
Nace el 2 de julio de 1923. Muere en Cracovia, 1 de
febrero de 2012. Poetisa, ensayista y traductora. Se trasladó en 1931 a
Cracovia que
será la ciudad donde cursa sus estudios y vivirá hasta su muerte.
En sus años universitarios comenzó a publicar poesía
en periódicos y revistas (su primer poema publicado fue Busco la palabra, aparecido en el suplemento literario del diario
Dziennik Polski en marzo de 1945), en una de las cuales trabajó como secretaria
e ilustradora. En Vida Literaria, revista en la que entró en 1953, tuvo una
columna de crítica (1968-1981). Su primer poemario apareció en 1952 (debería
haber publicado su primer libro en 1949, pero no pasó la censura). Más tarde,
repudiaría de sus dos primeros libros publicados, por estar demasiado apegados al
realismo socialista.
Fue miembro del comunista Partido Obrero Unificado Polaco, del que con el tiempo se iría distanciando hasta adoptar una postura crítica (en 1957 ya comienza a tener contacto con disidentes, entabla amistad con Jerzy Giedroyc y colabora en su revista Kultura que se publica en París).
Traductora de obras literarias del francés, perteneció a la Unión de Escritores y la Asociación de Escritores, y obtuvo numerosos honores y premios, entre los que destaca el Premio Nobel de Literatura 1996.
Fue miembro del comunista Partido Obrero Unificado Polaco, del que con el tiempo se iría distanciando hasta adoptar una postura crítica (en 1957 ya comienza a tener contacto con disidentes, entabla amistad con Jerzy Giedroyc y colabora en su revista Kultura que se publica en París).
Traductora de obras literarias del francés, perteneció a la Unión de Escritores y la Asociación de Escritores, y obtuvo numerosos honores y premios, entre los que destaca el Premio Nobel de Literatura 1996.
Sus obras son: Porque vivimos, 1952.
Llamado al Yeti, 1957. Sal, 1962. Cien alegrías, 1967. Por si acaso, 1972. Gran
número, 1976. Hombres sobre el puente, 1986. Fin y principio, 1993). Poemas.
1957-1993. (Biografía tomada de Wikipedia).
PARÁBOLA
Ciertos
pescadores sacaron del fondo una botella.
Había en la
botella un papel, y en el papel estas palabras:
"¡Socorro!,
estoy aquí. El océano me arrojó a una isla desierta.
Estoy en la
orilla y espero ayuda. ¡Dense prisa. Estoy aquí!"
- No
tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde.
La botella
pudo haber flotado mucho tiempo, dijo el pescador primero.
- Y el
lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano,
dijo el
pescador segundo.
- Ni
demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla "Aquí" está en todos
lados,
dijo el
pescador tercero.
El ambiente
se volvió incómodo, cayó el silencio.
Las verdades
generales tienen ese problema.
De
"Sal", 1962
DESCUBRIMIENTO
Creo en el
gran descubrimiento.
Creo en el
hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el
terror del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la
palidez de su rostro,
la náusea,
el sudor frío en su labio.
Creo en la
quema de las notas,
quema hasta
las cenizas,
quema hasta
la última.
Creo en la
dispersión de los números,
su
dispersión sin remordimiento.
Creo en la
rapidez del hombre,
la precisión
de sus movimientos,
su libre
albedrío irreprimido.
Creo en la
destrucción de las tablillas,
el vertido
de los líquidos,
la extinción
del rayo.
Afirmo que
todo funcionará
y que no
será demasiado tarde,
y que las
cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo
averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni
muralla,
ni siquiera
un pájaro, porque bien puede cantar.
Creo en la
mano detenida,
creo en la
carrera arruinada,
creo en la
labor perdida de muchos años.
Creo en el
secreto llevado a la tumba.
Para mí
estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan
apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es
fuerte, ciega y sin ningún fundamento.
De "Fin
y principio", 1993
DESPEDIDA DE
UN PAISAJE
No le
reprocho a la primavera
que llegue
de nuevo.
No me quejo
de que cumpla
como todos
los años
con sus
obligaciones.
Comprendo
que mi tristeza
no frenará
la hierba.
Si los
tallos vacilan
será sólo
por el viento.
