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COLECCIÓN TEOLOGÍA PARA TODOS 40
¿Qué es la fe?
Joseph Cahill, S. J.
EDITORIAL SAL TERRAE
EDITORIAL SAL TERRAE
I.
ACTOS
DE FE O CREENCIAS
Cuando subes
a un avión, crees que el piloto es competente, aunque normalmente no habrás
examinado ni inspeccionado su pericia para pilotar un avión.
Cuando
cruzas un puente, crees que el puente resistirá aunque normalmente no habrás
examinado los píanos y la estructura del puente.
Cuando
entras en un restaurante, miras la carta y pides tu comida, crees tanto en la
competencia como en la buena voluntad de los cocineros. Crees que no
confundirán, intencionada o accidentalmente, la pimienta con arsénico.
Al leer este
folleto, crees que el hombre que figura como autor lo escribió realmente.
Si no tienes
una educación científica adecuada, crees la fórmula de Einstein que relaciona
la masa con la energía: E = mc2. Puedes creer también la teoría de
Sommerfeld de las órbitas atómicas. Igualmente crees que el sol dista de la
tierra aproximadamente 149 millones de kilómetros y que un rayo de sol tarda en
recorrer esta distancia alrededor de ocho minutos.
Ninguna de
estas creencias es tan evidente como el hecho de que estás ahora leyendo. Y aunque
pudieras comprobar y examinar la competencia del piloto, la solidez del puente,
la pericia y la buena intención del cocinero, el origen de este folleto y las
afirmaciones científicas más ocultas, la verdad es que normalmente creerás
estos hechos. No conoces los hechos como conoces que estás vivo, o que estás
leyendo, o que puedes pensar. No obstante, gran parte de la vida diana nos
hace presumir con razón que se puede aceptar un modo de conocimiento basado en
las palabras o las obras de otra persona.
Hay aún otro
modo de creer en nuestra vida diana. El vendedor cree que puede vender sus
productos. El futbolista profesional cree que es competente. Antes de tener
ninguna experiencia ni ningún conocimiento directo la joven cree que puede
educar a sus hijos, controlarlos y dirigirlos. Los comunistas creen que su
sistema puede conquistar el mundo.
Creer, pues,
no es un prejuicio, sino una parte de la existencia y las posibilidades
humanas.
II.
LA
CIENCIA Y LA FE
El
estudiante de química cree que le es útil estudiar química. Cree que es capaz
de llegar a solucionar algo. Después cree a sus colegas químicos. Cree a
aquellos que le han precedido y han llegado a conclusiones útiles, y cree que
los que ahora trabajan harán descubrimientos interesantes y provechosos.
Creer es
parte de la vida, aun de la que llamamos vida estrictamente científica.
Creer la
palabra o la obra de alguien es absolutamente vital en la educación y el
progreso científico, creen a sus colegas. El matemático puede usar una regla
de cálculo sin tener que molestarse en examinar por sí mismo la exactitud de
los cálculos. Basándose en las palabras y las obras de sus colegas, los
científicos son capaces de descubrir nuevos campos. No necesitan comprobar las
palabras de cada uno de los científicos de quienes dependen, ya que creen en la
competencia y el progreso. Y creen en los individuos particulares. Por tanto,
el conocimiento crece y se desarrolla. Es, pues, verdad afirmar que la fe no es
un principio opuesto a la ciencia. El progreso de la ciencia depende en la
actualidad de la fe en las palabras y las obras de los demás. Sin fe seguiríamos siendo hombres
primitivos.
Por muy
simples que estos actos puedan parecer, analizándolos, nos encontramos con que
son el resultado de un proceso. El padre Bernard Lonergam ha resumido así este
proceso:
1. El
que cree debe pensar que su creencia es razonable. Debe pensar que el origen de
la creencia (un profesor, un libro, un colega científico) es digno de
confianza. Debe pensar que la información que se le ha comunicado es exacta.
2. El
que cree puede reflexionar y ver el valor de esta creencia.
3. Puede
entonces decidirse a creer, y esto le lleva al último paso: el asentimiento
actual de la fe.
En todo acto
de fe se realiza este proceso y aparece explícitamente si se examina con
diligencia.
Por ello,
tanto el hombre medio como el técnico, asiente frecuentemente a algo fiados en
la palabra o ¡a obra de otro. Esto es el acto de fe. Y en el acto de fe puede
analizarse un proceso común a todos los actos de fe. Es inteligente hacer actos
de fe. Del mismo modo es también humano y necesario.
Supongamos
que te digo que el título “Hijo del Hombre” lo usa frecuentemente Jesús en los
tres primeros Evangelios para designar su obra, humilde y majestuosamente a la
vez; para indicar que Jesús redimirá al hombre como el Siervo Doliente de
Isaías, y para significar que Jesús será exaltado como el Mesías celestial.
Tiene varias alternativas. Puedes pasar por
alto esa afirmación sin pensar en ella. Puedes no creerla. Puedes creerla.
Puedes examinarla concienzudamente por ti mismo, valiéndote del Nuevo
Testamento, examinando todo lo que puede referirse a ella.
Si escoges
creer, debes pensar que la creencia es razonable. Debes pensar igualmente que
la persona que hace la afirmación sobre el “Hijo del Hombre” es digna de
confianza y competente. Después debes pensar que la información acerca del uso
del “Hijo del Hombre” te ha sido comunicada con fidelidad. Errores de imprenta,
adiciones o sustracciones de palabras, pueden cambiar el sentido.
Entonces
puedes reflexionar sobre la afirmación “Hijo del Hombre”, viendo que creer en
su significado te dará un conocimiento nuevo y razonable de esta frase, al leer
los Evangelios y al oír las palabras en algún sermón. Puedes decirte a ti mismo
que la afirmación “Hijo del Hombre” te ofrece un conocimiento más profundo de
los Evangelios» Es, pues, digno de creerse.
Este
proceso, que normalmente se realiza con rapidez, te lleva a una decisión
positiva, a creer. Entonces haces tu acto de fe en la afirmación, “Hijo del
Hombre”. Tal es el análisis del proceso.
III. EL
ACTO DE FE DIVINA
Examinemos
un acto de fe particular, un acto de fe basado en la palabra de Dios, una fe en
la palabra de Dios.
Más adelante
veremos con mayor claridad que el acto de £e divina es totalmente diferente de
los ejemplos anteriores. Pero tenemos que recordar antes que hacemos muchos
actos de fe. Por tanto, la fe no puede carecer de significado en la vida
humana. Esto es verdad, con mucha más razón, cuando hablamos de un acto de fe
divina, un acto de fe en la palabra de Dios.
Nos estamos
refiriendo a un acto de fe hecho por un hombre con la ayuda de Dios. En los
actos de fe estrictamente humana no se precisa ayuda especial de la gracia de
Dios. Por esto, hay una dimensión nueva de la gracia, que hace que el acto de
fe divina sea distinto de los actos ordinarios de la fe humana. El hombre hace
el acto de fe divina, pero Dios capacita al hombre para hacer este acto de fe y
Dios da al hombre la ayuda actual que exige el creer. El examinar la naturaleza
y cualidad de esta ayuda no entra ahora en nuestro propósito.
El origen de
la fe, el aumento de la fe y el deseo de creer fueron descritos en el año 529
por el Concilio de Orange, como aquello “por lo que creemos en Aquel, que
justifica al pecador” (Canon 5). El origen de la fe, el deseo de creer, el
aumento de la fe, todo nos viene con la iluminación e inspiración del Espíritu
Santo que comunica a todo una cierta facilidad en la fe.
La voz de la
Iglesia, en el Concilio de Trento en enero de 1547, describió la acción de Dios
como un “toque al corazón por medio de la luz del Espíritu Santo” (Decreto
sobre la justificación, cap. 5).
