Dionisio
Ridruejo Jiménez (Burgo de Osma, Soria, 12 de octubre de 1912 – Madrid, 29 de
junio de 1975) fue un escritor y político español perteneciente a la Generación
del 36 o Primera generación poética de posguerra. Participó como falangista en
el bando de Franco, pero ya desde 1941 su distancia con el nuevo régimen se
iniciaba, consumándose al año siguiente con la dimisión de sus cargos. Desde
entonces, se enfrentó al franquismo, sufrió cinco años de destierro y unos
meses de cárcel; manteniendo cierta libertad de acción, luchó hasta el final de
su vida por las libertades, uniéndose con la oposición democrática
Como poeta,
Ridruejo puede adscribirse a la que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada:
cultiva el estrofismo clásico y usa una lengua pura y clara. Posee una gran
serenidad formal propia de la estética garcilasista y es un maestro en la forma
del soneto, para el cual poseía una gran facilidad. Fue autor juvenil de dos
líneas del Cara al sol. Sus comienzos poéticos deben algo al modelo machadiano;
sus temas preferentes son el amoroso, la naturaleza, los sentimientos
religiosos y patrióticos y el arte y la literatura. En sus últimos años toma el
rumbo íntimo de los recuerdos.
Fuera de su
poesía y su prosa, escribió la pieza dramática en tres actos Don Juan y un
texto autobiográfico, Casi unas memorias. Con fuego y con raíces. Los tres
volúmenes de su extensa guía de viaje Castilla la Vieja se han convertido en
uno de los clásicos del género.
De Wikipedia
EL GUERRERO
DE GRANITO
A Leonardo Catarineu,
delicado poeta,
Con un abrazo.
irguiendo soberbio su enorme estatura
era de granito su fuerte armadura
y de gris pizarra su casco glorioso.
Yo le vi; su aspecto duro y poderoso
era plateado por la luna pura
y la añeja capa de gigante altura
era el firmamento negro y pavoroso.
Yo le vi altanero retar a los montes
—que se dibujaban en los horizontes—
con la voz broncínea de sus esquilones.
Por espada asía la férrea veleta
y se destacaba su negra silueta
como el más bizarro de los infanzones.
Ensayos, El Escorial, noviembre de
1928.
Dieciséis años recién cumplidos.
El segundo
grupo marchaba silente
y aquel
arcipreste galán y trovero de aquellos ingenios caminaba al frente
rimando las coplas de su cancionero.
Recitando estrofas con el labio ardiente
marchaba el confuso tropel altanero;
Miguel de Cervantes con rostro riente,
y Santa Teresa con rostro severo.
Lope de la Vega decía contrito
un soneto místico que era como un grito
que arrancó a su alma su final cercano.
Mientras que Gustavo Bécquer desgranaba
su eterno rosario que triste rimaba
el más destrozado corazón humano.
APARICIÓN EN
LA TERRAZA
Cediendo el
velo de la noche oscura,
al plenilunio
y miel de tu llegada,
sobre el
húmedo valle levantada
cuando el
verdor abisma su espesura,
abierta al
cielo, solitaria y pura,
entre
constelaciones revelada,
y de severa
fronda cortejada
para la
intimidad de la hermosura,
veo aquella
terraza y el instante
que en ella
te brindaba monumento
junto a mi
verso niño y vacilante;
y recuerdo
la brisa del aliento
que el alma
penetró, sueño adelante,
y aquel
fugaz y eterno sentimiento…
Segovia, 1935.
DESIERTO
entre las huellas del aire
que habitaron unas formas
ya quemadas en mis ojos.
Te espero como el aliento
que retienen los pulmones
del tiempo. Te solicito
en las auroras que un día
han de nacerte. En los largos
ocasos que me desangran
para tí. Siento tu savia
en las selvas que la tejen
y en los yermos que la secan
y de crearte con sombras
o con luces ya mis ojos
son como yemas de ciego.
El espíritu o la carne
confusos, que me concibes
sin vientre, me sustituyen
y te poseo en los brazos
desiertos a tanta siembra
que ya es mi vida un gran mayo
heridamente futuro.
(1965)
ÁUREA
CAMINANTE
Como ofrenda
del trigo aventurada
para dar su
pasión a la marina
avanzabas,
esbelta y matutina
de oro
gentil vestida y coronada.
Mediodía del
sol, tierra postrada
con niebla
de estupor, siesta salina;
y agosto en
ti, con la sazón divina
de una torre
solar, libre y pausada.
Espada
fresca, el aire de tu paso,
calmaba la
aridez mientras ardía
sosteniendo
los cielos, milagrosa.
Sólo mi
corazón era el ocaso;
mi alma
detrás, la noche sólo mía,
para sólo tu
lumbre victoriosa.
EL SUEÑO
ABRAZADO
Huésped tu
sueño de mis brazos gana
con el peso
del alma mi ventura;
vecina al
corazón, dócil y pura
ave de amor
en levedad humana.
Reclinas la
conciencia y la figura
que así me
fortalece y engalana,
mientras el
baño de los ojos mana
del casto
bienestar de la ternura.
