José
Rienda (Granada, 1969) es Diplomado en Filología
Francesa y Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Miembro numerario de la Academia de Buenas Letras de Granada.
Como poeta, ha publicado En las hondas lejanías… (Cuadernos
del Laurel, Granada, 1991), De otro Romanticismo, poemario finalista en el
Certamen de Poesía Gustavo Adolfo Bécquer de la Junta de Andalucía en 1992 De
otro Romanticismo, poemario finalista en el Certamen de Poesía Gustavo Adolfo
Bécquer de la Junta de Andalucía en 1992 (Qüásyeditorial/Junta de Andalucía,
Sevilla, 1992), Inventario de Octubre, Premio Federico García Lorca de Poesía
de la Universidad de Granada en 1994 (Fundación Federico García
Lorca/Universidad de Granada, Granada, 1995) y el cuaderno Itinerario al mar
(Dauro, Granada, 2000).
Actualmente compagina su profesión de
bibliotecario con la enseñanza de español a extranjeros, y es asesor literario y
bibliográfico de Ediciones Dauro.
Ahora que
estamos más rendidos, más
lejos del
viejo mar de la esperanza, precisamente ahora
que el suicidio respeta los fracasos,
las traiciones, las débiles ideas
que nunca fui capaz de rescatar
de la amenaza torpe de otros ojos,
ahora que estamos más tristes de todo,
más heridos de todo,
sostienen mi renuncia las palabras
y desatan en venas que me aprietan
algún otoño absuelto
que ofrezca su remanso entre las dudas
como un reducto digno por la paz.
Porque aquí reconozco
ante el mundo y la tarde
que me llaman los muertos del abismo
y siempre voy, que no me escondo: nunca
se quebró tanta voz entre la tierra,
su memoria de vida a bocanadas
y el cansado silencio
de un lenguaje de bosques
que reclaman su auxilio
heridos desde el fondo de los años.
Cuando nací
a la sangre de las calles
cargué con
el cansancio de los siglos
exactos de
dolor que nos preceden.
Siempre
supuse el nombre de una anciana
olvidada,
una historia con el mundo
escrito en
las arrugas y en el gesto
de la
tristeza lenta que se adquiere
mientras
ocurre el hambre de los hijos.
Cuando
habité el silencio que me ofreces
en tu
vientre de sombra hospitalaria,
arriesgué
los cansancios que sostengo
como un
vestigio turbio de la historia
que tú
accediste a prolongar, eterna
presencia
que se aprieta en el recuerdo
para abrir
nuevas páginas al mundo
mientras ocurre
el gozo de los hijos.
La ciudad
amanece y nuestra historia
también
desde sus puentes mostrándonos las calles,
las plazas, los antiguos edificios
como un reestreno
de otra
vieja película que tú
protagonizas
fuerte desde entonces. Los guiones fueron tuyos y la música
y esas fotografías donde empiezo
a pronunciar tu nombre sin las dudas
que en este frío habitan sin remedio
y que tú destrozaste
con una dignidad que sobrecoge,
como un extraño triunfo de fracasos.
La ciudad amanece y nuestra historia
también desde sus puentes
como lugar primero que quisimos
para un pacto de amor contra los tiempos
de cansada derrota
que detrás de la lluvia nos esperan.
Después de
todo el tiempo que nos llueve
y nos cala
los huesos de la vida nos recuerda
que las páginas tristes permanecen
porque la lluvia siempre
fue lluvia que destroza de esperanzas
este mar que mendiga entre siglos de miedo;
después de las cansadas voces,
viejas voces que gritan aquí desarboladas
y eternamente caen,
caen como abismo incierto
en la tragedia antigua que nunca reconoces
porque sólo en los versos sobreviven
otros suicidios más duros tal vez;
después de la mañana
que agoniza
cuando deserta alguno de los nuestros
con un salto fatal hacia la cumbre;
después, al fin y al cabo,
de mi traición,
recuerda que resisto
refugiado en la tarde
que ensombrece las dudas
para que no pregunten por mis ojos.
Llovió poco
y las últimas
hojas verdes
que aún tiemblan en los árboles son tan sólo un paisaje
para otros bosques más lejanos. Tú,
porque eres quien transita amanecidas
las páginas en ti bajo los ojos,
apurarás la copa del otoño
cuando incendie la vieja soledad,
el dolor que desvive en la impaciencia
de sabernos al borde del suicidio
y la tarde templada
herida en lentitud hacia la historia.
