De temprana afición literaria. Con la publicación de la primera edición de sus Poesías, con prólogo de Hartzenbusch, en 1843 se produjo un espaldarazo definitivo para entrar en el mundo de las letras. Ya en ese año su nombre figuraba en todos los periódicos literarios de Madrid y provincias y era admitida sucesivamente en el Instituo Español y en casi todos los Liceos de España, incluidos los de Madrid y La Habana.El Liceo artístico y literario le dedicó una sesión, donde fue premiada con una corona de laurel y oro. Allí leyó su composición Se va mi sombra, pero yo me quedo. En las posteriores ediciones de 1852 y 1872 se incorporaron nuevos poemas. Sin embargo, hasta hace poco no se ha podido conocer la totalidad de su obra.En 1844 se publica la noticia de su falsa muerte. Entonces escribe Dos muertes en una vida, que se publicaría tras su fallecimiento. Padecía de catalepsia crónica conocida como la muerte fingida, donde el ser humano pierde todo signo vital y clínicamente es declarado muerto.
Una enfermedad nerviosa la deja medio paralítica en Cádiz y los médicos le recomiendan tomar aguas cerca de Madrid, por lo que traslada su residencia a la capital. El Liceo madrileño la dedica una velada. Se casó con Justo Horacio Perry, diplomático norteamericano, secretario de la embajada de su país. Su casa en la calle de Lagasca se convirtió en lugar importante de la vida literaria madrileña y refugio de políticos tras la intentona de 1866. Ha sido considerada una de las escritoras españolas más importantes del Romanticismo. En prosa escribió un total de quince novelas, a destacar Luz, El bonete de San Ramón, La Sigea, Jarrilla, La rueda de la desgracia (1873) y Paquita (1850), ésta última considerada por algunos críticos como la mejor de todas. La familia se trasladó a Lisboa, porque Horacio fue nombrado agente de la compañía Eastern Telegraph. Con el tiempo, esta nueva ocupación de Horacio llevará a la familia a la ruina. Los primeros años de su vida en Lisboa estuvieron presididos por su continua presencia en la vida social (recepciones, conciertos...), pero a medida que pasaban los años, y sobre todo tras la muerte de su marido, Carolina, siempre aquejada de su enfermedad nerviosa, fue recluyéndose en su residencia, el palacio de Mitra. Murió el 15 de enero de 1911.
De: https://extremenosilustres.wikispaces.com/Carolina+Coronado
A LAS NUBES
¡Cuan bellas sois las que sin fin vagando
en la espaciosa altura,
inmensas nubes, pabellón formando
al aire suspendido,
inundáis de tristura
y de placer a un tiempo mi sentido!
¡Cuan bellas sois, bajo el azul brillante
las zonas recorriendo,
ya desmayando leves un instante
entre la luz perdidas,
ya el sol oscureciendo
y con su llama ardiente enrojecidas!
Y ya brilláis como la blanca espuma
en las olas del viento,
y ya fugaces como leve pluma,
y de sombras ceñidas,
cruzáis el firmamento
las pardas frentes de vapor henchidas.
¡Cuan dulce brilla en su mortal desmayo
rompido en vuestro seno
del sol ardiente el amarillo rayo!
¡Y cuan dulce y templado
el resplandor sereno
del astro de la noche sosegado!
Y ¡cuánto, oh nubes, vuestro errante giro
place a mi fantasía!
triste y callada y solitaria os miro
flotar allá en el viento,
y por celeste vía
melancólico vaga el pensamiento.
Y yo os adoro si con tibio anhelo
adormís las centellas
el vivo sol en el tendido cielo;
si en delicioso manto
veláis de las estrellas
y la pálida luna el triste encanto.
¡Oh!, ¡yo os adoro, del espacio inmenso
deidades vagarosas!
no cuando hirvientes desde el seno denso
en ronco torbellino
arrojáis espantosas
vividas llamas del furor divino.
¡Ay! ¡que medrosa entonces se ahuyentara
la inspiración sublime!
ni medrosa la cítara ensalzara
del cielo la belleza,
cuando mi sien oprime
nubloso manto de mortal tristeza.
Muda contemplo de pavor cercada
la turba misteriosa
que en pos del huracán revuela osada,
así errante la vida
se arrastra lastimosa
a la senda fatal do el mal se anida.—
Allá en la inmensidad os mueven guerra
furiosos aquilones:
así de desventuras en la tierra
nos cerca turba insana;
así de las pasiones
es juguete infeliz la vida humana.
Ella varía también la faz ostenta,
y brilla y se oscurece,
y cual vosotras rápida se ahuyenta;
y es nube que exhalada
el aire desvanece
en la corriente de la triste nada.
Mas ¡ay! Vosotras revagad en tanto
que la cítara mía
os pueda consagrar su débil canto.
Del sol al rayo bello
tended el ala umbría,
y apacible volvedme su destello.
Y dadme inspiración; yo mis cantares
daré a vuestra hermosura,
las que sorbéis el agua de los mares,
¡vagad tranquilamente
con nevada blancura
en la encendida cumbre del Oriente!.
AL OTOÑO
Presurosas huyeron
las horas del verano caluroso:
del álamo frondoso
las hojas se cayeron:
otra estación mi vida
cuenta en quejas inútiles perdida.
El tibio sol de octubre
la cabellera blanquecina tiende,
y sus hebras desprende
con que la tierra cubre,
ya que negros vapores
no absorban sus escasos resplandores.
