A TUS MANOS
ME, ENTREGO
[CON ALGUNOS
POEMAS POR EQUIPAJE]
GARCÍA LADRÓN DE GUEVARA, José, Granada, 5.VI.1929. Escritor (poeta, crítico,
columnista de prensa y académico de Buenas Letras) y político (senador desde 1979 a 1990). Hijo de un intelectual
republicano, su infancia estuvo marcada por la muerte violenta de su progenitor ante un pelotón de fusilamiento.
Funda y
dirige, con el poeta Rafael Guillen, la colección “Veleta al Sur”. Pertenece al
grupo “Versos al aire libre”. Colaborador de los periódicos granadinos Ideal,
Patria y Hoja del Lunes. Participa en las Jornadas granadinas en la UNESCO,
París. Organizador, con otros escritores, artistas e intelectuales granadinos,
del primer homenaje público en Fuente Vaqueros a Federico García Lorca. Colabora
en la redacción de la Enciclopedia de Andalucía. En 1979 es elegido senador del
PSOE por Granada, y reelegidos en dos legislaturas posteriores; integrándose en
las Comisiones de Educación, Cultura y Asuntos Iberoamericanos.
La poesía de
Ladrón de Guevara destaca por su lenguaje coloquial y los metros cortos que, como
se lee en el Diccionario de autores granadinos de José Ortega y Celia del Moral, principalmente en las canciones “reflejan, con ironía crítica y, a veces, con dramatismo,
la profunda preocupación social que late en sus versos”. Miembro de la Academia
de Buenas Letras de Granada, en la que ha ostentado la medalla con la letra M.
Libros de
poesía publicados: Tránsito al mar, Mi corazón y el mar, Solo de hombre,
Romancero de la muerte del Che Guevara, Cancionero/Sur y El corazón en la mano.
La malafollá granaína, ensayo. Los fantasmas del Albaicín y La que me salió
rana, relatos inéditos.
De la
Academia de Buenas Letras de Granada y
Wikipedia.
DE LA POESÍA
La poesía es la distancia más corta entre dos personas.
Al dorso de la poesía está escrito el Universo.
La poesía me parece tan maravillosamente inútil como
apedrear las estrellas. Y aún más
difícil que alcanzarlas.
Poesía eres tú”. Sí. Y yo también.
La poesía es el futuro perfecto de la Humanidad.
A vuestros bisnietos por la poesía de hoy. No seremos poetas sin un gran esfuerzo que, cuando menos, acabará costándonos la vida.
Si algo tengo de poeta no será por lo que he escrito; sino por lo que me ha sido imposible escribir.
Nadie es profeta en su tierra. Ni poeta.
El poeta es un desterrado de otro mundo, aquí. En la tierra.
El poema es una ventana abierta al otro mundo.
Cada día escribo sobre los escombros de toda mi vida anterior.
A veces, las musas me juegan la broma de visitarme cuando no estoy.
Escribir es un modo, inútil, de resistirse a la muerte.
ALGO DESPUÉS
DEL HOMBRE
Algo queda después de tanta pena.
Habla un hombre. Soy yo: José García.
Y algo es alguien que vive todavía,
a favor de su nombre, cuando suena.
Cómo duele
la vida. Pero es buena,
si algo
queda después de cada día. Algo: un libro, un golpe, una alegría,
una mano, un verso u otra pena.
Porque, os digo, mi vida es una guerra
y aunque acabe rindiéndome a la tierra
yo no voy a entregarme por completo.
Algo queda, después de cada hombre.
Algo, acaso, tan poco como un nombre
enterrado a la sombra de un soneto.
un chiquillo, triste y feo,
parado tras el cristal.
Yo le pregunto ¿Qué tal?
¿A dónde vas por aquí?
¿Ya no te acuerdas de mí?
¿Era un niño? En el espejo
me mira, parado, un viejo.
Perdón si no
me explico. Si equivoco las fechas.
Si acudo a
mis amores puntualmente tarde. Si olvido los aplausos. Si no saludo atento.
Si llueve. Si anochece. Si bailo. Si respiro.
Perdón por la torpeza con que suelo expresarme.
Por los pelos de punta y el reloj que me atrasa.
Por mi vieja corbata y el corazón gastado.
Por lo azul. La manzana. La alondra y el caballo.
Perdón cuando me gusta la mujer de aquel otro.
Cuando escribo algún verso. Cuando lloro por dentro.
Cuando pierdo el paraguas. Cuando piso una estrella.
Cuando estrecho una mano. Cuando vuelvo a lo mismo.
Perdón para la muerte que me va por los huesos.
Para el trago de vino donde acudo a olvidarme.
Para ciertas mujeres. Para algunos amigos.
Para el tigre. Los jefes. Las moscas. Los fusiles.
Perdón desde mi infancia. Desde un jueves lloviendo.
Desde un libro de historia. Desde aquella muchacha.
Desde el siete de bastos. Desde un charco de sangre.
