Joan Margarit nació en Sanaüja, en la comarca de la Segarra. Sus padres se casaron en julio de 1936 en Barcelona, pero la guerra civil española les obligó a retirarse a Sanaüja donde nació el poeta. Se dio a conocer como poeta en castellano en 1963 y en 1965. Después de un largo paréntesis de diez años, escribió “Crónica. A partir de 1980, inició su obra poética en catalán. Desde 1968, Margarit es catedrático, jubilado actualmente, de Cálculo de estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Se define como poeta bilingüe en castellano y catalán. Por otro lado, desdeña las corrientes poéticas y considera que, fuera de la poesía, el hombre se encuentra a la intemperie, valorando al poeta como "el ser más realista, el más pragmático, porque bebe de la realidad. Lo que no es pragmático es la economía"
CIEN POEMAS: Nos dice José Agustín Goytisolo en la introducción a este poemario:
Poemas que prefiero: Nocturno en Cirene. Retorno de vacaciones, Era un dibujo, Tarde de lluvia, Joana, Torino 1950, Antes del alba, Amor y tiempo, Muchacha de madrugada, El significado de nuestro presente, Edad roja, Mujer de primavera, La partida, Peligros, El tiempo pasado, Principios y finales, Los motivos del lobo, Sueño de una noche de verano, Primer amor, Incitación a la posteridad, Poética, Final de recital, No tires las cartas de tu amor, Aventura doméstica, Los ojos del retrovisor, Horarios nocturnos, La libertad, Astápovo, Canción de la luna gris, El oráculo, Barcelona era una fiesta, Cosas en común, La educación sentimental, Imagen en un cristal.
El propio autor explica en su "Viaje poético" cual ha sido la trayectoria de su vida y de su poesía que, como él escribe, se confunden en un todo para formar este viaje. JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO
UN VIAJE POÉTICO
Arranqué como poeta hacia los veinte años —a finales de los 50— con un error inicial, la autodidáctica. Tuve -cómo no— una mala compañía, un entrañable ángel negro. Alguien que, como yo, salía habiendo tomado partido previo por la negación. Poner en evidencia todas las flaquezas y la pobreza (en comparación con nuestra ambición) de cualquier poema existente fue fácil y enardecedor, pues quien toma esta actitud acaba por identificar potencia destructiva con potencia creadora, dos asuntos que distan de tener algo que ver. Lo que había que hacer era justo aquello que quedaba después del derribo y que nosotros —yo al menos— sentíamos cercano y evidente. No había más que tomarlo.
Hace poco me surgió, entre un montón de viejas carpetas, una que contenía más de cien sonetos en castellano que no recordaba. Ninguno de ellos merece más que esta mezcla de admiración y sarcasmo con que solemos enfrentarnos a nuestro propio tiempo perdido. He trabajado .mucho para escribir los poemas de esta antología y los que han quedado fuera de ella. Ya sé que, en el territorio del arte, el esfuerzo no es garantía de nada (el público, sagaz, sigue creyendo en la inspiración). El esfuerzo es una condición necesaria, pero con ella se está a años luz de la condición suficiente, ya mucho más misteriosa. En cualquier caso, si alguna vez, en algún lugar, en catalán o en castellano, alguno de estos poemas es identificado como un buen poema, no me disgusta que, en lugar de ser fruto del favor del azar, lo sea de esta suma de equivocaciones, sentimientos heridos, entusiasmos tardíos y trabajos forzados que ha sido mi trayectoria poética. JOAN MARGARIT
LUCES DE LOS INSTANTES
LUCES de los instantes se apagan en ceniza
cuando nosotros, huéspedes, hemos de deshacer
el equipaje y no partir jamás.
Sobre la piel las horas depositan
despacio, un espesor de eternidad,
porque tras el futuro ha de volver
la vida como un hilo de agua helada
que en el deshielo recomienza el cántico.
Anna, hablo de ti y de largas playas
con la tristeza de la mar de invierno.
De cómo aquella niña que tú fuiste
dejó caer entre sus dedos
la arena de las horas pactadas con la muerte.
De la memoria, el texto queda escrito
en este friso de agua remota como el mármol
que anuncia el cielo azul de otros lugares
De ti queda la luz en mis manos vacías
y un signo muy sutil
borrado en los cristales empañados.