Eres un
dulce ramo tembloroso
fiado a mi
castillo de sentidos
que
apacientan su llama en el reposo.
La compasión
acalla mis latidos
y el cielo,
vespertino y amoroso,
canta sobre
tus párpados vencidos.
POEMAS DEL
FALANGISTA 1933-1942
SONETOS A
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
El rastro de
la patria, fugitivo
en el aire
sin sales ni aventura,
fue
arrebatado en fuego por la altura
de su ágil
corazón libre y cautivo.
De la costra
del polvo primitivo
alzó la vena
de la sangre pura,
trenzando
con el verbo su atadura
de historia
y de esperanza en pulso vivo.
Enamoró la
luz de las espadas,
armó las
almas sin albergue, frías,
volvió sed a
las aguas olvidadas.
Dio raíz a
la espiga y a la estrella,
y, por
salvar la tierra con sus días,
murió
rindiendo su hermosura en ella.
No fue la
tierra por tu peso amada,
sino soporte
de tu planta erguida.
no elegiste
el silencio; sí la vida
en mocedad
de flor aventurada.
Curso de
estrella a la raíz hundida
dio tu
esbeltez jamás abandonada
y dejaste tu
voz, tan levantada,
con gravedad
de sangre mantenida.
Vencida al
fin la carne por la empresa,
con tierra
de tus huesos sube al día
—España, al
fin— tu vertical promesa.
Álamo,
lanza, torre, valentía,
todo se
alegra en ti, todo regresa
de este
llanto mortal de tu elegía.
El corazón
te busca en su alabanza
hecha de
soledad y desconsuelo,
y halla tu
gloria en el amado suelo
que rige con
laureles tu esperanza.
Te reclama
el amor y ya te alcanza
con fe
nacida de tu voz y duelo,
y mientras
dura irreparable el hielo
con más
ardor te crea y afianza.
En torno de
la muerte, quién dijera
cuánto tiene
la voz de tu elegía
de canto por
la vida verdadera.
Pues con el
alma y sangre en agonía
aún las
habita en ti la primavera
al
alumbrarte cada nuevo día.
A UNA
ESTATUA DE MUJER DESNUDA
Desnuda y
vertical, pero ceñida
la línea de
la tierra a la pereza
de una carne
que cede, cuando empieza
la
perfección del sueño, su medida.
Materia sin
amor, pero encendida
por el
número fiel de la belleza
donde la
fría carne se adereza
sin el gusto
del tiempo y de la vida.
¡Oh, dócil a
los ojos y apartada
del fuego de
la sangre, muda gloria
en éxtasis
de tierra levantada!
Antigua
juventud fresca y gastada
que extingue
la pasión de su memoria
en esta
eternidad tan sosegada.
A UNA PIEDRA
DE MOLINO EN TIERRA
A María y
Eduardo,
Condes de Montarco.
Condes de Montarco.
Aquel agua
de surco, caminera,
se hizo
rondel sonoro en tus ardores,
pan de roca,
y al alba molinera
eran alegre
danza sus rumores.
Sol de
espigas, tus labios giradores,
labios del
llano, pesadez ligera,
enmudecen tu
amarga primavera,
luna muerta
en el llanto de las flores.
Hoy te miro,
descanso del camino,
moneda del
recuerdo abandonada
en la quieta
nostalgia del molino.
Cíclope
triste, el ojo sin mirada
y la forma
andadora sin destino
en el eje
del aire atravesada.
A CASTILLA
A Eugenio
Montes
Yo que te
vi, Castilla, desolada
bajo el ala
del pájaro perdido
y el trigo
sin sabores, al gemido
vencida de
tu paz desarbolada,
hoy
contemplo la tierna madrugada
que alza tu
tierra al aire prometido
y rasga tu
horizonte sometido
al fuerte
privilegio de la espada.
Un mar de
sangre te dilata y crece
y en tus
cauces y chopos vigilado
estrecha
albas de flor y las merece.
Y sé en mis
venas ya que, libertado,
dará un orbe
a tu espiga que se ofrece
con saetas
al yugo enamorado.
Agosto de
1936.
HENDAYA
(1941)
Y me quedé
desnudo para hacerme
soldado y
fue del todo. Desvestido
el disfraz
de las ropas habituales
quedé junto
a los otros tiritando
de pura y
pobre carne puesta al frío
con un
cartel al cuello, así desnuda
de mi nombre
habitual y de su patria
habitual, ya
pasada la frontera.
Desnuda ante
los otros, entre espejos
de pobre y
muda carne tiritando
para
encontrar, como la voz el eco,
su
indigencia mortal recién nacida
-porque era
el alba regustada en sueño—,
Su soledad
medrosa —porque era
Todavía
penumbra—, su inocencia
—porque era
ya olvidar cerca del día.
Y era como
nacer o despertarse
sin la
memoria aún. Cuando ser hombre
es estar
esperando y no saberlo
a que el
tiempo nos traiga algún vestido.
