Nace en Zamora el 30 de enero de 1934. Estudió primaria en la escuela de Los Bolos y bachillerato en el Instituto Claudio Moyano. En 1952 se traslada a Madrid para cursar Filosofía y Letras en la Universidad Central. Se licenció en la sección de Filología Románica, en 1957. Aunque sus compañeros de instituto le recuerdan por su toque de balón como futbolista, en 1948 escribe sus primeras composiciones poéticas, y en 1949 en el diario El Correo de Zamora, publica su primer poema, Nana de la Virgen María. En 1951 empiezan a nacer los primeros versos de Don de la ebriedad, una obra que impresiona a Vicente Aleixandre, con el que luego Claudio Rodríguez mantendría una estrecha e íntima amistad. Hasta 1958 no publicará su siguiente libro de poemas, Conjuros, y entremedias conoce a Blas de Otero en 1954 (con el que frecuenta el Duero y las tabernas de la ciudad). Con la ayuda inicial de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre viajó a Inglaterra. Allí fue lector de español, primero en Nottingham y luego en Cambridge. Estuvo entre 1958 y 1964, y allí escribió su tercer libro, Alianza y condena. En 1976 publicará su cuarto libro, El vuelo de la celebración, y en 1983 se edita Desde mis poemas, un libro recopilatorio de toda su obra y por el que recibe el Premio Nacional de Literatura. Dos años después en 1985, aparece Reflexiones sobre mi poesía, y en 1986 recibe el premio de las Letras de Castilla y León. En 1987 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua para ocupar el sillón I, sustituyendo a Gerardo Diego. Fue nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Zamora (1989) y ya en 1991 publica su último libro de poemas, Casi una leyenda. El 28 de mayo de 1993 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Murió en Madrid el 22 de julio de 1999. Además recibió: el premio Adonais (1953); el Premio de la Crítica(1966) y el Reina Sofía de Poesía(1993).
Don de la ebriedad
A mi madre
LIBRO PRIMERO
I
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quien hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿como voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
II
Yo me pregunto a veces si la noche
se cierra al mundo para abrirse o si algo
la abre tan de repente que nosotros
no llegamos a su alba, al alba al raso
que no desaparece porque nadie
la crea: ni la luna, ni el sol claro.
Mi tristeza tampoco llega a verla
tal como es, quedándose en los astros
cuando en ellos el día es manifiesto
y no revela que en la noche hay campos
de intensa amanecida apresurada
no en germen, en luz plena, en albos pájaros.
Algún vuelo estará quemando el aire,
no por ardiente sino por lejano.
Alguna limpidez de estrella brane
los pinos, brunirá mi cuerpo al cabo.
¿Que puedo hacer sino seguir poniendo
la vida a mil lanzadas del espacio?
Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto,
un resplandor aúreo, un día vano
para nuestros sentidos, que gravitan
hacia arriba y no ven ni oyen abajo.
Como es la calma un yelmo para el río
así el dolor es brisa para el álamo.
Así yo estoy sintiendo que las sombras
abren su luz, la abren, la abren tanto,
que la mañana surge sin principio
ni fin, eterna ya desde el ocaso.
III
La encina, que conserva más un rayo
de sol que todo un mes de primavera,
no siente lo espontáneo de su sombra,
la sencillez del crecimiento; apenas
si conoce el terreno en que ha brotado.
Con ese viento que en sus ramas deja
lo que no tiene música, imagina
para sus sueños una gran meseta.
Y con qué rapidez se identifica
con el paisaje, con el alma entera
de su frondosidad y de mi mismo.
Llegaría hasta el cielo si no fuera
porque aún su sazón es la del árbol.
Días habrá en que llegue. Escucha mientras
el ruido de los vuelos de las aves,
el tenue del pardillo, el de ala plena
de la avutarda, vigilante y claro.
Asi estoy yo. Que encina, de madera
más oscura quizá que la del roble,
levanta mi alegria, tan intensa
unos momentos antes del crepúsculo
y tan doblada ahora. Como avena
que se siembra a voleo y que no importa
que caiga aquí o allí si cae en tierra,
va el contenido ardor del pensamiento
filtrándose en las cosas, entreabriéndolas,
para dejar su resplandor y luego
darle una nueva claridad en ellas.
Y es cierto, pues la encina ¿qué sabria
de la muerte sin mi?. ¿Acaso es cierta
su intimidad, su instinto, lo espontaneo
de su sombra mas fiel que nadie? ¿Es cierta
mi vida asi, en sus persistentes hojas
a medio descifrar la primavera?
IV
Asi el deseo. Como el alba, clara
desde la cima y cuando se detiene
tocando con sus luces lo concreto
recién oscura, aunque instantáneamente.
Después abre ruidosos palomares
y ya es un día más. ¡oh, las rehenes
palomas de la noche conteniendo
sus impulsos altísimos! Y siempre
como el deseo, como mi deseo.
Vedle surgir entre las nubes, vedle
sin ocupar espacio deslumbrarme.
No está en mi, está en el mundo, está ahí enfrente.
Necesita vivir entre las cosas.
Ser añil en los cerros y de un verde
prematuro en los valles. Ante todo,
como en la vaina el grano, permanece
calentando su albor enardecido
para después manifestarlo en breve
más hermoso y radiante. Mientras, queda
limpio sin una brisa que lo aviente,
limpio deseo cada vez mas mío,
cada vez menos vuestro, hasta que llegue
por fin a ser mi sangre y mi tarea,
corpóreo como el sol cuando amanece.
