El poeta antioqueño Mario Rivero, nacido en Envigado y considerado el pionero de la poesía urbana de Colombia, murió el 13 de abril en Bogotá, a los 74 años, de una afección cardíaca. El autor había recibido el Premio Nacional de Poesía en 1972 y 2001 y era uno de los principales exponentes de la llamada “generación desencantada” (de los años 70).
En los años 50 Rivero había sido voluntario del contingente colombiano que participó en la guerra de Corea, y recorrió durante varios años los países latinoamericanos ejerciendo oficios tan diversos como cantante de tangos, actor de teatro y circo, y crítico de arte.
En 1972, con sus amigos Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Giovanni Quessep y Jaime García, decidió crear Golpe de Dados, no sólo una de las publicaciones más importantes de poesía en Colombia, sino también un nombre que ha marcado a una generación de creadores. Se publica cada dos meses y antes de morir dejó los números de este año a punto de impresión. “Es una cosa delirante. Es un milagro en un país donde la poesía no le importa casi a nadie”, dijo una vez sobre esta publicación.
Autor de poemas como “Tango para Irma la dulce”, publicó una extensa obra en varios volúmenes que comenzó en 1963 con Poemas urbanos y ganó por primera vez el Premio Nacional de Poesía en 1972 con Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar. También recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lemus y, en 2001, la Cruz de Boyacá. Como crítico de artes plásticas ejerció en la revista Diners y en el diario El Espectador.
“. . . Rivero tomó los grandes temas de la poesía como el amor, la muerte, la soledad, la añoranza –temas representativos de la modernidad y de la poesía de todos los tiempos-y los habitó del desencanto, el desasosiego, la duda, en una original forma de poetizar, contando en verso el diario vivir de unos habitantes con guiños de ironía y trasfondo de lágrimas. Y es que esa reinvención de la realidad urbana la convirtió en un puñado de versos multicolores. Desde su lenguaje irreverente, el poeta se burla del entorno alienado que preside la ciudad, hasta un universo donde ingresan con la nostalgia, la reflexión del ciudadano marginal y sus acciones cotidianas. Uno de los más interesantes aportes de Rivero fue nombrar asuntos antes poco visitados por la poesía colombiana; tan hermosa resulta la imagen sorpresiva de aquella Virgen de la Amnesia como la de las calles de La Candelaria, de «las muchachas amontonadas en la habitación que emanaban una gran niebla dulce», la vendedora de crispetas con el vientre puntiagudo, el paseante solitario del Parque Nacional, el crudo retrato del padre oloroso a aceite entre su overol azul y el dolor de encontrar los sitios del recuerdo destruidos, sin aromas ni misterios, apenas rescatados por su memoria.
. . . Los motivos de Mario Rivero son una reveladora mirada sobre las cosas aue a diario nos rodean, penetrando su misterio sin descartar su banalidad. Por eso sus poemas simulan pobreza en recursos expresivos, porque están comprometidos con un lenguaje que ante todo quiere ser directo: una visión honda y sencilla de la realidad. La diafanidad de la palabra se relaciona con el fácil entendimiento de unas imágenes que quieren ser de comprensión inmediata: nada de metáforas y vocablos suntuosos o herméticos o simplemente complicados, sino que se entreguen totalmente a la sensibilidad del lector.
La cercanía de Rivero con la esencia de la vida lo ha formado como un autor educado en la academia del mundo, que desmitifica la grandilocuencia de la literatura y crea la belleza con la palabra, donde el malevaje, los orilleros, el bajofondismo, los arrabales y los cafetines dejan su testimonio. María Mercedes Carranca agregó: «Pues bien, ese niño grande que regala manzanas v versos ha escrito lo que es, a mi parecer, una de las obras más sólidas e interesantes de la poesía colombiana de todos los tiempos. Con maestría, Rivero ha sabido hablar de las tristes gentes anónimas de nuestras ciudades, de sus sueños y de sus fracasos y a ello le ha dado como fondo los frenazos de los buses, el vocinglero de los vendedores ambulantes, la suciedad de las calles, la luz turbia de los hoteles de paso». “
De Federico Díaz Granados,
discípulo de Mario Rivero.
Amanecer
El primer carro lechero
pita frente a una tienda de comestibles
las palomas despiertan sobre los tejados
y se confunden con el humo de las chimeneas.
Otra vez los empleados bancarios
se abotonan la camisa
y el último billete que contaron
se les pega a los dedos al tomar la tostada.
Todo está húmedo.
Las hojas nadan en las alcantarillas
y los hombres que recogen la basura
están untados de niebla.
Este día será igual a todos…
los diarios dirán que el mundo
se acabará dentro de quinientos años
o que los rusos ya llegaron a Marte
y en la página social
una mujer bella que se casa.
Rodarán los besos… se harán grandes negocios
y la tierra orinará petróleo.
Los hombres jugarán peligrosamente con los niños
sin más testigos que los zapatos
como dos vientres de buque.
La señora X tomará el té con el amigo
y dirá mientras se arregla el liguero:
«Mi marido trabaja hoy hasta tarde».
Y en el cielo, allá arriba,
las estrellas guiñarán el ojo a los enamorados
que caminan cogidos de la mano
sobre los ríos de cemento…
Y volverá a amanecer sobre las chimeneas y las palomas.
