Humanista, maestro, investigador, poeta y erudito, arqueólogo cordobés, cofundador del Grupo Cántico y gran valedor del patrimonio cultural de la provincia
Así recuerdan sus amigos a Juan Bernier, el germen de una generación de poetas cordobeses que se unieron en torno a la revista Cántico a finales de los años 40. Antes de 1936 había colaborado en la creación de la revista Ardor. La cabeza agachada, su mirada misteriosa, su hermetismo, su discreción, su elegancia al saborear el vino "que nos enseñó a beber", y "siempre con el cigarro en la mano y un ojo medio cerrado para que no le entrara el humo". Rememora el artista Ginés Liébana a Bernier, un "personaje muy interesante" que continuaba "con esa especie de hedonismo mezclado con lo divino y pagano típico de Andalucía". Conserva "una especie de fuerza mezclada con delicadeza", un carácter "que se aprende en Córdoba y que si te vas fuera se acentúa". Bernier era "una persona muy seria, muy culta, muy sensible", manifiesta Liébana, e "indulgente, generoso, abierto a todo el mundo, dispuesto siempre a ayudar a los más jóvenes, verdaderamente un ser difícil de encontrar" añade García Baena. Aunque a veces "era aparentemente de un carácter hosco", en realidad sólo mostraba esa faceta "a los que sabía que no eran amigos, con nosotros era diferente", cuenta Nieto Cumplido, a cuya mente viene el recuerdo de cuando él mismo celebraba la misa para ellos dos solos; "le encantaba el canto gregoriano, por eso en su funeral, en la parroquia de la Compañía, la Schola Gregoriana Cordubensis acompañó el acto con una misa totalmente gregoriana".
Gahete conoció al maestro de Cántico gracias a Carlos Clementson. De sus encuentros recuerda que era un hombre "más bien retraído, tímido, de una gran vida interior; en general tenía una actitud irónica ante la vida en el sentido de que quizás no vivió como le habría gustado vivir" por eso "tenía un cierto dolor interior, resquemor, que plasma en su poesía, la poesía del hombre que está en la tierra obligado a vivir".
"Él es más social, más terrible, más existencialista, mientras nosotros somos más gongorinos", declara García Baena, que reivindica el valor de la obra de Bernier, una poesía a la que no se le ha dado el mérito que tiene: "Es un poeta desconocido y es un poeta vivo porque todo lo que dice tiene una actualidad tremenda".
Pero sobre todo, como dice Antonio Ramos Espejo, "por encima de su actividad arqueológica, por encima de sus aportaciones como crítico literario y como gran poeta, Juan Bernier era un hombre de la calle. Vivía en la soledad de su casa, en la taberna o deambulando por donde pudiera ahogar su soledad".
Escribió un duro Diario en donde se definía muy bien a sí mismo y descubría su faceta más desconocida, la de homosexual, así como el deseo de hacerla pública, lo que se frustró por el contexto de la Córdoba de entreguerras, que por una parte ensalzaba la labor de los autores de Cántico y, por otra, la repudiaba. Sus obras:
Aquí en la tierra (1948); Una voz cualquiera (1959); Poesía en seis tiempos (1977); En el pozo del yo (1982); Los muertos (1986); Poesía completa (2011); Diario (2011).
TE HABLARÉ
Te hablaré
de los jardines, restos aún vivos del antiguo paraíso,
cuya madre
es el agua de los siete ríos, convertida en sangre de la tierra,
que ningún
sol se atrevió a beber en las entrañas umbrías de la arcilla.
Hilos de
cristal transparente, filtrados por el lento cedazo de sus venas
agua de los
siete ríos, quieta en la musical oquedad de los aljibes;
fluida y
lenta como una lágrima en las cavernas de cuarzo,
donde cada
gota que cae abre un círculo nuevo de melancolía.
¡Ay!, te
hablaré de esta agua, que sale como un pez asustado del oscuro pozo de la
noria;
de la que
duerme en los estanques verdes, como un reptil ahogado entre los juncos,
o aquella
que no tiene principio ni fin; una efímera alegría de remolinos,
tibia como
un cuello acariciado por una mano helada.
Y de la
tierra, cuya humildad es una máscara de escondidos tesoros;
la que
pisamos sin que el tacto dé otra música que el gris crujido de los terrones;
pero de
vientre más rico que el de una madre joven,
donde toda
vida y todo color y toda hermosura
está presta
a saltar y romper la cascara de la muerte.