V
Cuando hablaré de ti sin voz de hombre
para no acabar nunca, como el río
no acaba de contar su pena y tiene
dichas ya más palabras que yo mismo.
Cuando estaré bien fuera o bien en lo hondo
de lo que alrededor es un camino
limitándome, igual que el soto al ave.
Pero, ¿seré capaz de repetirlo?.
Este rayo de sol, que es un sonido
en el órgano, vibra con la música
de noviembre y refleja sus distintos
modos de hacer caer las hojas vivas.
Porque no solo el viento las cae, sino
también su gran tarea, sus vislumbres
de un otoño esencial. Si encuentra un sitio
rastrillado, la nueva siembra crece
lejos de antiguos brotes removidos;
pero siempre le sube alguna fuerza,
alguna sed de aquellos, algún limpio
cabeceo que vuelve a dividirse
y a dar olor al aire en mil sentidos.
Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre.
Cuando. Mi boca sólo llega al signo,
sólo interpreta muy confusamente.
Y es que hay duras verdades de un continuo
crecer, hay esperanzas que no logran
sobrepasar el tiempo y convertirlo
en seca fuente de llanura, como
hay terrenos que no filtran el limo.
VI
Las imágenes, una que las centra
en planetaria rotación, se borran
y suben a un lugar por sus impulsos
donde al surgir de nuevo toman forma.
Por eso yo no sé cuáles son éstas.
Yo pregunto qué sol, qué brote de hoja
o qué seguridad de la caída
llegan a la verdad, si está más próxima
la rama del nogal que la del olmo,
mas la nube azulada que la roja.
Quizá, pueblo de llamas, las imágenes
enciendan doble cuerpo en doble sombra.
Quizá algún día se hagan una y baste.
¡Oh, regio corazón como una tolva,
siempre clasificando y triturando
los granos, las semillas de mi corta
felicidad! Podrian reemplazarme
desde allí, desde el cielo a la redonda,
hasta dejarme muerto a fuerza de almas,
a fuerza de mayores vidas que otras
con la preponderancia de su fuego
extinguiéndolas: tal a la paloma
lo retráctil del águila. Misterio.
Hay demasiadas cosas infinitas.
Para culparme hay demasiadas cosas.
Aunque el alcohol eléctrico del rayo,
aunque el mes que hace nido y no se posa,
aunque el otoño, sí, aunque los relentes
de humedad blanca... Vienes por tu sola
calle de imagen, a pesar de ir sobre
no se qué Creador, qué paz remota...
VII
¡Sólo por una vez que todo vuelva
a dar como si nunca diera tanto!
Ritual arador en plena madre
y en pleno crucifijo de los campos,
¿tú sabias?: llegó, como en agosto
los fermentos del alba, llegó dando
desalteradamente y con qué ciencia
de la entrega, con qué verdad de arado.
Pero siempre es lo mismo: halla otro
que remover, la grama por debajo
¡Arboles de ribera lavapájaros!
En la ropa tendida de la nieve
queda pureza por lavar. ¡Ovarios
trémulos! Yo no alcanzo lo que basta,
lo indispensable para mis dos manos.
Antes irá su lunación ardiendo,
humilde como el heno en un establo.
Si nos oyeran... Pero ya es lo mismo.
¿Quién ha escogido a este arador, clavado
por ebria sembradura, pan caliente
de citas, surco a surco y grano a grano?
Abandonado así a complicidades
de primavera y horno, a un legendario
don, y la altaneria de mi caza
librando esgrima en pura señal de astros.
¡Sólo por una vez que todo vuelva
a dar como si nunca diera tanto!
VIII
No porque llueva seré digno. ¿Y cuándo
lo seré, en qué momento? ¿Entre la pausa
que va de gota a gota? Si llegases
de súbito y al par de la mañana,
al par de este creciente mes, sabiendo,
como la lluvia sabe de mi infancia,
que una cosa es llegar y otra llegarme
desde la vez aquella para nada...
Si llegases de pronto, ¿qué diria?
Huele a silencio cada ser y rápida
la vision cae desde altas cimas siempre.
Como el mantillo de los campos, basta,
basta a mi corazón ligera siembra
para darse hasta el limite. Igual basta,
no sé por que, a la nube. Que eficacia
la del amor. Y llueve. Estoy pensando
que la lluvia no tiene sal de lagrimas.
Puede que sea ya un poco mas digno.
Y es por el sol, por este viento, que alza
la vida, por el humo de los montes,
por la roca, en la noche aún mas exacta,
por el lejano mar. Es por lo único
que purifica, por lo que nos salva.
Quisiera estar contigo no por verte
sino por ver lo mismo que tú, cada
cosa en la que respiras como en esta
lluvia de tanta sencillez, que lava.
IX
Como si nunca hubiera sido mía,
dad al aire mi voz y que en el aire
sea de todos y la sepan todos
igual que una mañana o una tarde.
Ni a la rama tan sólo abril acude
ni el agua espera sólo el estiaje
¿Quién podría decir que es suyo el viento,
suya la luz, el canto de las aves
en el que esplende la estación, más cuando
llega la noche y en los chopos arde
tan peligrosamente retenida?
¡Que todo acabe aquí, que todo acabe
de una vez para siempre! La flor vive
tan bella porque vive poco tiempo
y, sin embargo, cómo se da, unánime,
dejando de ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no esté detrás la primavera, saca
fuera de mí lo mío y hazme parte,
inútil polen que se pierde en tierra
pero ha sido de todos y de nadie.
Sobre el abierto páramo, el relente
es pinar en el pino, aire en el aire,
relente sólo para mí sequía.
