viernes, 1 de marzo de 2013

Francisco de Quevedo y Villegas


A la mar

La voluntad de Dios por grillos tienes, 
Y escrita en la arena, ley te humilla; 
Y por besarla llegas a la orilla, 
Mar obediente, a fuerza de vaivenes. 
En tu soberbia misma te detienes, 
Que humilde eres bastante a resistilla; 
A ti misma tu cárcel maravilla, 
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes. 
¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento 
De ocupar a los peces su morada, 
Y al Lino de estorbar el paso al viento? 
Sin duda el verte presa, encarcelada, 
La codicia del oro macilento, 
Ira de Dios al hombre encaminada.




SONETO AMOROSO

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.
Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y viendo mi sudor, se me desvía,
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.
Voyme a vengar en una imagen vana
que no se aparta de los ojos míos;
búrlame, y de burlarme corre ufana.
Empiézola a seguir, fáltanme bríos; 
y como de alcanzarla tengo gana, 
hago correr tras ella el llanto en ríos.



SALMO XVII

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.
Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.
Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;
mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.

Antes de 1613



SALMO XXII

Pues le quieres hacer el monumento
en mis entrañas a tu cuerpo amado,
limpia, suma limpieza, de pecado,
por tu gloria y mi bien, el aposento.
Si no, retratarás tu nacimiento,
pues entrado en mi pecho disfrazado,
te verán en Pesebre acompañado
de brutos Apetitos que en mí siento.
Hoy te entierras en mí con propia mano,
que soy sepulcro, aunque a tu ser estrecho,
indigno de tu cuerpo soberano.
Tierra te cubre en mí, de tierra hecho;
la conciencia me presta su gusano;
mármol para cubrirte dé mi pecho.





MUESTRA EL ERROR DE LO QUE SE DESEA Y EL ACIERTO EN NO ALCANZAR FELICIDADES 

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos, 
los que son llantos hoy fueran trofeos: 
¡mirad el ciego error en que he vivido! 
Con mis aumentos proprios me he perdido; 
las ganancias me fueron devaneos; 
consulté a la Fortuna mis empleos, 
y en ellos adquirí pena y gemido. 
Perdí, con el desprecio y la pobreza, 
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado, 
se fue en esclavitud de la riqueza. 
Quedé en poder del oro y del cuidado, 
sin ver cuán liberal Naturaleza 
da lo que basta al seso no turbado. 

*******

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 
Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 
Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.



Himno a las estrellas 

A vosotras, estrellas, 
alza el vuelo mi pluma temerosa, 
del piélago de luz ricas centellas; 
lumbres que enciende triste y dolorosa 
a las exequias del difunto día, 
güérfana de su luz, la noche fría; 
ejército de oro, 
que por campañas de zafir marchando, 
guardáis el trono del eterno coro 
con diversas escuadras militando; 
Argos divino de cristal y fuego, 
por cuyos ojos vela el mundo ciego; 
señas esclarecidas 
que, con llama parlera y elocuente, 
por el mudo silencio repartidas, 
a la sombra servís de voz ardiente; 
pompa que da la noche a sus vestidos, 
letras de luz, misterios encendidos; 
de la tiniebla triste 
preciosas joyas, y del sueño helado 
galas, que en competencia del sol viste; 
espías del amante recatado, 
fuentes de luz para animar el suelo, 
flores lucientes del jardín del cielo, 
vosotras, de la luna 
familia relumbrante, ninfas claras, 
cuyos pasos arrastran la Fortuna, 
con cuyos movimientos muda caras, 
árbitros de la paz y de la guerra, 
que, en ausencia del sol, regís la tierra; 
vosotras, de la suerte 
dispensadoras, luces tutelares 
que dais la vida, que acercáis la muerte, 
mudando de semblante, de lugares; 
llamas, que habláis con doctos movimientos, 
cuyos trémulos rayos son acentos; 
vosotras, que, enojadas, 
a la sed de los surcos y sembrados 
la bebida negáis, o ya abrasadas 
dais en ceniza el pasto a los ganados, 
y si miráis benignas y clementes, 
el cielo es labrador para las gentes; 
vosotras, cuyas leyes 
guarda observante el tiempo en toda parte, 
amenazas de príncipes y reyes, 
si os aborta Saturno, Jove o Marte; 
ya fijas vais, o ya llevéis delante 
por lúbricos caminos greña errante, 
si amasteis en la vida 
y ya en el firmamento estáis clavadas, 
pues la pena de amor nunca se olvida, 
y aun suspiráis en signos transformadas, 
con Amarilis, ninfa la más bella, 
estrellas, ordenad que tenga estrella. 
Si entre vosotras una 
miró sobre su parto y nacimiento 
y della se encargó desde la cuna, 
dispensando su acción, su movimiento, 
pedidla, estrellas, a cualquier que sea, 
que la incline siquiera a que me vea. 
Yo, en tanto, desatado 
en humo, rico aliento de Pancaya, 
haré que, peregrino y abrasado, 
en busca vuestra por los aires vaya; 
recataré del sol la lira mía 
y empezaré a cantar muriendo el día. 
Las tenebrosas aves, 
que el silencio embarazan con gemido, 
volando torpes y cantando graves, 
más agüeros que tonos al oído, 
para adular mis ansias y mis penas, 
ya mis musas serán, ya mis sirenas.




¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.



A un médico

Yacen de un home en esta piedra dura 
El cuerpo yermo y las cenizas frías: 
Médico fue, cuchillo de natura, 
Causa de todas las riquezas mías. 
Y ahora cierro en honda sepultura 
Los miembros que rigió por largos días; 
Y aun con ser Muerte yo, no se la diera, 
Si dél para matarle no aprendiera.



Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte

Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.
Salíme al Campo, vi que el Sol bebía
Los arroyos del hielo desatados,
Y del Monte quejosos los ganados,
Que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi Casa; vi que, amancillada,
De anciana habitación era despojos;
Mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
Y no hallé cosa en que poner los ojos
Que no fuese recuerdo de la muerte.

FUI BUENO, NO FUI PREMIADO

Fui bueno, no fui premiado;
y, viendo revuelto el polo,
fui malo y fui castigado:
ansí que para mi solo
algo el mundo es concertado.
Los malos me han envidiado;
los buenos no me han creido;
mal bueno y mal malo he sido:
más me valiera no ser.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.
Viendo que la hipocresía
arreboza delincuentes,
contra el registro del dia
quise pasar a las gentes
por virtud de maldad mía.
Ayunos contrahacía,
ahítos disimulaba,
de milagros amargaba
a las horas de comer.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.
Siempre he mentido después
del señor a quien mentía,
y en ley de cortesanía,
peor que aun la verdad es
una mentira tardía.
Di en mentir en profecía,
y aun no alcanzaba a mis amos.
Y entre ciento que mintamos,
mi enredo no es menester.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.
Desgraciado lisonjero
soy, si despacio lo miras,
porque adulando severo,
como creen ya mis mentiras,
me temen por verdadero.
Si callo, soy embustero;
si hablo, soy hablador;
poco soy para el señor,
mucho para el mercader.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.
He sufrido demasiado
por medrar a lo marido,
y los que me han despreciado
son los que se han enojado
de lo que les he sufrido.
Si me quejo, soy temido;
si no me quejo, no soy;
si doy, pierdo lo que doy,
y si guardo, es no tener.
Esta es la justicia
que mandan hacer.
Dicen que soy temporal,
si al poderoso me humillo;
si con él me muestro igual,
viene a ser mayor el mal
de presumir competillo.
Si al hablarle me arrodillo,
me riñe y lo llama exceso;
si derecho le hablo y tieso,
oye y no me puede ver.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.

Si alguno pretende hacer
mal, y codicia malsines,
y yo me voy a oponer,
los buenos se hacen rüines,
porque sobre en qué escoger.
Malo aun no soy menester,
y es mi desdicha mayor
que otro parezca peor,
sin que otro lo pueda ser.
Ésta es la justicia
que mandan hacer.




