Jorge Guillén Álvarez. (Valladolid, 18 de enero de 1893 – Málaga, 6 de febrero de 1984). Poeta español, perteneciente a la Generación del 27. Estudia Filosofía y Letras en Madrid y en Granada, graduándose en 1913. En 1924 se doctora y visita Alemania después de haber sido lector de español en la Sorbona (1917-1923), actividad que repite años después en Oxford. En 1925 obtiene la cátedra de Literatura española en la Universidad de Murcia, pasando a la de Sevilla tres años después. Ocupa este último puesto hasta que, acabada la guerra civil, se exilia a los Estados Unidos, donde imparte Literatura y Letras, hasta el final de su carrera.
Realiza colaboraciones en las revistas intelectuales españolas más importantes (España, La Pluma, Índice, Revista de Occidente) y posteriormente en las hispanoamericanas. Entre otras actividades, traduce a Paul Valéry (Cementerio marino) y a Jules Supervielle.
Su poesía se edita en la Revista de Occidente desde 1919 hasta 1928; en este último año aparece con el título de Cántico, considerado a menudo como el libro cumbre de su generación. En una segunda etapa, en la que se reflejan diversos conflictos políticos, publica las tres partes de Clamor, tituladas Maremagnum (1957), Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963). Son temas recurrentes en su obra la nostalgia del pasado, el paso del tiempo y la reflexión sobre la vejez. Más adelante, conHomenaje (1967), retorna al enfoque de su primera etapa. Sus últimas obras son Y otros poemas (1973) y Final (1982).
En 1976 recibe el máximo galardón de las letras hispánicas, el Premio Miguel de Cervantes. (Biografía tomada del Instituto Cervantes).
Desnudo
Blancos, rosas... Azules casi en veta,
dos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto presente!
El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.
Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.
Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.
Las doce en el reloj
Dije: ¡Todo ya pleno!
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía,
un pájaro sumió
su cantar en el viento
con tal adoración
que se sintió cantada
bajo el viento la flor
crecida entre las mieses,
más altas. Era yo,
centro en aquel instante
de tanto alrededor,
quien lo veía todo
completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!
*******
Mis manos y mis labios y mis ojos
rehacen
con creciente embeleso
próximo al éxtasis,
activo sin embargo,
un incesante viaje
de reconocimiento que a la vez descubre
tanta comarca donde nunca es tarde:
Aurora permanente
sobre cimas y valles.
Entre las combas y las sombras
de tu hermosura no me pierdo,
y tu nombre claro proyecta
luz muy personal sobre tu cuerpo,
que está en mi amor y fuera de
su mágico radio secreto.
Y a esa tu vida, más allá,
bajo sol y luna me entrego,
toda tú estás conmigo,
nuestro doble futuro yo lo quiero.
Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja
de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,
viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde
-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.
Perfección
Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.
Muerte de unos zapatos
¡Se me mueren! Han vivido
con fidelidad: cristianos
servidores que se honran
y disfrutan ayudando,
complaciendo a su señor,
un caminante cansado,
a punto de preferir
la quietud de pies y ánimo.
Saben estas suelas. Saben
de andaduras palmo a palmo,
de intemperies descarriadas
entre barros y guijarros...
Languidece en este cuero
triste su matiz, antaño
con sencillez el primor
de algún día engalanado
Todo me anuncia una ruina
que se me escapa. Quebranto
mortal corroe el decoro.
Huyen. ¡Espectros-zapatos!
Bajo lluvia de fuego
Jamás cesó ni ha de cesar la lluvia
que es fuego material para martirio
del alma y de la carne rediviva.
Los pies del condenado nunca cesan
de avanzar por su circulo arenoso
con movimiento que ha de ser eterno,
eterno en sucesiones temporales
de persistencia siempre tan monótona
como si fuese un tedio aún terrestre.
Los condenados, mientras, descomponen
su eternidad en ademanes, gritos.