En abril de
1870, en el Concilio Vaticano, la Iglesia Católica repitió sus afirmaciones y
dijo que la fe es algo sobrenatural y fuera del alcance de los poderes
meramente humanos. Añadió que Dios ayuda al hombre con su gracia, y que el
hombre cree no porque vea con su razón natural, sino sólo porque Dios, que no
puede engañarnos ni engañarse, ha hablado. Este acto de fe es al que el
Concilio de Trento llama “fundamento y fuente de la justificación, sin el que
es imposible agradar a Dios y llegar a ser compañeros de sus hijos”. (Decreto
sobre la justificación, cap. 8). Esta es la fe por la que el justo vive y es
éste el acto de fe que examinaremos en el Antiguo Testamento, en los sermones
de los Hechos de los Apóstoles, en la experiencia de Pablo en Damasco, en los
Evangelios y en los dos grandes pensadores católicos que escribieron después
del Nuevo Testamento.
IV.
LA
IGLESIA CATÓLICA Y LA FE
Es de
suponer que los que lean estas páginas serán o católicos que creen y que han
hecho y seguirán haciendo actos de fe divina, o no católicos pero desearán
conocer más acerca de la enseñanza católica sobre la fe. Por ello, suponemos
que nuestros lectores estarán interesados por comprender y apreciar los actos
de fe característicos de la tradición católica en todo tiempo y cultura. “La
curiosidad” decía Samuel Johnson “es una característica constante y cierta de
una inteligencia poderosa”. Ciertamente una mente católica debería sentir
curiosidad por el acto de fe divina.
La Iglesia
católica no es una sociedad de filósofos. Tampoco es un conjunto de dogmas,
sino más bien, como la ha descrito el profesor Charles Donahue, “una sociedad
sobrenatural que profesa una sabiduría sobrenatural”. Esta sabiduría
sobrenatural se halla y se experimenta personalmente por medio de un acto de
fe.
Ciertamente,
comprender el acto de fe no debe fundirse con hacer el acto de fe. La
comprensión no aumenta por sí misma la fe. Pero el hombre que hace el acto de
fe es un ser racional, la inteligencia le exige interés por comprender el acto
de fe, que le ofrece al hombre por sí mismo una sabiduría sobrenatural. Si el acto de fe divina va acompañado
por investigación y comprensión, se incrementará el aprecio de esta sabiduría
sobrenatural de la que todo católico es heredero.
V.
LA FE
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.
(a) Habla
Dios
Los hebreos estaban convencidos de que Dios hablaba al hombre. El Señor mandó a Abram que abandonara su tierra, sus parientes y el hogar de sus padres. El Señor indicó a Abram que se dirigiese a la tierra que El le mostraría, la tierra en la que establecería una gran nación, una nación en la que los hombres sería más numerosos que las estrellas del cielo y las arenas de la tierra. “Abram se marchó como le había mandado el Señor” (Gen. 12,4).
Más tarde el
Señor volvió a hablar a Abram y estableció con él un pacto. El Señor mandó a
Abram que guardase su pacto. Si lo hacía, el Señor sería el Dios de los
israelitas. Igualmente, Dios habló a los descendientes de Abraham (cuyo nombre
había sido cambiado en el momento de la Alianza). Dios habló a Isaac y Jacob.
Dios habló
repetidas veces a Moisés quien tuvo que conducir a los israelitas del
cautiverio, a la tierra prometida. Dios habló a los Jueces que gobernaron en
Israel cuando “cada uno hacía lo que mejor le parecía”. (Jueces 17,6). Habló
también a Isaías, jeremías, Ezequiel y a los demás profetas.
Así habló
Dios a los israelitas por medio de todos estos hombres. Habló para mostrar a
los hombres su plan, y exigió que el hombre respondiese a ese plan. En el
Antiguo Testamento, esta respuesta humana se describe como la fe. Fue esta fe
la que dio sentido. Dignidad y solidez a los israelitas a lo largo de su
historia.
(b) El
hombre responde
En el Antiguo Testamento, pues, la fe es una respuesta del hombre a Dios que habla. Los israelitas conocían a Dios como el Creador de cielos y tierra. “En sus manos tiene toda la extensión de la tierra, y suyos son los más encumbrados montes. Suyo es el mar, pues El lo hizo; y hechura de sus manos es la tierra”. (Salmos 94, 4-5).
Si Dios
habló a este mundo, lo hizo a través de sus patriarcas y profetas y los
israelitas tenían que responderle obedeciendo el pacto en todas sus exigencias
ordenanzas. La fe para los israelitas era confianza en que Dios cumpliría sus
promesas Esta fe era al mismo tiempo para los israelitas de la antigüedad un
acto de obediencia y fidelidad a la
alianza con Dios.
Para el
israelita la respuesta debía ser total ya que era un acto del hombre. La fe
envolvía toda su personalidad, no una u otra potencia únicamente. El israelita
no podía concebir que un hombre creyese en Dios con su inteligencia y dejase de
cumplir las exigencias de Dios. Para el israelita la respuesta de la fe era
total ya que era un acto de fe en Dios que necesariamente incluía la adhesión a
las reglas y normas prescritas en la Ley.
La fe de los
israelitas no podía estar incluida en algo semejante al “creo en Dios” que los
católicos recitan con frecuencia. La fe de los israelitas exigía inmutabilidad
ante las exigencias de Dios. Exigía adhesión a un código que Dios había
revelado a los israelitas. Exigía confianza en que Dios haría que las cosas
aconteciesen como había prometido.
(c) Las
palabras
Puede parecer extraño que en el Antiguo Testamento no aparezca ningún nombre propio para significar esta respuesta total del israelita a Dios. El Antiguo Testamento emplea un verbo hebreo del que proviene nuestro Amén, y algunos derivados que significan “firmeza” o “confianza” o “fidelidad”. También se encuentran palabras que significan “sentirse seguro” y “buscar y hallar un medio de salvación”. Pero la respuesta total del hebreo superaba todo término simple de expresión. Los mismos hebreos que sentían, como ha dicho el padre John McKenzie, “que podían alcanzar y tratar a Dios”, sentían también que se encontraban en una relación directa, inmediata, vital y activa con Dios. El era su Dios. Ellos eran su pueblo.
En el Antiguo Testamento, pues, la fe era la postura hebrea
ante Dios que prometía y exigía. La £e era un acto de entrega a Dios y sus
exigencias. Era un acto por el que se comprometían a hacer lo que Dios les
pedía. Era una relación personal que conservó unido al pueblo hebreo a lo largo
de 2.000 años de oposiciones y ataques. Por ello, entrega, compromiso,
fidelidad y confianza son algunas de las palabras que pueden usarse para
describir la fe tal como se encuentra en el Antiguo Testamento.
(d) La
traducción griega del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento hebreo original se formó se compuso en un largo período de tiempo. Fue el libro de la revelación. Pero cuando los hebreos salieron de Palestina, vivieron en medio de la cultura griega. En esta nueva situación, el Antiguo Testamento traducido al griego probablemente en el siglo III antes v, de los Setenta) como la revelación del Antiguo Testamento llegó al mundo griego y, en último término, al mundo cristiano. Los libros se continuaron y revisaron hasta casi el primer siglo después de Cristo.
Sigue ignorándose si la traducción griega comenzó a hacerse
mediado el siglo III antes de Cristo o en el siglo I antes de Cristo. De todos
modos, el vocabulario griego es sin ningún género de dudas más rico y variado
que el hebreo. Por esto encontramos en los Setenta más palabras para expresar
la fe que en los textos hebreos originales. La traducción griega utilizó un
nombre, pistis (para traducir a un
mismo tiempo la idea de “fidelidad” de Dios y del hombre) que podía también
significar lo que nosotros conocemos como “fe”. El original hebreo tenía un
verbo, he’emin, para significar la
confianza en Dios; la versión griega, por el contrario, se servía de un verbo
con muchas preposiciones.
