Destacó por su labor de difusión de la vida y obra del Nobel Juan Ramón Jiménez y de Rabindranath Tagore. Premio Nacional de Literatura en 1971 por su obra La duda, libro de gran tensión existencial y profundidad religiosa. (Extraído de Wikipedia).
EL MENSAJE
Hombre –niño que naces-, ¿que mensaje es el tuyo?
¿A qué celeste mundo tu llanto pertenece?
La vida es esto, sí:
una quejumbre incierta,
un apenas latido,
ese yermo que ves desde tu lágrima.
También hay rosas, risas,
y la palabra amor de vez en cuando.
De Dios a Dios –un círculo de urgencia–
vienes y vas,
en restallante pasmo.
Te espera un inseguro sendero tornadizo.
Sabrás del abrasado silencio
y del mordisco en la nieve mortal, en el hastío.
Dime, niño que llegas, hombre:
¿qué mensaje nos traes?
¿qué nueva movediza te encomendó el destino,
la mano creadora?
Déjanos tu secreto como un fruto temprano,
¿o acaso no lo sabes y tanteas,
aquí y allá, doliente,
como un ciego?
¡Qué hondura tu misterio,
tu fronda de pureza!
En el pecho de Dios te desprendiste,
algo distinto ya, flor de fruto que cuaja,
y la sangre del hombre te llevó en su corriente.
¿Recuerdas?
Fuiste creciendo allí.
Comenzaba un temblor, un burbujeo de anhelos,
un rebullir de savias, de tejidos purísimos...
¿Y qué más? ¿Qué sentías?
¿Tropezaste de pronto con el aire?
¿O llorabas, nostálgico de los ángeles buenos,
tus amigos los ángeles?
A cada instante brotas, hombre, de la divina nada,
bajo una estrella, un signo,
una esperanza aguda.
Entregas tu mensaje y te vas, luego...
Este escurrirse así, girándonos los ojos,
se llama muerte, hombre...
se llama muerte y es crecer, pujar, divinizarse,
cuando ya sobre el surco se ha puesto la simiente.
LA DUDA
¿Dije cáncer o lava? Añadiré
que era también rumor, luz sutilísima,
compasión, paz, amor, Dios accesible,
palpable, que se hacía, poco a poco,
carne por el dolor y la injusticia.
Sin dejar de ser llama, volcán álgido,
era también Eucaristía.
Y así, por esta vía turbadora
de la fe enamorada, discutíamos,
polemizábamos, ¡ay!, en un trastrueque
de inocencia y verdad
Aquel viento supremo
dábale vibración al mundo. Todo,
vivo y feliz, ardía. Fascinado,
ya no tuve futuro. Era lo mismo
ayer como mañana o todavía.
Sólo contaba la efusión, el roce
instantáneo, lo eterno del segundo.
Sin conciencia del tiempo, la razón
andaba suelta y libre a la esperanza.
Hasta en la sombra cabe Dios. Es cierto.
Pero es un Dios cerrado, sin historia.
Un Dios amordazante y yo era un grito
himnódico y frutal
En este no gritar, en esta dura
ataraxia, la duda puso el nido
contra un muro caliente y aljamiado.
Y fue surgiendo, lenta y dolorosa,
la sangre acuosa y fría, la terrible
sangre de mi tibieza. La marea
de los días, los años,
el trabajo, los sueños,
me precipita a este silencio rudo
donde la libertad es una mueca,
donde el rostro de Dios no se adivina.
¿Y cómo sujetar los horizontes
o detener la luz de los crepúsculos?
Una palabra clave circuló
dentro de mi oquedad: abatimiento.
Y aferrado al vocablo aparecía,
a contramar, un rostro nebuloso
casi irreconocible.
LA FRENTE
Oh tú, mi frente, piedra sin encanto,
erguida contextura, ámbito esquivo,
resquebrajada losa de los sueños,
solemne, encaramada rosa mustia...
Cuánto me pesas, frente, sobre el alma.
¡Qué pequeño el cimiento de la sangre
para tan amplia bóveda!
Quiso el hacha de Dios, el hacha ardiente,
desgajarme, menguarme, recortarme,
pero dejome intacto el pensamiento
en la patena torva de mi frente.
Cúpula sostenida de milagro,
rueca de dura sangre, bosque ardido,
pleamar de mis dudas, ven, descansa
sobre estas manos que aún conservo,
acaso tan solo para ti, piedra silente...
