domingo, 29 de mayo de 2016

Dionisio Ridruejo



Dionisio Ridruejo Jiménez (Burgo de Osma, Soria, 12 de octubre de 1912 – Madrid, 29 de junio de 1975) fue un escritor y político español perteneciente a la Generación del 36 o Primera generación poética de posguerra. Participó como falangista en el bando de Franco, pero ya desde 1941 su distancia con el nuevo régimen se iniciaba, consumándose al año siguiente con la dimisión de sus cargos. Desde entonces, se enfrentó al franquismo, sufrió cinco años de destierro y unos meses de cárcel; manteniendo cierta libertad de acción, luchó hasta el final de su vida por las libertades, uniéndose con la oposición democrática

Como poeta, Ridruejo puede adscribirse a la que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada: cultiva el estrofismo clásico y usa una lengua pura y clara. Posee una gran serenidad formal propia de la estética garcilasista y es un maestro en la forma del soneto, para el cual poseía una gran facilidad. Fue autor juvenil de dos líneas del Cara al sol. Sus comienzos poéticos deben algo al modelo machadiano; sus temas preferentes son el amoroso, la naturaleza, los sentimientos religiosos y patrióticos y el arte y la literatura. En sus últimos años toma el rumbo íntimo de los recuerdos.

Fuera de su poesía y su prosa, escribió la pieza dramática en tres actos Don Juan y un texto autobiográfico, Casi unas memorias. Con fuego y con raíces. Los tres volúmenes de su extensa guía de viaje Castilla la Vieja se han convertido en uno de los clásicos del género.
De Wikipedia
 

EL GUERRERO DE GRANITO
A Leonardo Catarineu, delicado poeta,
Con un abrazo.


Yo vi al monasterio, al recio coloso
irguiendo soberbio su enorme estatura
era de granito su fuerte armadura
y de gris pizarra su casco glorioso.
Yo le vi; su aspecto duro y poderoso
era plateado por la luna pura
y la añeja capa de gigante altura
era el firmamento negro y pavoroso.
Yo le vi altanero retar a los montes
—que se dibujaban en los horizontes—
con la voz broncínea de sus esquilones.
Por espada asía la férrea veleta
y se destacaba su negra silueta
como el más bizarro de los infanzones. 
Ensayos, El Escorial, noviembre de 1928.
Dieciséis años recién cumplidos.


El segundo grupo marchaba silente
y aquel arcipreste galán y trovero
de aquellos ingenios caminaba al frente
rimando las coplas de su cancionero.
Recitando estrofas con el labio ardiente
marchaba el confuso tropel altanero;
Miguel de Cervantes con rostro riente,
y Santa Teresa con rostro severo.
Lope de la Vega decía contrito
un soneto místico que era como un grito
que arrancó a su alma su final cercano.
Mientras que Gustavo Bécquer desgranaba
su eterno rosario que triste rimaba
el más destrozado corazón humano.




APARICIÓN EN LA TERRAZA

Cediendo el velo de la noche oscura,
al plenilunio y miel de tu llegada,
sobre el húmedo valle levantada
cuando el verdor abisma su espesura,
abierta al cielo, solitaria y pura,
entre constelaciones revelada,
y de severa fronda cortejada
para la intimidad de la hermosura,
veo aquella terraza y el instante
que en ella te brindaba monumento
junto a mi verso niño y vacilante;
y recuerdo la brisa del aliento
que el alma penetró, sueño adelante,
y aquel fugaz y eterno sentimiento…
Segovia, 1935.



DESIERTO


Te busco donde no existes
entre las huellas del aire
que habitaron unas formas
ya quemadas en mis ojos.
Te espero como el aliento
que retienen los pulmones
del tiempo. Te solicito
en las auroras que un día
han de nacerte. En los largos
ocasos que me desangran
para tí. Siento tu savia
en las selvas que la tejen
y en los yermos que la secan
y de crearte con sombras
o con luces ya mis ojos
son como yemas de ciego.
El espíritu o la carne
confusos, que me concibes
sin vientre, me sustituyen
y te poseo en los brazos
desiertos a tanta siembra
que ya es mi vida un gran mayo
heridamente futuro.

(1965)



ÁUREA CAMINANTE

Como ofrenda del trigo aventurada
para dar su pasión a la marina
avanzabas, esbelta y matutina
de oro gentil vestida y coronada.
Mediodía del sol, tierra postrada
con niebla de estupor, siesta salina;
y agosto en ti, con la sazón divina
de una torre solar, libre y pausada. 
Espada fresca, el aire de tu paso,
calmaba la aridez mientras ardía
sosteniendo los cielos, milagrosa.
Sólo mi corazón era el ocaso;
mi alma detrás, la noche sólo mía,
para sólo tu lumbre victoriosa.




