Rosalía de Castro(Santiago de
Compostela, 24 de febrero de 1837-Padrón, 15 de julio de 1885). En su partida de nacimiento figura como
«hija de padres incógnitos», puntualizándose, sin embargo, que
«va sin número por no haber pasado a la Inclusa». Fue una poetisa y novelista española que escribió tanto en gallego como castellano. Considerada en la actualidad como una escritora indispensable en el panorama literario del siglo XIX, representa junto con Eduardo Pondal y Curros Enríquez una de las figuras emblemáticas del Rexurdimento gallego, no solo por su aportación literaria en general y por el hecho de que sus Cantares gallegos sean entendidos como la primera gran obra de la literatura gallega contemporánea, sino por el proceso de sacralización al que fue sometida y que acabó por convertirla en encarnación y símbolo del pueblo gallego. Además, es considerada junto con Gustavo Adolfo Bécquer la precursora de la poesía española moderna.
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De gemidos
quejumbrosos,
de
suspiros lastimeros,
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vago suena
en el espacio
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melancólico
concierto...
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Son las
campanas que tocan...
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¡Tocan por
los que murieron!
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Plañidero
el metal vibra,
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las
regiones recorriendo
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de los
valles solitarios,
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de los
tristes cementerios,
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y también
allá en la hondura
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de las
almas sin consuelo.
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¡Vasto
páramo es la mía,
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como
abrasado desierto,
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como mar
que no se acaba,
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y en ella
un sepulcro tengo
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más
profundo que un abismo,
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más ancho
que el firmamento,
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y al eco
de las campanas
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que en él
se va repitiendo,
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los
esqueletos se rompen,
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de mis
pálidos recuerdos!
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¿Será
cierto que pasaron,
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y para
siempre murieron?
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¿Es verdad
que cuanto toco,
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cuanto
miro y cuanto quiero
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todo
ilusión me parece,
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todo me
parece un cuento?...
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Y que tuve
un tiempo madre
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y que ora
ya no la tengo...
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También un
sueño parece,
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¡pero qué
terrible sueño!
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Dos palomas
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ORILLAS DEL SAR
I
A través del
follaje perenne
Que oír deja
rumores extraños,
Y entre un
mar de ondulante verdura,
Amorosa
mansión de los pájaros,
Desde mis
ventanas veo
El templo
que quise tanto.
El templo
que tanto quise…
Pues no sé
decir ya si le quiero,
Que en el
rudo vaivén que sin tregua
Se agitan
mis pensamientos,
Dudo si el
rencor adusto
Vive unido
al amor en mi pecho.
II
Otra vez,
tras la lucha que rinde
Y la
incertidumbre amarga
Del viajero
que errante no sabe
Dónde
dormirá mañana,
En sus lares
primitivos
Halla un
breve descanso mi alma.
Algo tiene
este blando reposo
De sombrío y
de halagüeño,
Cual lo
tiene en la noche callada
De un ser
amado el recuerdo,
Que de
negras traiciones y dichas
Inmensas nos
habla a un tiempo.
Ya no lloro…
y no obstante agobiado
Y afligido
mi espíritu, apenas
De su cárcel
estrecha y sombría
Osa dejar
las tinieblas
Para bañarse
en las ondas
De luz, que
el espacio llenan.
Cual si en
suelo extranjero me hallase,
Tímida y
hosca contemplo
Desde lejos
los bosques y alturas
Y los
floridos senderos
Donde en
cada rincón me aguardaba
La esperanza
sonriendo.
III
Oigo el
toque sonoro que entonces
A mi lecho a
llamarme venía
Con sus
ecos, que el alba anunciaban,
Mientras
cual dulce caricia
Un rayo de
sol dorado
Alumbraba mi
estancia tranquila,
Puro el
aire, la luz sonrosada,
¡Qué
despertar tan dichoso!
Yo veía
entre nubes de incienso
Visiones con
alas de oro
Que llevaban
la venda celeste
De la fe
sobre sus ojos…
Ese sol es
el mismo, mas ellas
No acuden a
mi conjuro;
Y a través
del espacio y las nubes,
Y del agua
en los limbos confusos,
Y del aire
en la azul transparencia
¡Ay!, ya en
vano las llamo y las busco
Blanca y
desierta, la vía
Entre los
frondosos setos
Y los bosques
y arroyos que bordan
Sus orillas,
con grato misterio
Atraerme
parece y brindarme
A que siga
su línea sin término.