Desde el ojo de un niño. Desde el mar. Desde un monte.
Perdón porque me duelen las penas del vecino.
Porque a veces me callo. Porque vivo a lo lejos.
Porque miro las nubes. Porque pienso en mis cosas.
Porque no me arrodillo. Porque aspiro a morirme.
La vida está
en las cosas que un hombre se propone:
Viajar al
extranjero. Colgarse de una viga. Cortarnos la memoria para no andar a tientas.
Salirse por fandangos cuando tocan a muerto.
Tirarnos a la calle, gritando lo que duele
morirse para nada. Y además para siempre.
La vida está en las cartas que nunca recibimos.
La tristeza que sangra de una tarde lluviosa,
después de los adioses que entierran los amantes.
Y el aire que nos queda, como una flor de trapo,
de aquellas copla y pena que ilustraron la noche.
La vida está en los pasos que nos vuelven a niños.
La fuerza que sembramos a la orilla de un beso.
La sangre que nos cuesta resistirse a morirnos,mientras alguien nos piensa, difícilmente, a solas.
La música y el gesto que agrupan los espejos
donde vamos a vernos los años que nos quedan.
La vida está en los hombres que luego nos suceden.
Lo estricto de una mano midiéndonos la muerte.
Los pasos del otoño, subiendo la escalera.
Las lágrimas que nadie verterá por nosotros.
La tremenda mentira de esperarnos mañana.
La vida está en las cosas que nunca alcanzaremos.
Me conozco
la historia de la tierra que piso.
Comprendo la
amargura del mar, que no descansa, y el miedo de las piedras, cuando avanza el otoño.
Calculo la espesura del aire donde habito
y el peso y la distancia del corazón de un ángel.
Recuerdo la
otra cara del cielo que soporto
y el tiempo
que es preciso para que cuaje un hombre.
Supongo la
esperanza de algunos moribundos que acceden a la muerte buscando una salida.
Calibro lo que sufre una estatua cuando nieva
y el llanto de los sauces, por algo muy lejano.
Me imagino la fuerza que improvisa una hormiga
para ponerse a salvo de los niños perversos.
Deduzco de mi propio dolor de enamorarme
lo que duele morirse si nadie nos ayuda.
Compruebo la inocencia del cáncer que devora
la hermosura, por dentro, de una mujer tan joven.
Si acaso me preguntan la edad de alguna estrella
valoro mi tristeza y obtengo la respuesta.
Pero yo no me entiendo, por mucho que me piense.
Solicito la
paz de una montaña,
la presencia
de un viento desarmado, y esa pena que brota de los niños
cuando anochece.
Pido un sorbo de amor, para alumbrarme,
y una estrella que oriente mi agonía.
La esperanza que viene de las olas.
y algún recuerdo.
Necesito una mano de otro brazo,
lo que anuncia la vuelta del otoño,
y ese oscuro calor que desparraman
los corazones.
Quiero un ojo que aprenda de la lluvia,
de los golpes de mar, las sementeras,
la paciencia y el sueño de los montes.
y algo de nubes.
Busco un trozo de espejo y una orilla.
Y un pañuelo que empape mi amargura.
Para echarme a la tierra, como un perro,
y acostumbrarme.
TE ESCRIBO
PARA QUE VUELVAS
[Tango]
Los cajones del armario preguntan por tu equipaje.
Los espejos de la sala resucitan tu sonrisa.
Los flecos de las toallas desenredan tu perfume.
Los ruidos de la casa atraviesan tu silencio.
Los asientos de las sillas se reparten tu cansancio.
Los tableros de las mesas se apoyan sobre tus manos.
Los grifos de la bañera suspiran por tu desnudo.
Los autores de mis libros se pelean por tus ojos.
Los discos, sonando, giran alrededor de tu nombre.
Los vasos tienen la forma de tu boca cuando ríes.
Las luces relampaguean fotografiando tus pechos.
Los muelles de los colchones sostienen tu sueño en vilo.
Las almohadas conservan tu calor amaneciendo.
Las losetas del pasillo cuentan tus últimos pasos.
Los relojes se retrasan por si vuelves, que no tardes.
Por si vuelves, que no vuelvas cuando la casa, esta casa,
la casa donde vivimos, se haya venido abajo.
Por aquellos
que sufren a solas, gota a gota;
que lloran
sin pañuelos, ni lágrimas, ni gritos. Por aquellos que miran pasar de largo un día,
y un olor de mujer, y algún signo de orgullo.
Por aquellos que vienen de enterrar sus amores,
de empeñar la sortija, de buscarse un trabajo.
Por aquellos que piden, que ruegan, que suplican,
y obtienen la respuesta del vuelva usted mañana.
Por aquellos que beben para matar las penas
y acaban vomitando los años de su infancia.
Por aquellos que fueron felices diez minutos
mientras ella cantaba planchando una camisa.
