miércoles, 17 de julio de 2013

Fernando Pessoa

Poeta, ensayista y traductor portugués nacido en Lisboa en 1888. Es la figura más representativa de la poesía portuguesa del siglo XX. Sus primeros años transcurrieron en Ciudad del Cabo mientras su padrastro ocupaba el consulado de Portugal en Sudáfrica. A los diecisiete años viajó a Lisboa, donde después de interrumpir estudios de Letras alternó el trabajo de oficinista con su interés por la actividad literaria.
La influencia que en él ejercieron autores como Nietzsche, Milton y Shakespeare, lo llevaron a traducir parte de sus obras y a producir los primeros poemas en idioma inglés. Dirigió varias revistas y pronto se convirtió en el propulsor del surrealismo portugués.
"Mensaje"fue su primera obra en portugués y única publicada en vida del poeta. Parte de su obra está representada por los numerosos heterónimos creados durante su vida, siendo los más importantes Alvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro. Falleció en Lisboa en 1935.  Biografía tomada de "A media voz".

Algunas de sus reflexiones:
-La única actitud digna de un hombre superior es el persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula.
-No hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe.
-La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida.
-Nos convertimos en esfinges, aunque falsas, hasta el punto de no saber ya quiénes somos. Porque, por lo demás, lo que somos es esfinges falsas y no sabemos lo que realmente somos. El único modo de que estemos de acuerdo con la vida es que estemos en desacuerdo con nosotros. Lo absurdo es lo divino.
-Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar sólo.


EL ANDAMIO

El tiempo que yo he soñado
¡cuántos años fue de vida!
¡ Ah, cuánto de mi pasado
fue sólo vida mentida
de un futuro imaginado!
Aquí a la orilla del río
sin razón descanso ufano.
Este su correr vacío
figura, anónimo y frío,
la vida vivida en vano.
¡Poco la esperanza alcanza!
¿Qué deseo vale el trofeo?
sube más que mi esperanza,
rueda más que mi deseo.
Olas del río, tan leves
que ni olas llegáis a ser,
pasan —verdores y nieves
que un sol hace perecer.
Gasté cuanto no tenía.
soy más viejo que soy yo.
La ilusión me mantenía
y de reina se vestía:
al desnudarse, abdicó.
Leve son de aguas golosas
—lentas— — de la orilla ida,
¡qué memorias soporosas
de esperanzas nebulosas!
¡Qué sueño el sueño y la vida!
¿Qué hice de mí? Me encontré
cuando ya estaba perdido.
Impaciente me dejé
igual que a un loco que aún cree
lo que le fue desmentido.
Muerto son de sosegadas
aguas, que es porque ha de ser,
lleva memorias mezcladas
con esperanzas finadas
que tienen que perecer.
Yo soy el muerto futuro.
Y me ata a mí un sueño muerto—
sueño atrasado y oscuro
de lo que debo ser: muro
del jardín mío desierto.
¡Olas pasadas, iré
hacia el olvido del mar!
Atadme al que no seré
con un andamio cerqué
la casa por fabricar.

18
Aquí, al borde de la playa, mudo y contento del mar,
sin que nada atrayente haya ni nada que desear,
soñaré, tendré mi día, la vida remataré
y nunca tendré agonía, pues pronto me dormiré.
La vida es como una sombra que transita sobre un río
o como un paso en la alfombra de un cuarto que está vacío;
el amor sueño es que llega y al poco ser que se es viene;
la gloria concede y niega; la fe verdades no tiene.
Por eso en la orla trigueña de la playa sin rumor
mi alma se ha vuelto pequeña, libre de pena y dolor;
sueño sin casi ya ser, pierdo sin haber tenido,
y he empezado a perecer mucho antes de haber nacido.
Dadme, donde estoy yaciendo, sólo una brisa fugaz;
nada al azar voy pidiendo, sino una brisa en la faz;
dadme sólo un vago amor de cuanto nunca tendré,
no quiero gozo o dolor, ni vida ni ley querré.
Sólo, en silencio rodeado por el brusco son del mar,
quiero dormir sosegado, sin nada que desear
de este ser, en la distancia, nunca suyo, descansado,
por la brisa sin fragancia de cualquier cielo tocado.

57
A la orilla de este río,
o cualquier río que sea,
va pasando el tiempo mío.
Nada me ata, me espolea
ni me da calor o frío.
Lo que hace el río voy viendo
cuando el río no hace nada.
Los rastros que va trayendo
veo, en secuencia arrastrada,
de lo que atrás queda siendo.
Voy viendo y voy meditando
y no en el río que fluye,
sino en lo que estoy pensando,
pues me hace bien porque huye
sin que lo vea pasando.
Voy a la orilla del río
que se encuentra aquí o allí,
y de su curso me fío,
pues, si lo vi o no lo vi,
él pasa mientras confío.

