miércoles, 11 de junio de 2014

Visita a Jesús Sacramentado.


VISITA A JESÚS SACRAMENTADO


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


¡Corazón de Jesús Sacramentado! Con mucha pena de no ser como Tú quieres que sea y con muchos deseos de ser como Tú quieres que sea, vengo a tener contigo este rato de conversación afectuosa, a los pies de tu Sagrario, donde has querido quedarte por mí, para Tu mayor gloria, honor de mi Madre Inmaculada y provecho de mi alma. 
San José, enséñame a escuchar y a hablar a Jesús.



Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.

Sea por siempre bendito y alabado
Padrenuestro, Avemaría y Gloria (Se repite tres veces).

                          Comunión espiritual
Jesús mío, creo que Tú estás en el Santísimo Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte ahora dentro de mi alma; ya que no te puedo recibir sacramentalmente, ven a lo menos espiritualmente a mi corazón. Señor, no soy digno ni merezco que entres en mi pobre morada pero di una sola palabra y mi alma será sana y salva. El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, guarden mi alma para la vida eterna. Amén.


Oración de Santo Tomás de Aquino
(Adoro te devote)


Te adoro con fervor, deidad oculta, que estás bajo estas formas escondida; 
a ti mi corazón se rinde entero, y desfallece todo si te mira. 
Se engaña en ti la vista, el tacto, el gusto, mas tu palabra engendra fe rendida; cuanto el Hijo de Dios ha dicho, creo; 
pues no hay verdad cual la verdad divina. En la Cruz la deidad estaba oculta, 
aquí la humanidad yace escondida; 
y ambas cosas creyendo y confesando, imploro yo lo que imploraba Dimas.  
No veo, como vio Tomás, tus llagas, 
mas por su Dios te aclama el alma mía: 
haz que siempre, Señor, en ti yo crea, 
que espere en ti, que te ame sin medida. 
Oh memorial de la pasión de Cristo, 
oh pan vivo que al hombre das la vida: concede que de ti viva mi alma, 
y guste de tus célicas delicias. 
Jesús mío, pelícano piadoso, 
con tu sangre mi pecho impuro limpia, 
que de tal sangre una gota puede todo el mundo salvar de su malicia. 
Jesús, a quien ahora miro oculto, 
cumple, Señor, lo que mi pecho ansía: 
que a cara descubierta contemplándote, 
por siempre goce de tu clara vista. 
Amén.
  

Oración a Jesús en el Santísimo Sacramento


Oh Divino Jesús! que estáis solitario en tantos tabernáculos del mundo, sin que vuestras criaturas vayan a visitaros y adoraros. Yo os ofrezco mi pobre corazón, deseando que todos sus latidos sean otros tantos de amor y adoración. 
Vos, Señor, estáis siempre en vela bajo las especies Sacramentales, vuestro amor misericordioso nunca duerme ni se cansa de velar por los pecadores. 
¡Oh Jesús amantísimo! ¡Oh Jesús solitario! haced mi corazón cual lámpara encendida; en caridad se inflame y arda siempre en vuestro amor. 
Vela ¡oh centinela Divino! vela por el mísero mundo, por los sacerdotes, por las almas consagradas, las extraviadas, por los pobres enfermos cuyas noches interminables necesitan tu fortaleza y tu consuelo, por los moribundos y por ésta tu humilde sierva que, para mejor servirte, descansa pero sin alejarse de Ti, de tu Sagrario… donde vives en la soledad y el silencio. 
Sea siempre bendito, alabado, adorado, amado y reverenciado el Corazón Sagrado de Jesús en todos los Sagrarios del mundo. Amén.
 

 

Atraído por los encantos de tu amor, Jesús Sacramentado, vengo a tu presencia para adorarte como a mi Dios y mi Padre, aquí presente; para alabarte en compañía de la Corte celestial, que tienes a tu alrededor; para darte las más rendidas gracias por los incontables beneficios que me has concedido durante mi vida, pedirte perdón por mis faltas; y, finalmente, pedir nuevos favores para mí y para el mundo entero, que en adelante vamos a necesitar. 

Protege mi vida con tu amor de Padre y concédeme a mí y a mis familiares todos, a mis amigos y a cuantos se encomiendan a mis oraciones, las gracias espirituales y materiales que necesitamos para amarte y servirte como debemos. 

Bendice al Santo Padre, a la Iglesia toda y a todos los cristianos, para que cada uno en su lugar cumplamos fielmente la voluntad del Padre, como Tú la cumpliste durante tu vida mortal. 

A las Autoridades y a los padres y madres de familia dales que sepan realizar la gran misión que tú les has encomendado, de llevar, por los caminos de la prosperidad y del bien, a sus súbditos e hijos a la Patria del Cielo. 

Haz que llegue la luz del Evangelio a todos los infieles, la gracia a todos los pecadores y, a las almas todas, la paz, el amor y el bien. 

Otorga a nuestros difuntos tu abundante misericordia y, con ella, dales el descanso del Cielo, que con tantas ansias esperan. 

Santísima Virgen María, Glorioso San José y Ángeles todos de nuestra Guarda interceded por nosotros ante Jesús Sacramentado, aquí presente, para que a nosotros y al mundo entero nos conceda las gracias y favores, que necesitamos para servirle y amarle con la mayor fidelidad, durante nuestra vida y en nuestra muerte. Y, al fin, lleguemos todos a conseguir la Corona, que el Padre nos tiene preparada en el Cielo. 
P. Lucio Sáinz. O. P.  
Montesclaros (Cantabria]


Alma de Cristo santifícame.  
Cuerpo de Cristo, sálvame.  
Sangre de Cristo, embriágame.  
Agua del costado de Cristo, lávame.  
Pasión de Cristo, confórtame. 
 ¡Oh, buen Jesús!, óyeme.  
Dentro de tus llagas, escóndeme.  
No permitas que me aparte de Ti.  
Del maligno enemigo, defiéndeme. 
 En la hora de mi muerte, llámame.  
Y mándame ir a Ti.  
Para que con tus santos te alabe. 
 Por los siglos de los siglos.

¡Amén!


Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú, que vives y reinas con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén

ORACIÓN POR LOS CRISTIANOS PERSEGUIDOS


Dios nuestro, que en tu misteriosa Providencia has querido asociar tu Iglesia a los sufrimientos de tu Hijo, concede a los fieles que sufren persecución a causa de tu Nombre, el don de la paciencia y la caridad, para que puedan dar testimonio fiel y creíble de tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
  


Padrenuestro vocacional


Padre nuestro que estás en el cielo  
danos sacerdotes santos
Para que tu nombre sea santificado en nosotros danos sacerdotes santos  
Para que tu reino se haga cada vez más presente en nosotros  
danos sacerdotes santos  
Para que Tu voluntad se cumpla en la Tierra como en el Cielo  
danos sacerdotes santos 
Para que nunca nos falte el pan de vida, tu palabra y tu Eucaristía  
danos sacerdotes santos  
Para que perdones nuestros pecados  
danos sacerdotes santos
Para que aprendamos a perdonar a los que nos ofenden  
danos sacerdotes santos.  
Para que nos ayudes a superar las tentaciones danos sacerdotes santos  
Y líbranos de todo mal.
Amén.
  


Oración final


Gracias, Jesús mío, por la bondad con que me habéis recibido y permitido gozar de vuestra presencia y compañía amorosas. Me vuelvo a mis ocupaciones. Mi corazón queda contigo. En mi trabajo y en mis descansos me acordaré de Ti, y procuraré vivir con la dignidad que merece vuestra amistad divina.  
Dadme vuestra bendición y concededme todas las gracias, que necesito, para amaros y serviros con la mayor fidelidad.

Bendice, Señor, a nuestro Santísimo Padre el Papa, vuestro Vicario en la tierra; ilumínale, santifícale y líbrale de todos sus enemigos. Bendice a vuestra Iglesia Santa y haced que su luz brille en todas las naciones; y que los paganos conozcan y adoren al único verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo.  
Bendice a vuestros sacerdotes, santifícalos y multiplícalos.  
Bendice y protege a nuestra nación.  
Bendice a todos los adoradores del Santísimo Sacramento y concédeles la bienaventuranza eterna. 
Bendice a los que nos han ofendido y cólmalos de beneficios.  
Bendice a todos nuestros familiares y haced que vivan todos en vuestra gracia y amistad y que un día nos reunamos en la Gloria.  
Da el descanso eterno a todas las almas de los fieles difuntos que están en el Purgatorio.  
Da la salud a los enfermos. 
Convierte a todos los pecadores. 
Danos a todos vuestro divino amor, para que la fe que nos impide ahora ver vuestro santísimo rostro se convierta un día en luz esplendorosa en la Gloria, donde en unidad con el Padre y el Espíritu Santo te alabemos y bendigamos por los siglos de los siglos. 
Amén

  

ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA


¡Oh Virgen naciente, esperanza y aurora de la salvación para todo el mundo!, vuelve benigna tu mirada maternal hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias. 
 ¡Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir, conservar y meditar la Palabra de Dios!, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro preciado transmitido por nuestros padres.

Oh Virgen poderosa, que con tu pie aplastas la cabeza de la serpiente tentadora!, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las que hemos renunciado a Satanás, a sus obras y seducciones, y sepamos dar al mundo un gozoso testimonio de esperanza cristiana. ¡Oh Virgen clemente, que siempre has abierto tu corazón maternal a las invocaciones de la humanidad, a veces lacerada por el desamor y hasta, desgraciadamente, por el odio y la guerra! enséñanos a crecer, todos juntos, según las enseñanzas de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial. 
Amén.


ORACIÓN A SAN JOSÉ DE SANTA TERESA


Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi auxilio en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo, a fin de que tengan una feliz solución. Mi bienamado Padre, toda mi confianza está puesta en Vos. Que no se diga que Os he invocado en vano y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. 
 Amén.
  


Alabanzas al Santísimo Sacramento 
en reparación de las blasfemias


Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús.  
Bendito sea su Sacratísimo Corazón. 
 Bendita sea su Preciosísima Sangre.  
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.  
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción. 
 Bendita sea su gloriosa Asunción.  
Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre.  
Bendito sea San José, su castísimo esposo.  
Bendito sea Dios, en sus Ángeles y en sus Santos.  


Cantemos al Amor
de los amores,
cantemos al Señor.
Dios está aquí,
venid adoradores,
adoremos
a Cristo Redentor.
Gloria a Cristo Jesús
cielos y tierra
bendecid al Señor
Honor Y Gloria a Ti
Rey de la Gloria,
Amor por siempre a Ti,
Dios del amor.




domingo, 8 de junio de 2014

La casa del odio profundo. Padre Amorth y R. Ítalo Zanini


No es Dios quien nos lanza al infierno, somos nosotros quienes vamos allí con nuestros propios pies. La misericordia de Dios es infinita. Siempre está dispuesto a acogernos con los brazos abiertos, hasta el último instante de nuestra vida

La casa del odio profundo

A sor Faustina Kowalska, la santa que recibió la visión de la imagen del Cristo de la Misericordia, Jesús le repite decenas de veces que se dé a conocer a los hombres cuán grande es su amor por ellos, su capacidad de perdonar y de acogerlos siempre y en Jesús a la misma sor Kowalska en una de sus visiones, es que no lo quieren: «Hija mía, mira mi corazón misericordioso. Las llamas de la Misericordia me queman: deseo derramarlas sobre las almas de los hombres, pero las almas no quieren creer en mi bondad». En otro pasaje, Jesús le recuerda que «cuando un alma exalta mi bondad, entonces Satanás tiembla y huye a lo profundo del infierno». Frente a Jesús el diablo tiene terror, porque queda descubierta toda su inferioridad, toda su debilidad de criatura frente a su Creador, de la cual es perfectamente consciente.

Jesús, explica Kowalska en su diario –escrito siguiendo el hilo de sus diálogos místicos con nuestro Señor-, sufre terriblemente ante el pecado y goza como el padre del hijo pródigo cuando el pecador se confía a él, aunque sea solamente a la hora de la muerte. «Los que proclamen mi gran misericordia, pecados fueran negros como la noche, cuando un pecador se vuelve hacia mi misericordia me da la gloria más grande y es un honor de mi pasión».