Y si hay, donde tú estás,
algún eco lejano de alegría,
es que el futuro está nutriéndose
en el presente con la claridad
de los muros de las afueras
y nuestro cavilar de caminantes.
ERA UN DIBUJO
(De Poema para un friso)
ERA un dibujo en un papel tan fino
que se lo llevó el viento.
Desde la alta ventana hasta muy lejos,
calles, el mar: el tiempo
que ya nunca podré recuperar.
Lo he buscado en las playas, en invierno,
cuando más pena dan los dibujos perdidos.
He seguido el camino de los vientos.
era el dibujo a lápiz de una chica.
Dios, cómo lo he buscado.
ULISES EN AGUAS DE ÍTACA
VAS llegando a la isla y ahora sabes,
el azar y vivir, qué significan.
Tu arco será de polvo en un estante.
polvo será el telar y cuanto teje.
Los pretendientes, que en el patio acampan,
son sombras que Penélope ha soñado.
Vas llegando a la isla: como el tiempo
a la Odisea, el mar bate a las rocas.
Nadie tejió nunca tu ausencia. Nadie
tampoco vino a destejer tu olvido.
Por más que, a veces, la razón lo ignore,
Penélope es la sombra de tu sueño.
Vas llegando a la isla: las gaviotas
cubren la playa v no moverán
cuando al pasar no dejes huella alguna,
pues tú no existes: eres la leyenda.
Quizá un lejano Ulises murió en Troya,
y quizá lo llorara una mujer,
pero en el sueño de un poeta ciego
sigues salvándote. Dentro de mí,
riguroso y eterno, cada amanecer
un solitario Ulises desembarca.
TARDE DE LLUVIA
SOBRE la alfombra color beige oscuro
se balancea un pie con media negra,
igual que en los sembrados un pájaro de invierno.
La curva delicada del talón
marca, despacio, el ritmo de la música.
Hay un temblor lejano
de niños en tus ojos, y una sombra
velada de inquietud en los cabellos.
La lluvia de una tarde de domingo
a veces se parece a nuestro epílogo.
Suntuosa la tristeza de tus manos
con anillos de plata, ahora indecisas
y en silencio después de las caricias.
En las cornisas, pájaros mojados
son restos de un recuerdo, entre hojarasca,
de la hija lejana, en el camino
de barro y niebla alrededor del lago.
Vence el tiempo al recuerdo, y breves charcos
parecen tu silencio. Anochece:
sólo cuando el destino se ha cumplido
no hay motivos de alarma.
JOANA
Así serías a los quince años.
más alta y más esbelta, los ojos con más luz,
sin tu expresión de ausencia, la frente despejada.
Podrías caminar, firme y estable,
y no te torcerías, con la espalda
doblegada quién sabe por qué pena.
Con manos bien formadas,
leerías, saldrías con amigos,
tu misma cuidarías de tus cosas
y viajarías sola.
De la realidad son parte nuestros sueños,
y en ocasiones yo siento una hija
cerca a la vez y extrañamente ausente
que me imagino bajo el mismo abrigo
de la pequeña Anna, que murió
hace ya muchos años. Las dos juntas
habláis dentro de mí mientras crecéis,
y sois, a veces, una que ha callado
para siempre o que en ti me está sonriendo
Joana, en el misterio de tu calma.
ANTES DEL ALBA
DURMIÓ de niño bajo el mismo cielo
que ahora lleva en sus ojos, este cielo
con estrellas paradas como iconos.
El día que aún no empieza es un tesoro
de instantes que jamás, al dispersarse,
podrá reunir de nuevo.
Mira hacia el patio oscuro
donde callan las hojas de la hiedra,
como en suspenso frente a la inminencia
de un futuro que está en el negro cielo.
Va encendiendo las luces; las ventanas
parecen cuadros de oro en la fachada,
un preludio del hilo azul y rosa
que cortará la oscuridad, un arma
sobre el silencio impenetrable
de las casas en pie junto a la calle.
Aurora a aurora edifica su muerte
y, en los muros, su voz; escucha absorto
la austera obscuridad en los cristales
y el grito de una garza en la azotea.
La afinidad del alba con la nada
trae el frío a sus ojos, y un recuerdo
desde otro tiempo se levanta en él
cuando, extinguidas todas las estrellas,
se desvelan las hiedras temblorosas.