Por aquellos que mueren de una insignia en el pecho,
de un tiro por la espalda, de un jornal si no llueve.
Por aquellos que nunca saldrán de su estrechura,
del hoyo de su cuerpo, del preso que nacieron.
Por aquellos que pierden de pronto sus recuerdos,
y olvidan unas manos, y un rostro, y una historia.
Yo bebo mi diaria ración de mansedumbre;
de asco y de vergüenza, de muerte y de esperanza.
Hoy he visto al dolor casi de frente.
Lo he mirado por dentro de los otros. Y era un perro mordiéndose la cola.
Era un tigre comiéndose el paisaje.
Me ha dolido la tarde donde estuve.
La muchacha besándose con nadie.
Las luces de las tiendas. Y esa gente
que va y viene del mundo a sus costumbres.
Hoy que he visto lo lejos tan de cerca,
se me ha puesto la pena por sombrero.
Me dolieron los años de mi vida.
Las palabras. Mi casa. Los amigos.
Yo no digo que duela como un golpe.
Fue distinto al dolor de una caída.
Fue una especie de llanto por la espalda.
Un terrible dolor en otro sitio.
Era un fiero animal a dentelladas.
Yo no puedo vivir en paz. Mi hermano
Agoniza en Brasil. Yace en Bolivia.
Cuando sufren mis ojos palestinos.
Cuando llora mi esposa desde Atenas.
Cuando pierdo a mi padre en Alabama.
Yo no puedo vivir en paz. No puedo
resistirme al dolor de mis parientes,
donde pienso que un golpe les alcanza.
Ahora mismo me quedo sin amigos.
Los condenan a muerte. Los torturan.
Se los llevan del aire que respiran.
Y a la novia que tuve —yo era un niño—
la enterraron al pie de esta mañana,
cuando apenas su pecho florecía.
Yo no puedo vivir en paz. Lo digo
porque anuncia la prensa que algún hombre
necesita mi parte de esperanza.
Porque a veces dispongo de diez duros,
de una tarde lloviendo, de un paraguas,
y un minuto de amor donde apoyarme.
Yo no puedo vivir en paz si escribo
sobre un ramo de rosas, y un jilguero,
y una puesta de sol. Y algo de luna.
Yo no puedo vivir en paz si canto
la hermosura de aquella que me gusta,
y entre
tanto me quedo sin familia.
Yo reniego
del hombre que se calla, que le vuelve la espalda a su vergüenza.
Que se lava las manos. Y sonríe.
Yo no puedo vivir en paz. Perdonen.
No me digan que vengo de aguafiestas.
Yo les ruego que piensen un momento.
Una voz se
oye en Ramá, lamentación
y gemido
grande: es Raquel, que llora a
sus hijos y
rehusa ser consolada porque
no existen.
JEREMÍAS
Los niños del Vietnam. Me da vergüenza.
Me arrepiento de verme sano y salvo.
Me repugna la paz que me circunda.
Los niños del Vietnam. No me conozco.
No me encuentro los límites del alma.
No me salen las cuentas de mi vida.
No me atrevo a mirarme frente a frente.
Los niños del Vietnam. (Que no comprendo
cómo puedo cenar y entretenerme,
y acostarme y dormir a pierna suelta,
mientras alguien los borra del paisaje.)
Los niños del Vietnam. Yo no me altero.
Yo no cedo mi plato de alegría.
Yo no acudo a la cita de su llanto.
Yo no muevo ni un dedo por lo suyo.
Los niños del Vietnam. Nadie responde.
Nadie sabe sus nombres. Nadie grita.
Nadie escribe una carta a Jesucristo.
Nadie apaga la música un momento.
Los niños del Vietnam. Por cada niño
que no alcance su parte de futuro,
que no crezca de modo duradero
que no llegue a la edad de enamorarse.
Por cada niño ardido. Derramado.
Partido. Reventado. Corrompido.
Vaciado de su cuerpo a cañonazos.
Partido del
amor por una espada.
Yo me caigo de culpa. Me avergüenzo.
Me derrumbo del pecho para adentro.
Porque vuelvo a vivir, cuando sucede
lo que digo. Perdonen. Ya me callo.
Donde estuvo
tu cuerpo queda un rastro;
una especie
de música, fluyendo como canta la lluvia sobre el mundo,
se adormece la luz bajo la tarde,
se pronuncia el dolor contra la vida.
Donde estuvo tu cuerpo se amontona
una altura de nieve inaccesible,
una forma de estatua transparente,
un estruendo de sol a quemarropa.
Y algo así como un viento por los trigos.
Donde estuvo tu cuerpo yace un hombre;
brotan hierbas lo mismo que recuerdos,
se congrega un silencio repentino,
prolifera un ciprés hacia la noche,
se propaga un color melancolía.
Donde estuvo tu cuerpo yo me quedo
como un resto de sobra para todos;
mastico soledad, fumo tristeza,
bebo llanto, me asomo a tu memoria
y hace falta valor para estar vivos.