Sobre la voz que va excavando un cauce
qué sacrilegio este del cuerpo, este
de no poder ser hostia para darse.
Conjuros
Para Vicente Aleixandre
LIBROPRIMERO
A la respiración en la llanura
¡Dejad de respirar y que os respire
la tierra, que os incendie en sus pulmones
maravillosos! Mire
quien mire, ¿no verá
un rastro como de aire que se alienta?
Sería natural aquí la muerte.
No se tendría en cuenta
como la luz, como el espacio. ¡Muerte
con sólo respirar! Fuera de día
ahora y me quedaría sin sentido
en estos campos, y respiraría
hondo como estos árboles, sin ruido.
Por eso la mañana aún es un vuelo
creciente y alto sobre
los montes, y un impulso a ras del suelo
que antes de que se efunda y de que cobre
forma ya es surco para el nuevo grano.
Oh, mi aposento. Que riego del alma
éste con el que doy mi vida y gano
tantas vidas hermosas. Tened calma
los que me respiráis, hombres y cosas.
Soy vuestro. Sois también vosotros míos.
Cómo aumentan las rosas
su juventud al entregarse. ¡Abríos
a todo! El heno estalla en primavera,
el pino da salud con su olor fuerte.
¡Qué hostia la del aliento, qué manera
de crear, qué taller claro de muerte!
No sé cómo he vivido
hasta ahora ni en qué cuerpo he sentido
pero algo me levanta al día puro,
me comunica un corazón inmenso,
como el de la meseta, y mi conjuro
es el del aire, tenso
por la respiración del campo henchida
muy cerca de mi alma en el momento
en que pongo la vida
al voraz paso de cualquier aliento.
A las puertas de la ciudad
Voy a esperar un poco
a que se ponga el sol, aunque estos pasos
se me vayan allí, hacia el baile mío,
hacia la vida mía. Tantos años
hice buena pareja con vosotros,
amigos. Y os dejé, y me fui a mi barrio
de juventud creyendo
que allí estaría mi verbena en vano.
¡Si creí que podíais seguir siempre
con la seca impiedad, con el engaño
de la ciudad a cuestas!. ¡Si creía
que ella, la bien cercada, mal cercado
os tuvo siempre el corazón, y era
todo sencillo, todo tan a mano
como el alzar la olla, oler el guiso
y ver que esta en su punto!. ¡Si era claro:
tanta alegria por tan poco costo
era verdad, era verdad! Ah, cuando
me daré cuenta de que todo es simple.
¿Qué estaba yo mirando
que no lo vi?. ¿Qué hacía tan tranquila
mi juventud bajo el inmenso arado
del cielo si en cualquier parte, en la calle,
se nos hincaba, hacía su trabajo
removiéndonos hondo a pesar nuestro?
Años y años confiando
en nuestros pobres laboreos, como
si fuera nuestra la cosecha, y cuánto,
cuánto granar nos iba
cerniendo la azul criba del espacio,
el blanco harnero de la luz. Si, nada,
nada era nuestro ya: todo nuestro amo.
Como el Duero en abril entra en la casa
del hombre y allí suena, allí va dando
su eterna empresa y su labor, y, entonces,
¿qué se podría hacer: ponerse a salvo
con el río a la puerta,
vivir como si no entrara hasta el cuarto,
hasta el mas simple adobe el puro riego
de la tierra y del mundo? Y bien, al cabo
así nosotros, ¿qué otra cosa haríamos
sino tender nuestra humildad al raso,
secar al sol nuestra alegría, ¿vuestra
sola camisa limpia para siempre?.
Basta de hablar en vano
que hoy debo hacer lo que debí haber hecho.
Perdón si antes no os quise dar la mano
pero yo que sabía. Vuelvo alegre
y esta calma de puesta da a mis pasos
el buen compás, la buena
marcha hacia la ciudad de mis pecados.
¡de par en par las puertas!. Voy. Y entro
tan seguro, tan llano
como el que barbechó en enero y sabe
que la tierra no falla, y un buen día
se va tranquilo a recoger su grano.
Al ruido del Duero
Y como yo veía
que era tan popular entre las calles
pasé el puente y, adiós, deje atrás todo.
Pero hasta aquí me llega, quitádmelo, estoy siempre
oyendo el ruido aquel y subo y subo,
ando de pueblo en pueblo, pongo el oido
al vuelo del pardal, al sol, al aire,
yo que sé, al cielo, al pecho de las mozas
y siempre el mismo son, igual mudanza.
¿Qué sitio este sin tregua?. ¿Qué hueste, qué altas lides
entran a saco en mi alma a todas horas,
rinden la torre de la enseña blanca,
abren aquel portillo, el silencioso,
el nunca falso?. Y eres
tú, música del río, aliento mío hondo,
llaneza y voz y pulso de mis hombres.
Cuanto mejor seria
esperar. Hoy no puedo, hoy estoy duro
de oido tras los años que he pasado
con los de mala tierra. Pero he vuelto.
Campo de la verdad, ¿qué traición hubo?
¡Oid cómo tanto tiempo y tanta empresa
hacen un solo ruido!
¡Oid cómo hemos tenido día tras día
tanta pureza al lado nuestro, en casa,
y hemos seguido sordos!
¡Ya ni esta tarde más! Sé bienvenida,
mañana. Pronto estoy: sedme testigos
los que aún oís. Oh, río,
fundador de ciudades,
soñando en todo menos en tu lecho,
haz que tu ruido sea nuestro canto,
nuestro taller en vida. Y si algún día
la soledad, el ver al hombre en venta,
el vino, el mal amor o el desaliento
asaltan lo que bien has hecho tuyo,
ponte como hoy en pie de guerra, guarda
todas mis puertas y ventanas como
tú has hecho desde siempre,
tú, a quien estoy oyendo igual que entonces,
tú, río de mi tierra, tu, río Duradero.