Cuando el Antiguo Testamento hebreo y griego fue traducido
al latín, al español y otras lenguas, ligeras matizaciones fueron colocando las
palabras que se refieren a la “fe”. Estas transformaciones no fueron
inexactitudes. Las palabras aisladas no tienen sentido. Sólo en su contexto
podemos estar seguros de su significado. Podemos descubrir el sentido exacto de
la palabra “fe” recurriendo al original hebreo o griego. Volver a los textos
hebreos y a la literatura contemporánea el Antiguo Testamento nos ha permitido
ver que la fe del Antiguo Testamento no es meramente un acto intelectual como
frecuentemente pensamos. El acto de fe divina en Dios es una entrega y un
compromiso del hombre entero a Dios. El hombre en su totalidad, inteligencia y
voluntad, se haya envuelto en la creencia de que Dios es creador, de que Dios
es el Dios de Israel, de que Dios cumplirá sus promesas. Este compromiso
personal lleva al hebreo a confiar en Dios y a cumplir sus propias promesas a Dios. Por
estas razones decimos que la fe es un acto de respuesta total. De entrega
total.
VI.
LA FE
EN LA PREDICACIÓN PRIMITIVA.
‘Dios, que en otros tiempos habló a nuestros padres en
diferentes ocasiones, y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado
últimamente en estos días por medio de su Hijo”. (Hebr. 1,1).
Dios habló a los hebreos por medio de los patriarcas, los
profetas, y los reyes. Más tarde pronunció su palabra última y definitiva, que
es Jesucristo. Mucho antes que el Nuevo Testamento tal como ahora le conocemos
alcanzase su forma escrita, los Apóstoles cucaron el Evangelio, la “Buena
nueva”. Algunos restos de esta predicación primitiva tal como se encuentran en
los Hechos de los Apóstoles nos capacitan para ver lo que significó la fe para
los Apóstoles.
San Lucas nos presenta a Pedro predicando a los judíos poco
después de la resurrección. En nombre y representación de los demás Apóstoles,
Pedro anunció el comienzo de la era mesiánica. El pensamiento central de su
discurso fue este: “Este Jesús es a quien Dios ha resucitado, de lo que todos
nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios, y habiendo
recibido de su Padre la promesa de enviar el Espíritu Santo, le ha derramado
del modo que estáis viendo y oyendo” (Hech. 2,32’33). “Persuádase, pues,
certísimamente toda la casa de Israel, de que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este mismo Jesús, al cual vosotros habéis crucificado” (Hech. 2,36).
Después de la curación de un cojo, San Lucas repite que
Dios ha resucitado a Jesús, y la curación del cojo se ha debido a la “fe que de
El proviene” (Hech. 3,16).
Ante los gobernantes judíos en Jerusalén se repite la exclamación:
“Declaramos a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que la curación se
ha hecho en nombre de Nuestro Señor Jesucristo Nazareno, a quien vosotros
crucificasteis, y Dios ha resucitado. En virtud de tal Nombre se presenta sano
ese hombre a vuestros ojos” (Hech. 4,10).
De pie ante el Sanedrín, Pedro y los Apóstoles afirmaron:
“Tenemos que obedecer a Dios, antes que a los hombres. El Dios de nuestros
padres ha resucitado. Él, Jesús, a quien vosotros habéis hecho morir, colgándole
de un madero. A éste ensalzó Dios con su diestra por príncipe y salvador, para
dar a Israel el arrepentimiento y la remisión de los pecados. Nosotros somos
testigos de estas verdades, y lo es también el Espíritu Santo, que Dios ha dado
a todos los que le obedecen” (Hech.
5,29-32).
En el momento dramático en el que la misión de la Iglesia
se extiende al mundo no judío, se resume una vez más la fe de los primeros
cristianos. Pedro vuelve a proclamar ante Cornelio y sus acompañantes que
Jesucristo es Señor de todos. “Pero Dios le resucitó A tercer día, y dispuso
que se dejase ver, no de todo el pueblo, sino de los predestinados de Dios para
testigos, de nosotros que hemos comido y bebido con El, después que resucitó de
entre los muertos y nos mandó que predicásemos y testificásemos al pueblo que
El es el que está por Dios constituido juez de vivos y muertos” (Hech.
10,40-42).
La fe manifestada por los primeros cristianos fue una
convicción y una creencia en la persona de Cristo resucitado y exaltado. Creían
en una persona que había resucitado y vivía. Es el Mesías presente, ayer, y hoy
y siempre. Es el Señor de todos. Cura los sufrimientos físicos. Da la fe a
aquellos que creen en El. Es juez de vivos y muertos. Es el Señor y dueño del
universo.
Esta fe de los Apóstoles y de los primeros cristianes es
una experiencia de la acción de Dios. Esta experiencia de la resurrección de
Cristo transformó a los toles, como la creencia en la resurrección de Cristo
había de transformar el mundo.
La fe en Cristo resucitado se adueñó de los Apóstoles
plenamente. Predicaron a Cristo como Señor y Mesías. Se entregaron totalmente a
este Señor y Mesías. A causa de su compromiso personal con Cristo, Señor y
Mesías, en todo igual al Padre, poseyeron una sabiduría nueva, un nuevo
conocimiento. Su fe era en la persona de Jesucristo resucitado y dominador,
principio y fin de toda sabiduría.
Como en el Antiguo Testamento, la fe es aquí algo más que
una opinión abstracta, como cuando decimos ”Creo que mañana lloverá”. Algo más
que una simple verdad científica, como cuando decimos: “Creo en la teoría
espacial de la relatividad”. Algo más que una mera confianza, como cuando
decimos: “Creo que puedo hacer un negocio con esto”. La fe de los Apóstoles y
de la Iglesia primitiva fue un acto del hombre en su totalidad por el que el
hombre se unía con Cristo resucitado, con Dios mismo.
VII. LA FE
COMO LA MUESTRA LA VISION DE PABLO.
A pesar de que fue Pablo el primero que anuncio con
claridad que la fe es un don absolutamente libre de Dios y se opuso
radicalmente al principio de la justificación por medio de algunas obras, nos
ocuparemos aquí de la experiencia de su conversión que fundamental para su
vida. Se describe en los Hechos de los Apóstoles 9, 1-7; 22,6-10; 26,12-16. El
mismo Pablo se refiere al acontecimiento con claridad al menos tres veces en
sus cartas.
No parece que haya ninguna duda acerca de que Pablo tuvo
una experiencia extraordinaria de la acción de Dios. Ve “una luz del cielo”.
Cae a tierra. Escucha una voz que le dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?”. Y él pregunta: “¿Quién eres tú, Señor”?. La voz replica: “Yo soy
Jesús a quien tú persigues… Levántate y ve a la ciudad, y Yo te diré lo que
debes hacer”.
Digamos lo que digamos de esta experiencia extraordinaria,
debemos admitir que San Pablo quiso comunicar la experiencia y sus efectos a
todos los que le escuchaban. Esto es lo mismo que afirmar que Pablo deseó
comunicar lo que había visto, oído y sentido.
Todas las grandes realidades cristianas conmovieron
vitalmente a Pablo. Vivió, sintió y, podemos decir, casi palpó la realidad de
Dios, de Cristo, de la liberación del pecado, de la confianza, la esperanza y
la fe como un don puro de Dios opuesto a las obras de la ley judía. Para Pablo,
Cristo era el centro del universo. La misma vida de Pablo, en todos sus
aspectos, estaba dirigida hacia su centro de gravedad, la persona de
Jesucristo.