Y va apagando luces, como ayer.
Y como hará mañana hasta que, un alba,
su mirada también se haya extinguido.
NOCTURNO
LOS fanales, las hojas de los plátanos
son de alguna novela que he olvidado.
Ella no está, pero la siento cerca
si miro el fondo amargo de las calles,
el resplandor de joya falsa
que tienen los semáforos. Conmigo
vive en los cuartos de la soledad:
yo podría sentir mis manos
con la justa medida de sus pechos,
pero aquello pasó, los perros vuelven
a la basura de mi frente.
AMOR Y TIEMPO
RECUERDA cuando aún desconocías
que la vida no tendría piedad contigo.
Amor y tiempo: el tiempo, que en nosotros
es la arena de un río que, despacio,
va cambiando la forma de la costa.
El amor, que ha copiado en tu mirada
la claridad de la isla del tesoro.
Sensual y solitaria, rodeada
por la sonora senectud del mar
y gritos militares de gaviotas.
El sueño o clandestino de un hombre ya maduro.
MUCHACHA DE MADRUGADA
DESDE el retrato oval en blanco y negro
me miras como a un huésped
en la cama del cuarto que fue tuyo.
Pero soy yo quien mira tu mirada
de mujer joven, mientras la campana
de este pueblo de la isla de Mallorca
me dice cómo huye la noche de verano.
Nos encontramos hace muchos años
en esta habitación
y cada día me parezco más
a tu ausencia, tú que fuiste
como las muchachas que hoy, cerca de aquí,
duermen en esta hora lenta, oscura.
Mi juventud
es sólo un carbunclo en la noche
de un hombre que mira tu retrato
y excava en el vacío otro vacío
bajo la cabecera de la que fue tu cama.
EL SIGNIFICADO DE NUESTRO PRESENTE
EL agua del puerto, si el poniente la irisa,
es nuestro recuerdo: una irreal
piel del pasado.
Un tono malva bajo los ojos nos habla
del cansancio moral,
de los plátanos sin hojas en los cristales del café,
de las conversaciones
trascendentes que ya no recordamos.
La heterodoxia se fue ensombreciendo
en el aura del dinero,
en las mujeres que nos despreciaron.
En tus ojos he visto
el fervor humanista por la nada
que aquel tiempo nos enseñó.
Y no busquemos nuestra juventud,
perdida entre filósofos germánicos
y profetas judíos.
Ahora en su lugar hay literatura,
aulas donde la gente es cada vez más joven.
Personajes a los que debemos escuchar
con el mismo asco de entonces.
Restos de una extinguida lucidez.
La amistad mantenida en un tiempo que cae
como una casa grande y solitaria
POÉTICA
AL ir tras la belleza estarás solo:
si la encuentras, se desvanece y deja
polvo de mariposa entre los dedos.
Perseguirás de nuevo el resplandor
que sabes dentro de ti, como el relámpago
que muestra fugazmente,
hasta el lejano horizonte, la realidad.
EDAD ROJA
TANTO tiempo para aprender que llegas tarde
al gran amor. Que nunca habrás vivido
ninguna edad de oro. Las rosas de Ronsard
nunca serán perfume en tu mirada
y el otoño no las deshojará
de lentos pétalos en los brazos de nadie.
Cubriste con el olvido los espejos
como se hacía en las casas de los difuntos.
No volverán las mujeres con las que,
por un fugaz momento de ternura,
cambiabas los años de soledad.
Porque la vida es ardiente en otoño,
en las horas de angustia no podrás
amar ni a la mujer que ya has perdido
EL DESPRECIO DE CALIPSO
LAS playas volverán a estar desiertas
igual que nuestro amor, pues desconfías
de lo que no entiendes, y te vendes
por las monedas viles del pasado.
No salvarían mi amor vulgares proezas.
Los perros devoran tus días.
Habrás perdido tu dignidad si pierdes
la hospitalaria luz del mito.
Y cuando tu valor se haya acabado
y quede en su lugar sólo la astucia,
nunca volverás a encontrar la isla.
La inventarás, entonces: junto a una mujer
cansada de aventuras, sólo dentro de ti
podrás hallar mi costa abrupta.