Todo el cuerpo es puntal para el cimborrio,
torpe columna que sostiene el sueño:
arbotantes, cruceros... Sube el ansia
como una espuma de mi pie y se abre
arriba, en el crujido de mis sienes,
cerca de Dios que en su latido vive.
Oh, qué cerca del cielo está mi frente,
esta frente llevada a duras penas
por este cuerpo que rompiera el hacha
del tiempo, el hacha fúnebre y doliente
que en las divinas manos centellea.
NO PODÍAS MORIR
Dios te salve, María...
Las palabras del ángel subrayaron
lo que la eternidad te deparaba. No podías morir.
Eras como una tierra,
como un luminoso barro que absorbiera
las fuentes de la Divinidad.
El Padre se hizo Amor
por fecundarte,
por engendrar en ti nació el Amor.
Y eras tú como un ánfora plena ya de la Gracia...
Los arroyos divinos conmovieron
la alta pulpa lechosa
igual que el viento una celinda breve.
El Espíritu Santo
sopló por tu oquedad; y tú sentiste
como un bullir de pájaros en las entrañas.
No podías morir.
En vano los escribas,
los sanedritas, el Tetrarca y el Sumo Sacerdote
pretendían llegar a la medula mesiánica.
Palideció, enfrióse, la vara de Aarón
en el Sancta Sanctorum;
se estremecieron las Tablas de la Ley
cuando tu sangre comenzó a cuajarse,
cuando tus pechos crecieron como frutos.
El Señor te caminaba,
te hendía,
te clareaba de una primavera única.
No podías morir.
Por todas las Sinagogas
hubo un fragor de angustia.
Temblaban los papiros de las Escrituras.
Gamamiel y Nicodemus y los otros escribas
se mesaban la barba
buscando en lo perecedero el reino de Dios,
mientras tú florecías de divino silencio.
y por tu sangre sobresaltada
–libro de Dios, acaso–
el Verbo iba tomando carne y sangre
de humana criatura.
Te sentías transida de ventura,
de lumbre, aprisionada en ti misma,
arrodillada en el pasmo,
como en tu propia esencia,
estrella en tu regazo,
al recordar las palabras del ángel.
Y aquel Ave María fue un borbotón de sangre
dentro de tus entrañas.
No podías morir.
Fue un trémulo jadeo
que te engarzaba a lo divino.
Un dulce hervir de vida prisionera...
Y cantabas, cantabas:
Cielos, enviad el rocío de lo alto
y las nubes lluevan al Justo,
ábrase la tierra
y germine el Salvador.
Te sonaba la voz a lluvia sobre rosas
y te olían las manos a yerba de los campos.
Y cuando fue sonada la hora,
la hora de Dios y la del mundo,
te arrodillaste, humilde,
para que floreciera el divino fruto
de tu vientre.
Y lloraste de gozo cuando tus manos trémulas,
sostuvieron a tu Señor.
Al Padre y al Esposo
en la carne humanada del Hijo.
Y la promesa de Jahvé a Abraham,
y las profecías de Miqueas,
y todas las impaciencias de Israel
se detuvieron en tus manos.
Dios te salve, María...
Tu cuerpo quedó intacto
y la huella de Dios permaneció en tu vientre.
Se quedaba en tu sangre
la estela luminosa de la divinidad
y esa estela eras tú.
¡No podías morir!
No podían morir ni corromperse
las arterias que fueron
las fuentes de la vida;
ni el corazón que aprisionó en sus fibras
el latido de Dios;
ni el vientre poderoso que fue Sagrario vivo......
Y un día de Nisán,
cuando ya la semilla de la sangre germinaba,
te quedaste dormida.
CASI ADVIENTO
Casi adviento. Que viene. ¿Y quién me viene?
Como un ramo de arcángeles me llega.
El río de aleluyas ya me ciega
este esperar que sin razón me tiene.
Que suene el agua ya. Por Dios, que suene
el vino del amar en su bodega.
Que cuaje el trigo sin llegar la siega.
Que truene el aire y que el silencio truene.
Es adviento, ¿de qué? Voy poco a poco
cerciorándome al fin del ganapierde
de este llegar que el corazón no alcanza.
Adviento, casi adviento es lo que toco.
Se puso el cielo azul y el aire verde.