Es, pues, evidente que para Pablo la fe había de ser un
contacto transformador con Dios. La fe debería conmover los sentidos, la
voluntad, el entendimiento. Las emociones, el corazón. Cuando un hombre cree en
Jesucristo, ha de creer con todas las fibras de su ser. Este es el ideal
paulino. Como la fe que consideramos en la predicación primitiva era
compromiso, entrega. Transformación, así también la de Pablo.
Cristo resucitado fue la creencia básica de Pablo, como lo
había sido en la predicación primitiva, Cristo resucitado y exaltado fue el
elemento central de la “Buena nueva” que Pablo predicó.
Al escribir a la Iglesia de Corinto, Pablo reprende a
aquellos que no creen en la resurrección: “Ahora bien, si se predica a Cristo
resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andáis
diciendo que no hay resurrección de muertos?” (1 Cor. 15,12) y, en verdad, “si
Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es también nuestra fe…,
y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, pues todavía tenéis vuestros pecados”
(1 Cor 15, 14,17). La fe, para Pablo, es una entrega de la inteligencia, el
corazón y la voluntad a este Cristo resucitado.
Nos detenemos aquí para responder a algunas preguntas que
pueden habérsele ocurrido al lector. Hemos indicado que la fe, tal como la
encontramos en el Antiguo Testamento, en la predicación primitiva y en la
experiencia de Pablo en Damasco, se propone como una respuesta total, una
entrega del hombre en su totalidad. Esta respuesta total tiene sentido para
aquel que cree, aquel que entrega su entendimiento y voluntad a Dios. Que el
hombre se entregue plenamente a Dios es un ideal que en la práctica admite
grados. Pero el ideal (propuesto por Pablo, por ejemplo) aun cuando no se
alcance en su plenitud» influye en todo el hombre. Un hombre puede muy bien
tener un grado pequeño de entrega total. El ideal escriturístico exige, sin
embargo, crecimiento y desarrollo. Precisamente porque son posibles el
crecimiento y el desarrollo es por lo que la entrega de la fe en la práctica
admite grados.
Para los cristianos primitivos, la respuesta total era
creer en Cristo como Señor y Mesías y cumplir en consecuencia con lo que cada
cristiano entendía que era la forma de vida cristiana. Para Pablo, la respuesta
total era más amplia que para los demás cristianos. El don divino de la fe le
capacitaba para comprender mejor la relación con Dios. Por ello, Pablo dedicó
su vida a la predicación de Cristo. La fe viva de la Escritura se describe como
conocimiento de Dios y reconocimiento de las exigencias de Dios. El ideal es la
respuesta total de la voluntad, el
corazón y el entendimiento, una respuesta del hombre total, más que de una u otra
de sus facultades.
Hay una vaguedad aparente en términos como entrega total,
respuesta total. Sin embargo, al aplicar términos vagos a los deportes
(“voluntad de triunfo”, “genio”, “furia”) nos parecen claros. Sabemos
inmediatamente cuándo un atleta manifiesta voluntad, cuándo tiene genio y
cuándo saca a relucir su furia.
Podemos decir de la fe que el ideal escriturístico es una
entrega del hombre. Esta entrega se presenta normalmente como una entrega
amorosa. Los Apóstoles abandonan todo para seguir a Cristo. El joven rico no
abandonó todo, y, no obstante, no se indica en los Evangelios que careciera
totalmente de fe. Evidentemente la fe admite grados: la fe del principiante, la
fe del adelantado y la fe del perfecto. En consecuencia, la entrega también
admite grados. Les teólogos afirmarán después que el pecador puede tener una fe
auténtica. Esta fe, sin embargo, no será una fe viva. La Escritura propone
continuamente un ideal de fe viva, una entrega total.
El término total, en consecuencia» se refiere a una
respuesta del hombre, de su voluntad y su inteligencia. La entrega significa poner nuestro yo en las
manos de Dios, someter todo el hombre a las leyes y a la voluntad de Dios. La
fe debe penetrar al hombre en toda su vida, en sus juicios sobre el mundo, la
muerte, el dinero, el éxito, y sobre todos los aspectos de la vida humana. La
intensidad de la entrega de la fe dependerá de la gracia de Dios y de la
cooperación libre del hombre con esta gracia.
La respuesta significa que el hombre ha de responder a Dios
que habla. En la Escritura esto supone que la fe toma la forma de conocimiento
y reconocimiento. Que la respuesta concreta admite diversas intensidades
aparece claro considerando algunos personajes muy nocidos tales como Abraham,
Isaac, Débora, David, Pedro y Pablo, para no mencionar ejemplos posteriores. Y
cuando Pablo mostraba el ideal de su propia respuesta y entrega, sabía que la
fe era una vida que admitía grados. Como la vida admite formas inferiores y
superiores, también lo hace la vida de fe. Pablo predicó de forma
ininterrumpida la vida de fe en su forma más sublime y desarrollada.
VIII.
LA FE
Y EL OBJETO DE LOS TRES EVANGELIOS.
El Evangelio según San Mateo se escribió alrededor del año
80 después de Cristo en Palestina o Siria para explicar que Jesús en su
persona, sus enseñanzas y sus obras es el cumplimiento total del Antiguo
Testamento. Predicado, y después escrito para los judíos, el Evangelio pretende
mostrar que la fe en Dios de los años del Antiguo Testamento culmina ahora en
la fe en la persona, la enseñanza y la obra de Jesús de Nazaret. Mateo expone
el reinado mesiánico en un estilo litúrgico. Por esto, el Evangelio pretende
despertar, o completar y perfeccionar la fe en Jesucristo.
Marcos escribió su Evangelio alrededor del año 67, d, C.
para explicar que Jesús es a un mismo tiempo Mesías e Hijo de Dios. Escribe
para una comunidad gentil de Roma, y desea demostrar una verdad de la fe: Jesús
en sus obras y palabras es Mesías e Hijo de Dios. Marcos expone en un estilo
popular las grandes obras de Jesús. Para Marcos, la fe es la aceptación de
Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
Lucas escribió su Evangelio alrededor del año 70 después de
Cristo, probablemente en Aquea. Lucas pretende demostrar que Jesucristo es la
salvación de Dios. En consecuencia, para Lucas la fe es la aceptación de Jesús
como salvación de Dios. Lucas recalca que Jesús es el salvador de todos los
hombres. Hace hincapié en que Jesús ha venido de modo especial a salvar a los
pecadores, a los indigentes, a los humildes, a los pobres. Con un estilo
exquisito y depurado, Lucas escribe el hecho de que Jesús es el Salvador y el
único que libra del sufrimiento. Por ello, para Lucas la fe es esencialmente
aceptación de Jesús Salvador.
Por la intención y el objeto de los tres primeros
Evangelios vemos que la fe es la aceptación total de Jesucristo, acto
definitivo de la salvación de Dios. Los Evangelios fueron escritos después de
la resurrección de Cristo. Lo que sólo hubiésemos podido comprender a medias
antes de la resurrección de Cristo, aparece ahora claro. Para los judíos, Jesús
es el cumplimiento de todas las esperanzas y anhelos de Israel. Para los
gentiles, Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador. Para todos los
hombres, la fe es creer en Jesús como Dios y aceptar a Jesús como Señor de
todos. La fe cristiana es una aceptación de la persona de Jesucristo. Los tres
primeros Evangelios fueron escritos para proclamar esta verdad de la fe.
IX.
ASPECTOS
DE LA FE EN LOS TRES PRIMEROS EVANGELIOS.
Además de la descripción general de la fe que se deduce en
su integridad de los tres Evangelios, encontramos descripciones abundantes de
la fe en otros pasajes más detallados de los Evangelios.
A causa de las semejanzas fundamentales de forma, contenido
y origen, podemos considerar en conjunto la fe en los tres primeros Evangelios.
