martes, 8 de julio de 2014

Rubén Bonifaz Nuño


Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923, en Córdoba. Estudió en la Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1934 y 1947 cursó la carrera de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y obtuvo el doctorado en letras clásicas en 1971. Autor de una vasta obra poética. Poeta, traductor, profesor en la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Premio Nacional de Literatura. En él se reúnen el peso colosal de la tradición occidental y el luminoso pasado de la historia americana antes de la conquista. Traductor de los grandes poetas latinos y griegos, ha dado a la lengua española versiones rítmicas de Virgilio, Ovidio y Catulo; de Arquíloco, Estesícoro y aun del propio Homero. Su poesía se debate entre la delicada formación clásica y el despechado rencor de la música popular mexicana con José Alfredo Jiménez como mentor. El tema de su obra es el amor perdido. Al igual que Garcilaso de la Vega, es un caballero dispuesto a morir en la batalla, pero sin defensa posible ante el rigor de la Amada. Rubén Bonifaz Nuño es uno de los poetas más leídos y admirados de América Latina. Generaciones de mexicanos han aprendido de memoria sus poemas de amor. (De la presentación del libro en la edición de Valparaíso).

Falleció en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013.
La poesía de Rubén Bonifaz Nuño es altiva y humilde, rijosa y elegante, culta pero no culterana. Cómo ha podido consumar esta difícil y en él armónica relación entre lo clásico y lo popular —que lo popular es también, en cierto modo, lo clásico—, es un secreto que escapa al más atento de sus lectores y acaso al propio poeta. Pero en esa alquimia se halla el eslabón más vigoroso de su escritura. El aprendizaje que dan los años le enseñó también que la emoción no basta si no la vertemos en moldes donde el músculo verbal y la iluminación inédita ejercen plenamente sus potencias. De esa combinación nace el tono hablado y natural de sus poemas, desde la transparencia conversacional de El manto y la corona hasta el hermetismo lúdico en Del templo de su cuerpo. ………..
Los mejores poemas amorosos de Bonifaz son aquéllos donde el orgullo del amante nace de la alabanza de la amada aun en su ausencia física, sea cuando ésta se despereza poco a poco en el lecho, cuando renace en el claustro simbólico del baño o cuando corre debajo de la lluvia. La mujer recorre la ciudad, se posesiona de ella, la explora llevando en el cuerpo las huellas del combate amoroso. “Los hombres sólo servimos para servir a las mujeres, y muy pocas veces lo hacemos bien”.  

Del prólogo de VICENTE QUIRARTE.




RETRATOS DE MUJERES

Y de entre ellas han surgido, bajo la presión
de angustias sinfín, esas amantes inauditas…
RILKE
MARIANA

Por encima de todo, simple y fuerte,
tu vocación para la desventura.
La esperanza y la celda de amargura
y tu sueño incapaz de contenerte.
Ciega sin lumbre miras, de tal suerte
que coronas de espinas tu cintura,
y tu amorosa enfermedad madura
por encima del sueño y de la muerte.
Desventurada y sola; abandonada
como las conchas de una playa triste.
Ruinas en soledad, despojo, sombras.
Por encima de todo, tu mirada
te devuelve una imagen que no existe.
Y llamas con dolor, y a nadie nombras.

ELOÍSA

Y tú, la fuente amarga entre los muros.
Tu vientre desolado; el árbol muerto;
la urgente soledad en su desierto
abrazo; el ansia de tus ojos duros.
Rocío de cadáveres oscuros
riega tu corazón: tu cuerpo abierto
se aflige lejos del placer, despierto
sobre los dedos de la sombra impuros.
Nada tuyo te queda; ni el sollozo,
ni la ignorancia triste, ni el deseo
que te llenó de tibia pesadumbre.
Sola en tu amor persistes: en un pozo
seco ya para siempre y sin empleo,
crece tu inútil corazón de lumbre.

TERESA

Feliz tu corazón enamorado
con su gloria segura y su contento;
dichoso el vuelo de tu pensamiento
por los bordes del viento acantilado.
Tuyos, eternamente sin pasado,
el largo y dulce desfallecimiento,
y el ángel a tu izquierda, y el lamento
y el gozo, y la grandeza del amado.
Herida estás con la encendida llaga
que formó tu dolor, y tu deleite
engendra al mismo tiempo que tu lloro.
Iluminada en ti, nada te apaga.
La angustia de tu cuerpo es el aceite
de tu doliente lámpara de oro.