Bajemos
pues, que el camino
Antiguo nos
saldrá al paso,
Aunque
triste, escabroso y desierto,
Y cual
nosotros cambiado,
Una visión de
armiño, una ilusión querida,
Un suspiro
de amor.
De tus
suaves rumores la acorde consonancia,
Ya para el
alma yerta, tornóse bronca y dura
A impulsos
de dolor;
Secáronse
tus flores de virginal fragancia,
Perdió su
azul tu cielo, el campo su frescura,
El alba su
candor.
La nieve de
los años, de la tristeza el hielo
Constante,
al alma niegan toda ilusión amada,
Todo dulce
consuelo,
Sólo los
desengaños preñados de temores
Y de la duda
el frío
Avivan los
dolores que siente el pecho mío,
Y ahondando
mi herida
Me
destierran del cielo, donde las fuentes brotan
Eternas de
la vida.
VI
¡Oh tierra,
antes y ahora, siempre fecunda y bella!
Viendo cuan
triste brilla nuestra fatal estrella,
Del Sar cabe
la orilla,
Al acabarme
siento la sed devoradora
Y jamás
apagada que ahoga el sentimiento,
Y el hambre
de justicia que abate y anchada
Cuando
nuestros clamores los arrebata el viento
De tempestad
airada.
Ya en vano
el tibio rayo de la naciente aurora
Tras del
Miranda altivo,
Valles y
cumbres dora con su resplandor vivo;
En vano
llega mayo de sol y aromas lleno,
Con su
frente de niño de rosas coronada
Y con su luz
serena:
En mi pecho
ve juntos el odio y el cariño,
Mezcla de
gloria y pena,
Mi sien por
la corona del mártir agobiada
Y para
siempre frío y agotado mi seno.
VII
Ya que de la
esperanza para la vida mía
Triste y
descolorido ha llegado el ocaso,
A mi morada
oscura, desmantelada y fría
Tornemos
paso a paso,
Porque con
su alegría no aumente mi amargura
La blanca
luz del día.
Contenta el
negro nido busca el ave agorera,
Bien reposa
la fiera en el antro escondido,
En su
sepulcro el muerto, el triste en el olvido
Y mi alma en
su desierto.
Sienten del sol los besos abrasados,
Y no lejos, las ondas siempre frescas
Ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas de mi suerte imagen:
No sé lo que me pasa al contemplaros,
Pues como yo sufrís, secas y mudas,
El suplicio sin término de Tántalo.
En que, salvando misteriosos límites,
Avance el mar y hasta vosotras llegue
A apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
Siglos de ansias y anhelos imposibles,
Saciará al fin su sed el alma ardiente
Donde beben su amor los serafines!
Del antiguo
camino a lo largo,
Ya un pinar,
ya una fuente aparece,
Que brotando
en la peña musgosa
Con
estrépito al valle desciende
Y brillando
del sol a los rayos
Entre un mar
de verdura se pierde,
Dividiéndose
en limpios arroyos
Que dan vida
a las flores silvestres
Y en el Sar
se confunden: el río
Que cual
niño que plácido duerme,
Reflejando
el azul de los cielos
Lento corre
en la sombra a esconderse.
No lejos, en
soto profundo de robles
En donde el
silencio sus alas extiende
Y da abrigo
a los genios propicios,
A nuestras
viviendas y asilos campestres,
Siempre
allí, cuando evoco mis sombras,
O las llamo,
respóndenme y vienen.
Ya duermen
en su tumba las pasiones
El sueño de
la nada;
¿Es, pues,
locura del doliente espíritu
O gusano que
llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé
que es un placer que duele,
Que es un
dolor que atormentado halaga,
Llama que de
la vida se alimenta
Mas sin la
cual la vida se apagara.
Creyó que
era eterno tu reino en el alma,
Y creyó tu
esencia esencia inmortal,
Mas si sólo
eres nube que pasa,
Ilusiones
que vienen y van,
Rumores del
onda que rueda y que muere
Y nace de
nuevo y vuelve a rodar,
Todo es
sueño, y mentira en la tierra,
¡No existes,
verdad!