Lo que llega, sin duda, es la esperanza.
ESTA LLORANDO DIOS...
Está llorando Dios, está llorando.
Sobre el pecho del astro gime y gime.
Es llanto de agua amarga que redime,
maná que nunca acaba, dando y dando.
Un mar, puesto de pie, va levantando.
¡Ay, líquido Tabor, cuajo sublime!
Sobre la sed del hombre que se exime
su Gólgota de lágrimas va alzando.
Está llorando Dios. En la pelea
de sal y de cristales que me triza,
voy flexible, en deshoje, gravitando...
Siento el golpe de amor de su marea;
me levanta, me hiende, me eterniza...
Y está llorando Dios, está llorando.
LA PRIMERA EN LA FRENTE
La primera en la frente, aquí en mi frente,
tormenta o sinrazón que se desboca.
La segunda en la boca, en esta boca
que se me torna llama de repente.
La tercera en el pecho. Fuertemente
contra el pecho, quemante, ardiente, choca,
y me hiende, asolándome la roca,
con un golpe de amén, violentamente.
Estoy signado de presentimientos;
exorcizado en luna y letanía;
con agua, fuego y lodo, aspergeado.
Nutren latín y aceite mis cimientos
y me exalta al dolor de la alegría
esta herida del sur en mi costado.
A MONIC, A DOS AÑOS DE SU MUERTE
Se te cayó la risa con la brisa,
sin saber cómo ni por qué, al vacío.
Un frío repentino, un duro frío,
heló el rosal humano de tu risa.
Se te paró de pronto, más que aprisa,
todo el hervor de vida de tu río.
Trocóse en sombra y en escalofrío
aquella luz que fuera tu divisa.
Ay, Monic, dulce amiga. Te creía
un viento ilusionado y sólo eras
una breve celinda amenazada.
Pero ahora ya eres fuerte, amiga mía:
rosa que no precisa primaveras,
crecida en Dios y en Dios eternizada.
COMO LA MADRUGADA
Noche pide la carne,
pero auroras el alma.
Mi vida está en el filo
como la madrugada.
El pensamiento muerde
lo que la sangre clama
en esta gran marea
que rueda por el ansia.
Hiriendo están las sombras
la espumilla del alba,
rosa y luna que acechan
palabras sin palabras.
¿Qué claridad me busca?
¿Qué tiniebla me llama?
¿Qué antigua voz de incienso
me aprieta en la garganta?
Hormigas que subieran,
lentas, por mis espaldas,
buscando el peso mustio
de mi tierra y mi agua...
La arena es dura y fría
para el clamor del alma
pero la flor enerva
la carne disparada.
Si por la noche, vida,
muerte por la mañana.
Mi angustia está en el filo
como la madrugada.
*******
"Venid, vendimiadores,
estrujadme esta voz
de eternidad y fiebre,
de silencio y clamor.
Tengo el alma dispuesta,
vendimiadores, voy
llenándome los ojos
de pámpanos con sol.
Venid, ángeles míos,
que todo maduró
dentro de mí y me pesa
la luz del corazón.
¡A la flor de la uva,
a la flor,
que en el mar de mi sangre
voy sintiendo el amor!"
LA GRANADA
La luz está en tu centro,
roja y cálida. Es como una granada
que mostrara, al romperse,sus gemas de rocío, sus granates,
su rubí transparente.
Sí, amor, tu corazón es una granada loca
que mostrara de pronto su joyero de sangre.
AGUA
Agua, no de molino,
ruidosa, herida, esclava.
Ni agua de torrentera,
frenética, endiosada, ciega, loca.
Tú eres agua de fuente milagrosa,
sorprendida, turbada, transparente.
Agua de anunciación, al alba pura,
para la sed que pugna entre mis labios.
ESTA SED QUE SE ALZA
DE MI SANGRE
Abrirme yo en tu piel como una fuente
y correr por tu vida como un río.
Apáguense las voces que retienen
silencios del amor, gozos de alcoba.
Apáguense los ecos que repiten
el rodar macerado de los pasmos
y que la luz se vuelque en este trance
que golpea la voz de mis cimientos.
Yo quiero tu volumen, lumbre exacta
la de mi mano que te mide, absorta
como la luz del sol mide en el astro
meridianos candentes, día tras día.
Ya sé que eres de barro. Barro soy
terriblemente, yo, pero en la médula
de esta tierra de nadie corre savia
de altísimo delirio.