JULIA

Te encontrará la muerte, y una herida
ha de cerrarse entre la noche; y luego
se dormirán tu corazón y el fuego
que a pausas lo consume sin medida.
Casa de muchos huéspedes, tu vida
no tuvo nunca el que esperaste. Ciego
el llanto, y la ternura sin sosiego,
se anudan a tu carne perseguida.
Aunque sientas tu pecho, y se te enferme
la voz, y una viscosa primavera
pueble el insomnio en el que estás desnuda,
ya te oprime la noche. Ya se duerme
encerrada tu lengua placentera
en su cárcel de dientes. Mansa y muda.

1
Bueno es cantar, querer que lo que digo
reluzca; asir, cayendo, la alegría
de hablarte del amor que no tenía
y de la dicha amarga que persigo.
Disfrazado por dentro de mendigo
para pedirte, oculto en la sombría
cueva del corazón indago el día
que no terminara junto conmigo.
Algo se alumbra si la voz es buena.
Si el dolor en palabra se transforma,
ya sólo duele por lejano y claro.
Lo que en verso se levanta y suena
no pierde altura ni color ni forma;
pero toma distancia y luz de faro.

5
El júbilo me doy de haber cantado
sólo por ti: las sílabas oscuras
de tu nombre, la niebla en que maduras,
con soledad, tu corazón cerrado.
No he de morirme todo. Me has dejado
decir de tu presencia, me aseguras,
por eso, el no morir. Y las futuras
horas verán tu espejo enamorado.
Ya te sigue por siempre con sonido
mi amor, que en torno de tu nombre cierra
su aletear de voces en guirnalda.
Y al escucharlo —vives— un latido
hay en tu corazón: ya sólo tierra
dormida entre los huesos de tu espalda.

38
¿Cuál es la mujer que recordamos
al mirar los pechos de la vecina
de camión; a quién espera el hueco
lugar que está al lado nuestro, en el cine?
¿A quién pertenece el oído
que oirá la palabra más escondida
que somos, de quién es la cabeza
que a nuestro costado nace entre sueños?
Hay veces que ya no puedo con tanta
tristeza, y entonces te recuerdo.
Pero no eres tú. Nacieron cansados
nuestro largo amor y nuestros breves amores;
los cuatro besos y las cuatro
citas que tuvimos. Estamos tristes.
juntos inventamos un concierto
para desventura y orquesta, y fuimos
a escucharlo serios, solemnes,
y nada entendimos. Estamos solos.
Tú nunca sabrás, estoy cierto,
que escribí estos versos para ti sola;
pero en ti pensé al hacerlos. Son tuyos.
Ustedes perdonen. Por un momento
olvidé con quién estaba hablando.
Y no sentí el golpe de mi ventana
al cerrarse. Estaba en otra parte.

8
Centímetro a centímetro
—piel, cabello, ternura, olor, palabras—
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí; de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.
Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y  llamarte de “usted”, para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.
Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, mego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de cómo te he perdido.
Es como si dijeras:
“Cuenta hasta diez, y búscame”, y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿Estás allí?”, y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.


16
Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.
Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.
No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, perjuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.
Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.
Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.
Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames; recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