¡JAMÁS lo
olvidaré!... De asombro llena
Al
escucharlo, el alma refugióse
En sí misma
y dudó… pero al fin, cuando
La amarga
realidad, desnuda y triste,
Ante ella se
abrió paso, en luto envuelta,
Presenció
silenciosa la catástrofe
Cual
contempló Jerusalén sus muros
Para siempre
entre el polvo sepultados.
¡Profanación
sin nombre! Donde quiera
Que el alma
humana, inteligente, rinde
Culto a lo
grande, a lo pasado culto,
Esas selvas
agrestes, esos bosques
Seculares y
hermosos, cuyo espeso
Ramaje,
abrigo y cariñosa sombra
Dieron a
nuestros padres, fueron siempre
De
predilecto amor lugares santos
Que todos
respetaron.
¡No! En los
viejos
Robledales
umbrosos, que hacen grata
La más yerma
región, y de los siglos
Guardan
grabada la imborrable huella
Que en ellos
han dejado, ¡nunca, nunca!
Con su
acerado filo osada pudo
El hacha
penetrar, ni con certero
Y rudo golpe
derribar en tierra,
Cual en
campo enemigo, el árbol fuerte
De larga
historia y de nudosas ramas,
Que es
orgullo del suelo que le cría
Con savia
vigorosa, y monumento
Que en solo
un día nos levanta el hombre,
Pues es obra
que Dios al tiempo encarga
Y a la madre
inmortal naturaleza,
Artista
incomparable.
Y sin embargo…
Nada allí
quedó en pie. Los arrogantes
Cedros de
nuestro Líbano, los altos
Gigantescos castaños
seculares
Regalo de
los ojos, los robustos
Y
centenarios robles, cuyos troncos
De arrugas
llenos, monstruos semejaban
De ceño
adusto y de mirada torva,
Que hacen
pensar en ignorados mundos;
Las encinas
vetustas, bajo cuyas
Ramas
vagaron en silencio tantos
Tercos
impenitentes soñadores…
¡Todo por
tierra y asolado todo!
Ya ni
abrigo, ni sombra, ni frescura;
Los pájaros
huidos y espantados
Al ver
deshecha su morada, el viento
Gimiendo
desabrido como gime
En las
desiertas lomas donde sólo
Áridos
riscos a su paso encuentra;
Los narcisos
y blancas margaritas
Que apiñadas
brillaban entre el musgo
Cual brillan
las estrellas en la altura,
Los lirios
perfumados, las violetas,
Los
miosotis, azules como el cielo,
Y que
bordando la ribera undosa
Recordábanle
al triste enamorado
Que de las
aguas se sentaba al borde
Arrastrando
el arado, la amarilla
Mies con
afán sembráramos
—Mezquinos
Aún más que
torpes son— prorrumpirían
Los fieros
hijos del jardín de España
Con rudo
enojo levantando el grito.
Mas nosotros
si talan nuestro bosques
Que cuentan
siglos,… ¡quedan ya tan pocos!,
Y ajena
voluntad su imperio ejerce
En lo que es
nuestro, cosas de la vida
Nos parecen,
quizás, vanas y fútiles
Que a nadie
ofenden ni a ninguno importan
Si no es al
que las hace, a soñadores
Que sólo
entienden de llorar sin tregua
Por los
vivos y muertos… y aun acaso
Por las
hermosas selvas que sin duelo
Indiferente
el leñador destruye.
Pero qué,…
alguno exclamará indignado
Al oír mis
lamentos. —¿Por ventura
La inmensa
torre del reloj se ha hundido
Y no hay
quien señale nuestras horas
Soñolientas
y tardas como el eco
Bronco de su campana formidable?
¿O en mis
haciendas penetrando acaso
Osado
criminal, ha puesto fuego
A las extensas eras? ¿Por qué gime
Así
importuna esa mujer?
Yo inclino
La frente al
suelo y contristada exclamo
Con el
Mártir del Gólgota… perdónales,
Señor,
porque no saben lo que dicen,
Mas, ¡oh
Señor!, a consentir no vuelvas
Que de la
helada indiferencia el soplo
Apague la
protesta en nuestros labios,
Que es el
silencioso hermano de la muerte
Y yo no
quiero que mi patria muera,
Sino que
como Lázaro, ¡Dios bueno!,
Resucite a
la vida que ha perdido,
Y con voz
alta, que a la gloria llegue,
Le diga al
mundo que Galicia existe,
Tan llena de
valor cual tú has hecho,
Tan grande y
tan feliz cuanto es hermosa.