EL SUEÑO ABRAZADO

Huésped tu sueño de mis brazos gana
con el peso del alma mi ventura;
vecina al corazón, dócil y pura
ave de amor en levedad humana.
Reclinas la conciencia y la figura
que así me fortalece y engalana,
mientras el baño de los ojos mana
del casto bienestar de la ternura.
Eres un dulce ramo tembloroso
fiado a mi castillo de sentidos
que apacientan su llama en el reposo.
La compasión acalla mis latidos
y el cielo, vespertino y amoroso,
canta sobre tus párpados vencidos.




POEMAS DEL FALANGISTA 1933-1942

SONETOS A JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

El rastro de la patria, fugitivo
en el aire sin sales ni aventura,
fue arrebatado en fuego por la altura
de su ágil corazón libre y cautivo.
De la costra del polvo primitivo
alzó la vena de la sangre pura,
trenzando con el verbo su atadura
de historia y de esperanza en pulso vivo.
Enamoró la luz de las espadas,
armó las almas sin albergue, frías,
volvió sed a las aguas olvidadas.
Dio raíz a la espiga y a la estrella,
y, por salvar la tierra con sus días,
murió rindiendo su hermosura en ella.




No fue la tierra por tu peso amada,
sino soporte de tu planta erguida.
no elegiste el silencio; sí la vida
en mocedad de flor aventurada.
Curso de estrella a la raíz hundida
dio tu esbeltez jamás abandonada
y dejaste tu voz, tan levantada,
con gravedad de sangre mantenida.
Vencida al fin la carne por la empresa,
con tierra de tus huesos sube al día
—España, al fin— tu vertical promesa.
Álamo, lanza, torre, valentía,
todo se alegra en ti, todo regresa
de este llanto mortal de tu elegía.




El corazón te busca en su alabanza
hecha de soledad y desconsuelo,
y halla tu gloria en el amado suelo
que rige con laureles tu esperanza.
Te reclama el amor y ya te alcanza
con fe nacida de tu voz y duelo,
y mientras dura irreparable el hielo
con más ardor te crea y afianza.
En torno de la muerte, quién dijera
cuánto tiene la voz de tu elegía
de canto por la vida verdadera.
Pues con el alma y sangre en agonía
aún las habita en ti la primavera
al alumbrarte cada nuevo día.



A UNA ESTATUA DE MUJER DESNUDA


Desnuda y vertical, pero ceñida
la línea de la tierra a la pereza
de una carne que cede, cuando empieza
la perfección del sueño, su medida.
Materia sin amor, pero encendida
por el número fiel de la belleza
donde la fría carne se adereza
sin el gusto del tiempo y de la vida.
¡Oh, dócil a los ojos y apartada
del fuego de la sangre, muda gloria
en éxtasis de tierra levantada!
Antigua juventud fresca y gastada
que extingue la pasión de su memoria
en esta eternidad tan sosegada.




A UNA PIEDRA DE MOLINO EN TIERRA
A María y Eduardo, 
Condes de Montarco.

Aquel agua de surco, caminera,
se hizo rondel sonoro en tus ardores,
pan de roca, y al alba molinera
eran alegre danza sus rumores.
Sol de espigas, tus labios giradores,
labios del llano, pesadez ligera,
enmudecen tu amarga primavera,
luna muerta en el llanto de las flores.
Hoy te miro, descanso del camino,
moneda del recuerdo abandonada
en la quieta nostalgia del molino.
Cíclope triste, el ojo sin mirada
y la forma andadora sin destino
en el eje del aire atravesada.




A CASTILLA
A Eugenio Montes

Yo que te vi, Castilla, desolada
bajo el ala del pájaro perdido
y el trigo sin sabores, al gemido
vencida de tu paz desarbolada,
hoy contemplo la tierna madrugada
que alza tu tierra al aire prometido
y rasga tu horizonte sometido
al fuerte privilegio de la espada.
Un mar de sangre te dilata y crece
y en tus cauces y chopos vigilado
estrecha albas de flor y las merece.
Y sé en mis venas ya que, libertado,
dará un orbe a tu espiga que se ofrece
con saetas al yugo enamorado.
Agosto de 1936.



HENDAYA (1941)

Y me quedé desnudo para hacerme
soldado y fue del todo. Desvestido
el disfraz de las ropas habituales
quedé junto a los otros tiritando
de pura y pobre carne puesta al frío
con un cartel al cuello, así desnuda
de mi nombre habitual y de su patria
habitual, ya pasada la frontera.
Desnuda ante los otros, entre espejos
de pobre y muda carne tiritando
para encontrar, como la voz el eco,
su indigencia mortal recién nacida
-porque era el alba regustada en sueño—,
Su soledad medrosa —porque era
Todavía penumbra—, su inocencia
—porque era ya olvidar cerca del día.
Y era como nacer o despertarse
sin la memoria aún. Cuando ser hombre
es estar esperando y no saberlo
a que el tiempo nos traiga algún vestido.
Y me quedé desnudo para hacerme
hombre sólo, mortal entre los hombres.
Madrid, 1952.