No me causa
dolor
que los
sotos de alisos
recuperen su
murmullo.
Me doy por
enterada
de que, como
si vivieras,
la orilla de
cierto lago
es tan bella
como era.
No le guardo
rencor
a la vista
por la vista
de una bahía
deslumbrante.
Puedo
incluso imaginarme
que otros,
no nosotros,
estén
sentados ahora mismo
sobre el
abedul derribado.
Respeto su
derecho
a reír, a
susurrar
y a quedarse
felices en silencio.
Supongo
incluso
que los une
el amor
y que él la
abraza a ella
con brazos
llenos de vida.
Algo nuevo,
como un trino,
comienza a
gorgotear entre los juncos.
Sinceramente
les deseo
que lo
escuchen.
No exijo
ningún cambio
de las olas
a la orilla,
ligeras o
perezosas,
pero nunca
obedientes.
Nada le pido
a las aguas
junto al bosque,
a veces
esmeralda,
a veces
zafiro,
a veces
negras.
Una cosa no
acepto.
Volver a ese
lugar.
Renuncio al
privilegio
de la
presencia.
Te he
sobrevivido suficiente
como para
recordar desde lejos.
De "Fin
y principio" 1993
Versión de
Gerardo Beltrán
FIN Y
PRINCIPIO
Después de
cada guerra
alguien
tiene que limpiar.
No se van a
ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe
echar los escombros
a la cuneta
para que
puedan pasar
los carros
llenos de cadáveres.
Alguien debe
meterse
entre el
barro, las cenizas,
los muelles
de los sofás,
las astillas
de cristal
y los trapos
sangrientos.
Alguien
tiene que arrastrar una viga
para
apuntalar un muro,
alguien
poner un vidrio en la ventana
y la puerta
en sus goznes.
Eso de
fotogénico tiene poco
y requiere
años.
Todas las
cámaras se han ido ya
a otra
guerra.
A
reconstruir puentes
y estaciones
de nuevo.
Las mangas
quedarán hechas jirones
de tanto
arremangarse.
Alguien con
la escoba en las manos
recordará
todavía cómo fue.
Alguien
escuchará
asintiendo
con la cabeza en su sitio.
Pero a su
alrededor
empezará a
haber algunos
a quienes
les aburra.
Todavía
habrá quien a veces
encuentre
entre hierbajos
argumentos
mordidos por la herrumbre,
y los lleve
al montón de la basura.
Aquellos que
sabían
de qué iba
aquí la cosa
tendrán que
dejar su lugar
a los que
saben poco.
Y menos que
poco.
E incluso
prácticamente nada.
En la hierba
que cubra
causas y
consecuencias
seguro que
habrá alguien tumbado,
con una
espiga entre los dientes,
mirando las
nubes.
De "Fin
y principio", 1993
FOTOGRAFÍA
DE LA MUCHEDUMBRE
En la
fotografía de la muchedumbre
mi cabeza es
la séptima de la orilla,
o tal vez la
cuarta a la izquierda,
o la veinte
desde abajo;
mi cabeza no
sé cuál,
ya no una,
no única,
ya parecida
a las parecidas,
ni femenina,
ni masculina,
las señales
que me hace
son ningunos
rasgos personales;
quizás la ve
el Espíritu del Tiempo,
pero no la
mira;
mi cabeza
estadística
que consume
acero y cables
tranquilísima,
globalísimamente;
sin la
vergüenza de ser una cualquiera,
sin la
desesperación de ser cambiable;
como si no
la tuviera en absoluto
a mi manera
y por separado;
como si se
hubiera desenterrado un cementerio
lleno de
anónimos cráneos
en un
aceptable estado de conservación
a pesar de
su mortalidad;
como si ya
hubiera estado allá
- mi
cabeza, una cualquiera, ajena-
donde, si
recuerda algo,
sea tal vez
el profundo futuro.
De "Si
acaso", 1978
LAS TRES
PALABRAS MÁS EXTRAÑAS
Cuando
pronuncio la palabra Futuro,
la primera
sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando
pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando
pronuncio la palabra Nada,
creo algo
que no cabe en ninguna no-existencia.
MONÓLOGO
PARA CASANDRA
Soy yo,
Casandra.