Y me quedé
desnudo para hacerme
hombre sólo,
mortal entre los hombres.
Madrid,
1952.
NOVGOROD
(1942)
Acaso nunca
volverá la nieve
ni volverá a
salir de su llanura
la luna
grande, enteramente rosa
hacia un
cielo de oscuras violetas.
Ya nunca —¿o
es ya siempre?—,
mientras el
árbol solo de la aldea
se retuerce
en un negro desamparo
hundiendo
amor hacia la oculta tierra.
Ya acaso
nunca —¡nunca de esperanza!—
vagaré por
la luz cristalizada
despojado de
mí, resucitando,
el riesgo de
la nada
cuando la
sangre, indómita
a golpe de
cañón entra y se enrama
en la huraña
arboleda de los muertos,
en la vida
que muere y no se aplaca.
Ya nunca,
pero siempre y todavía
veré los
muros rojos sobre el agua
—el agua de
diamante— y en las cúpulas
de oro, el
puro resplandor del alma.
San Cugat,
1946.
ALELLA
Todo debe
morir. Es una casa
grande y
para otro tiempo,
con
materiales crudos, declarantes
que aún
describen el pulso
de las manos
obreras. Con espacios
habitables
sin tasa.
Abajo los
lagares,
con humedad
y telaraña en botas,
hace tiempo
olvidaron
el vino
antiguo.
Arriba, como
yugos para bueyes
de cíclope,
las vigas sin desbaste
y las
ventanas chicas que dibujan
lo que
miran: cipreses y glicinas,
avellanos
azules,
una casa
traída de Toscana,
el cielo
pajarero donde charlan
las hojas
con los picos invisibles;
cañaverales
con alberca, un huerto
de pozo, una
colina
arenosa de
vides y pinares
diminutos:
lo limpio.
En la planta
mediana un aleteo
romántico de
vagas mariposas
que habitan
los espejos, acaricia
y enciende
porcelanas y metales,
acaricia
besando con cuidado
la caoba que
cruje
con sierras
diminutas en la entraña,
la caoba que
ha visto
los partos
peligrosos del siglo XIX.
Afuera hay
una puja de geranios
e íbicos
rojos en escalas verdes,
un par de
terracotas con muchachos
muertos un
siglo atrás, y la explanada
con cúpula
que rompe la palmera
subiendo
nudo a nudo.
Todo habrá
de morir. Incluso el agua.
Incluso el
aire puro.
Cargo el
tacto, los ojos,
el oído, el
olfato,
el corazón,
con yemas del instante,
haciéndome
leyenda.
En breve,
en Litoral, Málaga, 1975
POEMAS DEL
AMANTE 1942-1943
En este
poema el lector encontrará algunos versos poco comprensibles. He aquí algunas
claves: el poeta regresa a su hotel después de haber dejado a Hexe en su casa.
El cielo de Berlín está inflamado por la guerra aérea y él no conoce el camino,
ni sabe una sola palabra de alemán…
Hexe
Sólo es verdad, amor, lo que es atmósfera
de entraña que se filtra en los sentidos
con cernedor de luz hacia la sangre
pulsando una mecánica nueva del universo.
Esto que sobra de la inteligencia
y del ímpetu esclavo
como ser que ya nada necesita.
¿Cómo puede ser tanta primavera,
tanto milagro a punto de suceso,
tal plenitud de gracia poseída y futura?
Voy andando en la noche: ciudad inacabable
entre tinieblas que delatan moles
de puentes y de templos, de moradas,
junto a un canal en sombra que se amansa
con débil luz de abismo. En el silencio
crujen fragores súbitos, o acaso los suspiros
de una naturaleza exilada del campo.
Trenes vertiginosos por el aire y la tierra
trepidando una luz de meteoros.
Aleteos de cisnes invisibles
o rumores de hojas que brotan con esfuerzo.
Un cielo negro, sólido, casi martirizado
por la abundancia loca de estrellas y luceros
y escudriñado a veces por audaces relumbres
que levantan su escala de la tierra medrosa.
Ando días o siglos, leguas o infinidades.
Mis sentidos despiertan lo que no me abandona:
un manantial de tierna transparencia,
un perfume de flores con raíz de latidos,
la caricia tendida como un tapiz del sueño.
Estoy solo y perdido sin ninguna extrañeza;
el alba crece y crece sin fatiga
sobre mi corazón; la noche sigue
henchida de raíces de abril que ya dan flores
en un campo que pone desierta la memoria.