Si el turbio remolino
de la copiosa lluvia espacio deja
a su rubia guadeja;
si en medio su camino
espesa niebla fría
la luz no roba que a la tierra envía;
Ora os recuerdo triste,
del verano risueñas alboradas,
ora noches templadas,
y a ti que apareciste
tres veces en la esfera,
luna, en la noche lúcida viajera.
¡Ay! ¡cómo desparecen
los más bellos encantos de la vida!
¡Cómo desprevenida,
sólo cuando perecen
el alma los conoce
para llorar su malogrado goce!
Así la primavera
pasará de mis años presurosa,
y aguardando ambiciosa
la dicha venidera,
de este bien que ora pierdo
penoso en la vejez será el recuerdo.
Volveré tristemente
los ojos hacia el tiempo desdeñado,
y como del pasado
verano el dulce ambiente,
su sol, su luna y flores,
recordaré mi juventud y amores.
A UNA ESTRELLA
Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¿Por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?
¿Es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?
¡Ah, sí! Que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.
Tú giras, si: tus alas soberanas
surcan el mundo y sus confines tocan…
mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?
Más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
A UNA GOTA DE ROCÍO
Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;
Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:
Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente
las lágrimas amargas que devoro…
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío…!
SE VA MI SOMBRA PERO YO ME QUEDO A mis amigos de Madrid
¡Oh generosa luz, oh hermoso Oriente
del pensamiento que buscaba el mío,
siempre confuso y ciego en el sombrío
y solitario claustro de mi mente!
¡Oh luz amada, luz resplandeciente,
en cuyos rayos mi esperanza fío,
luz de mi alma, luz de mi deseo,
que iluminas al fin, que al fin te veo!
Luz de gloria inmortal, que en ígnea rueda
brillas sobre la estatua de Cervantes,
brillas sobre los huesos palpitantes
del desgraciado Larra y de Espronceda;
no importa que la suerte me conceda
para verla no más breves instantes,
pues siempre verla y adorarla puedo,
porque se va mi sombra y yo me quedo.
Frentes marchitas, de estudiar cansadas,
ánimos nobles, de luchar rendidos,
poéticos espíritus caídos,
generosas ideas desmayadas;
yo, que del campo allá en las retiradas
soledades, guardé de mis sentidos
el entusiasmo, consolaros puedo
porque se va mi sombra y yo me quedo.
Aquí para cantar y aquí mi oído
para escuchar, amigos, vuestro canto,
y aquí estará mi ser, aunque entretanto
os diga la ilusión que ya he partido;
¡loca ilusión! Engaño del sentido
pensar que os dejo y que derramo llanto,
pensar que sufro y que dejaros puedo
cuando se va mi sombra y yo me quedo.
Aquí para labrar de la poesía
la dura tierra donde el lauro crece,
mi corazón, que nunca desfallece,
os seguirá constante en la porfía;
para dar mi tributo de armonía,
para animar al triste que padece,
para sufrir, si consolar no puedo,
aunque vuele mi sombra yo me quedo.
De las amigas manos las palmadas
aún escucho el dulcísimo ruido
bien sabéis que por cada una he vertido
dos lágrimas profundas y abrasadas;
no me diréis jamás que mal pagadas
por este corazón ardiente han sido,
cuando jurar por vuestra gloria puedo,
que huye mi sombra, pero yo me quedo.
¿No es verdad que es muy triste en la morada
del solitario valle hundir la vida,
y no ver en el agua adormecida
sino la propia imagen retratada?
Por eso vine enferma y lastimada,
y no quiero tornar más abatida,
y por eso, no más, Dios me concede
que se vaya mi sombra y yo me quede.
¡Ay! aunque os digo «adiós» yo no me alejo,
es mi sombra no más la que mañana
volverá a retratarse en el espejo
del insalubre y muerto Guadiana;
aunque soñéis en la ilusión que os dejo,
mirad que es sólo una, quimera vana,
un sueño ingrato a cuyo error no cedo,
que si se va mi sombra yo me quedo.
Nada importa el adiós, si es de tal suerte
que os digo «adiós» y es falsa la partida;
ni ha de rendirse débil y afligida
por un sueño no más el alma fuerte.
¿Qué os importa mi sombra vaga, inerte,
para sufrir en esta despedida,
si he dicho, amigos, que escucharos puedo
porque se va mi sombra y yo me quedo?
«¡Adiós!» mil veces os diré cantando
y estos adioses ni escuchéis siquiera,
ni penséis que mi voz es lastimera,
ni digáis que de pena estoy llorando;
es un adiós tranquilo, un adiós blando,
es una despedida placentera,
pues ni llorar ni enternecerme puedo
porque se va mi sombra y yo me quedo.
¡Oh! ya veréis cómo al acento amigo
mañana y siempre con mi voz respondo,
aunque este adiós tan quebrantado y hondo
aun, otra vez, por postrera os digo;
veréis cómo en los triunfos os bendigo,
aunque os parezca, amigos, que me escondo,
porque es engaño, sí... ¡Nunca!... ¡No puedo!...
Se irá mi sombra, pero yo me quedo.
LA PRIMAVERA ANTICIPADA
Oigo voces en torno alborozadas
que saludan la nueva primavera:
yo no sé si su hielo a la ribera
le faltó, y a las sierras elevadas;
yo no he visto si están ya disipadas
las nieblas del invierno por la esfera;
sólo sé que mi espíritu caído
sus nieblas de tristeza no ha perdido.
No es alegre ya el sol, no muestra el cielo
el esmalte celeste de otros días;
tienen colores lánguidas y frías
las nuevas galas que desplega el suelo.
¿Qué ha sido ¡oh Flora! Del risueño velo
que sobre nuestros ojos suspendías,
que prestaba a las aves el contento
encantos a la flor, perfume al viento?
y el amor a la tierra, Primavera!
