CUALIDADES DE LA ORACIÓN
Con humildad
Y dijo
también esta parábola a unos que, presumiendo de justos, despreciaban a los
demás:
‘Dos hombres
subieron al templo a orar; el uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo,
puesto en pie, oraba interiormente: “Oh Dios, yo te doy gracias porque no soy
como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este
publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo!’
El
publicano, por el contrario, puesto allá lejos, ni aun los ojos osaba levantar
al cielo; sino que se daba golpes de pecho, diciendo: “¡Dios mío: ten misericordia
de mí que soy un pecador!’
Os aseguro
que éste volvió justificado a su casa; mas no el otro: porque todo el que se
ensalza, será humillado, y el que se humilla será ensalzado (Lc. 18, 9-14).
La oración
del humilde traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a Dios, ni se retira
hasta que el Altísimo fija en ella su mirada (Ecle. 35, 21).
Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar de pie en las sinagogas
y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os
digo que ya recibieron su recompensa.
Tú cuando
ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo
secreto; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará (Mt. 6, 5-6).
Con fe
Le dice el
padre: “Maestro, he traído a ti a un hijo mío, poseído de un espíritu que le
hace quedar mudo… Muchas veces lo arroja en el agua y en el fuego a fin de
acabar con él; pero si puedes algo, socórrenos compadecido de nosotros’
Jesús le
dijo: “En cuanto a si puedo, todo es posible al que cree”.
Entonces, el
padre del muchacho, levantando la voz, contestó llorando: “Sí creo, Señor; pero
ayuda tú mi poca fe…”
Jesús curó
al muchacho y todos se maravillaban de las grandezas de Dios.
Luego en
casa le preguntaron los discípulos: “¿Por qué motivo nosotros no lo pudimos
curar?” Jesús contestó: “Porque tenéis poca fe; pues Yo os aseguro que si
tuvierais tanta fe como un granito de mostaza, diríais a ese monte: “Trasládate
de aquí allá, y se trasladaría, y nada os sería imposible” (Mt. 17; Mc. 9; Lc.
9).
Jesús les
dijo: “Tened fe en Dios. En verdad, en verdad os digo que si alguno dijere a
ese monte: Quítate de ahí y arrójate al mar, no vacilando en su corazón, sino
creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por tanto, os aseguro
que todas cuantas cosas pidierais en la oración, como tengáis fe de
conseguirlas, se os concederán (Mc. 11, 12-24).
Los
discípulos, maravillados, se decían: ¡Cómo se ha secado la higuera al instante!
Y, respondiendo Jesús, les dijo: “En verdad, en verdad os digo que si tenéis fe
y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aun
cuando digáis a ese monte: Arráncate y arrójate al mar, así se hará. Y todo y
cuanto pidáis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt. 21,20-22).
Los
discípulos, maravillados, se decían: ¡Cómo se ha secado la higuera al instante!
Y, respondiendo Jesús, les dijo: “En verdad, en verdad os digo que si tenéis fe
y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aun
cuando digáis a ese monte: Arráncate y arrójate al mar, así se hará. Y todo
cuanto pidáis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt. 21,20-22).
Entonces los
Apóstoles, le dijeron al Señor; “¡Auméntanos la fe!”. Y el Señor les dijo: “Si
tuviereis fe como un granito de mostaza, podríais decir a ese árbol “Arráncate
de raíz y trasládate al mar, y os obedecerá” (Lc. 17, 5-6).
Si alguno
tiene falta de sabiduría, pídasela a Dios, que a todos da copiosamente y no
zahiere a nadie, y le será concedida.
Pero
pídasela con fe, sin sombra de duda; pues quien anda dudando es semejante a la
ola del mar alborotada y agitada del viento acá y allá.
Así que un
hombre semejante no tiene que pensar que ha de recibir poco ni mucho del Señor
(Sant. 1, 5-6).
Jesús la
dijo: “¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como quieres” (Mt. 15, 28).
Con perseverancia
Sed
fervorosos de espíritu aplicándoos al servicio del Señor, alegres en la
esperanza, pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración (Rm. 12,
11-12).
Estad
siempre alegres: Orad sin cesar y dad gracias a Dios en todo, pues esto es los
que Dios quiere de vosotros (1 Tes. 5,17-18).
Quiero,
pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando al cielo puras las manos, sin
ira y sin altercados (1 Tm. 2, 8).