Regresó a
España en abril de 1942. Tras recuperarse en Torrelodones, extrajo algunas
conclusiones definitivas: El régimen era ajeno a los ideales falangistas y al
espíritu de quienes luchaban y morían bajo las banderas del Eje. En consecuencia,
Ridruejo renunció a todos sus cargos, se borró del Partido y repudió los
beneficios que correspondían a su condición de héroe. Escribió a Franco, el 7
de julio: «Quiero subrayar que no tenemos régimen que valga, salvo en sus
aspectos policiales, y que la Falange es simplemente la etiqueta externa de una
enorme simulación que a nadie engaña». La carta terminaba así:«… Esto no es la
Falange que quisimos ni la España que necesitamos. Y yo no puedo exponerme a
que Vd. Me tenga por un incondicional. No lo soy.»También escribió a Serrano
Súñer, ei 29 de agosto: «Hemos servido a Franco hasta el suicidio.» A cambio de
nada: «La Falange tiene menos resortes efectivos de poder que nadie, y son las
eternas fuerzas de la reacción las que mandan.» Y añadía: «Gracias a Dios, aún
le queda a uno decoro para alistarse entre los derrotados. Todo esto es un
asco. (…) Ya no tengo la exagerada juventud de otros años para esperar el
milagro de cada día.» Así, pues, Ridruejo decía no a Franco desde su fidelidad
a José Antonio y desde los presupuestos fascistas de la «Joven Europa» que los aliados
reducirían a escombros. La trampilla que conduce desde la luz pública de los
escogidos al sótano general se cerró sobre él sin la menor publicidad. Bajo
vigilancia policial, Ridruejo se vio obligado a residir en Ronda, primero, y
luego en San Andrés de Llavaneras y San Cugat del Valles. Nunca expresó
resentimiento por esta represalia. Sin freno, pudo entregarse a la vida
contemplativa, pudo escribir, leer. Estudiar, amar y casarse. Así logró superar
una prolongada crisis existencial e ideológica. El principio fue lo más
difícil. En Ronda, en 1943, cuando ya los alemanes habían sido derrotados en
Stalingrado y se presentía el final, Ridruejo estuvo a punto de regresar,
voluntariamente, al campo de batalla europeo. Más tarde, en Cataluña, entró en
relación con los escritores aglutinados en torno a la revista Destino. El grupo
—Masoliver, sobre todo— contribuyó no poco a su lento y sufrido proceso de
transformación ideológica.
En "Memoria de una imaginación" rescatan cinco poemas de este período. La totalidad se puede encontrar en En
la soledad del tiempo, Cancionero en Ronda y Elegías (Castalia, 1981).
A UN
ALMENDRO
Tú no tienes
nostalgia ni escarmiento.
Memoria sí,
del cielo acariciado
que es sólo porvenir,
fe en tus
raíces, porque van nutriendo
el prodigio
futuro de las flores.
Estas son
polvo de la tierra. ¿Cuántas,
cuántas veces
has muerto? A cada muerte
recreces tu
presencia adolescente
cada vez más
pujante y venidera.
Por ti la
blanca nieve no es olvido;
por ti,
bravo impaciente malogrado,
dulce
heraldo de mayo, estación sola
que se
atreve a fundar la primavera
cuando es
hielo la luz sobre los ramos.
Por ti, por
ti tempranos los alcores
se pueblan
de inocente maravilla
y decide la
tierra alzar, pausada,
la rica
desazón de sus olores
y el
descanso feraz de su verdura.
Por ti, que
nevarás tus agonías,
árbol de la
ilusión, sin ver tu tiempo
y serás un
despojo cuando todo
se convierta
a tu dulce profecía.
Duro hueso
es tu fruto, pero dentro
de su
lechosa entraña están las alas
de la
incansable vida, y tú no cesas
de ser nuevo
y reír, de ser eterno,
de ser
milagro y aventura sólo,
¡oh, soldado
infantil de la esperanza!
Ronda, 1942
CÁNTICO DE
LA ROSA
Año tras año
contemplé la rosa,
el bello
mediodía de las flores,
hecho de
labios puros con secreto
y párpados
que velan la mirada sin muerte.
Orbe
perfecto. Enigma
que huye
hacia lo profundo y es atmósfera.
La aproximo
a mi olfato:
¿Qué tiempo
incorruptible me insinúa
formado de
exquisitas, leves fugacidades?
La escucho:
Es un silencio de innumerables lenguas
cargado del
mensaje que sólo librarían
las palabras
que nunca recordamos del sueño.
La acaricio:
Su tacto no es apenas materia,
es el beso
acabado que se basta a sí mismo
y no puede
ofrecerse, el solo y sin angustia
que nos
encendería más allá de la carne,
como el beso
de un ser resucitado
para la
plenitud. La miro —¡oh tiempo!—:
Bajo su
tibia nata se delata una sangre
amansada y
feliz, pero llena de fuego;
a veces
triunfa en ella la más pálida espuma,
a veces más
que el ascua, el ocaso o la herida
apasiona el
color sus pétalos sencillos.
A veces es
el alba reuniéndose tibia;
un marfil,
una carne, un imposible a veces.
Siempre es
otra, en sí misma, milagrosa.
Está inmóvil
y vuela con un vuelo de astro
por órbitas
sutiles que indagan las abejas.
Parece
consumada y es la misma esperanza
futura que
confirma toda la primavera.
Es clara y
evidente, pero nada es tan íntimo
como su
ensimismada clausura impenetrable.
Castillo,
laberinto, planeta o universo
en vilo
sobre el tallo doloroso,
traducidos a
dulce e invariable sonrisa
—¡oh,
verdadera Esfinge!— que nos va enajenando.