DESTRUCCIÓN
AHORA que está muerto, caído en el asfalto,
al pie de la alta y triste luz de los cristales
de algún hotel barato, puedes recordar
de sus últimos conciertos un maligno
sonido de trompeta, bellísimo, apagado.
Indiferente, Chet Baker estaba dentro
del foco, como si fuese la luz
de un bar desierto, al fondo de una calle siniestra.
El demonio soplaba aquella música.
Boca sin dientes, ojos cavernosos
y un anillo en la mano de esqueleto,
ya no tocaba para nadie: helado
por aquel frío de hoteles que llevaba en los ojos
soplaba el puro y cálido sonido del mal.
LA PARTIDA
DEFINITIVAMENTE se trata de mi otoño,
un tiempo de alianzas imposibles,
la edad roja de todos los peligros
para hombres maduros y chicas solitarias.
La edad del adulterio y el olvido
sin ninguna esperanza, la edad fría,
la partida final contra uno mismo.
Permanezco en la mesa sin esperar la suerte,
ya no cabe el azar en este juego.
Es el tiempo de hacer un solitario
con las cartas marcadas de la vida.
PELIGROS
EL poder de la inercia se opone a que te pares:
ella te lanza contra el parabrisas
y es igual su atracción
a la de las estrellas más lejanas.
Las palabras también
tienen este poder para atraerte
hacia lo que has escrito por lejano que sea.
Jamas, jamás escribas
sobre tu muerte ni sobre el suicidio:
Aunque parezcan débiles
-como débiles parecen las estrellas-
Te empujarán con fuerza las palabras
buscando su sentido.
No debes escribir más poemas de amor
a la desconocida,
pues ella te hablará desde tus versos
y caerás en la trampa de sus ojos.
Porque todo se acaba pareciendo
al nombre que soñamos
y hasta nosotros mismos
a las palabras que nos dio la vida.
EL TIEMPO PASADO
COMO un tanque, el camión de la limpieza
de madrugada asusta a las calles desiertas.
Mana el agua de bronce de la fuente,
paciente y solitaria como la mirada
del hombre que pasea con las manos
en los bolsillos.
Sigue extraños caminos, se detiene
en un banco vacío, junto a un árbol,
en una esquina, hasta llegar al estanque
donde ve una cabeza de perro reflejada
que con ojos tristísimos le está mirando.
Saca sus manos del bolsillo y, a la vez
que va haciendo girar entre sus dedos
un gastado collar, vuelve al portal.
Y se escucha el rumor tranquilo de las llaves
en esta hora de la madrugada,
cuando los perros muertos pasean con sus amos.
PRINCIPIOS Y FINALES
EN tiempo fui una chica con futuro.
Leía a Horacio en latín
Y me sabía de memoria a Keats.
Pero, cazada dentro de las cuevas
de los adultos, comencé a parir
hijos de un hombre estúpido y creído.
Ahora lleno mi vaso en cuanto puedo
y lloro al recordar versos de Keats.
Una ignora, de joven, que lugar alguno
es el lugar donde podrá estar siempre.
Que nunca llegará ni aquél ni aquélla
en quien hallar descanso. Una ignora,
cuando es joven aún, que los principios
nada tienen que ver con los finales.
AUTORRETRATO
DE la guerra quedó el viejo capote
de desertor sobre mi cama.
En la noche sentía el tacto adusto
de aquellos años, que no fueron
los más felices de mi vida.
Pero el pasado acaba siendo
fraternidad de lobos y melancolía
de paisajes falseados por el tiempo.
Queda el amor —no la filosofía,
que es una ópera— y, sobre todo, nada
de poeta maldito: tengo miedo,
pero me apaño sin idealismo.
Las lágrimas a veces se deslizan
tras el cristal oscuro de las gafas.
La vida es un capote de deserto
EN UN BAR
SE hacen tediosas las conversaciones
en torno del dinero, los vinos, la cocina,
despojos de las sombras espantosas
en que nos hemos ido convirtiendo.
«Tu sangre es roja: jódete, fascista
Relampaguea escrito en el lavabo,
y me siento de nuevo aquel muchacho
de un tiempo, en teoría, pobre y triste.
Los policías, con abrigos grises,
entraban a caballo en la universidad.
Saltan chispazos de las herraduras
y, mientras mea, va conmemorando
tanta oportunidad de amor perdida,
sonriente, un hombre de mediana edad
en el sucio lavabo de este bar.
