¿QUÉ ES LA
SOMBRA?
Cada uno de
nosotros proyecta una sombra tanto más oscura y compacta cuanto menos encarnada
se halle en nuestra vida consciente. Esta sombra constituye, a todos los
efectos, un impedimento inconsciente que malogra nuestras mejores intenciones.
C. G. JUNG
Pero hay un
misterio que no comprendo: Sin ese impulso de otredad -diría incluso que de maldad-
sin esa terrible energía que se oculta detrás de la salud, la sensatez y el
sentido, nada funciona ni puede funcionar. Te digo que la bondad -lo que
nuestro Yo vigílico cotidiano denomina bondad- lo normal, lo decente, no son nada
sin ese poder oculto que mana ininterrumpidamente de nuestro lado más sombrío.
DORIS
LEASING
Yo creo que
la sombra del hombre radica en su propia vanidad.
FRIEDRICH
NIETZSCHE
Esta cosa
oscura que reconozco mía.
WILLIAM
SHAKESPEARE
INTRODUCCIÓN
Todo lo que
posee substancia posee también una sombra. El ego se yergue ante la sombra como
la luz ante la oscuridad. Por más que queramos negarlo somos imperfectos y
quizás sea precisamente la sombra -las cualidades que no aceptamos de nosotros
mismos, como la agresividad, la vergüenza, la culpa y el sufrimiento, por ejemplo
- la que nos permita acceder a nuestra propia humanidad.
Utilizamos
todo tipo de metáforas para referirnos al encuentro directo con nuestro aspecto
más oscuro -descubrir nuestros demonios, luchar con el diablo, descender al
mundo subterráneo, noche oscura del alma, crisis de la mediana edad, etcétera-,
ese aspecto tenebroso al que denominamos de muy diversas maneras -Yo enajenado,
Yo inferior, gemelo o hermano oscuro (en los escritos bíblicos y mitológicos),
doble, Yo reprimido, alter ego, id, etcétera.
¿Pero somos
nosotros los que poseemos una sombra o acaso es la sombra la que nos posee a nosotros?
Carl G. Jung formuló esta misma pregunta como una adivinanza cuando dijo:
«¿Cómo puedes encontrar a un león que te ha devorado?» La sombra es, por
definición, inconsciente y, por consiguiente, no siempre es posible saber si
estamos o no sometidos al dominio de alguno de los contenidos de nuestra
sombra.
Según Jung,
todo ser humano conoce intuitivamente el significado de los términos sombra, personalidad
inferior y alter ego. «Y si lo ha olvidado» -agregaba bromeando sobre el hombre
normal- «ahí están las homilías, su esposa o el recaudador de impuestos para
recordárselo».
Para poder
descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana, para poder aceptarla y poner
así fin al control compulsivo que suele ejercer sobre nosotros, es necesario,
antes que nada, tener un conocimiento global sobre el fenómeno. El concepto de
sombra se deriva de los hallazgos de Sigmund Freud y Carl G. Jung. Este último
se refirió a los descubrimientos de su predecesor como el análisis más profundo
y minucioso del abismo existente entre los aspectos luminosos y oscuros de la naturaleza
humana. Según Liliane Frey-Rohn, colega y discípula de Jung, «en 1912 -todavía
bajo la influencia de las teorías de Freud - Jung utilizó el término "lado
oscuro del psiquismo" para referirse a los "deseos no
reconocidos" y a los "aspectos reprimidos de la personalidad"».
En su ensayo
"Sobre la Psicología del Inconsciente", publicado en 1917, Jung se
refirió a la sombra personal como el otro en nosotros; la personalidad
inconsciente de nuestro mismo sexo; lo inferior y censurable; ese otro yo que
nos llena de embarazo y de vergüenza: «Entiendo por sombra el aspecto "negativo"
de la personalidad, la suma de todas aquellas cualidades desagradables que
desearíamos ocultar, las funciones insuficientemente desarrolladas y el
contenido del inconsciente personal».
La sombra
sólo es negativa desde el punto de vista de la conciencia. No se trata -como
insistía Freud- de algo inmoral e incompatible con nuestra personalidad
consciente sino que, por el contrario, contiene cualidades que poseen
potencialmente una extraordinaria trascendencia moral. Esto resulta particularmente
cierto -decía Frey-Rohn- cuando contiene cualidades que la sociedad valora
positivamente pero que el individuo considera como algo inferior.
