sábado, 16 de julio de 2016

José G. Ladrón de Guevara


A TUS MANOS ME, ENTREGO

[CON ALGUNOS POEMAS POR EQUIPAJE]

GARCÍA LADRÓN DE GUEVARA, José, Granada, 5.VI.1929. Escritor (poeta, crítico, columnista de prensa y académico de Buenas Letras) y político (senador desde 1979 a 1990). Hijo de un intelectual republicano, su infancia estuvo marcada por la muerte violenta de  su progenitor ante un pelotón de fusilamiento.

Funda y dirige, con el poeta Rafael Guillen, la colección “Veleta al Sur”. Pertenece al grupo “Versos al aire libre”. Colaborador de los periódicos granadinos Ideal, Patria y Hoja del Lunes. Participa en las Jornadas granadinas en la UNESCO, París. Organizador, con otros escritores, artistas e intelectuales granadinos, del primer homenaje público en Fuente Vaqueros a Federico García Lorca. Colabora en la redacción de la Enciclopedia de Andalucía. En 1979 es elegido senador del PSOE por Granada, y reelegidos en dos legislaturas posteriores; integrándose en las Comisiones de Educación, Cultura y Asuntos Iberoamericanos.

La poesía de Ladrón de Guevara destaca por su lenguaje coloquial y los metros cortos que, como se lee en el Diccionario de autores granadinos de José Ortega y Celia  del Moral, principalmente en las canciones  “reflejan, con ironía crítica y, a veces, con dramatismo, la profunda preocupación social que late en sus versos”. Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada, en la que ha ostentado la medalla con la letra M.

Libros de poesía publicados: Tránsito al mar, Mi corazón y el mar, Solo de hombre, Romancero de la muerte del Che Guevara, Cancionero/Sur y El corazón en la mano. La malafollá granaína, ensayo. Los fantasmas del Albaicín y La que me salió rana, relatos inéditos.
De la Academia de Buenas Letras de Granada y 
Wikipedia.


DE LA POESÍA


La poesía es la distancia más corta entre dos personas.

Al dorso de la poesía está escrito el Universo.

La poesía me parece tan maravillosamente inútil como
apedrear las estrellas. Y aún más difícil que alcanzarlas.

Poesía eres tú”. Sí. Y yo también.

La poesía es el futuro perfecto de la Humanidad.


A vuestros bisnietos por la poesía de hoy. No seremos poetas sin un gran esfuerzo que, cuando menos, acabará costándonos la vida.

Si algo tengo de poeta no será por lo que he escrito; sino por lo que me ha sido imposible escribir.

Nadie es profeta en su tierra. Ni poeta.

El poeta es un desterrado de otro mundo, aquí. En la tierra.

El poema es una ventana abierta al otro mundo.

Cada día escribo sobre los escombros de toda mi vida anterior.


 A veces, las musas me juegan la broma de visitarme cuando no estoy.

Escribir es un modo, inútil, de resistirse a la muerte.






ALGO DESPUÉS DEL HOMBRE

Algo queda después de tanta pena.
Habla un hombre. Soy yo: José García.
Y algo es alguien que vive todavía,
a favor de su nombre, cuando suena.
 
Cómo duele la vida. Pero es buena,
si algo queda después de cada día.
Algo: un libro, un golpe, una alegría,
una mano, un verso u otra pena. 

Porque, os digo, mi vida es una guerra
y aunque acabe rindiéndome a la tierra
yo no voy a entregarme por completo.

Algo queda, después de cada hombre.
Algo, acaso, tan poco como un nombre
enterrado a la sombra de un soneto.





Me miro al espejo, y veo
un chiquillo, triste y feo,
parado tras el cristal.
Yo le pregunto ¿Qué tal?
¿A dónde vas por aquí?
¿Ya no te acuerdas de mí?
¿Era un niño? En el espejo
me mira, parado, un viejo.





Perdón si no me explico. Si equivoco las fechas.
Si acudo a mis amores puntualmente tarde.
Si olvido los aplausos. Si no saludo atento.
Si llueve. Si anochece. Si bailo. Si respiro.
 
Perdón por la torpeza con que suelo expresarme.
Por los pelos de punta y el reloj que me atrasa.
Por mi vieja corbata y el corazón gastado.
Por lo azul. La manzana. La alondra y el caballo. 

Perdón cuando me gusta la mujer de aquel otro.
Cuando escribo algún verso. Cuando lloro por dentro.
Cuando pierdo el paraguas. Cuando piso una estrella.

Cuando estrecho una mano. Cuando vuelvo a lo mismo.
Perdón para la muerte que me va por los huesos.
Para el trago de vino donde acudo a olvidarme.
Para ciertas mujeres. Para algunos amigos.
Para el tigre. Los jefes. Las moscas. Los fusiles. 