Orad los
unos por los otros para que seáis salvos, porque mucho vale la oración
perseverante del justo (Sant. 5, 15).
No os
inquietéis por nada, sino que en todo momento, por medio de oraciones y
plegarias, presentad a Dios vuestras peticiones acompañadas de acciones de gracias.
Y entonces, la paz de Dios que sobrepuja todo conocimiento, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (1 Fil. 4, 6-7).
Movidos por
el Espíritu, perseverad en todo tiempo en continuas oraciones y plegarias,
velando para ello con todo empeño e intercediendo por todos los santos y
también por mí (Efes. 6, 18-19).
Recomiendo,
pues, ante todas las cosas, que se hagan súplicas, oraciones, rogativas y
acciones de gracias por todos los hombres… Esto es bueno y agradable a Dios nuestro
Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad (I Tm. 2, 1-4).
Perseverad
constantemente en la oración, velando en ella y acompañándola de acciones de
gracias, rogando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra
la puerta para la palabra, para poder anunciar el misterio de Cristo… (Col. 4,
2-3).
El fin de
todo está cerca. Sed, pues, sensatos y sobrios para poder dedicaros a la
oración (1 Ped. 4, 7).
Velad, pues,
orando en todo tiempo, a fin de merecer evitar todos los males venideros, y
podáis comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 37).
Todos
perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la Madre de
Jesús y con algunos hermanos (Hech. 1, 14).
Perseveraban
en oír las enseñanzas de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción
del pan y en la oración (Hech. 2, 42).
Mientras que
Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia incesantemente hacía oración a Dios por
él… En casa de María Madre de Juan, por sobrenombre Marcos, muchos reunidos se
hallaban en oración (Hech. 12,5-12)
El juez malvado
Y les
propuso una parábola para inculcarles que es necesario orar siempre y no
desfallecer, diciendo:
En cierta
ciudad había un juez que, ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres.
Había
también allí en la ciudad una viuda, la cual solía ir a él, diciendo: “Hazme
justicia contra mi adversario”.
Durante
mucho tiempo no la hizo caso; pero después, se dijo: “Aunque yo no temo a Dios
ni respeto a hombre alguno, sin embargo, para librarme de las molestias de esta
viuda, le haré justicia, para que no siga molestándome continuamente’
Ved, añadió
el Señor, lo que dijo aquel juez inicuo. Y Dios ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar?
Os aseguro
que les hará justicia muy prontamente (Lc. 18, 1-8).
El amigo importuno
También les
dijo: “Si alguno de vosotros tuviera un amigo y fuese a su casa a media noche y
le dijese: Amigo, préstame tres panes; porque otro amigo mío acaba de llegar de
viaje a mi casa, y no tengo nada que darle”.
Aunque aquel
desde dentro le responda: “No me molestes, la puerta está ya cerrada y mis
hijos también acostados; no puedo levantarme a dártelos”.
Si el otro
porfía en llamar, Yo os aseguro que, aunque no se levante a dárselos por razón
de su amistad, al menos por librarse de su impertinencia, se levantará y le
dará lo que necesite (Lc. 11,5-8).
Eficacia de la oración
Pedid, y se
os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo
el que pide, recibe; quien busca, halla; y a quien llama, se le abre.
Pues, ¿quién
de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra?
¿O si le
pide un pez, le da una serpiente?
¿O si le
pide un huevo, en vez del huevo le da un escorpión?
Pues si
vosotros aun siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? (Mt. 7, 7-11;
Lc. 11, 5-13).
Aún más: Os
digo en verdad que, si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir
cualquier cosa, os la otorgará mi Padre que está en los cielos (Mt. 18, 19).
Infalibilidad de la oración
En verdad,
en verdad os digo que quien cree en mí, ese hará también las obras que Yo hago,
y aún mayores; porque me voy al Padre. Y cuanto pidiereis al Padre en mi
nombre, Yo lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo
pidiereis en mi nombre, Yo lo haré (Jn. 14, 12-14).
Si
permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que
quisiereis y se os concederá (Jn. 15. 7).
En verdad,
en verdad os digo que, cuanto pidiereis al Padre, El os lo dará en mi nombre.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que
vuestro gozo sea completo (Jn. 16, 23-24).
Y esta es la
confianza que tenemos en El: que cualquier cosa que le pidamos conforme con su
voluntad, nos la otorga (1 Jn. 5, 14).