18
He detenido la respiración
para sentir si tu respiras.
A la vez has quedado tan presente y lejana.
Eterna casi.
fuera del tiempo, sola, sin moverte.
Y me llenó el terror incontenible
de que te hubieras ido;
de que te hubieras muerto en sueños,
y me hubieras dejado entre los brazos
sólo una imagen clara,
un simulacro tibio, una perfecta
máscara tuya con los ojos cerrados.
Pero aquí está de nuevo
como una flor brotando, como el alma
de una rama florida,
dulce, otra vez tu aliento dulce.
Y en medio de un placer que de tan tierno
me acongoja,
de un sobresalto que me empequeñece,
de una paz en tumulto que me ahoga,
vuelvo a ser, y te miro.
Vives. Estás dormida.
◊◊
Un temor sin objeto,
una sorpresa temerosa
te toma de repente, te sacude
desde los pies hasta la nuca.
¿Oyes, acaso, en sueños,
que te busca una voz desamparada;
sientes, durmiendo, que no es justo
que tú descanses, mientras alguien
trabaja, mientras alguien se consume
de enfermedad, mientras alguno,
que tú pudiste amar, está muriendo?
Afuera todo sigue pareciendo
desesperadamente sin sentido;
lo comprende, convulso,
tu corazón amenazado.
Y quisieras correr compadecida,
temblorosa, quemándote
de caridad y de esperanza
y de fe, y recibir el sufrimiento
de todos en tus brazos débiles,
y con tu manto lleno de agujeros
cobijarnos a todos.
Y tu mano se mueve,
y un sonido agitado, una palabra
a medias, el principio de un gemido
cruza tus dientes. ¿Has llamado
◊◊
Nuevamente el silencio
—nube exacta cubriéndote,
no traspasable atmósfera invisible—
te ciñe y te separa.
¿Caminas qué caminos,
qué atardecida fuente bebes,
qué interiores, pacíficos espejos
abre tu propia luz, en que te miras;
en qué oro relumbras engarzada?
Sobre tu sueño flotas
como en lago de aceite; nada existe
fuera de la quietud que te conduce.
Y como un puente milagroso,
tan tenue como el júbilo más tenue,
tan pensativo como un niño,
un movimiento acompasado
pliega las comisuras de tu boca.
◊◊
Todo está bien ahora. Firme
como de piedra sobre piedra, el mundo.
Responsable en tu paz, te sientes
ligada y libre, solidaria.
Comprendes la desdicha,
amas la dicha humilde de las gentes.
Estás de juegos inocentes,
de amable amor, de alegres voces
humanas, de ternura simple
invadida y cercada.
Y no sabes si el aire es una playa,
si eres feliz porque cumpliste
los quehaceres del alma diarios:
porque recién lavada brilla
— cada parte en su sitio—
tu facultad de regalar el gozo;
o porque eres hermosa;
o si la primavera…
Algo, que alumbra todo, se refleja,
grave de consecuencias dulces,
en tu semisonrisa.
Todo está en orden; cada cosa
arreglada a su fin. Tan necesario
es tu mínimo gesto, como el acto
de entreabrir una puerta.
◊◊
Porque yo estuve solo
quiero pensar que tú estuviste sola.
Que no te fuiste, que dormías.
Que me dejaste sin dejarme,
y me necesitabas
para poder estar contenta.
De cualquier modo, he recobrado
mi lugar en el mundo: regresaste,
te volviste accesible.
Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.
Me lo devuelves todo
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.
Volviste poco a poco, despertaste,
y no te sorprendiste
de encontrarme contigo.
Y casi pude ver el último
peldaño del secreto que subías
al dormir, pues abriste
—muy despacio, muy plácidos— tus ojos
adentro de mis ojos que velaban.

34
Como no estamos solos en el mundo,
y miramos afuera, y nuestra isla
de amor está comunicada
por puentes incontables
con las necesidades, las tristezas,
el dolor de las gentes;
como te sientes reclamada
por una obligación más fuerte
que tu misma ventura,
va no te basta que te diga,
o te cante o te llore que te quiero
para creerme que te quiero.
Me has pedido que piense
en combatir; que tome, por mi orgullo
y por tu amor, mi sitio,
mi lugar de soldado en la amargura
de los ejércitos humanos.
Porque te quiero y porque soy, te escucho;
y porque quiero ser porque te quiero.
Estoy aquí, diciéndote
que no he olvidado lo que debo;
y estoy contento porque corro
mis riesgos junto a ti. Porque a mi izquierda
y a mi derecha estás luchando,
y porque sé que cuando vuelva
a descansar mis brazos, a cerrarme
las recientes heridas,
ya no será para estar solo.

FUEGO DE POBRES (1961)

1
Nadie sale. Parece
que cuando llueve en México, lo único
posible es encerrarse
desajustadamente en guerra mínima,
a pesar de los ochenta minutos de la hora
en que es hora de lágrimas.
En que el tiempo de ponerse,
encenizado de colillas fúnebres,
a velar con cerillos
algún recuerdo ya cadáver;
tiempo de aclimatarse al ejercicio
de perder las mañanas
por no saber qué hacerse por las tardes.
Y tampoco es el caso de olvidarse
de que la vida está, de que los perros
como gente se anublan en las calles,
y cornudos cabestros
llevan a su merced tan buenos toros.
No es cosa de olvidarse
de la muela incendiada, o del diamante
engarzado al talón por el camino,
o del aburrimiento.
A la verdad, parece.
Pero sin olvidar, pero acordándose,  
pero con lluvia y todo, tan humanas
son las cosas de afuera, tan de filo,
que quisiera que alguna me llamara
sólo por darme el regocijo
de contestar que estoy aquí,
o gritar el quién vive
nada más que por ver si me responden.
Pienso: si tú me contestaras.
Si pudiera hablar en calma con mi viuda.
Si algo valiera lo que estoy pensando.
Llueve en México; llueve
como para salir a enchubascarse
y a descubrir, como un borracho auténtico,
el secreto más íntimo y humilde
de la fraternidad; poder decirte
hermano mío, si te encuentro.
Porque tú eres mi hermano. Yo te quiero.
acaso sea punto de lenguaje;
de ponerse de acuerdo sobre el tipo
de cambio de las voces,
y en la señal para soltar la marcha.
Y repetir ardiendo hasta el descanso
que no es para llorar, que no es decente.
Y porque, a la verdad, no es para tanto.