Palabras a un amigo que se llama Dios
1962
Un día cualquiera
los hombres han puesto en órbita
otra cápsula
el astronauta dijo que la tierra
es una bolita azul con tempestades
y que Tú no estabas ni dentro ni fuera
crece el día
el estroncio 90 está en la respiración
está en la luz
cae sobre los burros y su carga de flores
crece el día
el sol se estira en lenguas dulces
sobre el campo
quema la piel del agua y de los amantes
y un vaho de fornicación asciende
crece el día
uno no se cansa de estar vivo
aunque se siga anudando la corbata
aunque se sienta el tableteo
de las ametralladoras
aunque la muerte caiga engordando la tierra
en fin amigo Dios
es 1962
en todos los almanaques
y pueblos oscuros siguen envueltos en su fiebre
construimos casas y bombarderos
que tienen extendidas bajo las alas
las ciudades que no conocemos
no tengo más que contarte
estoy solo como un recién llegado
tal vez me compre un elefantico
para regalarle a alguien
y aunque Tú no estés ni dentro ni fuera
te pido desde mis dientes de maíz
que nadie se vaya en el verano
Amigo Dios
tú que hiciste el mundo en siete días
que de tu mano salieron
mansos valles y delgadas colinas
yo te pido por todos
los que no dicen nada
te cuento desde este bosque
de cemento y cristal
que nadie parece malo
cuando atraviesa una avenida
o piensa que fue niño
yo los he visto amigo Dios corroerse
y descender como una avalancha
cuando el crepúsculo toma posesión de la ciudad
persiguiendo los días
que se les fueron uno tras otro
hacer el amor y luego sonreír
al secarse los órganos con una toallita de papel
inocentes y hostiles a la humedad de sus cuerpos
limosnear constelaciones y veranos
sin saber que el mundo ya está viejo
bajo su apaciguamiento de eternidad
y que la bomba caerá
¿Caerá la bomba sobre la bolita azul?
Réquiem por una tarde
La lluvia moja los automóviles
los vendedores de frutas
y los pies de los semáforos.
Los mendigos con las bocas abiertas
reciben sobras en sus escudillas de lata
y se acurrucan en los portones de hierro
por donde solo pasa el día.
Una mujer gorda abre el paraguas.
llueve sobre la ciudad.
No se detendrá la tarde
sigue el sudor en las construcciones
y las grúas alzan ladrillos.
Los maestros de escuela
y las mecanógrafas
cae hollín.
Huele a colillas, a rouge.
Sigue lloviendo.
Como cualquier muchacho escapado de casa,
«hago las calles» de la ciudad, y me familiarizo con su tacto.
Las hago hasta el final,
por la luz, por la sombra,
¡hasta extenuar el corazón con su asfalto!
Me gusta su fragor,
¡el fragor de la calle dura y maloliente, el baño de la vida!
hasta el fin, hasta el alba,
este viajar entre hombres extraños,
gente distinta, a quien no necesito,
gente encontrada sobre la ribera,
a lo largo de la creciente del día,
o, gente planeando sola en la noche.
Existiendo en carne y hueso,
pero que va apagándose, desapareciendo, hacia sus cosas,
hacia el destino, hacia el trabajo, o la vida…
Su juventud es igual. Son iguales en el amor.
Aquí hay un hombre, y otro, y otro más, en cadena.
Son muchos hombres, y siempre habrá otro más junto a ellos.
En el instante en que el cigarrillo encendido
y el deseo de huir, expulsa el humo de los sueños…
La carne les huele igual. A campo, a jardín secreto.
Y la mirada les cae bajo las pestañas de muñeca,
pero su corazón es invulnerable.
Han desviado el romance a un propósito frío como el hielo.
Con pueblerino vestido de crespón brillante
y anillo de rubí de vidrio en el dedo corazón de la mano izquierda,
sentadas en la sala del Paraíso de «madame»
—donde he venido a ver el ambiente
en los abismos de su soledad.
Y con el rímel que se destiñe en sucios fangos negros,
ellas sonríen con paciencia…
Las campanas de San Francisco, se desparraman,
cuando los hombres quisieran volver a estirar sus colchas y dormirse,
con los ojos todavía pesados de mal-sueño,
rojos, y abiertos al fondo de un aburrido cuarto.
Los tarros de basura siguen hediendo…
Alguien se estará lustrando los zapatos con las cortinas
-como dicen que hacen los viajeros en los hoteles-.
alguien se puede estar poniendo un overol de obrero,
alguien que tuvo su pequeña guerra civil en esta noche
puede estar lidiando su última escaramuza sobre una colina blanca,
alguien orinará desnudo, una última burbuja de cerveza,
o alguien a quien nunca conoceré, hastiado,
puede estar haciendo lo que la gente llama «una locura»…
He dirigido a la calle mis versos
esta es la nueva Oda que presento a la calle,
dura, hormigueante, color de zozobra,
en donde con la ropa del verano,
o con la ropa del invierno,
vive la vida, sueña la vida, sufre la vida…
Con los ojos y con los oídos, y con el olfato,
amo la calle…
donde se precipitan y se cristalizan,
los gestos de lo cotidiano, del progreso, de lo útil,
bochornosas, apresuradas calles –las del combate—,
lugar distinto, separado, en el que sufrí
la prueba de estar solo,
entre las multitudes,
anodinas,
ni alegres ni tristes,
de hombres que poseen un nombre y que
sin embargo, no son persona alguna.
Calle que presenta los colores de los ojos del hombre,
según el cristal con que se miren…
el significado
de algunas palabras esenciales como
lluvia, sol, sudor, tierra,
porque el hombre que ha caminado sobre
las callejuelas,
y sentido el ruido de sus pasos, tap-tap,
resonando sobre las piedras húmedas,
deja de pensar y comienza a sentir
y a contar lo que ha visto…
Calles de hierro y hormigón,
prolongación de las fábricas, y de los escritorios,
prolongación de los negocios –tanto
como las guerras—
por donde anduve, en suicidio permanente,
en lechos de hotel de un solo día.
Brillantes avenidas, ensanchadas, espaciosas
donde entona sus himnos la civilización.
Calles angostas, desfiladeros entre dos
moles oscuras…
callejuelas de la noche…
calles desembocando en callejones
donde andan a tientas los juerguistas y las putas,
gente vocinglera, que lleva en los ojos la
llama del vino o el deseo,
calle aulladora…
callecitas recubiertas de adoquines o de piedras…
calle que soporta los latigazos de la
lluvia chorreante,
que lava la arena de lo sucio, de lo vivo,
viejas calles gastadas que no tienen nada
nuevo que ofrecer, sino un recuerdo,
un recuerdo muy antiguo,
la luz fosforescente, luz-de-droga de una luna
que vivió en un tiempo de poetas…
Sí, sólo nosotros, los poetas,
hemos fabulado y cantado como
época,
el arder y el fluir lívido de la vieja camarada,
pálida y ojerosa,
que no había perdido aún su virginidad.