Pues el que
ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó Pues el que ni a su propio
Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo después de
habérnosle dado a El, dejará de darnos cualquier otra cosa? (Rm. 8, 32).
Dejará de
darnos el que invocare el nombre del Señor será salvo (Rm. 10, 12, 13).
Acerquémonos
confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y el
auxilio de la gracia, para ser socorridos al tiempo oportuno (Heb. 4, 16).
El precepto de la oración
Es necesario
orar siempre y no desmayar (Lc. 18, 1),
Velad y orad
para que no entréis en tentación. El espíritu es fuerte, pero la carne es débil
(Mt. 26, 41-42).
Pedid y
recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Mt.7,7).’
Estad, pues,
alerta; velad y orad, ya que no sabéis cuando será el tiempo (Mc. 13, 33).
Velad, pues,
orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros y
poder comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 36).
Hijo, ¿has
pecado? No vuelvas a pecar más, antes bien, haz oración por la culpas pasadas a
fin de que te sean perdonadas (Ecle. 21, 1).
Haz oración
en la presencia del Señor, y apártate de las ocasiones de caer (Ecle. 17, 22).
Seas, pues,
obediente al Señor y preséntale tus súplicas (Sal. 36, 7).
La mies
verdaderamente es mucha; pero los obreros muy pocos. Rogad, pues, al dueño de
la mies que envíe obreros a su mies (Mt. 9, 37-38).
Nada te
detenga de orar siempre (Ecle. 18, 22).
Ama a Dios
toda tu vida e invócale para que te salve (Ecle. 13, 18).
Sé constante
en lo que se te manda, y en la oración al Altísimo (Ecle. 17,24).
Dios nos perdonará en la medida
que nosotros perdonemos a los demás
Mas al
poneros a orar, si tenéis algo contra alguno, perdonadlo primero, para que
vuestro Padre que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestros pecados.
Pues si vosotros no perdonareis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos,
os perdonará vuestras ofensas (Mc. 11, 25-26).
Porque si
vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro
Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestros pecados (Mt. 6, 14-15).
No juzguéis
y no seréis juzgados; porque con el mismo juicio con que juzgareis habéis de
ser juzgados, y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos vosotros
(Mt. 7, 1-3).
Le llamó el
señor y le dijo: “Mal siervo, yo te perdoné a ti toda la deuda porque me lo
suplicaste. ¿No era, pues, justo que tú también tuvieses compasión de tu
compañero como yo la tuve de ti?’
E irritado
el señor le entregó en manos de los verdugos hasta que pagase toda la deuda.
Así, de esta
manera se portará mi Padre celestial con vosotros si cada uno no perdonare de
corazón a su hermano (Mt. 18, 32-35).
No juzguéis
y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis
perdonados (Lc. 6, 37).
Tratad a los
hombres de la misma manera que quisiereis que ellos os tratasen a vosotros (Lc.
6, 31).
Vosotros,
pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de
misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y
perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como
el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima de os
perdono, asi también perdonaos (Col. 3, 12-14).
Dios será igual de generoso con nosotros
como nosotros lo seamos con los
demás
Y les decía:
“Prestad atención a lo que os voy a decir: con la misma medida con que
midiereis a los demás, se os medirá a vosotros y aun se os añadirá (Mc. 4, 24).
Dad y se os
dará; dad abundantemente, y se os echará en el seno una medida buena, apretada,
colmada, rebosante; porque con la misma medida con que midiereis a los demás se
os medirá a vosotros (Lc. 6, 38).
Lo que os
digo es: Que quien escasamente siembra, escasamente recogerá: y quien siembra a
manos llenas, a manos llenas recogerá (2 Cor. 9, 6).
No apartes
el rostro de ningún pobre, y Dios no lo apartará de ti… Es un buen regalo la
limosna en la presencia del Altísimo para todos los que la hacen (Tob. 4,
7-11).
Bienaventurado
el que piensa en el necesitado y el pobre; en el día malo Yavé le librará (Sal.
40, 1).
Quien
largamente da, largamente recibirá (Prov. 11, 25).
Quien da al
pobre, presta a Yavé, y El le dará su recompensa (Prov. 19, 17).
Quien cierra
sus oídos al clamor del pobre, el también clamará y no será escuchado (Prov. 21,
13).
El que
reparte con el pobre no sufrirá la pobreza; pero el que aparte de él los ojos,
tendrá muchas maldiciones (Prov. 28, 27).