Perdón desde mi infancia. Desde un jueves lloviendo.
Desde un libro de historia. Desde aquella muchacha.
Desde el siete de bastos. Desde un charco de sangre.
Desde el ojo de un niño. Desde el mar. Desde un monte. 

Perdón porque me duelen las penas del vecino.
Porque a veces me callo. Porque vivo a lo lejos.
Porque miro las nubes. Porque pienso en mis cosas.
Porque no me arrodillo. Porque aspiro a morirme.






La vida está en las cosas que un hombre se propone:
Viajar al extranjero. Colgarse de una viga.
Cortarnos la memoria para no andar a tientas.
Salirse por fandangos cuando tocan a muerto.
Tirarnos a la calle, gritando lo que duele
morirse para nada. Y además para siempre.


La vida está en las cartas que nunca recibimos.
Los hijos que no acuden a la cita del cuerpo.
La tristeza que sangra de una tarde lluviosa,
después de los adioses que entierran los amantes.
Y el aire que nos queda, como una flor de trapo,
de aquellas copla y pena que ilustraron la noche.
 
La vida está en los pasos que nos vuelven a niños.
La fuerza que sembramos a la orilla de un beso.
La sangre que nos cuesta resistirse a morirnos,mientras alguien nos piensa, difícilmente, a solas.
La música y el gesto que agrupan los espejos
donde vamos a vernos los años que nos quedan.

La vida está en los hombres que luego nos suceden.
Lo estricto de una mano midiéndonos la muerte.
Los pasos del otoño, subiendo la escalera.
Las lágrimas que nadie verterá por nosotros.
La tremenda mentira de esperarnos mañana.
La vida está en las cosas que nunca alcanzaremos.






Me conozco la historia de la tierra que piso.
Comprendo la amargura del mar, que no descansa,
y el miedo de las piedras, cuando avanza el otoño.
Calculo la espesura del aire donde habito
y el peso y la distancia del corazón de un ángel.

Recuerdo la otra cara del cielo que soporto

y el tiempo que es preciso para que cuaje un hombre.
Supongo la esperanza de algunos moribundos
que acceden a la muerte buscando una salida.
Calibro lo que sufre una estatua cuando nieva
y el llanto de los sauces, por algo muy lejano.
Me imagino la fuerza que improvisa una hormiga
para ponerse a salvo de los niños perversos.
Deduzco de mi propio dolor de enamorarme
lo que duele morirse si nadie nos ayuda.
Compruebo la inocencia del cáncer que devora
la hermosura, por dentro, de una mujer tan joven.
Si acaso me preguntan la edad de alguna estrella
valoro mi tristeza y obtengo la respuesta.
Pero yo no me entiendo, por mucho que me piense.





Solicito la paz de una montaña,
la presencia de un viento desarmado,
y esa pena que brota de los niños
cuando anochece.
Pido un sorbo de amor, para alumbrarme,
y una estrella que oriente mi agonía.
 La esperanza que viene de las olas.
y algún recuerdo.
Necesito una mano de otro brazo,
lo que anuncia la vuelta del otoño,
y ese oscuro calor que desparraman
los corazones.
Quiero un ojo que aprenda de la lluvia,
de los golpes de mar, las sementeras,
la paciencia y el sueño de los montes.
y algo de nubes.
Busco un trozo de espejo y una orilla.
Y un pañuelo que empape mi amargura.
Para echarme a la tierra, como un perro,
y acostumbrarme.






TE ESCRIBO PARA QUE VUELVAS
[Tango]


Los cajones del armario preguntan por tu equipaje.
Los espejos de la sala resucitan tu sonrisa.
Los flecos de las toallas desenredan tu perfume.
Los ruidos de la casa atraviesan tu silencio.
Los asientos de las sillas se reparten tu cansancio.
Los tableros de las mesas se apoyan sobre tus manos.
Los grifos de la bañera suspiran por tu desnudo.
Los autores de mis libros se pelean por tus ojos.
Los discos, sonando, giran alrededor de tu nombre.
Los vasos tienen la forma de tu boca cuando ríes.
Las luces relampaguean fotografiando tus pechos.
Los muelles de los colchones sostienen tu sueño en vilo.
Las almohadas conservan tu calor amaneciendo.
Las losetas del pasillo cuentan tus últimos pasos.
Los relojes se retrasan por si vuelves, que no tardes.
Por si vuelves, que no vuelvas cuando la casa, esta casa,
la casa donde vivimos, se haya venido abajo. 