Aquella luna,
vuelta hoy muchacha pública, especie de muerta,
cuando al regreso de «El Automático»
engullidos por una neblina lechosa
(hablo de otra hora, otras costumbres),
Íbamos por calles húmedas de luna, y blancas estrellas…
¡Calle veloz y ardiente!
en el verano llena de agujas de oro,
alegremente hueles a sudor,
a hamburguesa, a café.
¡a actividad, a fiebre de humanidad hacedora!
Calle lodosa, vapuleada por el viento…
Calles de Bogotá, con eterno invierno,
con frío y con esmog.
¡Calles que se rindieron hace tiempo!
El progreso borró los nombres: Calle del Embudo,
Calle de los Chorritos, Calle del Molino del Cubo,
De La Cajita de Agua, Calle de Venera.
Calles que se extienden… se extienden…
con casitas de paredes de adobe o de tierra cruda…
Calles recorridas paso a paso,
contadas y medidas en la rigurosidad de la experiencia,
deambulando solitario, contento de estar solo,
sin nada más que fumar y callar, y caminar…
bajo el sol opalino, entre fachadas de ceniza.
Avenida Jiménez, carrera Séptima…
Calles por las que pasan corriendo
mojados paraguas,
calles con letreros como Restaurante y Bar,
calles bochornosas, de apresuradas multitudes,
que se dividen en dos zonas de
emociones distintas,
los que se apresuran y los que se quedan…
¡Calles de desesperanza y desaliento!
Calles solitarias, sosegadas, canales de
los que ha desaparecido,
el agua que les dio la vida,
que te catapultan al hogar, para la espera
de otro día.
Un hormiguero que se rompe y hierve,
en mil instantes de vidas distintas…
Calles que he recorrido como mi calvario,
pero apuntando la sonrisa,
para dispararla en el encuentro…
prisionero entre tantos,
a lo largo de días y noches, a lo largo de los años,
en tu vientre,
en tu jadeo,
en tu soledad,
yo me pierdo.
Tangos para «Irma la Dulce»
Aquí estuvo
sacudida por el manoseo las habladurías y los despertadores
Aquí estuvo demasiado triste en el final
Las palmas bajo la nuca y el pelo desparramado agreste como barba de coco
mirándolo todo con simpleza y admiración
«cómo se ve que tú eres escritor» me dice
a media voz en la tiniebla de un cuarto con ginebra estéreo
y flores de plástico de todos los colores.
Allí figuraban y no podían faltar claro está
Sosa Beny Moré Gardel
los clásicos del tango y del bolero
y los otros
los Mozart y los Beethoven de siempre
en fin todo eso que uno no ha aprendido a sentir
pero que si parece
lo único verdaderamente pulcro
adecuado
para evadir la brutalidad de los sucesos.
Yo estaba lejano triste tratando de animar
falazmente
la cansada sangre en las venas
y ella ancha casi tapando la cama
funcionando soberbiamente
con lo que se podría llamar su belleza
o sea «su verdad»
una cosa hecha de calor-poder-y-fuerza
un desbordamiento
como una yegua blanca con sus patas traseras
bien abiertas
que se vuelven plateadas y empiezan a brillar
en un cabrilleo de luces
inestable
una rendija de luz en la persiana
que sube por sus piernas e impone a su cuerpo
una lividez de avena
y todo todo perdiendo la certeza y la eternidad
como si la luz estuviera de veras inventando
una forma nueva
Ya la noche se había acabado
ella puso su mano en mi cara y dijo «soy una mujer cansada»
tan grata su mirada que me sentí ablandado
sin luchas
quise adelantarme empujar la persiana
admitir la franqueza del día
la circuntristeza
romper el espejismo el sortilegio engañoso
«por qué hablas así gatita ésas son las cosas que dicen
las intelectuales neuróticas»
«lo sé pero créeme que hablo completamente en serio»
Y luego como la cosa más natural del mundo
«sé que el error está en mí misma»
llama «error» a su vida
y me contó de su mando músico
mafioso
chupando la trompeta como si fuera marihuana
hasta la madrugada
«no, no es un programa estar sola todas las noches no creas»
y continuó hablando y vistiéndose un sostén modelo televisión y un liguero negro
y diciendo que «qué barbaridad» y que «qué tontería»
como respuesta a una pregunta conocida
a una inquisición cifrada
«sí creo que así es lo mejor»
agrega
«no hay complicaciones ni números de teléfonos, ni cartas de amor ni nada»
«me gusta la vida libre el cambio»
le digo
«le tengo un horror sagrado a las posesiones
y ahora ya sabes mi nombre y donde vivo para que se empiecen
a amarrar los nudos
para que todo se empiece a terminar»
Y le invento una historia mediocre
profundamente provinciana
o de la literatura considerada como la coartada perfecta
ella no lloró ni se rió
miró melancólicamente
frente a sí como si hubiera un vacío
evidentemente no conocía ni a Yago ni a Ótelo ni a
«Chéspier»
y ni siquiera a Maupassant
y esta ignorancia la conducía hacia la niñez
dulcemente
«El mundo es así» concluyo
como si ya me estuviese yendo lejos
de un modo gentil y frío
y termino con un instantáneo «la gente».