No apartes
tus ojos del necesitado, ni le des ocasión de que te maldiga; pues si en la
amargura de su alma te maldice, el Creador escuchará su oración (Ecle. 4, 5-6).
Vended
vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro
inagotable en los cielos, donde no roba el ladrón ni destruye la polilla,
porque donde tengas el tesoro, allí tendrás el corazón (Lc. 12, 33-34).
No nos
cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos… Mientras tenemos
tiempo, hagamos a todos bien (Gal. 6,9-10).
Jesús nos enseña a orar con el ejemplo
Ya, al
recibir el bautismo de Juan, “saliendo del agua y puesto en oración, se abrió
el cielo y bajó sobre El el Espíritu Santo’ (Lc. 3, 21-22).
Después,
lleno del Espíritu Santo dejó el Jordán y, conducido por el Espíritu se fue al
desierto donde permaneció cuarenta días entregado a la oración (Lc. 4, 1-2).
Con frecuencia se retiraba al monte para la
oración:
Por la
mañana, muy temprano, salió fuera a un lugar solitario y hacía allí oración.
Pero Simón y los otros discípulos fueron a buscarle, y habiéndole hallado, le
dijeron: Todos te andan buscando (Mc. 1, 35-37).
Y es que su
fama se extendía cada día más, de manera que los pueblos acudían en tropel a
El, para oírle y para ser curados de sus enfermedades; mas no por eso dejaba El
de retirarse a la soledad y de hacer allí oración (Lc. 11, 15-16).
En cierta
ocasión el Señor obligó a sus discípulos a subir a la barca y a irse a la otra
orilla, mientras El despedía a las muchedumbres. Una vez que los despidió,
subió a un monte apartado para orar, y, llegada la noche, El permanecía allí
solo (Mt. 14, 22-23; Mc. 6, 46).
Otra noche,
se retiró a orar en el monte, y se pasó toda la noche haciendo oración a Dios
(Lc. 6, 12).
Cuando la
transfiguración, tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un monte a
orar (Lc. 6, 28).
Y sucedió un
día que, habiéndose retirado a hacer oración, teniendo consigo a sus
discípulos, les pregunta: ¿Quién dicen las gentes que soy Yo? (Lc. 9, 18).
Salió, pues,
y se fue según costumbre, hacia el monte de los Olivos. Asimismo le siguieron
sus discípulos, y al llegar, les dijo: orad para que no caigáis en la
tentación. Y, apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra,
puesto de rodillas, hacía allí oración (Lc. 22, 39-41).
Un día,
estando Jesús orando en cierto lugar, acabada la oración, le dice uno de sus
discípulos: “Señor, enséñanos a orar como enseñó también Juan a sus discípulos”
(Lc. 11,1).
Modelo de oración
Y Jesús les
respondió: Cuando os pongáis a orar, oraréis así:
Padre
nuestro que estás en el cielo,
Santificado
sea tu nombre;
Venga a
nosotros tu reino;
Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
Perdona
nuestras ofensas,
Como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes
caer en la tentación,
Y líbranos
del mal.
Porque si
perdonáis a otros sus faltas, también a vosotros os las perdonará vuestro
Padre.
Pero si
vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras faltas (Mt. 6, 9-13; Lc. 11, 2-4).
La oración en secreto
Cuando oráis
no debéis ser como los hipócritas, que de propósito se ponen a orar de pie en
las sinagogas y en las esquinas de las calles, para que los vean los hombres;
en verdad os digo que ya recibieron su recompensa.
Tú, al
contrario cuando vayas a orar, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora
a tu Padre en secreto, y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará.
En la
oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles que se imaginan haber
de ser oídos a fuerza de palabras. No queráis imitarlos, que bien sabe vuestro
Padre lo que necesitáis antes de pedírselo (Mt. 6, 5-8).
La oración en público
Y Jesús los
instruía, diciendo: ¿Por ventura no está escrito: “Mi casa será llamada casa de
oración por todas las gentes?” (Mc. 11,17).
Si dos de
vosotros se unieren entre sí sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere,
le será concedido por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres
se hallen congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt. 18;
Mc. 11),
Velad y orad
Estad, pues,
alerta; velad y orad ya que no sabéis cuando será el tiempo.
A la manera
que un hombre, que saliendo a un viaje largo, dejó su casa y señaló a cada uno
de sus criados lo que debía hacer, y mandó al portero que velase.