MIS HIJOS
EN su cárcel
de espinos y rosas
Cantan y
juegan mis pobres niños,
Hermosos
seres desde la cuna
Por la
desgracia ya perseguidos.
En su cárcel
se duermen soñando
Cuan bello
es el mundo cruel que no vieron,
Cuan ancha
la tierra, cuan hondos los mares,
Cuan grande
el espacio, qué breve su huerto.
Y le
envidian las alas al pájaro
Que traspone
las cumbres y valles,
Le dicen:
—¿Qué has visto allá lejos
Golondrina
que cruzas los aires?
Y despiertan
soñando, y dormidos
Soñando se
quedan
Que ya son
la nube flotante que pasa,
O ya son el
ave ligera que vuela
Tan lejos,
tan lejos del nido, cual ellos
De su cárcel
ir lejos quisieran.
—¡Todos
parten!, exclaman. —¡Tan sólo,
Tan sólo
nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué
quedar, madre, por qué no llevarnos
Donde hay
otro cielo, otro aire, otras gentes?
Yo en tanto
bañados mis ojos, les miro
Y guardo
silencio pensando: —En la tierra
¿Adonde llevaros, mis pobres cautivos,
¿Adonde llevaros, mis pobres cautivos,
Que no hayan
de ataros las mismas cadenas?
Del hombre,
enemigo del hombre, no puede
Libraros,
mis ángeles, la egida materna.
Ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la yerba, ni florece el narciso,
Ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
Le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
Donde humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas
Tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa
Humedece los labios en la linfa serena
Del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
Y dichoso se olvida de la fuente ya seca.
Cenicientas
las aguas, los desnudos
Árboles y
los montes cenicientos,
Parda la
bruma que los vela y pardas
Las nubes
que atraviesan por el cielo;
Triste, en
la tierra, el color gris domina,
¡El color de
los viejos!
De cuando en
cuando de la lluvia el sordo
Rumor suena,
y el viento
Al pasar por
el bosque
Silba o
finge lamentos
Tan
extraños, tan hondos, tan dolientes
Que parece
que llaman por los muertos.
Seguido del
mastín, que helado tiembla,
El labrador
envuelto
En su capa
de juncos cruza el monte;
El campo
está desierto,
Y tan sólo
en los charcos que negrean
Del ancho
prado entre el verdor intenso
Posa el
vuelo la blanca gaviota
Mientras
graznan los cuervos.
Yo desde mi
ventana,
Que azotan
los airados elementos,
Regocijada y
pensativa escucho
El discorde
concierto
Simpático a
mi alma…
Mil y mil veces
bien venido seas,
Mi sombrío y
adusto compañero.
¿No eres
acaso el precursor dichoso
Del tibio
mayo y del abril risueño?
¡Ah, si el
invierno triste de la vida
Como tú de
las flores y los céfiros
También
precursor fuera de la hermosa
Y eterna
primavera de mis sueños!!...
I
ERA la
última noche,
La noche de
las tristes despedidas,
Y apenas si
una lágrima empañaba
Sus serenas
pupilas.
Como el
criado que deja
Al amo que
le hostiga,
Arreglando
su hatillo murmuraba
Casi con la
emoción de la alegría:
—¡Llorar!
¿Por qué? Fortuna es que podamos
Abandonar
nuestras humildes tierras;
El duro pan
que nos negó la patria,
Por más que
los extraños nos maltraten,
No ha de
faltarnos en la patria ajena.
Y los hijos
contentos se sonríen,
Y la esposa,
aunque triste, se consuela
Con la firme
esperanza
De que el
que parte ha de volver por ella.
Pensar que
han de partir, ése es el sueño
Que da
fuerza en su angustia a los que quedan;
¡Cuánto en
ti pueden padecer, oh patria,
Si ya tus
hijos sin dolor te dejan!
II
Como a
impulsos de lenta
Enfermedad,
hoy cien, y cien mañana
Hasta perder
la cuenta,
Racimo tras
racimo se desgrana.
Palomas que
la zorra y el milano
A ahuyentar
van, del palomar nativo
Parten con
el afán del fugitivo,
Y parten
quizá en vano.