EPÍSTOLA SATÍRICA Y CENSORIA ESCRITA A DON GASPAR DE GUZMÁN, CONDE DE OLIVARES, EN SU VALIMIENTO 


No he de callar por más que con el dedo, 
ya tocando la boca o ya la frente, 
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? 
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy, sin miedo que, libre, escandalice, 
puede hablar el ingenio, asegurado 
de que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado 
severo estudio y la verdad desnuda, 
y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda,
que es lengua la verdad de Dios severo, 
y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero, 
ni eternidad divina los separa, 
ni de los dos alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara, 
siendo verdad, implicación hubiera 
en ser, y en que verdad de ser dejara.
La justicia de Dios es verdadera, 
y la misericordia, y todo cuanto 
es Dios, todo ha de ser verdad entera.
Señor Excelentísimo, mi llanto 
ya no consiente márgenes ni orillas: 
inundación será la de mi canto.
Ya sumergirse miro mis mejillas, 
la vista por dos urnas derramada 
sobre las aras de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada, 
que fue, si rica menos, más temida, 
en vanidad y en sueño sepultada.
Y aquella libertad esclarecida, 
que en donde supo hallar honrada muerte, 
nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga de l'alma, nación fuerte, 
contaba, por afrentas de los años, 
envejecer en brazos de la suerte.
Del tiempo el ocio torpe, y los engaños 
del paso de las horas y del día, 
reputaban los nuestros por extraños.
Nadie contaba cuánta edad vivía, 
sino de qué manera: ni aun un'hora 
lograba sin afán su valentía.
La robusta virtud era señora, 
y sola dominaba al pueblo rudo; 
edad, si mal hablada, vencedora.
El temor de la mano daba escudo
al corazón, que, en ella confiado,
todas las armas despreció desnudo.
Multiplicó en escuadras un soldado
su honor precioso, su ánimo valiente,
de sola honesta obligación armado.
Y debajo del cielo, aquella gente,
si no a más descansado, a más honroso
sueño entregó los ojos, no la mente.
Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja, primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido.
Todas matronas, y ninguna dama:
que nombres del halago cortesano
no admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Oceano
era divorcio de las rubias minas
que usurparon la paz del pecho humano.
Ni los trujo costumbres peregrinas
el áspero dinero, ni el Oriente
compró la honestidad con piedras finas.
Joya fue la virtud pura y ardiente;
gala el merecimiento y alabanza;
sólo se cudiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
ni el cántabro con cajas y tinteros
hizo el campo heredad, sino matanza.
Y España, con legítimos dineros,
no mendigando el crédito a Liguria,
más quiso los turbantes que los ceros.
Menos fuera la pérdida y la injuria,
si se volvieran Muzas los asientos;
que esta usura es peor que aquella furia.
Caducaban las aves en los vientos,
y expiraba decrépito el venado:
grande vejez duró en los elementos.
Que el vientre entonces bien diciplinado
buscó satisfación, y no hartura,
y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
república de grandes hombres, era
una vaca sustento y armadura.
No había venido al gusto lisonjera
la pimienta arrugada, ni del clavo
la adulación fragrante forastera.
Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos, y ajos duros,
tan bien como el señor, comió el esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros;
de pués mostraron del carchesio a Baco
el camino los brindis mal seguros.
El rostro macilento, el cuerpo flaco
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un saco.
Pudo sin miedo un español velloso
llamar a los tudescos bacchanales,
y al holandés, hereje y alevoso.
Pudo acusar los celos desiguales
a la Italia; pero hoy, de muchos modos,
somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos godos,
todos blasonan, nadie los imita:
y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
la ballena, o la espuma de las olas,
que el vicio, no el olor, nos acredita.
Y quedaron las huestes españolas
bien perfumadas, pero mal regidas,
y alhajas las que fueron pieles solas.
Estaban las hazañas mal vestidas,
y aún no se hartaba de buriel y lana
la vanidad de fembras presumidas.
A la seda pomposa siciliana,
que manchó ardiente múrice, el romano
y el oro hicieron áspera y tirana.
Nunca al duro español supo el gusano
persuadir que vistiese su mortaja,
intercediendo el Can por el verano.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio gradüó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido,
y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido,
y símbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz, y fue vestido;
que un tiempo endureció manos reales,
y detrás de él los cónsules gimieron,
y rumia luz en campos celestiales,
¿por cuál enemistad se persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña,
y a las mieses tan grande ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones; no en la frente
del útil bruto l'asta del acebo.
El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley el viento vano,
y al son esté el ejército obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
la pica, y el mosquete carga el hombro,
del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco, entre las otras gentes, nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar, que dar asombro.
Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el toro.
Pasadnos vos de juegos a trofeos,
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo pasado,
con desembarazarnos las personas
y sacar a los miembros de cuidado;
vos distes libertad con las valonas,
para que sean corteses las cabezas,
desnudando el enfado a las coronas.
Y pues vos enmendastes las cortezas,
dad a la mejor parte medicina:
vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella, que os inclina
a privar sin intento y sin venganza,
milagro que a la invidia desatina,
tiene por sola bienaventuranza
el reconocimiento temeroso,
no presumida y ciega confianza.
Y si os dio el ascendiente generoso
escudos, de armas y blasones llenos,
y por timbre el martirio glorïoso,
mejores sean por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
os muestre, a su pesar, campos serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
y cuando nuestras fuerzas examina
persecución unida y belicosa,
la militar valiente disciplina
tenga más platicantes que la plaza:
descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
y si el Corpus con danzas no los pide,
velillos y oropel no hagan baza.
El que en treinta lacayos los divide,
hace suerte en el toro, y con un dedo
la hace en él la vara que los mide.
Mandadlo así, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo;
pues valdrá por ejércitos el miedo,
y os verá el cielo administrar su rayo.