La sombra de
Jung es parecida a lo que Freud denominaba «lo reprimido» pero se diferencia de
ello en que constituye una especie de subpersonalidad que posee -como ocurre
con la personalidad autónoma superior- sus propios contenidos (sean pensamientos,
ideas, imágenes o juicios de valor autónomos).
En 1945 Jung
definió a la sombra como lo que una persona no desea ser. «Uno no se ilumina imaginando
figuras de luz -afirmó- sino haciendo consciente la oscuridad, un
procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular». Hoy en día la
sombra se refiere a aquella parte del psiquismo inconsciente contiguo a la
conciencia aunque no necesariamente aceptado por ella. De este modo, la
personalidad de la sombra, opuesta a nuestras actitudes y decisiones conscientes,
representa una instancia psicológica negada que mantenemos aislada en el
inconsciente donde termina configurando una especie de personalidad disidente.
Desde este punto de vista la sombra es pues una especie de compensación a la
identificación unilateral de nuestra mente consciente con aquello que le
resulta aceptable.
Para Jung y
sus seguidores la psicoterapia constituye un ritual de renovación que nos
permite acercar e integrar en la conciencia la personalidad de la sombra,
reducir su potencial inhibidor o destructor y liberar la energía positiva de la
vida que se halla atrapada en ella. A lo largo de su dilatada y prominente
carrera Jung se ocupó también de los problemas de la destructividad personal y
de la maldad colectiva. Sus investigaciones terminaron demostrando que el hecho
de afrontar la sombra y el mal es, en última instancia, un «secreto individual»
equiparable al de experimentar a Dios, una experiencia tan poderosa que puede
transformar completamente la vida de una persona.
Según el
erudito junguiano Andrew Samuels, Jung trató de dar respuesta a las
desconcertantes preguntas que nos preocupan y dedicó su vida a encontrar «una
explicación convincente no sólo de la antipatía personal sino también de los
prejuicios y persecuciones crueles que asolan nuestro tiempo». Jung se consideraba
a sí mismo como un explorador que concibió nuevas formas de conceptualizar los
problemas psicológicos, filosóficos, espirituales y religiosos que aquejan al
ser humano. En su opinión, su obra está dirigida a quienes buscan el sentido de
la vida pero no hallan respuesta en los cauces que les ofrece la fe y la
religión tradicional. En Psicología y Religión, publicado en 1937, Jung dice:
«Probablemente lo único que nos reste por hacer hoy en día es una aproximación
psicológica. Es por ello que mi tarea es la de recoger las formas de
pensamiento que han quedado históricamente cristalizadas, disolverlas nuevamente
y terminar vertiéndolas en los moldes de la experiencia inmediata».
Robert A.
Johnson -un famoso autor y conferenciante cuyos escritos pertenecen a la
tercera generación de ideas junguianas - afirma que la principal contribución
de Jung consiste en el desarrollo de un punto de vista excepcional sobre la
conciencia humana. «Jung expuso un modelo del inconsciente de tal trascendencia
que el mundo occidental todavía no ha alcanzado a vislumbrar todas sus
implicaciones».
Es muy
posible que el mayor logro de Jung fuera el de desvelar que el inconsciente
constituye la fuente creativa de la que procedemos todos los individuos. De
hecho, nuestra mente y nuestra personalidad consciente se desarrolla y madura a
partir de la materia prima aportada por el inconsciente en relación interactiva
con las experiencias que nos proporciona la vida.
Jung definió
a la sombra -junto al Yo (el centro psicológico del ser humano) y al anima y al
animus (las imágenes ideales internalizadas del sexo opuesto, la imagen del
alma en cada persona)- como uno de los principales arquetipos del inconsciente
colectivo. Los arquetipos son las estructuras innatas y heredadas -las huellas
dactilares psicológicas, podríamos decir- del inconsciente que compartimos con todos
los seres humanos y terminan prefigurando nuestras características, nuestras
cualidades y nuestros rasgos personales. Los arquetipos constituyen, pues, las
fuerzas psíquicas dinámicas del psiquismo humano. Según el Critical Dictionary
of Junguian Analysis: «los dioses son metáforas de conductas arquetípicas y los
mitos son actualizaciones de los arquetipos». El proceso del análisis junguiano
implica la creciente toma de conciencia de la dimensión arquetípica de nuestra
existencia.