¡no eres tú ya la hermosa mensajera
que acentos de entusiasmo, me traía:
más tu aureola cándida lucía,
más dulce entonces tu sonrisa era,
más tierno el ruiseñor que te cantaba,
más venturosa yo que lo escuchaba!...
¡Más venturosa yo, no tú más bella!
tus galas no, ¡mis ojos se han turbado!
sobre el ambiente puro y azulado
con brillo igual tu frente se destella.
Ahora lo mismo tu ligera huella
anima el blanco lirio perfumado,
y el ruiseñor, que tu belleza adora
con la ternura misma te enamora,
Es que no escucho su amoroso trino;
es que no admiro tu beldad gozosa;
que nunca tras las flores voy ansiosa,
de tus huellas errante en el camino;
que del viajero arroyo cristalino
ya no contemplo el agua rumorosa…
Es ¡ay! ¡que en mis sentidos conturbados
aun hay silencio, hay hielos, hay nublados.
EL MARIDO VERDUGO
¿Teméis de esa que puebla las montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?...
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
No allá a las lides de su patria fueron
a exhalar de su ardor la inmensa llama;
nunca enemiga lanza acometieron,
que otra es la lid que su valor inflama.
Nunca el verdugo de inocente esposa
con noble lauro coronó su frente:
¡ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno trasparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! Del tierno corazón llagado
más sangre, más dolor la herida brota,
que el delicado seno macerado,
y que la vena de sus sienes rota!...
Así hermosura y juventud al lado
pierde de su verdugo; así envejece: —
así lirio suave y delicado
junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,
cual bajo el agua del arroyo el cieno,
torpes vivientes al amor uncidos
la madre sociedad nutre en su seno.
A LA AMAPOLA
Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.
Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba. —
Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.
Y allí entre la rubia espiga
los pajarillos cantores
daban con su trova amiga
a tu belleza loores.
Yo te viera retirada
a la par del rudo espino,
guarneciendo descuidada
el apartado camino.
Al morir la última estrella
extiendes las puras alas;
y a la purpúrea centella
del sol renaciente igualas.
Mas ese tu empeño vano,
y temeraria osadía,
desde el trono soberano
castiga el señor del día.
Que su llama en Occidente
no durmiera sosegada,
sin dejar tu roja frente
con sus rayos abrasada.
Y de la noche
la fresca brisa
marchita hallara
tu tierna faz.
¡Ay! Que tu vida,
flor desdichada,
sólo un instante
brilla fugaz.
Y tu aureola
pura y luciente
desconocida
muere también.
Nace en la aurora,
y al alba nueva
frágil desnuda
tu débil sien.
EL GIRASOL
¡Noche apacible!, en la mitad del cielo
brilla tu clara luna suspendida.
¡Cómo lucen al par tus mil estrellas!
¡Qué suavidad en tu ondulante brisa!
Todo es calma: ni el viento ni las voces
de las nocturnas aves se deslizan,
y del huerto las flores y las plantas
entre sus frescas sombras se reaniman.
Sólo el vago rumor que al arrastrarse
sobre las secas hojas y la brizna
levantan los insectos, interrumpe
¡oh noche! Aquí tu soledad tranquila.
Tú que a mi lado silencioso velas,
eterno amante de la luz del día,
sólo tú, girasol, desdeñar puedes
las blandas horas de la noche estiva.
Mustio inclinado sobre el largo cuello
entre tus greñas la cabeza oscura,
del alba aguardas el primer destello,
insensible a la noche y su frescura.
Y alzas alegre el rostro desmayado,
hermosa flor, a su llegada atenta:
que tras ella tu amante, coronado
de abrasadoras llamas se presenta.
Cubre su luz los montes y llanuras;
la tierra en torno que tu cerca inflama;
mírasle fija; y de su rayo apuras
el encendido fuego que derrama.
¡Ay triste flor! Que su reflejo abrasa
voraz, y extingue tu preciosa vida.
Mas ya tu amante al occidente pasa,
y allí tornas la faz descolorida
Que alas te dan para volar parece
tus palpitantes hojas desplegadas,
y hasta el divino sol que desparece
transportarte del tallo arrebatadas.
Tú le viste esconderse lentamente,
y la tierra de sombras inundarse.
Una vez y otra brilló en Oriente,
y una vez y otra vez volvió a ocultarse.
Al peso de las horas agobiada,
por las ardientes siestas consumida,
presto sin vida, seca y deshojada
caerás deshecha, en polvo convertida.
¿Qué valió tu ambición, por más que el vuelo
del altanero orgullo remontaste?
Tu mísera raíz murió en el suelo,
y ese sol tan hermoso que adoraste,
Sobre tus tristes fúnebres despojos
mañana pasará desde la cumbre.
Ni a contemplar se detendrán sus ojos
que te abrasaste por amar su lumbre.
LA ROSA BLANCA
¿Cuál de las hijas del verano ardiente,
cándida rosa, iguala a tu hermosura,
la suavísima tez y la frescura
que brotan de tu faz resplandeciente?
La sonrosada luz de alba naciente
no muestra al desplegarse más dulzura,
ni el ala de los cisnes la blancura
que el peregrino cerco de tu frente.
Así, gloria del huerto, en el pomposo
ramo descuellas desde verde asiento;
cuando llevado sobre el manso viento
a tu argentino cáliz oloroso
roba su aroma insecto licencioso,
y el puro esmalte empaña con su aliento.
CANCIÓN
Con el otoño perdidas
son las claras y lucidas
alboradas,
y las flores del estío
yacen en el valle umbrío,
deshojadas.