De esta
tierra cuyo sabor nunca se prueba en los labios,
hasta que se
derrama en néctar del vaso henchido de los frutos;
teñido su
rostro de la inmensa seriedad de los siglos,
hasta cribar
su aspereza en el finísimo cedazo de las corolas;
hasta diluir
su gravidez en la curvilínea flecha de los pájaros,
cuando
primavera resucita el grito de los colores
y la morena
geometría de los surco la alada púrpura de las amapolas.
¡Ay!, te
hablaré de este sol que cae como una llovizna
de luz sobre
la muerta hojarasca de los encinares de otoño,
cuando los
avellanos están desnudos y la campiña se abre desgarrada por la lenta
obstinación de los bueyes;
frío en las
albas de enero, mientras la tierra se aprieta para abrigar las semillas
calientes
o del que
huele a romero o a jara, denso como un perfume en los atardeceres de mayo.
¡Ay!, de
este sol que cierra con su disco sangrante los horizontes del Sur,
enfurecido,
como un enjambre de avispas, sobre las siestas de estío:
cuando el
gañán ronca, abrumado por la universal vibración de las chicharras,
entre el oro
claro de las mieses; mientras la lengua de los perros late como apresurado
corazón de estío.
LOCURA
Los sabios, los que piensan
un puro
paraíso de verdades,
los que
ahondan, los buceadores
del secreto
guardado, los que sajan
la carne de
la tierra, los que dudan
si ellos
mismos son algo que se
sabe,
los que
traman esquemas y la fórmula
buscan del
mundo, los que lloran
si
encuentran la nada en paisajes
de locura
los que
preguntan a vísceras de pájaros
los que
husmean con microscopios
los
cadáveres
los que
miran el sol, los que mueren
por encajar
el mundo
por
encerrarlo en barrotes de fórmulas
los sabios…
SABIOS
Los sabios
falsos son tan importantes
como los
verdaderos. Escriben, maravillosamente, verdades que consideraron ser falsas,
escriben
historias verdaderas, que luego
otros niegan
y otros
afirman, y otros dudan y otros juzgan
y otros
olvidan.
Eruditos con
sangre de letra de imprenta,
sabios verdaderos
roen su
manzana, que luego resulta podrida
como están
todas las manzanas acaso,
la manzana
de la verdad
también.
BIENAVENTURADOS
Bienaventurados
los que murieron
no por ir a
alguna parte
sino por ir
a ninguna
por quietos
quedarse
en la paz de
una losa o de un
lecho de arcilla.
Por no
andar, por no caminar.
No ir
a ninguna
parte.
REBELIÓN
Es como un
olor secreto que recorriera
subterráneos
del mundo
cuando en la
superficie ríos de opresión
de injusticias y miedos
de injusticias y miedos
azotan a los
hombres con látigos de ideas
tejidos de
palabras, de mitos y de
credos
cuando
charcos y cenizas de sangre y de hogueras
ensucian de
crueldades
la piedad de
las piedras, la bondad de lo quieto.
Entonces por
debajo, por canales secretos
un ácido
perfume
abre grietas,
corroe edificios de miedos y
torres de
pavores.
Tristemente
y en vano se rebelan los hombres.
“De “Poesía en seis tiempos” (1977).
LOS
SUPLICANTES
1943
Aún no saben
hablar y extienden su mano desde el seno fláccido de las madres,
descoloridas
cabezas en cuyos ojos se ha parado un cielo de tristeza;
y a veces
lloran frente a los limones dorados y las langostas que se escurren entre el
esmalte de las uñas,
cuando vive
la cerveza fría y tiñe de espuma el bermellón de los labios húmedos
en las
terrazas de los bares, donde el sol abre de pronto su inmensa corola blanca
y traspasa
el amarillo de las sedas, el oscuro rojo de los vinos y el cromo cambiante de
los licores.
Ellos, que
no tienen color alguno y en cuyos ojos se ha parado un cielo de tristeza;
ellos,
ellos, miran; miran al parecer fijamente.
Pero otros
andan ya como éste que tiene siete años y unas pequeñas alpargatas,
y su cabello
es rubio de oro como si aún en la noche un rayo de luz lo traspasara,
y es como
una joya de carne cuyos ojos azules son como una lámpara de la belleza;
que pide sin
hablar porque su mirada llama a la dádiva como una estatua griega que pidiera
limosna a la puerta de un templo
donde la
tristeza se ha olvidado ante la comparación de una flor sin mancha.