Tal pormenor alivia el inflexible
retorno: seca noria que no mueve
ya nada, nada, nada, nada, nada.
¿Lograrán conocerse aquellos hombres,
diferenciarse con fisonomías?
¿Sabrán que aquel antiguo, tan ilustre,
es Brunetto Latini? Cae la lluvia,
quema, se queman cuerpos y memorias,
que resisten, persisten.
Un reciente
fogueado -reciente en aquel tiempo
sin fechas, sin mudanzas, sin historia-
trae su novedad al territorio
del ardor. Le pregunta el compañero
que con él va avanzando. Sin pararse
responde, se descarga. -Me es difícil
hablar así. Me figuré en la Tierra
que la vida era sólo mero objeto
de mi desdén, muy superior al mundo.
Yo me creía preferible a todo,
a todos, menos... Tú ya me comprendes.
Somos iguales en instinto y gusto
los acampados, ay, sobre esta arena.
¿Dónde están Coridón, Alexis, tantos
perfiles juveniles de hermosura?
Pequé. Pecamos. Yo no me arrepiento.
(Y la lluvia arreciaba, sofocaba,
y dolían quemándose los brazos,
el rostro. Continuó.) Tal vez ahora
principio a ver con claridad mis límites,
y no de mi conducta, placentera,
sí de mis opiniones, falsas.
-¿Falsas?
(El otro interrumpió, casi irritado.)
-¿Qué supimos nosotros de la vida,
de su impulso esencial, de su profunda
fluencia ? Ignoramos el gran acto
creador, que a sí mismo se trasciende.
Nada supimos de la criatura:
como la realidad más invasora
se impone a los viriles más viriles.
Creímos que esos vínculos de sangre
no eran sino ridículas y débiles
flaquezas de burgués. También el toro,
no has olvidado su esplendor, se afirma:
móvil paterno. -¿Todos (dijo el otro)
habíamos de ser fecundos? Para
ciertos hombres es senda inconcebible.
-No entendimos el río bajo el sol,
y quedamos al margen, en la sombra
más exquisita, como estetas -dicen-
adictos a la imagen más que al bulto
real, por eso descalificado.
-¿Fuiste sin duda artista?
-Melancólico,
perdido en los paseos laterales
de mi jardín, y siempre disconforme
con orgullo que ahora se revela,
a esta distancia, vano. Siempre somos,
y con todo candor, adolescentes,
Onán multiplicado por Narciso.
!Si se pudiese ahondar esa tercera
dimensión del espejo: yo más yo!
El otro, juvenil, es uno mismo.
-¿Y te quejas? -De nada me arrepiento.
El placer y el dolor nos conducían
a la muerte. -Nos deleitó ese curso
de efusiones : una cruel delicia
con alusión a sangre derramada.
-San Sebastián, el bello adolescente
bajo flechas. -Por eso (dijo el otro)
se goza aquí también entre las llamas.
Los compañeros sufren: espectáculo
para auditorio cómplice en tortura.
-No miro a los demás. Es una pena
que no concluye nunca. No la entiendo.
-Ni tú ni nadie. Nuestra eternidad
de aflicción es congoja de la mente,
ay, quizá la mayor sobre esta arena.
Y callaron los dos. Los condenados
seguían presurosos y sin fines
bajo flechas : las flechas de una lluvia
que jamás cesaría. ¿Fuego absurdo?
Iban los pecadores avanzando
con desesperación ante el enigma.
-¿Y para qué, para qué, para qué?
Del transcurso
Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
Y se me ahonda tanta perspectiva
Que del confín apenas sigue viva
La vaga imagen sobre mis espejos.
Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
En torno de unas torres, y allá arriba
Persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.
Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.
Ante los ojos, mientras, el futuro
Se me adelgaza delicadamente,
Más difícil, más frágil, más escaso.
*******
La caricia adormece,
y a una región conduce
más cercana a la tierra,
a su silencio y sueño,
bien tendidos, dichosos.
Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,
inmóvil, invisible, descuidado,
y mientras me abandono a su nostalgia,
la oscuridad absorbe en su sosiego
de gran remanso nuestro amor flotante.
El pan nuestro
Hacia un posible mas allá del caos
van los días del hombre valeroso,
y emergiendo de brumas y de vahos
sueñan, inventan en tensión de coso.
El tiempo se enriquece, se desgasta,
y entre azar y desorden indomable
la mejor invención será nefasta,
y el loco será entonces quien mas hable.
Mientras, la realidad sin voz desea
ser en concierto perspectiva humana.
Si se logra ese quid, hasta la fea
visión da aire de triunfo a la mañana.
Aquí mismo, aquí mismo está el objeto
de la aventura extraordinaria. Salgo
de mí, conozco por amor, completo
mi pasaje mortal. Vivir ya es algo.
Una fuente incesante de energía
fundamenta el suceso: cada hora.
Prodigio es este pan de cada día.
Luz humana a mis ojos enamora.
Muerte a lo lejos
Alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza
La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol?. No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya lo descorteza.
... Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente
poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.
SOL EN LA BODA
I
Lo quieren
todos: ellos y el amor,
La fronda
con sus nidos en la fiesta,
La calle con
su cielo aclarador.
¡Hay tanta
realidad tan manifiesta!
Triunfa un
querer ya general, difuso,
Que reúne
las formas en concierto
De señorío
superior al uso.
Nivel de
más belleza es menos cierto?
Flor y flor.
La fragancia se derrama
Como ternura
y como cortesía.
El aire
mismo en torno de la dama
Ronda
también. ¡Humano, la amaría’
Si una
insinuada pompa muy ligera
Va ordenando
el rumor y la figura,
Más resiste
y se aviva hasta en la cera
La ilusión:
derritiéndose madura.
Vacila
contra ei énfasis el paso
Reverente y
jovial. Halaga un brillo
Por juego de
la luz, de joya acaso,
O de tanto
decoro que es sencillo.
Expectación.
Sutil, una esperanza
Vivifica
este empaque de riqueza.
Con placer
de testigo se abalanza
La realidad
al porvenir que empieza.
El cortejo
desfila hacia lo ignoto.
A través de
un color irrumpe un rayo
De vidriera
en que apunta y late el voto,
Visible así,
de un permanente Mayo
Todas las
actitudes —y su mucha
Libertad—
participan de un estilo.
Palpitación
de ceremonia en lucha
Con el afán
que la mantiene en vilo.
Se templa,
se depura la algazara
Contenida.
¡Gran bulto de suceso
Que el más
remoto espíritu prepara!
Lo tan
privado esplende así confeso.
Es dulce
compartir el sol más claro,
Un ímpetu
llevar a forma plena,
Y
concentrarse más bajo el amparo
De la
palabra que ante todos suena.
II
¿La
eternidad sin nombre es quien perdura
Por entre
novedades de perfiles?
Nuevamente
aquí están con su aventura
Los dos
eternos siempre juveniles.
Irable azar
se determina
De suerte en
suertes hacia su destino
—Y su final
profundidad marina.
¿Hubo caos?
Feliz. A un dios convino.
Hondos de
claridades en secreto,
Van con su
fe común los dos creyentes
Un mundo se
esclarece y tan discreto
Que gira
entre los orbes coherentes.
Astro en
confín. Es él quien se proclama
Definido
entre límites de coro.
Suprema, con
más luz, aquella rama
Goza también
del término sonoro.
¡Oh claro
amor! En ademán, en porte,
En gesto se
condensa el claro ambiente,
Muy sensible
a las ondas de su norte:
Un amor que
tan público se siente.
Valerosos,
enérgicos, tranquilos,
Camina sin
dudar hacia un futuro
Que
tramándose está con estos hilos
De un
presente en fervor de claroscuro.
