Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923, en Córdoba. Estudió en la Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1934 y 1947 cursó la carrera de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y obtuvo el doctorado en letras clásicas en 1971. Autor de una vasta obra poética. Poeta, traductor, profesor en la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Premio Nacional de Literatura. En él se reúnen el peso colosal de la tradición occidental y el luminoso pasado de la historia americana antes de la conquista. Traductor de los grandes poetas latinos y griegos, ha dado a la lengua española versiones rítmicas de Virgilio, Ovidio y Catulo; de Arquíloco, Estesícoro y aun del propio Homero. Su poesía se debate entre la delicada formación clásica y el despechado rencor de la música popular mexicana con José Alfredo Jiménez como mentor. El tema de su obra es el amor perdido. Al igual que Garcilaso de la Vega, es un caballero dispuesto a morir en la batalla, pero sin defensa posible ante el rigor de la Amada. Rubén Bonifaz Nuño es uno de los poetas más leídos y admirados de América Latina. Generaciones de mexicanos han aprendido de memoria sus poemas de amor. (De la presentación del libro en la edición de Valparaíso).
Falleció en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013.
La poesía de Rubén Bonifaz Nuño es altiva y humilde, rijosa y elegante, culta pero no culterana. Cómo ha podido consumar esta difícil y en él armónica relación entre lo clásico y lo popular —que lo popular es también, en cierto modo, lo clásico—, es un secreto que escapa al más atento de sus lectores y acaso al propio poeta. Pero en esa alquimia se halla el eslabón más vigoroso de su escritura. El aprendizaje que dan los años le enseñó también que la emoción no basta si no la vertemos en moldes donde el músculo verbal y la iluminación inédita ejercen plenamente sus potencias. De esa combinación nace el tono hablado y natural de sus poemas, desde la transparencia conversacional de El manto y la corona hasta el hermetismo lúdico en Del templo de su cuerpo. ………..
Los mejores poemas amorosos de Bonifaz son aquéllos donde el orgullo del amante nace de la alabanza de la amada aun en su ausencia física, sea cuando ésta se despereza poco a poco en el lecho, cuando renace en el claustro simbólico del baño o cuando corre debajo de la lluvia. La mujer recorre la ciudad, se posesiona de ella, la explora llevando en el cuerpo las huellas del combate amoroso. “Los hombres sólo servimos para servir a las mujeres, y muy pocas veces lo hacemos bien”.
Falleció en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013.
La poesía de Rubén Bonifaz Nuño es altiva y humilde, rijosa y elegante, culta pero no culterana. Cómo ha podido consumar esta difícil y en él armónica relación entre lo clásico y lo popular —que lo popular es también, en cierto modo, lo clásico—, es un secreto que escapa al más atento de sus lectores y acaso al propio poeta. Pero en esa alquimia se halla el eslabón más vigoroso de su escritura. El aprendizaje que dan los años le enseñó también que la emoción no basta si no la vertemos en moldes donde el músculo verbal y la iluminación inédita ejercen plenamente sus potencias. De esa combinación nace el tono hablado y natural de sus poemas, desde la transparencia conversacional de El manto y la corona hasta el hermetismo lúdico en Del templo de su cuerpo. ………..
Los mejores poemas amorosos de Bonifaz son aquéllos donde el orgullo del amante nace de la alabanza de la amada aun en su ausencia física, sea cuando ésta se despereza poco a poco en el lecho, cuando renace en el claustro simbólico del baño o cuando corre debajo de la lluvia. La mujer recorre la ciudad, se posesiona de ella, la explora llevando en el cuerpo las huellas del combate amoroso. “Los hombres sólo servimos para servir a las mujeres, y muy pocas veces lo hacemos bien”.
Del prólogo de VICENTE QUIRARTE.
RETRATOS DE MUJERES
Y de entre ellas han surgido, bajo la presión
de angustias sinfín, esas amantes inauditas…
RILKE
MARIANA
Por encima
de todo, simple y fuerte,
tu vocación
para la desventura.
La esperanza
y la celda de amargura
y tu sueño
incapaz de contenerte.