Por aquellos que sufren a solas, gota a gota;
que lloran sin pañuelos, ni lágrimas, ni gritos.
Por aquellos que miran pasar de largo un día,
y un olor de mujer, y algún signo de orgullo.
Por aquellos que vienen de enterrar sus amores,
de empeñar la sortija, de buscarse un trabajo.
Por aquellos que piden, que ruegan, que suplican,
y obtienen la respuesta del vuelva usted mañana.
Por aquellos que beben para matar las penas
y acaban vomitando los años de su infancia.
Por aquellos que fueron felices diez minutos
mientras ella cantaba planchando una camisa.
Por aquellos que mueren de una insignia en el pecho,
de un tiro por la espalda, de un jornal si no llueve.
Por aquellos que nunca saldrán de su estrechura,
del hoyo de su cuerpo, del preso que nacieron.
Por aquellos que pierden de pronto sus recuerdos,
y olvidan unas manos, y un rostro, y una historia.
Yo bebo mi diaria ración de mansedumbre;
de asco y de vergüenza, de muerte y de esperanza. 



                                                                                                                                                      
Hoy he visto al dolor casi de frente.
Lo he mirado por dentro de los otros.
Y era un perro mordiéndose la cola.
Era un tigre comiéndose el paisaje.
Me ha dolido la tarde donde estuve.
La muchacha besándose con nadie.
Las luces de las tiendas. Y esa gente
que va y viene del mundo a sus costumbres.
Hoy que he visto lo lejos tan de cerca,
se me ha puesto la pena por sombrero.
Me dolieron los años de mi vida.
Las palabras. Mi casa. Los amigos.
Yo no digo que duela como un golpe.
Fue distinto al dolor de una caída.
Fue una especie de llanto por la espalda.
Un terrible dolor en otro sitio.
Era un fiero animal a dentelladas.





Yo no puedo vivir en paz. Mi hermano
se desangra en Vietnam. Muere en Biafra.
Agoniza en Brasil. Yace en Bolivia.
Cuando sufren mis ojos palestinos.
Cuando llora mi esposa desde Atenas.
Cuando pierdo a mi padre en Alabama.
Yo no puedo vivir en paz. No puedo
resistirme al dolor de mis parientes,
donde pienso que un golpe les alcanza.
Ahora mismo me quedo sin amigos.
Los condenan a muerte. Los torturan.
Se los llevan del aire que respiran.
Y a la novia que tuve —yo era un niño—
la enterraron al pie de esta mañana,
cuando apenas su pecho florecía.
Yo no puedo vivir en paz. Lo digo
porque anuncia la prensa que algún hombre
necesita mi parte de esperanza.
Porque a veces dispongo de diez duros,
de una tarde lloviendo, de un paraguas,
y un minuto de amor donde apoyarme.
Yo no puedo vivir en paz si escribo
sobre un ramo de rosas, y un jilguero,
y una puesta de sol. Y algo de luna.
Yo no puedo vivir en paz si canto
la hermosura de aquella que me gusta,
y entre tanto me quedo sin familia.
Yo reniego del hombre que se calla,
que le vuelve la espalda a su vergüenza.
Que se lava las manos. Y sonríe.
Yo no puedo vivir en paz. Perdonen.
No me digan que vengo de aguafiestas.
Yo les ruego que piensen un momento.





Una voz se oye en Ramá, lamentación
y gemido grande: es Raquel, que llora a
sus hijos y rehusa ser consolada porque
no existen. JEREMÍAS

Los niños del Vietnam. Me da vergüenza.
Me parezco una especie de enemigo.
Me arrepiento de verme sano y salvo.
Me repugna la paz que me circunda.

Los niños del Vietnam. No me conozco.
No me encuentro los límites del alma.
No me salen las cuentas de mi vida.
No me atrevo a mirarme frente a frente.

Los niños del Vietnam. (Que no comprendo
cómo puedo cenar y entretenerme,
y acostarme y dormir a pierna suelta,
mientras alguien los borra del paisaje.)
 
Los niños del Vietnam. Yo no me altero.
Yo no cedo mi plato de alegría.
Yo no acudo a la cita de su llanto.
Yo no muevo ni un dedo por lo suyo.


Los niños del Vietnam. Nadie responde.
Nadie sabe sus nombres. Nadie grita.
Nadie escribe una carta a Jesucristo.
Nadie apaga la música un momento.

Los niños del Vietnam. Por cada niño
que no alcance su parte de futuro,
que no crezca de modo duradero
que no llegue a la edad de enamorarse.

Por cada niño ardido. Derramado.
Partido. Reventado. Corrompido. 
Vaciado de su cuerpo a cañonazos.
Partido del amor por una espada.


Yo me caigo de culpa. Me avergüenzo.
Me derrumbo del pecho para adentro.
Porque vuelvo a vivir, cuando sucede
lo que digo. Perdonen. Ya me callo.






Donde estuvo tu cuerpo queda un rastro;
una especie de música, fluyendo
como canta la lluvia sobre el mundo,
se adormece la luz bajo la tarde,
se pronuncia el dolor contra la vida. 