De los árboles desnudos
la vestidura luciente
primorosa,
ya de aquilones sañudos
arrebata la corriente
presurosa.
Al melancólico suelo
ya la lumbre del sol bella
no aparece:
lleno de sombras el cielo,
en las noches ni una estrella
resplandece.
Ya la lluvia se derrama
entre la amarilla grama
y acrecienta,
la desolada tristura
que en la desierta llanura
se presenta.
El campo tristeza ofrece
y la ciudad enfadosa
tedio inspira:
tú mis horas embellece,
compañera deliciosa,
blanda lira.
Otros busquen en buen hora
la dicha de sus amores
ponderada:
tú con risa encantadora
me darás dichas mayores y
retirada!
Otros oigan extasiados
acentos enamorados,
lira mía!
Sólo a mí tu canto grave
o tu murmurio suave
me extasía.
LA LUZ DE LA
PRIMAVERA
Ya el almendro de flor está cubierto;
ya he visto a la primera golondrina
de su antigua morada tras la ruina
cruzar por mi ventana en vuelo incierto;
ya ha brotado en el césped de mi huerto
una temprana, roja clavellina,
y ya tremola, como blanca enseña
sus alas, en la torre, la cigüeña.
Dicen que de estación risueña y clara
esos son claros signos y seguros,
que rayos brillantísimos y puros
el sol a nuestra atmósfera prepara:
que no turbarán más su lumbre cara
esos vapores del invierno oscuros,
ni cruzarán el manso firmamento
pesada lluvia ni importuno viento.
Si puede el resplandor de mi alegría
perdida, renacer en mis sentidos,
logren mis ojos tanto entristecidos
cumplida ver tan bella profecía:
Mira, Emilio, si son del alma mía
los nuevos pensamientos atrevidos,
cuando ambiciono sólo a mi ventura
ver revestido el cielo de luz pura.
¡Luz nada más! ¡la luz!... es sed ansiosa
que seca ya los ojos abrasados,
que tiene entre sus sombras sepultados
oscurísima niebla pavorosa:
ni otro consuelo que la luz hermosa
tiene mi corazón, ni otros cuidados,
que impaciente aguardarla en su venida
y lamentar con lágrimas su huida.
¡Ven primavera! Tu beldad gozosa
dome los irritados elementos,
en medio a sus combates turbulentos
álzate sobre el trono majestuosa;
cese ante ti la lluvia tenebrosa,
callen ahogados ante ti los vientos,
y huyan por el espacio los nublados,
como bandos de cuervos espantados.
En colina elevada, allá distante
veré en el campo relumbrar el río,
y en el tronco del álamo sombrío
oiré de nuevo al ruiseñor amante;
ora se esconde triste y vaga errante
la furia huyendo al vendaval impío,
pero así que se amanse el firmamento
vendrá a llenar con su armonía el viento.
Y yo en el viento oiré su voz amante,
y mi voz de sus trinos compañera,
como la luz y el aire por la esfera
volarán confundidos un instante;
¡y entrambos con el seno palpitante
Embriagados de amor por la ribera
Cantaremos del cielo la hermosura
Adorando en su luz nuestra ventura!
de su antigua morada tras la ruina
cruzar por mi ventana en vuelo incierto;
ya ha brotado en el césped de mi huerto
una temprana, roja clavellina,
y ya tremola, como blanca enseña
sus alas, en la torre, la cigüeña.
Dicen que de estación risueña y clara
esos son claros signos y seguros,
que rayos brillantísimos y puros
el sol a nuestra atmósfera prepara:
que no turbarán más su lumbre cara
esos vapores del invierno oscuros,
ni cruzarán el manso firmamento
pesada lluvia ni importuno viento.
Si puede el resplandor de mi alegría
perdida, renacer en mis sentidos,
logren mis ojos tanto entristecidos
cumplida ver tan bella profecía:
Mira, Emilio, si son del alma mía
los nuevos pensamientos atrevidos,
cuando ambiciono sólo a mi ventura
ver revestido el cielo de luz pura.
¡Luz nada más! ¡la luz!... es sed ansiosa
que seca ya los ojos abrasados,
que tiene entre sus sombras sepultados
oscurísima niebla pavorosa:
ni otro consuelo que la luz hermosa
tiene mi corazón, ni otros cuidados,
que impaciente aguardarla en su venida
y lamentar con lágrimas su huida.
¡Ven primavera! Tu beldad gozosa
dome los irritados elementos,
en medio a sus combates turbulentos
álzate sobre el trono majestuosa;
cese ante ti la lluvia tenebrosa,
callen ahogados ante ti los vientos,
y huyan por el espacio los nublados,
como bandos de cuervos espantados.
En colina elevada, allá distante
veré en el campo relumbrar el río,
y en el tronco del álamo sombrío
oiré de nuevo al ruiseñor amante;
ora se esconde triste y vaga errante
la furia huyendo al vendaval impío,
pero así que se amanse el firmamento
vendrá a llenar con su armonía el viento.
Y yo en el viento oiré su voz amante,
y mi voz de sus trinos compañera,
como la luz y el aire por la esfera
volarán confundidos un instante;
¡y entrambos con el seno palpitante
Embriagados de amor por la ribera
Cantaremos del cielo la hermosura
Adorando en su luz nuestra ventura!
Ermita de
Bótoa, 1845
EL MUNDO
DESGRACIADO
Hay escrito un cantar muy doloroso
en una historia triste que poseo,
para cuando el alegre balbuceo
deje, Emilio, tu labio bullicioso;
para cuando del álamo frondoso
que tan lejano de tu frente veo
toque a las ramas la graciosa mano
que ahora no alcanza al peralillo enano.