Pues al
posar el fatigado vuelo
Acaso en el
confín de otra llanura,
Ven
agostarse el fruto que madura
Y el águila
cerniéndose en el cielo.
Nada me
importa, blanca o negra mariposa,
Que dichas
anunciándome o malhadadas nuevas,
En torno de
mi lámpara o de mi frente en torno
Os agitéis
inquietas.
La venturosa
copa de placer para siempre
Rota a mis
pies está,
Y la del
dolor llena,… ¡llena hasta desbordarse!,
Ni penas ni
amarguras pueden caber ya más.
Nos dicen
que se adoran la aurora y el crepúsculo,
Mas entre el
sol que nace y el que triste declina
Medió
siempre el abismo que media entre la cuna
Y el
sepulcro en la vida.
Pero llegará
un tiempo quizás, cuando los siglos
No se
cuenten y el mundo por siempre haya pasado,
En el que nunca
tomen tras de la noche el alba
Ni se hunda
entre las sombras del sol el tibio rayo.
Si de lo
eterno entonces en el mar infinito
Todo aquello
que ha sido ha de vivir más tarde,
Acaso alba y
crepúsculo, si en lo inmenso se encuentran,
En uno se confundan
para no separarse.
Para no
separarse… ¡Ilusión bienhechora
De inmortal
esperanza, cual las que el hombre inventa!
¿Mas quién
sabe si en tanto hacia su fin caminan,
Como el
hombre los astros con ser eternos sueñan?
LA CANCIÓN
QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO
A la luz de
esa aurora primaveral, tu pecho
Vuelve a
agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco!,… corre
a esconderte en el asilo oscuro
Donde ya no
penetra la viva luz del sol.
Aquí tu
sangre torna a circular activa,
Y tus
pasiones tornan a rejuvenecer,…
Huye hacia
el antro en donde aguarda resignada,
Por la
infalible muerte la implacable vejez.
Sonrisa en
labio enjuto, hiela y repele a un tiempo;
Flores sobre
un cadáver, causan al alma espanto:
Ni flores,
ni sonrisas, ni sol de primavera
Busques
cuando tu vida llegó triste a su ocaso.
I
Su ciega y
loca fantasía corrió arrastrada por el vértigo,
Tal como
arrastra las arenas el huracán en el desierto.
Y cual
halcón que cae herido en la laguna pestilente,
Cayó en el
cieno de la vida, rotas las alas para siempre.
Mas aun sin
alas cree o sueña que cruza el aire, los
espacios,
Y aun entre
el lodo se ve limpio cual de la nieve el copo
blanco.
II
No maldigáis
del que ya ebrio corre a beber con nuevo
afán;
Su eterna
sed es quien le lleva hacia la fuente
abrasadora.
Cuanto más
bebe a beber más.
No murmuréis
del que rendido ya bajo el peso de la vida
Quiere vivir
y aun quiere amar.
La sed del
beodo es insaciable, y la del alma lo es aún
más.
III
Cuando todos
los velos se han descorrido
Y ya no hay
nada oculto para los ojos,
Ni ninguna
hermosura nos causa antojos,
Ni recordar
sabemos que hemos querido,
Aún en lo
más profundo del pecho helado,
Como entre
las cenizas la chispa ardiente,
Con sus
puras sonrisas de adolescente
Vive oculto
el fantasma del bien soñado.
I
EN los ecos
del órgano, o en el rumor del viento,
En el fulgor
de un astro o en la gota de lluvia,
Te adivinaba
en todo y en todo te buscaba
Sin
encontrarte nunca.
Quizá
después te ha hallado, te ha hallado y te ha
perdido
perdido
Otra vez, de
la vida en la batalla ruda,
Ya que sigue
buscándote y te adivina en todo
Sin
encontrarte nunca.
Pero sabe
que existes y no eres vano sueño,
Hermosura
sin nombre, pero perfecta y única;
Por eso vive
triste, porque te busca siempre
Sin
encontrarte nunca.
II
Yo no sé lo
que busco eternamente
En la tierra,
en el aire y en el cielo,
Yo no sé lo
que busco, pero es algo
Que perdí no
sé cuándo y que no encuentro,
Aun cuando
sueñe que invisible habita
En todo
cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad,
no he de volver a hallarte
En la
tierra, en el aire, ni en el cielo
¡Aun cuando
sé que existes
Y no eres
vano sueño!