Ciega sin
lumbre miras, de tal suerte
que coronas
de espinas tu cintura,
y tu amorosa
enfermedad madura
por encima
del sueño y de la muerte.
Desventurada
y sola; abandonada
como las
conchas de una playa triste.
Ruinas en
soledad, despojo, sombras.
Por encima
de todo, tu mirada
te devuelve
una imagen que no existe.
Y llamas con
dolor, y a nadie nombras.
ELOÍSA
Y tú, la
fuente amarga entre los muros.
Tu vientre
desolado; el árbol muerto;
la urgente
soledad en su desierto
abrazo; el
ansia de tus ojos duros.
Rocío de
cadáveres oscuros
riega tu
corazón: tu cuerpo abierto
se aflige
lejos del placer, despierto
sobre los
dedos de la sombra impuros.
Nada tuyo te
queda; ni el sollozo,
ni la
ignorancia triste, ni el deseo
que te llenó
de tibia pesadumbre.
Sola en tu
amor persistes: en un pozo
seco ya para
siempre y sin empleo,
crece tu
inútil corazón de lumbre.
TERESA
Feliz tu
corazón enamorado
con su
gloria segura y su contento;
dichoso el
vuelo de tu pensamiento
por los
bordes del viento acantilado.
Tuyos,
eternamente sin pasado,
el largo y
dulce desfallecimiento,
y el ángel a
tu izquierda, y el lamento
y el gozo, y
la grandeza del amado.
Herida estás
con la encendida llaga
que formó tu
dolor, y tu deleite
engendra al
mismo tiempo que tu lloro.
Iluminada en
ti, nada te apaga.
La angustia
de tu cuerpo es el aceite
de tu
doliente lámpara de oro.
JULIA
Te
encontrará la muerte, y una herida
ha de
cerrarse entre la noche; y luego
se dormirán
tu corazón y el fuego
que a pausas
lo consume sin medida.
Casa de
muchos huéspedes, tu vida
no tuvo
nunca el que esperaste. Ciego
el llanto, y
la ternura sin sosiego,
se anudan a
tu carne perseguida.
Aunque
sientas tu pecho, y se te enferme
la voz, y
una viscosa primavera
pueble el
insomnio en el que estás desnuda,
ya te oprime
la noche. Ya se duerme
encerrada tu
lengua placentera
en su cárcel
de dientes. Mansa y muda.
1
Bueno es
cantar, querer que lo que digo
reluzca;
asir, cayendo, la alegría
de hablarte
del amor que no tenía
y de la
dicha amarga que persigo.
Disfrazado
por dentro de mendigo
para
pedirte, oculto en la sombría
cueva del
corazón indago el día
que no
terminara junto conmigo.
Algo se
alumbra si la voz es buena.
Si el dolor
en palabra se transforma,
ya sólo
duele por lejano y claro.
Lo que en
verso se levanta y suena
no pierde
altura ni color ni forma;
pero toma
distancia y luz de faro.
5
El júbilo me
doy de haber cantado
sólo por ti:
las sílabas oscuras
de tu
nombre, la niebla en que maduras,
con soledad,
tu corazón cerrado.
No he de
morirme todo. Me has dejado
decir de tu
presencia, me aseguras,
por eso, el
no morir. Y las futuras
horas verán
tu espejo enamorado.
Ya te sigue
por siempre con sonido
mi amor, que
en torno de tu nombre cierra
su aletear
de voces en guirnalda.
Y al
escucharlo —vives— un latido
hay en tu
corazón: ya sólo tierra
dormida
entre los huesos de tu espalda.
38
¿Cuál es la
mujer que recordamos
al mirar los
pechos de la vecina
de camión; a
quién espera el hueco
lugar que
está al lado nuestro, en el cine?
¿A quién
pertenece el oído
que oirá la
palabra más escondida
que somos,
de quién es la cabeza
que a
nuestro costado nace entre sueños?
Hay veces
que ya no puedo con tanta
tristeza, y
entonces te recuerdo.