58
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...
Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...

65
Si a tu puerta llamase alguien un día
diciendo que es un mensajero mío,
ni aun siendo yo te creas que lo envío;
que a la puerta llamar no sufriría
de un cielo imaginario mi albedrío.
Mas si, naturalmente, y sin oír
llamar a nadie, vas la puerta a abrir
y ves a alguien, dirías que a la espera
de osar llamar, medita un poco. Ése era
mi emisario y yo mismo y lo que acierta
mi orgullo a soportar, que desespera.
¡ Abre, pues, a quien no llame a tu puerta!

10
En mi plato, ¡qué mezcla de naturaleza!
Mis hermanas las plantas,
las compañeras de las fuente,
a las que nadie reza...
Y las cortan y van a nuestra mesa
y, en las fondas, los huéspedes ruidosos,
que llegan con mantas atad;
piden «Ensalada», despreocupados...
Sin pensar que exigen a la Tierra Madre
su frescura y sus hijos primeros,
las primeras verdes palabras que tiene,
las primeras cosas vivas e irisadas
que Noé vio
cuando las aguas bajaron y las cimas de los montes
verdes y chorreantes surgieron
y en el aire por el que apareció la paloma
el arco iris se esfumó...


Señor, serenas son
todas las horas
que derrochamos, si en
malgastarlas,
como en un jarrón,
colocamos flores.
No hay tristezas
ni alegrías tampoco
en nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
a no vivirla.
Sino a dejarla flotar,
tranquila, serena,
permitiendo que los niños
sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
colmados por la Naturaleza.
A la orilla de la corriente,
al borde ,de la carretera,
Cae erguida
siempre en el mismo
respiro de luz
de estar vivos.
El tiempo pasa
no nos dice nada.
Crecemos envejecidos.
Déjanos aprender, como si
irónicamente,
nos observara partir.
Es inútil mientras
hacemos un gesto.
No hay resistencia
al dios cruel
devorador sempiterno
de sus hijos.
Permítenos recoger las flores,
permítenos humedecer
estas nuestras manos
en los apacibles riachuelos,
de los cuales debemos aprender
a ser apacibles como ellos.
Los girasoles siempre
están mirando hacia el sol,
déjanos marchar de la vida
tranquilos, sin abrigar
siquiera el remordimiento
de haber vivido.
(12.6.14)
Versión de Rafael Díaz Borbón

12
También sé hacer conjeturas.
En cada cosa hay aquello que es ella y que la anima.
En la planta es fuera y es una ninfa pequeña.
En el animal es un ser interior lejano.
En el hombre es el alma que vive con él y ya es él.
En los dioses tiene el mismo tamaño
y el mismo volumen que el cuerpo
y es lo mismo que el cuerpo.
Por eso se dice que los dioses nunca mueren.
Por eso los dioses no tienen cuerpo y alma.
Sino sólo cuerpo, y son perfectos.
Sus cuerpos son sus almas
y tienen la conciencia en la propia carne divina.

9
Cuando hace frío en el tiempo del frío, para mí es como si hiciera buen tiempo,
porque para mi ser adecuado a la existencia de las cosas
lo natural es lo agrá ólo porque es natural.
Acepto las dificultades de la vida porque son el destino,
lo mismo que acepto el frío excesivo en pleno invierno:
tranquilamente, sin quejarme, como quien meramente acepta,
y se alegra por el hecho de aceptar:
por el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar lo natural e inevitable.
¿Qué son para mí las enfermedades que sufro y el mal que me sucede
sino el invierno de mi persona y de mi vida?
El invierno irregular, cuyas leyes de aparición desconozco,
pero que existe para mí en virtud de la misma fatalidad sublime,
de la misma inevitable exterioridad a mí
que el calor de la Tierra en pleno Verano
y el frío de la Tierra en el más crudo Invierno.
Acepto por carácter.
He nacido sujeto como los demás a errores y defectos,
pero nunca al error de querer comprender demasiado,
nunca al error de querer comprender sólo con la inteligencia,
nunca al defecto de exigir del Mundo
que fuese algo que no fuese el Mundo.

Trina en la noche una flauta. ¿Es el silbido
de un pastor? ¿Qué importa? Perdida
serie de notas vagas y sin ningún sentido.
Como la vida.
Sin nexo o principio o fin suena
el aria alada.
¡Pobre aria al margen de música y de voz, tan llena
de no ser nada!
No hay hilo o nexo que recuerde a aquella
aria, al pasar;
y ya al oírla sufro una añoranza de ella
y de que va a cesar.