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
IV
Y mi voz, entre el concierto de las graves sinfonías,
Y mi voz, entre el concierto de las graves sinfonías,
De las risas
lisonjeras y las locas alegrías,
Se alzó
robusta y sonora con la inspiración ardiente
Que enciende
en el alma altiva del entusiasmo la llama,
Y hace creer
al que espera y hace esperar al que ama
Que hay un
cielo en donde vive el amor eternamente.
Del labio
amargado un día por lo acerbo de los males,
Como de
fuente abundosa fluyó la miel a raudales,
Vertiéndose
en copas de oro que mi mano orló de rosas,
Y bajo de
los espléndidos y ricos artesonados
En los
palacios inmensos y los salones dorados,
Fui como flor en quien beben perfumes las mariposas.
Fui como flor en quien beben perfumes las mariposas.
Los aplausos
resonaban con estruendo en torno mío,
Como el vendaval resuena cuando se desborda el río
Como el vendaval resuena cuando se desborda el río
Por la
lóbrega encañada que adusto el pinar sombrea;
Genio
supremo y sublime del porvenir me aclamaron,
Y trofeos y
coronas a mis plantas arrojaron
Como a los
pies del guerrero vencedor en la pelea.
VIÉNDOME perseguido por la alondra
Que en su rápido vuelo
Arrebatarme quiso en su piquillo
Para dar alimento a sus polluelos,
Yo, diminuto insecto de alas de oro,
Refugio hallé en el cáliz de una rosa,
Y allí viví dichoso desde el alba
Hasta la nueva aurora.
Mas aunque era tan fresca y perfumada
La rosa como yo, no encontró abrigo
Contra el viento que alzándose en el bosque
Arrastróla en revuelto torbellino.
Y rodamos los dos en fango envueltos
Para ya nunca levantarse, ella;
Y yo para llorar eternamente
Mi amor primero y mi ilusión postrera.
LA palabra y
la idea,… hay un abismo
Entre ambas
cosas, orador sublime:
Si es que
supiste amar, di, cuando amaste,
¿No es
verdad, no es verdad que enmudeciste?
Cuando has
aborrecido, ¿no has guardado
silencioso
la hiél de tus rencores,
En lo más
hondo y escondido, y negro
Que hallar
puede en sí un hombre?
Un beso, una
mirada,
Suavísimo
lenguaje de los cielos,
Un puñal
afilado, un golpe aleve
Expresivo lenguaje
del infierno.
Mas la
palabra en vano
Cuando el
odio o el amor llenan la vida
Al
convulsivo labio balbuciente
Se agolpa y
precipita,
¡Qué ha de
decir!, desventurada y muda;
De tan
hondos, tan íntimos secretos,
La lengua
humana, torpe, no traduce
El velado
misterio.
Palpita el
corazón enfermo y triste,
Languidece
el espíritu, he aquí todo:
Después se
rompe el frágil
Vaso, y la esencia elévase a lo ignoto.
Vaso, y la esencia elévase a lo ignoto.
LAS CAMPANAS
Yo las amo,
yo las oigo
Cual oigo el
rumor del viento,
El murmurar
de la fuente
O el balido
del cordero.
Como los
pájaros, ellas,
Tan pronto
asoma en los cielos
El primer
rayo del alba,
Le saludan
con sus ecos.
Y en sus
notas que van repitiéndose
Por los
llanos y los cerros,
Hay algo de
candoroso,
De apacible
y de halagüeño.
Si por
siempre enmudecieran,
¡Qué
tristeza en el aire y en el cielo!
¡Qué
silencio en las iglesias!
¡Qué
extrañeza entre los muertos!
* * * *
EN la altura
los cuervos graznaban,
Los deudos
gemían en torno del muerto,
Y las ondas
airadas mezclaban
Sus bramidos
al triste concierto.
Algo había
de irónico y rudo
En los ecos
de tal sinfonía,
Algo negro,
fantástico y mudo
Que del alma
las cuerdas hería.
Bien pronto
cesaron los fúnebres cantos,
Esparcióse
la turba curiosa,
Acabaron
gemidos y llantos
Y dejaron al
muerto en su fosa.
Tan sólo a
lo lejos, rasgando la bruma,
Del negro
estandarte las orlas flotaron,
Como flota
en el aire la pluma
Que al ave
nocturna los vientos robaron.