 TRES POEMAS DE ANTES (1978)
1
Acaso una palabra
tan sólo, sé decir: al despedirme,
lo más mío de mí se precipita
afuera, y busca y toma lo que amo.
Decir adiós, hablar para perderte,
y saber que un instante,
el anudado instante en que lo digo,
puedo tenerte asida y te detengo.
Abro luego las manos, quedas libre.
y el corazón te grita que te quedes
y no lo entiendes. Nunca
lo pudiste entender. Estamos solos.
Hay en todas las tardes una espina
extraña. Un soplo de ceniza ardiendo
tiembla en los corazones y las calles.
Es antes de la noche.

5
Mi amor, el aire, octubre, la ceguera
de tus ojos. Es tarde. No lo viste,
no lo conoces; piensas que no existe,
y mi amor está en sombras y te espera.
El corazón, que sabe, lo quisiera
decir: es sólo un sueño que persiste;
fue sólo anuncio del otoño triste
la verde lumbre de la primavera.
La cima de los árboles descubre
cada vez más, el cielo que se aclara:
bajan las hojas en la tarde fría.
Mayo contigo me ha mirado, octubre
me quiebra sin remedio; nos separa;
y yo pienso en tu ojos todavía.

6
El canto fue por ti. La siempremuerta
palabra; la corola caducando,
rota de muerte en sus espinas, cuando
su lumbre apenas logra estar abierta.
Y lo supo al hallarte: eras la puerta
de la tristeza; un pájaro cantando
sobre el silencio turbio; un muro blando;
la luz dudosa y la amargura cierta.
Ya, con tenaz ternura, la memoria
trata de herir más hondo, y el olvido
en vano intenta resecar la llaga.
No te pudo apresar la migratoria
penumbra de la voz, y te has perdido
con un rumor de rosa que se apaga.

ALBUR DE AMOR (1987)
3
Aunque bien sé que no me extrañas,
aunque tengo la razón, me acuerdo:
el cáncer terminó; te ausentas
por todo lo mal que supe amarte.
Ya fui desventurado cuando
estuviste aquí, y en el momento
donde te vas, me desventura.
La sola ventaja de estar ciego
es acaso no poder mirarte.
Ya morir sin arrepentimiento
es mi esperanza, y te lo digo
porque al fin te conozco;
que si he pedido muchas cosas,
pude pagar con sobreprecio
las pocas que me fueron dadas.
Mientras más mal te portas, mucho
más te voy queriendo, y porque espero
menos, me injurio y te acrecientas.
Así tuvo que ser: de tanto
que te procuré, me aborreciste;
tan sólo pesares te he dejado.
Raspaduras de celos, dudas
que no opacaron la certeza
de cuanto en ti me desolaba.
Tú, como si nada, te diviertes;
pero entristécete:
si todos sabrán que estoy quemado,
ninguno sabrá que por tus llamas.
Vete como de veras: pierde
el número atroz de este teléfono,
la dirección que no aprendiste,
aquel corazón tan despistado.
Igual sigue siendo todo; nadie
hay como tú, por mi fortuna;
pero a nadie como tú he llegado.
En el agua escrito y en el viento
quedó el amor perpetuo. Sombras.
Y me quemo, y de mejor violencia
—ay, mamá— te alumbro al apagarme.
Ya te conozco, ya obligado
soy a bien quererte y despreciarme.
Pero no, porque me da vergüenza;
pero sí, porque me estoy muriendo
sin voluntad ni penitencia.
Y por todo: porque no quisiste
permanecer, porque me olvidas,
porque me voy tristeando, gracias
te doy. Y por andar de noche.