NOVGOROD (1942)

Acaso nunca volverá la nieve
ni volverá a salir de su llanura
la luna grande, enteramente rosa
hacia un cielo de oscuras violetas.
Ya nunca —¿o es ya siempre?—,
mientras el árbol solo de la aldea
se retuerce en un negro desamparo
hundiendo amor hacia la oculta tierra.
Ya acaso nunca —¡nunca de esperanza!—
vagaré por la luz cristalizada
despojado de mí, resucitando,
el riesgo de la nada
cuando la sangre, indómita
a golpe de cañón entra y se enrama
en la huraña arboleda de los muertos,
en la vida que muere y no se aplaca.
Ya nunca, pero siempre y todavía
veré los muros rojos sobre el agua
—el agua de diamante— y en las cúpulas
de oro, el puro resplandor del alma.
San Cugat, 1946.


ALELLA



Todo debe morir. Es una casa

grande y para otro tiempo,
con materiales crudos, declarantes
que aún describen el pulso
de las manos obreras. Con espacios
habitables sin tasa.
Abajo los lagares,
con humedad y telaraña en botas,
hace tiempo olvidaron
el vino antiguo.
Arriba, como yugos para bueyes
de cíclope, las vigas sin desbaste
y las ventanas chicas que dibujan
lo que miran: cipreses y glicinas,
avellanos azules,
una casa traída de Toscana,
el cielo pajarero donde charlan
las hojas con los picos invisibles;
cañaverales con alberca, un huerto
de pozo, una colina
arenosa de vides y pinares
diminutos: lo limpio.
En la planta mediana un aleteo
romántico de vagas mariposas
que habitan los espejos, acaricia
y enciende porcelanas y metales,
acaricia besando con cuidado
la caoba que cruje
con sierras diminutas en la entraña,
la caoba que ha visto
los partos peligrosos del siglo XIX.
Afuera hay una puja de geranios
e íbicos rojos en escalas verdes,
un par de terracotas con muchachos
muertos un siglo atrás, y la explanada
con cúpula que rompe la palmera
subiendo nudo a nudo.
Todo habrá de morir. Incluso el agua.
Incluso el aire puro.
Cargo el tacto, los ojos,
el oído, el olfato,
el corazón, con yemas del instante,
haciéndome leyenda.
En breve, en Litoral, Málaga, 1975
 


POEMAS DEL AMANTE 1942-1943 
En este poema el lector encontrará algunos versos poco comprensibles. He aquí algunas claves: el poeta regresa a su hotel después de haber dejado a Hexe en su casa. El cielo de Berlín está inflamado por la guerra aérea y él no conoce el camino, ni sabe una sola palabra de alemán…  
 Hexe

Sólo es verdad, amor, lo que es atmósfera
de entraña que se filtra en los sentidos
con cernedor de luz hacia la sangre
pulsando una mecánica nueva del universo.
Esto que sobra de la inteligencia
y del ímpetu esclavo
como ser que ya nada necesita.
¿Cómo puede ser tanta primavera,
tanto milagro a punto de suceso,
tal plenitud de gracia poseída y futura?
Voy andando en la noche: ciudad inacabable
entre tinieblas que delatan moles
de puentes y de templos, de moradas,
junto a un canal en sombra que se amansa
con débil luz de abismo. En el silencio
crujen fragores súbitos, o acaso los suspiros
de una naturaleza exilada del campo.
Trenes vertiginosos por el aire y la tierra
trepidando una luz de meteoros.
Aleteos de cisnes invisibles
o rumores de hojas que brotan con esfuerzo.
Un cielo negro, sólido, casi martirizado
por la abundancia loca de estrellas y luceros
y escudriñado a veces por audaces relumbres
que levantan su escala de la tierra medrosa.
Ando días o siglos, leguas o infinidades.
Mis sentidos despiertan lo que no me abandona:
un manantial de tierna transparencia,
un perfume de flores con raíz de latidos,
la caricia tendida como un tapiz del sueño.
Estoy solo y perdido sin ninguna extrañeza;
el alba crece y crece sin fatiga
sobre mi corazón; la noche sigue
henchida de raíces de abril que ya dan flores
en un campo que pone desierta la memoria.