Donde estuvo tu cuerpo permanece
para siempre la causa de mi vida.
Cuaja un golpe de sangre a borbotones.
Petrifican su historia los minutos.
Se derrumba mi voz. Me quedo ciego.
CANCIONERO/SUR [1982]
Mi nombre, José. De oficio
poeta. Mayor de edad.
Mi amante, la soledad.
Y mi historia, un estropicio.
Asomado al precipicio
de mi propio corazón,
veo pasar la procesión
de los años que he vivido.
Todo lo doy por perdido.
Y sigo al pie del cañón.
MÍRALA por
donde va,
del brazo de
su marido. Yo que tanto la he querido,
y ahora lo mismo me da.
Que me quiten lo sufrido.
DE negro
vestida vas;
Negro el
pelo y la mirada,
Negro todo
lo demás.
No pudo ser.
Yo quería
Que aquella
noche tardara
Mucho tiempo
en ser de día.
Los besos
que tú me das,
Por la noche
son de azúcar,
Por la
mañana de sal.
QUÉ bien
suena la campana
De la Torre
de la Vela,
Cuando la
escucho en la cama.
V tú duermes
a mi vera.
Y no trabajo
mañana.
MIRA tú por
dónde un día
Me pidió que
la quisiera;
Cuando ya no
la quería.
POR tu
culpa, ya no creo
Ni en las
palabras que oigo
Ni en los
escritos que leo.
QUIEN quiera
saber de mí,
Que me
busque en lo que escribo,
Y encontrará
quien yo soy
Si entiende
lo que no digo.
AQUELLA
mujer cumplía
en la cárcel
de su espejo
sus treinta
años y un día.
A la tierra
irán conmigo
los amores
que no tenga
con los
versos que no escribo.
UN niño
cruza la tarde;
una tarde de
verano.
el hombre se
ha detenido;
tiene un
pañuelo en la mano,
se enjuga
los ojos, mira,
despacio, la
lejanía.
Reanuda su
paso el viejo.
Y es verano
todavía.
PARA no
llegar a viejo,
aquel hombre
se acostó
dando la
espalda a su espejo.
AQUÍ nadie
se equivoca.
por algo
aquí todo el mundo
tiene
cerrada la boca.
A la puerta
de tu casa
voy a poner
un letrero:
“Aquí vive
la esperanza
de un hombre
que no se cansa
de esperar
lo que yo espero”
LAS cosas
son como son:
ni el olmo
dará manzanas,
ni amores tu
corazón.
ME las
tienes que pagar;
ya le diré
yo a tu novio
dónde tienes
un lunar.
¿CóMO
quieres que te quiera,
si lo que a
mí no me das
te lo gastas
con cualquiera?
VA a ser
cosa de creer
en eso del
otro mundo;
por si allí
te vuelvo a ver.
MALHAYA
quien dispusiera
que tú
vinieras al mundo
y que yo te
conociera.
QUE lo malo
no es la muerte.
Que lo malo
es despedirme
para no
volver a verte.
Mis ojos,
que no te miran.
Mis besos,
que no te alcanzan.
Mis pasos,
que no te encuentran.
Mis brazos,
que no te abrazan.
Dios te libre, compañera,
Dios te libre, compañera,
de un amor
sin esperanza.
Lo mismo me
da que llueva,
que luzca el
sol, sople el viento,se salga la mar de madre,
que se venga abajo el cielo.
Lo mismo me da morirme,
que muy buenas, que hasta luego,
que adonde vas, que me escribas,
que me marcho, que ya vengo.
Lo mismo me da una nube,
que un paraguas, que un plumero,
que una corbata de seda,
que un pantalón con remiendos.
Lo mismo me da mi gente,
que otro sitio, que otro empleo,
que ganar una carrera
o perder hasta el sombrero.
Lo mismo me da ser alguien,
que nadie: (titiritero,
ministro, pastor, poeta,
arzobispo, pordiosero.)
Lo mismo me da un palacio,
que mi casa, que un convento,
que París, que la oficina,
que la gloria o el infierno.
Lo mismo me da la playa,
que el verano, que el invierno,
que los dolores de muelas,
que la caída del pelo.
Lo mismo me da, y termino,
que me tengan por un genio,
o me manden a la mierda
los ilustres de mi pueblo.
Pero no me da lo mismo
recordar, cuando me acuesto,
que tú te acuestas con otro
y el otro estará durmiendo.
Lo demás me da lo mismo.
Como lo digo lo siento.
EL CORAZÓN
EN LA MANO [1992]
su recado, su carta, su visita?
Que tenemos pendiente alguna cita,
no sé cuándo ni dónde, apalabrada.
¿Quién olvida que soy el inquilino
solitario de su casa vacía?
¿Qué persona me ignora, todavía,
cuando sigo con ella su camino?
Alguien guarda la llave de una puerta
que se abre a mi último aposento.