Y ésta es mi
ciudad bajo las cenizas.
Y éste es mi
bastón y éstas mis cintas de profeta.
Y ésta es mi
cabeza llena de dudas.
Es verdad,
triunfo.
Mi cordura
llegó a golpear el cielo con un rojo resplandor.
Sólo los
profetas que no son creídos
tienen esas
vistas.
Sólo
aquellos que empezaron a hacer mal las cosas,
y todo
podría haberse cumplido tan pronto
como si
nunca hubieran existido.
Ahora recuerdo
con claridad
cómo la
gente, al verme, callaba en mitad de la frase.
La risa se
cortaba.
Se separaban
las manos.
Los niños
corrían hacia sus madres.
Ni siquiera
conocía sus efímeros nombres.
Y esa
canción sobre la hoja verde…
nadie la
terminó en mi presencia.
Yo los
amaba.
Pero los
amaba desde lo alto.
Desde encima
de la vida.
Desde el
futuro. Un lugar siempre hay vacío
de donde qué
más fácil que divisar la muerte.
Lamento que
mi voz fuera áspera.
Mírense
desde las estrellas -gritaba-,
mírense
desde las estrellas.
Me oían y
bajaban la mirada.
Vivían en la
vida.
Llenos de
miedo.
Condenados.
Desde que
nacían en cuerpos de despedida.
Pero había
en ellos una húmeda esperanza,
una llama
que se alimentaba con su propio parpadeo.
Ellos sabían
qué era un instante,
fuera el que
fuera
antes de
que…
Yo tenía
razón.
Sólo que eso
no significa nada.
Y éstas son
mis ropas chamuscadas.
Y éstos, mis
trastos de profeta.
Y ésta, la
mueca de mi rostro.
Un rostro
que no sabía que pudiera ser hermoso.
De "Mil
alegrías -Un encanto-" 1967
UN ENCANTO

Con que
quiere felicidad,
con que
quiere la verdad,
con que
quiere eternidad,
¡vaya, vaya!
Apenas si
acaba de distinguir el sueño de la vigilia,
apenas si
acaba de darse cuenta de que él es él,
apenas si
acaba de labrar su mano, descendiente de una aleta,
el pedernal
y el cohete,
es fácil
ahogarlo en la cuchara del océano,
demasiado
poco ridículo incluso como para hacer reír al vacío,
con los ojos
sólo ve,
con los
oídos sólo oye,
el récord de
su habla es el modo potencial,
con la razón
vitupera a la razón,
en una
palabra: casi nadie,
pero con la
cabeza llena de libertad, de omnisciencia
y de
existencia
más allá de
la estúpida carne,
¡vaya, vaya!
Porque quizá
sí exista,
haya
sucedido de verdad
bajo una de
las pueblerinas estrellas.
A su modo,
dinámico y movido.
Para ser una
miserable degeneración del cristal,
bastante
sorprendido.
Para haber
tenido una difícil infancia en la obligatoriedad
de la
manada,
no está mal
como individuo.
¡Vaya, vaya!
A seguir
así, así aunque sea un instante,
¡a través
del abrir y cerrar de ojos de una pequeña galaxia!
A ver si
tenemos por fin una idea, aproximada al menos,
de qué va a
ser, ya que ya es,
Y es
obstinado.
Obstinado,
hay que admitirlo, mucho.
Con ese aro en
la nariz, con esa toga, con ese suéter.
Queramos o
no, un encanto.
Pobrecito.
Un verdadero
hombre.
De "Mil
alegrías -Un encanto-", 1967
Una del montón
Foto: P. Miller |
Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para algunos brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me
sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
Versión de Gerardo Beltrán
LA MUJER DE LOT
Dicen que miré hacia atrás por curiosidad.
Pero, además de la curiosidad, pude tener otros motivos.
Miré hacia atrás apenada por mi escudilla de plata.
Por descuido, al atarme una sandalia.
Para dejar de ver la nuca justiciera
de mi esposo, Lot.
Por la súbita convicción de que si caía muerta
él ni siquiera se detendría.
Por desobediencia propia de mansos.
Aguzando el oído a las señales de la persecución.