El siervo de Dios Juan Semeria, que no era un místico sino un gran hombre de fe, de caridad y de oración, explicaba así, a su auditorio a finales del siglo XIX, la esperanza en Dios misericordioso: «Dios es amor, Deus Charitas est. Dios ama al hombre y necesita decir esta frase apasionadamente. Nos ama y mendiga nuestro amor. Nos ama y en el momento final de la vida se presenta por última vez. El, este amante rechazado, se presenta para escuchar una palabra de arrepentimiento, que expíe una vida de rechazos».
Como recita la segunda plegaria eucarística en el texto original completo, es decir, en el canon de Hipólito, Cristo es inmolado «para derrotar el poderío de la muerte, para destrozar los lazos del demonio, pisotear el infierno, llevar la luz a los justos, poner término a su prisión y anunciarles la resurrección».

Hasta el fin Jesús está empeñado en arrebatar al triste destino del infierno incluso a quien lo rechaza, a donde busca arrastrarlo el diablo hasta el último momento. Es así como la misma santa Faustina, en el momento en que se da cuenta de las dificultades enormes que se han de superar para llevar adelante la obra que le ha sido confiada por Jesús, anota: «Ahora he comprendido que Satanás odia más que nunca a la misericordia. Esta es su mayor tormento». Luego, con renovada esperanza añade: «Pero la palabra del Señor se realizará. La palabra de Dios es viva y las dificultades no aniquilan las obras de Dios, sino que demuestran que son de Dios».

Conceptos que han sido repetidos centenares de veces en las apariciones de Medjugorje, donde la Virgen pide con frecuencia «orar por los que están bajo el poder de Satanás», porque «Satanás es fuerte y siempre está al acecho y desea destruir no sólo la vida humana, sino también la naturaleza y el planeta en que vive». Siempre en sus apariciones, la Virgen ha invitado a poner la confianza en la oración y en la entrega humilde a la misericordia divina. Son interesantes en este sentido las apariciones de 1830 en la iglesia de Rué Du Bac en París, en las cuales María no sólo entrega a la vidente la imagen de la llamada «Medalla milagrosa», sino que también invita con decisión a ir «a los pies de este altar. Aquí las gracias serán derramadas sobre todos, sobre todas las personas que las pidan con fervor, sobre los pequeños y sobre los grandes… Yo estaré con vosotros».

Por tanto, Dios nos quiere a todos en el paraíso, nos proporciona los medios para llegar a El, incluso se ofrece a sí mismo, nos ofrece a su Madre. Entonces, ¿por qué hay infierno?, ¿quién lo ha creado?
Ciertamente no ha sido Dios. Son los mismos demonios los que lo manifiestan orgullosos en los exorcismos. Esto lo escuchó el padre Cándido una vez de un demonio que no quería irse de una persona.
—«Vete de este cuerpo —le decía-, vete al infierno. Dios te ha preparado un bello y cálido hogar».
La respuesta del demonio fue desconcertante:
—«Tú no entiendes nada, no sabes nada. No fue Él quien creó el infierno. Él ni siquiera lo había pensado. Lo hemos creado nosotros, los demonios».
El diablo creó de la nada el infierno. Incluso el infierno podría no ser un lugar. Algún teólogo ha hablado de un no lugar, partiendo del concepto de que el infierno es negación de Dios. De hecho, es prácticamente imposible poder definirlo. Muchos santos han tenido visiones del infierno, pero siempre distintas entre ellas y siempre según sus capacidades intelectuales y cognoscitivas.

El Catecismo de la Iglesia católica recuerda en el n. 212 del compendio que el infierno: «Consiste en la condenación eterna de todos los que, por libre opción, mueren en pecado mortal. La pena principal del infierno está en la separación eterna de Dios, el único en el cual el hombre tiene la vida y la felicidad, para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira». Por tanto se hace referencia a las palabras precisas de Jesús que trae Mateo 25,41: «Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno». Inmediatamente después, en el número 213, el Catecismo explica, con el versículo 9 de la segunda Carta de Pedro: «Dios quiere que todos tengan oportunidad de arrepentirse». Sin embargo, habiendo creado plenamente libre y responsable al hombre, respeta su voluntad. «Por consiguiente, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, hasta el momento de su propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios».

Lo que sabemos con certeza es que el infierno está poblado por los que rechazan y niegan de todas maneras el amor de Dios y su omnipotencia. Una de las preguntas a la Santísima Virgen hecha por una de las videntes de Medjugorje, Mirjana, se refería precisamente a la posibilidad de que un condenado pudiera cambiar de idea.
—Pero si un condenado se arrepintiera, ¿podría Jesús llevarlo del infierno al paraíso?
La Santísima Virgen respondió como desconsolada:
—El podría, pero son ellos los que no quieren.
No quieren porque su elección es voluntaria y definitiva. Palabras que recuerdan la parábola evangélica del rico «que se vestía de púrpura y de lino finísimo y todos los días celebraba espléndidos banquetes», quien una vez muerto y en el infierno, quería que Lázaro, también difunto pero «en el seno de Abrahán», fuera a donde sus hermanos para advertirles que si no llevaban una vida correcta estarían destinados a padecer eternamente. No dice que está arrepentido por la forma como vivió, no pregunta cuál puede ser el camino para salir de la situación en que se encuentra, quería que Lázaro bajara a llevarle un poco de agua o, por lo menos, que fuera a advertir a los de su casa para que no tuvieran el mismo final. También aquí la respuesta es de las que dejan la señal:
«Tienen la Ley y los profetas. Si no escuchan a Moisés y a los profetas tampoco se convencerán aunque un muerto resucitara».

Un concepto que Dante expresa por boca de Beatriz, con dos famosos tercetos en el quinto canto del Paraíso:
«Cristianos, sed más graves en vuestros movimientos:
no seáis como pluma que se mueve a cualquier viento,
y no creáis que cualquier agua os lava.
Tienen el Nuevo y el Antiguo Testamento,
 y el pastor de la Iglesia que los guía;
básteles esto para su salvación».

El problema es que el que quiere condenarse y busca obstinadamente este objetivo, se hace en todo semejante a Satanás. Siempre más perverso pero también más soberbio y convencido de que su opción es la más justa, aquella capaz de realizar su libertad y sentimiento de omnipotencia. Y la máxima perversidad va acampanada de un gran engaño. El que vive en el pecado es en sí mismo tan perverso que, al igual que el diablo, se engaña a sí mismo. Pero no debemos pensar cosa de un instante. En una sociedad como la nuestra, a menudo se vive de modo que la persona se acostumbra al pecado.