Mugiendo están los poros de mis sienes
en la noche apagada de tu tacto
y todo el cuerpo es una boca ansiosa
para mi sed perfecta,
para esta sed redonda y absoluta
que se alza de mi sangre
como un humo, sin ti.
Ya sé que eres de barro, ¿pero acaso
no sientes los arroyos de la sangre
hablándote de Dios?
BlOGRAFÍA
Tuvo los ojos claros, pero el nombre
no se recuerda. Acaso se llamaba
melancolía. Lo que sí se sabe
que era poeta y que vivió en el sur,
cerca del mar. No se conoce el sitio.
También se sabe que en el centro mismo
del corazón, en el panal sangriento,
se le notaba a veces como un pájaro
con ceniza en las alas.
No, no se sabe más. Era poeta,
ya se lo dije. Se quedaba a veces
contemplando las nubes.
Otras veces ponía sus palabras,
como un polvillo de oro, en la cuartilla.
O posaba la mano en otra mano.
O se quedaba mudo, de repente,
imaginando arroyos y sonetos.
El nombre, de verdad, no se recuerda.
NO SÉ COMO SERÁS...
No sé cómo serás, pero te espero.
¿Blanca, morena, azul, desconocida?
Ni el peso de tu voz ni la escondida
savia que me traerás. Conmigo, entero,
está mi corazón. El asidero
y el trecho angosto en luz. Está la herida
que tú no advertirás. Está la brida
y el galope. Mi junio y mi febrero.
Ya sabes, soy así. Mi arboladura
absorbe claridad. Tu ausencia toco,
un mucho desazón y un poco alerta.
Una zozobra abierta a la aventura,
un sucesivo desearte, un loco
medirte el alma sin saberte cierta.
LA VOZ
¿Desde dónde tu voz, di, desde dónde?
Buscando, vuelto. Atisbo. Me estremezco.
Me alzo en mí mismo, desbordado. Crezco.
Ahonde el palpitar, tenaz ahonde.
Mi molino de sangre te responde.
Mis ramas se adelantan. Sí, florezco.
Renazco por buscarte. Desfallezco
sobre tu voz que brota y que se esconde.
A veces tú me llamas, ¿desde cuándo?,
¿de qué lejanos hoy que desconfío?,
¿de qué cita mortal que cuajan penas?
Hurgo mi corazón, loco, arrancando
tu semilla de amor, y desvarío
cuando tu voz se enreda entre mis venas.
LA RUISEÑORA
En la copa más redonda
cantaba la ruiseñora.
La Cañada, entre eucaliptos,
se adormecía en la sombra.
Por el Chorrillo descalza,
iba alzándose la aurora.
Y allá arriba, por la rama,
al sol primero, gozosa,
como un carbón encendido
cantaba la ruiseñora.
Quemadura de su pecho,
toda música en la copa,
toda armonía en el viento,
toda temblor en la fronda,
toda amor y toda fiebre
cantaba la ruiseñora.
La ruiseñora.
Arriba, en el alto pino,
cantaba la ruiseñora.
LA LIBÉLULA
Estaba aquí y ya no está.
Era un pistilo, una urdimbre,
una aguja de cristal,
una viruta de oro,
una estría, un llamear…
Pero ya no está.
Una escurrimbre de miel,
un sutil brillo, un hilván,
una hiladura de plata,
una clave musical…
Pero ya no está.
Se encendió sobre el jacinto.
A un nardo lo hizo vibrar.
Puso un temblor en el agua
y un iris sobre la cal…
Pero ya no está.
LOS PÁJAROS CERCANOS
Como ve que estoy sin ti,
el gorrión gordezuelo
me mira desde el jazmín.
Como ve que algo me falta,
el mirlo desde el naranjo
compadecido me canta.
La golondrina en la antena
mira y no sabe que mira
pero me mira la pena.
LA FUENTE
La fuente quiere ser fuente
y más: quiere ser un ascua.
Por sobre el pilar, el plinto
y sobre el plinto, la taza.
Más arriba, el surtidor:
cristal, nieve, lumbre y danza.
En el agua de la fuente
un pájaro se miraba.
El jardín se puso triste.
La fuente lo contemplaba
con ojos de cielo frío
como desenlagrimada.
Un ángel que yo me sé
moja su frente en el agua.
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