Pero no eres
tú. Nacieron cansados
nuestro
largo amor y nuestros breves amores;
los cuatro
besos y las cuatro
citas que
tuvimos. Estamos tristes.
juntos
inventamos un concierto
para
desventura y orquesta, y fuimos
a escucharlo
serios, solemnes,
y nada
entendimos. Estamos solos.
Tú nunca
sabrás, estoy cierto,
que escribí
estos versos para ti sola;
pero en ti
pensé al hacerlos. Son tuyos.
Ustedes
perdonen. Por un momento
olvidé con
quién estaba hablando.
Y no sentí
el golpe de mi ventana
al cerrarse.
Estaba en otra parte.
8
Centímetro a
centímetro
—piel,
cabello, ternura, olor, palabras—
mi amor te
va tocando.
Voy
descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás
junto a mí; de que es posible
y cierto;
que no eres,
ya, la
felicidad imaginada,
sino la dicha
permanente,
hallada,
concretísima; el abierto
aire total
en que me pierdo y gano.
Y después,
qué delicia
la de
ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como
antes
y llamarte de “usted”, para que sientas
que no es
verdad que te haya conseguido;
que sigues
siendo tú, la inalcanzada;
que hay
muchas cosas tuyas
que no puedo
tener.
Qué delicia
delgada, incomprensible,
la de verte
lejos,
y soportar
los golpes de alegría
que de mi
corazón ascienden
al acercarse
a ti por vez primera;
siempre por
primera, a cada instante.
Y al mismo
tiempo, así, mego a perderte
y a
descubrirte, y sé que te descubro
siempre
mejor de cómo te he perdido.
Es como si
dijeras:
“Cuenta
hasta diez, y búscame”, y a oscuras
yo empezara
a buscarte, y torpemente
te
preguntara: ¿Estás allí?”, y salieras
riendo del
escondite,
tú misma,
sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz
distinta, en un aroma
nuevo, con
un vestido diferente.
16
Amiga a la
que amo: no envejezcas.
Que se
detenga el tiempo sin tocarte;
que no te
quite el manto
de la
perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu
cuerpo de muchacha dulce
quede, al
hallarte, el tiempo.
Si tu
hermosura ha sido
la llave del
amor, si tu hermosura
con el amor
me ha dado
la
certidumbre de la dicha,
la compañía
sin dolor, el vuelo,
guárdate
hermosa, joven siempre.
No quiero ni
pensar lo que tendría
de soledad
mi corazón necesitado,
si la vejez
dañina, perjuiciosa
cargara en
ti la mano,
y mordiera
tu piel, desvencijara
tus dientes,
y la música
que mueves,
al moverte, deshiciera.
Guárdame
siempre en la delicia
de tus
dientes parejos, de tus ojos,
de tus
olores buenos,
de tus
brazos que me enseñas
cuando a
solas conmigo te has quedado
desnuda
toda, en sombras,
sin más luz
que la tuya,
porque tu
cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna
tú que las pequeñas flores
con que te
adorno a veces.
Guárdame en
la alegría de mirarte
ir y venir
en ritmo, caminando
y, al
caminar, meciéndote
como si
regresaras de la llave del agua
llevando un
cántaro en el hombro.
Y cuando me
haga viejo,
y engorde y
quede calvo, no te apiades
de mis ojos
hinchados, de mis dientes
postizos, de
las canas que me salgan
por la
nariz. Aléjame,
no te
apiades, destiérrame, te pido;
hermosa
entonces, joven como ahora,
no me ames;
recuérdame
tal como fui
al cantarte, cuando era
yo tu voz y
tu escudo,
y estabas
sola, y te sirvió mi mano.
18
He detenido
la respiración
para sentir
si tu respiras.
A la vez has
quedado tan presente y lejana.
Eterna casi.
fuera del
tiempo, sola, sin moverte.
Y me llenó
el terror incontenible
de que te
hubieras ido;
de que te
hubieras muerto en sueños,
y me
hubieras dejado entre los brazos
sólo una
imagen clara,
un simulacro
tibio, una perfecta
máscara tuya
con los ojos cerrados.