El sueño no ha llegado esta noche. Y ahora raya de lo profundo
del horizonte, fría, cubierta, la mañana. ¿Qué hago yo en este mundo?
Nada que el sueño calme o levante la aurora, hacienda seria o vana.
Con los ojos febriles de una vana vigilia contemplo con horror
a este día que trae el día, para mi, del fin del mundo y del dolor.
Día como los otros, de la eterna familia de los que son así.
Ni el símbolo me vale, la significación de la mañana que se ve
salir lenta del propio ser de la noche que era, para aquel que
por haber esperado siempre, mas sin razón, ya nada espera.

Mi libro escribo al pie de la congoja.
Mi corazón no tiene qué tener.
Mis ojos llanto ardiente moja.
Señor, tú solo me haces ser.
Sólo sentirte, en ti pensar,
mis días vacuos llena y dora.
¿Mas cuándo querrás regresar?
¿Cuándo es el Rey? ¿Cuándo es la Hora?
¿Cuándo vendrás a ser el Cristo
de a quien el Dios falso murió,
y a despertar del mal que existo
nuevos Cielos y Tierra? Oh,
¿cuándo volverás, Encubierto,
portugués sueño de las eras,
a traer más que el soplo incierto
del gran anhelo de Dios que eras?
Ah, ¿cuándo querrás, regresando,
hacer a mi esperanza amor?
¿De la niebla y el pesar cuándo?
¿Cuándo, mi Sueño y mi Señor?

A veces, en días de luz perfecta y exacta,
en que las cosas tienen cuanta realidad pueden tener,
me pregunto a mí mismo despacio
por qué siquiera atribuyo
belleza a las cosas.
Una flor tiene acaso belleza?
¿Tiene acaso belleza una fruta?
No: tienen color y forma
y tan sólo existencia.
La belleza es el nombre de algo que no existe
que yo doy a las cosas a cambio del placer que me producen.
No significa nada.
Entonces, ¿por qué digo las cosas: son bellas?
Sí, incluso a mí, que vivo sólo de vivir,
invisibles, vienen a hablarme las mentiras de los hoy
ante las cosas,
ante las cosas que simplemente existen.
¡Qué difícil es ser consecuente y no ver sino lo visible!
Un día excesivamente nítido,
día en que daban ganas de haber trabajado mucho
para no trabajar nada durante él,
entrevi, como una carretera por entre los árboles,
lo que quizá sea el Gran Secreto,
aquel Gran Misterio de que hablan los falsos poetas.
Vi que no hay Naturaleza,
que la Naturaleza no existe,
que hay montes, valles, llanos,
que hay árboles, flores, hierbas,
que hay ríos y piedras,
pero que no hay un todo al que esto pertenezca,
que un conjunto real y verdadero
es una enfermedad de nuestros días.
La Naturaleza es partes sin un todo.
Esto es tal vez ese misterio de que hablan.
Fue esto lo que sin pensar ni parar mientes,
acerté que debía ser la verdad
que todos andan encontrando y no encuentran,
y que sólo yo, porque no fui a encontrarlo, encontré.

Antes el vuelo del ave, que pasa y no deja rastro,
que el paso del animal, que deja un recuerdo en el suelo.
El ave pasa y olvida, y así es como debe ser.
El animal, donde ya no está, y por eso de nada sirve,
muestra que estuvo antes, lo que no sirve para nada.
El recuerdo es una traición a la Naturaleza,
porque la Naturaleza de ayer no es Naturaleza.
Lo que ha sido no es nada, y recordar es no ver.
¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!



Me despierto de noche, de repente,
y mi reloj ocupa toda la noche.
No siento a la Naturaleza fuera.
Mi cuarto es una cosa oscura con paredes vagamente blancas,
Afuera hay sosiego como si nada existiese.
Sólo el reloj prosigue con su ruido.
Y esta cosa pequeña de engranajes que está encima de mi mesilla
sofoca toda la existencia de la tierra y del cielo...
Estoy a punto de perderme pensando en lo que esto significa,
pero me detengo, y me siento sonreír en la noche con las comisuras de los labios
porque lo único que mi reloj simboliza o significa,
mientras llena con su pequenez la noche enorme,
es la curiosa sensación de llenar la noche enorme
con esa pequeñez...