Para
introducir y definir a la sombra personal hemos elegido los escritos de varios
destacados autores junguianos que exponen el tema con la suficiente claridad
como para poder utilizarla como técnica terapéutica y como herramienta de
crecimiento personal. De este modo, los colaboradores que participan en esta
primera parte contribuyen a que tomemos conciencia de la presencia de la sombra
en nuestra vida cotidiana. En otras secciones del libro ampliaremos el concepto
de sombra y pasaremos de su expresión personal a manifestaciones colectivas
tales como el prejuicio, la guerra y la maldad.
El poeta
Robert Bly abre esta sección con un extracto de A Little Book on the Human
Shadow en el que nos narra en primera persona la historia de la sombra. A
medida que crecemos - dice Bly- el Yo enajenado se convierte en un «un saco que
todos arrastramos», un saco que contiene aquellos aspectos inaceptables de
nosotros mismos. Bly también señala la relación existente entre el saco
personal y otros tipos de bolsa (como el colectivo, por ejemplo).
En mi
opinión esta es una afirmación válida tan sólo en el caso de que las personas
fueran completamente ignorantes del inconsciente en la vida cotidiana. Pero
cuando comenzamos a darnos cuenta de ciertos aspectos de nuestra personalidad
inconsciente la sombra asume una forma personal identificable que inicia el
proceso de trabajo, un proceso que concluye con la toma de conciencia profunda
de nuestra propia identidad. Según el analista Erich Neumann: «El Yo descansa
oculto en la sombra, ella es quien custodia la puerta, el guardián del umbral.
Así pues sólo podremos llegar a recuperar completamente nuestro Yo y alcanzar
la totalidad reconciliándonos con la sombra y emprendiendo el camino que se
halla detrás de ella, detrás de su sombría apariencia».
EL GRAN
SACO QUE TODOS ARRASTRAMOS
Robert Bly
Conocido
ensayista, traductor y poeta que ha recibido el Premio Nacional de Poesía por
su libro The Light Around the Body. Entre sus numerosas obras cabe destacar: Loving a Woman in Two Worlds;
News of the Universe: Poems of Twofold Conciousness; A Little Book on the Human
Shadow y Iron John: A Book About of Men. Afincado en Minnesota, Bly
suele escribir sobre mitología masculina y dirige seminarios para hombres a lo
largo y ancho de todo el país.
La antigua
tradición gnóstica afirma que nosotros no inventamos las cosas sino que simplemente
las recordamos. En mi opinión, los investigadores europeos más relevantes del
lado oscuro son Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad y Carl G. Jung, de modo
que recurriré a algunas de sus ideas y las sazonaré con otras procedentes de mi
propia cosecha.
Comencemos
hablando de la sombra personal. A los dos o tres años de edad todo nuestro
psiquismo irradia energía y disponemos de lo que bien podríamos denominar una
personalidad de 360°. Un niño corriendo, por ejemplo, es una esfera pletórica
de energía. Un buen día, sin embargo, escuchamos a nuestros padres decir cosas
tales como: « ¿Puedes estarte quieto de una vez?» o «¡Deja de fastidiar a tu hermano!»
y descubrimos atónitos que les molestan ciertos aspectos de nuestra
personalidad. Entonces, para seguir siendo merecedores de su amor comenzamos a
arrojar todas aquellas facetas de nuestra personalidad que les desagradan en un
saco invisible que todos llevamos con nosotros. Cuando comenzamos a ir a la
escuela ese fardo ya es considerablemente grande. Entonces llegan los maestros
y nos dicen: «Los niños buenos no se enfadan por esas pequeñeces» de modo que
amordazamos también nuestra ira y la echamos en el saco. Recuerdo que cuando mi
hermano y yo teníamos doce años vivíamos en Madison, Minnesota, donde se nos
conocía con el apodo de «los bondadosos Bly», un epíteto que revela muy claramente
lo abarrotados que se hallaban nuestros sacos.