Y los dos,
sus poderes y sentidos
Prometiéndose,
graves, muy correctos
Sobre el
globo de tierra, sonreídos
Se
adelantan. Son ellos los electos.
Son ellos.
¿Quiénes? Suavemente un dios
Se los
reserva con prerrogativa
Que, mágica,
trasforma ya a los dos
En otro ser:
al persistir se esquiva.
El amor
revelado se recata,
Incógnito,
recóndito, remoto,
Y bajo la
impaciencia más sensata
Los deseos
mantienen su alboroto.
Majestuosa
en transición risueña,
Hacia un
astro y su círculo de sones
La música
dirige, siempre dueña
Del gravitar
de las constelaciones.
Su plenitud
consuman los compases
En una
sucesión nupcial que enlaza
Los destinos
de quienes, voz sin frases,
Niegan el
caos, vencen su amenaza.
No ignoran
que se encumbran hasta el riesgo
Superior, a
escondidas permanente.
Oh realidad:
serás según el sesgo
Que por su
contrapunto amor se invente.
Advirtiendo
el peligro cara a cara,
Iluminados a
la vez, pareja
Que a su
deidad posible se entregara,
Los dos la
ven en su interior refleja.
Instantes
hay en que el amor se da
Por
soberano, pero no es altivo
Ni reina
lejos. Tanto Más Allá
Sólo en el
alma ahincando está su estribo.
Instantes,
horas, días en que el hombre
Se embriaga
de ser. ¡ Ah, ser en pleno
Con tal
actualidad que el ser asombre!
Lúcida
embriaguez sin mal ni freno.
Tanta
existencia es fe: serán. Felices
Serán de
ser: se aman. ¡Oh delicia
Desde la
voluntad a las raíces
Últimas! El
sol las acaricia.
Se hundirá
el porvenir en esa pulpa
Deleitosa y
doliente de los años.
¿Dolor?
También. ¿Fatal? Ni se disculpa.
Todo, todos,
¡ qué dentro! No hay extraños.
Pálido de
esperar a ser de veras,
Amor
precipitado al más preciso
País real,
presente y sin afueras.
Interior,
necesariamente prieto,
Queda todo
en el ámbito creado
Por los dos,
implacables. Zumba el reto
Público.
¿Quién, hostil? Sumiso el hado.
¿Sumiso? No
se engañan. Saben todo
Lo muy
terrestre que será su ruta,
Rica de
recta simple y de recodo
Quizá a
merced de una intemperie bruta.
Acendrándose
en vida cotidiana,
Entre
reflejos ávidos de tierra,
—Luz que de
sombras fluctuantes mana
£1 amor
inmortal en sí se encierra.
Y libres,
como a solas, insensatos,
Con humildad
videntes pero tercos,
Audaces a
favor de sus recatos,
Los dos
erigen —¡sí!— sus propios cercos.
III
Sobre el
nogal de un banco se recrea
Como una
madurez el tiempo hermoso.
Tiempo ¿de
dónde? Ni ciudad ni aldea.
Por sí mismo
él espacio en su reposo.
Aquí. Ya
aguarda aquella alfombra
Que
aconseja, conduce, solemniza.
Si en su
esplendor la juventud asombra,
¿Qué importará
a su fuego la ceniza?.
Habite en
alma y cuerpo la ventura
Que
esparciéndose está por el ambiente.
No dos
destinos, uno. ¿Quién no augura
Profundidad
de júbilo valiente?
Jugadores,
arriesgan: van gozosos.
¡Cuánto
supuesto en su silencio denso!
¡Tan
callados, tan cómplices, qué esposos!
Ceremonia.
Posible hasta el incienso.
La música
despliega en claridades
Las
ilusiones del sonido mismo.
Pendientes
de los cielos hay ciudades
Vencedoras.
Resaltan con su abismo.
La vida ha
edificado su pareja:
Fuerte,
dichosa, joven, atrevida.