Regresó a España en abril de 1942. Tras recuperarse en Torrelodones, extrajo algunas conclusiones definitivas: El régimen era ajeno a los ideales falangistas y al espíritu de quienes luchaban y morían bajo las banderas del Eje. En consecuencia, Ridruejo renunció a todos sus cargos, se borró del Partido y repudió los beneficios que correspondían a su condición de héroe. Escribió a Franco, el 7 de julio: «Quiero subrayar que no tenemos régimen que valga, salvo en sus aspectos policiales, y que la Falange es simplemente la etiqueta externa de una enorme simulación que a nadie engaña». La carta terminaba así:«… Esto no es la Falange que quisimos ni la España que necesitamos. Y yo no puedo exponerme a que Vd. Me tenga por un incondicional. No lo soy.»También escribió a Serrano Súñer, ei 29 de agosto: «Hemos servido a Franco hasta el suicidio.» A cambio de nada: «La Falange tiene menos resortes efectivos de poder que nadie, y son las eternas fuerzas de la reacción las que mandan.» Y añadía: «Gracias a Dios, aún le queda a uno decoro para alistarse entre los derrotados. Todo esto es un asco. (…) Ya no tengo la exagerada juventud de otros años para esperar el milagro de cada día.» Así, pues, Ridruejo decía no a Franco desde su fidelidad a José Antonio y desde los presupuestos fascistas de la «Joven Europa» que los aliados reducirían a escombros. La trampilla que conduce desde la luz pública de los escogidos al sótano general se cerró sobre él sin la menor publicidad. Bajo vigilancia policial, Ridruejo se vio obligado a residir en Ronda, primero, y luego en San Andrés de Llavaneras y San Cugat del Valles. Nunca expresó resentimiento por esta represalia. Sin freno, pudo entregarse a la vida contemplativa, pudo escribir, leer. Estudiar, amar y casarse. Así logró superar una prolongada crisis existencial e ideológica. El principio fue lo más difícil. En Ronda, en 1943, cuando ya los alemanes habían sido derrotados en Stalingrado y se presentía el final, Ridruejo estuvo a punto de regresar, voluntariamente, al campo de batalla europeo. Más tarde, en Cataluña, entró en relación con los escritores aglutinados en torno a la revista Destino. El grupo —Masoliver, sobre todo— contribuyó no poco a su lento y sufrido proceso de transformación ideológica.

En "Memoria de una imaginación" rescatan cinco poemas de este período. La totalidad se puede encontrar en En la soledad del tiempo, Cancionero en Ronda y Elegías (Castalia, 1981).


A UN ALMENDRO

Tú no tienes nostalgia ni escarmiento.
Memoria sí, del cielo acariciado
que es sólo porvenir,
fe en tus raíces, porque van nutriendo
el prodigio futuro de las flores.
Estas son polvo de la tierra. ¿Cuántas,
cuántas veces has muerto? A cada muerte
recreces tu presencia adolescente
cada vez más pujante y venidera.
Por ti la blanca nieve no es olvido;
por ti, bravo impaciente malogrado,
dulce heraldo de mayo, estación sola
que se atreve a fundar la primavera
cuando es hielo la luz sobre los ramos.
Por ti, por ti tempranos los alcores
se pueblan de inocente maravilla
y decide la tierra alzar, pausada,
la rica desazón de sus olores
y el descanso feraz de su verdura.
Por ti, que nevarás tus agonías,
árbol de la ilusión, sin ver tu tiempo
y serás un despojo cuando todo
se convierta a tu dulce profecía.
Duro hueso es tu fruto, pero dentro
de su lechosa entraña están las alas
de la incansable vida, y tú no cesas
de ser nuevo y reír, de ser eterno,
de ser milagro y aventura sólo,
¡oh, soldado infantil de la esperanza!
Ronda, 1942




CÁNTICO DE LA ROSA

Año tras año contemplé la rosa,
el bello mediodía de las flores,
hecho de labios puros con secreto
y párpados que velan la mirada sin muerte.
Orbe perfecto. Enigma
que huye hacia lo profundo y es atmósfera.
La aproximo a mi olfato:
¿Qué tiempo incorruptible me insinúa
formado de exquisitas, leves fugacidades?

La escucho: Es un silencio de innumerables lenguas
cargado del mensaje que sólo librarían
las palabras que nunca recordamos del sueño.
La acaricio: Su tacto no es apenas materia,
es el beso acabado que se basta a sí mismo
y no puede ofrecerse, el solo y sin angustia
que nos encendería más allá de la carne,
como el beso de un ser resucitado
para la plenitud. La miro —¡oh tiempo!—:
Bajo su tibia nata se delata una sangre
amansada y feliz, pero llena de fuego;
a veces triunfa en ella la más pálida espuma,
a veces más que el ascua, el ocaso o la herida
apasiona el color sus pétalos sencillos.
A veces es el alba reuniéndose tibia;
un marfil, una carne, un imposible a veces.
Siempre es otra, en sí misma, milagrosa.
Está inmóvil y vuela con un vuelo de astro
por órbitas sutiles que indagan las abejas.
Parece consumada y es la misma esperanza
futura que confirma toda la primavera.
Es clara y evidente, pero nada es tan íntimo
como su ensimismada clausura impenetrable.
Castillo, laberinto, planeta o universo
en vilo sobre el tallo doloroso,
traducidos a dulce e invariable sonrisa
—¡oh, verdadera Esfinge!— que nos va enajenando.
Sonríe con un vago sentido cuando es niña
y el esfuerzo parece sufrir en la belleza
con recato impaciente de expresión, con pujanza
en que está retenida la juventud del mundo.
Sonríe con un vago sentido cuando queda
suspensa en equilibrio de madurez sublime
conduciendo la angustia de ser pétalo a pétalo
hasta el consuelo último que concibe su entraña.
Sonríe con un vago sentido que va siendo
El gozo y maravilla, la hartura y el arrobo,
La cifra ya olvidada de nuestro encantamiento.
Ronda, 1942.