En la
escuela secundaria nuestro lastre sigue creciendo. La paranoia que sienten los adolescentes
respecto de los adultos es inexacta pues ahora ya no son sólo estos últimos
quienes nos oprimen sino también nuestros mismos compañeros. Recuerdo que
durante mi estancia en el instituto me dediqué a intentar emular a los
jugadores de baloncesto y todo lo que no coincidía con esa imagen ideal iba a
parar al saco. En la actualidad mis hijos están atravesando este proceso y ya
he visto a mis hijas, algo mayores, pasar por él. Resulta desalentador
percatarse de la extraordinaria cantidad de cosas que van echando en su saco
pero ni su madre ni yo podemos hacer nada para evitarlo. Mis hijas, por
ejemplo, sufren tantos agravios de sus compañeras como de sus compañeros y sus
decisiones parecen estar dictadas por la moda o por ciertas imágenes colectivas
sobre la belleza.
Somos una
esfera de energía que va menguando con el correr del tiempo y al llegar los
veinte años no queda de ella más que una magra rebanada. Imaginemos a un hombre
de unos veinticuatro años cuya esfera ha enflaquecido hasta el punto de
convertirse en una escuálida loncha de energía (el resto está en la bolsa). Ese
par de lonchas -que ni siquiera juntas llegan a constituir una persona
completa- se unen en una ceremonia denominada matrimonio. No es de extrañar,
por tanto, que la luna de miel suponga el descubrimiento de nuestra propia
soledad. A pesar de ello, mentimos al respecto y cuando nos preguntan «¿Qué tal
ha ido la luna de miel!» no dudamos en responder automáticamente «¡Extraordinaria! »
Cada cultura
llena su saco con contenidos diferentes. El cristianismo, por ejemplo, suele
despojarse de la sexualidad pero con ello también termina arrojando
necesariamente al saco la espontaneidad. Marie-Louise von Franz nos advierte
del peligro que implica la creencia romántica de que el bulto que arrastran los
individuos de culturas primitivas es más ligero que el nuestro. Pero en su
opinión esta conclusión es errónea porque los sacos de todos los seres humanos
tienen aproximadamente las mismas dimensiones. Ese tipo de culturas, por
ejemplo, echa en el saco la individualidad y la creatividad. La participation
mystique o la «misteriosa mente grupal» de la que hablan los antropólogos
quizás pueda parecernos fascinante desde cierto punto de vista pero no debemos
olvidar que en ese estadio evolutivo cada uno de los miembros de la tribu sabe
exactamente lo mismo que cualquiera de sus semejantes.
Al parecer,
pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de
nosotros mismos debemos meter en el saco y el resto lo ocupamos tratando de
vaciarlo. En ocasiones, sin embargo, este intento parece infructuoso porque el
saco parece que estuviera cerrado herméticamente. Hay un relato del siglo XIX
que trata precisamente de este tema. Cierta noche, Robert Louis Stevenson
despertó sobresaltado y le contó a su mujer el sueño que acababa de tener. Ella
le instó a escribirlo y de ahí salió El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
En una cultura que se guía por modelos ideales como la nuestra, el lado amable
de nuestra personalidad tiende a hacerse cada vez más amable y a anular otros aspectos.
Imaginemos, por ejemplo, a un hombre occidental, un generoso doctor ocupado exclusivamente
en el bienestar de los demás. No hay nada desdeñable en esa actitud, por lo
demás, moral y éticamente admirable. El cuento de Stevenson nos enseña, pues, a
no negar la existencia del contenido del saco porque éste va desarrollando su
propia personalidad paralela y cualquier día puede aparecer ante nuestros ojos
como si se tratara de otra persona. Si arrojamos al saco la cólera, por
ejemplo, es muy probable que el día me nos pensado se manifieste ante nosotros
asumiendo la figura y los movimientos de un simio.
Todo lo que
echamos en esa bolsa regresa e involuciona hacia estadios previos del
desarrollo. Supongamos que un joven cierra el saco a los veinte años de edad y
no vuelve a abrirlo hasta quince o veinte años más tarde. ¿Qué es lo que
ocurrirá entonces cuando abra nuevamente el saco? Lamentablemente, la sexualidad,
la violencia, la agresividad, la ira o la libertad que había arrojado al saco
habrán sufrido un proceso de regresión y cuando aparezcan de nuevo no sólo
asumirán un aspecto rudimentario sino que también mostrarán una manifiesta
hostilidad. Es normal que quien abra el saco a los cuarenta y cinco años de
edad se atemorice como lo haría quien vislumbrara la amenazadora sombra de un
gorila recortándose contra el muro de un oscuro callejón.