Sonríe con
un vago sentido cuando es niña
y el
esfuerzo parece sufrir en la belleza
con recato
impaciente de expresión, con pujanza
en que está
retenida la juventud del mundo.
Sonríe con
un vago sentido cuando queda
suspensa en
equilibrio de madurez sublime
conduciendo
la angustia de ser pétalo a pétalo
hasta el
consuelo último que concibe su entraña.
Sonríe con
un vago sentido que va siendo
El gozo y
maravilla, la hartura y el arrobo,
La cifra ya
olvidada de nuestro encantamiento.
Ronda, 1942.
SOSPECHAS
El tallo de
azucenas salvando de unas manos
su campanil
de espumas enracimado y puro.
Una estatua
latiendo en la arena de estío
dorada por
el sol tenuamente y dormida.
El haz de
rosas vivas sobre la cal y el vidrio
delante de
unos ojos anchos y enamorados.
Un almendro
con flores en un intenso cielo
casi echando
a volar su luz en la materia.
El rosicler
que sube de la mar al ocaso
en una
franja eterna que va a desvanecerse.
El violeta
en sombra de unos montes perdidos
más allá de
un ardiente planeta de rastrojos.
El alba en
la llanura nevada revelando
con su
transfigurada presencia el paraíso.
El celaje
redondo de la luna en el día
instando al
universo a quebrarse en espuma.
La aparición
del árbol helado entre la niebla
suscitando un
fantasma de carbón y diamantes.
El salto de
la bestia. La sonrisa del niño.
El rumor
impensado del agua entre las flores.
El rastro de
los besos en los labios que han dado
con su tacto
una música sutil a nuestra sangre.
El regusto
de un sueño celado en la memoria.
El
sobresentimiento que gime en la palabra.
Y esta
agonía dulce de perfección remota
donde mi
corazón une a todos los seres.
San Andrés
de Llavaneras, 1944
UMBRAL DE LA
MADUREZ
(ELEGÍA
DESPUÉS DE LOS TREINTA AÑOS)
Recuerda,
camarada, aquellos días que nos están envejeciendo,
aquellos que
han anticipado nuestra desalentada prudencia.
No llores,
no maldigas, no te vuelvas airado contra tu corazón.
No era
ciertamente la vida lo que se te ha escapado de las manos
como el
agua, como el aire o como el fuego
dejándote en
cenizas.
Era menos y
más que la vida
era el resol
de eternidad que sólo al joven le es dado entrever,
porque sólo
él sabe que el tiempo es corto y el espacio pobre
cuando su
corazón ha creado otro reino distinto.
Lo sabe y lo
propone negándose a la vida,
viviendo en
su morada de espejos y creando
con barro de
la nada el cosmos de una sospecha que ignora.
Porque el
joven todavía no es hombre.
Todavía late
unido a la milagrosa placenta,
todavía es
un dios, pero un dios desterrado
que sigue
soñando y con su sueño maravilla al destierro.
No llores,
no maldigas; recuerda simplemente.
Puesto que
ya eres hombre compórtate como hombre
y recuenta
los hechos ligándote a tu vida.
Recuerda
aquellos días: morir era tan bello
como vivir:
vida y
muerte eran fuente de glorias semejantes.
Recuérdalo;
era cierto:
los verbos
te servían como caballos de combate,
los adjetivos
no llegaban a teñir del color verdadero tus cimeras
y los
nombres eran puros clarines
sin dependencia
de los objetos.
Recuérdalo:
creabas; tu voz iba a las aguas extendidas
y emergían
alegres continentes impacientes de ser
o se abrían
caminos para que los cruzase el pueblo de Dios.
Y tú ibas
con el pueblo llevando tu bandera,
pero ninguna
compañía alcanzaba a turbarte,
porque todas
las almas estaban en la tuya.
Recuerda
solamente:
tus sentidos
eran como celdillas de colmena;
cada sabor y
cada luz, cada sonido,
cada dureza
o extensión y cada aroma
hallaban
aposento a su medida
y el todo
era un puro embeleso geométrico
que
destilaba miel hacia tu corazón.
Había, sí,
dolor punzante e ira sagrada
y también
confusión, perplejidad y horror,
pero eran
como pasmos que injertaban misterio
y espuelas
que incitaban el salto a una potencia perseverante.
¡Qué
maleables eran la riqueza y el lujo!
¡Qué dóciles
el hambre, el amor y el poder!
Un orden
levantaba su castillo
y tu fiereza
generosa
apaleaba a
la humanidad para llevarla a su cercado.
¡Oh
castillos del aire!
Luchabas,
sí, luchabas.
Recuerda
solamente.
Era todo
verdad. El amor era aquello:
la ansiedad
fundidora de la única belleza.
¡La patria!
Sí, la patria
no eran
estos millones de rudos desacuerdos forjándose la vida,
sino el
cetro surgido en el puño radiante,
la espada
justiciera, vencedora, infalible.