Velad, pues,
porque no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa; si a la tarde, a la media
noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que viniendo de repente, os
encuentre dormidos. En fin, lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad (Mc.
13, 33-37).
Velad, pues,
orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros y
comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 36).
La oración del Huerto
Acabada la
cena, salió Jesús con los discípulos, según costumbre, hasta el huerto de los
Olivos para orar.
Entonces llegó
Jesús con los discípulos al huerto de Getsemaní, y, en llegando al lugar, les
dijo: “Orad para no entrar en tentación”. Quedaos aquí mientras Yo me voy a
orar allí… Y llevándose consigo a Pedro, Santiago y Juan, comenzó a
atemorizarse y angustiarse.
Y les
dijo:”¡Mi alma siente una tristeza mortal! Quedaos aquí y velad”. Y apartándose
de ellos la distancia de un tiro de piedra, y velad”. Y apartándose de ellos la
distancia de un tiro de piedra, se puso de rodillas y oraba, diciendo: “¡Padre,
si quieres aparta de mí este cáliz; pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo
que quieras tu…!
Y decía:
“íAbba!”, Padre: Todas las cosas te son posibles. Aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya; no como Yo quiero, sino como tú quieres”.
Volviendo
donde los discípulos, los encuentra, y dice a Pedro: “¿De modo que no habéis
podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación.
El espíritu es fuerte, pero la carne es débil’
De nuevo por
segunda vez se alejó y oró, diciendo: “¡Padre mío, si esto no puede pasar sin
que Yo lo beba, que se haga tu voluntad”.
Y volviendo
de nuevo los encontró durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño.
Dejándolos,
se alejó de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo nuevamente las mismas
palabras. Y entrando en agonía, oraba con mayor intensidad, y un sudor de gotas
de sangre le goteaban hasta el suelo… (Mt. 26, 30-46; Mc. 14, 26-42; Lc. 22,
39-46; Jn. 18, 1-26).
Ofreciendo
plegarias y súplicas, con gran clamor y lágrimas a Aquel que podía salvarle de
la muerte, fue oído, en virtud de su piedad filial (Heb. 5, 7).
El Espíritu Santo ora con nosotros
Y asimismo,
también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no
sabemos lo que hemos de pedir como conviene; pero el Espíritu está
intercediendo Él mismo por nosotros con gemidos inenarrables; mas Aquel que
escudriña los corazones, sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque éste
intercede por los santos conforme con la voluntad de Dios (Rm. 8, 26-27).
Jesús defiende la contemplación de María
Yendo de
camino entró en una aldea, y una mujer de nombre Marta, le recibió en su casa.
Tenía ésta
una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su
palabra.
Marta andaba
afanada en los muchos quehaceres del servicio, y acercándose al Señor, le dijo:
“¡Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola el servicio? Dile, pues,
que me ayude’
Respondió el
Señor y le dijo: “¡Marta, Marta!: tú te afanas e inquietas por muchas cosas, y
una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada”
(Lc. 10, 38-42).
Oraciones a Jesús en el Evangelio
Oración de la Virgen en las bodas de Cana:
“No tienen vino” (Jn. 2,3).
Oración de la samaritana: “Señor, dame
de esa agua para que no tenga más sed ni tenga que venir aquí a sacarla” (Jn.
4, 15).
Oración del leproso: Se le acercó un
leproso, y postrándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “¡Señor, si Tú
quieres puedes limpiarme!” El, tendiendo la mano, lo tocó y dijo: “Quiero,
queda limpio”, y al punto fue curado. (Mt. 8, 2-3; Mc. 1, 40-41; Lc. 5, 12-13).
Oración del Centurión: Al entrar en
Cafarnaún le salió al encuentro un centurión y le rogaba, diciendo: “Señor, mi
criado está en casa, postrado, paralítico, y sufre terriblemente”.
Le dice
Jesús: “Yo iré y le curaré”. Pero el centurión replicó diciendo: “Señor, yo no
soy digno de que entres bajo mi techo; pero mándalo con tu palabra, y mi criado
quedará curado. Porque también yo, que soy un subordinado, tengo soldados a mis
órdenes, y digo a uno “Ve” y él va; y a otro: “Ven” y viene; y a mi criado:
“Haz esto”, y lo hace”.
Jesús,
admirado, dijo a los que le seguían: “En verdad os digo que ni en Israel he
hallado tanta fe”. (Mt. 8, 5-13; Lc. 7, 2-10).