SOSPECHAS

El tallo de azucenas salvando de unas manos
su campanil de espumas enracimado y puro.
Una estatua latiendo en la arena de estío
dorada por el sol tenuamente y dormida.

El haz de rosas vivas sobre la cal y el vidrio
delante de unos ojos anchos y enamorados.
Un almendro con flores en un intenso cielo
casi echando a volar su luz en la materia.
El rosicler que sube de la mar al ocaso
en una franja eterna que va a desvanecerse.
El violeta en sombra de unos montes perdidos
más allá de un ardiente planeta de rastrojos.
El alba en la llanura nevada revelando
con su transfigurada presencia el paraíso.
El celaje redondo de la luna en el día
instando al universo a quebrarse en espuma.
La aparición del árbol helado entre la niebla
suscitando un fantasma de carbón y diamantes.
El salto de la bestia. La sonrisa del niño.
El rumor impensado del agua entre las flores.
El rastro de los besos en los labios que han dado
con su tacto una música sutil a nuestra sangre.
El regusto de un sueño celado en la memoria.
El sobresentimiento que gime en la palabra.
Y esta agonía dulce de perfección remota
donde mi corazón une a todos los seres.
San Andrés de Llavaneras, 1944




UMBRAL DE LA MADUREZ
(ELEGÍA DESPUÉS DE LOS TREINTA AÑOS)

Recuerda, camarada, aquellos días que nos están envejeciendo,
aquellos que han anticipado nuestra desalentada prudencia.
No llores, no maldigas, no te vuelvas airado contra tu corazón.
No era ciertamente la vida lo que se te ha escapado de las manos
como el agua, como el aire o como el fuego
dejándote en cenizas.

Era menos y más que la vida
era el resol de eternidad que sólo al joven le es dado entrever,
porque sólo él sabe que el tiempo es corto y el espacio pobre
cuando su corazón ha creado otro reino distinto.
Lo sabe y lo propone negándose a la vida,
viviendo en su morada de espejos y creando
con barro de la nada el cosmos de una sospecha que ignora.
Porque el joven todavía no es hombre.
Todavía late unido a la milagrosa placenta,
todavía es un dios, pero un dios desterrado
que sigue soñando y con su sueño maravilla al destierro.
No llores, no maldigas; recuerda simplemente.
Puesto que ya eres hombre compórtate como hombre
y recuenta los hechos ligándote a tu vida.
Recuerda aquellos días: morir era tan bello
como vivir:
vida y muerte eran fuente de glorias semejantes.
Recuérdalo; era cierto:
los verbos te servían como caballos de combate,
los adjetivos no llegaban a teñir del color verdadero tus cimeras
y los nombres eran puros clarines
sin dependencia de los objetos.
Recuérdalo: creabas; tu voz iba a las aguas extendidas
y emergían alegres continentes impacientes de ser
o se abrían caminos para que los cruzase el pueblo de Dios.
Y tú ibas con el pueblo llevando tu bandera,
pero ninguna compañía alcanzaba a turbarte,
porque todas las almas estaban en la tuya.
Recuerda solamente:
tus sentidos eran como celdillas de colmena;
cada sabor y cada luz, cada sonido,
cada dureza o extensión y cada aroma
hallaban aposento a su medida
y el todo era un puro embeleso geométrico
que destilaba miel hacia tu corazón.
Había, sí, dolor punzante e ira sagrada
y también confusión, perplejidad y horror,
pero eran como pasmos que injertaban misterio
y espuelas que incitaban el salto a una potencia perseverante.
¡Qué maleables eran la riqueza y el lujo!
¡Qué dóciles el hambre, el amor y el poder!
Un orden levantaba su castillo
y tu fiereza generosa
apaleaba a la humanidad para llevarla a su cercado.
¡Oh castillos del aire!
Luchabas, sí, luchabas.
Recuerda solamente.