Pero nadie responde. Sólo el viento
se pasea por la calle desierta.
Nadie sabe que espero su mensaje.
Que ya tengo dispuesto el equipaje.
Porque he sido feliz, ya ni me acuerdo
de aquella que, tal vez, lo fue conmigo.
Solamente un dolor, al lado izquierdo,
por la parte del pecho, donde sigo
buscándome la vida cada día,
atestigua, doliendo, lo que digo.
Porque fuimos felices, todavía
me arde el corazón, atravesado
por aquel fogonazo de alegría.
La dicha siempre es algo que ha pasado.
Lo que nunca sabremos si fue cierto.
Lo que, acaso, tan sólo hemos soñado.
Lo oscuro de un amor al descubierto.
La infancia retratada en las ventanas.
El toldo de la lluvia sobre el huerto.
La sonrisa del sol por las mañanas.
El libro, como un pan, sobre la mesa.
Y aquel aire estampado de campanas.
Yo, que he sido feliz —y no me pesa
a pesar de lo mucho que sufrí—,
porque sé que aquel tiempo no regresa,
que se ha muerto aquel hombre que yo fui,
—cuando fuimos felices—, me defiendo
recurriendo al olvido. Como si
olvidando se fuera diluyendo
lo que duele el dolor de una alegría,
cuando al cabo del tiempo no comprendo
cómo pude perderla, si era mía.
Si las nubes son pájaros. Si el viento
fuera un ángel perdido entre la gente.
La penumbra
una mano transparente.
Y el corazón
un niño soñoliento. Si la flor que se apaga en el florero
se volviera de pronto una paloma.
Y la alfombra un jardín, por donde asoma
la luna abanicando su plumero.
Si las cosas no fueran, como son,
por su nombre tan sólo designada;
si asimismo pudieran ser, soñadas,
la otra cara
de su definición.
No sería, tal vez, tan aburrida
tantas veces la función de la vida.
HOTEL
La cama donde acuesto mi andadura,
los restos de mi vida cotidiana,
el corazón transido por la oscura
perspectiva del día de mañana.
La cama del que tose al ser de día.
La de alguna pareja provinciana.
La del hombre que nunca volvería.
La de aquella que engaña a su marido
a la hora de la peluquería.
La cama donde aquel desconocido
remediaba el fastidio de su esposa
abrazado a un muchacho travestido.
La cama del viajante que reposa
repasando su lista de clientes,
a la luz de una lámpara ojerosa.
Siendo la misma, son tan diferentes
según los otros que las ocuparon,
por noches memorables, por dolientes
insomnios pertinaces. Los que usaron
el cuerpo de una niña realquilada.
Solitarios, a solas, que lloraron
inscribiendo su pena en la almohada.
Palabras que alumbraron una historia.
La muchacha que muere estrangulada.
El suicida, que perdió su memoria
y la busca afanoso en la maleta,
sabiendo que no tiene escapatoria.
La cama donde, a veces, el poeta
que siempre va conmigo, me abandona;
y a bordo de la mágica avioneta
de los sueños, se va de mi persona.
Me he
perdido, contigo, tantas veces,
buscándonos,
a gritos, por ciudades
donde nunca
estuvimos, ni por sueños.
He viajado a
lo largo de otras vidas,
kilómetros
de noches, desde el niño
que a veces
respondía por mi nombre,
hasta alguna
estación. Y tú no estabas.
Pero sé que
me habrías recibido
mojándome la
cara de alegría,
descubriendo
el secreto de querernos
y achicando
el espacio de la tierra.
En alguna
ocasión estuve a punto
de
encontrarte a la vuelta de una esquina;
y era sólo
el aroma de otro cuerpo,
o el roce de
una voz; que no la tuya.
Frecuentemente
suelo equivocarme
y arrojo el
corazón por la ventana,
creyendo que
doy suelta a una paloma
de manos
mensajeras a tu pecho.
Y no acierto
a salir de aquella estancia
donde guarda
un espejo tu sonrisa;
ni consigo
ordenar el calendario,
de manera
que el jueves ya es domingo
y anochece a
las diez de la mañana.
Pero el
llanto del grifo, goteando,
me advierte
que ahora llueve en otro sitio,
donde yo, si
es que sigo siendo el mismo,
me he
perdido, buscándonos, contigo.
Lo malo de
la noche es lo que tarda
en regresar
el día (si es que puedo
resistir el
terror que me acobarda).
Traspasando
lo oscuro arrecia el miedo,
se agranda
el corazón, como si fuera
la misma
soledad donde me enredo.
La gata del
cojín es una fiera.
Una mosca,
el heraldo de la muerte.
Y el silencio,
un pijama de madera.
Lo peor de
la noche es removerte
de una
orilla a la otra de la cama,
abrazado a
tu propia mala suerte.
Y lo lejos
que queda la mañana.
GÉNESIS
Lo primero
es el verso. Y el poeta
precediendo
a la voz que lo proclama.