24
Si me preguntan quién estuvo
aquí, les diré que tú te fuiste.
Que ya presume de espolones
aquel pichón: allá se esponja,
bien relumbroso y perfumado,
entre muchas rosas abrazándote.
Por padecer, para encelarme,
siempre escogí de las mejores;
pero se me va cerrando el mundo,
me voy quedando sin repuestos.
Como si me viera con ladrones
en tu casa, cuando me he metido
a robar también, me hago el honrado.
Y digno tal vez de mejor flama,
el hígado vuelvo, resentido,
a tus amores terminados;
soplo en esta costra de ceniza.
No me quejo de que te hayas ido,
lo que me duele es que te dejo;
que porque los otros no me gasten
lo que trabajé, lo estoy tirando.
Ten presente
que yo te serví, mientras pensabas
que ya de nada serviría.
Apretada entre rosas, piensas
que yo quisiera recordarte;
que al jalarte me descobijaron.
Pero no me dejes otra carta,
ni una paloma, ni un espejo;
para abrazarte de memoria,
que me den tus zapatos viejos,
tu vestido blanco y ulcerado,
los listones con que te peinaste.
Ayer me pudiste. Pero andamos,
y en el camino nos veremos:
pues podrá ser que se te olvide
mi amor; pero esos tiempos, cuándo.

PULSERA PARA LUCIA MÉNDEZ (1989)

Plenitud juvenil de la manzana
pulida por el sol cuando madura;
el cielo, en ti, encandila y se adulzura;
ayer con hoy alegras, y es mañana.
Divinizando tu disfraz de Diana
Salazar, amotinas tu figura;
mueves un hombro o quiebras la cintura,
y agarro mi patín. Tú, soberana.
Cielo trigal, candil en lo profundo,
presente del futuro, sol esbelto
multiplicado en cortes de diamante.
Yo la miraba, y era de otro mundo:
la estrecha falda y el cabello suelto.
Y lucía magnética y radiante.


Antes que el corazón salte y se excluya,
antes que olvides, déjalo que intente
bruñir, de aquel pretérito, el presente
ritual donde te encuentres sólo tuya.
Reconocida por tu cuerpo, en cuya
finura danza un trémolo de fuente
incesante, de música indolente,
invéntale un placer que no concluya.
Lucía mi dolor, cuando esperaba,
y mi alegría cuando ya no espero;
brincos da el corazón, y así reposa.
Mientras en ti, tan lento que no acaba
nunca, el amor, tu faro y tu joyero,
el giro engarza de la eterna rosa.


Por peldaños de escalas musicales
llegando vas a ti, nota por nota;
tu canción te conjura sin derrota,
calza tu pie de luz entre cristales.
Si alguno preguntara tus señales:
tú inventas flores en la noche; brota
flores tu corazón, y arde y se azota
por ti el amor, para que lo acicales.
Lucía —estabas— día sin ocaso;
ciega —no estás— la oscuridad enciende
su máquina de penas instructora.
Por escalas de música, tu paso
llamado por tu voz, baja y asciende;
calzada estás de luces, invasora.

DEL TEMPLO DE SU CUERPO (1992)

J
Ningún otro cuerpo como el tuyo
vino a salir sobre la tierra,
porque él es tú. Domingo diario,
simposio y lecho y mesa puesta
para los sentidos no platónicos.
Sin verte ni oírte, voy formándole
el molde de un instante tuyo;
el estuche justo, tu morada.
Espacio puro, impenetrable,
donde guardarlo aprisionado.
Siguiendo los innumerables
peldaños infinitesimales
de tu olor, bajando y ascendiendo,
las superficies reconozco,
maravilladas, de tu cuerpo.
Hueles a escollo soleado,
a huertas en la sombra, a tienda
de perfumes; a desierto hueles,
tierra grávida, a llovizna;
a carne de nardo macerada,
a impulsos de ansias animales.
Y cada aroma halla respuesta
en un sabor que lo sostiene,
y el regusto de la sal, el agrio
del fruto en agraz; dulcísimo,
el del fruto maduro y pleno,
el amargor donde floreces,
mezclándose, ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti un sabor; el único
sabor, el que te vuelve en suya.
Y con él completo la armadura
del perfecto espacio: tu recinto
inequívoco, el sitio de ti misma.

X
Detallado por mis insistentes
radares rústicos, descansa,
tendido y lánguido a la sombra
del reciente placer, tu cuerpo.
Acaso en sueños, corredora,
tu peso fluvial traspasa rispidas
cumbres de bosques, precipicios
de corolas traspone; de alas
tus tobillos calzas y endiademas.
Con tus suaves músculos, alegre
de enjambrarse con aromas tuyos,
santifica el aire los segundos
de esta hora sagrada: monumentos
de un tiempo niño todavía.
En tanto, el copal en tus braseros
suda sus imanes femeninos;
tuerce sus anillos de benignas
sierpes, sus vibrátiles membranas,
sus narcóticas enredaderas.
Y se adensa su esencia en torno
de ti, y la regalas y te gozas.