La mayor
parte de los hombres de nuestra cultura echan en el saco las facetas femeninas
de su personalidad. No resulta extraño, pues, que cuando a los treinta y cinco
o cuarenta años de edad intentan restablecer el contacto con su mujer interior
descubran que ésta se ha tornado hostil. A su vez, ese mismo hombre percibirá una
gran hostilidad procedente de las mujeres con quienes tropiece en su vida
cotidiana. En el dominio de lo psicológico existe una regla fundamental: como
adentro es afuera. Si una mujer, por ejemplo, desea ser valorada por su
feminidad y arroja al saco los aspectos masculinos de su personalidad es muy
posible que con el transcurrir de los años descubra una fuerte aversión hacia
los hombres y que sus críticas hacia ellos se tornen ásperas e inflexibles.
Así, aunque conviva con un hombre hostil que le proporcione una cierta
justificación para expresar su hostilidad, una válvula de escape para aliviar
su presión, se encontrará no obstante en apuros porque eso no la ayudará a
resolver el problema de su propio saco. Mientras esa situación perdure se
hallará atrapada en un doble rechazo que origina mucho sufrimiento y se
manifiesta tanto en el rechazo hacia sus propios aspectos masculinos como en el
rechazo hacia los hombres que encuentre en el exterior.
Así pues,
cuando nos negamos a aceptar una parte de nuestra personalidad ésta termina
tornándose hostil. Casi podríamos afirmar que es como si se alejara y
organizara un motín en contra de nosotros. La poesía de Shakespeare es
especialmente sensible al riesgo de este tipo de revueltas internas y gran parte
de los problemas que abruman a los reyes de sus obras se refiere a este tema.
Hotspur «en Gales» se rebela contra el Rey ya que el rey que ocupa un papel
prominente y central se halla siempre expuesto al peligro.
Cuando hace
unos pocos años visité Bali me di cuenta de que la antigua cultura hindú estaba
operando a través de la mitología para hacer aflorar los contenidos de la
sombra a la luz de la vida cotidiana. Las ceremonias religiosas que se celebran
en sus templos, por ejemplo, -en los que a diario se representan episodios del Ramayana-
están impregnadas de elementos terroríficos. Casi todos los hogares balineses están
custodiados por una figura dentuda de aspecto feroz, agresivo y hostil,
esculpida en piedra que no parece tener la menor intención de hacer el bien.
Visité a un artesano que fabricaba máscaras y descubrí que su hijo, de nueve o
diez años de edad, estaba sentado en el zaguán cincelando una escultura de
aspecto colérico y agresivo. En este caso el ideal no es tanto actualizar la
agresividad -como sucede en el fútbol o los toros, por ejemplo- como sublimarla
artísticamente. Los balineses pueden ser violentos y brutales en el combate
pero en la vida cotidiana son mucho más pacíficos que nosotros. En el sur de
los Estados Unidos existe la costumbre de colocar figuras de hierro de pequeños
hombrecillos benefactores negros en el césped y nosotros hacemos lo mismo en el
norte con ciervos de aspecto manso. Empapelamos nuestras paredes con papeles
pintados estampados con rosas, Renoirs sobre el sofá y la música de John Denver
en el estéreo. Esto, sin embargo, no evita que la agresividad termine escapando
del saco y agreda a cualquiera que se ponga a tiro.
Dejemos de
lado ahora estas diferencias entre la cultura balinesa y la norteamericana y
centrémonos en la analogía que nos proporciona un proyector de cine. Supongamos
que miniaturizamos ciertas partes de nosotros mismos, las laminamos, las
metemos en una lata y las guardamos en la oscuridad. Luego cierta noche
-siempre de noche- mientras vamos conduciendo descubrimos la imagen de un
hombre y de una mujer en una enorme pantalla de cine al aire libre. La figura
es tan grande que no podemos apartar los ojos de ella y decidimos aparcar y
contemplar el espectáculo. De esta manera, mientras las imágenes permanecen
recluidas en la oscuridad de una lata y no son más que figuras impresas en una
delgada película tienen una leve y macilenta existencia diurna pero cuando se
prende cierta luz detrás de nuestras cabezas aparecen en la pantalla unas
figuras de aspecto fantasmal que encienden cigarrillos y desenfundan
amenazadoramente sus pistolas. Se trata de figuras doblemente ocultas ya que no
han tenido la oportunidad de «desarrollarse» plenamente y han permanecido
ocultas en la oscuridad de una lata. Nuestros psiquismos son proyectores
naturales y cuando se activan de la manera adecuada se despliega en el exterior
la imagen que durante tantos años habíamos guardado en la oscuridad. De este
modo, por ejemplo, la ira que hemos almacenado durante veinte años puede
terminar revelándose el día menos pensado en el rostro de la esposa, una mujer
puede descubrir cada noche a un héroe en su marido o, como sucede con Nora en Casa
de Muñecas, darse cuenta súbitamente de que su esposo es un tirano.