(a) La fe
como toma de conciencia.
Los Evangelios se escribieron en un contexto judío, por lo que frecuentemente nos encontramos con que la fe posee el sentido de fidelidad o lealtad del Antiguo Testamento. “Quien es fiel (consciente) en lo poco, también lo es en lo mucho” (Lucas 16,10).
Mateo habla de un mayordomo “fiel” que cumple con su
obligación (Mat. 24,43-51). Y habla también de un siervo “infiel” que maltrata
a los esclavos, se divierte con borrachos y, por ello, será castigado. Aquí la
fe es conciencia, dependencia. Como los antiguos israelitas debían ser fieles a
la alianza, así también, la fe en el Nuevo Testamento es toma de conciencia.
(b)
La fe como confianza en un Padre
En el magnífico capítulo sexto de San Mateo, la fe es confiar en Dios como Padre. La fe se describe como una confianza hacia Dios como nuestro Padre. El término “Padre” se repite once veces en este capítulo. Es en este Padre en el que los discípulos de Jesús han de confiar. Y los discípulos serán llamados hombres de “poca fe” si no confían en su Padre que conoce sus necesidades y provee a los pájaros y a los lirios del campo.
En el Antiguo Testamento se encuentra ya la idea de que
Dios fue un Padre para Israel. En los Evangelios la idea de una relación
padre-hijo es más íntima. Personal e individual. La fe se describe como la
confianza que un hijo amante tiene en su padre.
(c) La
confianza en Jesús y en su Poder
Hay muchos casos en los tres primeros Evangelios en los que la gente se acerca a Jesús porque cree que pueblo creía en Jesús. Y en estos sucesos podemos decir que la fe apareció evidentemente como confianza en el poder de Jesús. Muchas de las narraciones de los milagros muestran que el pueblo que se acercaba a Jesús, lo hacía no para escuchar su doctrina o para creer en ella, sino para beneficiarse con su poder.
El paralítico de Cafarnaum es llevado a Jesús porque, bien
él, bien sus portadores, o ambos, tenían fe. Y el paralítico es curado (Marc.
2, 1-12).
La mujer que padecía un flujo de sangre se acerca a Jesús
sólo para tocar sus vestidos. Jesús le dice que es su fe quien la ha salvado.
(Marc. 5, 25-34).
Jairo, oficial de la sinagoga, se acerca a Jesús para pedir
que su hija moribunda sea sanada. Jesús pide al hombre que crea. Parece que
cuando Jesús llega a casa de Jairo, la muchacha ha fallecido. Jesús entonces
obra el prodigio. (Marc. 5, 22-43).
Sólo hay un ejemplo en el Evangelio de San Marcos del
contacto personal de Jesús con un gentil. Una mujer sirofenicia se acerca a
Jesús y le pide que se apiade de su hija que está poseída por un demonio.
Cuando Jesús cura a la muchacha, vuelve a repetir que la curación se ha
realizado por medio de la fe. (Marcos, 7, 24-30).
En estos sucesos y en otros muchos, Jesús ayuda a quien
sufre y cree en su poder. Se acercan a Él porque puede ayudarles, porque puede
salvarles, como un buen médico puede salvar la vida de una persona. No tiene
por qué extrañarnos el hecho de que la fe no sea, aquí, una serie de
proposiciones o ideas. Es fe y confianza en una Persona y en su poder.
Tenemos también que hacer constar que la confianza que se
muestra en cada uno de estos casos, es una confianza que nace de la persona en
su totalidad. La enfermedad afecta a toda la persona, el cuerpo y el alma. La
curación corporal debe afectar igualmente a todo el hombre, su cuerpo y su
alma. Si se cura el cuerpo, el alma debe dirigirse a la persona que le ha
proporcionado la curación corporal. Acercarse a Jesús como alguien que puede
curar y salvar el cuerpo, no es menos fe interior en la persona de Jesús
simplemente porque se centra en el poder de Jesús. Es claro que hay muchos
ejemplos en los tres primeros Evangelios en los que la fe es primordialmente fe
y confianza en que Jesús puede salvar y ayudar a librar al hombre del
sufrimiento corporal, de todos los dolores que acompañan el sufrimiento
corporal y de todas las desgracias que puedan sobrevenir al hombre.
(d)) La fe como creencia en lo que Jesús es.
La fe en muchas de las narraciones del Evangelio, es en primer lugar confianza en el poder de Jesús. Pero hay aún otra descripción de la fe. En la narración de la resurrección de Cristo vemos que se describe la fe como una creencia de que Jesús es el Hijo de Dios.
El hecho de la resurrección de Jesús se halla claramente
presente en las narraciones evangélicas. Aparece cuando y donde desea. Viene y
va con una facilidad sobrehumana. No obstante, se le reconoce fácilmente como
el mismo Jesús que había estado anteriormente con sus seguidores. Es indudable
que en la persona de Cristo resucitado los discípulos ven a Jesús como el
Señor, el mismo Dios. Creen ahora que es el cumplimiento del Antiguo
Testamento. Creen ahora que en El y por medio de Él se encuentra la salvación.
Los evangelistas hacen notar honradamente que antes de la
resurrección los discípulos no tuvieron una fe suficiente en Jesús. En el
epílogo del Evangelio de San Marcos leemos que, aunque Jesús se apareció a
María Magdalena, los discípulos “no lo creyeron”. En el mismo epílogo encontramos
dos menciones más a la falta de la fe de los Apóstoles. Y también, la
encantadora narración de San Lucas, de los discípulos que iban a Emaús, nos
muestra que los discípulos eran “tardos de corazón para creer todo lo que
anunciaron los profetas: "¿Por ventura no era menester que Cristo padeciese
todas estas cosas y entrase así en la gloria?” (Lucas, 24, 25-26).
Los evangelistas citan su incredulidad porque, en su
perspectiva, perciben con qué claridad se había manifestado la divinidad de
Jesús. A la luz de la resurrección de Cristo, recordaron sus profecías.
Recordaron que había dicho que el Hijo del Hombre tenía que sufrir y morir y
después resucitar. En la narración de la resurrección de los tres primeros
Evangelios, aun antes de que Cristo se le apareciese, deberían haber tenido los
Apóstoles una fe más firme en la resurrección.
Pero, al menos, no hay ninguna duda ni vacilación en los
Apóstoles, tras la resurrección y las apariciones de Jesús. El Espíritu los
conmueve e ilumina. Su fe comienza a comprender de alguna forma el sentido de
la vida, muerte y resurrección de Jesús. Aun cuando Cristo se hubo aparecido a
los Apóstoles, tuvieron ellos que creer en el misterio total del ser de Cristo.
El misterio de un hombre que es Dios, de un hombre que es la Palabra final y
definitiva de Dios al hombre, este fue el objeto de la fe apostólica, el
término de sus deseos.
Sin entrar en detalles en la fe de los Apóstoles antes de
la aparición de Cristo resucitado, podemos decir que, una vez que la misión
terrena de Jesús se cumplió, los Apóstoles creyeron que Jesús era el Mesías.
Creyeron que era el Salvador de todos los hombres. Creyeron que era Dios. En
otras palabras, su fe alcanzó a lo que era y quién era Jesús.
Esta fe era a un mismo tiempo convicción y asentimiento.