Era todo verdad. El amor era aquello:
la ansiedad fundidora de la única belleza.
¡La patria! Sí, la patria
no eran estos millones de rudos desacuerdos forjándose la vida,
sino el cetro surgido en el puño radiante,
la espada justiciera, vencedora, infalible.
El mundo era un empeño que tenía su forma
no del todo acabada ni evidente
poniendo a lo perfecto la sal de lo futuro.
La guerra era una luz flamante e imperiosa,
una excelsa bandera que libraba de hedor a los muertos.
La vida, en fin, la vida…
No, no andabas en sueños por campos y por plazas.
Pero recuerda solamente.
Cuando tu adolescencia contenida te sacaba a los prados
era bastante el álamo para seguir viviendo,
el álamo en el cielo, entre torre y fantasma,
del todo semejante al talle más querido.
Porque era y lucía y solamente era.
Ahora, en cambio, distingues de las hojas del álamo
las del chopo y las briznas de romero
de las de los apreses que limitan tu huerta
llena, llena de frutos y de diversidades.
Antes, desde su idea bajabas a las cosas;
ahora vagas por entre aquellas cosas que existen, que te llevan,
que te piden un nombre singular y preciso.
Todo es ya piedra a piedra, poso a poso y despacio.
El desencanto es diáfano, la humildad es tu curso.
El tiempo de la paz y de los goces, pero no de los mitos.
Mas espera: dentro del pecho el grano hará granero.
Te ayudará tu Dios. Tú habrás pasado,
pero tu juventud no habrá sido un ensueño,
porque la muerte es joven.

La vida es, camarada…
Pero ahora recuerda, solamente recuerda.
Sea tu compasión sin llanto y sin reproche,
y sea, sobre todo, sin magisterio vano.
No clames tu experiencia.
Es tiempo de silencio y destreza piadosa.
Sobre todo no quieras escarmentar ahora
al que viene detrás y va por su camino.

¡Oh!, no enseñes al joven;
no le digas mostrando tu pequeña impotencia:
«Mirad, jóvenes, ésta, la verdad de la vida.»
Que no sepan por ti… Pero no sabrán nada;
sus ojos no te ven, sus oídos no escuchan.
Míralos como llegan aureolados, puros:
aquel que se dispone como tú en otro tiempo
a vestir castamente la armadura,
y aquel que viene envuelto
en un manto de nieblas melancólicas, chispeando sus ojos,
y aquel que se ha vestido las mallas delicadas del placer sin cautela.

Ellos sabrán por sí y a costa de su sangre.
Que transiten sin huella su pavimento de diamante virgen,
que impongan el esquife de oro a las ondas bravías,
que no emplome sus alas la prudencia ni el desengaño.
No ahorres dolor al que aún es omnipotente.
Tú sigue tu camino, construyendo,
hora a hora, brote a brote, grano a grano, alma a alma,
el penoso edificio de tus realidades.
Cree, espera y recuerda,
recuerda solamente, porque el recuerdo es claro,
y como piedra oculta va haciéndote en un ser indestructible.

Y si has de llorar vertiendo las cenizas de tu sangre
sobre las cenizas del empeño maltrecho y remoto
busca la soledad y ríndete en silencio.
Clama a tu corazón de rodillas: ¡Dios mío!
San Andrés de Llavaneras, 1944.






POEMAS DEL ESPOSO  1943-1975

Volvía de unas nubes
que estuvieron soñando;
todo era suyo, mío,
increíble y pensado.
Al fin brotó lo cierto
del mar de los espacios,
y en tu carne lo otro
brilló como un milagro.
Lo otro vivamente,
aquello no soñado,
no pensado, no dicho,
que me estaba creando.
Alella, 1945



Vuelvo de la tierra
lleno de raíces
de oscuros deseos;
cargado de muerte.
Estás en tus ojos
con mi nacimiento.

Vuelvo de la mar
y de los desiertos,
cargado de nada,
soñado y ajeno.
Estás en tus labios
con mi carne y siendo.

Vuelvo de los aires,
los astros y el cielo
con mi eternidad
a cuestas, envuelto
en nubes, creando.
Estás, para hacerme
mortal, en tu seno.
Alella, 1945




Jugar, jugar contigo, cosa mía
cosa que me responde
sin besar ni decir, riendo solo,
mordisqueando, asiendo tibiamente,
enamoradamente siendo cosa,
cosa buena y pasiva
que purifica el tacto
y hace otra nueva de la carne antigua,
fresquísima, inocente.

Cosa que se resoba y se gusta y se mira
y mete por los sentidos rosas, azucenas, palomas
y cachorrillos de tigre con los dientes blandos,
y por los sentidos llega al corazón
llenándolo de miel y de mañana clara
y de lágrimas con el arco iris;
de mañana con pájaros irremediablemente cantores,
de miel y lágrimas que es necesario dar.

Jugar jugar contigo,
jugar a equivocar tu carne con mi alma,
jugar a esconderte en cada latido,
jugar a ser instante y juego sólo.