Pero aquí
está de nuevo
como una
flor brotando, como el alma
de una rama
florida,
dulce, otra
vez tu aliento dulce.
Y en medio
de un placer que de tan tierno
me acongoja,
de un
sobresalto que me empequeñece,
de una paz
en tumulto que me ahoga,
vuelvo a
ser, y te miro.
Vives. Estás
dormida.
◊◊
Un temor sin
objeto,
una sorpresa
temerosa
te toma de
repente, te sacude
desde los
pies hasta la nuca.
¿Oyes,
acaso, en sueños,
que te busca
una voz desamparada;
sientes,
durmiendo, que no es justo
que tú
descanses, mientras alguien
trabaja,
mientras alguien se consume
de
enfermedad, mientras alguno,
que tú
pudiste amar, está muriendo?
Afuera todo
sigue pareciendo
desesperadamente
sin sentido;
lo
comprende, convulso,
tu corazón
amenazado.
Y quisieras
correr compadecida,
temblorosa,
quemándote
de caridad y
de esperanza
y de fe, y
recibir el sufrimiento
de todos en
tus brazos débiles,
y con tu
manto lleno de agujeros
cobijarnos a
todos.
Y tu mano se
mueve,
y un sonido
agitado, una palabra
a medias, el
principio de un gemido
cruza tus
dientes. ¿Has llamado
◊◊
Nuevamente
el silencio
—nube exacta
cubriéndote,
no
traspasable atmósfera invisible—
te ciñe y te
separa.
¿Caminas qué
caminos,
qué
atardecida fuente bebes,
qué
interiores, pacíficos espejos
abre tu
propia luz, en que te miras;
en qué oro
relumbras engarzada?
Sobre tu
sueño flotas
como en lago
de aceite; nada existe
fuera de la
quietud que te conduce.
Y como un
puente milagroso,
tan tenue
como el júbilo más tenue,
tan
pensativo como un niño,
un
movimiento acompasado
pliega las
comisuras de tu boca.
◊◊
Todo está
bien ahora. Firme
como de
piedra sobre piedra, el mundo.
Responsable
en tu paz, te sientes
ligada y
libre, solidaria.
Comprendes
la desdicha,
amas la
dicha humilde de las gentes.
Estás de juegos
inocentes,
de amable
amor, de alegres voces
humanas, de
ternura simple
invadida y
cercada.
Y no sabes
si el aire es una playa,
si eres
feliz porque cumpliste
los
quehaceres del alma diarios:
porque
recién lavada brilla
— cada parte
en su sitio—
tu facultad
de regalar el gozo;
o porque
eres hermosa;
o si la
primavera…
Algo, que
alumbra todo, se refleja,
grave de
consecuencias dulces,
en tu
semisonrisa.
Todo está en
orden; cada cosa
arreglada a
su fin. Tan necesario
es tu mínimo
gesto, como el acto
de
entreabrir una puerta.
◊◊
Porque yo
estuve solo
quiero
pensar que tú estuviste sola.
Que no te
fuiste, que dormías.
Que me
dejaste sin dejarme,
y me
necesitabas
para poder
estar contenta.
De cualquier
modo, he recobrado
mi lugar en
el mundo: regresaste,
te volviste
accesible.
Me devuelves
el tiempo,
el dolor,
los caminos, la alegría,
la voz, el
cuerpo, el alma,
y la vida y
la muerte, y lo que vive
más allá de
la muerte.
Me lo
devuelves todo
encarcelado
en la apariencia
de una
mujer, tú misma, a la que amo.
Volviste
poco a poco, despertaste,
y no te
sorprendiste
de
encontrarme contigo.
Y casi pude
ver el último
peldaño del
secreto que subías
al dormir,
pues abriste
—muy
despacio, muy plácidos— tus ojos
adentro de
mis ojos que velaban.
34
Como no
estamos solos en el mundo,
y miramos
afuera, y nuestra isla
de amor está
comunicada
por puentes
incontables
con las
necesidades, las tristezas,
el dolor de
las gentes;
como te
sientes reclamada
por una
obligación más fuerte
que tu misma
ventura,
va no te
basta que te diga,
o te cante o
te llore que te quiero
para creerme
que te quiero.