Hace poco
encontré mis antiguos diarios y elegí uno al azar fechado en 1956. Recuerdo que
durante ese año estuve tratando de escribir un poema sobre la figura del hombre
de negocios y también recuerdo que la historia del rey Midas andaba rondando
por mi cabeza. En mi poema decía que al hombre de negocios le ocurre lo que a
Midas -que transforma en dinero todo lo que toca- y que a ello se debe, en
cierto modo, su avidez. Recordé a los hombres de negocios que conocía y el
tiempo que pasé criticándoles. Pero a medida que leía descubrí conmocionado que
todo aquello no era más que una proyección de mi propia película. En aquel
tiempo apenas si podía comer. Cualquier alimento que me ofreciera un amigo, una
mujer o un niño, se convertía en metal al entrar en contacto como mi boca.
¿Es clara la
imagen? Nadie puede comer o beber metal. Midas era pues una buena imagen de lo
que me estaba ocurriendo. Pero mi Midas interior estaba enrollado en una lata
y, por ello, cada noche quedaba fascinado por los insensatos y perversos
hombres de negocios que aparecían en la pantalla grande.
Un par de
años después escribí un libro, que nadie quiso publicar, titulado Poems for the
Ascension of
J. P.
Morgan, en el que cada uno de los poemas dedicados a los hombres de negocios
iba acompañado de un anuncio sacado de algún periódico o alguna revista. Casi
todo el libro era una proyección. Veamos un poema, titulado «Inquietud»,
escrito en aquella época:
Una extraña
desazón conmueve las naciones.
Es la última
danza, la furiosa agitación del mar de Morgan.
El reparto
del botín,
Una lasitud
que penetra en los diamantes del cuerpo.
La rebelión
se inicia en la secundaria,
Y, cuando la
lucha finaliza,
Y la tierra
y el mar han sido desolados
El niño se
halla medio muerto.
Entonces dos
figuras salen y se alejan de nosotros.
Pero el
simio silba sobre la costa de la muerte
Trepando y
descendiendo, removiendo nueces y piedras,
Brincando en
el árbol
Cuyas ramas
sostienen la expansión del frío.
Los planetas
giran, y lo mismo hace el negro sol,
El canto de
los insectos y los diminutos esclavos
Encerrados
en las prisiones de su corteza.
¡Carlomagno,
nos estamos aproximando a tus islas!
Luego,
retornamos a los árboles nevados, Y la profunda oscuridad
Queda
sepultada bajo la nieve
Sobre la que
cabalgas toda la noche Con las manos entumecidas. Cae la oscuridad
En la que
dormimos y nos despertamos,
Una
oscuridad en la que tiritan los ladrones
Y los locos
hambrientos de nieve,
una
oscuridad donde los banqueros tienen pesadillas
En las que
son sepultados bajo rocas de azabache
Y los empresarios
permanecen arrodillados
en el
calabozo de sus sueños.
Hace
aproximadamente cinco años volví a pensar en ese poema. ¿Por qué había elegido
a los banqueros y a los hombres de negocios? ¿Con qué otra palabra definiría a
un «banquero»?
«Alguien que
tiene gran capacidad organizadora.» Pero yo soy un buen organizador. ¿Y cómo definiría
a un «empresario»? «Alguien con el rostro tenso.» Entonces fue cuando reconocí
mi imagen en el espejo del poema. Veamos cómo quedó ese pasaje después de
haberlo reelaborado:
...Una
oscuridad en la que tiritan los ladrones
Y los locos
hambrientos de nieve.
En la que
los buenos organizadores huyen de su pesadilla de quedar sepultados bajo rocas
de azabache Y los hombres de rostro tenso como yo permanecen Arrodillados en
los calabozos de sus sueños. Ahora, cuando en una fiesta alguien me dice -como
pidiendo disculpas - que es agente de bolsa me siento de otra manera y me digo
«Mira, algo interno está activándose en mí» y siento deseos de abrazarle.