Intrigada por el silencio, con la esperanza de que Dios hubiera cambiado de idea.
Nuestras dos hijas desaparecían ya tras la colina.
Sentí en mí la vejez. Y la distancia.
La futilidad de una vida errante. La somnolencia.
Miré hacia atrás al dejar mi fardo en el suelo.
Miré hacia atrás por temor a dar un paso en falso.
En el sendero surgieron serpientes,
arañas, ratones de campo y crías de buitre.
No eran buenos ni malos, simplemente cuanto vivía
reptaba y saltaba presa del pánico gregario.
Miré hacia atrás por desamparo.
Por vergüenza de escabullirme a hurtadillas.
Por deseo de gritar, de volver.
O después de que se desencadenara el viento,
me alborotara el pelo y me levantara las faldas del vestido
Tuve la sensación de ser observada desde las murallas de Sodoma
y de ser blanco de burlas y de sonoras carcajadas.
Miré hacia atrás por cólera.
Para regodearme en su destrucción.
Miré hacia atrás por la suma de motivos arriba mencionados.
Miré hacia atrás sin querer.
Un pedrusco se volvió gruñendo debajo de mi pie.
Un abismo me cortó de repente el camino.
Al borde del vacío, un hámster se levantaba sobre sus patas traseras.
Y fue entonces cuando ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo,
me arrastré y emprendí el vuelo
hasta que del cielo cayeron las tinieblas,
la grava hirviente y los pájaros muertos.
Di vueltas y más vueltas sobre mí misma, sin aliento.
Hubiera pensado, quien verme hubiere podido, que bailaba.
No es imposible que tuviera los ojos abiertos.
Quizá cayera de cara a la ciudad.
RESEÑA DE UN POEMA JAMÁS ESCRITO
*******
Discurso en la oficina de objetos perdidos
Perdí unas pocas diosas camino del sur al norte,
también muchos dioses camino de este a oeste.
Un par de estrellas se apagaron para siempre, ábrete, oh cielo.
Una isla, otra se me perdió en el mar.
Ni siquiera sé dónde dejé mis garras,
quién anda con mi piel,
quién habita mi caparazón.
Mis parientes se extinguieron cuando repté a tierra,
y sólo algún pequeño hueso dentro de mí celebra el aniversario.
He saltado fuera de mi piel, desparramado vértebras y piernas,
dejado mis sentidos muchas, muchas veces.
Hace tiempo que he guiñado mi tercer ojo a eso,
chasqueado mis aletas, encogido mis ramas.
Está perdido, se ha ido, está esparcido a los cuatro vientos.
Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
un ser individual, por el momento del género humano,
que ayer simplemente perdió un paraguas en un tranvía.
ALEGRÍA DE
ESCRIBIR
¿A dónde va
la corza escrita por el bosque escrito?
¿A tomar
agua escrita
que refleje
su hocico puntualmente?
¿Por qué
alza la cabeza? ;escucha algo?
Se apoya en
cuatro patas que la verdad le presta.
Mueve bajo
mis dedos una oreja.
Silencio,
esa palabra, susurra en el papel
como las
otras y remueve ramas
por las
palabras del bosque cansadas.
En la hoja
blanca de papel acechan
letras que
pueden componerse mal,
frases que
pueden ser un cerco
y no habrá salvación.
En la gota
de tinta un regimiento
de cazadores
enfocan la mira
listos para
correr pluma empinada abajo,
cercar la
corza y preparar el tiro.
Olvidan que
esto no existe
Otras leyes
gobiernan el blanco sobre negro
parpadeará
el ojo el tiempo que yo quiera
y podré
dividirlo en pequeñas eternidades
llenas de
balas quietas en el aire.
Por siempre,
si lo ordeno; nada pasará aquí.
Ni una hoja
caerá si no lo quiero
ni las
pezuñas hollarán la hierba
¿Existe pues
un mundo sobre el cual
soy un
destino independiente?
¿Ese tiempo
al que une la cadena de signos,
existe bajo
mis órdenes constantes?
La alegría
de escribir.
La
posibilidad de eternizar.
La venganza
de una mano mortal.
NOTAS DE UNA EXPEDICIÓN NO REALIZADA AL HIMALAYA
Así, pues, esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles,
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
y la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.
Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas las palabras condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
parimos niños.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.
Aquí, ni luna ni tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!
Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatro paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en la nieve,
en la eterna.
MUSEO
Hay platos, pero no apetito.
Hay anillos, pero no amor correspondido,
desde hace al menos tres siglos.
Hay un abanico, pero ¿qué fue del arrebol?
Hay espadas, pero ¿qué fue de la ira?
Y el laúd no suena entre dos luces.
Donde no hay eternidad se acumulan
diez mil antigüedades muy antiguas.
Un polvoriento portero dulcemente dormita
con el bigote pegado al cristal de su garita.
Metales, arcilla y una pluma de ave
vencen al tiempo con su quietud suave.
El broche de una egipcia alocada
ríe por nada.
La corona duró más que la cabeza.
La mano perdió contra el guante.
El zapato derecho venció sobre el pie.
¿Qué decir de mí? De morirme, ni hablar.
Contra mi traje lucho en incruenta contienda.
¡Qué aguante tiene la prenda!
¡Qué tenaz afán de más que yo durar!
LAS MUJERES DE RUBENS
Titánicas, fauna femenina,
tonante desnudez de toneles.
Anidan en lechos revueltos,
duermen con la boca abierta para soltar gallos.
Las pupilas se les hunden hasta las entrañas
y penetran en las glándulas
segregadoras de levadura en sangre.
Hijas del barroco. La masa se hincha en la artesa,
humean los baños, enrojecen los vinos,
nubes de cochillinos galopan por el cielo,
las trompetas relinchan alerta carnal.
¡Acalabazadas! ¡Excesivas!
Duplicadas por desdeñar vestimentas,
triplicadas por la vehemente pose,
platos grasientos del amor!
Más temprano se levantaron sus flacas hermanas,
antes de amanecer en el cuadro.
Nadie las vio avanzar en fila india
por el revés del lienzo.
Proscritas del estilo. Costillas en relieve,
pies y manos de pájaro.
Intentan volar con sus omóplatos afilados.
El siglo trece les habría concedido un fondo dorado.
El veinte, pantalla panorámica y technicolor.
El diecisiete, ¡ay!, nada ofrece a las palos de escoba.
Porque incluso el cielo es convexo,
convexos son los ángeles y también convexo es dios:
Febo bigotudo que irrumpe en la ardiente alcoba
montado en un sudoroso corcel.
EN LA TORRE DE BABEL
¿Qué hora es? —Sí, soy feliz,
sólo me falta un cascabel en el cuello
que te tintinee al oído cuando duermas.
¿De veras no oíste la tormenta? El viento azotó los muros;
como un león bostezó la torre con su enorme puerta
y sus goznes chirriantes. —¿No lo recuerdas?
Llevaba un simple vestido gris
abrochado en el hombro. —Acto seguido,
el cielo estalló en infinitas chispas, —¿Cómo iba a entrar?
¡No estabas solo! —De repente, vi colores
anteriores a la creación de la vista. —Lástima
que no puedas prometerlo. —Tienes razón,
quizá fue un sueño. —¿Por qué mientes,
por qué me llamas por el nombre de la otra?,
¿la amas todavía? —¡Oh, sí, quisiera
que te quedaras conmigo! —No soy rencorosa,
debiera haberlo adivinado.
¿Sigues pensando en él? —No, no lloro.
¿Eso es todo? —Como a ti, a nadie.
Al menos eres sincera. —Tranquilo,
dejo la ciudad. —Tranquila,
me voy de aquí. —Tienes unas manos preciosas.
Es una vieja historia, el acero me atravesó
sin tocar el hueso. —De nada,
querido, de nada. —No sé
ni quiero saber qué hora es.
EL AGUA
En la mano me cayó una gota de lluvia,
una gota de agua de las venas del Ganges y del Nilo,
de la escarcha que ascendió a los cielos desde los bigotes de una foca, de los cántaros rotos en las
urbes de Iso y de Tiro.
En mi índice
el Caspio es mar abierto,
y el Pacífico dócil en el Rudawa muere,
ese riachuelo que hecho nube París sobrevolaba
a las tres de la madrugada del siete de mayo
del año setecientos sesenta y cuatro.