Vago, amoroso, indefinible canto
que yo no pronuncié, que nadie ha oído
por tu risa infantil interrumpido,
borrado a medias por mi ardiente llanto;
memorias para ti de tierno encanto
encierra ese cantar, que lleva unido
al sueño de tu infancia venturosa
el de mi larga juventud penosa.
Hoy mis pinceles para ti son vanos;
tú no conoces tu retrato ahora;
allí está tu cabeza seductora
en el grupo no más de dos hermanos;
cuadro es sencillo, obra de mis manos,
niño que ríe junto a mujer que llora,
aire que vaga junto a flor marchita,
y la destroza más cuando la agita.
Mas, no pienses historia peregrina
relatada escuchar en mis cantares;
todos del alma mía los azares
en la tristeza están que la domina:
si no es desventurada, lo imagina,
y es lo mismo que todos los pesares
del mundo tenga, que los sueñe todos,
si se sufre igualmente de ambos modos.
Y lo mismo que lloro, Emilio, llora
la multitud sin conocer tampoco
el grande, oculto, inapagable foco
de la llama del mal devoradora;
¿será que aun niño nuestro siglo ahora
pugna impaciente, como tú hace poco,
por romper las estrechas ligaduras
de sus largas envueltas vestiduras?
¿Será que de sí propio avergonzado
a comprender empieza su ignorancia?
¿Qué entre las tiernas formas de su infancia
siente latir un corazón formado?
¡Ay! Eso es; su espíritu exaltado
le hace correr larguísima distancia,
pero, a su cuerpo débil y rendido
fáltale fuerza y quédase dormido.
Cesan las guerras, y en la paz se aclaman
libres los pueblos, sabios venturosos;
¿por qué los corazones silenciosos
tantas secretas lágrimas derraman?
Unos al cielo sin consuelo claman,
ahogan otros sus gritos dolorosos;
¿es que a ninguno la común ventura
Toca, a que todos gimen por locura?...
A los niños, Emilio, a ti te toca;
ven a mofarte de mis cantos vanos;
en tus brazos dulcísimos hermanos
ven a estrecharme con tu risa loca,
y séllame los labios con tu boca
y escóndeme los ojos con tus manos,
¡y el bullicio infantil de tu contento
el eco aturda de mi triste acento!
Ermita de
Bótoa, 1845
GLORIA DE
LAS GLORIAS
Es dulce
recordar sueños de niño,
el vago
acento de la edad primera
que en
nuestro oído resonar hiciera
el ángel que
anunció nuestro cariño;
cuando
figuro que tu cuello ciño
en esa edad
tranquila y placentera,
embriagada
mi alma en sus memorias
digo que amor es gloria de las glorias.
Y es más
dulce los sueños juveniles
recordar de
esta vida enamorada
que siempre
de ilusiones sustentada
consagra a
los amores sus abriles;
yo te sabré
cantar recuerdos miles
de esta
pasión divina y encantada
que forma en
sus combates y victorias
de nuestro amor la gloría de las glorías.
De una tarde
serena de reflejos
sobre tu
bello rostro apasionado,
la sombra de
aquel valle sosegado
donde
encontramos a los pobres viejos,
el canto de
la tórtola a lo lejos
y el beso de
las auras regalado
me
inspirarán poéticas historias
para tu amor que es gloria de mis glorias.
Te cantaré
la llama indefinible
del entusiasmo
que en mi ser palpita,
la sed
ardiente que mi sangre irrita,
la fe de mi
pasión indestructible;
la fuerza de
tu encanto irresistible
que mi vida
en insomnios debilita,
y pálido y
temblando a estas memorias
dirás que amor es gloria de las glorias.
No pienses
que al ceñir prendas de orgullo |
coronas que
los genios conquistaron
esas frentes
dichosas palpitaron
cual yo de
tus acentos al murmullo;
no hay eco
en la creación, no hay canto, arrullo,
aplausos que
los hombres inventaron,
que no
parezcan dichas transitorias
ante ese amor que es gloria de mis glorias.
En vano la
ambición arde y se agita
abrasando a
los débiles mortales,
y conquista
laureles eternales
cuando la
flor del alma está marchita;
de otra
deidad más alta y más bendita
invoquemos
placeres celestiales.
Porque entre
tantas dichas transitorias
Tan sólo amor es gloria de las glorias.
Sé que la
sombra del dolor me sigue,
sé que la
vida perderé en el llanto,
sé que este
amor tan inocente y santo
no ha de
lograr la paz que lo mitigue;
pero bendigo
el mal que me persigue,
las
lágrimas, las penas, el quebranto,
y bendigo
mis dichas ilusorias
porque es tu amor la gloria de mis glorias.
Elvas, 1845
UN PAISAJE
Yo vi lucir
los albores
de esa
purísima atmósfera,
y brotar las
claras aguas
de aquella
ribera hermosa,
y nacer de
su arboleda
una por una
las hojas.
Yo he visto
esas altas sierras
ir subiendo
entre las sombras,
y alzarse el
puente y la torre
y las casas
y las rocas,
y surgir el
barquichuelo
entre las
plácidas ondas,
y aparecer
en la orilla
esa gente
pescadora.
¡Que la gran
naturaleza
años tarde
en esas obras
y tu mano
las acabe
solamente en
doce horas!
Despacio, pintor, despacio,
que son las venturas pocas.
¿Por qué has
hecho esa ribera
tan risueña
v deliciosa
que mis ojos
embelesa
y el
pensamiento me roba?
¿Por qué has
dado al firmamento
esa tinta
ardiente y roja
que lo mismo
que el reflejo
del sol
deslumbra y sofoca?