17
Oí contar que otrora, cuando en Persia
hubo no sé qué guerra,
cuando ardía el saqueo en la ciudad
y gritaban las hembras,
dos jugadores de ajedrez jugaban
su continuo juego.
A la sombra de un árbol, observaban
el antiguo tablero,
y al lado de cada uno, sus momentos
más libres esperando,
cuando la pieza tras mover, ahora
esperaba al rival,
una jarra de vino refrescaba
sobriamente su sed.
Ardían casas, saqueadas eran
las arcas y paredes;
violadas, las mujeres eran puestas
contra muros caídos;
traspasados por lanzas, los pequeños
eran sangre en las calles...
Mas donde estaban, cerca de la urbe
y lejos de su ruido,
los jugadores de ajedrez jugaban
su juego de ajedrez.
Aunque del yermo viento en los mensajes
les llegaban los gritos,
y, al pensar, en su alma conociesen
que en verdad sus mujeres
y tiernas hijas violadas eran
en la distancia próxima,
aunque, en el mismo instante en que pensaban,
una sombra ligera
pasase por su frente ajena y vaga,
pronto sus ojos calmos
retornaban su atenta confianza
a aquel viejo tablero.
Cuando el rey de marfil está en peligro,
¿qué importan carne y huesos
de hermanas y de madres y de niños?
Si la torre no cubre
la retirada de la reina blanca,
poco importa el saqueo.
Y si la mano confiada lleva
el jaque al rey contrario,
poco pesa en el alma que allá lejos
muriendo estén los hijos.
Incluso aunque de pronto, sobre el muro
surja la faz sañuda
de un guerrero invasor, y en breve deba
caer ensangrentado
el jugador solemne de ajedrez,
el momento anterior
(y todavía calculando un lance
horas después muy sabio)
sigue jugando el juego predilecto
de los indiferentes.
Caigan ciudades, sufran pueblos, cesen
la libertad, la vida;
los haberes tranquilos y abolengos
ardan, y se los roben;
mas si la guerra el juego interrumpiese,
hállese el rey sin jaque,
y el de marfil peón más avanzado
pronto a comprar la torre.
En el amor por Epicuro hermanos,
y en entendernos más
de acuerdo con nosotros que con él,
en el cuento aprendamos
de aquellos jugadores de ajedrez
cómo pasar la vida.
Cuanto es serio muy poco nos importe,
poco pese lo grave,
el natural impulso del instinto
ceda al inútil gozo
(bajo la calma sombra de los árboles)
de jugar un buen juego.
Lo que llevamos de esta vida inútil
tanto vale si es
gloria, fama o amor, o ciencia o vida,
como si apenas fuese
la memoria de un juego bien jugado
que supimos ganar
a un jugador más hábil.
La gloria pasa como un fardo rico,
la fama como fiebre,
cansa el amor, porque es en serio y busca;
la ciencia nunca encuentra,
pasa la vida y duele, pues lo sabe...
El juego de ajedrez
embarga al alma, mas, perdido, poco
pesa, porque no es nada.
Bajo sombras que, apáticas, nos aman,
con la jarra de vino
al lado, y aplicados a la inútil
del ajedrez tarea,
aunque no sea el juego sino un sueño
y un compañero no haya,
cual los persas hagamos de este cuento
y, mientras allá fuera,
cerca o lejos, la guerra y patria y vida
nos llaman, ha, dejemos
que nos llamen en vano, cada uno
bajo sombras amigas,
soñando, él los rivales, y el tablero,
siempre su indiferencia.
De ODAS (1914-1934) de RICARDO REÍS


39
Es tan suave la fuga de este día.
Lidia, que no parece que vivimos;
sin duda que los dioses
a esta hora nos son gratos,
en paga noble de la fe que habernos
en la verdad ausente de sus cuerpos
nos dan el alto premio
de permitirnos ser
lúcidos invitados de su calma,
un momento heredero de su modo
de la vida vivir
en un solo momento,
en un momento, Lidia, en que, apartados
de terrenas angustias, recibimos
olímpicas delicias
dentro de nuestras almas.
Sólo un instante nos sentimos dioses
por la calma, inmortales, que vestimos
y altiva indiferencia
a cuanto es pasajero.
Cual se guarda corona de victoria,
de un solo día estos laureles mustios
para tener, guardemos,
en futuro arrugado,
perenne a nuestra vista prueba cierta
de que un punto los dioses nos amaron
y una hora nos dieron,
nuestra no: del Olimpo.