Así la de
este niño cuyo misterio es el de la belleza sin padre, de la belleza sin
nombre, como la de un lirio solo en medio de un páramo
que no se
encuentra otra vez cuando los pasos vuelven a encajar en las mismas pisadas
y aquellos
ojos reviven como la interrogación de una atmósfera pura.
Cuentan las
monedas —¡ay!— en el rincón, los niños.
Están
descalzos y su piel amarillea entre la sucia carbonilla, de donde un policía
deduce que duermen entre los vagones abandonados.
Ay, cuentan
las monedas hasta la medida exacta del alquiler de una bicicleta mohosa,
después de
haber comido las cascaras de plátano y las naranjas podridas;
y el sol ríe
y el día es grande y alegre sobre las avenidas de asfalto,
y los niños
mendigos con sus pies desnudos pedalean rápidos en las bicicletas sin frenos.
Y acaso no
olvidan nada en esta borrachera de aire cortado donde los harapos vuelan como
banderines de la alegría.
Pero éstos
no se llaman a sí mismos mendigos, aunque duermen junto a un fuego casi apagado
cuando la
noche es blanca como la niebla de las madrugadas frías.
Ellos, casi
temblando, se prostituyen a los hombres cargados de vino;
los que en
esta hora, cuando las rameras agotan su jornada de escándalo,
desnudan su
deseo amparados en la soledad de los silbidos de los mercancías.
Mientras se
rasga la noche partida por el mugido de toro de las locomotoras impacientes,
ellos piden
su precio fríamente, como si su placer fuese un mecanismo automático,
y vuelven a
dormir junto al fuego, mientras los expresos hacen trepidar su lecho de tierra.
En su mirada
tienen ya la doble sabiduría de los hombres y las mujeres.
Ellos, cuyo
sexo fue acariciado antes que diese cualquier fruto, aman a una mujer cuyo vientre
pronto se romperá en vagidos, cuando ya su pelo ha caído en la cárcel por el
solo precio de una gabardina robada.
Aman a esta
mujer que se deja pegar y acariciar juntamente; y son hombre, hombres por vez
primera, cuando sus ojos tienen la primera mirada de odio.
Y nadie
recuerda que este hombre que ahora mira fijamente fue acaso una joya de carne
cuyos ojos azules eran como una lámpara de la belleza,
una estatua
que pedía limosna a la puerta cerrada del templo de los hombres.
Necesidad
Todo hombre crea a Dios
a su imagen y semejanza
desde el páramo de las rocas, los astros, y los soles
todos, todos los hombres, frente a lo que no tiene carne
frente al erizo de la existencia piensan, sienten
quieren buscar a otro, a otro
que esté con él con sus lágrimas de pensamiento
y sus brazos para sostener algo que se desploma
y buscamos, esperamos, otras manos que nos ayuden
otros dedos, otra carne que se nos junte
para vivir en este sucio paraíso.
Crepúsculo
¡Oh! Cuando el sol cae como una inmensa
piedra que cierra el horizonte cada día,
cuando la luz se extingue lenta y la sombra
sale de los valles profundos,
vanguardia oscura de los ejércitos negros
de la noche que vienen a su
colosal parada de silencio,
cuando la tierra toma un rostro de asfalto
como un espejo para mirarse agonizante
bajo el desierto ceniza de las nubes,
inmóvil como una mano
una mano muerta,
mientras que la hora en todos los relojes
del mundo suena una misma
melancolía,
he aquí que yo, exprimido como una
esponja amarga bajo
el cielo que se desploma
no soy sino unos ojos donde se petrifica
toda tristeza,
un agua límpida que recibe acaso el
temblor de una esquila lejana,
sin ser cuerpo ni ser hombre,
sino una vaga niebla que piensa
y se funde y se aniquila y se esfuma
lentamente
cuando pasada la angustia de la hora
en que el universo duda su cambio
la noche extiende su túnica y cubre el
cadáver frío del horizonte derrumbado.
Presencia
El muchacho era tan bello, que no era de este mundo
Era otro mundo él solo, de flor y un manojo de venas.
Lo mirabas y era aparte, lejos de ti, como un bello animal suelto,
en un universo verde de agua y de praderas
ponías la mirada en él y lo encontrabas vivo, igual que tú,
pero pensabas que era una flor, una gacela con junco, un lirio.