Ciertamente la convicción y el asentimiento vinieron a través de la experiencia
de la resurrección de Cristo y la obra del Espíritu. Pero la resurrección de
Cristo es un acontecimiento religioso, histórico y trascendente. El
asentimiento y la convicción de los Apóstoles de que Jesús es el Hijo de Dios
no proviene del conocimiento que ellos tuvieran de uno u otro aspecto de la
resurrección. Las narraciones evangélicas ponen siempre en claro que todo acto
de fe en Jesús es acción del Padre; a vosotros se os ha concedido conocer el misterio del
Reino de Dios” (Marc. 4,11). “La carne y la sangre no te lo han revelado, sino
mi Padre celestial" (Mat. 16,17). Dios se revela a los humildes. Y mientras que
la doctrina de la fe se explicaría y se comprendería mejor como un don puro y
completo, en los tres primeros Evangelios aparecen, sin embargo, pruebas claras
de que la convicción de que Jesús es el Hijo de Dios se concede a través de la
revelación del Padre.
X. LA FE
EN EL CUARTO EVANGELIO
El cuarto Evangelio se escribió más tarde que los tres
primeros. La reflexión, la predicación y las necesidades de la Iglesia
primitiva influyeron en el cuarto Evangelio. El tiempo y la experiencia
produjeron un conocimiento más profundo del misterio de Jesús.
El cuarto Evangelio presenta toda la realidad de Jesús
encarnado. Pretende mostrar que la Iglesia debe su existencia a las palabras,
las obras y sobre todo, a la muerte y resurrección de Jesús. Todo el Evangelio
se dirige a la fe. “Otros muchos milagros hizo también Jesús en presencia de
sus discípulos, que no están en este libre. Pero éstos se han escrito con el
fin de que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y que creyendo
tengáis vida en su nombre”. (Juan 20, 30-31).
“En El estaba la vida” (Juan 1,4). La vida en el cuarto
Evangelio es la vida de la fe. Creer en Jesús da al hombre vida, participación
de la vida misma de Dios.
Ya que Dios amó al mundo y vino a él en forma humana, el hombre ha de responder a este amor divino por la fe. “Esta es la obra de Dios
que creáis en aquel que El os ha enviado” (Juan 6,29).
Esta fe es aceptación de Jesús. “Pero a todos los que
le recibieron, que son los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser
hijos de Dios”. (Juan, 1,12).
La fe es seguir a Jesús. “Yo soy la luz del mundo, el que
me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan
8,12).
La fe es escuchar la voz de Jesús para salvarse. “Mis
ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco y ellas me siguen y Yo las doy vida
eterna, y no se perderán jamás, y ninguno las arrebatará de mis manos” (Juan
10, 27-28).
La salvación se alcanza a través de la fe. Los que creen se
salvan. Aquellos que no creen, están ya juzgados, aun en esta vida. “Quien cree
en el Hijo de Dios no está juzgado, pero quien no cree, ya lo está, por lo
mismo que no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3,18). “En
verdad, en verdad os digo que quien cree en Mí tiene vida eterna” (Juan 6,47).
La fe es seguir las enseñanzas de Jesús, obedecer sus
mandatos. Es conocer a Jesús y reconocerle. Ambas cosas no pueden separarse.
“Decía, pues, Jesús a los judíos que creían en El: Si
perseverareis en mi doctrina, seréis verdaderamente discípulos míos, y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8, 31-32).
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14,15). La fe
debe llevar a la obediencia amorosa y por ella a la posesión de la vida”. “En
verdad, en verdad os digo que quien escucha mi palabra y cree en Aquél que me
ha enviado» tiene la vida eterna, y no incurre en sentencia de condenación”
(Juan 5,24).
La fe es una entrega total del individuo a la persona de
Jesucristo. La fe comprende creer que Jesucristo es el Hijo de Dios. Además la fe es adhesión a Dios que se manifiesta en obediencia a los mandatos y deseos
de Dios.
Porque Cristo y el Padre son uno, creer en Cristo es creer
en el Padre. Al haber una inhabitación mutua del Padre y del Hijo y una unidad
absoluta, negarse a aceptar a Cristo como la revelación de Dios es negarse a
aceptar al mismo Dios.
Cristo obra como obra el Padre al dar la vida y juzgar. Ha
venido al mundo para dar vida, lo que es esencialmente una acción de Dios. La
aceptación o el rechazo de esta vida es el juicio que trae Cristo. Este dar la
vida, este poder de juzgar al mundo que tiene Cristo como revelación de Dios,
son las acciones que deberían llevar al hombre a aceptar las palabras
mesiánicas de Cristo. “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si
las hago, si no queréis darme crédito a Mí, dádselo a mis obras a fin de que
conozcáis y creáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre”. (Juan 10,37-38).
La fe es una actividad básica para la personalidad humana.
Por la fe es por lo que el hombre sobrevive y no sucumbe al poder de la muerte.
La muerte no es sólo la muerte física. El hombre vive cuando vive de acuerdo
con la realidad. La mayor realidad es Dios. Si el hombre no se adhiere a esta
gran realidad, se adhiere a la nada, que es lo que pasa. Vivir cualquier
realidad falsa es en verdad muerte, si no del cuerpo. Sí de la personalidad
humana.
En la fe el hombre se encuentra en la luz y no tantea en la
oscuridad. La luz capacita al hombre para encontrar su camino en el mundo y de
este modo le orienta hacia los objetos del mundo. La luz penetra en el
entendimiento del hombre de modo que comprende quién y qué es. La luz capacita
al hombre para verse como una creatura de Dios. Sin la luz que es la fe el
hombre no se entenderá a sí mismo, ni entenderá al mundo, ni a Dios. Se halla
en las tinieblas de la falta de fe.
En la fe el hombre alcanza la verdad y no permite que su
vida transcurra en una gigantesca falsedad. La verdad es la realidad de Dios,
Creador, Gobernante, Juez, Salvador y Santificador. La verdad es el encuentro
con esta realidad que es Dios. La falsedad, la mentira es una negación de todo
lo que Dios es y en consecuencia, una negación de lo que el hombre es. La
falsedad, pues, conduce en último término a la nada y la desesperación. La
falsedad repudia a Dios.
En la fe el hombre es libre, no está suieto a la esclavitud
de las pasiones y el egoísmo. La fe es libertad para obedecer. La fe es la
libertad que capacita al hombre para vivir en el mundo sin hacerse esclavo de
las riquezas, el poder, la fama, la lujuria o de cualquier otra cosa que aleja
de Dios.
Por medio de conceptos como vida, luz, verdad y libertad,
el cuarto Evangelio presenta un rico concepto de la fe. Hay una bella unión de
los elementos subjetivos y objetivos de la fe. Dios es vida, luz, verdad y
libertad. El hombre comparte esta vida, luz, verdad y libertad entregándose en respuesta total a la fe.
XI. LA FE
EN LA IGLESIA POCO DESPUÉS DE LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO.
En los siglos segundo y tercero después de Cristo, la fe
cristiana se extendió ampliamente. El Nuevo Testamento formaba parte de la
herencia y el culto de la Iglesia. Los hechos de la revelación estaban lo
suficientemente lejanos como para poderles considerar como un todo.
Surgieron grandes escritores y predicadores cristianos,
tales como Clemente de Roma, Hermas, Ignacio, obispo de Antioquía; Policarpo,
obispo de Esmirna; Papías, obispo de Hierápolis. Poco después del año 150
después de Cristo, aparecieron otros escritores y maestros como Justino y
Taciano. En el siglo tercero, aparecieron Ireneo, Hipólito, Clemente de
Alejandría, Orígenes, Gregorio el Magno, Dionisio el grande.
Pablo había utilizado la palabra “misterio” para resumir
el plan de Dios de la Salvación del hombre. Este plan o misterio fue revelado
en Jesucristo. Del siglo segundo al cuarto, los escritores y maestros de la
Iglesia meditaron y presentaron este misterio a los fieles. El misterio era el
drama de la redención humana. El misterio comenzó en Dios. Se manifestó en
Jesús y en la Iglesia. La fe, pues, era la comprensión del hombre del gran
misterio de la salvación. Aunque el gran misterio se revela en Cristo y en la
Iglesia, sobrepasa siempre el entendimiento humano. El gran misterio de la
salvación es secreto, por ello tiene que alcanzarse por la fe. El misterio se
revela porque se realizó en Jesús y se predica a todos. En los siglos segundo y
tercero, la fe era el acto por el que el hombre captaba el gran misterio de la
salvación.