es la vaga indecisa palabra
en la que le he decretado
de pronto su fin
Afuera en la tiembla-luz
las casas cerradas envueltas en un vapor esmerilado
un postigo
que se abre como un párpado y que luego se cierra
intento tocar de nuevo
su ombligo oloroso sus téticas apretadas forradas
bajo un dique
de botones y flecos
tratando de inventar el gesto la actitud la palabra
que diluya en un aire amable casual
la tristeza largalargalarga de pozo ciego
el encantamiento muerto
Pero hay que irse no podemos esperar demasiado
se cubrió con los vidrios oscuros
alta lejana va yéndose
con su olor ruda-y-sal bajo las axilas del suéter
con su carne viva templada bajo la piel
con el amor…
«Llámame cuando quieras» me dijo a modo de despedida
Sobre los árboles con hojas de pelusa plateada
comenzaba un cielo azul-bandera…
II
Ya no te amo
y estoy contento de estar sólo contento de que estés lejos
estoy contento de poderme sentar a meditar solo
por las noches
completamente solo en la oscuridad
sin ver tu frente pequeña y redonda
ni oírte cacarear aquí y allá con tu vocecita de falsete
Yo no soy siempre yo mismo ni siempre igual
y ese desconocido que llevo dentro
y que te inspiraba temor
no quiere a veces que nada exista a mi lado
«de donde llegas ahora contigo nunca se sabe»
decías
bromeando ligeramente
tu en quien no existe ninguna «otra»
tú que no vives más que una vida
apaciblemente preocupada con «la compra»
y tan estúpida que da grima
Ahora todo ha concluido
El olvido empezará por tus ojos estancados vacíos
como ahora los veo
mujercita de nada
Ahora va puedo mirarte en paz
incluso bastante regularmente es la paz
porque ahora mis días están tan desprovistos
de incidentes que he dejado de contarlos
puesto que cada uno de ellos se parece a los demás
nada más que existir puede pasarme
y ya no me interesa el curso del tiempo
El verano sigue impunemente
no pienso en nada en nada
el mismo sabor a metal en la boca al despertarme
borracho
arrancado al torrente negro del sueño
la misma tristeza de la pasta dentífrica
la misma maleta de cartón de los antiguos viajes
los mismos cajones de cristal enfrente…
todo está blanco vertiginoso en el doble-sol del cemento
y el cielo
las mismas estrellas están calientes
las ruedas de las bicicletas parecen soles
y he oído decir que hay colores en el cielo colores que se derriten en la blancura del sol
hay que moverse aún desplazarse
avanzar las piernas
pero se diría que yo estoy cansado sin motivo
o que ahora tengo delante un tiempo inmenso
el tiempo todo…
como si yo mismo lo hubiese inventado
al principio es nuevo y huele bien
sosiega
y después importuna
Me tiendo y veo el techo no veo más que el techo
irremediablemente despierto
embrumado escindido como Edipo con su conciencia
descubriendo con pavor algo inapelable
categórico
o volviendo al galope sobre las palabras
esa jerga muerta
cosmi-ordenando cada sonido cada ritmo
hacia una irrefutable finalidad
en un nacimiento oscuro y lento
y tan misterioso como el nacimiento de un cuerpo
«Aprende a perdonarme» te pedí a veces
abatido de no poder ser otra cosa
de no ser más que literatura
y tú que fuiste tan amiga del énfasis
(excepto desnuda excepto desnuda excepto desnuda)
«Déjame sola yo llamo malo a quien me miente y me
engaña y es cruel»
Pero primero antes hubo el comienzo
cuando tenías necesidad de mi fuerza
de mis pequeñas manías
cuando decían que estábamos perdidos
que éramos locos inmorales
y nos imaginábamos que podríamos no separarnos jamás
y hoy entre esta verdad cuadrada densa
que no admite matices
enterrados vivos en el ataúd de las circunstancias
en un universo necesario
en un universo de paredes
y canceladas todas las posibilidades de fuga…
Pero ahora te olvido
¡Mira cómo te olvido!
Nada de lo tuyo permanece intacto
Voy a mirarte sí una vez más acaso dos
recorreré tu cara transitada y pueril
tu rostro «boutique»
pero luego nunca más
Habrá concluido
Sólo que…
será como si yo mismo no hubiese existido tampoco nunca
Como esas criaturas borgianas
que comprendieron un día con horror
que alguien las estuvo soñando…
Una flor para Vincent
Los girasoles avanzan…
Catorce flores amarillas sobre un fondo amarillo-verde
El color la tela la bolsa
están casi completamente agotados
El último cuadro
hecho con los últimos tubos
sobre la última tela.
Afuera llueve blanco
es tanto el frío que delira
sus arterias arrastran nieve
Ya no calientan el paleto de invierno
ni el abrigo grueso «recibido de casa»
posada y taberna son lugares lúgubres
por la tarde aquel sol de azufre
y en la mañana los cuervos…
Qué difícil poner vida y movimiento
en ese marco blanco y frío
hasta conseguir la alta nota amarilla del verano
nada más que con un pincel grueso
Hirsuto acorralado
como un gato enrabiado
como «un gato en un almacén extraño»
roído por el fracaso y la esquizofrenia.
«En mi trabajo arriesgo mi vida
y en él mi razón se ha hundido a medias»
Tu lucha encarnizada con los demonios
de la realidad
en tu pequeña torre de San Suplicio
enteramente construida con el color
(tenía miedo, tenía frío y nos lo hizo saber en amarillo)
el amarillo empasta ondula vibra
en las tembleantes devociones de su ternura
No sería extraño nada extraño
sentir el runruneo del tiempo cálido bajo el pincel
El amarillo no existe: sólo es sol que sale de la paleta.
Completamente solo con su pobre extraviado yo
«Los impresionistas han encontrado algo nuevo
pero yo siento que vuelvo cada día más
a las ideas que tenía antes de ir a París»
París tan extraño ahora que:
«De ir a París o aún a Auvers ya no me siento capaz»
Perdedor –y lo sabe- ante aquel París
de estetas y mecenas
que mantienen tan honrosamente su posición
asistidos por una innegable «raison» francesa
-el mismo Gauguin tardaría en apreciar sobre todo los girasoles-
Escribiendo, tratando de escribir
algunas cartas explicativas:
«El color: tengo siempre la esperanza
de encontrar algo dentro de él
Porque si no busco más entonces estoy perdido
desgracia sobre mí. Buscar, buscar más,
así es como entiendo las cosas…»
La búsqueda: jugar al asombro
Ir hacia lo que estás dotado
sin arriesgarte por falsas pistas.