******* 


Sermón estoico de censura moral

¡Oh corvas almas, oh facinorosos 
espíritus furiosos! 
¡Oh varios pensamientos insolentes, 
deseos delincuentes, 
cargados sí, mas nunca satisfechos; 
alguna vez cansados, 
ninguna arrepentidos, 
en la copia crecidos, 
y en la necesidad desesperados! 
De vuestra vanidad, de vuestro vuelo, 
¿qué abismo está ignorado? 
Todos los senos que la tierra calla, 
las llanuras que borra el Oceano 
y los retiramientos de la noche, 
de que no ha dado el sol noticia al día, 
los sabe la codicia del tirano. 
Ni horror, ni religión, ni piedad, juntos, 
defienden de los vivos los difuntos. 
A las cenizas y a los huesos llega, 
palpando miedos, la avaricia ciega. 
Ni la pluma a las aves, 
ni la garra a las fieras, 
ni en los golfos del mar, ni en las riberas 
el callado nadar del pez de plata, 
les puede defender del apetito; 
y el orbe, que infinito 
a la navegación nos parecía, 
es ya corto distrito 
para las diligencias de la gula, 
pues de esotros sentidos acumula 
el vasallaje, y ella se levanta 
con cuanto patrimonio 
tienen, y los confunde en la garganta. 
Y antes que las desórdenes del vientre 
satisfagan sus ímpetus violentos, 
yermos han de quedar los elementos, 
para que el orbe en sus angustias entre. 
Tú, Clito, entretenida, mas no llena, 
honesta vida gastarás contigo; 
que no teme la invidia por testigo, 
con pobreza decente, fácil cena. 
Más flaco estará, ¡oh Clito!, 
pero estará más sano, 
el cuerpo desmayado que el ahíto; 
y en la escuela divina, 
el ayuno se llama medicina, 
y esotro, enfermedad, culpa y delito. 
El hombre, de las piedras descendiente 
(¡dura generación, duro linaje!), 
osó vestir las plumas; 
osó tratar, ardiente, 
las líquidas veredas; hizo ultraje 
al gobierno de Eolo; 
desvaneció su presunción Apolo, 
y en teatro de espumas, 
su vuelo desatado, 
yace el nombre y el cuerpo justiciado, 
y navegan sus plumas. 
Tal has de padecer, Clito, si subes 
a competir lugares con las nubes. 
De metal fue el primero 
que al mar hizo guadaña de la muerte: 
con tres cercos de acero 
el corazón humano desmentía. 
Éste, con velas cóncavas, con remos, 
(¡oh muerte!, ¡oh mercancía!), 
unió climas extremos; 
y rotos de la tierra 
los sagrados confines, 
nos enseñó, con máquinas tan fieras, 
a juntar las riberas; 
y de un leño, que el céfiro se sorbe, 
fabricó pasadizo a todo el orbe, 
adiestrando el error de su camino 
en las señas que hace, enamorada, 
la piedra imán al Norte, 
de quien, amante, quiere ser consorte, 
sin advertir que, cuando ve la estrella, 
desvarían los éxtasis en ella. 
Clito, desde la orilla 
navega con la vista el Oceano: 
óyele ronco, atiéndele tirano, 
y no dejes la choza por la quilla; 
pues son las almas que respira Tracia 
y las iras del Noto, 
muerte en el Ponto, música en el soto. 
Profanó la razón, y disfamóla, 
mecánica codicia diligente, 
pues al robo de Oriente destinada, 
y al despojo precioso de Occidente, 
la vela desatada, 
el remo sacudido, 
de más riesgos que ondas impelido, 
de Aquilón enojado, 
siempre de invierno y noche acompañado, 
del mar impetüoso 
(que tal vez justifica el codicioso) 
padeció la violencia, 