Si al
principio fue el verbo, la palabra
constituye
el origen de la vida.
Luego
estrena la luz sus proyecciones,
y aparecen
los mares, por la orilla
donde el
viento perfila una palmera,
mientras
vuelan los peces, que se fueron
Convirtiendo,
despacio, en gaviotas.
La palabra
construye el Universo,
cuando un
hombre aparece y lo inaugura
enmarcando
el paisaje de su infancia
en la limpia
mirada de otros ojos.
Mucho tiempo
después llegan los dioses,
procedentes
del miedo y la ignorancia;
desembarcan
de nubes tormentosas,
con la
espada del fuego en una mano
y en la otra
el furor por estandarte.
Y el sueño
se hizo carne entre nosotros
y habitó
nuestra edad desde la sangre
que delata,
gritando, al asesino.
Decretando
su propio sacrificio
nos impuso
la insignia de la muerte,
la
corrupción del cuerpo y el lenguaje.
Porque el
verbo inicial perdió su aliento;
aquel soplo
vital de la palabra
que designa
el amor o la alegría,
el pájaro y
la flor: lo que se nombra
cuando
hablamos de dios y el paraíso.
La frágil
transparencia del vocablo
que
explicaba el misterio de las cosas:
como el
fuego que enciende una sonrisa
o la
estrella interior de una esmeralda.
La palabra
cuchillo, por ejemplo,
se pudre
entre las manos de aquel hombre
que apuñaló a
su hermano por la espalda.
La palabra
instrumento, no es la misma
si designa
un violín o la tortura.
Ya digo que
perdimos la inocencia
del niño que
descubre lo que mira,
como un aire
que abriera, de repente,
la negrura
de un ciego, al mediodía.
Si al
principio fue el verbo, y el origen
de la vida
reside en la palabra,
¿quién
ordena, callando, el exterminio,
la
catástrofe del mundo: la morada
de aquel
hombre feliz que no esgrimía
la doble
empuñadura del cuchillo,
cuando corta
el sabor de su alimento
o penetra el
costado de su amante?
Si los
dioses hablaran, nos dirían
la manera de
abrir el diccionario
y encontrar
la palabra incorruptible;
la que,
entonces, igual que un fogonazo,
alumbró lo
que fuera, si fue cierto,
un amor
siempre a salvo de la muerte.
Pero el
verbo inicial ya no responde;
su silencio
es la voz que nos dirige.
Sólo el
viento prosigue su discurso
ordenando el
vaivén de las palmeras
que a la
orilla del mar se manifiestan,
como un
signo explicando el horizonte.
Y el poeta
es la estatua que en la plaza
de su pueblo
coronan las palomas.
O la lluvia
cayendo por su rostro
como el
llanto del niño que perdimos.
Te recuerdo
junto al mar. Y enmarcada
por la orla
de un viento biselado,
bajo el sol
vertical, tornasolado,
de aquel día
que fuera tu mirada.
Te retrato
al trasluz del derrotero
que apaisaba
una luna navegante,
la noche del
naufragio, en el instante
de irse a
pique tu corazón velero.
Y allí
quedan los restos. Por la raya
donde el mar
nos devuelve a la memoria
los
náufragos de aquella triste historia
escrita
sobre el pliego de una playa.
Sobre el
papel mojado de un paisaje
que borró
para siempre el oleaje.
EL
TERRORISTA
A otro lado
del mundo ya es de día.
V amanece
lloviendo a manotazos.
Emerge de su
insomnio una mujer
y el marido
bosteza en el lavabo.
La adúltera,
subiéndose las medias,
y su amante,
silbando ante el espejo.
Despegan
aviones. Llegan trenes.
Un enfermo
llamando a la enfermera
porque el
aire le duele en la garganta.
Y el niño,
que mañana se examina,
dormido por
las páginas de un libro.
Alguien
carga, despacio, una pistola
pensando en
la cabeza de otro hombre.
Sucede al
mismo tiempo que anochece,
y estoy
solo, fumando, en este cuarto
donde
escribo, escuchando una emisora,
entre
anuncios y música, radiando
que la
lluvia florece en otra parte.
Cuando pasa,
ladrando, una ambulancia.
y el médico
de guardia se disfraza,
a la luz de
los focos, de fantasma.
En el bar
convenido de antemano
se quita el
criminal la gabardina,
pide un
whisky y enciende un cigarrillo.
Y recibe el
importe de su infamia.
Lo que queda
del día no es la tarde
abatida a
los pies de la muralla.
Ni los
flecos del sol en los cristales.
Ni el gato
soñoliento en la butaca.
No es el viento
engarzando las estrellas.
Ni la luna
asomada a su ventana.
Lo que queda
del día es el paisaje
que se
vierte a través de tu mirada.
La música
del pájaro que anida
donde plante
su almendro tu palabra.
Y el
recuerdo caliente de tus manos
estampado en
lo frío de mi alma.