El mundo era
un empeño que tenía su forma
no del todo
acabada ni evidente
poniendo a
lo perfecto la sal de lo futuro.
La guerra
era una luz flamante e imperiosa,
una excelsa
bandera que libraba de hedor a los muertos.
La vida, en
fin, la vida…
No, no
andabas en sueños por campos y por plazas.
Pero
recuerda solamente.
Cuando tu
adolescencia contenida te sacaba a los prados
era bastante
el álamo para seguir viviendo,
el álamo en
el cielo, entre torre y fantasma,
del todo
semejante al talle más querido.
Porque era y
lucía y solamente era.
Ahora, en
cambio, distingues de las hojas del álamo
las del
chopo y las briznas de romero
de las de
los apreses que limitan tu huerta
llena, llena
de frutos y de diversidades.
Antes, desde
su idea bajabas a las cosas;
ahora vagas
por entre aquellas cosas que existen, que te llevan,
que te piden
un nombre singular y preciso.
Todo es ya
piedra a piedra, poso a poso y despacio.
El
desencanto es diáfano, la humildad es tu curso.
El tiempo de
la paz y de los goces, pero no de los mitos.
Mas espera:
dentro del pecho el grano hará granero.
Te ayudará
tu Dios. Tú habrás pasado,
pero tu
juventud no habrá sido un ensueño,
porque la
muerte es joven.
La vida es,
camarada…
Pero ahora
recuerda, solamente recuerda.
Sea tu
compasión sin llanto y sin reproche,
y sea, sobre
todo, sin magisterio vano.
No clames tu
experiencia.
Es tiempo de
silencio y destreza piadosa.
Sobre todo
no quieras escarmentar ahora
al que viene
detrás y va por su camino.
¡Oh!, no
enseñes al joven;
no le digas
mostrando tu pequeña impotencia:
«Mirad,
jóvenes, ésta, la verdad de la vida.»
Que no sepan
por ti… Pero no sabrán nada;
sus ojos no
te ven, sus oídos no escuchan.
Míralos como
llegan aureolados, puros:
aquel que se
dispone como tú en otro tiempo
a vestir
castamente la armadura,
y aquel que
viene envuelto
en un manto
de nieblas melancólicas, chispeando sus ojos,
y aquel que
se ha vestido las mallas delicadas del placer sin cautela.
Ellos sabrán
por sí y a costa de su sangre.
Que
transiten sin huella su pavimento de diamante virgen,
que impongan
el esquife de oro a las ondas bravías,
que no
emplome sus alas la prudencia ni el desengaño.
No ahorres
dolor al que aún es omnipotente.
Tú sigue tu
camino, construyendo,
hora a hora,
brote a brote, grano a grano, alma a alma,
el penoso
edificio de tus realidades.
Cree, espera
y recuerda,
recuerda solamente,
porque el recuerdo es claro,
y como
piedra oculta va haciéndote en un ser indestructible.
Y si has de
llorar vertiendo las cenizas de tu sangre
sobre las
cenizas del empeño maltrecho y remoto
busca la
soledad y ríndete en silencio.
Clama a tu
corazón de rodillas: ¡Dios mío!
San Andrés
de Llavaneras, 1944.
POEMAS DEL
ESPOSO 1943-1975
Volvía de
unas nubes
que estuvieron
soñando;
todo era
suyo, mío,
increíble y
pensado.
Al fin brotó
lo cierto
del mar de
los espacios,
y en tu
carne lo otro
brilló como
un milagro.
Lo otro
vivamente,
aquello no
soñado,
no pensado,
no dicho,
que me
estaba creando.
Alella,
1945
Vuelvo de la
tierra
lleno de
raíces
de oscuros
deseos;
cargado de
muerte.
Estás en tus
ojos
con mi
nacimiento.
Vuelvo de la
mar
y de los
desiertos,
cargado de
nada,
soñado y
ajeno.
Estás en tus
labios
con mi carne
y siendo.
Vuelvo de
los aires,
los astros y
el cielo
con mi
eternidad
a cuestas,
envuelto
en nubes,
creando.
Estás, para
hacerme
mortal, en
tu seno.
Alella,
1945
Jugar, jugar
contigo, cosa mía
cosa que me
responde
sin besar ni
decir, riendo solo,
mordisqueando,
asiendo tibiamente,
enamoradamente
siendo cosa,
cosa buena y
pasiva
que purifica
el tacto
y hace otra
nueva de la carne antigua,
fresquísima,
inocente.
Cosa que se
resoba y se gusta y se mira
y mete por
los sentidos rosas, azucenas, palomas
y
cachorrillos de tigre con los dientes blandos,
y por los
sentidos llega al corazón
llenándolo
de miel y de mañana clara
y de
lágrimas con el arco iris;
de mañana
con pájaros irremediablemente cantores,
de miel y
lágrimas que es necesario dar.
Jugar jugar
contigo,
jugar a
equivocar tu carne con mi alma,
jugar a
esconderte en cada latido,
jugar a ser
instante y juego sólo.