19
¿Símbolos? Estoy harto de símbolos...
Pero me dicen que todo es símbolo.
Todos me dicen nada.
¿Qué símbolos? Sueños.
Que el sol sea un símbolo, está bien...
Que la luna sea un símbolo, está bien...
Que la tierra sea un símbolo, está bien...
Pero ¿quién repara en el sol sino cuando cesa la lluvia,
y él rompe las nubes y apunta por detrás de las cuestas
hacia el azul del cielo?
Pero ¿quién repara en la luna sino para encontrar
bella la luz que esparce, y no a ella?
Pero quien repara en la tierra, ¿qué es lo que pisa?
Llama tierra a los campos, los árboles, los montes,
por una disminución instintiva,
porque el mar también es tierra...
Bien, pase, que todo eso sea símbolo...
Pero ¿qué símbolo es, no el sol, no la luna, no la tierra,
sino este poniente precoz y azulándose
el sol entre harapos finos de nubes,
mientras la luna ya se ve, mística, al otro lado,
y lo que queda de la luz del día
dora la cabeza de la modistilla que se detiene vagamente en la esquina
donde se paraba antes con el novio que la dejó?
¿Símbolos? No quiero símbolos...
¡Lo que querría —¡pobre figura de miseria y desamparo!
Es que el novio volviese con la modistilla!


23
No estoy pensando en nada
y esa casa central, que no es cosa ninguna,
me resulta agradable como el aire de la noche,
fresco en contraste con el verano caliente del día.
No estoy pensando en nada, ¡y qué bien!
Pensar en nada
es tener el alma propia y entera.
Pensar en nada
es vivir íntimamente
el flujo y el reflujo de la vida...
No estoy pensando en nada.
Es como si me hubiese acostado mal.
Un dolor en la espalda, o en un lado de la espalda,
hay un amargor de boca en mi alma:
es que, a fin de cuentas,
no estoy pensando en nada,
pero verdaderamente en nada,
en nada...


26
Ah, ante esa única realidad, que es el misterio,
ante esta única realidad terrible —la de haber una realidad,
ante este horrible ser que es haber ser,
ante este abismo de existir un abismo,
este abismo de la existencia de todo ser un abismo,
ser un abismo por simplemente ser,
por poder ser,
¡por haber ser!—
Ante todo esto como todo lo que hacen los hombres,
todo lo que dicen los hombres,
todo cuanto construyen, deshacen o se construye o deshace a través de ellos,
¡se empequeñece
No, no se empequeñece..., se transforma en otra cosa
—en una sola cosa tremenda y negra e imposible,
una cosa que está más allá de los dioses, de Dios, del Destino—
aquello que hace que haya dioses y Dios y el Destino,
aquello que hace que haya ser para que pueda haber seres,
aquello que subsiste a través de todas las formas
de todas las vidas, abstractas o concretas,
eternas o contingentes,
verdaderas o falsas.
Aquello que, cuando se ha abarcado todo, todavía se ha quedado fuera,
porque cuando se ha abarcado todo, no se ha abarcado explicar por qué es un todo,
¡porque hay algo, porque hay algo, porque hay algo!
Mi intelisencia se ha convertido en un corazón llena de pavor
Y es con mis ideas con las que tiemblo, con mi conciencia de mí,
con la sustancia esencial de mi ser abstracto
con lo que me sofoco de incomprensible,
con lo que me aplasto de ultratranscendente,
y de este miedo, de esta angustia, de este peligro de ultraser,
¡no se puede huir, no se puede huir, no se puede huir!
Cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?
Cárcel del pensar, ¿no hay liberación de ti?
¡Ah, no, ninguna —ni muerte, ni vida, ni Dios!
Nosotros, hermanos gemelos del destino en que ambos existimos,
nosotros, hermanos gemelos de todos los dioses, de todas clases,
en ser el mismo abismo, en ser la misma sombra,
sombra seamos, o seamos luz, siempre la misma noche.
Ah, si enfrento confiado la vida, la incertidumbre de la suerte,
sonriente, impensando, la posibilidad cotidiana de todos los males,
inconsciente al misterio de todas las cosas y de todos los gestos,
¿por qué no enfrentaré sonriente, inconsciente, la muerte?
¿La ignoro? Pero ¿qué es lo que no ignoro?
La pluma que cojo, la letra que escribo, el papel en que escribo,
¿son misterios menores que la muerte? ¿Cómo, si todo es el mismo misterio?
Y escribo, estoy escribiendo, por una necesidad sin nada.
¡Ah, enfrente yo como un bicho la muerte que él no sabe que existe!
Tengo yo la inconsciencia profunda de todas las cosas naturales,
pues, por más conciencia que tenga, todo es inconsciencia,
salvo el haberlo creado todo, y el haberlo creado todo también es inconsciencia,
porque es necesario existir para crearse todo,
y existir es ser inconsciente, porque existir es ser posible haber ser,
y ser posible haber ser es mayor que todos los dioses.

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