No existen bocas suficientes
para pronunciar tus fugaces nombres, agua.
Debería nombrarte en todas las lenguas
y articularte vocal a vocal,
y a la vez guardar silencio —por respeto al lago
que aún no tiene nombre.
ni existe sobre la tierra, como tampoco
en el cielo existe la estrella que refleja.
Alguien se ahogaba, alguien moría pidiéndote a gritos.
Fue hace mucho mucho tiempo. Ayer.
Casas salvaste del fuego, y casas contigo arrastraste,
casas como árboles, y bosques como ciudades.
Estuviste en pilas bautismales y en bañeras de cortesanas.
En besos y en ataúdes.
En el desgaste de las piedras y en el sostén del arcoiris,
en el sudor y en el rocío de pirámides y lilas.
Qué ligereza encierra una gota de lluvia.
Qué delicado el roce del mundo.
Cualquier cosa acontecida en cualquier lugar y tiempo.
CONVERSACIÓN CON UNA PIEDRA
Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.
—Vete —dice la piedra—.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.
Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.
—Soy de piedra —dice la piedra—.
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
—Salas enormes y vacías —dice la piedra—.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme, pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.
Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
- No tengo puerta- dice la piedra.
DECAPITACIÓN
Degollado procede de decollo,
decollo significa yo corto el cuello.
María Estuardo, reina de Escocia,
subió al patíbulo con la camisa adecuada,
una camisa décolleté
de color rojo hemorragia.
En aquel mismo instante,
en una apartada alcoba,
Isabel Tudor, reina de Inglaterra,
estaba en pie vestida de blanco junto a la ventana.
Una gorguera almidonada coronaba
su vestido triunfalmente cerrado hasta el mentón.
Ambas pensaban al unísono:
«Dios, ten piedad de mí.»
«Obro con justicia.»
«Vivir o ser un obstáculo.»
«En determinadas circunstancias la lechuza es hija del panadero.»
«¿Cuándo acabará esto?»
«Se acabó.»
«¿Qué hago aquí si no hay nada?»
La diferencia en el atuendo -sí, lo sabemos con certeza-
El detalle
es inalterable.
PROSPECTO
Soy un ansiolítico.
Actúo en casa,
hago efecto en la oficina,
me presento a los exámenes,
comparezco ante los tribunales,
reparo tacitas rotas.
No tienes más que ingerirme,
ponme debajo de la lengua,
no tienes más que tragarme,
con un sorbo de agua basta.
Sé enfrentarme a la desgracia,
soportar malas noticias,
paliar la injusticia,
llenar de luz el vacío de Dios,
elegir un sombrero de luto que favorezca.
¿A qué esperas?,
confía en la piedad química.
Todavía eres un hombre/una mujer joven,
debes seguir en la brecha.
¿Quién dice
que vivir requiere valor?
Dame tu abismo,
lo acolcharé de sueño,
me estarás para siempre agradecido/agradecida
por las patas sobre las que caer de patas.
Véndeme tu alma.
No te saldrá otro comprador.
No existe ningún otro diablo.
REGRESOS
Volvió. No dijo nada.
Pero era evidente que sufría alguna contrariedad.
Se acostó vestido.
Se tapó la cabeza con una manta.
Se acurrucó.
Cuarentón, pero no ese momento.
Está, pero como se está en el vientre de la madre,
envuelto en siete pieles, en protectora oscuridad.
Mañana pronunciará una conferencia sobre la homeostasis
aplicada a la cosmonáutica metagaláctica.
Por ahora, hecho un ovillo, duerme.
DESCUBRIMIENTO
Creo en un gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el espanto del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la palidez de su rostro,
en su náusea, en el sudor frío en la parte superior del labio.
Creo en sus apuntes en el fuego,
del primero al último ardiendo en cenizas.
Creo en la dispersión de las cifras,
en su dispersión sin remordimiento.
Creo en la prisa del hombre,
en la precisión de sus gestos,
en su libre albedrío.
Creo en la destrucción de las tablas,
en el derramamiento de líquidos,
en la extinción de la llama.
Sostengo que se conseguirá,
que no será demasiado tarde,
y que ocurrirá sin testigos.