Donde estuvo tu cuerpo se amontona
una altura de nieve inaccesible,
una forma de estatua transparente,
un estruendo de sol a quemarropa.
Y algo así como un viento por los trigos.

Donde estuvo tu cuerpo yace un hombre;
brotan hierbas lo mismo que recuerdos,
se congrega un silencio repentino,
prolifera un ciprés hacia la noche,
se propaga un color melancolía.

Donde estuvo tu cuerpo yo me quedo
como un resto de sobra para todos;
mastico soledad, fumo tristeza,
bebo llanto, me asomo a tu memoria
y hace falta valor para estar vivos.

Donde estuvo tu cuerpo permanece
para siempre la causa de mi vida.
Cuaja un golpe de sangre a borbotones.
Petrifican su historia los minutos.
Se derrumba mi voz. Me quedo ciego.







CANCIONERO/SUR  [1982]


Mi nombre, José. De oficio
poeta. Mayor de edad.
Mi amante, la soledad.
Y mi historia, un estropicio.
Asomado al precipicio
de mi propio corazón,
veo pasar la procesión
de los años que he vivido.
Todo lo doy por perdido.
Y sigo al pie del cañón.



MÍRALA por donde va,
del brazo de su marido.
Yo que tanto la he querido,
y ahora lo mismo me da.
Que me quiten lo sufrido.


DE negro vestida vas;
Negro el pelo y la mirada,
Negro todo lo demás.


No pudo ser. Yo quería
Que aquella noche tardara
Mucho tiempo en ser de día.


Los besos que tú me das,
Por la noche son de azúcar,
Por la mañana de sal.



QUÉ bien suena la campana
De la Torre de la Vela,
Cuando la escucho en la cama.
V tú duermes a mi vera.
Y no trabajo mañana.

MIRA tú por dónde un día
Me pidió que la quisiera;
Cuando ya no la quería.


POR tu culpa, ya no creo
Ni en las palabras que oigo
Ni en los escritos que leo.


QUIEN quiera saber de mí,
Que me busque en lo que escribo,
Y encontrará quien yo soy
Si entiende lo que no digo.


AQUELLA mujer cumplía
en la cárcel de su espejo
sus treinta años y un día.



A la tierra irán conmigo
los amores que no tenga
con los versos que no escribo.



UN niño cruza la tarde;
una tarde de verano.
el hombre se ha detenido;
tiene un pañuelo en la mano,
se enjuga los ojos, mira,
despacio, la lejanía.
Reanuda su paso el viejo.
Y es verano todavía.



PARA no llegar a viejo,
aquel hombre se acostó
dando la espalda a su espejo.


AQUÍ nadie se equivoca.
por algo aquí todo el mundo
tiene cerrada la boca.



A la puerta de tu casa
voy a poner un letrero:
“Aquí vive la esperanza
de un hombre que no se cansa
de esperar lo que yo espero”



LAS cosas son como son:
ni el olmo dará manzanas,
ni amores tu corazón.



ME las tienes que pagar;
ya le diré yo a tu novio
dónde tienes un lunar.



¿CóMO quieres que te quiera,
si lo que a mí no me das
te lo gastas con cualquiera?


VA a ser cosa de creer
en eso del otro mundo;
por si allí te vuelvo a ver.



MALHAYA quien dispusiera
que tú vinieras al mundo
y que yo te conociera.



QUE lo malo no es la muerte.
Que lo malo es despedirme
para no volver a verte.



Mis ojos, que no te miran.
Mis besos, que no te alcanzan.
Mis pasos, que no te encuentran.
Mis brazos, que no te abrazan.
Dios te libre, compañera,
de un amor sin esperanza.



Lo mismo me da que llueva,
que luzca el sol, sople el viento,
se salga la mar de madre,
que se venga abajo el cielo.
Lo mismo me da morirme,
que muy buenas, que hasta luego,
que adonde vas, que me escribas,
que me marcho, que ya vengo.
Lo mismo me da una nube,
que un paraguas, que un plumero,
que una corbata de seda,
que un pantalón con remiendos.
Lo mismo me da mi gente,
que otro sitio, que otro empleo,
que ganar una carrera
o perder hasta el sombrero.
Lo mismo me da ser alguien,
que nadie: (titiritero,
ministro, pastor, poeta,
arzobispo, pordiosero.)
Lo mismo me da un palacio,
que mi casa, que un convento,
que París, que la oficina,
que la gloria o el infierno.
Lo mismo me da la playa,
que el verano, que el invierno,
que los dolores de muelas,
que la caída del pelo.
Lo mismo me da, y termino,
que me tengan por un genio,
o me manden a la mierda
los ilustres de mi pueblo.
Pero no me da lo mismo
recordar, cuando me acuesto,
que tú te acuestas con otro
y el otro estará durmiendo.
Lo demás me da lo mismo.
Como lo digo lo siento.