Lo que es pecado ya no es identificado como tal. Así se suma pecado a pecado. Mil ocasiones ofrecen excusas plausibles a nuestras faltas. La persona se vuelve cada vez más disoluta sin siquiera darse cuenta. «El pecado grave –escribe Semeria, en un pasaje de un famoso cuaresmal, que permaneció grabado en la memoria del entonces monseñor Jaime Della Chiesa, después Benedicto XV- no es y no puede ser un fenómeno imprevisto. La persona no se vuelve mala en un día. Como lentamente, paso a paso, se sube por la cuesta de la virtud, así, lentamente, paso a paso, se desciende por la pendiente del vicio». Por tanto, advirtiendo a las personas que llenaban la Basílica romana de San Lorenzo en Damas, entre las que había algunos otros prelados, la reina Margarita con su séquito, magistrados y famosos profesores de inspiración masónica de la vecina universidad La Sapienza, invitaba al ejercicio siempre más desacostumbrado del examen de conciencia: «Hermanos míos, que por un justo temor del infierno, buscáis persuadiros de que él no existe, sed francos y decidme: ¿cuántas veces y de cuántas maneras Dios os ha llamado y vosotros habéis rechazado sus invitaciones?».

Muchos santos, como por ejemplo Teresa de Ávila, han tenido terribles visiones del infierno poblado por multitudes de almas, mientras otras seguían cayendo en grupos. La descripción de santa Verónica de Giuliani es muy detallada. Lucifer, en el centro, con su mirada controla todo. Inmediatamente bajo él, Judas. Después, el clero, subdividido por categorías, en riguroso orden de importancia. En último lugar la inmensa turba de condenados. Y naturalmente, como en el paraíso, no todos son iguales. Sobre este último concepto ha jugado mucho Dante con su hipótesis sobre la pena a contrapaso, es decir, de la estrecha relación entre el tipo de pecado cometido en vida y la pena sufrida en el infierno. El gran interés de la visión de Verónica Giuliani se debe también al milagroso descubrimiento de sus escritos en veintidós mil folios por parte de un peregrino francés de 80 años, mucho tiempo después de su muerte. Antes de aquel descubrimiento nadie habría pensado que aquella mujer hubiera sido una santa. Había vivido, había tenido sus visiones místicas y las había escrito ocultamente. 

Del libro: "Más fuertes que el mal" del Padre Gabriel Amorth y el periodista Roberto Ítalo Zanini. Editorial San Pablo.

sábado, 24 de mayo de 2014

El verdadero rostro de María. De Glez-Carvajal.

El verdadero rostro de María

Capítulo 23 del libro de

Luis González-Carvajal Santabárbara 

ESTA ES NUESTRA FE 
Teología para universitarios

La figura de María aparece al final del libro porque, siendo como es modelo para los discípulos de Jesús, en ella encontraremos recapituladas las ideas que han ido apareciendo a lo largo de los capítulos anteriores. Al lector le servirá, sin duda, de repaso general.
Parodiando una fórmula cristológica diría que es necesario distinguir entre la «María de la historia» y la «María de la fe». Hoy sería una ingenuidad ponerse a escribir una «Vida de María», al estilo de aquellas de Willam o Rilke; y no sólo porque los datos que aporta sobre ella el Nuevo Testamento son harto escasos, sino también porque los acontecimientos están narrados con muchísima «libertad». Sabemos ya que los autores bíblicos pretendían servir mejor a la teología que a la historia. Pero, a pesar de esa dificultad, merece la pena acercarnos a su figura.

La anunciación

Si prescindimos de los relatos fantásticos que los evangelios apócrifos inventaron sobre la infancia de María, la primera noticia cierta que tenemos de ella es la referente a la anunciación (Lc 1, 26-38).
¿En qué consistió la anunciación? Ya hemos dicho que no es fácil acceder a la «María de la historia». El dato revelado nos dice que pasó algo a nivel de experiencia profunda de fe en la vida de María; pero resulta muy difícil saber en qué consistió ese «algo», porque el relato de Lucas no se ha construido a partir de la historia sino a partir de los modelos estereotipados de anunciaciones que contiene el Antiguo Testamento: aparición del ángel, reacción de temor, anuncio del nacimiento, imposición del nombre, indagación del que recibe el anuncio («¿cómo?») y donación de una señal. Desde luego nadie debe pensar que María vio y escuchó a alguien con sus sentidos corporales. Si los ángeles son incorpóreos, ni pueden ser vistos ni tienen cuerdas vocales. «Expresándonos en terminología teológica clásica diríamos que María recibió una revelación a través de una experiencia mística».
Es importante llamar la atención sobre el detalle de que Dios no impuso su voluntad a María, sino que pidió su consentimiento para la obra que deseaba realizar. A la escena de Nazaret podrían muy bien aplicarse las palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa» (3, 20). Y es que Dios está suficientemente bien educado para no forzar nunca una puerta. Si se hubiera encarnado «por sorpresa», tratando a María como un simple medio, no sólo se habría tratado de otro plan, sino también de «otro Dios». Con razón criticó el Concilio la frase de que «María fue un instrumento para los planes divinos» . Dios nunca trata así a las criaturas. El deseaba al Hijo eterno encarnado y confió su deseo a María, pero para que el deseo se cumpliera hacía falta que María también deseara lo mismo. Sólo cuando brotó del diálogo un deseo común el Hijo de Dios se atrevió a «acampar entre nosotros» (Jn 1, 14).