Nadie lo sabrá, seguro,
ni la esposa, ni la pared,
ni el pájaro: por si canta.
Creo en la negativa a participar,
creo en la carrera arruinada,
creo en la inutilidad de muchos años de trabajo.
Creo en el secreto llevado a la tumba.
Estas palabras planean por encima de las normas.
No buscan apoyo en ningún ejemplo.
Mi fe es firme, ciega y carece de fundamentos.
LA MUJER DE LOT
Dicen que miré hacia atrás por curiosidad.
Pero, además de la curiosidad, pude tener otros motivos.
Miré hacia atrás apenada por mi escudilla de plata.
Por descuido, al atarme una sandalia.
Para dejar de ver la nuca justiciera
de mi esposo, Lot.
Por la súbita convicción de que si caía muerta
él ni siquiera se detendría.
Por desobediencia propia de mansos.
Aguzando el oído a las señales de la persecución.
Intrigada por el silencio, con la esperanza de que Dios hubiera cambiado de idea.
Nuestras dos hijas desaparecían ya tras la colina.
Sentí en mí la vejez. Y la distancia.
La futilidad de una vida errante. La somnolencia.
Miré hacia atrás al dejar mi fardo en el suelo.
Miré hacia atrás por temor a dar un paso en falso.
En el sendero surgieron serpientes,
arañas, ratones de campo y crías de buitre.
No eran buenos ni malos, simplemente cuanto vivía
reptaba y saltaba presa del pánico gregario.
Miré hacia atrás por desamparo.
Por vergüenza de escabullirme a hurtadillas.
Por deseo de gritar, de volver.
O después de que se desencadenara el viento,
me alborotara el pelo y me levantara las faldas del vestido
Tuve la sensación de ser observada desde las murallas de Sodoma
y de ser blanco de burlas y de sonoras carcajadas.
Miré hacia atrás por cólera.
Para regodearme en su destrucción.
Miré hacia atrás por la suma de motivos arriba mencionados.
Miré hacia atrás sin querer.
Un pedrusco se volvió gruñendo debajo de mi pie.
Un abismo me cortó de repente el camino.
Al borde del vacío, un hámster se levantaba sobre sus patas traseras.
Y fue entonces cuando ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo,
me arrastré y emprendí el vuelo
hasta que del cielo cayeron las tinieblas,
la grava hirviente y los pájaros muertos.
Di vueltas y más vueltas sobre mí misma, sin aliento.
Hubiera pensado, quien verme hubiere podido, que bailaba.
No es imposible que tuviera los ojos abiertos.
Quizá cayera de cara a la ciudad.
RESEÑA DE UN POEMA JAMÁS ESCRITO
En las palabras iniciales de la obra
la autora sostiene que la tierra es pequeña,
en cambio el cielo es grande hasta la exageración,
y en él hay, cito literalmente, «más estrellas de lo debido».
La descripción del cielo denota perplejidad,
la autora se pierde en espacios sobrecogedores,
la inercia de tanto planeta la impacta
y, acto seguido, en su mente (imprecisa, justo es decirlo)
comienza a formularse la pregunta:
¿estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?.
¡A pesar del cálculo de probabilidades!
¡Y de la convicción hoy universalmente compartida!
¡En contra de las irrefutables pruebas que de un momento a otro
caerán en poder del hombre! ¡Ay, la poesía!
Por de pronto nuestra vate vuelve a ser tierra,
planeta que puede "seguir su curso sin testigos"
la única «ciencia ficción que el cosmos puede permitirse».
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota es mía),
según la autora, no halla rival
en ninguna, digamos, Andrómeda ni Casiopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
de ahí el problema acerca de cómo vivir, etcétera,
puesto que «el vacío no lo solucionará por nosotros».
«Dios mío», clama el hombre a Sí Mismo,
«ten piedad de mí, ilumíname»...
Atormenta a la autora la idea de una vida derrochada,
como si la vida contara con reservas sin fondo.
De las guerras, siempre -en su provocadora opinión derrotas de ambos bandos.
De la «brutestatalidad» (sic) de la gente para con la gente.
La obra exhala una intención moralista que
en pluma menos ingenua tal vez hubiera resultado luminosa.