Oración de dos ciegos: Le seguían
gritando: “hijo de David, ten compasión de nosotros”. Al llegar a casa Jesús
les dijo: “¿Creéis que puedo hacer lo que me pedís?” Le contestaron: “Sí,
Señor”. Entonces Jesús, tocándoles los ojos les dijo: “Hágase como creéis’ Y se
les abrieron los ojos (Mt. 9, 27-29).
Oración del padre del lunático: Un
hombre se acercó y arrodiliándose delante He Fl. Le suplicaba, diciendo:
“¡Maestro, te ruego mires a mi hijo porque es el único que tengo, y tiene un
espíritu que apoderándose de él de repente se pone a dar alaridos, y tirándole
por tierra le hace echar espumarajos y rechina los dientes… Muchas veces lo
arroja al agua y al fuego para acabar con él; pero si puedes algo, compadécete
de nosotros.
Jesús le
dijo: *Que si puedo, todo es posible al que cree”.
Entonces el
padre, llorando, dijo: “¡Creo, pero socorre mi falta de fe!”… Jesús, curando al
niño, se lo devolvió a su padre (Mt. 17, 14-21; Mc. 9, 14-28; Lc. 9, 37-43).
Oración de las hermanas de Lázaro:
“¡Señor, el que amas está enfermo!” (Jn. 11,3).
Oración de diez leprosos: Acercándose a
cierta distancia, le gritaron: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al
verlos les dijo El: “Id a presentaros a los sacerdotes” Y mientras iban
quedaron limpios (Lc. 17, 13-14).
Oración de Bartimeo: Cuando se acercaban
a Jericó, un ciego que estaba pidiendo limosna junto al camino, oyendo que
pasaba mucha gente, preguntó quiénes eran, y le dijeron que se acercaba Jesús
el Nazareno.
Al
enterarse, empezó a gritar, diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!
Los que iban
delante lo reprendían para que se callase, pero él gritaba cada vez más fuerte:
“¡Hijo de David, apiádate de mí!
Los que iban
delante lo reprendían para que se callase, pero él gritaba cada vez más fuerte:
“¡Hijo de David, apiádate de mí!
Jesús se
detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando estaba cerca le preguntó: “¿Qué
quieres que te haga?”. El contestó: ¡Señor, haz que yo vea!
Jesús le
dijo: “Ve, que tu fe te ha curado” (Mc. 10, 46-52; Lc. 18,35-43).
Oración del buen ladrón: Le decía: “Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino!’
El le
contestó: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,
42-43).
Oración de los discípulos de Emaus:
“Quédate con nosotros, porque es tarde y el día ya ha declinado” (Lc. 24, 29).
Oración de Tomás: “¡Señor mío y Dios
mío!” (Jn. 20, 28).
La oración de los Apóstoles
Los doce
(Apóstoles), convocando la asamblea de los discípulos, dijeron: “No es justo
que nosotros descuidemos la palabra de Dios para atender a las mesas. Por tanto,
elegid, pues, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de
espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo. Y con esto
podremos nosotros emplearnos enteramente en la oración y en la predicación de
la palabra” (Hech. 6, 3-4).
La oración de los primeros cristianos
Y luego que
entraron, subieron al cenáculo, donde tenían su morada: Pedro, Juan, Santiago y
Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón de Zelote y
Judas de Santiago. Y todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las
mujeres y con María la madre de Jesús (Hech. 1, 13-14).
Mientras que
Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia incesantemente hacía oración a Dios por
él (Hech. 12, 5). En casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos,
muchos reunidos se hallaban en oración (Hech. 12, 12).
Los que
aceptaron su doctrina, fueron bautizados, y en aquel día se agregaron a la
Iglesia cerca de tres mil personas. Todos ellos perseveraban en las enseñanzas
de los Apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan (o eucaristía),
y en la oración (Hech. 2, 41-42).
Los Hechos
nos dan un resumen de las vidas de Pedro y Pablo, a los cuales vemos con
frecuencia en oración:
Subían un
día Pedro y Juan al templo, a la oración de la hora nona (Hech. 3, 1).
Subió Pedro
a lo alto de la casa a la terraza, cerca de la hora sexta, a hacer oración
(Hech. 10,9). A eso de media noche (en la cárcel) Pablo y Silas en oración
cantaban himnos al Señor (Hech. 16, 25).
‘En todo os
he dado ejemplo —les dice Pablo— de cómo hay que trabajar para sostener a los
débiles, acordándonos de las palabras del Señor Jesús que dijo: “Más dichoso es
dar que recibir”. Dicho esto, se puso de rodillas e hizo oración con todos
ellos (Hech. 20, 35-36).
Y dijo
Pedro… Estando yo en la ciudad de Joppe en oración, cuando tuve en éxtasis una
visión… (Hech. 21,5).
Sucedió
entonces que yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una muchacha
poseída de un espíritu pitónico… (Hech. 16, 16).
Son muchos
los textos en que podemos ver a los Apóstoles en oración, y aun quizá son más
los casos en los que ofrecen o solicitan continuas oraciones:
No ceso de
dar gracias a Dios por vosotros, teniéndoos presentes en mis oraciones (Ef. 1,
16).
Sin cesar
damos gracias a Dios por todos vosotros, haciendo continuamente memoria vuestra
en nuestras oraciones(l Tes. 1,2).
Sin cesar
hago memoria de ti en mis oraciones noche y día (2Tm. 1,3).
Doy gracias
a Dios, acordándome de ti en mis oraciones (Fl. 4).
En esta
esperanza oramos también sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga
dignos del estado al que os ha llamado, y con su poder lleve a buen término
toda aspiración al bien y toda obra de fe (2 Tes. 1, 11).
Yo doy
gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre con gozo
por vosotros en todas mis oraciones (Fil. 1,4).
Estoy
pidiendo siempre en mis oraciones que, si es su voluntad, me obra finalmente el
camino favorable para ir a veros (Rm. 1, 10).
Entre tanto,
hermanos, os suplico por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu
Santo, que me ayudéis con las oraciones que hagáis a Dios por mí (Rm. 15, 30).
Espero que
por vuestras oraciones os he de ser restituido (Fl. 22).
Confiamos
que (Dios) nos librará de los peligros, ayudándonos vosotros también con
vuestras oraciones, a fin de que muchos den gracias (a Dios) del beneficio que
gozamos para bien de muchas personas (2 Cor. 1, 10-11).
Entretanto,
hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea
glorificada como lo es entre vosotros (2 Tes. 3, 1).
Comentario sobre la infalibilidad de la oración
Nuestro
Señor Jesucristo ha sido categórico y rotundo en sus afirmaciones:
Pedid, y se os dará; Buscad y encontraréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; quien busca, encuentra,
y al que llama, se le abre (Mt. 7, 7; Lc. 11,9-19).
Las palabras
del Señor no pueden ser más claras y precisas; la promesa es rotunda y
concluyente, donde no caben ambigüedades, equívocos, ni existen palabras de
doble sentido. Si Cristo dice que “todo
el que pide, recibe” así tiene que ser, y no puede haber posibilidad de que
sea de otra manera.
Ahora bien:
nosotros estamos cansados de pedir a Dios cosas que no nos concede. ¿Cómo,
pues, podremos compaginar la indudable infalibilidad de las promesas de
Jesucristo con nuestra experiencia? ¿Cómo podremos creer con firmeza que Dios
da siempre al que le pide, cuando sabemos por experiencia que por más que
reguemos nunca obtenemos nada?
He aquí cómo
responde a este problema el Santo Pontífice Pío XII: “Dios, ni miente, ni puede
mentir; lo que ha prometido, lo mantendrá; lo que ha dicho lo hará. Elevad la
mente, queridos hijos e hijas, y escuchad lo que enseña el gran doctor Santo
Tomás de Aquino cuando explica por qué las oraciones no son siempre acogidas
por Dios como nosotros deseamos: “Dios oye los deseos de la criatura racional
en cuanto desea el bien. Pero ocurre acaso que lo que se pide no es un bien
verdadero, sino aparente, y hasta puede ser un verdadero mal. Por eso tal
oración no puede ser oída de Dios (en su sentido literal), porque está escrito:
“Pedís y no recibís porque pedís mal”
(Sat. 4, 3).
Vosotros
buscáis y pedís un bien, tal como os lo parece a vosotros; pero Dios ve mucho
más allá y os da ciertamente lo que deseáis, que casi nunca es lo que
imagináis” (24-641).
¿Qué quiere
decir eso de que Dios os da siempre lo que deseáis, y que no es lo que
imagináis?