EL CORAZÓN EN LA MANO [1992]


¿Alguien sabe que espero su llamada,
su recado, su carta, su visita?
Que tenemos pendiente alguna cita,
no sé cuándo ni dónde, apalabrada.


¿Quién olvida que soy el inquilino
solitario de su casa vacía?
¿Qué persona me ignora, todavía,
cuando sigo con ella su camino?


Alguien guarda la llave de una puerta
que se abre a mi último aposento.
Pero nadie responde. Sólo el viento
se pasea por la calle desierta.


Nadie sabe que espero su mensaje.
Que ya tengo dispuesto el equipaje.

Porque he sido feliz, ya ni me acuerdo
de aquella que, tal vez, lo fue conmigo.
Solamente un dolor, al lado izquierdo,
por la parte del pecho, donde sigo
buscándome la vida cada día,
atestigua, doliendo, lo que digo.
Porque fuimos felices, todavía
me arde el corazón, atravesado
por aquel fogonazo de alegría.
La dicha siempre es algo que ha pasado.
Lo que nunca sabremos si fue cierto.
Lo que, acaso, tan sólo hemos soñado.
Lo oscuro de un amor al descubierto.
La infancia retratada en las ventanas.
El toldo de la lluvia sobre el huerto.
La sonrisa del sol por las mañanas.
El libro, como un pan, sobre la mesa.
Y aquel aire estampado de campanas.
Yo, que he sido feliz —y no me pesa
a pesar de lo mucho que sufrí—,
porque sé que aquel tiempo no regresa,
que se ha muerto aquel hombre que yo fui,
—cuando fuimos felices—, me defiendo
recurriendo al olvido. Como si
olvidando se fuera diluyendo
lo que duele el dolor de una alegría,
cuando al cabo del tiempo no comprendo
cómo pude perderla, si era mía.





Si las nubes son pájaros. Si el viento
fuera un ángel perdido entre la gente.

La penumbra una mano transparente.
Y el corazón un niño soñoliento.

Si la flor que se apaga en el florero
se volviera de pronto una paloma.
Y la alfombra un jardín, por donde asoma
la luna abanicando su plumero.

Si las cosas no fueran, como son,
por su nombre tan sólo designada;
si asimismo pudieran ser, soñadas,
la otra cara de su definición.


No sería, tal vez, tan aburrida
tantas veces la función de la vida.




HOTEL


La cama donde acuesto mi andadura,
los restos de mi vida cotidiana,
el corazón transido por la oscura
perspectiva del día de mañana.
La cama del que tose al ser de día.
La de alguna pareja provinciana.
La del hombre que nunca volvería.
La de aquella que engaña a su marido
a la hora de la peluquería.
La cama donde aquel desconocido
remediaba el fastidio de su esposa
abrazado a un muchacho travestido.
La cama del viajante que reposa
repasando su lista de clientes,
a la luz de una lámpara ojerosa.
Siendo la misma, son tan diferentes
según los otros que las ocuparon,
por noches memorables, por dolientes
insomnios pertinaces. Los que usaron
el cuerpo de una niña realquilada.
Solitarios, a solas, que lloraron
inscribiendo su pena en la almohada.
Palabras que alumbraron una historia.
La muchacha que muere estrangulada.
El suicida, que perdió su memoria
y la busca afanoso en la maleta,
sabiendo que no tiene escapatoria.
La cama donde, a veces, el poeta
que siempre va conmigo, me abandona;
y a bordo de la mágica avioneta
de los sueños, se va de mi persona.






Me he perdido, contigo, tantas veces,
buscándonos, a gritos, por ciudades
donde nunca estuvimos, ni por sueños.
He viajado a lo largo de otras vidas,
kilómetros de noches, desde el niño
que a veces respondía por mi nombre,
hasta alguna estación. Y tú no estabas.
Pero sé que me habrías recibido
mojándome la cara de alegría,
descubriendo el secreto de querernos
y achicando el espacio de la tierra.
En alguna ocasión estuve a punto
de encontrarte a la vuelta de una esquina;
y era sólo el aroma de otro cuerpo,
o el roce de una voz; que no la tuya.
Frecuentemente suelo equivocarme
y arrojo el corazón por la ventana,
creyendo que doy suelta a una paloma
de manos mensajeras a tu pecho.
Y no acierto a salir de aquella estancia
donde guarda un espejo tu sonrisa;
ni consigo ordenar el calendario,
de manera que el jueves ya es domingo
y anochece a las diez de la mañana.
Pero el llanto del grifo, goteando,
me advierte que ahora llueve en otro sitio,
donde yo, si es que sigo siendo el mismo,
me he perdido, buscándonos, contigo.