EL BANQUETE
APLASTADOS los fémures por sus noventa años,
desconfiada y voraz, la suegra vigilaba,
y el cobarde del suegro, bajo su obesidad,
en diez lenguas callaba. Mi hijo, con un pozo
de helada oscuridad en la cabeza,
se atracaba ante el televisor.
Mi hermano se mataba, engordando y gritándoles
soeces procacidades a los manteles blancos.
Disecados, mis padres, mudos de tanto odiarse,
tenían soledad terminal en sus caras.
Un banquete moral repugnante y fantástico.
Tú, con nuestra amistad salvada del naufragio,
sonriente me mirabas. Sin embargo,
tantos años de monstruos han sido implacables.
DESCRIPCIÓN DE TI
CON rabia has arrugado tu pasado.
Es una carta que no quieres leer
ni que nadie te escriba nunca más.
tienes derecho a no mentir para vengarte,
el derecho de paso de los años,
cuando ya mal alguno
te puede envilecer, sino la muerte.
El tiempo que has perdido es este perro
que ladra por la noche en algún patio.
La bufanda te abraza como el amante ausente.
No pierdas la costumbre de escuchar el mar,
desolado oleaje interminable
que en invierno pasea junto a ti.
SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
DETENEMOS el coche
al lado de una valla de cipreses.
Hace treinta años que vivimos juntos.
Fui un joven inexperto y tú una chica
desamparada y cálida.
La sombra de la última ocasión
va ocultando a la luna.
Soy un viejo inexperto.
Tú, una mujer de edad, desamparada.
QUIROMANCIA
VIVIMOS, tú en el fondo de mis manos,
y yo al fondo de las tuyas,
con la desolación por las heridas
que, con las mismas armas, nos causamos.
El pasado es inútil: si aburrida
es ya la vida, y desolada, y sucia,
no le añadamos la melancolía.
A veces necesita una salida
como el suicidio,
un amor imposible o bien la ruina.
Se llega así a los imprecisos límites
de la edad de la niebla,
cuando no hay a la vista costa alguna.
Tan sólo queda la confusa línea
de la isla del tesoro.
Lejana y falsa, la he buscado
y pido que me sea concedido
una vez más, poderla distinguir
en la luz otoñal de la ciudad.
PRIMER AMOR
EN la Girona de mis siete años
con sus escaparates de postguerra
color gris de penuria, la pequeña
cuchillería reflejaba el sol
en pequeños espejos de acero.
Con la frente apoyada en el cristal,
miraba una navaja, larga y fina,
bella como una estatua gris de mármol.
Puesto que en casa no querían armas,
fui a comprarla en secreto y la sentía
golpeándome el muslo en el bolsillo.
La abría muy despacio y contemplaba,
en la hoja, afilada y directa,
aquella conventual frialdad del arma.
Silenciosa presencia del peligro:
los treinta años primeros la oculté
tras los libros de versos, y después
en un cajón, entre tus bragas y tus medias.
Hoy, que voy a cumplir cincuenta y cuatro,
vuelvo a mirarla. Abierta entre mis dedos,
igual de peligrosa que en la infancia.
Fría y sensual. Más cerca de mi cuello.
EL INFIERNO DE DON JOAN
LAS heridas de amor, igual que las de guerra,
se sienten de nuevo en las noches de lluvia.
Por esto junto al lecho tengo espejos,
porque he aprendido a ver en todas las mujeres
tu espalda, y a escuchar tu voz junto a mi oído
al sentir su placer. He aprendido
que en un cuerpo desnudo me está abrazando el tuyo.
Vives por mí, callada, en los espejos.
Nos veo en ellos como dos extraños
en una misma habitación. Reclamo
el goce solitario de mirar
para poder estar contigo cuando enlazas
a otro en el espejo y te siento mi tacto.
INCITACIÓN A LA POSTERIDAD
SI ya no puedes escribir ni amar
no busques más lugar para morir:
basta una habitación de hotel barato.
Pide que no te pasen los avisos,
paga dos noches por adelantado.
Mezclados con alcohol has de servirte,
de vesperax o tofranil, tres gramos
y, en caso de cianuro, sólo un cuarto.
serás muerto de lujo porque el crimen,
a un poeta, da el rango de maldito.
Deja escrita una nota desolada.