POEMAS DEL CAMINANTE
1951-1956

PÁRAMO
(Soria)

Aquí la tierra es alta y ofrecida.
Aquí el viento trabaja nivelando.
Son pequeños los hombres y los árboles,
instantáneos los pájaros, las nubes,
la nieve trashumante, rauda el agua,
suficiente la vida y la flor justa.

Aquí queda la tierra —y todo pasa—
con su hueso y su luz, la tierra sola.
Y se aviene la casa al horizonte,
dejando al humo errar, embebecido
en la tremenda libertad.

Aparte
el azulado Urbión alza la frente.
Madrid, 1952




TIERRA MÍA

Para estarte soñando.
Para hacerte en la niebla de memoria y amor.
Del abril y el octubre. Para siempre jamás.
Para serte nostalgia
de serrijón de polvo y montaña violeta,
de paramera negra y plateada,
de pinares oliendo a corazón de pan,
de río encadenado al roquedal en ruina,
de río que se llora, bebedero de álamos,
de pavorosos buitres ahítos de la nada,
de codornices súbitas y de locos jilgueros,
de colmenares pobres para la flor tardía,
de castillos sin nadie, Soria pura.
Madrid, 1953



NOCHE CLÁSICA DE WALPURGIS

Estando en las celdas bajas
la tarde empezó a cerrar.
Cerráronsele los ojos
a José Luis Abellán.
Bajo la noche vibraba
una tremenda señal.
Lechuzas en los olivos
empezaron a ulular
y Abellán dormido estaba,
dormido y sin confesar.
Fantasmas de harina nueva
con tres brujas de alquitrán
armaron juerga flamenca
viniéndole a despertar.
Volando en guitarras rotas,
desdentadas, sin peinar,
brujas de la brujería
en la celda de Abellán.
Danzaban, las muy ladinas,
queriéndole devorar
y los fantasmas chillaban
«¡Ulalá, ulalá!»
-¿Qué ven mis ojos abiertos?,
¿qué es este ruido infernal?
Fantasmas tiene la cárcel,
ya no lo puedo dudar.
—Tres sustos de muerte tuve,
mira mis gafas temblar.
Una bruja le cachea
otra un sopapo le da,
un fantasma le menea
otro le quiere pelar,
y Abellán rasga la noche
con el grito «¡Capellán!».





La lealtad verdadera
es apearse del burro
y desmontar la quimera.
Porque donde dije y digo
están el sudor del hombre
y el embeleso del niño
y la mujer que en el vientre
y el corazón lleva el nido.
Por ellos cambio de idea
porque ellos serán los jueces
del valor de la herramienta.
Por ellos vuelvo a montar
porque la tierra del hombre
es la de nunca acabar.




Me gusta pensar en las manos del hombre
que desbastaron el sillar y labraron el capitel
que dedujeron de una placa de barro cocido
las nácelas que sostienen
los tizones y esquinillas que adornan
los arquillos y los dinteles que aseguran
lo vago o lo ciego.
Me gusta recordar las manos del hombre,
las traductoras del alma,
las que nos han puesto en presente
todo lo que era fantasma inmortal.


LOS FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO
(Goya)

Una camisa vale una bandera
en un cerro de muertos. Su aspaviento
crucificado palpa las tinieblas
con tres tizones de un horror oscuro.
Abajo el cubo de una luz rastrera
acusa los carmines de la sangre
y el cuero torpe de pisar racimos
bajo medio horizonte de fusiles.
El blanco es libre frente al gris manchado
de sombrío verdín en la muralla
que apunta, se fusila, se condena.
Lejos las tierras verdes alborean
un tricolor de salvación en vano
y el fango rojo pudre la esperanza.





PICASSO


El aire cambia a azul, declina a rosa
con pintura delgada, y el trazado
es cada vez más neto cuando acusa:
pareja triste con mujer deshecha,
mendigo rey, juglar del hambre, niño
desnaciente y saltón, con los disfraces
que destejen lo vano y lo risueño
saliendo a amar con el dolor del mundo.




PINTURA DE JUAN MIRÓ

La luna, como puedes mirar, es una mujer
y el perro que ladra a la luna
somos Miró y tú y yo
mientras la escalera es un abismo
de ilusiones impracticables y tentadoras.
Todo se explica claramente así en el cielo como en la tierra
pero es bueno que unos ojos abiertos
hayan sabido contárselo a unas manos manchadas de arcilla
para que siempre y nunca más nos equivoquemos de luz.




ELEGÍA POR GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

No llora por tu muerte, dulce
de brisa hacia la mies de tu agonía,
con flores tuyas mi jardín tranquilo.
Llora por una vida que traía
sangre de lirio hacia la primavera
y vio el espejo roto y seco el día
en el Guadalquivir de su ribera.