¿No ves que
fija en la orilla
de esa
ribera frondosa
en
contemplarla me llevo
unas tras
otras las horas?
¡Ay! ¿no ves
que doble pena
sentirá el
alma angustiosa
cuando por
siempre se aleja
de esa
ribera que adora…?
Despacio, pintor, despacio,
que son las venturas pocas.
¿Es culpa
tuya que tenga
el puente
romanas formas
y la torre
arquitectura
árabe,
morisca y gótica?
¿Es culpa
tuya que vaya
la mano tan
perezosa,
y que tus
ojos cansados
de mirar
piedras y rocas
en otras
miradas fijen
las suyas
fascinadoras?...
Aprisa, pintor, aprisa,
aunque las dichas son pocas.
Adiós;
hermosa ribera,
cielo puro,
árboles, rocas:
la mano que
os ha formado
para siempre
os abandona,
y los ojos
que os han visto
aparecer
entre sombras
ya cuantas
veces os miren
llorarán
vuestras memorias,
¡que son las
penas tan largas
como las
venturas cortas!
Ermita de
Bótoa, 1845
LA LUNA EN
UNA AUSENCIA
Y tú ¿quién
eres de la noche errante
aparición que
pasas silenciosa
cruzando los
espacios ondulante
tras los
vapores de la nube acuosa?
Negra la
tierra, triste el firmamento,
ciegos mis
ojos sin tu luz estaban
y suspirando
entre el oscuro viento
tenebrosos
espíritus vagaban.
Yo te
aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar
con lenta calma,
como tu rayo
descendió a mis ojos,
tierna
alegría descendió a mi alma.
¿Y a mis
ruegos acudes perezosa
cuando amoroso
el corazón te ansia…?
Ven a mí,
suave luz, nocturna, hermosa
hija del
cielo ven: ¡por qué tardía!
Bardo
amante, esa hechicera
fiel y sola
compañera
de tu
solitaria amiga,
presurosa
mensajera
mis
pensamientos te diga.
Yo me
encontré en unos valles
a esa
misteriosa guía
cuando lenta
recorría
de olivos
desiertas calles,
tristes,
como el alma mía.
Yo de entre
la tierra oscura
la vi
brotar, como pura
memoria de
tu pasión,
en medio la
desventura
de mi
ausente corazón.
Y como el
recuerdo amante
me siguió en
mi soledad
callada,
tierna, constante,
sin
apartarse un instante
esa nocturna
beldad.
Porque si yo
caminaba
y con pasos
fugitivos
árbol tras
árbol cruzaba,
ella al par
se deslizaba
entre los
negros olivos.
Si un
instante suspendía
mi carrera
silenciosa,
sobre la
copa sombría
del árbol se
detenía,
como una paloma
hermosa.
Por eso el
tierno quebranto
sabe de mi
ausencia, sola,
porque al
escuchar mi canto
vino a
sorprender mi llanto
con la luz
de su aureola.
Y pues es la
verdadera
fiel y sola
compañera
de tu
solitaria amiga,
presurosa
mensajera
mis
pensamientos te diga.
Alongé, 1845
Y LLÉVAME
CONTIGO A TU MORADA
¡Qué abatida estará, Señor, mi vida
cuando no te consagro ni un acento!
¡Qué hundido debe estar mi pensamiento
cuando así te abandona, así te olvida!
Preséntame la tierra florecida,
resplandeciente en lumbre el firmamento.
Y en vez de bendecirte y celebrarte
bajo los ojos para no mirarte.
Gran pesar no sufrí, padre divino;
ningún dolor agudo el alma llora;
pero más me entristezco, hora por hora
conforme voy andando mi camino:
ni sé si es bueno o malo mi destino,
ni advierto si se agrava o se mejora;
sólo sé que el vivir menos agrada
cuanto más adelanto en la jornada.
No he perdido la fe, que mucho creo;
no me hirieron, Señor, los desengaños,
ni presa fui de pérfidos amaños,
ni juguete de loco devaneo;
yo no tengo ambición, nada deseo,
es mi existencia juveniles años,
pero triste; Señor, muy triste estoy,
puesto que ni mi canto ya te doy.
¡ Ay! Cuando siento del fecundo mayo
el vaporoso y caldeado ambiente
jugar con mis melenas blandamente,
te quisiera cantar, pero en desmayo
melancólico abísmase la mente,
y como herida por amante rayo
las lágrimas se agrupan a mis ojos
y hasta la luz del sol me causa enojos.
Luego las plantas pienso que suspiran,
paréceme que el río se lamenta,
y la vida a mis ojos se presenta
llena de sombras que dolientes giran…
y yo no sé por qué, miedo me inspiran,
y no sé que aflicción me desalienta,
pero tiendo los brazos y te digo
señor, señor, ¡ay! Llévame contigo.
Tal vez, Señor, el porvenir me inquieta
porque nací mujer y soy cobarde,
y tal vez en las brisas de la tarde
me anuncia el porvenir mi ángel profeta.
Triste será el de la mujer poeta,
mas ora el bien, ora el dolor me aguarde,
mejor quisiera que con brazo amigo
me quisieras llevar, Señor, contigo.
Aquí la turbación, aquí el gemido,
aquí la guerra, aquí los hondos males
tienen reinado eterno, y siempre iguales
los tiempos han de ser a los que han sido;
señor, y allá el descanso apetecido,
allá la paz, los goces celestiales
me convidan, si quieres santo amigo
para siempre llevarme allá contigo.