Aún mejor, un poema inacabado.
Al vacío escenario, para ti
llegará un foco. La posteridad.
POÉTICA
ALGUIEN que mide versos y que guarda
la soledad, en los huesos, de Vallejo
y la muerte de Espriu dentro de su alma.
Que se encomienda a la sombra de Quevedo
moviendo el húmero con la estilográfica
para escribir la letra de un bolero.
Si no sonriera nadie, ni llorara,
con verso alguno de los que me invento,
;A dónde —pensaría— me conduce esta historia?
Por algún hijo muerto. Por algunos
amores sin futuro. También por el futuro
que a todos amenaza como un arma,
por tanto mal brumoso que no es noticia nunca.
Por todo esto se escribe la poesía.
TERNURA DE FONDO
EN viejas grabaciones de jazz me gusta oír
los rumores que llegan desde el público.
Alguien grita con voz enronquecida,
feliz por el trabajo de los músicos.
Hay aplausos; alguna copa rota.
El pulso del local, en el suburbio
de una ciudad del Sur. Momentos únicos
que cada vez regresan del pasado.
Algo así debe de ser la vida
más allá de la muerte: este perdido
Rrmor de voces de una noche de música.
Quizá el alma inmortal sea este instante
frágil, preciso, breve, cuando tintinean
los vasos en algún viejo disco de jazz.
AVENTURA DOMÉSTICA
SOLO en casa y mirando en los armarios.
Encuentro algún antiguo mapa de carreteras,
contratos que han vencido, estilográficas
que ya no escribirán ninguna carta,
calculadoras con las pilas secas
y relojes que el tiempo ha derrotado.
En los cajones suele, como una rata triste,
anidar el pasado. Vacíos, los vestidos
cuelgan igual que viejos personajes
que nos interpretaron.
Pero encuentro también tu lencería,
color arena, o noche, con pequeños bordados.
Bragas, sostenes, medias que despliego
y que me hacen volver hasta el brillante
—y a la vez misterioso— fondo de amor y sexo:
Lo que da, de verdad, vida a las casas,
Igual que se la da a los puertos lejanos
La luz de sus cafés y de sus barcos.
LA LIBERTAD
ES la razón de nuestra vida,
dijimos, estudiantes soñadores.
La razón de los viejos, matizamos ahora,
su única y escéptica esperanza.
La libertad es un extraño viaje.
Son las plazas de toros con las sillas
sobre la arena en tiempo de elecciones.
Es el peligro que, de madrugada,
nos acecha en el metro,
son los periódicos al fin de la jornada.
Libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
Es morir libre. Son las guerras médicas.
Las palabras República y Civil.
un rey saliendo en tren hacia el exilio.
La libertad es una librería.
Ir indocumentado. Las canciones
de la guerra civil.
Una forma de amor, la libertad.
ASTAPOVO
DE madrugada, cuando sólo se oyen
relojes en lo oscuro,
me lo imagino a los ochenta años
huyendo en un tren ruso que iba £
el sur de ningún sitio que los viejos anón
Tolstoi temía aquel invierno
que lo siguió durante muchos años
hasta alcanzar su cita
ferroviaria con la muerte,
la noche en que el teclado del telégrafo
transmitía el más breve
y el más cruel de todos sus relatos.
Quiso correr más rápido que el frío,
y el tren quedó cubierto para siempre
por los copos de nieve que caían
en la estación de Astápovo.
Comencé con más tiempo mi escapada,
porque de él aprendí
que en la estación final se debe entrar
a gran velocidad. Así la muerte,
sin tiempo de avisarnos con señales,
agitando un fanal desde las vías,
de un golpe seco cambia las agujas.
PRIMUM VIVERE
TODO el día vendiendo enciclopledias
por barrios del suburbio.
Ha subido escaleras con vaho de cocinas
y hombres y mujeres que se gritan
por la falta de espacio y de futuro.
Ha oído llorar niños, ladrar perros,
y se ha hecho más pesada la cartera.
Al sentarse en un banco a descansar,
abre la enciclopedia y va mirando
las estatuas griegas,
aquella indiferente nobleza de los clásicos,
el cuerpo humano, efímero y monstruoso,
que el mármol vuelve tolerable y lógico.
