamorados ruiseñores, 
enseñadme a cantar tristes endechas; 
cárceles verdes, de esmeraldas hechas, 
con dulce parto producid colores. 
Pomposos cedros de olorosas flores, 
ramas de mirra en lágrimas deshechas, 
sin reparar en celos y sospechas, 
cubridme, pues me veis morir de amores. 
Para ver si le busco enamorada,  
se fue mi labrador; sin su presencia 
ninguna luz, ningún lugar me agrada;' 
y aunque en todos asiste por potencia, 
un alma a sus regalos enseñada 
¿cómo podrá sufrir de Dios la ausencia? 


Un soneto me manda hacer Violante, 
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto; 
burla burlando van los tres delante. 
Yo pensé que no hallara consonante, 
y estoy a la mitad de otro cuarteto; 
mas si me veo en el primer terceto, 
no hay cosa en los cuartetos que me espante. 
Por el primer terceto voy entrando, 
y parece que entré con pie derecho, 
pues fin con este verso le voy dando. 
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho 
que voy los trece versos acabando; 
contad si son catorce, y está hecho. 


 ¡Con qué justa razón a la esperanza 
dieron nombre de flor, pues que la imita 
en que tan brevemente se marchita, 
que tiene entre las hojas la mudanza! 
Lustrosas perlas a la aurora alcanza, 
de matizados círculos escrita; 
belleza que la noche solicita 
para perder su ardor en su templanza. 
Sembraba yo, porque la tierra nueva 
me prometió de amor ricos favores: 
¡ay, loco engaño, de mis celos prueba! 
¿De que sirve sembrar locos amores, 
 si viene un desengaño que se lleva
árboles, ramas, hojas, fruto y flores? 


La vida humana, Sócrates decía, 
cuando estaba en negocios ocupada, 
que era un arroyo en tempestad airada, 
que turbio y momentáneo discurría; 
y que la vida del que en paz vivía 
era como una fuente sosegada 
que, sonora, apacible y adornada, 
de varias flores, sin cesar corría. 
¡Oh vida de los hombres diferente 
cuya felicidad estima el bueno, 
cuando la libertad del alma siente! 
Negocios a la vista son veneno. 
¡Dichoso aquel que vive como fuente, 
manso, tranquilo y de turbarse ajeno! 

Rima sacra de la tragicomedia El divino africano (San Agustín):

En las riberas del mar
se paseaba Agustino.
Altos pensamientos tiene,
hijos de su ingenio altivo.
Lo que presume entender,
ningún mortal lo ha entendido:
cómo es Dios uno en esencia,
siendo en las personas trino;
cómo es el Padre increado,
y cómo engendra a su Hijo 
eternamente, y procede 
de los dos el Santo Espíritu...
Cuando está pensando en ello
volvió el rostro, y vio que un niño 
sentado estaba en la arena
 a los pies de un pardo risco.
Ensortijado el cabello,
 largo, rubio, crespo y rizo,
  y en dos estrellas por ojos
engastados dos zafiros;
  como marfil terso el rostro,
  y de rubíes ceñidos
los labios, que parecían
venda de grana de Tiro.
En coger agua del mar
el niño está divertido
con una madre de perlas,
concha de su nácar limpio.
«¿Qué haces (dice Agustín)
niño hermoso, en este sitio,
que me da pena, si acaso
vas de tus padres perdido?»
Mirándole las espaldas,
pensó hallar su nombre escrito;
mas solamente en la cruz
tuvo su rótulo Cristo.
«No estoy en vano (responde),
que reducir solicito
el mar inmenso que ves
  a este pequeño resquicio.»
Agustino le responde:
«No te canses, Niño mío;
que es imposible agotar
el mar inmenso en mil siglos.»
«Pues lo mismo me parece
que hacéis vos, padre (le dijo),
porque es saber lo que es Dios
proceder en infinito.
Que como el mar Océano
no es posible reducillo
con esta concha a esta quiebra,
ni agotar su inmenso abismo,
así vos el mar de Dios,
eterno e incircunscripto,
con vuestro ingenio mortal,
aunque ingenio peregrino.»
Quedó Agustín admirado
  y humildemente advertido,
que no fuera Dios quien es
si fuera Dios entendido.
Quiso al Niño responder,
  y no le halló cuando quiso,
desengañado que Dios
no cabe en mortal sentido.
Desde entonces escribió
que era más seguro asilo
el creer que el entender;
que Dios se entiende a sí mismo.