Primeros fríos
¿Quién nos calentara la vida ahora
si se nos quedó corto
el abrigo de invierno?
¿Quién nos dará para comprar castañas?
Allí sale humo, corazón, no a todos
se les mojó la leña.
Y hay que arrimar el alma,
hay que ir allí con pié casero y llano
porque hoy va a helar, ya hiela.
Amaneció sereno y claro el día.
¡Todas a mí mis plazas, mis campanas,
mis golondrinas! ¡Toda a mí mi infancia
antes de que esté lejos! Ya es la hora,
jamás desde hoy podré estar a cubierto.
¡Dadme el aliento hermoso,
alzad las faldas y escarbad el cisco
la vida, en la Camilla en paz, en esta
Camilla madre de la tierra! Pero,
¿a qué esperamos? ¡Pronto,
como en el juego aquel del soplavivo
corra la brasa, corra
de mano en mano el fiel calor del hombre!
El que se queme perderá. Yo pierdo.
Asi ha pasado el tiempo
y el invierno se me ha ido echando encima.
Hoy sólo espero ya estar en la casa
de la que sale el humo,
lejos de la ciudad, allí, adelante...
Y ahora que cae el día
y en su zaguan oscuro se abre paso
el blanco pordiosero de la niebla,
adiós, adiós. Yo siempre
busqué vuestro calor. ¡Raza nocturna,
sombrío pueblo de perenne invierno!
.iDónde está el corazón, dónde la lumbre
que yo esperaba?. Cruzaré estas calles
y adiós, adiós. ¡Pero si yo la he visto,
si he sentido en mi vida
vuestra llama!
¡Si he visto arder en el hogar la piña
de oro!
Sólo era vuestro frio. ¡Y quiero, quiero
irme allí! Pero ahora
ya para qué. Cuando iba a calentarme
ha amanecido.
Alto jornal
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oido al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
más sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
Pinar amanecido
Viajero, tú nunca
te olvidarás si pisas estas tierras
del pino.
Cuánta salud, cuánto aire
limpio nos da. ¿No sientes
junto al pinar la cura,
el claro respirar del pulmón nuevo,
el fresco riego de la vida? Eso
es lo que importa. ¡Pino piñonero,
que llegue a la ciudad y sólo vea
la cercanía hermosa
del hombre! ¡Todos juntos,
pared contra pared, todos del brazo
por las calles
esperando las bodas
de corazón!
¡Que vea, vea el corro
de los niños, y oiga
la alegría!
¡Todos cogidos de la mano, todos
cogidos de la vida
en torno
de la humildad del hombre!
Es solidaridad. Ah, tu, paloma
madre: mete el buen pico,
mete el buen grano hermoso
hasta el buche a tus crías.
Y ahora, viajero,
al cantar por segunda vez el gallo,
ve al pinar y allí espérame.
Bajo este coro eterno
de las doncellas de la amanecida,
de los fiesteros mozos del sol cárdeno,
tronco a tronco, hombre a hombre,
pinar, ciudad, cantemos:
que el amor nos ha unido
pino por pino, casa
por casa.
Nunca digamos la verdad en esta
sagrada hora del día.
Pobre de aquél que mire
y vea claro, vea
entrar a saco en el pinar la inmensa
justicia de la luz, esté en el sitio
que a la ciudad ha puesto la audaz horda
de las estrellas, la implacable hueste
del espacio.
Pobre de aquél que vea
que lo que une es la defensa, el miedo.
¡Un paso al frente el que ose
mirar la faz de la pureza, alzarle
la infantil falda casta
a la alegría!
Que sutil añagaza, ruin chanchullo,
bien adobado cebo
de la apariencia.
¡Dónde el amor, dónde el valor, sí, dónde
la compañía? Viajero,
sigue cantando la amistad dichosa
en el pinar amaneciente. Nunca
creas esto que he dicho:
canta y canta. Tú, nunca
digas por estas tierras
que hay poco amor y mucho miedo siempre.
Cáscaras
I
El nombre de las cosas, que es mentira
y es caridad, el traje
que cubre el cuerpo amado
para que no muramos por la calle
ante él, las cuatro copas
que nos alegran al entrar en esos
edificios donde hay sangre y hay llanto,
hay vino y carcajadas,
el precinto y los cascos,
la cautela del sobre, que protege
traición o amor, dinero o trampa,
la inmensa cicatriz que oculta la honda herida,
son nuestro ruin amparo.
Los sindicatos, las cooperativas,
los montepios, los concursos;
ese prieto vendaje
de la costumbre, que nos tapa el ojo
para que no ceguemos,
la vana golosina de un día y otro dia
templándonos la boca
para que el diente no busque la pulpa
fatal, son un engaño
venenoso y piadoso. Centinelas
vigilan. Nunca, nunca
darán la contraseña que conduce
a la terrible munición, a la verdad que mata.
II
Entre la empresa, el empresario, entre
prosperidad y goce,
entre un error prometedor y otra
ciencia a destiempo,
con el duro consuelo
de la palabra, que termina en burla
o en provecho o defensa,
o en viento
enerizo, o en pura
mutilación, no en canto;
entre gente que sólo
es muchedumbre, no
pueblo, ¿dónde
la oportunidad del amor,
de la contemplación libre o, al menos,
de la honda tristeza, del dolor verdadero?