El tormento en la punta del pincel
El poema: el mineral de oro oculto bajo la ganga
Dijiste –te pareció- que la poesía
era mucho más terrible que la pintura
De no ser por ti tampoco yo habría emprendido mi viaje a Itaca
Mi «pobre Vincent»
tu humildad natural me enseño
la primera palabra sabia sobre el asunto:
que poesía es también el material de vida corriente
«Tengo en preparación una naturaleza muerta
con un par de botas»
El tiempo –que nos separa- ya nos ha reunido
nuestros gustos y pensamientos se han hecho amigos
y cuadro a cuadro ha surgido el amor.
No me olvido
Debo continuar creyendo en ti sólo en ti
La hora me impulsa –de la que tuve la preocupación
de beber de antemano—
Esto explica que esté contento y me alegre siempre
de no haber aprendido a escribir
como tú tampoco «aprendiste» a pintar
Escribes a Theo:
«Sabes que Jeannin posee la peonía
que Quost posee la malvarrosa
pero yo poseo un poco el girasol»
Un poco…
La tierra donde sólo él —Van Gogh—
puede pisar y hacer florecer
Jardín cercado: plantas amargas
«Planta compuesta originaria del Perú, de grandes flores amarillas
catalogada como de especie poco común manipúlese con reservas…»
Tus temores de la locura…
¿Qué pensamientos crecían paralelamente
a ese sol que hacías nacer y reverberar
bajo tus dedos?
Una tormenta de deseo de abrazar algo
«a una mujer de la clase puta barata»
Porque
«nunca amaré nada que de un modo u otro
no me roce, no me enlace»
Y «siempre tengo amor a lo que me ha conmovido»
¿La locura es agradable por esto?
¿Uno se vuelve quizás menos exclusivo?
¿Presenta igual la bandeja de los alimentos?
¡Locos! ¡podéis atracaros de «nuestra vida»!
Y el alcanfor tiene de bueno que es antiafrodisíaco
ayuda a domar el viejo goce
combate el insomnio con saquitos de alcanfor…
Llenar el olfato con el efluvio terco y picante
de «la droga» a dosis puras!
Agosto transcurrido en Arles
Con Gauguin:
La hornilla rota desde la primavera
Calculas el domingo último de septiembre y primero de otoño
los gastos de la semana:
tanto para salidas nocturnas e «higiénicas»
tanto para tabaco y también una parte
destinada a gastos imprevisibles
Dentro de la caja un papel y un lápiz
para anotar «honestamente cada uno»
Gritando S.O.S.
te condenaron a barrotes
con todas tus horas y tus hambres
interminables —como ahora lo sabemos—
saciadas en Saint-Rémy por el mismo reloj y la misma sopa
Pero allí los aduaneros te permitían pintar «distinto»
Porque una locura no puede ser más que original
Meior dicho: sólo puede ser original
si todos se dieran a pintar igual entonces se llamaría Academia
«La sala que tenemos para los días de lluvia
es como una sala de espera de tercera clase
de las que se estilan en algunos lugares
tanto más cuanto que hay algunos honorables alienados
que llevan siempre un sombrero un bastoncillo
y un vestido de viaje casi como en los baños de mar
y que fingen aquí ser pasajeros».
Enmochilado ensombrerado con un bastoncillo
de avellana y enormes pies viajeros lo pinta Bacon
Caminante hasta el 29 de julio de 1890.
A los 37 años
el pecho roto
partido los cojones
la oreja trunca
el rostro vuelto a no se sabe qué soles…
(De las «Apologías del self-murder»
Basada en el «Manual del Perfecto Suicida»)
Útimas palabras:
a Theo (a su bondad contante y sonante)
Fracasado una vez más. La miseria
no acabará nunca.
Balada de las casas viejas
¿Por qué las casas viejas, siempre
parecen heridas con cicatrices,
y vigas que traquetean, y gimen
al paso del viento?
Aunque hay poca probabilidad
de encontrar fantasmas o tesoros
conservan un prehistórico, una vez…
Aunque el tiempo haya borrado las pistas,
podemos venir en busca de vidas
a casas como ésta. Podemos recobrar
a los que sufrieron, amaron, o fueron,
sus nombres se han perdido, igual que su aspecto.
¿Pero quién necesita sus nombres?
Un beso o un sollozo te acogerán…
¿Qué se oye? ¿Qué dicen las casas viejas,
en la lengua fantasiosa del viento?
Sí, vivían aquí, tiempo atrás pero ya han muerto…
Sí, viven aún, pero no aquí…
¡Los sonidos de sus nombres, disueltos!
Todo ha sido barrido, desnudado.
El cartero no aparece en la puerta.
Nadie llena el hueco de la ventana,
apenas un gato que maulla en plan de escapar,
por sobre el tejado musgoso
y una única dalia, que abre, colándose,
sobre una tierra de olvidos…
A través de cuartos, sin nadie,
oímos el paso de otros días.
Alzando los pliegues del silencio,
elegimos algunos hechos:
La llave fácil en la puerta. La consola
que decoraba el umbral, contra la que sonrió
al apoyarse, el que volvía.
El aroma y el gusto del café. El lecho conyugal,
el balón de un niño olvidado después del juego,
o la vida, la vida siempre, y por supuesto,
rompiendo y separando,
a dos que alguna vez estuvieron unidos…
¿Qué se oye? ¿Qué dicen los fantasmas, los ecos?
Es la ausencia quien nos recibe, el reverso.
Las paredes que aún siguen firmes
hablan de cosas que jamás nos han sido confiadas,
sus misterios nunca los desvelarán.
Pero en esta sala que hoy clama de abandono,
pudo haberse oído alguna vez el tintineo de las copas,
o ser el cuarto donde una mujer dio a luz.
O pudo haber vivido aquí aquella muchacha
que se escapó con su maleta una mañana,
o el extraño y fugaz compañero de bar,
que supimos se disparó un pistoletazo,
y siguió siendo un desconocido para todos.
Las casas viejas, heridas de muerte,
las que no se restauran,
habitadas por fantasmas, por murmullos y por viento,
condenadas a la piqueta y a la hierba,
no siempre existió el pasado en ellas.
Alguna vez fueron andamios y albañiles que silbaban,
material de derribo, no siempre fueron.
