Los budistas Zen tienen una particular destreza para aprovechar las inconsistencias de la comunicación verbal y con el sistema del koan han desarrollado una forma única de transmitir sus enseñanzas de un modo no verbal. Los koanes son acertijos absurdos, cuidadosamente compuestos a fin de que el estudiante se dé cuenta de las limitaciones de la lógica y del razonamiento del modo más directo. Lo absurdo e irracional de estos acertijos hace que su resolución pensando sea imposible. Están precisamente diseñados para detener el proceso del pensamiento y de este modo, preparar al estudiante para la experiencia no verbal de la realidad. El maestro Zen contemporáneo Yasutani presentó a un estudiante occidental uno de los koanes más famosos con las siguientes palabras:
Uno de los mejores koanes, porque es el más simple de todos ellos es Mu. Esta es su historia:
Un monje fue hasta Joshu, famoso maestro Zen que vivió hace cientos de años en China, y le preguntó: "¿Tiene un perro la naturaleza del Buda o no?", Joshu replicó solamente: “Mu”. Literalmente la expresión significa "no", pero el significado de la respuesta de Joshu no es ese. Mu es la expresión de la naturaleza viva, activa y dinámica de Buda. Lo que debes hacer es descubrir la esencia o el espíritu de este Mu, no a través del análisis intelectual, sino indagando en lo más profundo de tu ser. Entonces deberás demostrar ante mí, de un modo concreto y vívido, que comprendes Mu como una verdad viva, sin recurrir a conceptos, a teorías ni a explicaciones abstractas. Recuerda, no puedes entender Mu con el entendimiento ordinario, deberás captarlo directamente con todo tu ser.
A un principiante, el maestro Zen normalmente le presentará este koan Mu o alguno de los dos siguientes:
"¿Cuál era tu rostro original?, ¿el que tenías antes de nacer de tus padres?"
"Aplaudiendo con las dos manos produces un sonido. ¿Qué sonido haces al aplaudir con una sola mano?"
Todos estos koanes tienen más o menos soluciones únicas, que un maestro competente reconocerá inmediatamente. Una vez se ha hallado la solución, el koan deja de ser algo absurdo y se convierte en una afirmación profundamente significativa, surgida de un estado de consciencia que el propio koan ayudó a despertar.
En la escuela Rinzai, el estudiante tiene que resolver una larga serie de koanes, cada uno de ellos relacionado con un aspecto particular del Zen. Este es el único modo en que esta escuela transmite sus enseñanzas. No utiliza ningún tipo de afirmaciones positivas, sino que deja que el estudiante capte por sí mismo la verdad a través de los koanes.
Aquí encontramos un asombroso paralelismo con las absurdas situaciones a las que se enfrentaron los físicos en los inicios de la física atómica. Al igual que en el Zen, la verdad estaba oculta en absurdos que no podían ser resueltos con el razonamiento lógico, sino que debían ser comprendidos bajo los parámetros de una nueva consciencia, la consciencia de la realidad atómica. El maestro en este caso era la naturaleza, la cual, del mismo modo que los maestros Zen, no facilita ningún tipo de solución, sino sólo los acertijos o adivinanzas que hay que resolver.
La solución de un koan exige un supremo esfuerzo de concentración y un involucramiento total por parte del estudiante. En los libros sobre Zen leemos que el koan capta el corazón y la mente del estudiante, creando un callejón sin salida, un estado sostenido de tensión en el que la totalidad del mundo se convierte en una enorme masa de dudas y preguntas. Los fundadores de la teoría cuántica experimentaron exactamente lo mismo, situación descrita muy vívidamente por Heisenberg:
"Recuerdo las discusiones con Bohr, que se prolongaban durante muchas horas, hasta bien avanzada la noche y que acababan casi en la desesperación. Y cuando al terminar la discusión me iba solo a dar un paseo por el vecino parque, me repetía a mí mismo una vez y otra la misma pregunta: ¿Es posible que la naturaleza sea tan absurda como a nosotros nos lo parecía en aquellos experimentos atómicos?
A un principiante, el maestro Zen normalmente le presentará este koan Mu o alguno de los dos siguientes:
"¿Cuál era tu rostro original?, ¿el que tenías antes de nacer de tus padres?"
"Aplaudiendo con las dos manos produces un sonido. ¿Qué sonido haces al aplaudir con una sola mano?"
Todos estos koanes tienen más o menos soluciones únicas, que un maestro competente reconocerá inmediatamente. Una vez se ha hallado la solución, el koan deja de ser algo absurdo y se convierte en una afirmación profundamente significativa, surgida de un estado de consciencia que el propio koan ayudó a despertar.
En la escuela Rinzai, el estudiante tiene que resolver una larga serie de koanes, cada uno de ellos relacionado con un aspecto particular del Zen. Este es el único modo en que esta escuela transmite sus enseñanzas. No utiliza ningún tipo de afirmaciones positivas, sino que deja que el estudiante capte por sí mismo la verdad a través de los koanes.
Aquí encontramos un asombroso paralelismo con las absurdas situaciones a las que se enfrentaron los físicos en los inicios de la física atómica. Al igual que en el Zen, la verdad estaba oculta en absurdos que no podían ser resueltos con el razonamiento lógico, sino que debían ser comprendidos bajo los parámetros de una nueva consciencia, la consciencia de la realidad atómica. El maestro en este caso era la naturaleza, la cual, del mismo modo que los maestros Zen, no facilita ningún tipo de solución, sino sólo los acertijos o adivinanzas que hay que resolver.
La solución de un koan exige un supremo esfuerzo de concentración y un involucramiento total por parte del estudiante. En los libros sobre Zen leemos que el koan capta el corazón y la mente del estudiante, creando un callejón sin salida, un estado sostenido de tensión en el que la totalidad del mundo se convierte en una enorme masa de dudas y preguntas. Los fundadores de la teoría cuántica experimentaron exactamente lo mismo, situación descrita muy vívidamente por Heisenberg:
"Recuerdo las discusiones con Bohr, que se prolongaban durante muchas horas, hasta bien avanzada la noche y que acababan casi en la desesperación. Y cuando al terminar la discusión me iba solo a dar un paseo por el vecino parque, me repetía a mí mismo una vez y otra la misma pregunta: ¿Es posible que la naturaleza sea tan absurda como a nosotros nos lo parecía en aquellos experimentos atómicos?