Concepción virginal

Lucas (1, 35) y —más claramente todavía— Mateo (1, 18) afirman la concepción virginal de Cristo. No todos saben lo que esto significa. Evidentemente, en el pensamiento actual no cabe la idea de que María se hubiera «manchado» o hecho «indigna» en caso de haber consumado con su esposo un matrimonio legítimo. Hoy nadie osaría hacer suyas las siguientes palabras de San Ambrosio:
«¿Es que iba a elegir nuestro Señor Jesús para madre suya a quien se atreviese a profanar la cámara celestial con el semen de un varón, cual si se tratase de una mujer incapaz de guardar intacto el pudor virginal?».
Es significativo a este respecto que muchas personas, incluso cultas, confunden el dogma de la Inmaculada Concepción de María —del cual hablaremos más adelante— con el dogma de la Concepción Virginal de Jesús , haciéndome sospechar que si una concepción virginal es para ellos sinónimo de «inmaculada», «limpia», una concepción marital será, sin duda, sinónimo de «sucia».
Pues bien, no hay nada de eso. El significado de la concepción virginal sólo puede ser éste: Que la salvación anhelada y buscada por los hombres no puede brotar de sus fuerzas naturales. Será siempre regalo de Dios.
¿La concepción de Jesús fue realmente virginal o estamos ante un relato elaborado por los evangelistas para transmitir el citado mensaje teológico? Como es sabido, mientras la Iglesia Católica y la Iglesia ortodoxa han defendido siempre la virginidad de María, en las Iglesias protestantes ha predominado la postura contraria. Recientemente una comisión ecuménica formada por doce escrituristas de diversas confesiones llegó a la siguiente conclusión: «No vemos cómo la moderna aproximación científica a los evangelios pueda resolver esa cuestión (…) Para contestar en un sentido o en otro es decisiva la actitud adoptada por cada uno frente a la tradición de la Iglesia» . Y es el testimonio constante de esa tradición quien nos hace dar a nosotros una respuesta afirmativa. Pero, naturalmente, la pastoral no debe centrar su atención en el hecho biológico, sino en su significado.

María y las esperanzas de Israel

Debido a la semejanza de Lc 1, 28 con Zac 9, 9 y Sof 3, 14  muchos autores han sugerido que Lucas quiso presentar a María como «Hija de Sión», es decir, una especie de personificación femenina del pueblo de Israel. Es difícil saber si tal cosa estuvo en la mente del tercer evangelista, pero desde luego es indudable que María perteneció a los «pobres de Yahveh», es decir, a ese pequeño «resto» de Israel que esperaba con ansia la salvación de Dios. En María podemos ver, pues, lo mejor del Israel antiguo; aquello que va a convertirse en Evangelio. Cuando María pronuncia el fiat pasa ella —y hace pasar a la humanidad— del Antiguo Testamento al Nuevo.
Esta es la razón por la que, frente al mes de mayo, debemos esforzarnos por revalorizar el adviento como tiempo mariano. Si durante las cuatro semanas de adviento la Iglesia quiere revivir la espera del resto de Israel, es claro que María se convierte en la figura clave de ese tiempo litúrgico.
Santo Tomás de Aquino afirmó que María dio su «sí» en 6 cuando el Hijo de Dios «vino a su casa, los suyos no le recibieron» (Jn 1, 11). Esa fue —como dirá Simeón— la «espada que traspasaría el alma de María»: Ver que muchos de su pueblo rechazarían el Evangelio, de modo que Jesús serviría en realidad para caída de unos y elevación de otros (Le 2, 34-35). Muchos creyentes sienten hoy un dolor semejante al ver que personas muy queridas se alejan de la fe (los padres con respecto a sus hijos, por ejemplo).
Guillerno de Newbury escribió una oración impresionante, y quizás única, de la Virgen a favor de su pueblo: «Acuérdate, Hijo mío, que de ellos tomaste la carne con que obraste la salvación del mundo…» .

María, modelo del discipulado cristiano

Lucas presenta a María como la primera que escuchó el Evangelio: «Hágase en mí según tu Palabra» (1, 38) Isabel  la saludará diciendo: «Dichosa tú que has creído» (1, 45). Por fin, en los Hechos de los Apóstoles (1, 14) aparece María entre los discípulos tras la resurrección. María, discípula de su Hijo y asociada a su tarea, recuerda fácilmente a la «La Madre» de Gorki.
Naturalmente, la fe de María tuvo que ir creciendo a lo largo de su vida. Lo que se dice de Cristo, con más motivo aún puede aplicarse a ella: «Progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Le 2, 52; cfr. 2, 40).
La suya, como la nuestra, fue una fe que ignora el futuro y no acaba de comprender (cfr. Lc 1, 29.34; 2, 50); pero fue también una fe ejemplar por su confianza ciega (cfr. Lc 1, 38.45) impregnada de meditación: «Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2, 19.51).
Naturalmente, la prueba de fuego para la fe de María llegaría en el Calvario. «En el momento de la anunciación había escuchado las palabras: «El será grande…, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre…; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su Reino no tendrá fin». Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado. «Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores…, despreciable…»» . Nosotros ya sabemos lo que es eso: La «Noche Oscura» de la fe.
Por todo ello, María es un modelo para nuestra vida creyente y debemos procurar que no aparezca nunca fuera de la Iglesia. Debe servirnos de ejemplo la decisión tomada por los padres conciliares de hablar de ella en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en vez de dedicarle un documento aparte.

María y las mujeres

No podemos negar que se ha hecho un uso antifeminista de la figura de María. A la vez que marginábamos a las mujeres concretas, la idealizábamos a ella por una especie de mecanismo compensatorio (nótese que las Iglesias Católica y Ortodoxa, que son las que tienen una mariología más desarrollada, son también las que menos responsabilidades permiten asumir a las mujeres concretas). Otras veces hemos propuesto como modelo femenino la modestia de María, su abnegación, su aceptación resignada de la voluntad de Dios, su pasividad, etc.
En primer lugar, habría que decir que, ciertamente, ella se declaró «esclava del Señor», pero no como acostumbraba a hacer la mujer frente al varón, sino como corresponde a cualquier criatura —sea del sexo que sea— ante el Creador. Y en segundo lugar, la supuesta pasividad de María no responde a la realidad. Dios respetó su libertad y ella, antes de pronunciar el fíat, quiso conocer y entender lo fundamental de la propuesta que se le hacía.
Tampoco puede exaltarse unilateralmente su maternidad para legitimar la imagen tradicional de la mujer. Lucas (11, 2728) nos ha transmitido una escena significativa: Ante Jesús, una mujer del pueblo exclama: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!» Con ello explícita la única gloria que aquella cultura concedía a la mujer: su hijo, y más todavía, su hijo varón. El vientre y los pechos no son los atributos de la mujer-persona, sino de la hembra con funciones de fecundidad biológica. Pues bien, con su respuesta, Jesús devolvió a su madre la dignidad de persona: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan». Dado que María guardaba esa Palabra en su corazón (Le 2, 19.51), es claro que Jesús no pretendió contraponer otras personas a su madre, sino que —en su madre, como en los demás— contrapuso unos motivos de dicha a otros.
Como dijo San Agustín: De nada hubiera servido a María la intimidad de la maternidad corporal si no hubiese «concebido a Cristo antes en su mente que en su seno».