La cáscara y la máscara,
los cuarteles, los foros y los claustros,
diplomas y patentes, halos, galas,
las mas burdas mentiras:
la de la libertad, mientras se dobla
la vigilancia,
¿han de dar vida a tanta
juventud macerada, tanta fe corrompida?
Pero tú quema, quema
todas las cartas, todos los retratos,
los pajares del tiempo, la avena de la infancia.
El mas seco terreno
es el de la renuncia. Quién pudiera
modelar con la lluvia ésta de junio
un rostro, dices. Calla
y persevera, aunque
ese rostro sea lluvia,
muerde la dura cáscara,
muerde aunque nunca llegues
hasta la celda donde cuaja el fruto.
Espuma
Miro la espuma, su delicadeza
que es tan distinta a la de la ceniza.
Como quien mira una sonrisa, aquella
por la que da su vida y le es fatiga
y amparo, miro ahora la modesta
espuma. Es el momento bronco y bello
del uso, el roce, el acto de la entrega
creándola. El dolor encarcelado
del mar, se salva en fibra tan ligera;
bajo la quilla, frente al dique, donde
existe amor surcado, como en tierra
la flor, nace la espuma. Y es en ella
donde rompe la muerte, en su madeja
donde el mar cobra ser, como en la cima
de su pasión el hombre es hombre, fuera
de otros negocios: en su leche viva.
A este pretil, brocal de la materia
que es manantial, no desembocadura,
me asomo ahora, cuando la marea
sube, y allí naufrago, allí me ahogo
muy silenciosamente, con entera
aceptación, ileso, renovado
en las espumas imperecederas.
Lluvia y gracia
Desde el autobús, lleno
de labriegos, de curas y de gallos,
al llegar a Palencia,
veo a ese hombre.
Comienza a llover fuerte, casi arrecia
y no le va a dar tiempo
a refugiarse en la ciudad. Y corre
como quien asesina. Yno comprende
el castigo del agua, su sencilla
servidumbre; tan sólo estar a salvo
es lo que quiere. Por eso no sabe
que le crece como un renuevo fértil
en su respiración acelerada,
que es cebo vivo, amor ya sin remedio,
cantera rica. Y, ante la sorpresa
de tal fecundidad,
se atropella y recela;
siente, muy en lo oscuro, que está limpio
para siempre, pero él no lo resiste;
y mira, y busca, y huye,
y, al llegar a cubierto,
entra mojado y libre, y se cobija,
y respira tranquilo en su ignorancia
al ver cómo su ropa
poco a poco se seca
Noche abierta
Bienvenida la noche para quien va seguro
y con los ojos claros mira sereno el campo,
y con la vida limpia mira con paz el cielo,
su ciudad y su casa, su familia y su obra.
Pero a quien anda a tientas y ve sombra, ve el duro
ceño del cielo y vive la condena de su tierra
y la malevolencia de sus seres queridos,
enemiga es la noche y su piedad acoso.
Y aun más en este páramo de la alta Rioja
donde se abre con tanta claridad que deslumbra,
palpita tan cercana que sobrecoge, y muy
en el alma se entra, y la remueve a fondo.
Porque la noche siempre, como el fuego, revela,
refina, pule el tiempo, la oración y el sollozo,
da tersura al pecado, limpidez al recuerdo,
castigando y salvando toda una vida entera.
Bienvenida la noche con su peligro hermoso.
Un viento
Dejad que el viento me traspase el cuerpo
y lo ilumine. Viento sur, salino,
muy soleado y muy recién lavado
de intimidad y redención, y de
impaciencia. Entra, entra en mi lumbre,
ábreme ese camino
nunca sabido: el de la claridad.
Suena con sed de espacio,
viento de junio, tan intenso y libre
que la respiración, que ahora es deseo,
me salve. Ven,
conocimiento mío, a través de
tanta materia deslumbrada por tu honda
gracia.
Cuán a fondo me asaltas y me enseñas
a vivir, a olvidar,
tú, con tu clara música.
Y como alzas mi vida
muy silenciosamente,
muy de mañana y amorosamente
con esa puerta luminosa y cierta
que se me abre serena
porque contigo no me importa nunca
que algo me nuble el alma.
Cantata del miedo
I
Es el tiempo, es el miedo
los que más nos enseñan
nuestra miseria y nuestra riqueza.
Miedo encima de un cuerpo,
miedo a perderlo,
el miedo boca a boca.
Miedo al ver esta tierra
vieja y rojiza, como tantas veces,
metiendo en ella el ritmo de mi vida,
desandado lo andado,
desde Logroño a Burgos. Para que no huya,
para que no descanse y no me atreva
a declarar mi amor palpable, para
que ahora no huela
el estremecimiento, que es casi inocencia,
del humo de esas
hogueras de este otoño,
vienes tu, miedo mio, amigo mío,
con tu boca cerrada,
con tus manos tan acariciadoras,
con tu modo de andar emocionado,
enamorado, como si te arrimaras
en vez de irte.
Quiero verte la cara
con tu nariz lasciva,
y tu frente serena, sin arrugas,
agua rebelde y, fría,
y tus estrechos ojos muy negros y redondos.
Pequeño de estatura, como todos los santos,
algo caído de hombros y menudo
de voz, de brazos cortos, infantiles,
zurdo,
con traje a rayas, siempre muy de domingo,
de milagrosos gestos y de manos
de tamaño voraz.
Qué importa tu figura
si estás conmigo ahora respirando, temblando
con el viento del Este.
Y es que en el hallaríamos el suspiro inocente,
el poderío de las sensaciones,
la cosecha de la alegría junto a la
del desaliento.