Lo malo de la noche es lo que tarda
en regresar el día (si es que puedo
resistir el terror que me acobarda).
Traspasando lo oscuro arrecia el miedo,
se agranda el corazón, como si fuera
la misma soledad donde me enredo.
La gata del cojín es una fiera.
Una mosca, el heraldo de la muerte.
Y el silencio, un pijama de madera.
Lo peor de la noche es removerte
de una orilla a la otra de la cama,
abrazado a tu propia mala suerte.
Y lo lejos que queda la mañana.





GÉNESIS

Lo primero es el verso. Y el poeta
precediendo a la voz que lo proclama.
Si al principio fue el verbo, la palabra
constituye el origen de la vida.
Luego estrena la luz sus proyecciones,
y aparecen los mares, por la orilla
donde el viento perfila una palmera,
mientras vuelan los peces, que se fueron
Convirtiendo, despacio, en gaviotas.
La palabra construye el Universo,
cuando un hombre aparece y lo inaugura
enmarcando el paisaje de su infancia
en la limpia mirada de otros ojos.
Mucho tiempo después llegan los dioses,
procedentes del miedo y la ignorancia;
desembarcan de nubes tormentosas,
con la espada del fuego en una mano
y en la otra el furor por estandarte.
Y el sueño se hizo carne entre nosotros
y habitó nuestra edad desde la sangre
que delata, gritando, al asesino.
Decretando su propio sacrificio
nos impuso la insignia de la muerte,
la corrupción del cuerpo y el lenguaje.
Porque el verbo inicial perdió su aliento;
aquel soplo vital de la palabra
que designa el amor o la alegría,
el pájaro y la flor: lo que se nombra
cuando hablamos de dios y el paraíso.
La frágil transparencia del vocablo
que explicaba el misterio de las cosas:
como el fuego que enciende una sonrisa
o la estrella interior de una esmeralda.
La palabra cuchillo, por ejemplo,
se pudre entre las manos de aquel hombre
que apuñaló a su hermano por la espalda.
La palabra instrumento, no es la misma
si designa un violín o la tortura.
Ya digo que perdimos la inocencia
del niño que descubre lo que mira,
como un aire que abriera, de repente,
la negrura de un ciego, al mediodía.
Si al principio fue el verbo, y el origen
de la vida reside en la palabra,
¿quién ordena, callando, el exterminio,
la catástrofe del mundo: la morada
de aquel hombre feliz que no esgrimía
la doble empuñadura del cuchillo,
cuando corta el sabor de su alimento
o penetra el costado de su amante?
Si los dioses hablaran, nos dirían
la manera de abrir el diccionario
y encontrar la palabra incorruptible;
la que, entonces, igual que un fogonazo,
alumbró lo que fuera, si fue cierto,
un amor siempre a salvo de la muerte.
Pero el verbo inicial ya no responde;
su silencio es la voz que nos dirige.
Sólo el viento prosigue su discurso
ordenando el vaivén de las palmeras
que a la orilla del mar se manifiestan,
como un signo explicando el horizonte.
Y el poeta es la estatua que en la plaza
de su pueblo coronan las palomas.
O la lluvia cayendo por su rostro
como el llanto del niño que perdimos.







Te recuerdo junto al mar. Y enmarcada
por la orla de un viento biselado,
bajo el sol vertical, tornasolado,
de aquel día que fuera tu mirada.

Te retrato al trasluz del derrotero
que apaisaba una luna navegante,
la noche del naufragio, en el instante
de irse a pique tu corazón velero.

Y allí quedan los restos. Por la raya
donde el mar nos devuelve a la memoria
los náufragos de aquella triste historia
escrita sobre el pliego de una playa.

Sobre el papel mojado de un paisaje
que borró para siempre el oleaje.






EL TERRORISTA

A otro lado del mundo ya es de día.
V amanece lloviendo a manotazos.
Emerge de su insomnio una mujer
y el marido bosteza en el lavabo.
La adúltera, subiéndose las medias,
y su amante, silbando ante el espejo.
Despegan aviones. Llegan trenes.
Un enfermo llamando a la enfermera
porque el aire le duele en la garganta.
Y el niño, que mañana se examina,
dormido por las páginas de un libro.
Alguien carga, despacio, una pistola
pensando en la cabeza de otro hombre.
Sucede al mismo tiempo que anochece,
y estoy solo, fumando, en este cuarto
donde escribo, escuchando una emisora,
entre anuncios y música, radiando
que la lluvia florece en otra parte.
Cuando pasa, ladrando, una ambulancia.
y el médico de guardia se disfraza,
a la luz de los focos, de fantasma.
En el bar convenido de antemano
se quita el criminal la gabardina,
pide un whisky y enciende un cigarrillo.
Y recibe el importe de su infamia.