TROVAS DEL MAR UNIDO (1994)
5
Aunque explicártelo no pueda
porque la voz me está faltando,
por enamorarte me desvivo;
desvivido así, vivo de nuevo,
reivindicado por el juego
solícito de echarte flores.
Ya lo sé: para venir a verme,
como amapola te acicalas;
te arreglas, por entusiasmarme,
como flor de dalia; como mirto
te endulzas, te ciñes como ramos.
Bien temperados los cenzontles
te celebran con sus ramilletes
trinadores; con sus guirnaldas,
los jilgueros y los clarines.
No con flores mías me presento;
con las que corté en tus jardines,
adrede voy a cortejarte.
De día, tu sombra de magnolias
pongo entre el sol y tú; más tarde
te cerco, para que respires,
con tus invisibles madreselvas.
Si de noche, prenderé en tu cuarto
las linternas de tus girasoles;
el candil de un heliotropo tuyo
voy a colgar de tus dinteles.
A tus jardines les pregunto,
porque me den razón de ti,
cómo miras cuando no te miro;
ellos, floreando, me contestan.
Flores son las telas que te envuelven,
la compasión donde te afirmas,
las olas que inventas, el recuerdo
de las alegrías que en tu boca
sus sales más dulces almibaran.
Aunque la voz me esté faltando,
yo, por vivir me he desvivido,
por enamorarte, como flores
tuyas, te junto mis tonadas.
Mientras te espero, por el juego
de verte animar una por una,
ceñidas en ramos, tus corolas.




¿Qué llenará mis ojos, al abrirlos

desde el fondo del miedo; de qué trémula
boca salió la lengua que me lame?
¿Y habré de ver, si vuelvo la cabeza
de prisa, quién respira a mis espaldas?
Sólo de ácida sal, sólo preñada
acidez, mi bebida. Y lo que viene,
aquello que se acerca,
lo que camina en torno y embistiendo.
Cantando estoy, haciéndome
de valor con cantar bajo lo oscuro.
La pobreza, y el paso uniformado,
y el cartel de protesta.
Acaso inofensivo, acaso inútil,
no defensivo acaso. Y es un soplo
de burbujas quebrándose, un callado
grito de bestia bajo el agua,
un rescoldo de cuerpo que se ahoga.
Y suéltase la sangre convocada,
y su antídoto estrépito graniza,
crece por dentro de la oreja,
contra la mordedura de un silencio
que mata en tres segundos.
Bienvenido el que llega, si en las manos
tiene la sal augusta para el hueco
de mis cimientos despojados.
El caballo homicida, bienvenido
sea, con el galope mariguano
y la huella cuádruple hendida;
y el sueño adverso en orden de batalla,
y la saliva atroz que sobrevive
al suntuoso desorden del combate.
Y algo como el amor de mis hermanos
se despliega en mi contra, se abandera,
en contra mía prevalece.
Y lo que soy mañana, me recibe.





Sólo temblor ardiente, encandilando

hasta el hueso orbital de la mirada,
llamarada de pronto, las paredes
fueron que me guardaban; y en el aire
sólo espiga de pájaros mi torre.
Parado al descubierto estoy, en medio
de lo que fue la calle, en arrasado
territorio de vida -ya ceniza,
ya viento, ya vacío, ya camino
sin comenzar, hacia los cuatro lados
infinitos del círculo-.
Con la sed soñolienta del minero
descenso radical, con el anfibio
lento acuático vuelo
del nadador profundo, alucinado
tras el pez de su rostro.
Y si pregunto, no sé contestarme
en qué estación de trenes, por vez última,
no te encontré; qué instante ya caduco
era para nosotros; conducida
por qué veloz ventana miras; dónde,
ya de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras quedé de espaldas al buscarte.
Amiga, si tan sólo fuera
dormir y verte, amiga de aquel tiempo.
Venir al sitio de lo tuyo,
al terror de no hallarte, a mis entrañas;
al sospechoso tránsito sonoro
como de pasos tuyos en tu alcoba,
al olor de tu armario, a tus vestidos
muertos o tus zapatos bostezando.
Y memorias molares desfiguran
el insustituible pan celeste,
y el golpe me despierta: la implacable
cerrazón ominosa
del zaguán de salida que me abriste.
Ámbito de la cita a que no llegas;
la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.