Que al menor viento lanza siempre un gemido,
Mas no repite nunca más que un sonido
Monótono, vibrante, profundo y lleno.
Al abrir mi ventana
Veo en oriente amanecer la aurora,
Después de hundirse el sol en lontananza.
Van tantos años de esto,
Que cuando a muerto tocan,
Yo no sé si es pecado, pero digo:
¡Qué dichoso es el muerto, o qué dichosa!
Donde lo grande pasa deprisa y lo pequeño
Desaparece o se hunde, como piedra arrojada
De las aguas profundas al estancado légamo.
Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
Débil a caer vuelve siempre en la tentación,
Y escribe como escriben las olas en la arena,
El viento en la laguna y en la neblina el sol.
Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
Ni que eterna repita sus murmullos el agua;
Canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
Que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.
Era apacible
el día
Y templado el ambiente,
Y llovía,
llovía
Callada y mansamente;
Y mientras
silenciosa
Lloraba yo y
gemía,
Mi niño,
tierna rosa,
Durmiendo se
moría.
Al huir de
este mundo,
¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo
alejarse,
¡qué borrasca en la mía!
Tierra sobre
el cadáver insepulto
Antes que
empiece a corromperse… ¡tierra!
Ya el hoyo
se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto
en los terrones removidos
Verde y
pujante crecerá la yerba.
¿Qué andáis
buscando en torno de las tumbas,
Torbo el
mirar, nublado el pensamiento?
¡No os
ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que
descansa en el sepulcro
Ha de tomar
a amaros ni a ofenderos.
¡Jamás! ¿Es
verdad que todo
Para siempre
acabó ya?
No, no puede
acabar lo que es eterno,
Ni puede
tener fin la inmensidad.
Tú te fuiste
por siempre: mas mi alma
Te espera
aún con amoroso afán,
Y vendrás o
iré yo, bien de mi vida,
Allí donde
nos hemos de encontrar.
Algo ha
quedado tuyo en mis entrañas
Que no
morirá jamás,
Y que Dios,
porque es justo y porque es bueno,
A desunir ya
nunca volverá.
En el cielo,
en la tierra, en lo insondable
Yo te
hallaré y me hallarás.
No, no puede
acabar lo que es eterno,
Ni puede
tener fin la inmensidad.
Mas… es
verdad, ha partido
Para nunca
más tornar.
Nada hay
eterno para el hombre, huésped
De un día en
este mundo terrenal,
En donde
nace, vive y al fin muere
Cual todo
nace, vive y muere acá.
TIEMBLAN LAS
HOJAS, Y MI ALMA TIEMBLA,…
I
Tiemblan las
hojas, y mi alma tiembla,…
Pasó el
verano…,
Y para el
pobre corazón mío
Unos tras
otros, ¡pasaron tantos!
Cuando en
las noches tristes y largas
Que están
llegando
Brille la
luna, ¡cuántos sepulcros
Que antes no
ha visto verá a su paso!
Cuando entre
nubes hasta mi lecho
Llegue su
rayo,
¡Cuan
tristemente los yermos fríos
De mi alma
sola no irá alumbrando!
II
¡Pobre alma
sola!, no te entristezcas,
Deja que
pasen, deja que lleguen
La primavera
y el triste otoño,
Ora el estío
y ora las nieves;
Que no tan
solo para ti corren
Horas y
meses:
Todo
contigo, seres y mundos,
De prisa
marchan, todo envejece;
Que hoy,
mañana, antes y ahora,
Los mismos
siempre,
Hombres y
frutos, plantas y flores,
Vienen y
vanse, nacen y mueren.
Cuando te
apene lo que atrás dejas
Recuerda
siempre
Que es más
dichoso quien de la vida
Mayor
espacio corrido tiene.
No va solo
el que llora,
No os
sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
Basta un
pesar del alma,
Jamás, jamás
le bastará una dicha.
Juguete del
Destino, artista humilde,
Rodé triste
y perdida;
Pero conmigo
lo llevaba todo:
Llevaba mi
dolor por compañía.
Divino Cristo, si de Ti me aparto;
Mas cuando hacia la cruz vuelvo los ojos
Me resigno a seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
Busco a tu Padre en el espacio inmenso
Como el piloto en la tormenta busca
La luz del faro que le guíe al puerto.