Las esculturas son una victoria,
pero ya tan lejana que prefiere
el brillante bullicio y la ropa tendida,
los rojos y los ocres de Tiziano,
que tienen, al poniente,
para quien sabe verlos, estas calles.
CANCIÓN DE LA LUNA GRIS
LA luna de Ana
era la muerte
sobre su cuna,
pequeña barca.
Luna de trapos,
la luna enferma
que, sobre Mónica,
llevo colgada
de la memoria.
Y ya salía
aquella extraña
y equivocada
luna de Joana.
¿Dónde me espera
la luna en ruinas
como mi padre?
Son muchas lunas
de este mal viaje,
pero pagadas
por las felices
lunas románticas
de Tenerife,
claros de luna
—que no esperaba-
de los cincuenta,
noches de amor,
lunas de té
tras la colina
negra en Forés.
De tantas lunas
deja el vivir
en la mirada
la luna gris.
EL ORÁCULO
ERES tú cuando niño, con un cazo.
En el pequeño matadero, aguardas
a que te vendan sangre.
El suelo de cemento, un banco
con las cabras tendidas en hilera,
balando, atadas y ofrecido el cuello.
Has puesto el cazo debajo de una de ellas,
negra y suave. Parsimonioso, un hombre
armado de un punzón, la ha degollado.
Como ocurría en Delfos, el mensaje
del chorro rojo golpe;
con el mismo sonido que ahora escuchas,
fue difícil y obscuro, y has tardado
cuarenta años en interpretarlo.
COSAS EN COMÚN
HABERNOS conocido un otoño en un tren que iba vacío.
La radiante, aunque cruel, promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía.
Un viejo afecto por los motivos del lobo.
La luna que acompaña al tren nocturno Barcelona París.
Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
donde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.
HABLA UNA MUJER
MÍRAME: hay en mí
vivísimos ponientes enterrados
y canciones que ya he desaprendido.
Conservo los colores del ayer,
de conversaciones
dispersas en las noches.
Misterio del amor. ¿De qué penumbra
viene tu cortesía, la serena
actitud hacia el abismo del deseo?
¿De qué lugar tu voz, calmosa y recta,
y tu razonamiento de bala que hace blanco,
tu mano orientadora entre la niebla?
Si nunca te han vencido, si la conversación
son curvas de nivel en algún mapa
de sentimientos desaparecidos.
si tener la razón no te ha llevado
a enamorarme nunca,
entonces, bien podríamos cambiar
la mitad de razón, de calma y sensatez,
sólo por una chispa de misterio.
FILÓSOFO EN LA NOCHE
CUANDO la alta noche negra de Madrid
cierra los cristales de la calle O’Donell,
dejo que mi frente repose en tu ausencia.
He abierto la Ilíada. Apolo Cabreado
es como la noche y, al marcar el paso,
golpean las flechas su carcaj de cuero.
Frío está tu sitio, que nadie ha ocupado.
Hablo desvistiéndome, tal si tú estuvieras:
me acostumbré a hacerlo los primeros días.
Sin tus frascos, sólo me torna el espejo
del baño el progreso lento de la edad.
Doblada la ropa, me pongo el pijama
con la bata gris ceñida a mi cuerpo
y las zapatillas en los pies de viejo.
Una nueva Ilíada —de García Calvo——
me aguarda esta noche. Sobran los hipérbaton
y estorba la rima. Pero su difícil
ritmo tiene fuerza, una resonancia
de alguna verdad, y entre las palabras
ha vuelto a esperarme la arena de Troya.
Junto a mí y tu sombra crecieron los hijos:
la chica, dos chicos —hoy he recibido
carta del mayor: apenas recuerdan,
he sido su Hornero de ésta, nuestra Ilíada
muy lejos del mar de ramblas con plátanos
en donde te hallé, no he podido nunca
sentir más Helena que tú en mi interior.
En clase, mañana, tendré sueño: todos
ignoran las noches oscuras que el logos
guarda para mí. Frente al piso siento
el aire en los árboles negros del Retiro.
Asusta el aspecto, con yelmo y coraza,
de Héctor a su hijo. La noche ha cruzado
el desesperado ruido de una moto.
Quizás, bajo el bronce de la soledad
asusté también a nuestros tres hijos.
Tu fotografía, ya de un tono sepia,
se encuentra en mi mesa, perdida entre libros:
joven lejanía de triste sonrisa.
