Todos durante el transcurso de la vida hemos de pasar a través de profundos valles de tinieblas en los que la luz de la razón se ve oscurecida y encenagada. ¿Cómo orar en estos tiempos en los que la cabeza da vueltas sin cesar obsesionada con las dificultades?. ¿Cómo hacerlo en cualquier ocasión?.
Desde los primeros siglos del cristianismo se ha buscado el sentido de la oración y con el ejemplo de Jesús, especialmente expresado en el evangelio de Lucas, se ha tratado de encontrar la forma de oración adecuada para vivir conscientes en la presencia permanente de Dios.
«Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). El camino para conocer a alguien es el trato continuo, conversar con él, siendo en este caso la oración la actividad conveniente. Al mismo tiempo conocer a Dios es conocernos a nosotros mismos, pues Dios que mora en nuestra intimidad es “más yo que yo mismo”.
«Pues viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12).
Según Evagrio el ideal del contemplativo es, mediante la purificación, desprenderse de las múltiples formas donde se encuentran las raíces del apego y, por tanto, del pecado, y entrar en un estado angélico de unión con Dios sin imágenes.
«Cuando tu espíritu se distancia, por así decirlo, poco a poco de la carne, debido a tu ardiente anhelo de Dios, y se aleja de todo pensamiento que derive de la sensibilidad o la memoria o el temperamento, y está lleno de reverencia y gozo al mismo tiempo, entonces puedes estar seguro de que estás acercándote a ese territorio cuyo nombre es “oración”».
Los padres del desierto se esforzaban por alcanzar un estado de integración de todas las relaciones de su cuerpo, alma y espíritu que llamaban hesychía, palabra griega que significa descanso o tranquilidad. La corriente hacia este estado se llamó hesicasmo.
Clímaco define así la hesychía: «La hesychía es adoración continua del Dios omnipresente. Que el recuerdo de Jesús se una a tu respiración, y entonces conocerás los beneficios de la hesychía… la desgracia del hesicasta es la interrupción de la oración».
Generaciones de hesicastas, al leer los textos de Clímaco, utilizarían el nombre de Jesús para combatir los ataques de los demonios e invocar la misericordia del Señor. Piloteo del Sinaí, discípulo de Clímaco, acercó un paso más el hesicasmo bizantino a una repetición constante del nombre de Jesús:
«El dulce recuerdo de Dios, es decir, Jesús, emparejado con el justo castigo sincero y la contrición beneficiosa, puede aniquilar siempre toda la fascinación de los pensamientos, la variedad de las sugestiones… que tratan peligrosamente de devorar nuestra alma. Cuando Jesús es invocado, lo abrasa fácilmente todo ello. Porque en ningún otro lugar podemos encontrar salvación, excepto en Jesucristo… Y así cada hora y cada momento guardemos celosamente nuestro corazón de pensamientos que oscurezcan el espejo del alma, que debe contener, dibujada e impresa en ella, únicamente la radiante imagen de Jesucristo, que es sabiduría y poder de Dios Padre».
Merced a la influencia de hombres como Diodoco, Juan Clímaco, Piloteo y Hesiquio del Monte Sinaí, la gran libertad de que gozaban los hesicastas al recitar una jaculatoria como técnica para centrarse en la presencia de Jesucristo comenzó a restringirse a una fórmula fija: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador», como se ve claramente en el siguiente texto:
«Os imploro, hermanos, que no abandonéis ni descuidéis nunca la regla de oración… Ya coma, ya beba, en su casa o de viaje, o sea cual sea lo que haga, el monje debe decir constantemente: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí. Recordar el nombre de nuestro Señor Jesucristo debe incitarle a luchar contra el enemigo. A través de este recuerdo, el alma que se fuerza a esta práctica puede descubrir todo cuanto hay en el interior, tanto bueno como malo… El nombre de nuestro Señor Jesucristo, al descender a las profundidades del corazón, doblegará a la serpiente, que tanto poder tiene en las praderas del corazón, y salvará nuestra alma, llevándola a la vida. Así, permaneced constantemente con el nombre de nuestro Señor Jesucristo, para que el corazón incorpore al Señor, y el Señor al corazón, y ambos se hagan uno. Pero esto no se logra en uno o dos días; requiere muchos años y enorme constancia. Porque es precisa una larga y prolongada labor para expulsar al enemigo con el fin de que Cristo more en nosotros».
El peregrino ruso es un delicioso relato de un campesino ruso que recorre Rusia a pie, especialmente Siberia, mientras reza la Oración de Jesús. Se trata de una espiritualidad al alcance de las personas comunes y corrientes que se someten a disciplina para entrar en su «corazón» y experimentar en él la luz interior del Jesús que mora en él. El peregrino dice:
«Y eso puede hacerlo cualquiera. No cuesta nada más que el esfuerzo de sumirse en silencio en las profundidades del propio corazón e invocar más y más el radiante Nombre de Jesús. Todo el que lo hace siente de inmediato la luz interior, todo le resulta comprensible; incluso, a esa luz, percibe alguno de los misterios del Reino de Dios. ¡Y qué profundidad y luz hay en el misterio de un hombre que llega a saber que tiene el poder de sumirse en las profundidades de su propio ser para verse desde su interior, deleitarse en su autoconocimiento, apiadarse de sí mismo y llorar de alegría por su caída y su mala voluntad…!»
El hesicasmo ha llegado a Occidente principalmente a través del uso popular de la Oración de Jesús. Esta oración es breve, y las instrucciones que se dan en la Filocalia o en El peregrino ruso muestran lo fácil que es sincronizar la oración, hecha de la trascendencia de nuestro Señor Jesucristo y la pecaminosidad del hombre, con la respiración. Si alguien trata de seguir en detalle las instrucciones de la Filocalia, encontrará técnicas para contribuir a su concentración mental, como la inmovilidad física, el control o la suspensión de la respiración y la fijación de los ojos en la zona del corazón físico, el estómago o el ombligo, en orden a «llevar la mente al corazón», frase común en los textos de los padres hesicastas. Los gozos de este misticismo se describen como sensación de calidez interior y percepción física de la luz interior, llamada «luz tabórica».
Parte del ascetismo conceptuado como necesario para llevar al cristiano a la escucha y la entrega total de su ser a la Trinidad que moraba en él, era la disciplina de centrarse en la repetición de la Oración de Jesús sincronizando su recitación mental con la respiración.
Sincronizar la oración con la respiración no es difícil si estamos en reposo y fijamos la atención pero en caso de ir andando también podemos orar armonizando nuestros pasos con la repetición de una jaculatoria. Cada paso dado se acompaña de una sílaba eligiendo aquella jaculatoria que mejor se acomode a nuestro estado. Podemos elegir alguna de éstas o repentizar frases del evangelio, deseos, esperanzas, etc. Con el tiempo, andar llama a la oración:
- Jesús, hijo de David, tened compasión de mí.
- Santísimo Sacramento, Tú sabes lo que quiero y lo que necesito.
- Jesús, aparta de mí lo que me separa de Ti.
- Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío.
- Virgen sagrada María, tened el corazón y el alma mía.
- Santificado sea tu nombre.
- Hágase tu voluntad.
- Creo Señor, pero aumenta mi fe.
- El Señor es mi pastor, nada me falta.
- Mi alma está sedienta de Ti.
- Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.
- Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbrame de todo mal.
- Virgen María interceded por mí pecador.
- Jesús, José y María tened el corazón y el alma mía.
Lo tratan varios autores:
Anthony de Mello: Shadana
Anselm Grün,
George Maloney: Un camino de oración.