II
Es el miedo, es el miedo.
Ciego guiando a otro ciego,
miedo que es el origen de la desconfianza,
de la maldad, pérdida de la fe,
burla y almena. Sí, la peor cuña:
la de la misma madera. Mas también es arcilla
mejorando la tierra.
Coge este vaso de agua y en él lo sentirás
porque el agua da miedo al contemplarla,
sobre todo al beberla, tan sencilla
y temerosa y misteriosa, y nueva, siempre.
Toca este cuerpo de mujer, y
temblar£á, al besarlo sobre todo,
porque el cuerpo da miedo al contemplarlo
y aun más si se le ama, por tan desconocido.
Y aún más si se entra en él y en él se oye
la disciplina de las estrellas,
ahí, en el sobaco sudoroso,
en los lunares centelleantes junto
al sexo.
Abre esa puerta, ciérrala:
ahí, en sus goznes, hallarás tu vida
que hoy es audacia y no
como otras veces, cobardía ante
el estéril recuerdo y el olvido,
tan adulador.
Anda por esas calles
cuando esta amaneciendo y cuando el viento
presagia lluvia, muy acompañado
de esta grisácea luz pobre de miembros
y que aún nos sobrecoge
y da profundidad a la respiración.
¿Nunca secará el sol
lo que siempre pusimos
al aire: nuestro miedo,
nuestro pequeño amor?
Tan poderoso como la esperanza
o el recuerdo, es el miedo,
no sé si oscuro o luminoso, pero
nivelando, aplomando, remontando
nuestra vida.
III
Vamos, amigo mio, miedo mio.
Mentiroso como los pecadores,
ten valor, ten valor.
Intenta seducirme
con dinero, con gestos,
con tu gracia acuciante en las esquinas
buscando ese sombrío y fervoroso
beso,
ese abrazo sin goce,
la cama que separa, como el lino,
la caña de la fibra.
Quiero verte las lagrimas
aunque sean de sidra o de vinagre,
nunca de miel doméstica.
Quiero verte las lagrimas
y quiero ver las mías,
éstas de ahora cuando te desprecio
y te canto,
cuando te veo con tal claridad
que siento tu latido que me hiere,
me acosa, me susurra, y casi me domina,
y me cura de tí, de tí, de tí.
Perdón, porque tú eres
amigo mío, compañero mío.
Tú, viejo y maldito cómplice.
¿El menos traicionero?.
Calle sin nombre
I
¿Y no hay peligro, salvación, castigo,
maleficio de octubre
tras la honda promesa de la noche,
junto al acoso de la lluvia que antes
era secreto muy fecundo y ahora me está lavando
el recuerdo, sonando sin lealtad,
enemiga serena en esta calle?
¿Y la palpitación oscura del destino,
aún no maduro hoy?
Oigo la claridad nocturna y la astucia del viento
como sediento y fugitivo siempre.
Pero ¿dónde está, dónde
ese nido secreto de alas amanecidas
de golondrinas?
Alguien me llama desde
estas ventanas esperando el alba,
desde estas casas transparentes, solas,
con destello y ceniza
y con la herencia de sus cicatrices mientras
esta puerta cerrada se hace música
esperando una mano que la abra
sin temor y sin polvo. ¿Y dónde los vecinos?
II
Está ya clareando.
Y cuando las semillas de la lluvia
fecundan el silencio y el misterio,
la espuma de la huella
sonando en inquietud, con estremecimiento,
como si fuera la primera vez
entre el aire y la luz y una caricia,
ya no importan como antes,
del contorno del hierro en los balcones,
las tejas soleadas
ni el azul mate oscuro
del cemento y del cielo.
La calle se esta alzando. ¿Y quién la pisa?
Que dejar que el paso, como el agua,
se desnude y se lave
algunas veces seco, ágil o mal templado;
otras veces, como ahora
tan poco compañero, sin entrega ni audacia,
caminando sin rumbo y con desconfianza
entre un pueblo engañado, envilecido,
con vida sin tempero,
con libertad sin canto?
Me está hablando esta acera como un ala
y esta pared en sombra que me fija y me talla
con la cal sin tomillo y sin vuelo sin suerte
la juventud perdida. Hay que seguir. Más lejos...
Y voy de puerta en puerta
calle arriba y abajo
y antes de que me vaya
quiero ver esa cara ahi a media ventana,
transparente y callada
junto al asombro de su intimidad
con la cadencia del cristal sin nido
muy bien transfigurada por la luz,
por el reflejo duro de meseta,
con pudor desvalido,
asomada en silencio y aventura.
Quiero ver esa cara. Y verme en ella.
III
Ha amanecido. Y cada esquina canta,
tiembla recién llovida. Están muy altos
el cemento y el cielo.
Me está llamando el aire con rutina,
sin uso.
El violeta nuevo de las nubes
vacila, se acobarda. Y muy abiertas
vuelan las golondrinas y la ciudad sin quicios,
el bronce en flor de las campanas. ¿Dónde,
dónde mis pasos?
Tu no andes más. Dí adiós.
Tu deja que esta calle
siga hablando por ti, aunque nunca vuelvas.
BRUJAS A
MEDIODÍA
(Hacia el
conocimiento)
No son cosas
de viejas
ni de agujas
sin ojo o alfileres
sin cabeza.
No salta,
como sal en
la lumbre, este sencillo
sortilegio,
este viejo
maleficio.
Ni hisopo
para rociar
ni vela
de cera
virgen necesita. Cada
forma de
vida tiene
un punto de
cocción, un meteoro
de burbujas.