María y los pobres

Celso reprochaba a Jesús que «procediera de una aldea judía, y de una mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando» . Aunque no sabemos si hilaba o no, parece, en efecto,  que la María de la historia fue pobre. Recordemos, por ejemplo, que la ofrenda que hizo con motivo de la presentación de Jesús en el templo fueron «un par de tórtolas o dos pichones» (Lc 2, 24), es decir, la ofrenda prescrita por la ley para los indigentes (Lev 12, 8).
Como hace notar José Ignacio González Faus, «fue una campesina sin aureola, sin recursos y sin medios. Para presentarla, Lucas necesita dar el nombre de su pueblo (Nazaret: Lc 1, 26), la localización de éste (Galilea: Le 1, 26) y su referencia familiar (casada con un tal José: Lc 1, 27). Sólo luego de estos datos nos dice su nombre. Y es claro que el evangelista no habría tenido que escribir así si su relato dijese, por ejemplo: «el ángel de Dios fue enviado a Cleopatra»; pues todos sus lectores sabían muy bien quién era Cleopatra» ‘. En la anunciación se ve claramente que «ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir a lo fuerte» (1 Cor 1, 27).
Lucas puso en boca de esa mujer pobre un cántico (el Magníficat: 1, 46-55) en el que alaba a Dios porque viene a liberar a los pobres. Pablo VI escribió:
«María de Nazaret fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente sumisa o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vengador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo. La figura de María no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado». (PABLO VI, Marialis Cultus, 37).
Son sin duda muy hermosas las vírgenes de Fra Angélico, pero la «María de la historia» no fue una gran dama ni vivió nunca en un palacio renacentista. Pastoralmente sería deseable una iconografía más respetuosa con la «María de la historia», y revalorizar advocaciones como aquella de «Redentora de cautivos».

Theotokos

El Concilio de Efeso (año 431) proclamó que María era la «Theotokos» (madre de Dios). Expresa una verdad innegable, pero la fórmula no está exenta de peligros. Antaño, cuando no había muerto todavía el culto a las diosas progenituras (Cibeles de Frigia, Isis de Egipto, Deméter de Eleuxis…), hubo Padres que evitaron esa fórmula —aun estando perfectamente de acuerdo con la idea que quería expresar— por temor a una falsa inteligencia. Es verdad que tanto el término griego (Theotókos) como el término latino (Deípara) usados por la Iglesia antigua tenían una gran precisión teológica de la que carece nuestra fórmula «Madre de Dios». Significaban literalmente que María dio a luz al que era Dios, y no suscitaban en absoluto la idea de que María, en cuanto madre, pudiera haber «producido a Dios».
Una vez aclarado ese posible malentendido, la teología guardó silencio ante el misterio y los Santos Padres utilizaron más bien el lenguaje de la poesía:
«Cuando contempla este divino niño, vencida—imagino— por el amor y por el temor, ella hablaría así consigo misma: ¿Qué nombre puedo dar a mi hijo que le venga bien? ¿hombre? Pero tu concepción es divina… ¿Dios? Pero por la encarnación has asumido lo humano… ¿Qué haré por ti? ¿Te alimentaré con leche o te celebraré como a un Dios? /.Cuidaré de ti como una madre o te adoraré como una esclava? ¿Te abrazaré como a un hijo o te rogaré como a un Dios? ¿Te ofreceré leche o te llevaré perfumes? (BASILIO DE SELEUCIA, Homilía sobre la Theotókos, 5 (PG 85, 448 AB)).
Por su similitud no resisto la tentación de reproducir un fragmento de una pieza escénica inédita que Jean-Paul Sartre escribió durante la segunda guerra mundial para sus compañeros de cautiverio creyentes:
«La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que yo habría querido pintar sobre su cara es una maravillosa ansiedad que nada más ha aparecido una vez sobre una figura humana. Porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve meses, y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le dice: «Mi pequeño». Pero en otros momentos se corta y piensa: «Dios está ahí», y ella es presa de un religioso temor ante ese Dios mudo, ante ese niño aterrador. Porque todas las madres se sienten a ratos detenidas ante ese trozo rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten desterradas ante esa nueva vida que se ha hecho con su vida y que tiene pensamientos extraños. Pero ningún niño ha sido más cruel y rápidamente arrancado a su madre que éste, porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar.
Pero yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y escurridizos, en los que ella siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y piensa: «Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos y el trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!»
Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios tan cálido que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo pintaría a María si supiera pintar…».( SARTRE, Jean Paul, Bariona (pieza escénica inédita). Cit. Por LAURENTIN, Rene, Court Traite sur la Vierge Marie, Lethielleux, París, 5.ed., 1968, p. 136).
Pero también hay un peligro en dejarse llevar demasiado por el sentimiento, y el teólogo debe estar sobreaviso para impedir que la mariología degenere en «una escolástica del corazón». Me parece erróneo, por ejemplo, sacar la conclusión de que Dios tiene que obedecer a María (la «omnipotencia suplicante). Por mucho que queramos conceder al entusiasmo del  predicador, son inaceptables las siguientes palabras:

«Como en este mundo un buen hijo respeta la autoridad de su madre, de suerte que ésta más bien manda que ruega, así Cristo, que un día sin duda le estuvo sujeto, nada puede negar a su madre (…) A ella le está bien no rogar, sino mandar».

Es verdad que María fue elegida por Dios para ser la madre de Cristo, pero ella seguirá siendo siempre una creatura ante su Creador. Pedro de Celle (+ 1183) recordó oportunamente que es la esclava del Señor.
Igualmente inaceptable es oponer la compasión de madre que tiene María a la justicia de Dios, proyectando sobre ambos los estereotipos femeninos y masculinos de nuestra sociedad. Uno se sorprende al leer frases como las siguientes:

«A nadie hallamos que, por sus merecimientos, tenga más poder para aplacar la ira del Juez que a ti, que mereciste ser madre del Redentor y del Juez »18.
«Aquel que es culpable contra el Dios justo, que se refugie junto a la dulce Madre del Dios de misericordia».
«Ella no deja que su Hijo hiera a los pecadores; pues, antes de María, no hubo nadie que se hubiera atrevido a contener al Señor». Ella es «la mejor aplacadora de su cólera».