Allá en la noche hay sol, no acaba el día,
siempre es abril para los ricos prados,
y por aquellos huertos regalados
sólo la flor de la virtud se cría:
el odio, la ambición, la tiranía
no existe en tus dominios dilatados;
los hombres a los hombres no asesinan,
la virtud y el amor allí germinan.
Allá en la fuente de la fija ciencia
beberé hasta saciar mi gran deseo,
conoceré el error de Ptolomeo,
me reiré de la humana suficiencia;
sabré quién escribió la alta sentencia
que hundió al egipcio y destruyó al hebreo,
que ilumina las cumbres de Sodoma,
derriba a Grecia y aniquila a Roma.
Sabré mejor que el sabio más profundo
de la historia del orbe tantos hechos,
porque en los pobres libros contrahechos
mientras estudio más, más me confundo;
penetraré las leyes de este mundo,
la esencia de los seres, sus derechos,
lo que son, lo que fueron, lo que esperan
nacidos, por nacer, y cuando mueran.
Sabré por qué tu espíritu se esconde,
por qué rodar nos haces en la esfera,
qué pretendes hacer con tal carrera,
y cómo nos impulsas y hacia dónde:
por qué girar al sol nos corresponde,
por qué su luz la luna reverbera,
por qué tienes volcanes encendidos,
por qué tienes los mares extendidos.
Por qué al par de Jesús nace Mahoma,
por qué alientas entrambas religiones,
por qué arde entre diversas oraciones
y en diferente altar distinto aroma:
qué das al que la cruz sagrada toma,
del de la media luna qué dispones,
quiénes te desconocen o te entienden
quiénes los que te adoran o te ofenden.
Allá sabré también por qué nacimos
débiles y sencillas las mujeres,
y si el premio de tantos padeceres
habremos de lograr cuando morimos.
Allá sabré si destinadas fuimos
al duro yugo de los otros seres,
y si has dispuesto tú las leyes graves
que no puedo decir y que tú sabes.
Allá sabré también por qué deliro,
y la oculta razón de mi tristeza;
por qué abrasada siento mi cabeza
por qué lloro, Señor, por qué suspiro,
por qué cuando tu hermoso cielo miro
ansiosa de tu gloria y tu grandeza,
olvido de la tierra cuanto amo
y llévame contigo, Señor, clamo.
Si comparando el mundo, este de penas,
su injusticia, su error, nuestras pasiones
con el bello existir de esas regiones
pacíficas, hermosas y serenas, ¡Qué abatida estará, Señor, mi vida
cuando no te consagro ni un acento!
¡Qué hundido debe estar mi pensamiento
cuando así te abandona, así te olvida!
Preséntame la tierra florecida,
resplandeciente en lumbre el firmamento.
Y en vez de bendecirte y celebrarte
bajo los ojos para no mirarte.
Gran pesar no sufrí, padre divino;
ningún dolor agudo el alma llora;
pero más me entristezco, hora por hora
conforme voy andando mi camino:
ni sé si es bueno o malo mi destino,
ni advierto si se agrava o se mejora;
sólo sé que el vivir menos agrada
cuanto más adelanto en la jornada.
No he perdido la fe, que mucho creo;
no me hirieron, Señor, los desengaños,
ni presa fui de pérfidos amaños,
ni juguete de loco devaneo;
yo no tengo ambición, nada deseo,
es mi existencia juveniles años,
pero triste; Señor, muy triste estoy,
puesto que ni mi canto ya te doy.
¡ Ay! Cuando siento del fecundo mayo
el vaporoso y caldeado ambiente
jugar con mis melenas blandamente,
te quisiera cantar, pero en desmayo
melancólico abísmase la mente,
y como herida por amante rayo
las lágrimas se agrupan a mis ojos
y hasta la luz del sol me causa enojos.
Luego las plantas pienso que suspiran,
paréceme que el río se lamenta,
y la vida a mis ojos se presenta
llena de sombras que dolientes giran…
y yo no sé por qué, miedo me inspiran,
y no sé que aflicción me desalienta,
pero tiendo los brazos y te digo
señor, señor, ¡ay! Llévame contigo.
Tal vez, Señor, el porvenir me inquieta
porque nací mujer y soy cobarde,
y tal vez en las brisas de la tarde
me anuncia el porvenir mi ángel profeta.
Triste será el de la mujer poeta,
mas ora el bien, ora el dolor me aguarde,
mejor quisiera que con brazo amigo
me quisieras llevar, Señor, contigo.
Aquí la turbación, aquí el gemido,
aquí la guerra, aquí los hondos males
tienen reinado eterno, y siempre iguales
los tiempos han de ser a los que han sido;
señor, y allá el descanso apetecido,
allá la paz, los goces celestiales
me convidan, si quieres santo amigo
para siempre llevarme allá contigo.
Allá en la noche hay sol, no acaba el día,
siempre es abril para los ricos prados,
y por aquellos huertos regalados
sólo la flor de la virtud se cría:
el odio, la ambición, la tiranía
no existe en tus dominios dilatados;
los hombres a los hombres no asesinan,
la virtud y el amor allí germinan.
Allá en la fuente de la fija ciencia
beberé hasta saciar mi gran deseo,
conoceré el error de Ptolomeo,
me reiré de la humana suficiencia;
sabré quién escribió la alta sentencia
que hundió al egipcio y destruyó al hebreo,
que ilumina las cumbres de Sodoma,
derriba a Grecia y aniquila a Roma.
Sabré mejor que el sabio más profundo
de la historia del orbe tantos hechos,
porque en los pobres libros contrahechos
mientras estudio más, más me confundo;
penetraré las leyes de este mundo,
la esencia de los seres, sus derechos,
lo que son, lo que fueron, lo que esperan
nacidos, por nacer, y cuando mueran.