Lo que queda
de un día es la memoria
de otra
tarde feliz, traspapelada
en la
historia de aquellos que ya fuimos,
cuando el
mundo y la vida comenzaban.
Porque
somos, al tiempo, lo que el río
es al puente
mirándose en el agua.
Hoy, ya lo
sé, moriré en otros nombres,
y a manos de
la gente que me olvida.
La mujer —ya
no es ella— cuando acude
al encuentro
de aquel que ahora prefiere,
y me
entierra en su olor y sus costumbres.
El amigo,
que ríe a carcajadas
en el bar
donde, a veces, compartimos
la doliente
alegría de unas copas.
La familia
reunida, celebrando
la fiesta
del amor que los alumbra,
como el
tiempo parado en un retrato.
Los niños
que se abrazan a su madre
porque el
viento golpea las ventanas,
y es un perro
rabioso, desatado.
Aquel hombre
que sube la escalera
hacia el
rostro y las manos de su esposa,
que le abre
la puerta y le sonríe.
Los amantes,
al alba, cuando el sueño
los defiende
del frío, y lo que llueve,
y ella
sueña, tal vez, que yo la espero
bajo el
cielo mojado de un paraguas.
Hoy me he
muerto a lo lejos, donde alguien
descubriendo
el amor y la esperanza,
se asomaba
al futuro, y sonreía.
Compartía la
cena con los suyos.
Lo
nombraron, mirándolo de cerca.
Se alejaba
de mí por tantas calles.
O encontraba
que vive en otras manos.
Y yo apago
la luz. Y entro en mi noche,
solitario,
muñéndome en la gente;
de manera
que, a veces, me doy cuenta,
porque
alguien me olvida en otro sitio.
Lo percibo,
sin verlo, corno un golpe
que me
alcanza, por dentro, desde lejos:
donde cierta
persona —ya no es ella—
me ha
borrado del mundo. Y no lo sabe.
Moriremos de
nada:
de llamar a
una puerta,
de escribir
a un pariente,
de perder un
paraguas,
de
encontrarse una llave,
de buscar un
zapato,
de romper
una taza,
de un reloj
atrasado,
de un grifo
que gotea,
de olvidar
una fecha,
uj.viu.ar
una recna,
de acostarse
temprano,
de soñar que
amanece,
de un sabor
a vainilla,
de un olor a
jazmines,
del favor de
un amigo,
de una voz
por la espalda,
de un abrazo
perverso,
de una boca
vendida,
de una gota
de tinta,
de un helado
de fresa,
de pensar
que no llueve,
de dormir
bocabajo,
de una tarde
con ella,
de un minuto
más tarde,
de un dolor
de paisaje,
de un ataque
de risa,
de una copa
de vino,
de fumarse
un cigarro,
de una playa
muy lejos,
de un vómito
de penas,
de una
estrella fundida,
de cruzar
una calle,
de
cambiarnos el traje.
Moriremos de
nada.
Y a su
debido tiempo.
COPLAS
De la noche
a la mañana,
por algo que
yo no sé,
aquella
exquisita dama
se levantó
de mi cama,
abrió la
puerta y se fue.
ME asomé al
rompeolas.
Miré a la
mar.
Por si
pasaban barcos,
verlos
pasar.
Pasó un
velero
donde iba,
con otro,
la que yo
quiero.
ANOCHE te
vi, con otro,
y me quedé
tan a gusto.
Si te veo
antes de ayer
me hubiera
muerto del susto.
ME quiero
encontrar contigo,
para decirte
en la cara
lo que a tu
espalda no digo.
QUIEN
presuma de saber,
que sepa que
nadie sabe
del agua que
va a beber.
POR amor, me
conformaba
con lo poco
que tu mano
me ofrecía y
no me daba.
LA lluvia,
como una mano,
me acaricia
la cabeza.
En algún
lugar lejano
alguien
destapa un piano.
Es el otoño
que empieza.
Romance en
el que se refieren los maravillosos sucesos acaecidos al nacimiento de un niño
en el pueblo granadino de fuente vaqueros con todo lo demás que podrá conocer
el curioso lector
PRIMERA
PARTE
EN UN PUEBLO
GRANADINO,
llamado
Fuente Vaqueros,
un día del
mes de junio,
y hace un
siglo, más o menos,
nació un
niño, como todos
los demás
niños nacemos:
atado por el
ombligo,
lloriqueando
y en cueros.
AQUEL DÍA, Y
A LA HORA
del feliz
alumbramiento,
por las
choperas del río
revoloteaba
el viento
tremolando
banderines
tricolores;
repartiendo
campanillas
de cristal
y esencia de
limonero,
telegramas
de alegría,
bombones y
caramelos.
Por las
ramas de los chopos,
verderones y
jilgueros
cantaron por
soleares.
Y el agua de
los veneros
amortiguaba la
sed
de los mulos
y muleros.