POEMAS DEL
CAMINANTE
1951-1956
PÁRAMO
(Soria)
Aquí la
tierra es alta y ofrecida.
Aquí el
viento trabaja nivelando.
Son pequeños
los hombres y los árboles,
instantáneos
los pájaros, las nubes,
la nieve
trashumante, rauda el agua,
suficiente la
vida y la flor justa.
Aquí queda
la tierra —y todo pasa—
con su hueso
y su luz, la tierra sola.
Y se aviene
la casa al horizonte,
dejando al
humo errar, embebecido
en la
tremenda libertad.
Aparte
el azulado
Urbión alza la frente.
Madrid,
1952
TIERRA MÍA
Para estarte
soñando.
Para hacerte
en la niebla de memoria y amor.
Del abril y
el octubre. Para siempre jamás.
Para serte
nostalgia
de serrijón
de polvo y montaña violeta,
de paramera
negra y plateada,
de pinares
oliendo a corazón de pan,
de río
encadenado al roquedal en ruina,
de río que
se llora, bebedero de álamos,
de pavorosos
buitres ahítos de la nada,
de
codornices súbitas y de locos jilgueros,
de
colmenares pobres para la flor tardía,
de castillos
sin nadie, Soria pura.
Madrid,
1953
NOCHE
CLÁSICA DE WALPURGIS
Estando en
las celdas bajas
la tarde
empezó a cerrar.
Cerráronsele
los ojos
a José Luis
Abellán.
Bajo la
noche vibraba
una tremenda
señal.
Lechuzas en
los olivos
empezaron a
ulular
y Abellán
dormido estaba,
dormido y
sin confesar.
Fantasmas de
harina nueva
con tres
brujas de alquitrán
armaron juerga
flamenca
viniéndole a
despertar.
Volando en
guitarras rotas,
desdentadas,
sin peinar,
brujas de la
brujería
en la celda
de Abellán.
Danzaban,
las muy ladinas,
queriéndole devorar
y los
fantasmas chillaban
«¡Ulalá,
ulalá!»
-¿Qué ven
mis ojos abiertos?,
¿qué es este
ruido infernal?
Fantasmas
tiene la cárcel,
ya no lo
puedo dudar.
—Tres sustos
de muerte tuve,
mira mis
gafas temblar.
Una bruja le
cachea
otra un
sopapo le da,
un fantasma
le menea
otro le
quiere pelar,
y Abellán
rasga la noche
con el grito
«¡Capellán!».
La lealtad
verdadera
es apearse
del burro
y desmontar
la quimera.
Porque donde
dije y digo
están el
sudor del hombre
y el
embeleso del niño
y la mujer
que en el vientre
y el corazón
lleva el nido.
Por ellos
cambio de idea
porque ellos
serán los jueces
del valor de
la herramienta.
Por ellos
vuelvo a montar
porque la
tierra del hombre
es la de
nunca acabar.
Me gusta
pensar en las manos del hombre
que desbastaron
el sillar y labraron el capitel
que
dedujeron de una placa de barro cocido
las nácelas
que sostienen
los tizones
y esquinillas que adornan
los
arquillos y los dinteles que aseguran
lo vago o lo
ciego.
Me gusta
recordar las manos del hombre,
las traductoras
del alma,
las que nos
han puesto en presente
todo lo que
era fantasma inmortal.
LOS
FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO
(Goya)
Una camisa
vale una bandera
en un cerro
de muertos. Su aspaviento
crucificado
palpa las tinieblas
con tres
tizones de un horror oscuro.
Abajo el
cubo de una luz rastrera
acusa los
carmines de la sangre
y el cuero
torpe de pisar racimos
bajo medio
horizonte de fusiles.
El blanco es
libre frente al gris manchado
de sombrío
verdín en la muralla
que apunta,
se fusila, se condena.
Lejos las
tierras verdes alborean
un tricolor
de salvación en vano
y el fango
rojo pudre la esperanza.
PICASSO
con pintura delgada, y el trazado
es cada vez más neto cuando acusa:
pareja triste con mujer deshecha,
mendigo rey, juglar del hambre, niño
desnaciente y saltón, con los disfraces
que destejen lo vano y lo risueño
saliendo a amar con el dolor del mundo.
PINTURA DE
JUAN MIRÓ
La luna,
como puedes mirar, es una mujer
y el perro
que ladra a la luna
somos Miró y
tú y yo
mientras la
escalera es un abismo
de ilusiones
impracticables y tentadoras.
Todo se
explica claramente así en el cielo como en la tierra
pero es
bueno que unos ojos abiertos
hayan sabido
contárselo a unas manos manchadas de arcilla
para que
siempre y nunca más nos equivoquemos de luz.
ELEGÍA POR
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
No llora por
tu muerte, dulce
de brisa
hacia la mies de tu agonía,
con flores
tuyas mi jardín tranquilo.
Llora por
una vida que traía
sangre de
lirio hacia la primavera
y vio el
espejo roto y seco el día
en el
Guadalquivir de su ribera.