Allí, donde el sorteo
de los
sentidos busca
propiedad,
allí, donde
se cuaja el
ser, en ese
vivo
estambre, se aloja
la
hechicería. No es tan sólo el cuerpo,
con su
leyenda de torpeza, lo que
nos engaña:
en la misma
constitución
de la materia, en tanta
claridad que
es estafa,
guiños,
mejunjes, trémulo
carmín, nos
trastornan. Y huele
a toca negra
y aceitosa, a pura
bruja este
mediodía de septiembre de 2015 y en los pliegues del aire,
en los
altares del espacio hay vicios
enterrados,
lugares
donde se
compra juventud, siniestras
recetas para
amores. Y en la tensa
maduración
del día, no unos labios
sino secas
encías,
nos chupan
de la sangre
el rezo y la
blasfemia,
el recuerdo,
el olvido,
todo aquello
que fue sosiego o fiebre.
Como quien
lee en un renglón tachado
el
arrepentimiento de una vida,
con tesón,
con piedad, con fe, aun con odio,
ahora, a
mediodía, cuando hace
calor y está
apagado
el sabor,
contemplamos
el hondo
estrago y el tenaz progreso
de las
cosas, su eterno delirio, mientras chillan
las
golondrinas de la huida.
La flor del
monte, la manteca añeja,
el ombligo
de niño, la verbena
de la mañana
de San Juan, el manco
muñeco, la
resina,
buena para caderas
de mujer,
el azafrán,
el cardo bajo, la olla
de Talavera
con pimienta v vino.
Todo lo que
es cosa de brujas, cosa
natural, hoy
no es nada
junto a este
aquelarre
de imágenes
que, ahora,
cuando los
seres dejan poca sombra,
da un
reflejo: la vida.
La vida no
es reflejo
pero, ¿cuál
es su imagen?
Un cuerpo
encima de otro
¿siente
resurrección o muerte? ¿Cómo
envenenar,
lavar
este aire
que no es nuestro pulmón?
¿Por qué
quien ama nunca
busca
verdad, sino que busca dicha?
¿Cómo sin la
verdad
puede
existir la dicha? He aquí todo.
Pero
nosotros nunca
tocamos la
sutura,
esa costura
(a veces un remiendo,
a veces un
bordado),
entre
nuestros sentidos y las cosas,
esa fina
arenilla
que ya no
huele dulce sino a sal,
donde el río
y el mar se desembocan,
un eco en
otro eco, los escombros
de un sueño
en la cal viva
del sueño
aquel por el que yo di un mundo
y lo seguiré
dando. Entre las ruinas
del sol
tiembla
un nido con
calor nocturno. Entre
la ignominia
de nuestras leyes se alza
el retablo
con viejo
oro y vieja
doctrina
de la nueva
justicia. ¿En qué mercados
de altas
sisas el agua
es vino, el
vino sangre, sed la sangre?
¿Por qué
aduanas pasa
de
contrabando harina
como carne,
la carne
como polvo y
el polvo
como carne
futura?
Esto es cosa
de bobos. Un delito
común este
de andar entre pellizcos
de brujas.
Porque ellas
no estudian
sino bailan
y mean, son
amigas
de bodegas.
Y ahora,
a mediodía,
si ellas nos
besan desde tantas cosas,
¿dónde
estará su noche,
dónde sus
labios, dónde nuestra boca
para aceptar
tanta mentira y tanto
amor?.
CON MEDIA
AZUMBRE DE VINO
¡Nunca
serenos! ¡Siempre
Con vino
encima! ¿Quién va a aguarlo ahora
Que estamos
en el pueblo y lo bebemos
en paz? Y
sin especias,
no en el
sabor la fuerza, media azumbre
de vino
peleón, doncel o albillo,
tinto de
Toro. Cuánto necesita
mi juventud;
mi corazón, qué poco.
¡Meted hoy
en los ojos el aliento
del mundo,
el resplandor del día! Cuándo
por una sola
vez y aquí, enfilando
cielo y
tierra, estaremos ciegos. ¡Tardes,
mañanas,
noches, todo, árboles, senderos,
cegadme! El
sol no importa, las lejanas
estrellas…
¡Quiero ver, oh, quiero veros!
Y corre el
vino y cuánta,
entre pecho
y espalda cuánta madre
de amistad
fiel nos riega y nos desbroza.
Voy
recordando aquellos días. ¡Todos,
pisad todos
la sola uva del mundo:
el corazón
del hombre! ¡Con su sangre
marcad las
puertas! Ved: ya los sentidos
son una luz
hacia lo verdadero.
Tan de
repente ha sido.
Cuánta
esperanza, cuánta cuba hermosa
sin fondo,
con olor a tierra, a humo.
Hoy he
querido celebrar aquello
mientras las
nubes van hacia la puesta.
Y antes de
que las lluvias del otoño
caigan, oíd:
vendimiad todo lo vuestro,
contad
conmigo. Ebrios de sequía,
sea la
claridad zaguán del alma.
¿Dónde
quedaron mis borracherías?
Ante esta
media azumbre, gracias, gracias
una vez más
y adiós, adiós por siempre.
No volverá
el amigo fiel de entonces.
AL FUEGO DEL
HOGAR
Aún no
pongáis las manos junto al fuego.
Refresca ya,
y las mías
están solas;
y qué importa, si luego
vais a
venir, que se me queden frías.
Entonces qué
rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo
subirá, como si el sueño,
toda la vida
se prendiera. ¡Rama
que no dura,
sarmiento que un instante
es un pajar
y se consume, nunca,
nunca arderá
bastante
la lumbre,
aunque se haga con estrellas!