lamentó la inclemencia, 
y por fuerza piadoso, 
a cuantos votos dedicaba a gritos, 
previno en la bonanza 
otros tantos delitos, 
con la esperanza contra la esperanza. 
Éste, al sol y a la luna, 
que imperio dan, y templo, a la Fortuna, 
examinando rumbos y concetos, 
por saber los secretos 
de la primera madre 
que nos sustenta y cría, 
de ella hizo miserable anatomía. 
Despedazóla el pecho, 
rompióle las entrañas, 
desangróle las venas 
que de estimado horror estaban llenas; 
los claustros de la muerte, 
duro, solicitó con hierro fuerte. 
¿Y espantará que tiemble algunas veces, 
siendo madre y robada 
del parto, a cuanto vive, preferido? 
No des la culpa al viento detenido, 
ni al mar por proceloso: 
de ti tiembla tu madre, codicioso. 
Juntas grande tesoro, 
y en Potosí y en Lima 
ganas jornal al cerro y a la sima. 
Sacas al sueño, a la quietud, desvelo; 
a la maldad, consuelo; 
disculpa, a la traición; premio, a la culpa; 
facilidad, al odio y la venganza, 
y, en pálido color, verde esperanza, 
y, debajo de llave, 
pretendes, acuñados, 
cerrar los dioses y guardar los hados, 
siendo el oro tirano de buen nombre, 
que siempre llega con la muerte al hombre; 
mas nunca, si se advierte, 
se llega con el hombre hasta la muerte. 
Sembraste, ¡oh tú, opulento!, por los vasos, 
con desvelos de la arte, 
desprecios del metal rico, no escasos; 
y en discordes balanzas, 
la materia vencida, 
vanamente podrás después preciarte 
que induciste en la sed dos destemplanzas, 
donde tercera, aún hoy, delicia alcanzas. 
Y a la Naturaleza, pervertida 
con las del tiempo intrépidas mudanzas, 
transfiriendo al licor en el estío 
prisión de invierno frío, 
al brindis luego el apetito necio 
del murrino y cristal creció ansí el precio: 
que fue pompa y grandeza 
disipar los tesoros 
por cosa, ¡oh vicio ciego!, 
que pudiese perderse toda, y luego. 
Tú, Clito, en bien compuesta 
pobreza, en paz honesta, 
cuanto menos tuvieres, 
desarmarás la mano a los placeres, 
la malicia a la invidia, 
a la vida el cuidado, 
a la hermosura lazos, 
a la muerte embarazos, 
y en los trances postreros, 
solicitud de amigos y herederos. 
Deja en vida los bienes, 
que te tienen, y juzgas que los tienes. 
Y las últimas horas 
serán en ti forzosas, no molestas, 
y al dar la cuenta excusarás respuestas. 
Fabrica el ambicioso 
ya edificio, olvidado 
del poder de los días; 
y el palacio, crecido, 
no quiere darse, no, por entendido 
del paso de la edad sorda y ligera, 
que, fugitiva, calla, 
y en silencio mordaz, mal advertido, 
digiere la muralla, 
los alcázares lima, 
y la vida del mundo, poco a poco, 
o la enferma o lastima. 
Los montes invencibles, 
que la Naturaleza 
eminentes crió para sí sola 
(paréntesis de reinos y de imperios), 
al hombre inaccesibles, 
embarazando el suelo 
con el horror de puntas desiguales, 
que se oponen, erizo bronco, al cielo, 
después que les sacó de sus entrañas 
la avaricia, mostrándola a la tierra, 
mentida en el color de los metales, 
cruda y preciosa guerra, 
osó la vanidad cortar sus cimas 
y, desde las cervices, 
hender a los peñascos las raíces; 
y erudito ya el hierro, 
porque el hombre acompañe 