Pero la
proyección -como señala sabiamente Marie -Louise von Franz en algún lugar-
también constituye un mecanismo extraordinario. « ¿Por qué tendemos a valorar
negativamente la proyección?»
-pregunta- «Entre los junguianos decirle a alguien "estás
proyectando" se ha convertido en una acusación. Pero hay proyecciones que
son útiles e incluso adecuadas».
Yo sabía que
me estaba matando a mí mismo pero ese conocimiento no podía pasar directamente
del saco a la mente consciente sino que debía atravesar primero el mundo. Por ello
me decía: « ¡Qué malvados son los hombres de negocios!». Marie -Louise von
Franz nos recuerda que si no podemos proyectar tampoco podemos conectar con el
mundo. En ocasiones las mujeres se quejan que los hombres suelan proyectar sus
aspectos femeninos ideales sobre una mujer. Pero si no lo hicieran ¿cómo podría
abandonar la casa ma terna o su habitación de estudiante? El problema no radica
tanto en el hecho de proyectar sino en el tiempo que permanecemos proyectando.
Sin embargo,
la proyección sin contacto personal es peligrosa. Miles, e incluso diría que millones
de varones norteamericanos, proyectaron sus aspectos femeninos internos sobre
la figura de Marilyn Monroe. Pero cuando un millón de personas se comportan de
ese modo es muy probable que la persona que es objeto de la proyección termine
muriendo, como realmente ocurrió en este caso ya que las proyecciones sin
contacto personal pueden causar mucho daño a la persona que las recibe.
También
podríamos decir que el mismo deseo de poder de Marilyn Monroe -originado en algún
trauma infantil- atraía esas proyecciones. Con la aparición de los medios de comunicación
de masas el proceso de proyección e invocación directo, tan sutil en las
culturas tribales, deja de funcionar. Es por ello que la muerte de Marilyn
Monroe fue inevitable y, quizás incluso, hasta beneficiosa para la economía de
su psiquismo. Ningún ser humano puede soportar tantas proyecciones -es decir,
tanta inconsciencia - y seguir vivo. Por ello resulta tan extraordinariamente
importante que cada uno de nosotros asuma su propia responsabilidad.
Pero ¿por
qué debemos desprendernos de partes de nosotros mismos? ¿Por qué lo echamos en el
saco? ¿Por qué ocurre ese proceso siendo tan jóvenes? ¿Cómo podemos sobrevivir despojados
de nuestra ira, nuestra espontaneidad, nuestros deseos, nuestros anhelos,
nuestras facetas más belicosas y desagradables? ¿Qué es lo que nos mantiene
integrados? Es tos son los temas de los que habla Alice Miller en su ensayo El
Drama del Niño Dotado, incluido en su libro Prisoners of Childhood.
El primer
acto de este drama comienza cuando llegamos al mundo procedentes de los
rincones más alejados del universo «arrastrando nubes de gloria», portando con
nosotros las tendencias que hemos heredado de nuestro legado mamífero, la
espontaneidad de 150.000 años de vida vegetal, la rabia de 5.000 años de vida
tribal -en suma, con una personalidad de 360°- y se lo ofrecemos a nuestros
padres. Pero nuestros padres sólo quieren un niño o una niña buena y no aceptan
de buen grado nuestro obsequio. Eso no significa, sin embargo, que nuestros
padres sean malos sino tan sólo que nos necesitan para algo. Mi madre, por
ejemplo, pertenecía a la segunda generación de inmigrantes y nos necesitaba
para que su familia fuera aceptada con más facilidad. Y lo mismo hacemos
nosotros con nuestros hijos ya que esta dinámica forma parte de la vida en el
planeta. Nuestros padres nos repudiaron antes incluso de que supiéramos hablar,
de modo que todo el dolor de ese rechazo probablemente permanezca almacenado en
algún depósito preverbal. Cuando leí el libro de Alice Miller caí en una profunda
depresión que duró unas tres semanas.
Pero
volvamos a nuestro drama. A partir de ese momento nos dedicamos a fabricar una
personalidad que resulte más aceptable para nuestros padres. Alice Miller dice
que nos hemos traicionado a nosotros mismos pero agrega que «no debemos
culparnos por ello ya que tampoco hubiéramos podido hacer otra cosa». Es muy
probable que en la antigüedad los niños que se opusieran a sus padres fueran abandonados
a su suerte. Dadas las circunstancias hacemos lo único sensato que podemos
hacer.