Éste al
menos es fuego
de cepa y me
calienta todo el día.
Manos
queridas, manos que ahora llego
casi a
tocar, aquélla, la más mía,
¡pensar que
es pronto y el hogar crepita,
y está ya al
rojo vivo,
y es fragua
eterna, y funde, y resucita
aquel tizón,
aquel del que recibo
todo el
calor ahora,
el de la
infancia! Igual que el aire en torno
de la llama
también es llama, en torno
de aquellas
ascuas humo fui. La hora
del
refranero blanco, de la vieja
cuenta, del
gran jornal siempre seguro.
¡Decidme que
no es tarde! Afuera deja
su ventisca
el invierno y está oscuro.
Hoy o ya
nunca más. Lo sé. Creía
poder estar
aún con vosotros, pero
vedme, frías
las manos todavía
esta noche
de enero
junto al
hogar de siempre. Cuánto humo
sube. Cuánto
calor habré perdido.
Dejadme ver
en lo que se convierte,
olerlo al
menos, ver dónde ha llegado
antes de que
despierte,
antes de que
el hogar esté apagado.
COMO EL SON DE LAS HOJAS DEL ÁLAMO
EL dolor
verdadero no hace ruido.
Deja un
susurro como el de las hojas
del álamo
mecidas por el viento,
un rumor
entrañable, de tan honda
vibración,
tan sensible al menor roce,
que puede hacerse
soledad, discordia,
injusticia o
despecho. Estoy oyendo
su murmurado
son que no alborota
sino que da
armonía, tan buido
y sutil, tan
timbrado de espaciosa
serenidad,
en medio de esta tarde,
que casi es
ya cordura dolorosa,
pura
resignación. Traición que vino
de un ruin
consejo de la seca boca
de la
envidia. Es lo mismo. Estoy oyendo
Lo que me
obliga y me enriquece a costa
de heridas
que aún supuran. Dolor que oigo
muy
recogidamente como a fronda
mecida sin
buscar señas, palabras
o significación.
Música sola,
sin enigmas,
son solo que traspasa
mi corazón,
dolor que es mi victoria.
NOCHE
ABIERTA
Bienvenida
la noche para quien va seguro
y con los
ojos claros mira sereno el campo,
y con la
vida limpia mira con paz el cielo,
su ciudad y
su casa, su familia y su obra.
Pero a quien
anda a tientas y ve sombra, ve el duro
ceño del
cielo y vive la condena de su tierra
y la
malevolencia de sus seres queridos,
enemiga es
la noche y su piedad acoso.
Y aún más en
este páramo de la alta Rioja
donde se
abre con tanta claridad que deslumbra,
palpita tan
cercana que sobrecoge y muy
en el alma
se entra, y la remueve a fondo.
Porque la
noche siempre, como el fuego, revela,
refina, pule
el tiempo, la oración y el sollozo,
da tersura
al pecado, limpidez al recuerdo,
castigando y
salvando toda una vida entera.
Bienvenida
la noche con su peligro hermoso.
ARENA
La arena,
tan desnuda y tan desamparada
tan acosada,
nunca
embustera, ágil,
con su
sumisa libertad sin luto,
me está
lavando ahora.
La
vanagloria oscura de la piedra
hela aquí:
entre la yema
de mis
dedos,
con el
susurro de su despedida
y con su
olor a ala tempranera.
Vuela tú,
vuela,
pequeña
arena mía,
en mi vida,
por favor, ahora que necesito
tu cadencia,
ya muy latiendo en luz,
con el
misterio de la melodía
de tu
serenidad,
de tu honda
ternura.
UNA
APARICIÓN
Llegó con un
aliento muv oscuro,
en ayunas,
con apetito
seco,
muy seguro y
muy libre, sin fatiga,
ya viejo,
con arrugas
luminosas,
con su
respiración tan inocente,
con su
mirada audaz y recogida.
Llegó bien
arrimado, bien cantado
en su
cuerpo, en su traje sin boda,
con
resplandor muy mudo de su paso.
Volvió atrás
su mirada
como si
hiciera nata antes de queso,
con la
desecación sobria y altiva
de sus manos
tan sucias,
con sus
dientes nublados,
a oscuras,
en el polen de la boca.
Llegó. No sé
su nombre,
pero lo
sabré siempre.
Estaba
amaneciendo con un silencio frío,
con olor a
resina y a vino bien posado,
entre
taberna y juerga.
Y dijo: «Hay
un sonido
dentro del
vaso»…
¿De qué
color?, yo dije. Estás mintiendo.
Sacó un
plato pequeño y dibujó en la entraña
de la
porcelana,
con sus uñas
maduras,
con su
aliento y el humo de un cigarro,
una casa,
un camino de
piedra estremecida,
como los
niños.
-
¿Ves?
¿No oyes el
viento de la piedra ahora?
Sopló sobre
el dibujo
y no hubo
nada. «Adiós.
Yo soy el
Rey del Humo.»
SIN EPITAFIO
Levanta el
vuelo entre los copos ciegos
de cada
letra. Deja
a esta
inocencia que se está grabando
en el centro
del alma. Deja, deja
tanto
misterio y tanta cercanía,
tanto
secreto que es renacimiento.
La vida se
adivina. Vete. Fue
esta armonía
de dolor y gracia,
tanta
felicidad que es la verdad
y ahora
alumbra tu oficio
con su silencio
fugitivo, en son
sereno como
de agua a mediodía.
Levanta el
vuelo. No entres
en este
cuerpo entero:
donde está
amaneciendo.
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