I Cuántos,
los dones! Y ninguno deja
De cantar, a
compás del coro, vida.
Vida normal
con lentitud de mucha
Pasión bien
soterrada en ejercicio
De costumbre
y su diálogo y su lucha.
Vida por fe,
fulgor de todo juicio.
¡Oh fiesta,
sonreír privilegiado!
Culmina el universo
en ese talle,
En esa tez.
Mas sobre losa y prado
Tiende el
rumor al ruido de la calle.
Mezclándose
al murmullo del gentío,
Por entre
los castaños de la acera
Se acrece
una ansiedad que pide estío
Pródigo,
colmador de cada espera.
Y los ojos
persiguen k triunfante
Vida en su
desnudez, en su esperanza.
La sombra es
de la fiesta y va delante
Del gran
amor que hacia más sol avanza.
LAS ALAMEDAS
¡Quién mereciera lo umbrío
O lo sonoro
si llueve,
Con lo agudo
del relieve
Que traza
ese poderío
-Tan feliz
que exige un río
Por allí— de
los follajes
Arqueados en
pasajes
Tendidos al
regodeo
De quien
apura el paseo
Profundizando
paisajes!
LO INMENSO
DEL MAR
Mar en
cartel. Ah, no hay bruma.
Total azul.
Sobrehumano,
Levanta en
vilo al verano
Sin celaje,
sin espuma.
Tanta
unidad, si me abruma,
—Monótona,
lenta, plana
íQué bien me
rinde y me allana
—Dúctil,
manejable, mía—
Lo inmenso
del mar, en vía
De forma por
fin humana!
AMANECE,
AMANEZCO
Es la luz,
aquí está: me arrulla un ruido.
Y me figuro
el todavía pardo
Florecer del
blancor. Un fondo aguardo
Con tanta
realidad como le pido.
Luz, luz. El
resplandor es un latido.
Y se me
desvanece con el tardo
Resto de
oscuridad mi angustia: fardo
Nocturno
entre sus sombras bien hundido.
Aun sin el
sol que desde aquí presiento,
La almohada –
tan tierna bajo el alba
No vista—
con la calle colabora.
Heme ya
libre de ensimismamiento.
Mundo en
resurrección es quien me salva.
Todo lo
inventa el rayo de la aurora.
CAMINANTE DE
PUERTO,
NOCHE SIN
LUNA
Para Juan y
para Andrés
Suenan
pasos. Uno a uno
Firmes, y
son ya las doce,
Por un
camino de puerto
Suenan los
pasos de un hombre.
Sin cesar
van conquistando
La firmeza
que se esconde
Bajo el
curso de las sombras:
Ruta para
quien se opone
—Con todo el
tesón que exige
Tal compás,
y con un porte
De seguro
varonil
Y
probablemente joven—
A la
incógnita apariencia
Nocturna
extendida sobre
La
profundidad del mundo.
¿Mundo
hostil?
No hay ya ni nombres
Que a los
objetos latentes
En su
armonía coloquen.
Pero lo
oscuro revela,
Sumiso a los
pies, un orden
que en
sonora sucesión
Declara su
base inmóvil.
¡Cuántos
pájaros ya quietos
A las
tinieblas imponen
Soledad! Al
caminante
No acompañan
ni los robles,
Que
acumulando foscura
Reducen su
fronda a moles.
Hacinamientos
de peñas,
En el
tumulto mayores,
Quieren
conseguir empuje
Que a la
soledad conforte,
Recelosa.
Por fortuna,
Entre los
vagos temores
Arrecia un
rumor. El río.
Con raudal
ie arroyo corre
Todavía por
pendientes,
Que a las
aguas más veloces
Coronarán
con espumas
Dichosas de
choque en choque.
Oscuridad es
murmullo.
Hay
recónditos cantores
Que a favor
de aquel desvelo
Llegan a
cantar. Son voces
O casi voces
allí
No se sabe
cómo acordes.