Sin embargo
es temprano para la huida.
Nuestro frío, no trémulo sino implacable, fiel
huésped entre los huesos,
recaudará el cansancio en el dolor
que anuncia la existencia:
un lento madrugar hacia una noche inmensa
de dudas y de miedos,
la historia en la renuncia que aceptamos
para un seguir tirando a malos tragos
y el mar…, el mar que grita al horizonte
mientras finges guardar
la tierra entre los dedos.
Sin embargo es temprano para la huida
y transitan en ti bajo los ojos
estas páginas tristes que me duelen.
Preguntaste
si el bosque,
la lluvia
que maltrato con las prisas o la canción que extiende tu mirada
llenarían la calle
con un aviso urgente de la tierra.
Preguntaste,
inocente,
si el perpetuo morir que nos gobierna
detendría tu nombre entre las voces
y mi nombre también como un insulto.
Preguntaste si sólo resistimos
o si acaso habitamos un pretexto
exacto a cualquier otro que deambula
mudo, perplejo entre los sueños débiles,
también perecederos,
que se anuncian con luces infinitas
destrozando las horas lejanas de la paz.
Pero sólo silencio.
me miraste y silencio
porque nunca aceptaron los suicidios
ni el fracaso maldito de estas páginas
como única salida para el triunfo.
Es cierto
que cruzamos algunas noches juntos
y que
arrojabas siempre tu distancia a la lumbre. Por entonces las tardes, el bar y la costumbre
de arañarte en mis ojos, de extraviar los asuntos
de la agenda del día, de herir la muchedumbre
en esta soledad de infelices presuntos
que dejaron su rastro de muerte ante la cumbre
que jamás alcanzaron. Sí fue cierto que juntos
quebramos los cristales del frío de ciudad;
sí fue cierto que entonces asaltamos las muestras
del espejo y seguimos tras restos del adiós
porque el tiempo intentaba destrozar la verdad
y esconder cicatrices que siempre fueron nuestras
y decir que tan sólo era un juego entre dos.
Los árboles
huyeron tan temprano
esta mañana
apenas decidida a tejerse entre brazos y caderas
de cualquier calle o de cualquier tragedia,
los árboles huyeron tan temprano
esta mañana, insisto que sin causa
alguna sobre luces manifiestas,
ajenos al cansancio y los portales
de cualquier calle, insisto que sin causa,
tan temprano y tan viejos, tan a solas,
esta mañana apenas mas reciente
que el dolor que te anuncia la existencia,
huyeron, tan temprano aquí los árboles,
que extraños y de golpe nos despueblan.
Sí.
El porvenir
es tarde, tarde porque de golpe fue muy tarde,
tarde porque mañana
será siempre ya tarde para el último muerto,
para los muertos de ahora mismo tarde,
tarde.
¿Dónde están todos?
¿Dónde la voz, los árboles?
¿Adónde la esperanza?
El porvenir es nunca.
Y este mar que mendiga bajo siglos de miedo.
El porvenir es nada.
Y este abismo que anuncia el dolor de los huesos.
Otra historia vecina y extraña sin embargo
y otros ojos cansados que apenas rozan cuerpos,
son sólo muertes, sangre en estas páginas,
en esta luz de hogar deshabitado,
en este bosque frágil sobre el tiempo,
en estas manos tensas
y en estas calles,
en estas lluvias,
en estos restos…
XV
o prefieres
entonces renombrar la derrota
y retomas en
cueros nuestra noche canalla
y decides de
pronto que te llamas gaviota.
Por si acaso
los ecos de una vieja muralla
o descubres
un libro, una cumbre y te agota.
Por si acaso
la tarde, el dolor, la batalla.
Por si acaso
concluyes y me dices idiota.
Y las voces
cansadas y también el invierno,
la vejez de
la lluvia y el amor por si acaso
te requiero
un camino que te lleva al infierno.
Y los gestos
vencidos y también el desierto
y la cama
tremenda y la paz del fracaso
por si acaso
te llaman y te dicen que he muerto.