Me has
pedido que piense
en combatir;
que tome, por mi orgullo
y por tu
amor, mi sitio,
mi lugar de
soldado en la amargura
de los
ejércitos humanos.
Porque te
quiero y porque soy, te escucho;
y porque
quiero ser porque te quiero.
Estoy aquí,
diciéndote
que no he
olvidado lo que debo;
y estoy
contento porque corro
mis riesgos
junto a ti. Porque a mi izquierda
y a mi
derecha estás luchando,
y porque sé
que cuando vuelva
a descansar
mis brazos, a cerrarme
las
recientes heridas,
ya no será
para estar solo.
FUEGO DE
POBRES (1961)
1
Nadie sale.
Parece
que cuando
llueve en México, lo único
posible es
encerrarse
desajustadamente
en guerra mínima,
a pesar de
los ochenta minutos de la hora
en que es
hora de lágrimas.
En que el
tiempo de ponerse,
encenizado
de colillas fúnebres,
a velar con
cerillos
algún
recuerdo ya cadáver;
tiempo de
aclimatarse al ejercicio
de perder
las mañanas
por no saber
qué hacerse por las tardes.
Y tampoco es
el caso de olvidarse
de que la
vida está, de que los perros
como gente
se anublan en las calles,
y cornudos
cabestros
llevan a su
merced tan buenos toros.
No es cosa
de olvidarse
de la muela
incendiada, o del diamante
engarzado al
talón por el camino,
o del
aburrimiento.
A la verdad,
parece.
Pero sin
olvidar, pero acordándose,
pero con
lluvia y todo, tan humanas
son las
cosas de afuera, tan de filo,
que quisiera
que alguna me llamara
sólo por
darme el regocijo
de contestar
que estoy aquí,
o gritar el
quién vive
nada más que
por ver si me responden.
Pienso: si
tú me contestaras.
Si pudiera
hablar en calma con mi viuda.
Si algo
valiera lo que estoy pensando.
Llueve en México;
llueve
como para
salir a enchubascarse
y a
descubrir, como un borracho auténtico,
el secreto
más íntimo y humilde
de la
fraternidad; poder decirte
hermano mío,
si te encuentro.
Porque tú
eres mi hermano. Yo te quiero.
acaso sea
punto de lenguaje;
de ponerse
de acuerdo sobre el tipo
de cambio de
las voces,
y en la
señal para soltar la marcha.
Y repetir
ardiendo hasta el descanso
que no es
para llorar, que no es decente.
Y porque, a
la verdad, no es para tanto.
TRES POEMAS DE ANTES (1978)
1
Acaso una
palabra
tan sólo, sé
decir: al despedirme,
lo más mío
de mí se precipita
afuera, y
busca y toma lo que amo.
Decir adiós,
hablar para perderte,
y saber que
un instante,
el anudado
instante en que lo digo,
puedo
tenerte asida y te detengo.
Abro luego
las manos, quedas libre.
y el corazón
te grita que te quedes
y no lo
entiendes. Nunca
lo pudiste
entender. Estamos solos.
Hay en todas
las tardes una espina
extraña. Un
soplo de ceniza ardiendo
tiembla en
los corazones y las calles.
Es antes de
la noche.
5
Mi amor, el
aire, octubre, la ceguera
de tus ojos.
Es tarde. No lo viste,
no lo
conoces; piensas que no existe,
y mi amor
está en sombras y te espera.
El corazón,
que sabe, lo quisiera
decir: es
sólo un sueño que persiste;
fue sólo
anuncio del otoño triste
la verde
lumbre de la primavera.
La cima de
los árboles descubre
cada vez
más, el cielo que se aclara:
bajan las
hojas en la tarde fría.
Mayo contigo
me ha mirado, octubre
me quiebra
sin remedio; nos separa;
y yo pienso
en tu ojos todavía.
6
El canto fue
por ti. La siempremuerta
palabra; la
corola caducando,
rota de
muerte en sus espinas, cuando
su lumbre
apenas logra estar abierta.