Lo que queda del día no es la tarde
abatida a los pies de la muralla.
Ni los flecos del sol en los cristales.
Ni el gato soñoliento en la butaca.
No es el viento engarzando las estrellas.
Ni la luna asomada a su ventana.

Lo que queda del día es el paisaje
que se vierte a través de tu mirada.
La música del pájaro que anida
donde plante su almendro tu palabra.
Y el recuerdo caliente de tus manos
estampado en lo frío de mi alma.

Lo que queda de un día es la memoria
de otra tarde feliz, traspapelada
en la historia de aquellos que ya fuimos,
cuando el mundo y la vida comenzaban.
Porque somos, al tiempo, lo que el río
es al puente mirándose en el agua.





Hoy, ya lo sé, moriré en otros nombres,
y a manos de la gente que me olvida.
La mujer —ya no es ella— cuando acude
al encuentro de aquel que ahora prefiere,
y me entierra en su olor y sus costumbres.
El amigo, que ríe a carcajadas
en el bar donde, a veces, compartimos
la doliente alegría de unas copas.
La familia reunida, celebrando
la fiesta del amor que los alumbra,
como el tiempo parado en un retrato.
Los niños que se abrazan a su madre
porque el viento golpea las ventanas,
y es un perro rabioso, desatado.
Aquel hombre que sube la escalera
hacia el rostro y las manos de su esposa,
que le abre la puerta y le sonríe.
Los amantes, al alba, cuando el sueño
los defiende del frío, y lo que llueve,
y ella sueña, tal vez, que yo la espero
bajo el cielo mojado de un paraguas.
Hoy me he muerto a lo lejos, donde alguien
descubriendo el amor y la esperanza,
se asomaba al futuro, y sonreía.
Compartía la cena con los suyos.
Lo nombraron, mirándolo de cerca.
Se alejaba de mí por tantas calles.
O encontraba que vive en otras manos.
Y yo apago la luz. Y entro en mi noche,
solitario, muñéndome en la gente;
de manera que, a veces, me doy cuenta,
porque alguien me olvida en otro sitio.
Lo percibo, sin verlo, corno un golpe
que me alcanza, por dentro, desde lejos:
donde cierta persona —ya no es ella—
me ha borrado del mundo. Y no lo sabe.






Moriremos de nada:
de llamar a una puerta,
de escribir a un pariente,
de perder un paraguas,
de encontrarse una llave,
de buscar un zapato,
de romper una taza,
de un reloj atrasado,
de un grifo que gotea,
de olvidar una fecha,
uj.viu.ar una recna,
de acostarse temprano,
de soñar que amanece,
de un sabor a vainilla,
de un olor a jazmines,
del favor de un amigo,
de una voz por la espalda,
de un abrazo perverso,
de una boca vendida,
de una gota de tinta,
de un helado de fresa,
de pensar que no llueve,
de dormir bocabajo,
de una tarde con ella,
de un minuto más tarde,
de un dolor de paisaje,
de un ataque de risa,
de una copa de vino,
de fumarse un cigarro,
de una playa muy lejos,
de un vómito de penas,
de una estrella fundida,
de cruzar una calle,
de cambiarnos el traje.
Moriremos de nada.
Y a su debido tiempo.






COPLAS

De la noche a la mañana,
por algo que yo no sé,
aquella exquisita dama
se levantó de mi cama,
abrió la puerta y se fue.


ME asomé al rompeolas.
Miré a la mar.
Por si pasaban barcos,
verlos pasar.
Pasó un velero
donde iba, con otro,
la que yo quiero.




ANOCHE te vi, con otro,
y me quedé tan a gusto.
Si te veo antes de ayer
me hubiera muerto del susto.



ME quiero encontrar contigo,
para decirte en la cara
lo que a tu espalda no digo.


QUIEN presuma de saber,
que sepa que nadie sabe
del agua que va a beber.



POR amor, me conformaba
con lo poco que tu mano
me ofrecía y no me daba.



LA lluvia, como una mano,
me acaricia la cabeza.
En algún lugar lejano
alguien destapa un piano.
Es el otoño que empieza.






Romance en el que se refieren los maravillosos sucesos acaecidos al nacimiento de un niño en el pueblo granadino de fuente vaqueros con todo lo demás que podrá conocer el curioso lector

PRIMERA PARTE

EN UN PUEBLO GRANADINO,
llamado Fuente Vaqueros,
un día del mes de junio,
y hace un siglo, más o menos,
nació un niño, como todos
los demás niños nacemos:
atado por el ombligo,
lloriqueando y en cueros.

AQUEL DÍA, Y A LA HORA
del feliz alumbramiento,
por las choperas del río
revoloteaba el viento
tremolando banderines
tricolores; repartiendo
campanillas de cristal
y esencia de limonero,
telegramas de alegría,
bombones y caramelos.
Por las ramas de los chopos,
verderones y jilgueros
cantaron por soleares.
Y el agua de los veneros
amortiguaba la sed
de los mulos y muleros.