con magnífico adorno sus insultos, 
los duros cerros adelgaza en bultos; 
y viven los collados 
en atrios y en alcázares cerrados, 
que apenas los cubría 
el campo eterno que camina el día. 
Desarmaron la orilla, 
desabrigaron valles y llanuras 
y borraron del mar las señas duras; 
y los que en pie estuvieron, 
y eminentes rompieron 
la fuerza de los golfos insolentes, 
y fueron objeción, yertos y fríos, 
de los atrevimientos de los ríos, 
agora navegados, 
escollos y collados, 
los vemos en los pórticos sombríos, 
mintiendo fuerzas y doblando pechos, 
aun promontorios sustentar los techos. 
Y el rústico linaje, 
que fue de piedra dura, 
vuelve otra vez viviente en escultura. 
Tú, Clito, pues le debes 
a la tierra ese vaso de tu vida, 
en tan poca ceniza detenida, 
y en cárceles tan frágiles y breves 
hospedas alma eterna, 
no presumas, ¡oh Clito!, oh, no presumas 
que la del alma casa, tan moderna 
y de tierra caduca, 
viva mayor posada que ella vive, 
pues que en horror la hospeda y la recibe. 
No sirve lo que sobra, 
y es grande acusación la grande obra; 
sepultura imagina el aposento, 
y el alto alcázar vano monumento. 
Hoy al mundo fatiga, 
hambrienta y con ojos desvelados, 
la enfermedad antiga 
que a todos los pecados 
adelantó en el cielo su malicia, 
en la parte mejor de su milicia. 
Envidia, sin color y sin consuelo, 
mancha primera que borró la vida 
a la inocencia humana, 
de la quietud y la verdad tirana; 
furor envejecido, 
del bien ajeno, por su mal, nacido; 
veneno de los siglos, si se advierte, 
y miserable causa de la muerte. 
Este furor eterno, 
con afrenta del sol, pobló el infierno, 
y debe a sus intentos ciegos, vanos, 
la desesperación sus ciudadanos. 
Ésta previno, avara, 
al hombre las espinas en la tierra, 
y el pan, que le mantiene en esta guerra, 
con sudor de sus manos y su cara. 
Fue motín porfiado 
en la progenie de Abraham eterna, 
contra el padre del pueblo endurecido, 
que dio por ellos el postrer gemido. 
La invidia no combate 
los muros de la tierra y mortal vida, 
si bien la salud propria combatida 
deja también; sólo pretende palma 
de batir los alcázares de l'alma; 
y antes que las entrañas 
sientan su artillería, 
aprisiona el discurso, si porfía. 
Las distantes llanuras de la tierra 
a dos hermanos fueron 
angosto espacio para mucha guerra. 
Y al que Naturaleza 
hizo primero, pretendió por dolo 
que la invidia mortal le hiciese solo. 
Tú, Clito, doctrinado 
del escarmiento amigo, 
obediente a los doctos desengaños, 
contarás tantas vidas como años; 
y acertará mejor tu fantasía 
si conoces que naces cada día. 
Invidia los trabajos, no la gloria; 
que ellos corrigen, y ella desvanece, 
y no serás horror para la Historia, 
que con sucesos de los reyes crece. 
De los ajenos bienes 
ten piedad, y temor de los que tienes; 
goza la buena dicha con sospecha, 
trata desconfiado la ventura, 
y póstrate en la altura. 
Y a las calamidades 
invidia la humildad y las verdades, 
y advierte que tal vez se justifica 
la invidia en los mortales, 
y sabe hacer un bien en tantos males: 
culpa y castigo que tras sí se viene, 
pues que consume al proprio que la tiene. 