Todos los hechos del Antiguo Testamento encontraron toda su
explicación en la acción de Dios en Jesús, su Hijo. La vida, muerte y
resurrección de Cristo nacen del amor infinito de Dios. La Iglesia, con sus
sacramentos y sus grandes verdades dogmáticas (proclamadas para que el hombre
pueda comenzar a comprender a Dios), proviene de las profundidades de un Dios
infinitamente amoroso. Todos los elementos, desde el Antiguo Testamento a la
Iglesia de hoy, forman parte del gran misterio de la salvación.
Y si hay que creer muchas verdades particulares es porque
el hombre necesita imágenes, conceptos, ideas. Juicios. Al dar su asentimiento
a verdades particulares que son partes vitales del misterio total de la
salvación, e! hombre capta el gran misterio de la salvación como un todo. La fe
es el acto por el que el hombre se entrega a la realidad total del gran
misterio de la salvación.
XII.
AGUSTÍN
Y LA FE
A finales del siglo cuarto y comienzos del quinto. La fe se
definía en términos que habían de permanecer hasta hoy. Esto se debe
principalmente al gran San Agustín, cuya vida podría muy bien describirse como
un proceso de búsqueda. Al principio de su vida, dio satisfacción a los
apetitos de la carne. Pero la lujuria le dejó insatisfecho. Continuó buscando y
haciéndose preguntas: ¿Qué es Dios? ¿Qué es el pecado? ¿Qué es el hombre? ¿Qué
es el mundo?
Al fin, acaba su búsqueda. Y habla a todos los hombres
animándoles a buscar. “Escudriña, oh hombre. Busca tu verdadero yo. El que
busca, halla. Pero, oh maravilla y gozo, no se hallará a sí mismo, sino a Dios,
O, si se encuentra a sí mismo, se encontrará en Dios”.
Para Agustín la fe era el principio por el que el hombre
encuentra a Dios. Y al encontrar a Dios, el hombre se encuentra naturalmente a
sí mismo. Pueden fácilmente verse aquí los conceptos de vida, luz, verdad y
libertad, que son los conceptos johánicos de fe.
Agustín comprendió que la fe ayuda y asiste a la razón. La
fe ilumina la inteligencia, y, en consecuencia, influye en todo proceso
natural. Puesto que toda forma de conocer comienza por la autoridad, por la
aceptación de la palabra de otro, Agustín comprendió que para cualquier
conocimiento de la realidad, el hombre debe antes creer en la revelación. Al
provenir tanto la fe como la razón de Dios, no puede haber contradicción entre
ambas. Para descubrir a Dios, es preciso antes “creer lo que más tarde se
conocerá”. Fue Agustín quien dijo: “Cree para comprender”. Así la fe es el
medio por el que el hombre es capaz de comprender las grandes realidades.
Es interesante el notar lo altamente personal que es la
idea agustiniana de la fe. Aunque es una relación de una persona a otra
persona, esta relación tiene que echar mano de imágenes y conceptos, actos del
entendimiento y verdades reveladas por Dios. El hombre necesita verdades si ha
de acercarse a la Verdad Suprema. El concepto de la fe de Agustín fue muy
personal porque sabía que todas las verdades a las que daba su asentimiento se
contenían en la Verdad Suprema, que es un ser personal. Las Confesiones de San
Agustín son una oración continua de una persona a otra. Adhesión a la verdad.
Adhesión a la Verdad Suprema. Esta es la fe de Agustín.
La idea de Agustín de la fe es también muy concreta. Es un
acto del hombre caído, hecho con la ayuda de la gracia de Dios. Es un acto del
hombre rodeado de tentaciones, acosado por preocupaciones, desconcertado por
problemas y desanimado por dificultades.
Como señalamos al hablar de Pablo, la fe de Agustín
alcanzaba al hombre en su totalidad. Tenía que unir al hombre total con la
Verdad Primera, el Bien Supremo. Esta fe inevitablemente tiene que conducir al
amor, la entrega, el compromiso, como lo había hecho en el Antiguo Testamento.
La fe penetra en la inteligencia, la voluntad y el corazón. En consecuencia
Agustín pudo exclamar: “Tarde te he amado, oh Belleza siempre antigua y siempre
nueva; tarde te he amado, porque, he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo
fuera, y yo te buscaba fuera y en mi desamparo me lancé sobre aquellas cosas
agradables que Tú has hecho”.
XIII. TOMAS
DE AQUINO Y LA FE
Santo Tomás de Aquino heredó el concepto agustiniano de la
fe, y le hizo objeto de un minucioso examen técnico. Examinó la función del
entendimiento, la voluntad y la gracia en el acto de fe. Analizó además qué es
lo que cree el hombre y por qué cree.
No podemos ni necesitamos considerar aquí todos los
aspectos del pensamiento de Santo Tomás. Sin embargo, llamaremos la atención sobre
algunos de los aspectos más interesantes de su pensamiento. Aparecerá claro que
el acto de fe para el gran teólogo es el mismo del Nuevo Testamento, aunque
descrito y definido técnicamente.
Lo primero de todo, Santo Tomás afirma que, en todo acto de fe, el asentimiento se da a la persona. La persona en la que se cree es de una
importancia capital en todo acto de fe. Las verdades en las que uno crea son
secundarios (Summa Theologica IIa IIae, 11,1). Esta persona a la que el hombre
da su asentimiento y en que el hombre cree en el acto de fe divina es Cristo.
Por el acto de fe el hombre se adhiere a Dios mismo.
Dios es la Verdad Primera. La fe, pues, es creer en este
Ser Personal que es la Primera Verdad. Aunque el hombre necesita conceptos,
imágenes, proposiciones y las exposiciones que encuentra en los credos, estas
cosas no son objeto de la fe (Summa Theologica IIa IIae, 2 ad 2). Cuando un
hombre hace un acto de fe, “el acto del creyente concluye no en la exposición,
sino en la cosa misma”. En consecuencia, al decir “Creo que Jesucristo es
Dios”; “Creo que Jesús se halla presente en el Santísimo Sacramento”, tu acto
de fe se dirige a Dios mismo, y no simplemente a las palabras que recitas.
Dios es bondad y felicidad. Es el bien pleno y completo.
Por ello, cuando haces un acto de fe divina, tu acto termina en un ser personal
que es el Bien Supremo. En consecuencia en cada acto de fe hay un elementó de
amor. Dios como Primera Verdad, es el objetivo del hombre que puede
experimentar, comprender y juzgar. Dios como el “Bien Supremo” es el objetivo
del hombre que puede escoger, desear, querer, buscar. En consecuencia, en el acto de fe divina
nuestras inteligencias y voluntades, buscan realmente a Dios. Por ello podemos
afirmar que el acto de fe es un movimiento de todo el hombre hacia Dios.
¿Por qué cree el hombre? ¿Por qué hace el hombre actos de
fe divina? Señalemos que la pregunta no es ¿qué es lo que lleva a un hombre al
punto en que puede hacer un acto de fe? La pregunta es: cuando un hombre hace
un acto de fe divina, ¿cuál es la razón de ello?. La razón última de que tú creas es que Dios te
habla. Puedes saber que Dios te habla porque la Iglesia te dice infaliblemente
que Dios habla. Puedes saber que Dios te habla porque la Iglesia dice que Dios
habla en su libro oficial, la Biblia. Investigando en la Iglesia, la Sagrada
Escritura o por otros medios, uno que no sea católico puede llegar a conocer
que Dios ha hablado. Conocer con un cierto grado de claridad es una cosa y
hacer un acto de fe divina otra completamente distinta. Si el hombre hace algún
acto de fe divina, la razón para el acto no es nada menos que Dios mismo. En
otras palabras, Dios es el testigo en el acto de fe. El es la razón, por la que
el hombre puede creer y dar su asentimiento. Dios trabaja dentro del hombre. La
Iglesia dice que “conmueve el corazón por medio de la luz del Espíritu Santo”.