Y en las apariciones de La Salette (1846) la Virgen aparecía deteniendo el brazo de su Hijo que quería castigar a los hombres, con lo cual los devotos de semejante imagen, en vez de buscar protección en Dios, buscan protección contra Dios. Han sido tantas las desviaciones que el mismo Pablo VI se vio o a llamar la atención:

«Algunos sostienen —dijo el Papa Montini—, con ingenua mentalidad, que la Virgen es más misericordiosa que el Señor; con juicio infantil se llega a sostener que el Señor es más severo que la Ley y necesitamos recurrir a la Virgen ya que, de otro modo, el I Señor nos castigaría.  Cierto: A la Virgen le ha sido encomendado el preclaro oficio de intercesora, pero la fuente de toda bondad es el Señor». 

Así, pues, si María es misericordiosa, Dios mucho más porque es la fuente de la misericordia de María. De hecho, ella misma corrigió anticipadamente a esos «devotos indiscretos» cuando, a la alabanza que le dirigió su prima Isabel (Lc 1, 4245), respondió que a Dios, y sólo a El, es debida toda gloria. Tal fue el tema del Magníficat (Lc 1, 46-55). (Existe, de hecho, un libro publicado en 1673 con el título «Advertencias saludables de la bienaventurada Virgen María a sus devotos indiscretos», que fue escrito por un católico a quien escandalizaban los excesos de su tiempo, y no por un protestante o un jansenista como se había supuesto).

Concepción inmaculada

El día 8 de diciembre de 1854 Pío IX definió ser doctrina revelada que María estuvo exenta del pecado original porque fue justificada por Dios desde el instante mismo de su concepción.
Hasta finales del siglo XIII todos los teólogos importantes (Bernardo de Claraval, Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, Buenaventura, Alberto Magno, Tomás de Aquino, etc.) se opusieron a la idea de que María pudiera haber estado exenta del pecado original porque les parecía que en tal caso no habría necesitado redención. Aunque la afirmación de la concepción inmaculada «parece convenir a la dignidad de la Virgen —decía Sto. Tomás de Aquino— menoscaba en cierto modo la dignidad de Cristo», que es el salvador de todos los hombres sin excepción.
Fue Duns Scoto (+ 1308) quien, desarrollando una intuición de su maestro Guillermo de Ware, resolvió la dificultad al sugerir que la exención del pecado en María fue precisamente un fruto anticipado de la redención. Impedir que alguien contraiga una enfermedad es mejor aún que curarle de ella, y en ambos casos debe su salud al médico.
Pero cabe preguntarse: Dado que el bautismo es el momento en que quienes nacimos sometidos al pecado original recibimos la justificación de Dios, ¿fue realmente tan grande la ventaja de María sobre el resto de los cristianos? ¿Quién de nosotros ha lamentado alguna vez seriamente haber sido bautizado unos días antes o después?
Desde luego, si todo se redujera a una «disputa por unos momentos», como la llama Rahner, no merecería la pena celebrar el privilegio de María con tanta solemnidad y regocijo. Pero es que hay algo más. Aunque el bautismo elimina el pecado original, persisten todavía en los bautizados las «reliquiae peccati»; esa división interior de la que todos tenemos experiencia. María, sin embargo, habiendo estado exenta del pecado original, es «la no dividida». Sólo en ella podía darse lo mismo una total receptividad hacia Dios que un rechazo radical.
Esto era muy importante para realizar su misión. Como dijeron los padres conciliares, «enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, María pudo abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios». Creo que, tanto si nos referimos a la inmaculada concepción como a cualquier otra cualidad de María, no deberíamos hablar de «privilegios». Esa palabra hace pensar que María recibió de Dios una serie de ventajas para sí misma, para su gloria, cuando en realidad Dios le concedió aquello que necesitaba para realizar mejor su vocación.

Asunción

El 1 de noviembre de 1950 Pío XII definió ser doctrina revelada que María, «una vez cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»
Ya en época temprana surgieron varios relatos apócrifos que describían la asunción de María al cielo. Algunos eran especialmente fantásticos, como éste que se puso bajo el nombre de San Juan Evangelista, aunque en realidad es de finales del siglo V:

«Un ángel se le aparece a María, le trae una palma y le anuncia su muerte. Ella convoca a sus amigos y les da la noticia (…) Camino del sepulcro, la comitiva fúnebre es atacada por los judíos; pero al sacerdote que quiere tocar el ataúd se le cortan maravillosamente las manos y los que le acompañan quedan ciegos. Por estos milagros se convierten y son curados. Luego los apóstoles depositan el cuerpo de María en el sepulcro; tres días más tarde viene Jesús de nuevo, los ángeles llevan el cuerpo al paraíso y lo ponen bajo el árbol de la vida, donde se une otra vez con su alma»

San Juan Damasceno nos ha transmitido una leyenda, mucho más mesurada, según la cual los apóstoles abrieron la tumba de María al tercer día de su muerte y encontraron sólo los sudarios.
Conviene aclarar, sin embargo, que la fe de la Iglesia no se apoya en ninguna de esas leyendas; es más, no debe apoyarse en ellas porque la asunción no fue un acontecimiento más de la vida de María que pudiera haber sido presenciado por algún cronista. Decir que fue «asunta a la gloria celestial» equivale a decir que fue asumida, tomada por Dios; y esto, obviamente, ocurre más allá de la historia. Quien sepa que el «cielo» de la fe no es el cielo de los astronautas, no caerá en la ingenuidad de imaginar un desplazamiento por los aires.
Así, pues, la Iglesia no supo de la asunción de María por el testimonio de la historia, sino por el testimonio de la fe. Jesús, al resucitar de entre los muertos, fue a «preparar un lugar» (Jn 14, 2) a quienes «mueren en Cristo» (1 Tes 4, 14). Entre ellos María —modelo del discipulado cristiano— ocupaba necesariamente el primer lugar.
Un día disfrutaremos nosotros también de esa dicha. Es significativo el hecho de que, para definir el dogma de la asunción, Pío XII no eligiera un 15 de agosto sino un 1 de noviembre (fiesta de todos los santos). Debemos dar por buena la intuición de los artistas que representaron siempre a María asunta a la gloria rodeada de un gran cortejo formado por los mártires y santos en general.