Yo sé las
horas blandas del amor
y la
tristeza…
Yo sé de la tarde,
de su luz de
jardín
y soledad de
campo.
III
Yo conozco un camino
de pinares
ardiendo
que recorro
cansado
y que nunca
abandono
por si acaso
te inventas
una sombra
que afirme
la presencia
en tu carne.
Y conozco
una casa
donde vuelvo
despacio
recogiendo
los sauces
que poblaron
el bosque
fugitivo y
doliente
del momento
templado
que me
dieras ayer
al creerte
en mis ojos.
Yo conozco
una isla
por detrás
de mi vida
donde rema
tu tiempo.
Una parte de
mundo
que amanece
de noche
si presuntas
por mi,
unos libros
antiguos
que
contienen historias
buscadoras
de luz
cuando cruza
el invierno.
Yo conozco
un camino
de pinares
que gritan
y destrozan
la tarde
preguntando
tu nombre.
IV
En el mar
que me ocupas,
como un náufrago inmenso
amanece flotando la mañana.
¿Por el muslo
de qué ola te llegaré
para romperme al aire
y rociarte de vida?
Ven,
en el mar que me ocupas
como un náufrago inmenso
resplandecen las gaviotas
regalándome playas
que preludian tu fiesta.
VIl
Y se detuvo el campo en tu vestido.
Sobre tus ojos se vertía el cielo.
Una vez anhelaba tus palacios,
donde el amor te vio descalza
con sólo el viento.
Y se detuvo el campo en tu vestido.
La hierba nos rozaba, pero lejos.
Una vez anhelaba tus palacios,
donde el amor tal vez te hallara
con sólo el fuego.
IX
tu juventud incierta, el cruzar estaciones
sin pensar en saberlo, el poder olvidarnos
de la lluvia callada que los campos precisan,
el ponerle una acera
al sinfín de tu calle.
resiste en el quizás
del llegar a quererte para estar indefenso
y pedir que me abraces
mientras cierro los ojos
y susurras hermosa
que me quede tranquilo,
que tendrás tú cuidado
del reloj y la tarde.
el tener que llamarte porque a veces no estás,
el buscarle una entrada a la historia prohibida,
el vivir al acecho de tu amable palabra.
ITINERARIO
AL MAR
V
Adversarios del hambre de las calles
el hambre nos asalta abandonados.
Abandonado vas y abandonados
nos silencia el amor, nos estremece.
Adversarios del frío de las calles
Mírate qué lejano en la avenida.
El sol te sobrecoge y todo es cero.
Mírame qué lejano y tan cobarde.
Va ligera de luz aquí la vida
y allí la muerte espera y yo la espero.
Distraídos a golpes contra el mundo,
nómbrame tan pequeño y tú gigante,
protector de este mar destinatario.
Sálvame, camarada, solitario.
En la paz día a día moribundo
el bosque es tempestad y militante.
Escríbeme a la paz al rojo vivo,
hora labrada en muertes sin memoria.
Llévame de repente hasta el infierno.
Si de repente caes y sobrevivo.
de repente perdemos tanta historia
que irrumpe de repente el duro invierno.
VI
GRITO PRIMAL
Arrebatadamente
tuyo, tierra,
oh sangre,
arrebatadamente vuestro, quiebra otra voz en ojos que se ignoran
y otra paz se desgarra en cementerios.
El futuro nos duele largo tiempo.
Oh muerte, arrebatadamente intensa,
oh llanto arrebatado, oh mar, espejos
donde se ataja tanta vida, bosques
absolutos, pequeña flor, silencio,
silencio al fin, silencio siempre y noches
porque a noche y silencio llegaremos.
Arrebatadamente tuyo, vida,
oh vida, arrebatadamente espero
un abismo de paz, quizás hoguera,
quizás lago, quizás amor, tremendos
gritos, ciudades, cuerpos profundísimos,
relámpagos que claman su derecho
de subir al origen, a los vientres
no raros sino tenues, sí imperfectos,
sí de carne entre sombras, sí mujer,
exacta de razón y día, pechos,
muslos, despliegue de diluvios vacuos,
plaza, destino, pozo azul, sendero.
Arrebatadamente todo, todos
desconocidos ya, perecederos,
damnificados, víctimas del aire,
de la existencia aquí rendida en fuego.
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