Desguarnecidas, abandonadas,
han roto ya con ese último vínculo:
El de quien toma una lámpara y abre la puerta
para dar una última mirada de amor,
como una última luz, sobre las aguas de lo ido…
Balada de las cosas perdidas
I
Lo primero que se perdió fue la infancia, la infancia que corría con su pie ligerísimo,
la infancia agreste
la carnada de tórtolas en aquel sauce viejo,
el verano mordido en las guayabas,
una cocina blanca,
y ese cuarto cerrado, «tal como estaba cuando…»
y en donde, la incansable ceniza del tiempo
caía con ala lenta, mota a mota…
¿sigues estando allí, y ahora,
casa que ayer fue tutelar, fue nuestra?
Yo despertaba y veía a la madre,
prender candela con manos agrietadas, por la intemperie diana,
amasar la blancura de la harina,
cuando el desayuno estaba servido, nos llamaba,
Yo lentamente, me levantaba y me vestía…
Sollozos… labios cerrados…
el llanto en los rincones,
la pupila asombrada, huyendo de algo adulto,
ese disco de luz que parecía venir de alguien o algo…
;Oh pureza! ¡Pureza!
tantas cosas he debido perder, de marcha, siempre,
donde se abría el camino…
Pero de la infancia, ¿qué diré de la infancia?
Te vas desdibujando, te imprecisas, te azulas…
II
Y hubo la pérdida del primer amor. Postigo desaparecido
desde donde el amor y el miedo miraban con mil ojos.
Charlábamos bajo los balcones
sencilla abertura por donde derramaban
la fragancia, el olor, el respirar amado
del ser que cada tarde se entregaba y cedía…
Eran los 18 años,
la memoria levanta
los lazos bohemios de la bufanda…
Bancos de parque,
tus nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo…
¡Oh deseos! Embelesos nocturnos…
¡Cuántas noches que no pude dormir, a fuerza de saciarme
con ese ensueño que reemplazaba al sueño!
Dolor, amor, remordimiento, destinos, años nuestros,
¡la misma nota vibra, en distintos acentos!
Tu corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.
Juntos en una sola sombra, mi voz, tu paso, las ansias y los cuerpos.
La sed desconocida…
Tú no dirás «Fue él», yo no diré «Fue ella».
Telón de olvido cubre nuestro mutuo temblor.
Tu nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,
te leo dulces versos…
Estoy mirándome en esos profundos ojos negros,
¡Mi abandonada! Eres otra vez mía.
Vuelvo a pensar en ti, y te vuelvo a olvidar.
Te entierro con la tierra de mi sueño perdido,
mientras que continúo mi ingrato camino de pasar…
III
Y también se perdieron los amigos. ahora en silencio todos, en la muerte, en la vida,
Rafael Ramírez, prestamista. Noel Morales, el más tierno.
Carlos Emilio, el de la voz-de-oro,
Atilano, con una mesa de billar al fondo,
Y Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,
que fue el primero en sucumbir, partir.
¡Oh compañeros! ¡Oh perdidos! Ya no crecen conmigo,
desfilan todos con sus pasos coronados de polvo,
Montan como una guardia de tristeza,
los rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,
mientras yo continúo mi aislado camino de pasar..
IV
Polvo oscuro del tiempo, que cae y cubre adentro de nosotros, y en torno.
¡Tiempo! ¡Tiempo! Tú eres el segador.
Hoy cada uno cargado con su propia existencia,
cómo volver a ser los que éramos entonces, los otros,
ahora que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas veces la muerte,
el sombrío estampido,
la tolvanera que alzó el aroma amargo,
el golpe de ola negra,
el manotón pirata de la vida… ¡La vida!
V
Un día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas? transitando perdidos, por el triste camino que va del no sabemos
hasta el no imaginamos,
¡cuántas cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos!
Esos actos que pudieron anular nuestros actos,
el instante que arruinaba la obra lenta de meses,
los misterios, el llanto…
La adolescencia inquieta,
o con el mínimo de cobardía que le fue permitido
a las débiles fuerzas.
El día con un vaho nuestro, como una copa llena,
la sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,
no vienen a decirnos, aquí estamos, ¡Nos tienes!
En todo ya morimos,
el sol de los venados ya se disuelve en negro…
VI
Como si solamente fuera verdad la lejanía, verdadero el olvidoalzo la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:
Amigos que me esperan, mujeres que reaniman,
violetas… Las pesadas corolas de los ceibos…
los acentos de un arpa,
el belfo del caballo, con su aliento,
como flor de algodón entre la niebla…
El arcoíris, el mar, el grito del sinsonte…
Un olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de «Balcanes»
el glu-glu de una fuente.
Y también algo más… algo más… algo de imponderable..
Y que despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,
algo que ardía en la punta extrema más pura de mi vida
algo como un secreto que no encuentro
algo que no existía en ninguna parte,
que no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje, ni el verso…
VII
Mi hombro viudo se encorva y se arropa con frío mi hombro caminante
proyecta una sola sombra en la cuesta que desciende…
En vano acecho el desertado flanco,
el costado vacío.
Ese paso que resuena en la sombra largamente es el mío,
es el pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve
más que este caer de muros, de nombres… y de polvo…
(para Giovanni Quessep).
Gauguin
Gauguin volvió a París –de Tahití—
como una guacamaya
Traía en la oreja una flor
y escuchaba su perfume
todo ese oro ese goce del sol
además de lunas como mangos
Después se fue al país Bretón
donde pintó un Cristo amarillo
y unas campesinas pétreas
—había ido a buscar la tristeza—
Anti-héroe
No realmente yo no he sido
un voluntario 43 años
en la bella guerra del yo voy delante
y «síganme los buenos»
Ninguna invencible manía
a sacrificar la piel bajo el arco iris de la gloria
y no alcanzaré creo ninguna eternidad
Yo siempre estoy con el perdedor
Y tampoco he sabido bien
qué hacer con mi vida
interesándome en cosas como el vapor
que sale de las narices de algún caballo
enganchado a su carretilla
O en la golondrina de humo negro
de los trenes de carga que corren en la noche
con sus engranajes y sus calderas doloridas
Aunque en el momento preciso
enfilé los 32 dientes —era lo único que tenía
y el resentimiento impulsa a mutilar al adversario-
contra el capitalismo
Lo malo fue cuando los «juniors» de los banquero;
abrieron la marcha los primeros
luciendo el guardarropa apropiado
para luchar contra lo que habían nacido
Porque como los hijos de los banqueros
son iguales a nosotros
Si se exceptúan unas «pocas despreciables ventajas»
y tienen un sistema de parentesco
muy similar a nuestro sistema de familia
Unas cuantas preguntas se arremolinaron
en mi mente —de idiota más-
y arrojé la revolución montaña abajo
a mis compañeros —los de barba
obligado a recordar que no hay águilas
que sean de fiar en absoluto
Pero ojalá hubiera algo que yo pudiera
¡volver a querer con tantas ganas!