Sin perder
apartamiento
En un coro
se recogen.
¡Cerco
anhelante de paz!
Sin luna,
los nubarrones
Apenas
manchan un ciclo
Consagrado a
sus ardores,
Verdes o
azules de tanto
Refulgir:
constelaciones
Para una
mirada bien
Juntas.
Mientras ¡ay! Proponen
Las sombras
al caminante
Su espacio
sin horizonte.
¡Qué desconocido
todo,
O casi todo,
qué doble
Sin duda la
trasparencia
De tantos
alrededores
Que son aire
y por el aire
Guardan o
rinden sus dones
Siempre de
incógnito, siempre
De una
esencia veladores!
Esfuerzos
afrontan fondos
Misteriosamente
indóciles.
¡Azar?
Una inmensidad
Hospitalaria
lo acoge
Todo en la
más rica red
De rumbos y
relaciones.’
¡Inagotable
secreto!
Ni el sol
consuma su goce.
No importa.
Basta que un alma
Vele.
¡Cuánto mundo entonces!
El mundo
está rodeando
Con sus
fuerzas —aunque enorme
Por todas
partes se aleje
Los caminos
de aquel monte,
Hoja tras
hoja en el viento
Los follajes
de aquel bosque,
Y unos tras
otros los pasos
Aquellos.
¿Nadie los oye?
Nadie los
oye. Tal vez
Susurrando
algunos sones
Atañan a
solas, gimen.
¡Oh
soledades sin dioses!
En multitud
las estrellas,
Bellísimas
aunque insomnes,
Allá lejos
se abandonan
A su
perfección: son orbes.
Hacia un
silencio común
Gravitan.
Nada responde.
Pero… todo
está. Conviven
Los astros
con los alcores,
Que
perdiéndose en lo oscuro
Se han
refundido en el bronce
De un solo
negror. El puerto
Con su
oscuridad socorre,
Y la misma
oscuridad
Sobrehumana,
sin reproche,
Consuela
mucho: misterio
Soberano,
nubes nobles.
Fondos, a
oscuras abismos,
A oscuras
existen —rocen
O no las
accidentales,
Humanas
apariciones—
Forma a
forma.
Bien seguro
Dentro de lo
nunca informe,
Se ennegrece
todo al fin
En negrores
de negrores
Que,
tácitos, humildísimos,
Se sostienen
borde a borde,
Y sin cesar
acompañan
Y llevan
—¡quién sabe adonde!—
A las
vueltas y revueltas
De los
caminos, y al golpe
Ligero
desaquelles pasos
Que sin
prisa hacia su norte,
Al amparo de
ese mundo
Que ni
escucha ni conoce,
Van
apoyándose, firmes,
En el suelo
de la noche.
OLEAJE
Pulsación de
lo azul:
Desnudez en
activo.
Un aleteo
blanco
Se
vislumbra, latido
De frescor
en relumbre,
Por entre
arranques vivos,
—Sí, gozan—
a compás
De un pulso.
No hay abismo.
¡Cuánto sol, sol y yo!
Nuestro el
poder. ¡Qué brincos!
Alegrías de
peces
Saltan sobre
los riscos
—Soy, soy,
soy— de una crisis
De cima en
vocerío.
Cárdenos ya,
los verdes
Se atropellan.
Perdidos
Los aleteos.
Fugas
Ya planas.
¿El abismo
Tal vez?
Vuelve la espuma:
Rotación de
dominio.
De Cántico.
Perfección
Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.
El hondo sueño
Este soñar a solas... ¡Si tu vida
de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo? Primavera,
mientras, en tomo mío dilapida
su olor y se me escapa en la caída.
¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahí, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!
Pero tanto sofoco en el vacío
cesará. Gozaré de apariciones
que atajarán el vergonzante empeño
de henchir tu ausencia con mi desvarío.
¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!
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