Pluma ligera de temblor y nieve
a un aire de suspiros confiada,
aspirando a lo inmenso y a lo leve
y en su poco de mundo desgarrada.
Saeta frágil, sin saber camino
y sin pico ni hierro aventurada
consumiendo en el vuelo su destino.

Delgada voz del amoroso anhelo,
abierta flor en el volcán mecida,
ofrecimiento de ave al vasto cielo
y sombra de las aves en huida.
Un lago te mintió sus verdes ojos,
la luna sus cabellos y tu herida
—siempre sombra— mintió sus labios rojos.

Rumor de besos y batir de alas
hicieron nido en tu ramaje helado
y gorjearon en tu voz sus galas.
El agua te lloró, junco curvado,
llevando el tiempo del dolor vivido
para entrañarlo en tu dolor cantado
-mejor que alondra— hacia el sonoro olvido.

Aliento claro de la fiel ternura,
Gustavo Adolfo, singular desierto
de arena triste y de poblada altura.
Con los rocíos del ameno huerto
te lloro y te respiro como fuiste;
amante niebla de suspiro muerto
mientras crece la luz que renaciste.

Busco tu soledad entre la hiedra,
tu palabra en el agua y sentimiento
que resbala en el musgo de la piedra
o en las hojas cansadas por el viento.
Oigo tu corazón agonizante
como corza que escapa, y ya lo siento
en mi temprano corazón de amante.




CÁNTICO
A Jorge Guillen

Veo cerrarse a piedra y viento,
como diamante de verdad,
sin sombra ya de sentimiento,
la enajenada soledad.
Dibuja el ser; todo es presente
—rememorado o por hacer—.
El corazón omnipotente
ya no sucede. Amar es ver.
Ver y crear a mediodía
—ojo de cíclope, ave impar—
petrificando la osadía,
frenando el agua sobre el mar.
Amar a instante, con la rosa
encastillada en su sinfín
de tierra libre y luz esposa
que colma y niega su jardín.
Cantar, ¡oh Dios! La criatura
en su rescoldo más mortal
pone su espejo de voz pura
vuelto hacia el cántico total.



LEO A OCTAVIO PAZ

Salgo anegado de la selva y ciego
de ser mirada. Salgo de la cárcel
de esplendor donde, suelto de su piedra,
ruge el Dios de la lluvia como un tigre,
zurea o adelgaza borbotones
de ruiseñor-paloma, azota y gime
con serpientes y rayos, se apacigua
en lagunas de fango y cielo. Todo
va hacia la muerte aprisa. Son los cuerpos
penetrados, rompientes. Queda el hombre
reunido en la aguja diamantina
de su mirar como clavado a un sueño
mientras su sangre vierte en un río de sombra.
1973



Por todos los caminos se va a Roma
y en todos los lugares, agotada
la sorpresa, la tierra es una misma
con su crónica luz rodando vaga
o luciente del alba hasta el crepúsculo.
Un mismo corazón se maravilla
o se hastía, conversa o rememora
llenándose de muerte y sedimento,
llenándose de vida que disipa
realidad con bruma de leyenda.
Pero persiste en la pared el mapa
de todo lo que ignoro. ¡Galería
de libros por leer! ¡Ojos lucientes
que no he mirado! Y queda el desencanto
de haber sido en la sombra
como una narración interrumpida.




HIPPIES EN BERKELEY

La cantería de la torre sube
con fe de sus cimientos.
El horizonte es vegetal. Vencidos
en desmayo de sombra están los cuerpos
que desean caer. Un clarinete
les ata por los nervios
y un aroma de hierba los transporta
donde ya no hay preguntas.
El acero
con cristal y la más ardiente puja
de la vida no sirven; quedan presos
en párpados que son como paréntesis.
Algo cruje y acaba. Está queriendo
y sin querer. Es ávido y saciado.
Es cólera y desprecio.
Es sangrado desdén. Como si el mundo
de la promesa remontase un vuelo
vertiginoso y la conciencia fuera
su ceniza de sueño.




1 DE MAYO DE 1974

Claveles. Ni una gota
de sangre. Restañado
un pueblo o mar sonríe
por un millón de heridas
que se han hecho fragantes.
Lisboa, mayo de 1974.



FIN


Iba llegando casi a los confines
murados del lugar. Me detenía,
con éxtasis de estatuas, la porfía
de amor y siempre amor en los jardines.
Sospeché afuera un vendaval con crines
de caballos: el tiempo destruía
ciudades y planetas. Yo dormía
desalando impacientes serafines.
Pero el tiempo iba en mí. Llegué a las puertas,
atravesé alamedas y vallados:
¡qué eternidad de luz tan repentina!
«Entra», dijo la voz. Estaban muertas
mis pupilas. Los aires revelados
alejaban la tierra cristalina.

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