La poesía fue todo lo que pude encontrar
como alguien para quien la realidad no tiene una morada fija
ahí mismo en medio de la calle —debajo de todo—
en la tentativa de no dejarme aplastar
y al margen de la legitimidad para los demás «ruiseñores»
como los llamo en mi lenguaje interno
entonando aclarando la garganta en un colutorio común
en el que más o menos pulcramente se gargariza
en un bello esfuerzo de laringe.
En realidad no importa demasiado
si llevo razón o no
Porque yo no trabajo como los «vates»
yo trabajo como los no-vates
Y no puedo ser poeta de los Atridas
si no conozco a los Atridas
Ni de una Laura o una Beatriz que ahora estarían de mecanógrafas
Ni soy reclamado por la nostalgia
de Alejandría que se pudre
que entra de lleno en el pasado
ahita de moscas y de mendigos sobre la vejiga azul del agua…
Poniendo las cosas en su lugar
no son de mi incumbencia
nada tienen que ver
con mi identidad de pobre… de herido… de perdido…
Con un yo vagotónico
«me pande el cúnico» y trastabillo cuando quiero ser brillante
me caigo al foso de los lugares comunes
Porque si llegué a la poesía no fue como un pavo-real
sino yendo de un lado a otro confuso
como una polilla atraída por la lámpara
-Ahora mi poesía es una llamita que lucha
para mantenerse encendida—
apenas tratando de probar
que todo lo que lucha que arde dentro pugnando por salir
es poesía
o que el dolor puede llegar a significar ESO como palabra
Un hombre y una mujer
¿Y cómo se llaman estos dos, Juana y Juan,
o más simplemente aún, un hombre y una mujer?
La mujer lleva con sencilla gracia
un vestido de tela verde
divorciada de sedas y joyas y pieles,
y él parece tan fuerte
como un deportista o un atleta.
Están alegres, y tal vez también ebrios,
porque ambos ríen, felices,
aislados en esa felicidad pequeña.
Como murmullos de un agua clara,
se les adivinan sonidos, desde detrás de los semblantes.
Se ve enseguida que son amantes.
La huella ligera de la carne,
todavía se mantiene sobre ella, disimulada,
como una luz que le cubriera
las porciones más tiernas de su cuerno.
De atracción humana, inundados.
Las manos se les juntan por encima de la mesa,
prisionero cada uno de los gestos del otro,
ríen y ríen, con un verdor difícil de olvidar.
Me encuentro mirándolos y pienso:
dejadme nada más estar cerca.
A la puerta de mis sienes sangre fría, afluye,
y envidio esos pequeños momentos de sol,
que alumbran a veces las vidas oscuras…
Epitafio
Aquí yace Mario Rivero,
acribillado por soledad,
-de quien siempre podría
haber sospechado—
por la espalda.
Tras perder todas
las batallas,
-aunque las batallas
se lucharon
al final, tampoco ganó
la guerra.
¿Qué corazón?
¿Quién conduce ahora,
sin más compañía que la música,
por esa solitaria carretera?
¿Qué corazón?
¿Quién ama
en habitaciones de motel, ahora?
¿Quién arrastra su desierto
por las vacías calles del centro?
¿Un fantasma? ¿Un hombre?
¿Qué jazz —más allá del jazz
en este viernes por la noche,
¿Qué melancolía asciende?
¿Qué bebedores de alta noche.
ahogan la imposibilidad, doble,
de vivir y de morir?
¿Qué sombrío estampido, aquí. A dos pasos,
hace más abandonada aún la noche
las calles de Dios?
¿Qué adolescente mudo
se atraca ahora, de todas las drogas
de la soledad?
¿Quién llora…? ¿Quién aúlla…?
Y, ¿de quién el corazón
que ausculta la noche, las calles,
las habitaciones, los gritos
en la hora más alta?
¿De qué poeta, metido
en su propia media-noche
en la oscuridad?
Destino
Apenas de 18 años se dejó enrolar
para pelear en una guerra lejos.
-En medio el mundo entero—.
Pero no demasiado lejos para arredrar
al temerario muchacho que era él.
Más allá de cualquier orden,
más allá de toda esperanza.
Ahora contempla una placa con un número
guardada no como recuerdo –sino como con pudor
porque, ¿para qué haberse dejado inmiscuir
en esa matanza extraña? —¿y tan miserablemente?—
¿Y si no hubiese vuelto?
Toda distancia se anula en un pensamiento.
Si escribir poemas era para siempre
todo cuanto anhelaba. Y no hav en ninguna batalla
lugar para esos fuegos pirotécnicos de las metáforas.
Entonces se pregunta ¿qué otro poeta
habría sido, de no haber estado alguna vez
en aquel escenario —sin héroes—
aprendiendo un lenguaje vivo,
junto a otros muchachos parecidos,
hartos como él, en su correr extraviado?
¿Qué palabras habrían nacido de sus labios?
Mentiras y mujeres… Ya envejezco,
pero he vivido y las he visto, y las hay
que no te dejan nada al recuerdo.
Se ensortijan y revolotean, mas,
—las reconozco en seguida—
sé que serán sólo paquetes envueltos.
Otras en cambio –alguna gatica
su corazón bajo otro corazón, significan sorpresa
y todo cuanto hacen deleita.