Troyanos y aqueos —un mar encrespado
de cascos y escudos, de lanzas de leño
con puntas de hierro— siéntanse en el suelo
junto al mar de tarde que brama en la playa.
Pero estoy ausente: cuando ataca Ayante
al escudo de Héctor, pienso en nuestro mar,
virgen como en Troya, de la Costa Brava
los años sesenta. Abro el ventanal.
Nuestros hijos hace tiempo que están lejos:
el mayor, quizás, ve como al crepúsculo
se abren las primeras luces de Chicago.
El segundo duerme —¿o, como yo, vela?—
en la madrugada dura de Berlín.
La chica en la noche, muy cerca de Londres,
duerme entre unos brazos, como tu en los míos
en la Barcelona de noches felices
Mientras las hogueras acechan las naves,
malos pensamientos como el mar negruzco
que arroja algas tristes, también van cercándome
como si los dioses de Hornero existieran.
Tanto tiempo muerta mientras yo envejezco
solo con la Iliada. Pero allí en la playa,
entre dos combates, mientras las estrellas
el cielo ennegrecen, duermes, como Helena,
en tu oscuridad, aquí junto a mí.
Tal casco de bronce de un guerrero exhausto,
me pesan los párpados al ir recordando
el cielo de tarde de la Diagonal
en la primavera de aquella ciudad.
Delgado, ideal, tal línea de Euclides,
es el lugar donde transcurre la Ilíada
que leemos juntos —en mi vida tú,
en tu muerte yo. Me sale el filósofo
al ver como Aquiles elige la gloria
en vez de la vida. Comienza la ética:
la noble y antigua lección del dolor
ya estaba en la Iliada. Héctor y los suyos
van llegando a sangre frente a las barcazas.
Siempre hay un Aquiles que espera en la sombra.
Pienso que la ausencia —como el río helado
templaba las armas— me forjó más duro.
Cada cual escucha dentro de su Ilíada
las armas que chocan con brillantes yelmos,
los hórridos gritos que lanzan los griegos
en barcas ardiendo. Alcatoo en tierra:
su último latido vibra con la lanza
hincada en su pecho. Tú serás la lanza
que tiemble en el último deseo en mi cuerpo.
Van carros vacíos por la Olaya huyendo
y el leve rumor al pasar las hojas,
es como si fuera tu débil presencia.
Y ya en los cristales se alza el horizonte
del parque, aclarándose, como si brillaran
tras los negros árboles las armas de Aquiles
Te he buscado siempre. Tantas, tantas veces
he desembarcado por sólo una luz
en costas abruptas. Abro la ventana,
me llama en el parque un alba de pájaros.
La dura vejez pone en la mirada
unas largas playas igual que en la Iliada.
Mercante oxidado, llegando a un gran puerto,
hendiré aguas sucias en donde revuelan
miles de gaviotas, buscando una inmóvil
mujer solitaria que espera en la dársena.
Hoy, cuando la proa se hunde fatigada
y ya el navegante no ve bien de lejos,
se borra la costa. Mirando las olas,
recuerdo tus ojos con luz del ocaso
y, sonriente, pienso que, gris y romántica,
te llevo en el buque de hierro del alma.
LA MALETA
LA clínica, de cuando era una torre
burguesa de altos barrios, aún conserva
el parquet encerado y los magnolios.
Ha hecho el ingreso y ahora está esperando
que la acompañen a su habitación.
Hace años del amor, pero ella aún
tiene izada bandera de tormenta
en una playa donde ya no hay nadie.
Ahora piensa en los hombres que la amaron
y a los que rechazó, por cobardía
o por fidelidad. Uno cantaba
boleros en Rigat; los más ardientes,
se los dedicó siempre su mirada.
Ninguno está hoy aquí. Ya, los amigos
son asuntos lejanos, cuando el cuerpo
no era un sórdido objeto de conversación.
Forma con todos ellos uno solo
y bailan, una noche de su juventud,
cuando fueron parando las demás parejas
hasta dejarlos solos en la pista.
Soledad, ya lo es todo: es aquel baile,
la noche de postguerra en el Rigat.
La pista bajo el foco de un quirófano
en el bolero cruel de su pasado.
Y la vieja maleta que, a sus pies,
mientras cavila todas estas cosas,
inconsciente, acaricia como a un perro.
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