Pluma ligera
de temblor y nieve
a un aire de
suspiros confiada,
aspirando a
lo inmenso y a lo leve
y en su poco
de mundo desgarrada.
Saeta
frágil, sin saber camino
y sin pico
ni hierro aventurada
consumiendo en
el vuelo su destino.
Delgada voz
del amoroso anhelo,
abierta flor
en el volcán mecida,
ofrecimiento
de ave al vasto cielo
y sombra de
las aves en huida.
Un lago te
mintió sus verdes ojos,
la luna sus
cabellos y tu herida
—siempre
sombra— mintió sus labios rojos.
Rumor de
besos y batir de alas
hicieron nido
en tu ramaje helado
y gorjearon
en tu voz sus galas.
El agua te
lloró, junco curvado,
llevando el
tiempo del dolor vivido
para entrañarlo
en tu dolor cantado
-mejor que
alondra— hacia el sonoro olvido.
Aliento
claro de la fiel ternura,
Gustavo
Adolfo, singular desierto
de arena
triste y de poblada altura.
Con los
rocíos del ameno huerto
te lloro y
te respiro como fuiste;
amante niebla
de suspiro muerto
mientras crece
la luz que renaciste.
Busco tu
soledad entre la hiedra,
tu palabra
en el agua y sentimiento
que resbala
en el musgo de la piedra
o en las
hojas cansadas por el viento.
Oigo tu
corazón agonizante
como corza
que escapa, y ya lo siento
en mi
temprano corazón de amante.
CÁNTICO
A Jorge
Guillen
Veo cerrarse
a piedra y viento,
como diamante
de verdad,
sin sombra
ya de sentimiento,
la enajenada
soledad.
Dibuja el
ser; todo es presente
—rememorado
o por hacer—.
El corazón
omnipotente
ya no
sucede. Amar es ver.
Ver y crear
a mediodía
—ojo de
cíclope, ave impar—
petrificando
la osadía,
frenando el
agua sobre el mar.
Amar a
instante, con la rosa
encastillada
en su sinfín
de tierra
libre y luz esposa
que colma y
niega su jardín.
Cantar, ¡oh
Dios! La criatura
en su
rescoldo más mortal
pone su
espejo de voz pura
vuelto hacia
el cántico total.
LEO A OCTAVIO
PAZ
Salgo
anegado de la selva y ciego
de ser
mirada. Salgo de la cárcel
de esplendor
donde, suelto de su piedra,
ruge el Dios
de la lluvia como un tigre,
zurea o
adelgaza borbotones
de
ruiseñor-paloma, azota y gime
con
serpientes y rayos, se apacigua
en lagunas
de fango y cielo. Todo
va hacia la
muerte aprisa. Son los cuerpos
penetrados,
rompientes. Queda el hombre
reunido en
la aguja diamantina
de su mirar
como clavado a un sueño
mientras su
sangre vierte en un río de sombra.
1973
Por todos
los caminos se va a Roma
y en todos
los lugares, agotada
la sorpresa,
la tierra es una misma
con su
crónica luz rodando vaga
o luciente
del alba hasta el crepúsculo.
Un mismo
corazón se maravilla
o se hastía,
conversa o rememora
llenándose
de muerte y sedimento,
llenándose
de vida que disipa
realidad con
bruma de leyenda.
Pero
persiste en la pared el mapa
de todo lo
que ignoro. ¡Galería
de libros
por leer! ¡Ojos lucientes
que no he
mirado! Y queda el desencanto
de haber
sido en la sombra
como una
narración interrumpida.
HIPPIES EN
BERKELEY
La cantería
de la torre sube
con fe de
sus cimientos.
El horizonte
es vegetal. Vencidos
en desmayo
de sombra están los cuerpos
que desean
caer. Un clarinete
les ata por
los nervios
y un aroma
de hierba los transporta
donde ya no
hay preguntas.
El acero
con cristal
y la más ardiente puja
de la vida
no sirven; quedan presos
en párpados
que son como paréntesis.
Algo cruje y
acaba. Está queriendo
y sin
querer. Es ávido y saciado.
Es cólera y
desprecio.
Es sangrado
desdén. Como si el mundo
de la
promesa remontase un vuelo
vertiginoso y
la conciencia fuera
su ceniza de
sueño.
1 DE MAYO DE
1974
Claveles. Ni
una gota
de sangre.
Restañado
un pueblo o
mar sonríe
por un
millón de heridas
que se han
hecho fragantes.
Lisboa, mayo
de 1974.
FIN
Iba llegando
casi a los confines
murados del
lugar. Me detenía,
con éxtasis
de estatuas, la porfía
de amor y
siempre amor en los jardines.
Sospeché
afuera un vendaval con crines
de caballos:
el tiempo destruía
ciudades y
planetas. Yo dormía
desalando
impacientes serafines.
Pero el
tiempo iba en mí. Llegué a las puertas,
atravesé alamedas
y vallados:
¡qué
eternidad de luz tan repentina!
«Entra»,
dijo la voz. Estaban muertas
mis pupilas.
Los aires revelados
alejaban la
tierra cristalina.
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