Y lo supo al
hallarte: eras la puerta
de la
tristeza; un pájaro cantando
sobre el
silencio turbio; un muro blando;
la luz
dudosa y la amargura cierta.
Ya, con
tenaz ternura, la memoria
trata de
herir más hondo, y el olvido
en vano
intenta resecar la llaga.
No te pudo
apresar la migratoria
penumbra de
la voz, y te has perdido
con un rumor
de rosa que se apaga.
ALBUR DE
AMOR (1987)
3
Aunque bien
sé que no me extrañas,
aunque tengo
la razón, me acuerdo:
el cáncer
terminó; te ausentas
por todo lo
mal que supe amarte.
Ya fui
desventurado cuando
estuviste
aquí, y en el momento
donde te
vas, me desventura.
La sola
ventaja de estar ciego
es acaso no
poder mirarte.
Ya morir sin
arrepentimiento
es mi
esperanza, y te lo digo
porque al
fin te conozco;
que si he
pedido muchas cosas,
pude pagar
con sobreprecio
las pocas
que me fueron dadas.
Mientras más
mal te portas, mucho
más te voy
queriendo, y porque espero
menos, me
injurio y te acrecientas.
Así tuvo que
ser: de tanto
que te
procuré, me aborreciste;
tan sólo
pesares te he dejado.
Raspaduras
de celos, dudas
que no
opacaron la certeza
de cuanto en
ti me desolaba.
Tú, como si
nada, te diviertes;
pero
entristécete:
si todos
sabrán que estoy quemado,
ninguno
sabrá que por tus llamas.
Vete como de
veras: pierde
el número
atroz de este teléfono,
la dirección
que no aprendiste,
aquel
corazón tan despistado.
Igual sigue
siendo todo; nadie
hay como tú,
por mi fortuna;
pero a nadie
como tú he llegado.
En el agua
escrito y en el viento
quedó el
amor perpetuo. Sombras.
Y me quemo,
y de mejor violencia
—ay, mamá—
te alumbro al apagarme.
Ya te
conozco, ya obligado
soy a bien
quererte y despreciarme.
Pero no,
porque me da vergüenza;
pero sí,
porque me estoy muriendo
sin voluntad
ni penitencia.
Y por todo:
porque no quisiste
permanecer,
porque me olvidas,
porque me
voy tristeando, gracias
te doy. Y
por andar de noche.
24
Si me
preguntan quién estuvo
aquí, les
diré que tú te fuiste.
Que ya
presume de espolones
aquel
pichón: allá se esponja,
bien
relumbroso y perfumado,
entre muchas
rosas abrazándote.
Por padecer,
para encelarme,
siempre
escogí de las mejores;
pero se me
va cerrando el mundo,
me voy
quedando sin repuestos.
Como si me
viera con ladrones
en tu casa,
cuando me he metido
a robar
también, me hago el honrado.
Y digno tal
vez de mejor flama,
el hígado
vuelvo, resentido,
a tus amores
terminados;
soplo en
esta costra de ceniza.
No me quejo
de que te hayas ido,
lo que me
duele es que te dejo;
que porque
los otros no me gasten
lo que
trabajé, lo estoy tirando.
Ten presente
que yo te
serví, mientras pensabas
que ya de
nada serviría.
Apretada
entre rosas, piensas
que yo
quisiera recordarte;
que al
jalarte me descobijaron.
Pero no me
dejes otra carta,
ni una
paloma, ni un espejo;
para
abrazarte de memoria,
que me den
tus zapatos viejos,
tu vestido
blanco y ulcerado,
los listones
con que te peinaste.
Ayer me
pudiste. Pero andamos,
y en el
camino nos veremos:
pues podrá
ser que se te olvide
mi amor;
pero esos tiempos, cuándo.
PULSERA PARA
LUCIA MÉNDEZ (1989)
Plenitud
juvenil de la manzana
pulida por
el sol cuando madura;
el cielo, en
ti, encandila y se adulzura;
ayer con hoy
alegras, y es mañana.