Es por esa razón por lo que el acto de fe divina es un
asentimiento absolutamente cierto y seguro. El acto de fe cuenta sólo con Dios
para su seguridad. Ningún argumento meramente humano o probable es la razón
para asentir a cualquier verdad de la fe. Dios y su autoridad son la razón más
cierta.
Por esta misma razón es por lo que el asentimiento de la fe
es sobrenatural. Solo Dios puede dar al hombre poder para hacer un acto de fe
divina.
Y por esta misma razón es por lo que el acto de fe es
oscuro. El hombre no ve con sus ojos o su entendímiento a Dios al que da su
asentimiento y en el que cree.
Por esta misma razón también es por lo que el acto de fe
descubre al hombre la verdad. En el acto de fe el hombre va más allá de los
límites de su inteligencia. Abre su inteligencia a la verdad infinita que es
Dios. El testimonio de Dios se convierte entonces en la medida de la
inteligencia humana. “Un creyente no es alguien que niega su razón obrando en
contra de ella sino que va más allá de su razón. Se deja guiar por una luz de
orden superior, que es la Verdad Primera”. (3 Sent. d.24).
No entra dentro de nuestro propósito dilucidar ahora cómo
uno que no cree llega al conocimiento de que Dios ha hablado o de las verdades
que ha de creer. No obstante, acerca de esto dice Santo Tomás: “A algunas personas
Dios revela las verdades directamente, como sucedió en el caso de los Apóstoles
y los profetas. A otras, en cambio, Dios propone las verdades enviándolas
predicadores de la fe”. También el no creyente puede llegar al conocimiento de
que Dios ha hablado por medio de algún contacto con la Iglesia Católica, “la
casa de las cien puertas” como Chesterton la ha llamado.
XIV.
LA FE
Y EL CONCILIO VATICANO I
Todo lo que hemos dicho acerca de la fe fue puesto en un lenguaje permanente, técnico y desarrollado en 1870. Merece la pena que recordemos que las formulaciones técnicas son tanto legítimas como necesarias. En la Escritura el acto de fe, como Dios mismo, se da, no se demuestra. El acto de fe se describe en términos de lo que se experimenta directamente, no de lo que se entiende tras seria reflexión. La fe, tal como se describe y presenta en la Escritura, es una realidad religiosa evidente en sí misma, no una realidad consciente concebida ni formulada técnicamente.
Cuando la Iglesia formula una definición, toma lo que se
experimenta directamente, lo que se da, lo que es una realidad evidente en sí
misma descrita de muchos modos, y pone todas estas realidades en un lenguaje
técnico objetivo. Un dogma es una formulación técnica que va de Dios, en
relación conmigo, a Dios tal como es en Sí mismo. En consecuencia, las fórmulas
dogmáticas aseguran la validez de las experiencias religiosas subjetivas.
Aseguran además las preservación de los misterios sagrados de la revelación
divina. Las fórmulas y definiciones técnicas son parte de la Iglesia, ya que la
convicción religiosa no es simplemente cosa del sentimiento en la que la
formulación inteligente es ajena. Una formulación técnica de lo que es la fe va
más allá de este o aquel período de la historia, aunque está basada en la
historia. Una formulación técnica hecha por la Iglesia nos capacita a responder
con términos claros y concisos a la pregunta: “¿Qué fe”?
Respondiendo a esta pregunta, el Concilio Vaticano I en
1870 definió la fe como sigue: “La Iglesia Católica profesa que esta fe es el
comienzo de la salvación humana, es una virtud sobrenatural. Por medio de esta
virtud sobrenatural, y con la ayuda de la gracia de Dios, creemos todo lo que
ha sido revelado por El. Y esto no por una evidencia que la razón natural pueda
ver sino simplemente por la autoridad de Dios que revela, el cual no puede
engañarnos ni engañarse” (Constitución Dogmática sobre la Fe Católica., Cap.
3).
XV. CONCLUSIÓN
Así define la Iglesia la fe en un lenguaje científico. Objetivo,
técnico y permanente. Es la misma fe que exigía Cristo en el Nuevo Testamento.
Es la misma fe que tiene su origen en el Antiguo Testamento. Es la misma fe que
ha sido estudiada y analizada por los teólogos. Es creer en Cristo resucitado,
como Señor y Mesías. Es el mismo acto de fe por el que el hombre abre su mente
y su corazón a la voz de Dios infinito. Es la participación del hombre en el
diálogo divino. Es la misma fe que abre al hombre a la vida de Dios y le
capacita a creer e imitar a Aquel que es el único y le capacita a creer e
imitar a Aquel que es el único camino verdadero, la verdad y la vida.
CUESTIONARIO Y TEMAS
DE ESTUDIO
1. ¿Cómo
podemos distinguir la fe de la idea de un simple prejuicio, y relacionarla con
la vida?
2. ¿En
qué sentido es un proceso el acto de fe?. ¿Puedes analizar este proceso?
3. ¿Puedes
explicar la interpretación existente entre la fe como un acto, y la palabra de
Dios?
4. ¿Qué
distinción hemos de hacer entre hacer y comprender un acto de fe?
5. ¿Hasta
dónde alcanzaba el concepto hebreo de fe, tal como se muestra en el Antiguo
Testamento?
6. ¿Cuál
es la diferencia específica que existe entre el acto de fe del israelita
antiguo y nuestro Credo?
7. ¿Qué
parte desempeñan las palabras al comparar el Antiguo y el Nuevo Testamento?
8. ¿Puedes
resumir sus progresos históricos, la de una cultura a la otra?
9. ¿Cómo
contrastarías la fe de los primeros cristianos haciendo (y sin hacer)
referencia a la fe de los antiguos israelitas?
10. ¿Qué
aspecto de la fe de Pablo la hicieron nueva y grande?
11. ¿Cuál
fue, en realidad, la contribución de Mateo, Marcos y Lucas a la fe?
12. ¿Qué
significa la “fe como toma de conciencia”?
13. ¿Qué
significa la “fe como confianza en un significa la
14. ¿Qué
hay que decir del poder de Jesús de hacer milagros, en cuanto se refiere a
nuestra fe? ¿Y de la importancia de su resurrección? ¿De sus apariciones?
15. ¿De
qué forma es el cuarto Evangelio una extensión de los tres primeros en materia
de fe?
16. ¿Hay
grados en la fe?
17. ¿Cuál
es el papel de lo sobrenatural, hablando subjetivamente?
18. ¿Es
la fe solo reglas y mandatos, o es libertad?
19. ¿Puedes
explicar en qué se distingue la fe en los primeros años del Nuevo Testamento de
la de nuestros días, si en realidad hay alguna diferencia?
20. ¿Qué
quiere decir San Pablo al hablar de “misterio” en relación con el “plan de Dios”?
21. ¿Cuál
fue la contribución de San Agustín a la fe, que ilumine nuestras discusiones?
22. ¿Cuál
fue a su vez, la de Santo Tomás de Aquino?
23. ¿Por
qué cree el hombre, y hace actos de fe?
24. La
obra del Concilio Vaticano en 1870, ¿alteró o hizo avanzar nuestro concepto de
la fe al definirla?
25. ¿Serán
capaces los concilios futuros de extender, modificar o alterar este concepto?
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