REPENTE, COMO SUELEN
suceder tales sucesos,
una nube, como un ángel
con una capa de espejos,
apareció por la Sierra,
cruzó la Vega, y en menos
que canta un gallo, llegó
y cayó en Fuente Vaqueros
una tormenta de flores,
de relámpagos y truenos,
atizada por el soplo
de un vendaval jardinero.
Los olmos dieron manzanas
y bellotas los ciruelos.
Los maíces fueron trigos.
las ranas criaron pelo.
Las veletas se volaron.
Los gallos pusieron huevos.
La perra parió seis gatos
y la gata cuatro perros.
Y amaneció florecido
un rosal, que estaba seco.
Cuando el niño aquél nacía
tales cosas sucedieron;
pero nadie se dio cuenta
de tan grandioso portento,
pues cuando nace un poeta
tan sólo lo sabe el viento.

EXAMINÓ A LA CRIATURA
la matrona, y al momento
determinó que era un niño,
a juzgar por su instrumento.
Familiares y vecinos
celebraron, tan contentos,
la llegada del chavea
a este mundo puñetero;
sin saber, quién lo diría,
que aquel niño, con el tiempo,
llegaría a ser un hombre
famoso en el mundo entero.

SEGUNDA PARTE

SU PADRE FUE UN LABRADOR,
propietario de terrenos
donde los trigos crecían
y pastaban los borregos.
Su madre fue la maestra
que en la escuela de aquel pueblo
enseñaba a los chiquillos
a ser hombres de provecho,
y a las niñas, lo sucinto
para salir de un aprieto.

DE IGUAL MODO QUE A SU PADRE,
Federico le pusieron;
porque a todos nos bautizan
cuando somos tan pequeños
que nadie elige su nombre.
Como yo que, por ejemplo,
me llamo Toribio Toro,
lo mismito que mi abuelo,
que se colgó de un olivo
por culpa del pitorreo
que se gastaban con él
las malas lenguas del pueblo.
Por eso yo no me caso
y me moriré soltero.
Pues si soy Toribio Toro,
soy cegato, cojo y viejo,
no sería cosa rara
que me pusieran los cuernos;
como dicen que mi abuela
se los ponía a mi abuelo.
(Perdonen, si me desvío
de la historia que les cuento;
pero es que a veces, mecachis,
se me vuela el santo al cielo.)

COMO TODOS LOS CHIQUILLOS,
Federico fue creciendo,
jugando con sus amigos
de la escuela, en el recreo,
y a solas, también, perdido
por el país de los sueños.
Conversaba con los grillos.
Volaba con los vencejos.
Y aprendió, sin que se sepa
quién pudo ser su maestro,
el lenguaje de las flores,
el origen de los vientos,
la escritura de los chinos
y las voces del silencio.
Y a veces se entretenía,
acurrucado en el huerto,
ayudando a las hormigas
a salvar sus hormigueros,
cuando soltaba el otoño
sus feroces aguaceros.

FEDERICO NO QUERÍA
ser, de mayor, ingeniero,
ni aviador, ni comerciante,
ni atleta, ni misionero.
Que quiso ser escritor
de los que escriben en verso.
Por eso, los Reyes Magos,
el día cinco de enero
de mil novecientos cuatro,
se dice que le trajeron
los regalos que él quería:
pluma, papel y tintero,
para escribir lo que sueñan
sus ojos, grandes y abiertos.

TERCERA Y ÚLTIMA PARTE

PASARON LOS AÑOS. (TREINTA,
que tampoco es mucho tiempo.)
Federico ya era grande
por de fuera y por adentro,
y se pasaba la vida,
tranquilamente, escribiendo,
y asombrando al personal
por su gracia y su talento.
Y entonces, un militar,
llamado Franco, por cierto,
se levantó, con sus tropas
y los curas, contra el pueblo,
arrasando España entera
con su sable, a sangre y fuego.
Aprovechando el tumulto,
demonios, que andaban sueltos,
mataron a Federico.
De lo demás no me acuerdo.

Y AQUÍ SE ACABA LA HISTORIA
de aquel niño, que fue un genio.
El poeta de Granada,
famoso en el mundo entero.
Una limosna, por Dios,
para este pobre ciego,
que así se gana la vida:
cantando su romancero.
Y si no me socorréis,
pues muy buenas y hasta luego.
Que el Señor ya nos dará
lo que sea, malo o bueno,
cuando nos llegue la hora
de irnos al cementerio.
Dicho lo cual, con permiso,
me largo con viento fresco.
Muchas gracias por oírme.
Toribio Toro. Coplero.

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