Divinizando
tu disfraz de Diana
Salazar,
amotinas tu figura;
mueves un
hombro o quiebras la cintura,
y agarro mi
patín. Tú, soberana.
Cielo
trigal, candil en lo profundo,
presente del
futuro, sol esbelto
multiplicado
en cortes de diamante.
Yo la
miraba, y era de otro mundo:
la estrecha
falda y el cabello suelto.
Y lucía
magnética y radiante.
Antes que el
corazón salte y se excluya,
antes que
olvides, déjalo que intente
bruñir, de
aquel pretérito, el presente
ritual donde
te encuentres sólo tuya.
Reconocida
por tu cuerpo, en cuya
finura danza
un trémolo de fuente
incesante,
de música indolente,
invéntale un
placer que no concluya.
Lucía mi
dolor, cuando esperaba,
y mi alegría
cuando ya no espero;
brincos da
el corazón, y así reposa.
Mientras en
ti, tan lento que no acaba
nunca, el
amor, tu faro y tu joyero,
el giro
engarza de la eterna rosa.
Por peldaños
de escalas musicales
llegando vas
a ti, nota por nota;
tu canción
te conjura sin derrota,
calza tu pie
de luz entre cristales.
Si alguno
preguntara tus señales:
tú inventas
flores en la noche; brota
flores tu
corazón, y arde y se azota
por ti el
amor, para que lo acicales.
Lucía
—estabas— día sin ocaso;
ciega —no
estás— la oscuridad enciende
su máquina
de penas instructora.
Por escalas
de música, tu paso
llamado por
tu voz, baja y asciende;
calzada
estás de luces, invasora.
DEL TEMPLO DE
SU CUERPO (1992)
J
Ningún otro
cuerpo como el tuyo
vino a salir
sobre la tierra,
porque él es
tú. Domingo diario,
simposio y
lecho y mesa puesta
para los
sentidos no platónicos.
Sin verte ni
oírte, voy formándole
el molde de
un instante tuyo;
el estuche
justo, tu morada.
Espacio puro,
impenetrable,
donde guardarlo
aprisionado.
Siguiendo
los innumerables
peldaños infinitesimales
de tu olor,
bajando y ascendiendo,
las superficies
reconozco,
maravilladas,
de tu cuerpo.
Hueles a
escollo soleado,
a huertas en
la sombra, a tienda
de perfumes;
a desierto hueles,
tierra grávida,
a llovizna;
a carne de
nardo macerada,
a impulsos
de ansias animales.
Y cada aroma
halla respuesta
en un sabor
que lo sostiene,
y el regusto
de la sal, el agrio
del fruto en
agraz; dulcísimo,
el del fruto
maduro y pleno,
el amargor
donde floreces,
mezclándose,
ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti
un sabor; el único
sabor, el
que te vuelve en suya.
Y con él
completo la armadura
del perfecto
espacio: tu recinto
inequívoco,
el sitio de ti misma.
X
Detallado
por mis insistentes
radares rústicos,
descansa,
tendido y
lánguido a la sombra
del reciente
placer, tu cuerpo.
Acaso en
sueños, corredora,
tu peso
fluvial traspasa rispidas
cumbres de
bosques, precipicios
de corolas
traspone; de alas
tus tobillos
calzas y endiademas.
Con tus
suaves músculos, alegre
de enjambrarse
con aromas tuyos,
santifica el
aire los segundos
de esta hora
sagrada: monumentos
de un tiempo
niño todavía.
En tanto, el
copal en tus braseros
suda sus
imanes femeninos;
tuerce sus
anillos de benignas
sierpes, sus
vibrátiles membranas,
sus narcóticas
enredaderas.
Y se adensa
su esencia en torno
de ti, y la
regalas y te gozas.
TROVAS DEL
MAR UNIDO (1994)
5
Aunque
explicártelo no pueda
porque la
voz me está faltando,
por enamorarte
me desvivo;
desvivido así,
vivo de nuevo,
reivindicado
por el juego
solícito de
echarte flores.