REPENTE,
COMO SUELEN
suceder tales
sucesos,
una nube,
como un ángel
con una capa
de espejos,
apareció por
la Sierra,
cruzó la
Vega, y en menos
que canta un
gallo, llegó
y cayó en
Fuente Vaqueros
una tormenta
de flores,
de
relámpagos y truenos,
atizada por
el soplo
de un
vendaval jardinero.
Los olmos
dieron manzanas
y bellotas
los ciruelos.
Los maíces
fueron trigos.
las ranas
criaron pelo.
Las veletas
se volaron.
Los gallos
pusieron huevos.
La perra
parió seis gatos
y la gata
cuatro perros.
Y amaneció
florecido
un rosal,
que estaba seco.
Cuando el
niño aquél nacía
tales cosas
sucedieron;
pero nadie
se dio cuenta
de tan grandioso
portento,
pues cuando
nace un poeta
tan sólo lo
sabe el viento.
EXAMINÓ A LA
CRIATURA
la matrona,
y al momento
determinó
que era un niño,
a juzgar por
su instrumento.
Familiares y
vecinos
celebraron,
tan contentos,
la llegada
del chavea
a este mundo
puñetero;
sin saber,
quién lo diría,
que aquel
niño, con el tiempo,
llegaría a
ser un hombre
famoso en el
mundo entero.
SEGUNDA
PARTE
SU PADRE FUE
UN LABRADOR,
propietario de
terrenos
donde los
trigos crecían
y pastaban
los borregos.
Su madre fue
la maestra
que en la
escuela de aquel pueblo
enseñaba a
los chiquillos
a ser
hombres de provecho,
y a las
niñas, lo sucinto
para salir
de un aprieto.
DE IGUAL
MODO QUE A SU PADRE,
Federico le
pusieron;
porque a
todos nos bautizan
cuando somos
tan pequeños
que nadie
elige su nombre.
Como yo que,
por ejemplo,
me llamo
Toribio Toro,
lo mismito
que mi abuelo,
que se colgó
de un olivo
por culpa
del pitorreo
que se
gastaban con él
las malas
lenguas del pueblo.
Por eso yo
no me caso
y me moriré
soltero.
Pues si soy
Toribio Toro,
soy cegato,
cojo y viejo,
no sería
cosa rara
que me
pusieran los cuernos;
como dicen
que mi abuela
se los ponía
a mi abuelo.
(Perdonen,
si me desvío
de la
historia que les cuento;
pero es que
a veces, mecachis,
se me vuela
el santo al cielo.)
COMO TODOS
LOS CHIQUILLOS,
Federico fue
creciendo,
jugando con
sus amigos
de la
escuela, en el recreo,
y a solas,
también, perdido
por el país
de los sueños.
Conversaba
con los grillos.
Volaba con
los vencejos.
Y aprendió,
sin que se sepa
quién pudo
ser su maestro,
el lenguaje
de las flores,
el origen de
los vientos,
la escritura
de los chinos
y las voces
del silencio.
Y a veces se
entretenía,
acurrucado en
el huerto,
ayudando a
las hormigas
a salvar sus
hormigueros,
cuando
soltaba el otoño
sus feroces
aguaceros.
FEDERICO NO
QUERÍA
ser, de
mayor, ingeniero,
ni aviador,
ni comerciante,
ni atleta,
ni misionero.
Que quiso
ser escritor
de los que
escriben en verso.
Por eso, los
Reyes Magos,
el día cinco
de enero
de mil
novecientos cuatro,
se dice que
le trajeron
los regalos
que él quería:
pluma, papel
y tintero,
para
escribir lo que sueñan
sus ojos,
grandes y abiertos.
TERCERA Y
ÚLTIMA PARTE
PASARON LOS
AÑOS. (TREINTA,
que tampoco
es mucho tiempo.)
Federico ya
era grande
por de fuera
y por adentro,
y se pasaba
la vida,
tranquilamente,
escribiendo,
y asombrando
al personal
por su
gracia y su talento.
Y entonces,
un militar,
llamado Franco,
por cierto,
se levantó,
con sus tropas
y los curas,
contra el pueblo,
arrasando
España entera
con su
sable, a sangre y fuego.
Aprovechando
el tumulto,
demonios,
que andaban sueltos,
mataron a
Federico.
De lo demás
no me acuerdo.
Y AQUÍ SE
ACABA LA HISTORIA
de aquel
niño, que fue un genio.
El poeta de
Granada,
famoso en el
mundo entero.
Una limosna,
por Dios,
para este
pobre ciego,
que así se
gana la vida:
cantando su
romancero.
Y si no me
socorréis,
pues muy
buenas y hasta luego.
Que el Señor
ya nos dará
lo que sea,
malo o bueno,
cuando nos
llegue la hora
de irnos al
cementerio.
Dicho lo
cual, con permiso,
me largo con
viento fresco.
Muchas
gracias por oírme.
Toribio
Toro. Coplero.
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