La asunción de María al lado del Padre nos dice que hay realidades que ya han sucedido; que no sólo han llegado a Cristo, sino también a nosotros, simples seres humanos. Podemos, pues, tener confianza. El «futuro» no es ninguna utopía. Se ha hecho ya presente en Jesús y en María. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Ajoporro

AJOPORRO

Era ya un alimento valorado por el pueblo egipcio y hebreo.
Se utilizan los bulbos. El consumo de ajos, debido a las drusas de oxalatos, puede producir irritación intestinal. Por vía externa puede producir dermatitis de contacto, por su efecto vesicante. El aceite esencial puro puede provocar náuseas.


Principios activos: Abundantes fructosanas (hasta un 75%). Aceite esencial (0,2-0,3%): garlicina, aliína o sulfóxido de alilcisteína (1%), que es hidrolizada por la aliinasa produciendo alicina (responsable del olor característico del ajo), que se transforma rápidamente en disulfuro de alilo*. Pequeñas cantidades de vitaminas (A, B1, B2, B6, C), adenosina, sales minerales: hierro, sílice, azufre, yodo. Se considera que 1mg de aliína equivale a 0,45 mg de alicina.
Diurético debido a los fructosanos: antiséptico, antifúngico, por la esencia. Hipotensor por efecto vasodilatador periférico, antiateromatoso, hipocolerestero-lemiante, antiagregante plaquetario, hipoglucemiante.


Indicaciones: Hipertensión arterial, hiperlipidemias, arteriosclerosis, arteriopatías, claudicación intermitente, retinopatías, prevención de tromboembolismos. Hiperuricemia. Coadyuvante en el tratamiento de la diabetes. Afecciones genitourinarias (además del efecto diurético de las fructosanas, la alicina y sus derivados se excretan básicamente por vía renal): cistitis, uretritis, uretritis, pielonefritis, urolitiasis. Afecciones respiratorias: Gripe, resfriados, sinusitis, faringitis, bronquitis, enfisema, asma. Parasitosis intestinales. Prevención de disenterías amebianas
En uso tópico: Dermatomicosis,parodontopatías, hiperqueratosis.

Elixir floral: Resuelve cualquier clase de miedo. Elimina las fovias o los sentimientos paranoides. aporta seguridad y confianza. Fortalece el sistema inmunitario. Sirve para eliminar el parasitismo muscular y cutáneo y alivia las inflamaciones. Limpia y purifica la sangre, regenerando los glóbulos rojos. Tiene una función de protección y fortalecimiento del hígado. Alinea los cuerpos mental y emocional, abriendo el chakra menor hepático.

En la alquimia botánica se considera de naturaleza fuego de fuego: Marte en Aries. Inspira valor, protege, tiene poder contra el mal, protección.

domingo, 18 de mayo de 2014

Albahaca. Basílico.




ALBAHACA
Ocimum basilicum 

Parte utilizada: Las hojas y las sumidades floridas.

Principios activos: Metilcavicol (87%), linalol (75% en algunos quimiotipos), cineol, eugenol (20%), acetato de linalilo. Saponinas. Flavonoides: quercetrósido, kenferol , esculósido. Acido caféico.

Acción farmacológica: La esencia le confiere propiedades aperitivas, digestivas, carminativas, espasmolíticas, béquicas, ligeramente sedantes y, en uso externo antisépticas, analgésicas y vulnerarias. 
Es un buen remedio cuando las enfermedades son psicosomáticas para problemas respiratorios, digestivos y nerviosos; antidepresiva, antiespasmódica, antiséptica, carminativa, cefálica, digestiva, estimulante de la corteza suprarrenal y tónica, empleándose con éxito contra los pólipos nasales, el hipo, la epilepsia, los vahídos, y las jaquecas de origen nervioso y digestivo. 

Indicaciones: Inapetencia, digestiones lentas, meteorismo, espasmos gastrointestinales, tos convulsiva, jaquecas. A nivel externo: heridas, eczema, dolores  musculares.

Criada en macetas. Utilizada en cocina, a la que los italianos llaman Basilico. Después de un día de trabajo agotador o lleno de tensión, nada mejor que masajear el cuello, los hombros, la frente y las sienes para eliminar la tensión y la carga emotiva con alcohol de albahaca. Para las dispepsias nerviosas y para favorecer la secreción láctea de las mujeres que crían.

Formas galénicas / posología:
Uso interno: 
- Infusión: Una cucharada de postre por ta¿ día, después de las comidas. 
- Esencia: 2 a 3 gotas, tres veces al día, o en capsu las (25 a 50 mg/cápsula, 2 ó 3 veces al día), al final de las comidas. 
Uso externo: 
— Macerado: Lociones, compresas o irrigaciones nasales. 
- Esencia u hojas frescas machacadas, contra las picaduras de insectos. 
Polvo: Se ha usado como estornutatorio para tratar la anosmia producida por rinitis crónicas.  

Precauciones / Intoxicación: La esencia puede producir irritación de mucosas y, a dosis altas, efectos narcóticos.


Elixir floral: Ayuda a armonizar la sexualidad, a nivel individual o de pareja. Corrige tanto el exceso como la represión sexual y sitúa los deseos al nivel adecuado a nuestro desarrollo espiritual. Es muy útil para trabajos energéticos sexuales, como por ejemplo el tantra. Estimula las gónadas y las glándulas suprarrenales. Facilita la absorción del calcio y oro. Alinea el cuerpo emocional y el espiritual, estimulando el chakra sexual.

Alquimia botánica: se considera de naturaleza agua de agua: Marte en Escorpio. En Méjico dicen que atrae el dinero si se lleva en el bolsillo; en Haití se relaciona con la diosa pagana del amor. Se esparce para alejar a los malos espíritus, para atraer la prosperidad. Su olor estimula. Se cosecha en otoño, arrancándose la planta entera cuando está floreciendo.


En Italia conservan la creencia tradicional de que su poder aleja y neutraliza cualquier desgracia que pueda afectar a la familia. En la India se considera hierba sagrada y en Egipto se destinó a ofrenda de los dioses, pues se la valoraba tanto que no podía ser empleada por los mortales. 

Su poder oculto actúa muy favorablemente sobre la mente, y las emociones, considerándose uno de los mejores tónicos del sistema nervioso y de la mente. Posee la propiedad de atenuar la fatiga mental y despejar la mente proporcionándole mayor vigor y claridad, alejando de ella la indecisión y las ideas negras.