¡Salud a ellas! Y ¡Ah! Y ¡Oh!
sí a las hembras honradas, -las engañosas
les rinden alabanzas sobre la tierra,
ellas también merecen. Las palpables y
verdaderas… Las con condiciones para el amor,
con un cuerpo-fruta al alcance, para la gula.
Ellas tienen para darte lo que deseas.
Sin argollas de oro, sin averiguar quién eres,
se avienen bien contigo —a concierto—
en seguida la sangre y la piel comprenden.
Junto a una copa te enseñan bonitos asuntos,
te acarician con mimosas zarpitas,
—lo sé como un proxeneta experto—.
Salmo V
Hijo del Hombre, Cristo,
vuelvo a Ti, Señor, Cristo, como al Dios
de quien eres la forma viviente.
En 1962 te llamé Amigo, hoy te llamo Padre.
Como un hijo pródigo –el creyente perdido
Desde esta casa rodante del mundo
Hasta Ti, yo encaramo mis ruegos.
Cristo, derriba la mesa de los mercaderes.
Que el rico no se enriquezca aún más,
No hinche su vientre, sorbiendo
de la vid de los pobres, hasta el último daño.
Que por el milagro de los panes y los peces,
Para cada mesa haya un bocado.
Señor Santo, receptáculo de claridades,
Donde se tranquilizan todas las sombras.
Que de tanta entenebrecida senda.
Salga Tu Reino,
En el cual rehacer el proyecto que fuimos.
Y desde el venido Reino, que el tiempo cambie en redondo,
Y que el cambio traiga las olvidadas manos
de un niño, caminando con su madre sin miedo.
En el nombre de todos los raptados.
En el nombre de todos los aún no nacidos.
En el nombre de todos los huérfanos,
Que ni ahora ni después,
se caven tumbas en la desconocida oscuridad de las peñas
—para seres jamás hallados-.
Que el canto del gallo no se alce día a día,
Como clarín del crimen,
Desde los corrales abandonados,
sino para llamar labriegos madrugadores
a sus blancas faenas.
y en el nombre de nadie y en el nombre de todos
los poetas en cuyo nombre taño,
que el poeta conturbado, no salmodie.
Padre de la Belleza y de la gran Poesía:
Oh, por nosotros, que no podemos sino cantar,
que este granito de polvo, bebedor de sol,
pueda cantar todavía de nuevo esa maravilla
de un verano con naranjas y sandías.
Y el milagro latiendo vivo siempre, en el agua
de los ríos y de los pájaros cantores.
Y como si los elementos todos, del desplome,
se regocijaran de que un hombre todavía se arrodille,
mi flaqueante rodilla se dobla.
Ruego que Tu sangre fluya sobre el martirio de mi país
y sobre la aflicción del mundo. A Ti Resurrecto,
Dios vivo —el por los siglos de los siglos-.
Limpia de sus densas nubes la tierra.
Amén y Así sea.
Poema de amor
Los dos nos hemos acompañado valerosamente.
Sobrevivientes a las fauces del mar. A nuestra historia,
a nuestro peligro.
A expensas del cansancio, las cambiantes mareas,
y tantas cosas,
dos náufragos empeñados en no morir.
Braceando los dos a una. En el gran desconcierto
de dos vidas que se hurtan,
—en un mar igual miedo, -en el oleaje pétreo—
a esa vieja costumbre de perecer.
Todo lo que podemos recordar es simétrico.
Idéntico para los dos. En los episodios
que llamamos la vida.
El desdén, la frialdad, la malicia, y la poesía,
En aquellos años –en aquellos años de tentación
y desafío—
como la única flor que habitaba entre ortigas.
Nadamos lado a lado, durante días, a todo sol.
O aferrada tú a mi cuello, durante noches,
Bajo las estrellas extraviadoras.
En este mar invisible para otros.
Los viajeros que pasan hacia la feria, gozosos,
nos miran con asombro. Sin poder comprender,
de dónde conocemos,
los secretos del agua y de la sed. Esos peces
color de fuego,
y los escondites de la luz, en las amplias negruras.
¡Cuántas tinieblas y témpanos y restos de navíos,
-que fueron sueños-
se aposentan en esta agua invisibles!
¡Cuántas cavernas bajo este oscuro espejo!
¡Y qué vientos! Sí, qué vientos acuchillan,
o aligeran el afán de llegar a una costa.
Sabiendo que sólo los dos podríamos acompañarnos
Irrevocablemente.
Que no podríamos mirar en torno para pedir auxilio.
—Ciudadanos de otra lengua que tampoco traducen—
Tú conmigo en el mar. Y a la vez como una isla.
Una tierra en donde refugiar nuestras dos soledades.
Donde abrazarse y sofocar todo el temblor del viaje.
Y, bajo las nubes que se mueven como jirones de humo
Junto al cansino retirarse de las olas,
Oír el silbo de ese mirlo gris de la ternura,
cuyo plumaje —en el ayer— antes de mudar,
Era azul.
La puerta
Cuando voy de pasada, en la mañana,
frente a esa puerta muda del café de la séptima,
me viene algún impulso de empujarla
y llamar a los fantasmas…
Preguntando en voz alta por Meme, Ambrosio, Pepe,
los gitanos que estaban allí frecuentemente.
Extraños amigos, de ésos, de los 20 años,
que me acogieron siempre
como a uno de los suyos…
Tiempo y espacio se funden en la memoria
frente a esa puerta cerrada del «Café Bogotá».
El tiempo hace parte de ella,
en los andrajos del dintel, del umbral,
y me arroja una ola de vida de otros días…
¿Sus cuerpos de hombre, estarán repartidos
en tierra y hojas secas?
¿Formarán parte de algún nuevo paisaje?
¿Aprenderán algún nuevo lenguaje, otros caminos?
Esa puerta decrépita tiene signos, distintos para mí.
Que traducen la fría certidumbre, de que
nadie, ni nada, queda allí para hablar.
Para salvarnos de los naufragios y de las tempestades
de unas calles ya no reconocibles…
¡Cómo pasan los años!
Entre seres y cafés que una vez fueron,
entre escenas y voces ya calladas
mi soledad camina…
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