Según la
Miller la actitud más adecuada ante ese suicidio parcial es el duelo.
Hablemos
ahora de los diferentes tipos de saco. Cuantas más cosas echamos en nuestro
saco personal, cuanto más repleto se halla, menor es la energía de la que
disponemos. Ciertamente hay personas que tienen más energía que otras pero
todos poseemos más energía de que la que normalmente podemos utilizar. Si en la
infancia arrojamos la sexualidad en el saco o si una mujer se despoja de su masculinidad
y la arroja en el saco desperdicia con ello una gran cantidad de energía. Es
razonable, pues, suponer que nuestro saco contiene gran cantidad de energía
inaccesible. Si, por ejemplo, consideramos que no somos creativos es porque
hemos arrojado toda nuestra creatividad al saco. ¿Qué significa, pues, decir
«Yo no soy creativo» o «Dejemos que lo hagan los expertos»? Cuando la audiencia
reclama a un poeta -o a un asesino a sueldo- para llevarlo al paredón, cada uno
de los presentes debería dedicarse a escribir sus propios poemas.
Todos
nosotros arrastramos nuestro propio saco personal pero cada pueblo, cada grupo
humano, arrastra también su propio saco. Durante muchos, muchos años viví en
una pequeña granja de un pueblo de Minnesota y es muy probable que los
habitantes de ese pueblo arrojaran a su saco objetos muy distintos a los que echa
la gente de cualquier pueblecito de la costa griega. Es como si el colectivo
tomara la decisión grupas de despojarse de ciertas energías y tratara de
entorpecer cualquiera intento de sacarla del saco.
De este modo
las comunidades humanas interfieren con nuestro proceso personal y, en este
sentido, bien podemos decir que resulta más comprometido vivir en sociedad que
permanecer aislado en la naturaleza. Por otra parte, los odios feroces que en
ocasiones se desatan en las pequeñas comunidades humanas pueden facilitar la
toma de conciencia del proceso de la proyección. La comunidad junguiana no es
una excepción a este respecto y, como todo grupo humano, tiene también su
propio saco y suele recomendar a sus miembros que arrojen en él la vulgaridad y
el interés económico del mismo modo que la comunidad freudiana suele
aconsejarles que se despojen de su vida religiosa. Existe también un saco
nacional y el nuestro es particularmente grande. Rusia y China tienen defectos evidentes
para nosotros pero si a un ciudadano norteamericano le interesa conocer el
contenido de su saco nacional en un determinado momento no tiene más que
escuchar cualquier crítica oficial del Departamento de Estado sobre la Unión
Soviética. Según Reagan, nosotros somos honrados pero los demás países soportan
dictaduras ininterrumpidas, tratan brutalmente a las minorías, lavan el cerebro
de sus jóvenes y quebrantan los acuerdos. Los rusos, por su parte, pueden
descubrir su propio saco nacional leyendo cualquier artículo de Pravda sobre
los Estados Unidos. Estamos hablando de un entramado de sombras, de un patrón
de interferencias entre sombras proyectadas desde ambos lados que confluyen en algún
lugar del espacio. Soy consciente de que con esta metáfora no estoy diciendo
nada nuevo sino que tan sólo pretendo señalar claramente la distinción
existente entre la sombra personal, la sombra comunitaria y la sombra nacional.
En este
artículo he empleado las metáforas del saco, la película enlatada y la
proyección. Pero dado que nuestro saco está cerrado y las imágenes permanecen
ocultas en la oscuridad sólo podemos percatarnos de su contenido proyectándolo
inocentemente -por así decirlo- sobre el mundo. Entonces es cuando las arañas
son malignas, las serpientes astutas y los machos cabríos lascivos; entonces
los seres humanos son unidimensionales, las mujeres son débiles, los rusos
carecen de principios y los chinos parecen iguales. Pero no olvidemos que es
precisamente gracias a este artificio engañoso, complejo, dañino, devastador e
inexacto que llegamos a establecer contacto con el lodo y el cuervo encuentra
un lugar donde posarse.
Del libro "Encuentro con la sombra".
Recopilación de autores junguianos.
me apasiona, el tema de la sombra cruza a la humanidad.
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