Sabré por qué tu espíritu se esconde,
por qué rodar nos haces en la esfera,
qué pretendes hacer con tal carrera,
y cómo nos impulsas y hacia dónde:
por qué girar al sol nos corresponde,
por qué su luz la luna reverbera,
por qué tienes volcanes encendidos,
por qué tienes los mares extendidos.
Por qué al par de Jesús nace Mahoma,
por qué alientas entrambas religiones,
por qué arde entre diversas oraciones
y en diferente altar distinto aroma:
qué das al que la cruz sagrada toma,
del de la media luna qué dispones,
quiénes te desconocen o te entienden
quiénes los que te adoran o te ofenden.
Allá sabré también por qué nacimos
débiles y sencillas las mujeres,
y si el premio de tantos padeceres
habremos de lograr cuando morimos.
Allá sabré si destinadas fuimos
al duro yugo de los otros seres,
y si has dispuesto tú las leyes graves
que no puedo decir y que tú sabes.
Allá sabré también por qué deliro,
y la oculta razón de mi tristeza;
por qué abrasada siento mi cabeza
por qué lloro, Señor, por qué suspiro,
por qué cuando tu hermoso cielo miro
ansiosa de tu gloria y tu grandeza,
olvido de la tierra cuanto amo
y llévame contigo, Señor, clamo.
Si comparando el mundo, este de penas,
su injusticia, su error, nuestras pasiones
con el bello existir de esas regiones
anhelamos romper nuestras cadenas,
elevamos a ti los corazones,
y de tus brazos al paterno abrigo
me quiero refugiar yendo contigo.
Si quiero descansar, hallar consuelo.
quiero verte, Señor, yo no vacilo;
¿dónde hallaré más dulce y más tranquilo
amor, y más placeres que en el cielo?
o si te place mi virgíneo velo,
si digna soy de tu celeste asilo,
no me dejes aquí desconsolada
y llévame contigo a tu morada.
Ermita de
Bótoa, 1847
LA DESGRACIA
DE SER HIJOS DE ESPAÑA
Esta serenidad de la campiña,
la virginal vegetación del suelo
que a nuestros ojos representa nina
la vieja tierra; el canto, el manso vuelo
del bando de aves que hacia aquí se apiña:
la vaca dando leche al tierno hijuelo
en medio el monte solo y sosegado
¿habéis en este mayo contemplado?
Y de ese monte en la tranquila falda,
sentado sobre el tronco de la encina,
admirando el azul, la rica gualda
del cielo, el orden con que el sol camina:
de aquella sociedad que a nuestra espalda
dejamos tan ruin y tan mezquina,
¿no os parece el recuerdo en este instante
más cruel, más agudo, más punzante?
El filósofo, amigos, nos engaña
cuando nos da del campo la armonía,
la paz y sencillez de la cabaña,
del bosque la risueña lozanía
para alegrarnos; ¡ay! No los de España
que comemos el pan de cada día
más amargo que hiél; dulzura hallamos
en las campiñas ya: ¡tarde acordamos!
Si fuera antes de ver caliente y tinta
la requemada sangre del soldado
correr a nuestros pies… la suave cinta
del gracioso arroyuelo plateado
que entre las flores de variado pinta,
juego bullendo en el lujoso prado,
nos pareciera alegre como un día
a los hijos de Arcadia parecía.
Pero se avienen mal desdichas graves
con la benigna paz de los oteros,
con los trinos gozosos de las aves
y el humilde balar de los corderos:
cuanto son estas horas más suaves,
más duros son nuestros pesares fieros,
dándonos por contraste aquí en la tierra
la ajena paz con nuestra propia guerra.
Porque en el campo ya plantas extrañas,
desde que allá a jardín nos trasplantamos,
para insectos, reptiles y alimañas
el campestre placer abandonamos;
las inseguras débiles arañas
andan mejor que por la selva andamos
y es más rica y feliz la baja hormiga
que logra un agujero y una espiga.
¡Cuánta envidia nos dan! ¡Cómo hace alarde
hasta el negro moscón que rasga el viento
de aquella libertad, que esta cobarde
generación no logra! ¡Qué sediento
nos queda el corazón cuando en la tarde
después de contemplar el movimiento
de esa naturaleza satisfecha,
su parte de placer de menos echa!
Parece que los vivos colorines
que a los nidos retornan gorjeando,
de nuestras artes, ciencias y festines,
cuando al pasar nos ven, se van mofando;
¿no sentís en el rostro los carmines
del rubor asomar, tristes pensando
que con tanto saber el hombre sabe
pues no se hace feliz menos que el ave?
¿Qué hemos de hacer sino sentir tristeza
hasta en medio del mundo campesino
que nos brinda tan sólo su belleza
para agravar aún más nuestro destino?
En vano el monte muestra su grandeza
y sus alas despliega el blanco espino;
murmura el río, las alondras cantan
y los cielos y tierra se abrillantan.
Nosotros no venimos al riachuelo
para admirar su pez ni ver su espuma,
ni divertimos espantando el vuelo
del pajarillo de graciosa pluma;
poco sabe de penas ¡vive el cielo!
Quien tal de nuestro espíritu presuma,
y vano corazón tendrá el menguado
que tan contento viva y descuidado.
No; no venimos a esparcir al viento
el ánima doliente en nuestros días;
no venimos en busca de contento
ni tampoco a dejar melancolías:
venimos, pues no entienden nuestro acento
las duras rocas, las encinas frías,
venimos a esconder en la montaña
la desgracia de ser hijos de España.
Ermita de
Bótoa. 1847
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