Ya lo sé:
para venir a verme,
como amapola
te acicalas;
te arreglas,
por entusiasmarme,
como flor de
dalia; como mirto
te endulzas,
te ciñes como ramos.
Bien
temperados los cenzontles
te celebran
con sus ramilletes
trinadores;
con sus guirnaldas,
los jilgueros
y los clarines.
No con
flores mías me presento;
con las que
corté en tus jardines,
adrede voy a
cortejarte.
De día, tu
sombra de magnolias
pongo entre
el sol y tú; más tarde
te cerco,
para que respires,
con tus
invisibles madreselvas.
Si de noche,
prenderé en tu cuarto
las linternas
de tus girasoles;
el candil de
un heliotropo tuyo
voy a colgar
de tus dinteles.
A tus
jardines les pregunto,
porque me
den razón de ti,
cómo miras
cuando no te miro;
ellos,
floreando, me contestan.
Flores son
las telas que te envuelven,
la compasión
donde te afirmas,
las olas que
inventas, el recuerdo
de las
alegrías que en tu boca
sus sales
más dulces almibaran.
Aunque la
voz me esté faltando,
yo, por
vivir me he desvivido,
por enamorarte,
como flores
tuyas, te
junto mis tonadas.
Mientras te
espero, por el juego
de verte
animar una por una,
ceñidas en
ramos, tus corolas.
¿Qué llenará mis ojos, al abrirlos
desde el fondo del miedo; de qué trémula
boca salió la lengua que me lame?
¿Y habré de ver, si vuelvo la cabeza
de prisa, quién respira a mis espaldas?
Sólo de ácida sal, sólo preñada
acidez, mi bebida. Y lo que viene,
aquello que se acerca,
lo que camina en torno y embistiendo.
Cantando estoy, haciéndome
de valor con cantar bajo lo oscuro.
La pobreza, y el paso uniformado,
y el cartel de protesta.
Acaso inofensivo, acaso inútil,
no defensivo acaso. Y es un soplo
de burbujas quebrándose, un callado
grito de bestia bajo el agua,
un rescoldo de cuerpo que se ahoga.
Y suéltase la sangre convocada,
y su antídoto estrépito graniza,
crece por dentro de la oreja,
contra la mordedura de un silencio
que mata en tres segundos.
Bienvenido el que llega, si en las manos
tiene la sal augusta para el hueco
de mis cimientos despojados.
El caballo homicida, bienvenido
sea, con el galope mariguano
y la huella cuádruple hendida;
y el sueño adverso en orden de batalla,
y la saliva atroz que sobrevive
al suntuoso desorden del combate.
Y algo como el amor de mis hermanos
se despliega en mi contra, se abandera,
en contra mía prevalece.
Y lo que soy mañana, me recibe.
Sólo temblor ardiente, encandilando
hasta el hueso orbital de la mirada,
llamarada de pronto, las paredes
fueron que me guardaban; y en el aire
sólo espiga de pájaros mi torre.
Parado al descubierto estoy, en medio
de lo que fue la calle, en arrasado
territorio de vida -ya ceniza,
ya viento, ya vacío, ya camino
sin comenzar, hacia los cuatro lados
infinitos del círculo-.
Con la sed soñolienta del minero
descenso radical, con el anfibio
lento acuático vuelo
del nadador profundo, alucinado
tras el pez de su rostro.
Y si pregunto, no sé contestarme
en qué estación de trenes, por vez última,
no te encontré; qué instante ya caduco
era para nosotros; conducida
por qué veloz ventana miras; dónde,
ya de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras quedé de espaldas al buscarte.
Amiga, si tan sólo fuera
dormir y verte, amiga de aquel tiempo.
Venir al sitio de lo tuyo,
al terror de no hallarte, a mis entrañas;
al sospechoso tránsito sonoro
como de pasos tuyos en tu alcoba,
al olor de tu armario, a tus vestidos
muertos o tus zapatos bostezando.
Y memorias molares desfiguran
el insustituible pan celeste,
y el golpe me despierta: la implacable
cerrazón ominosa
del zaguán de salida que me abriste.
Ámbito de la cita a que no llegas;
la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.