La grandeza invidiada, 
la riqueza molesta y espiada, 
el polvo cortesano, 
el poder soberano, 
asistido de penas y de enojos, 
siempre tienen quejosos a los ojos, 
amedrentado el sueño, 
la consciencia con ceño, 
la verdad acusada, 
la mentira asistente, 
miedo en la soledad, miedo en la gente, 
la vida peligrosa, 
la muerte apresurada y belicosa. 
¡Cuán raros han bajado los tiranos, 
delgadas sombras, a los reinos vanos 
del silencio severo, 
con muerte seca y con el cuerpo entero! 
Y vio el yerno de Ceres 
pocas veces llegar, hartos de vida, 
los reyes sin veneno o sin herida. 
Sábenlo bien aquellos 
que de joyas y oro 
ciñen medroso cerco a los cabellos. 
Su dolencia mortal es su tesoro; 
su pompa y su cuidado, sus legiones. 
Y el que en la variedad de las naciones 
se agrada más, y crece 
los ambiciosos títulos profanos, 
es, cuanto más se precia de monarca, 
más ilustre desprecio de la Parca. 
El africano duro 
que en los Alpes vencer pudo el invierno, 
y a la Naturaleza 
de su alcázar mayor la fortaleza; 
de quien, por darle paso al señorío, 
la mitad de la vista cobró el frío, 
en Canas, el furor de sus soldados, 
con la sangre de venas consulares, 
calentó los sembrados, 
fue susto del imperio, 
hízole ver la cara al captiverio, 
dio noticia del miedo su osadía 
a tanta presunción de monarquía. 
Y peregrino, desterrado y preso 
poco después por desdeñoso hado, 
militó contra sí desesperado. 
Y vengador de muertes y vitorias, 
y no invidioso menos de sus glorias, 
un anillo piadoso, 
sin golpe ni herida, 
más temor quitó en Roma que en él vida. 
Y ya, en urna ignorada, 
tan grande capitán y tanto miedo 
peso serán apenas para un dedo. 
Mario nos enseñó que los trofeos 
llevan a las prisiones, 
y que el triunfo que ordena la Fortuna, 
tiene en Minturnas cerca la laguna. 
Y si te acercas más a nuestros días, 
¡oh Clito!, en las historias 
verás, donde con sangre las memorias 
no estuvieren borradas, 
que de horrores manchadas 
vidas tantas están esclarecidas, 
que leerás más escándalos que vidas. 
Id, pues, grandes señores, 
a ser rumor del mundo; 
y comprando la guerra, 
fatigad la paciencia de la tierra, 
provocad la impaciencia de los mares 
con desatinos nuevos, 
sólo por emular locos mancebos; 
y a costa de prolija desventura, 
será la aclamación de su locura. 
Clito, quien no pretende levantarse 
puede arrastrar, mas no precipitarse. 
El bajel que navega 
orilla, ni peligra ni se anega. 
Cuando Jove se enoja soberano, 
más cerca tiene el monte que no el llano, 
y la encina en la cumbre 
teme lo que desprecia la legumbre. 
Lección te son las hojas, 
y maestros las peñas. 
Avergüénzate, ¡oh Clito!, 
con alma racional y entendimiento, 
que te pueda en España 
llamar rudo discípulo una caña; 
pues si no te moderas, 
será de tus costumbres, a su modo, 
verde reprehensión el campo todo.
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A la violenta e injusta prosperidad

Ya llena de sí solo la litera 
Matón, que apenas anteyer hacía 
(flaco y magro malsín) sombra, y cabía, 
sobrando sitio, en una ratonera. 
Hoy, mal introducida con la esfera 
su casa, al sol los pasos le desvía, 
y es tropezón de estrellas; y algún día, 
si fuera más capaz, pocilga fuera. 
Cuando a todos pidió, le conocimos; 
no nos conoce cuando a todos toma; 
y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos. 
Sóbrale tanto cuanto falta a Roma; 
y no nos puede ver, porque le vimos: 
lo que fue esconde; lo que usurpa asoma.