Por desgracia, no es así. La tesis, tremendamente osada
(¿acaso estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?),
está planteada con un estilo descuidado
(una mezcla de sublimidad y lenguaje cotidiano),
que abre un interrogante: ¿a quién convencerá?
A nadie, seguro. Con lo dicho basta.
*******
Un milagro
corriente:
que se produzcan tantos milagros corrientes.
Un milagro ordinario:
el ladrido de los perros invisibles
en el silencio de la noche.
Un milagro del montón:
una nube menuda y ligera,
capaz de tapar la luna llena y compacta.
Muchos milagros en uno:
un aliso que se refleja en el agua
y que se vea invertido de izquierda a derecha
y que crezca allá con la copa hacia abajo
y que no llegue al fondo
pese a la poca profundidad del agua.
Un milagro cotidiano:
vientos de ligeros a moderados,
borrascas en plena tormenta.
Un milagro cualquiera:
las vacas son vacas.
Otro milagro, quiérase o no:
este huerto y sólo éste,
de esta pepita y sólo de ésta.
Un milagro sin frac ni sombrero de copa:
palomas blancas en desbandada.
Milagro, porque cómo llamarlo si no:
hoy el sol ha salido a las tres catorce
y se pondrá a las veinte cero uno.
Un milagro que no sorprende lo debido:
una mano tiene menos de seis dedos,
pero tiene más de cuatro.
Un milagro, y basta con abrir bien los ojos:
el mundo omnipresente.
Un milagro tan adicional como adicional es todo:
lo impensable
se puede pensar.
* * * * * * *
que se produzcan tantos milagros corrientes.
Un milagro ordinario:
el ladrido de los perros invisibles
en el silencio de la noche.
Un milagro del montón:
una nube menuda y ligera,
capaz de tapar la luna llena y compacta.
Muchos milagros en uno:
un aliso que se refleja en el agua
y que se vea invertido de izquierda a derecha
y que crezca allá con la copa hacia abajo
y que no llegue al fondo
pese a la poca profundidad del agua.
Un milagro cotidiano:
vientos de ligeros a moderados,
borrascas en plena tormenta.
Un milagro cualquiera:
las vacas son vacas.
Otro milagro, quiérase o no:
este huerto y sólo éste,
de esta pepita y sólo de ésta.
Un milagro sin frac ni sombrero de copa:
palomas blancas en desbandada.
Milagro, porque cómo llamarlo si no:
hoy el sol ha salido a las tres catorce
y se pondrá a las veinte cero uno.
Un milagro que no sorprende lo debido:
una mano tiene menos de seis dedos,
pero tiene más de cuatro.
Un milagro, y basta con abrir bien los ojos:
el mundo omnipresente.
Un milagro tan adicional como adicional es todo:
lo impensable
se puede pensar.
* * * * * * *
Alma se tiene a veces.
Nadie la posee sin pausa
y para siempre.
Día tras día, año tras año
pueden transcurrir sin ella.
A veces solo en el arrobo
y los miedos de la infancia
anida por más tiempo.
A veces nada más en el asombro
de haber envejecido.
Rara vez nos asiste en las tareas pesadas,
como mover muebles, cargar las valijas
o recorrer caminos con zapatos apretados.
Cuando hay que cortar carne o llenar solicitudes,
generalmente está de franco.
De mil conversaciones
toma parte sólo en una,
y aun ni eso, ya que prefiere el silencio.
Cuando el cuerpo pasa del malestar al dolor,
escapa sigilosamente de su hora de consulta.
Es quisquillosa:
no le gusta vernos en la muchedumbre,
le repugna vernos luchar por dudosas ventajas
o negocios espúreos.
La alegría y la tristeza no son para ella
emociones distintas.
Sólo nos atiende cuando ambas se unen.
Podemos contar con ella cuando no estamos seguros de nada
y sentimos curiosidad por todo.
De los objetos materiales le gustan los relojes con péndulo
y los espejos, que hacen su trabajo aunque no mire nadie.
No dice de dónde viene ni cuándo se irá de nuevo,
aunque claramente espera esa pregunta.
La necesitamos,
pero, aparentemente,
ella también a nosotros,
por alguna razón.
Amor a primera vista
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario