Ha sido galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo
Neruda (2006), el Premio Casa de las Américas de Poesía José Lezama
(2009), el Premio Nacional de Poesía (1962), y ha sido propuesto al
Premio Cervantes, máximo reconocimiento de las letras hispanas.
En dos ocasiones ha recibido, además, la beca Guggenheim (1969 y 1987).
Entre
sus principales libros se encuentran "¡Oh Hada Cibernética!" (1962),
"El pie sobre el cuello" (1967), "Sextinas y otros poemas" (1970), "En
alabanza al bolo alimenticio" (1979), "Los talleres del tiempo" (1992),
"Sextinas, villanelas y baladas" (2007) y "Los versos juntos. Poesía
completa" (2008).
No me encuentro en mi salsa:
escucho,
palpo, miro
el color de
este nuevo domicilio
con perfil
de árboles,
con rocío a
la mano,
con ríos que
atraviesan el umbral
y hacen
florecer una grama suave
al borde de
mis pies,
con una
oreja que me escucha todo,
con unos
objetos que se me acercan
para que los
use
hasta más
allá de mi muerte.
No me
encuentro en mi salsa:
veo que
ustedes se avergüenzan
de nuestro
perfil,
de nuestro
pellejo,
de nuestro
tamaño
y escucho
una voz que me dice:
“esta no es
su casa, usted es un salvaje”.
OH HADA
CIBERNÉTICA
Oh Hada
Cibernética
cuándo harás
que los huesos de mis manos
muevan
alegremente
para
escribir al fin lo que yo desee
a la hora
que me venga en gana
y los
encajes de mis órganos secretos
tengan
facciones sosegadas
en las
últimas horas del día
mientras la
sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo
¡OH ALMA MÍA
EMPEDRADA…!
¡Oh alma mía
empedrada
de millares
de carlos resentidos
por no haber
conocido el albedrío
de disponer
sus días
durante todo
el tiempo de la vida;
y ni una
sola vez siquiera
poder
decirse a sí mismo:
abre la puerta
del orbe
y camina
como tu quieras,
por el sur o
por el norte,
tras tu
austro o tras tu cierzo…!
¡OH PADRES,
SABEDLO BIEN…!
¡Oh padres,
sabedlo bien:
el insecto
es intransmutable en hombre,
mas el
hombre es transmutable en insecto!,
¿acaso no
pensabais, padres míos,
cuando acá
en el orbe sin querer matabais
un insecto
cualquiera,
que
hallábase posado oscuramente
del bosque
en el rincón más manso y lejos,
para no ser
visto por los humanos
ni en el día
ni en la noche,
no
pensabais, pues, que pasando el tiempo
algunos de
vuestros hijos
volveríanse
en mermes insectos,
aun a pesar
de vuestros mil esfuerzos
para que
todo el tiempo
pesen y
midan como los humanos?
EL CRÁNEO,
EL ÁRBOL, LOS PLAGIOS
Un cráneo
arbolado
o un árbol
craneal,
tal es lo
que yo quiero,
para poder
leer
mil libros a
la vez;
un árbol con
cráneos
sobre cada
rama,
y en el seno
hambriento
de cada
cráneo romo
un bolo
alimenticio
armado de
plagios,
mas de
plagios ricos.
SEXTINA DEL
MEA CULPA
Perdón, papá,
mamá, porque mi yerro
cual cuna
fue de vuestro ajeno daño,
desde que
por primera vez mi seso
entretejió
la malla de los hechos,
con las
torcidas sogas de la zaga,
donde
cautivo yazgo hasta la muerte.
Como globo
aerostático en la muerte,
henchida por
la bilis de los yerros,
la
conciencia saldrá desde la zaga,
y morir cuan
cercado por los daños,
del orbe
será el más lastimoso hecho,
que suerte
no es del ilustrado seso.
Pues son
cosas de un aturdido seso
no ser
despabilado ni en la muerte,
y en verdad
es un inaguantable hecho
que adherida
prosiga el alma al yerro,
hasta cuando
sumido en crudos daños
el cuerpo
pase a polvo en plena zaga.
De los
oficios y al amor en zaga,
por designio
exclusivo de mi seso,
me dejan así
los mortales daños,
aun en el
umbral de la propia muerte,
que tal
sucede por labrar con yerros
los espesos
lingotes de los hechos.
Yo, papá,
mamá, vuestros dulces hechos
cuánto agrié
por yacer no mas en zaga,
perdido en
la floresta de los yerros,
y corridos
os fuisteis por mi seso,
entre ascuas
de rubores a la muerte,
bajo el
largo diluvio de los daños.
Porque el
error engrana con el daño,
al errar yo
os dañé como feo hecho,
os lanzando
cuan presto hacia la muerte,
en tanto
inmóvil yazgo siempre en zaga,
al arbitrio
del antro de mi seso,
donde nacen
los más mortales yerros.
Si mi seso,
papá, mamá, en la zaga,
que postrer
hecho sea ante la muerte
pagar los
daños y lavar los yerros.
A LA NOCHE
Abridme
vuestras piernas
y pecho y
boca y brazos para siempre,
que aburrido
ya estoy
de las
ninfas del alba y del crepúsculo,
y reposar
las sienes quiero al fin
sobre la
Cruz del Sur
de vuestro
pubis aún desconocido,
para
fortalecerme
con el
secreto ardor de los milenios.
Yo os vengo
contemplando
de cuando
abrí los ojos sin pensarlo,
y no
obstante el tiempo ido
en verdad ni
siquiera un palmo así
de vuestro
cuerpo y alma yo poseo,
que más que
los noctámbulos
con creces
sí merezco, y lo proclamo,
pues de vos
de la mano
asido en
firme nudo llegué al orbe.
Entre largos
bostezos,
de mi origen
me olvido y pesadamente
cual un
edificio caigo,
de ciento
veinte pisos cada día,
antes de que
ceñir pueda los senos
de las
oscuridades,
dejando en
vil descrédito mi fama
de nocturnal
varón,
que fiero caco
envidia cuando vela.
Mas antes de
morir,
anheloso con
vos la boda espero,
¡oh
misteriosa ninfa!,
en medio del
silencio del planeta,
al pie de la
primera encina verde,
en cuyo leño
escriba
vuestro
nombre y el mío juntamente,
y hasta la
aurora fulgida,
como Rubén
Darío asaz folgando.
En alabanza
del bolo alimenticio
BODA DE LA
PLUMA Y LA LETRA
En el
gabinete del gran más allá,
apenas
llegando trazar de inmediato
la elegante
áurea letra codiciada,
aunque como
acá nuevamente en vano,
o bien al
contrario,
que por ser
allá nunca más esquiva.
En el cielo
o infierno sea escrita aquella
que desdeñar
suele a la pluma negra,
quien en
vida acá por más que se empeñe
ni una vez
siquiera escribirla puede,
como blanca
pluma,
por entre
las aguas, los aires y el fuego.
Esa pluma y
letra, antípodas ambas
en el
horizonte del mundo terreno,
que sumo
calígrafo a la áurea guarda
para el
venturoso no de búho vástago,
mas de cisne
sí,
que con ella
ayunte del alba a la noche.
Aunque en
más allá y con otra mano,
trazar en
los cuatro puntos cardinales
letrica
montes, aérea y acuática,
conquistando
el mundo de un plumazo solo,
y así
poderoso
más que hijo
de cisne de la prenda dueño.
Aquella que
nunca escribir se pudo
por los
crudos duelos de terrena vida,
feliz
estamparla en el más allá
con un trazo
dulce, suave y aromático,
por siglos y
siglos,
y en medio
del ocio acá inalcanzable.
Allá en el
arcano trazar una letra,
y tal olmo y
hiedra con ella enlazarse,
dos esposos
nuevos muy frenéticamente,
en la
nupcial cámara ya no frigorífica,
y la áurea
letra
escribirla
al fin con la pluma negra.
EN QUÉ PUNTO
DEL FIRMAMENTO…
En qué punto
del firmamento o suelo
habitas
(interrogo hora tras hora
a las nubes
que avanzan por el cielo);
y te busco
con el mayor anhelo,
aunque
infinita fuera la demora,
por
escudriñar todo el cielo y suelo.
Penetro del
arcano el denso velo,
aun hurtando
los rayos de la aurora,
y en
oscuridad dejo por ti el cielo.
Bien vale
contratiempos y desvelos
el conocer
por fin dónde tú moras,
si en la
bóveda arriba o en el suelo.
Y poco
importa el riguroso hielo,
ni el fuego
del infierno que desdora,
pues mirarte
prefigurará el cielo.
Basta con
verte cuando duermo o velo,
distante en
las antípodas ahora,
que si no te
vislumbro acá en el suelo,
seguro se me
cerrarán los cielos.
EL DRAGO DE
CANARIAS
La calle
Domínguez está situada en una lejana ciudad, a orillas del Pacífico, en un
barrio cuyas vías han sido curiosamente bautizadas con nombres de artistas
antiguos y modernos, e inclusive de la iconoclasta vanguardia del siglo.
Seguramente, no hay día que los transeúntes y vecinos del lugar no se
preguntarán intrigados con toda razón y aun con cierto aire metafísico: ¿quién
es este Domínguez, de dónde viene, por qué esta allí?
Oscar
Domínguez –tal su nombre completo- es un pintor oriundo de Tenerife, en las
islas Canarias, que vivió en París en los confines extremos de la fantasía,
escribiendo delirantes textos, reuniendo los objetos más dispares y explorando
las posibilidades del automatismo visual, hasta inventar la llamada calcomanía
sin objeto, que le permitió reproducir las imágenes que representan, de alguna
manera, la turbulenta formación geológica de su archipiélago natal. A
diferencia de los artistas premonitorios que adivinan lo que está todavía
invisible pero a punto de ser descubierto, Domínguez en cambio se limita
maquinalmente a desandar lo ya andado, volviendo una y otra vez a la misma
médula del tiempo.
Según las
conjeturas y más allá de los eternos escépticos, en Canarias se concentra
literalmente toda la dinastía de la Tierra. Porque se supone que, primeramente,
fue sede de los Campos Elíseos, morada postrera de los seres bienaventurados y
de los héroes después de muertos; igualmente, recinto de las Hespérides,
armoniosas ninfas que habitaban en un jardín lleno de manzanas de oro: y, más
aún, lugar donde se desprendió la Atlántida, como un simple gajo de naranja,
hasta desaparecer en el inescrutable fondo de los mares. En fin, el fabuloso
archipiélago, que abraza siete islas principales, situado a ciento quince
kilómetros de Africa, a la altura de la costa meridional de Marruecos, hoy en
día es una provincia española de ultramar.
El nombre de
Canarias tiene por origen la abundancia de canes que allí existían; sin
embargo, lo característico de la zona no es precisamente su fauna sino su
flora. Por ello, Domínguez fue apodado El
drago de Canarias, por sus amigos visionarios de París. No es otra cosa que
identificarlo, en cuerpo y alma, con el árbol típico del archipiélago, miembro
de la familia liliácea, alto de doce a catorce metros, de grueso tronco
semejante a una serpiente, y una copa ramificada en forma de cresta. En medio
de plantas paradisíacas, el enigmático artista se transforma repentinamente en
un hombre vegetal, cuyo rostro se aparta de la imagen de Dios, como está
concebido el ser humano, y asume las facciones de un retrato híbrido pintado
por Arcimboldo, en que el perfil del monarca renacentista parece una cornucopia
que rebosa flores, frutos y hojas.
La
imaginación de Domínguez se hunde en la prehistoria, exactamente como las
raíces del drago, en que ha quedado metamorfoseado. La regresión vertical es a
través de la calcomanía inventada por él, similar a un test o un entretenimiento.
Así, sencillamente, se produce la recuperación de los pasos perdidos: extiende
con un pincel la pintura aguada sobre una hoja de papel liso, y luego aplica
una segunda hoja sobre el color fresco, tras lo cual separa las dos hojas: la
pintura estrujada se cuaja en imágenes que recuerdan, veladamente, cataclismos
antediluvianos, ruinas submarinas, arrecifes engullidos por la voracidad del
mar.
Luego de las
Hespérides y de los desconocidos habitantes de la Atlántida, los hombres y
mujeres guanches –según algunos de origen berebere- se enseñorean de las islas.
La empresa de dominarlos fue iniciada en el siglo XV por los españoles, que
finalmente se fusionan con ellos. Desde luego, no hay ahora vestigio alguno de
las hijas del lucero de la tarde, ni tampoco de aquellos que habitaron alguna
vez el continente sumergido, ni casi nada de los guanches, salvo la tentadora
hermosura de las muchachas trigueñas, que van v vienen bajo la presencia
tutelar del volcán Teide, inconscientes de ser herederas de un pasado
maravilloso, y capaces de poder encarnar, en el difícil presente, el delicioso
futuro sobrenatural.
Entre tanto,
Domínguez ha llegado a convencer a sus amigos visionarios de París, a visitar
Tenerife. Entusiasmados zarpan hacia las islas, con el objeto de sopesar,
personalmente, las estaciones y los elementos de esta zona sublunar
predestinada. En mayo de 1935, llegan al valle de la Orotava, donde se yergue
el Teide entre un mar de nubes y fumarolas, pájaros azules y una cambiante
flora tropical. Es la recuperación de los pasos perdidos, no a través de la
calcomanía sino escalando las faldas del volcán, y experimentando allí la
nostalgia de la perdida edad de oro (libre de cuidados, al abrigo de penas y
miseria), hasta sentirla de súbito una realidad al alance de la palma de la
mano.
El 31 de
diciembre de 1959, el pintor hizo una incisión en el tronco del drago, haciendo
manar su resina roja, y poniendo de tal modo fin a sus días voluntariamente. En
verdad, partió sumido en la mayor de las desazones, no sólo como un apartado
hijastro de la isla, sino también corroído por la sensación del fracaso
artístico. Seguramente, nunca se imaginó que volvería a reproducirse a través
de los árboles y las flores de la calle Domínguez, ubicada en una remota ciudad
allá en las antípodas, donde alguien además quiso rendirle un justo homenaje
público.
LAS
MIGAJUELAS DEL REY SUMERIO
El abreviado
mundo de las migas
surge en la
mesa al cabo de la cena
como un
espejo puntualmente fiel
de las
oscuras cosas apartadas,
cuando el
rey de Sumeria por hartazgo
ya deja lo
que nada le provoca
tras
engullir la masa sacrosanta
milenio por
milenio brutalmente
desde la luz
de la primera aurora;
mas yo
recojo raudo
mil trocitos
mañana, tarde, noche,
y ceno en el
ocaso a cada
rato
reparadoras sobras que me mudan
tal si a
nacer volviera
ahora
satisfecho en cuerpo y alma.
El trigo de
los prados de Sumeria,
que
inalcanzable ayer entre las nubes,
de improviso
hoy tocado por mis dedos
siquiera en
la corteza de un mendrugo,
que el varón
soberano va olvidando
sin saber
que los restos en sí tienen
mayor fruto
del florido huerto
trocado por
entero en blanca harina,
que a su vez
se concentra en una pizca,
oculto punto
allí
dentro del
alimento apetecido,
la brevedad de
la pobre miga
por una
gracia de los santos cielos
custodia no
es de sobras,
mas de
primicias sí (que yo doy fe).
La vergüenza
ardiendo entre la cara
por comer
tantas pizcas poderosas
dejadas por
el comensal sumerio
que a
maravilla fueron amasadas
en el centro
del más elevado horno,
tan lejos de
mi mano y de mi boca;
y aunque
restos caídos sobre el suelo
bien
dispuestos por dentro y fuera son,
eme así
recuerdan la matriz celeste
en donde las
primeras
causas
quedaron para siempre hechas,
pues estas
reflejadas allí están
en cada rico
trozo espléndidamente,
que siendo
flor de harina
el hambre
eterno desde acá me sacia.
He aquí qué
de partículas perfectas
sobre el
mantel al término del día,
como pétalos
en el césped sueltos,
aunque una a
una cuan despedazadas
desde
inmemorial tiempo sin cesar
por el
supremo comensal del reino,
como un león
mordiendo noche a noche
la corteza
del pan inmaculado,
que al
alborear harto queda entonces;
mas yo feliz
recojo
de la mesa
las sobras desechadas,
que saboreo
como las entrañas
del óptimo
potaje de la historia,
ayer de mí
qué esquivo
y en virtud
de los cielos hoy ya no.
El sabor me
lo adueño totalmente
del dulce
pan jamás probado antes,
y si bien
microscópicos pedazos
sin duda
migas cuánto robustísimas,
todas ídolo
de sabrosa harina
por quien el
don del gusto prevalece
desde el
primer bocado terrenal,
y no otra
cosa sino el gran deseo
de cenar acá
v en el más allá;
que delante
de mí
veo el
recién venido pan sumerio,
cuya
especial hechura pasa a ser
hechura de
mi bolo alimenticio
cuando
saciado yazgo
por estas
sobrias sobras que soñé.
Que ni un
instante vuelva atrás la vida,
ni menos tú,
Canción mía, otra vez
clamando por
los restos;
y aunque muy
tarde los devore hambriento,
temprano yo
diviso
ahora el
Edén al comer por fin
migajuela de
migajuela. Amén.
EL BUEN
MUDAR
El horizonte
es tan inescrutable,
y no sé qué
se anida tras su línea,
ni dónde
empieza ni por dónde acaba,
si abajo
cerca del terrenal suelo
a lo largo
de una llanura verde,
o allá
arriba en el alto cielo azul,
que deseo
mudarme
a un punto
de la línea horizontal
y a buen
recaudo allí
ponerme para
siempre por entero,
porque desde
la cuna
tal lugar lo
he buscado con porfía
más allá de
la luz v las tinieblas.
Nunca diviso
ni uno de sus límites,
que seguro
posee un par de alas
como pájaro
o ángel de la guarda,
y se va el
horizonte así volando
no sé si a
otro término del mundo
o hacia un
ángulo del empíreo hermético,
que el lugar
codiciado
huidizo e
inalcanzable es día a día,
paraje
oculto aún,
pero no dejo
nunca de buscarlo
hoy
despierto o durmiendo,
mañana
navegando en el Leteo,
que allí a
perpetuidad deseo estar.
Espero que
aparezca de repente,
aunque sea
un puntito imperceptible,
para
enrumbar los pasos ayer ciegos,
donde
disfrute la futura edad,
tal nave que
de popa a proa arrimase
a tierra
firme tras feroz tormenta;
y basta un
solo átomo
del remoto
paraje aún no visto,
que si lo
veo al fin,
en pos de él
pronto vuelo, nado y ando,
que a la vez
sea tal
la mudanza
hacia el escogido sitio,
en el que yo
administre todo mi ocio.
Que dada la
ocasión de vivir hoy,
en el
terrenal mundo todavía,
me encamino
animoso sin cautela
a la
vivienda natural y segura
no cerca de
la humana prisión negra,
y menos de
la inoportuna muerte,
pues he aquí
la morada:
visible
punto en la horizontal línea
para
alcanzar ahora
lo que fue
escatimado en primavera
en la pasada
edad,
que justo
premio es hoy el buen mudar,
y rindo
eternas gracias que así sea.
17 de
diciembre de 1986
Y APENAS TE
CONOZCO…
Y apenas te
conozco y ya te extraño,
en ti
fijando todo el pensamiento,
que tras tus
huellas la corteza araño.
Más que un
milenio fueron estos años,
en tu espera
mirando el firmamento,
y apenas te
conozco y ya te extraño.
Pero
aguardarte no fue un desengaño,
y no importa
si acá aun no te siento,
que tras tus
huellas la corteza araño
del orbe
ahora impenetrable al daño,
por ti
mudado en venturoso asiento,
y apenas te
conozco y ya te extraño.
Bien me ha
valido ansiarte tanto antaño,
no más
palpando como un ciego el viento,
que tras tus
huellas la corteza araño.
Poseo al fin
del monte el gran tamaño,
y del seso
el divino entendimiento,
y apenas te
conozco y ya te extraño,
que tras tus
huellas la corteza araño.
26 de
noviembre de 1981
DESCRIPCIÓN
DEL BUEN MUDAR
No es el
buen mudar a otro punto allá,
sino rescatar
ese o aquel trecho
de la remota
edad que en vano fue,
y colocarlo
parte a parte ahora
como una
senda donde dar principio
al fin la
propia vida terrenal
por el sumo
deseo
del alma
recién renovada toda,
y es el buen
mudar hacia lo pasado
que nunca
fue oportuno
quedando así
pendiente para haberlo
en este
mundo por primera vez
hoy como un
sol en la mitad del día.
Es la
mudanza codiciada tanto
no del
viento ni de la nube allá,
ni el
movimiento físico de ir
con prisa a
aquel próximo paraje,
sino un
hecho mayor inverosímil,
que es
volver sobre cada paso dado
en años
anteriores,
y el feo
ayer cambiarlo por completo
colocándolo
ahora en el umbral
de la rosada
aurora
en que
despertar a la vez habiendo
de cada
reino natural los bríos
y así seguir
en las restantes horas.
La dicha que
fue escatimada a fondo
al parecer
por leyes misteriosas,
recuperarla
plena en este instante
y aunque sea
recién vivirla al fin
como un don
largamente diferido
tal vez para
gozarlo con la ciencia
que la edad
acumula,
y la
voracidad del que en ayunas
desde la
cuna estuvo día a día,
mas siempre
figurando
cómo será la
dicha en este mundo
a unos
cuantos vedada con rigor
y a la vez
tantos otros disfrutándola.
Que por el
buen mudar de la fortuna
ya se
evaporen los resentimientos
acumulados
con grosor sin par
estrato
sobre estrato en las cavernas
recónditas
del alma, y nunca más
en el
restante tiempo terrenal
y muy
alegremente
como un
radiante sol en el ocaso,
o mejor en
la medianoche oscura
(que es la
existencia acá),
entre el
resplandor de contenta alma
y andar a
campo traviesa proclamando
que por
igual feliz en vida y muerte.
Eso que se
difiere no se pierde,
y aun cuando
rezagado llega el don,
que al
poseerlo ahora a manos llenas
raudamente
el pasado se transforma
en un
presente de bienaventuranza,
dejando
vislumbrar acá el divino
jardín de
las delicias;
y valió
diferir ayer la dicha
cuando
incipiente entonces sin más ciencia,
porque a la
sazón era
ante el paso
del día indiferente
y sin afán
de revolver el tiempo
como es el
unir el ayer con el hoy.
Y la mudanza
siempre tan solemne,
más cuando
sea retornar resuelto
hasta el
feudo de los antiguos días
y sacar un
pedazo del ayer
e injertarlo
en el hoy completamente
y de
holganza en holganza disfrutando
un mañana
por fin,
pues aunque
sea en las postrimerías
de la
existencia que pavor desatan,
es el primer
estado
de la buena
fortuna no gozada,
recobrándola
del pasado esquivo,
que habremos
gozo ayer, hoy y mañana.
NO ME LA
DESPOJEN
No, santos
cielos, no me la despojen,
que en uno y
otro punto cardinal
la busqué
día a día fijamente,
para que
fuera eterna dueña mía
desde el
mundo mortal al más allá;
y con
obstinación
igual
imploro ahora
que no me
aparten, no, de ella ni un rato,
pues bajo su
gobierno como un dios
hallóme
desde el día en que la hallé.
No es este
un ruego vago como tantos
que se los
lleva el viento rápidamente,
mas sí
grande y esperanzada súplica
brotada
desde el fondo como el monte
que se alza
hasta las máximas alturas,
para que de
mí sea
más que
señora humana,
absoluta
presencia dentro y fuera,
onda clara
en los mares y los ríos,
sol y luna
brillando frente al orbe.
Y qué
injusto destino irremediable,
haberla descubierto
en lontananza
tras
buscarla a porfía dondequiera,
no solo para
discutir acá,
sino en el
Edén paso a paso juntos;
y de súbito
hoy
no mirar mas
su cara,
que la mitad
del alma se me iría,
olvidado
entre el suelo sin corteza
y el
firmamento sin celeste bóveda.
No me la
arranquen de mi lado nunca,
que si así
fuera es como despojarme
el agua,
fuego y aire enteramente,
o sumir sin
remedio en hambre y sed
hasta el día
postrero sobre el suelo,
y el
tormento siguiendo
aun en la
propia muerte,
que estaría
a perpetuidad burlado,
al hallarla
y perderla, ¡ay santos cielos!,
como en un
abrir y cerrar los ojos.
Este despojo
vil tan de repente,
sin duda arrancaríame
de cuajo
la carne y
alma ahora enriquecidas
al
entretejer como gran guirnalda
entrañas con
entrañas de mí y de ella;
que ni un
rato siquiera
de su lado
me aparten,
y si tal
cosa fuera finalmente,
la eternidad
por siempre perdería
al
convertirme en polvo, soplo y nada.
15 de
febrero de 1982
BALADA DE LA
PANACEA
A la memoria
de Eugenio Montejo
En la
farmacia en que reina la paternal panacea,
allí justo
frente a frente al océano infinito,
por primera
vez vislumbro aquella luz que alborea
iluminando
el espacio como si fuera aerolito,
donde
contemplo con pasmo el impar y laico rito
que forja el
medicamento para prolongar la vida,
¡claro está!
cerrando antes esta espiritual herida
y después el
manantial sanguinolento de fuera,
por lo cual
las estaciones me las gozo sin medida
hasta mudar
el otoño en la mayor primavera.
Por nacer
allí contento cómo suelo gritar ¡ea!
luego de
tomar los tónicos que activan el apetito,
embutiendo
el seso y vientre con todito lo que sea,
aunque el
día postrimero de ciencia y kilos ahito,
que ayer
bruto y endeble hoy ciclópeo v erudito,
quien así
evita partir en medio de atroz caída,
pues leyendo
y engullendo se arregla la despedida
mejor cuando
uno alza vuelo a la divinal esfera,
que a cada
fórmula química hay que brindarle cabida
hasta mudar
el otoño en la mayor primavera.
Los muros de
la farmacia fuertes ante la marea
del mar
siempre tormentoso y de tamaño inaudito,
y en la
medicinal arca incólume la gragea
que
saludable convierte el existencial circuito,
reconstituyendo
a fondo el físico ser marchito
para que
pueda librar la postrera acometida
y darle a la
muerte ignota una cortés acogida
como la más
agradable e incontenible quimera,
que
previamente la mala hora por fin se despida
hasta mudar
el otoño en la mayor primavera.
Yo alabo la
panacea por paternal tan querida,
y por ser
así se torna una cosa socorrida,
por la que
inmortal se siente un pobre humano cualquiera,
tal si de
acá al más allá resulta una ida y venida
hasta mudar
el otoño en la mayor primavera.
EL OLVIDO DE
LA NATURALEZA
A Antonio
Melis
Perdón,
Madre Natura, que el son acompasado
que nace de
tus bosques me entre por un oído
y salga por
el otro, y cada día siempre
las espaldas
te vuelva con el ademán propio
más
ensimismado de los seres humanos,
como si
fuera inerte el universo mundo,
y el alma
mía no.
Perdóname
por este continuo olvido injusto
que es por
ir sin rodeos hacia el exacto centro
oculto de
uno mismo y ni un bledo me importen
tus tesoros
que datan desde la inicial luz,
y así
atrevidamente aquí en la intimidad
tal viviente
o difunto pernoctando a toda hora
en el reino
interior.
Enfilando la
proa en pos de las entrañas
inexorablemente
con puntualidad suma,
y heme aquí
descendiendo día y noche sin pausa
mientras que
afuera allí cada vez más presente
arriba el
firmamento adornado de nubes
y abajo
empinándose los árboles con nidos
de aves
recién nacidas.
Cuan indiferente
he vivido delante
del vecino y
vastísimo terrenal escenario,
que ni con
el rabillo del ojo lo observé,
y tal
glacial talante ras en ras con el fuego
de tanta
introspección desde el materno claustro,
por
considerar todo el espacio externo
un barro
deleznable.
El fiel de
la balanza hacia un lado se inclina
merced a un
peso de oro y de piedras preciosas,
que esto son
los tesoros de la abstraída mente
como si
escudriñar lo de adentro no más
es reunir
los mayores caudales de la vida,
hasta hacer
olvidar cada natural reino,
y aquellos
cien mil seres.
Por fin el
firme propósito de enmendar el error,
y empiezo a
cavilar que en los alrededores
cuando al
rayar el alba hay alegres trinos,
y después
las palomas tímidas van y vienen,
en tanto que
las ramas de los altivos troncos
por unas
leves auras de súbito se curvan,
¡he allí
también lo psíquico!
Mas qué
tarde percibo la evidente verdad
de ser como
un intruso al lado de los ríos
o delante
del mar o mirando la aurora
u oyendo el
quiquiriquí sonoro de los gallos,
que a
destiempo descubro tus dones –lo sé bien–
y
resignadamente me iré asido de mi alma,
¡ea, Madre
Natura!
Semana
Santa, en Lima, año 2000
CAVILACIÓN
DEL CAMINANTE
A la memoria
de Paul W. Borgeson, Jr.
Diariamente
camino siempre
por la faz
del sublunar mundo
para
preservar la salud,
y de
preferencia en un parque
donde
plantas y animalillos
viven codo
con codo en paz;
y por allí
feliz discurro
sin reparar
que a unos seres,
justo como
yo en plena vida,
involuntariamente
piso.
Y a la
verdad qué bien estoy,
aunque rápido
asesinándolos
a quienes
acá abajo yacen
a rastras entresuelo
y cielo
sin poder
esquivar la muerte
que les
llega así de improviso
cuando
alguien viene en dos zancadas
y con la
suela del zapato
sin más ni
más así deshace
cada mínimo
hijo de Dios.
He aquí la
multitud de hormigas
que dan el
suspiro postrero
a causa de
las mil pisadas
del
caminante cotidiano
en homicida
convertido,
no
queriéndolo, no, sin duda;
mas tales
son las circunstancias
eji que un
gigante humano mata
al
animalillo invisible
e inerme
ante el andar ajeno.
Es el más
inexplicable hecho,
y por
añadidura absurdo,
que alguien
por preservarse a fondo
–¡tal como
yo cada mañana! –
de un tajo
la vida le siegue
a aquel que
nunca daña a nadie
ni a los
imperceptibles seres;
que el
firmamento entonces caiga,
igual que un
castillo de naipes,
sobre mí un
mal día. Así sea.
SED Y HAMBRE
DE SABER
A Mario
Campaña
La sed de
saber cómo alienta
las ansias
de vivir acá
contra
viento y marea firme,
como una
nave cuya quilla
avanza por
un mar inmenso
de libros
vicios y flamante
que el
lector sin pausa relee,
empeñado en
llevar con él
hacia el más
allá misterioso
el seso
humano enriquecido.
Pero esta
sui géneris sed
con el
hambre viene a la par,
y en
consecuencia así resulta
el menester
más apremiante
cuando el
empobrecido espíritu
asume al fin
a plenitud
corporal
satisfacción,
y cada
página leída
muda en
apetecible plato,
o en vaso de
agua clara y fresca.
Es un lector
tan singular
en quien los
bríos fisiológicos
de
satisfacer hambre y sed
pasan a ser
un gran deseo
espiritual
irrefrenable,
en pos del avecé
divino
para saber a
ciencia cierta,
antes de
partir de este mundo,
adonde
finalmente vamos,
y no un
difunto cuan a ciegas.
Justamente
un mortal saciado
en cuerpo y
alma por igual,
en las
mismas postrimerías,
con el
tesoro de la grey
portándolo
entre ceja y ceja,
y aun en el
recóndito vientre;
que
incomparable modo de irse
desde acá al
más allá invisible,
es colmar al
viajero inerte
con la
sapiencia, el pan y el agua.
LA FRATERNAL
HIJA Y EL FILIAL HERMANO
La hija es
también mi hermano exactamente.
al igual que
el hermano es también mi hijo,
y así tanto
Mariella como Alfonso,
que aquella
es mi hija y aquel es mi hermano,
ambos
sobrepasando sin demora
lo dispuesto
por el destino ayer,
que
cambiaron los dos
y por entero
cada cual fue más,
tal como
nunca ocurre en este mundo,
superando
los límites
previstos
antes de venir aquí,
que atrás
quedaron por su voluntad,
e hija y
hermano así centuplicados.
Y hoy que al
más allá se me fueron raudos,
tal hecho
cómo lo sopeso a fondo:
he aquí pues
un mayúsculo vacío,
lo cual ni
pizca alguna sospeché,
ya que por
duplicado, ¡santos cielos!,
resultan
estos lazos familiares;
y cuando
ellos no están
sobre el
suelo percátome recién
de la
magnitud de las dos ausencias,
pues uno y
otro son
como el agua
que de la sed se aparta,
o el pan del
hambre por igual ahora,
(que yo sed
y hambre, y ellos agua y pan).
Mi hija, mi
hija adorada, ¿dónde estás?,
¿por qué así
de repente te me has ido,
dejándonos en
tu terrena patria
cuan
simétricamente en realidad,
día a día
entre el alba y el ocaso,
pero de
llanto en llanto al infinito?
Tras tu
partida entonces
concluyo que
el dolor acá en la tierra
no deforme
mas armoniosa cosa
puede ser
sorprendiéndonos,
y todo así
resulta porque te hallas
en tu “Casa
más Lejos” hoy en día,
(que cuando
niña hablabas de tal modo).
No eres pez,
no eres ave, no eres gamo,
pero sí
inmóvil árbol desde siempre,
que
semejante fuiste, hermano mío
sin nadar,
sin volar, sin andar nunca,
y en cambio
pie a pie de tu cuerpo allí
por entre el
humus del esquivo suelo,
fijamente en
tal punto
hasta las
cejas toda tu existencia,
y a pesar de
la unión tan entrañable
del mundo
fuiste ajeno,
y más allá de
allí ni una pulgada
avanzaste en
pos de tu sino humano,
que por
inmóvil no lo coronaste.
Por la
magnitud del amor de ustedes,
inesperadamente
cómo crecen
la escasa
grey y el alma de uno ávida,
mi fraterna
hija, mi filial hermano,
aunque no
estén ahora acá en la tierra,
hallóme
desde luego enriquecido
con el
recuerdo grande
de cada cual
que adentro me lo llevo,
hasta tener
la idea como nunca
de hallarme
juntamente
allá, allá,
como ayer acá felices
todos
nosotros entre cielo y suelo
con árbol,
con cuadrúpedo, con piedra.