Esto quiere
decir que Dios, cuando oramos, nos da siempre un bien. Un bien que casi nunca
es el que pedimos, sino el que realmente pidiéramos si supiéramos lo que nos
conviene como lo sabe Dios.
Si nosotros
cuando oramos dijéramos a Dios: “Señor, tú que sabes lo que necesito, socórreme
según mis necesidades; Tú que sabes lo que me conviene, compadécete de mí y
ayúdame”. En este caso Dios siempre nos daría lo que le pedimos. Pero si le
pedimos cosas concretas, que a nosotros nos parecen buenas y quizá no nos
conviene, Dios, en vez de darnos lo que le pedimos, como buen Padre, nos da lo
que más nos conviene, que es precisamente lo que implícitamente le estamos
pidiendo.
Consideremos
que nuestra oración tiene dos significados: uno es lo que explícitamente
pedimos, y otro es lo que implícitamente deseamos. Explícitamente pedimos lo
que a nuestro entender nos parece mejor; pero implícitamente deseamos lo que
realmente nos sea mejor; y esto segundo es lo que Dios nos concede.
Recordemos
algunas de las promesas más explícitas y rotundas a favor de la oración:
Invocadme y recurrir a mí; suplicadme y os
escucharé; me buscaréis y me hallaréis. Pues si me buscareis de corazón, me
dejaré encontrar de vosotros (Jr. 29, 12-14).
Invócame en el día de la tribulación y Yo te
libraré (Sal. 49, 15).
Todo cuanto pidiereis en la oración, creed
que lo recibiréis, y se os dará (Mc. 11, 24).
Cualquier cosa que pidáis en mi nombre Yo lo
haré (Jn. 14, 14).
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi
nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn. 16,
24).
En verdad, en verdad os digo: Cuanto
pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre (Jn. 16, 23).
Comentando
este último versículo algunos autores como San Agustín, nos aseguran que, la
repetición de esta palabra: “en verdad,
en verdad”, no es ya una simple promesa, sino un verdadero juramento a
favor de la oración.
Por tanto,
aquí podríamos insinuar aquel texto de San Pablo:
“Por lo cual, queriendo Dios mostrar
solemnemente a los herederos de las promesas, la inmutabilidad de su consejo,
interpuso juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en lo que es imposible
que Dios mienta, tengamos firme consuelo los que nos hemos refugiado en
aferrarnos en la propuesta esperanza (Heb. 6, 17-18).
Jesucristo
se molestó mucho contra los que no le creían, y les dijo:
“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi palabra.
“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi palabra.
Vosotros sois hijos del diablo, y queréis
cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el principio, y no
permaneció en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando dice
mentiras, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira…
Pero a Mi, que os digo la verdad, ¿no me creéis? ¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado? Pues entonces, si os digo la verdad ¿por qué no me creéis”?
Pero a Mi, que os digo la verdad, ¿no me creéis? ¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado? Pues entonces, si os digo la verdad ¿por qué no me creéis”?
Y concluyó diciendo: “El que es de Dios,
escucha las palabras de Dios; por eso no me escucháis, porque no sois de Dios”.
(Jn. 8, 43-47).
Por eso
decía Bosuet: “Después de afirmaciones tan rotundas, dudar del éxito de la
oración, ¿no es tratar de embustero al mismo Jesucristo?
Confiemos,
pues, plenamente en Dios y, llenos de júbilo, digamos con el Profeta:
Pronto está el Señor para todos los que le
invocan; para cuantos le invocan de veras. Condescenderá con la voluntad de los
que le temen, oirá benigno sus peticiones y los salvará (Sal. 144, 18-19).
Antes que clamen ya los oirá; estarán aún
con la palabra en la boca y les otorgará su petición (Is. 65, 24). En cuanto invoques su auxilio, El se compadecerá de ti; al momento que oyere la voz de tu clamor, te responderá benigno (Is. 30, 19).
El Señor tiene puestos sus ojos sobre los justos, y atentos sus oídos a las oraciones que le hacen (Sal. 34, 15).
Ninguno jamás esperó en el Señor y quedó defraudado. ¿Quién jamás le invocó que haya sido despreciado? (Ecle. 2, 11-12).
LA ORACIÓN EN LA SAGRADA ESCRITURA
Y EN LOS SANTOS PADRES
CODESAL
Serie
Grandes Maestros nº 10
APOSTOLADO
MARIANO
Recaredo, 44
41003-Sevilla