Querías amarlo, y resbalaba la mirada en la flor de carne,
y como miras a lo que tiene alma y venas y sentidos,
el muchacho pasaba ante tus ojos de entrega,
sin verte, sin mirarle, dando muerte a tu mundo,
con su presencia plena,
para la que no existías…
Soneto a Córdoba
Amarillo perfil de arquitectura
de cúpulas y torres coronado,
torso de duro mármol cincelado,
estatua de ciudad. Córdoba pura.
Abres al valle virginal figura
a la que el Betis besa enamorado
y en tu más alta torre reflejado
el oro de tu Arkángel te fulgura.
Arena y cal, olivo, serranía,
enhiesto pino, palmeral ardiente
ciñen tu delicada argentería.
Relicario de siglos donde Oriente
engarza en vesperal policromía
tu albo destello ¡oh perla de Occidente!.
Deseo Pagano
A Vicente Aleixandre
Dioses innúmeros perdidos en los campos
entre hierba y mirto, paciendo los sonidos de los vientos suaves.
Inmóviles escuchas de la tarde,
puros dioses de mármol sobre el verde,
marfil amarillento a los rayos del ocaso,
dioses azules en las sombras casi, más tarde fundidos en la noche,
yo os invoco: que mi voz resucite vuestros restos deshechos,
vuestros torsos desnudos que se bañan en las lágrimas húmedas y soñolientas de los prados.
¡Oh dioses sin problemas, domésticos, sin ansias de infinito!
Mi mente ensombrecida tiene sed
de mármol
de blancura
de línea.
Veinte siglos columnas de desprecio, trémulos de blasfemias
sobre vuestros rostros, espejos de horizontes.
(¡oh Juliano!) han sido los caminos del mundo,
y os sepultasteis en la tierra
y habéis sentido los pasos del zagal y del arado
rozando vuestros miembros.
Y las vírgenes vistieron su marfil de la yedra brillante de los sotos
huyentes como Sabinas a las rústicas manos,
escondidas, silenciosas de sol.
¡Sacras vestales, encubrid vuestra vergüenza!
Que veinte siglos no han sabido gustar la vida de vuestros ojos inmensos
ni comprender los pechos bronceados, triunfantes como el color de los trigos,
y se han perdido en el laberinto de las ansias inacabadas,
de las pretensiones insatisfechas.
Lejos de la flauta y la sonrisa de Pan
que hacía danzar los cuerpos
como la brisa las palmas sobre el azul,
lejos del rabel
y la mirada de Narciso,
que hacía vibrar la belleza
en el ritmo de su propia contemplación,
lejos, muy lejos dela cítara lánguida,
consagradora de las noches,
sacerdotisa de las satisfacciones.
¡Oh siglos, volved!
¡Volved, pues os esperan los dioses,
los dioses del amor y la alegría
del sol, la luz, las fuentes y los prados,
los dioses vivos de la carne y los deseos!
ODA A VICENTE ALEIXANDRE
Oscuro era el pensar del borracho;
El cristal de los lirios se destilaba en lágrimas y la distancia era infinita,
azul, azul.
(El mármol rectilíneo del Partenón se rompía en temblor sobre el salobre mar de las Cicladas
y un esclavo frigio quebraba el vaso de oro delante del rey.)
Pero derramado el ajenjo sobre la mesa grasienta de un cabaret de Montmartre
un delirio de niebla y de rosa abría un otoño amarillo en el alma
y era oscuro el pensar del borracho.
A lo lejos había castillos y lieder, y más lejos y más lejos, el resonante silencio nevado del Este,
la parda soledad de camellos orantes,
y arriba el Olimpo albo de la tierra
que en declive caía hacia la lujuria y el rugido del macho,
al calor de la lluvia y el viento, al zigzag del reptil y la flauta,
al brillo del diamante y al ardor de la perla,
al mar inmenso del topacio desnudo.
Oscuro era el censar del borracho,
pero una claridad de trópico iluminaba los ojos del poeta
y las leguas de vidrio mecían su inmensa soledad despojada de huellas
donde había cadáveres de marineros que se habían comido unos a otros
y lejos, muy lejos, tras la salobre espuma rizada como los rojos banderines de los mástiles,
se abrían flores gigantes y las vísceras de los guerreros
aún latían calientes en las escalinatas sin fin,
olvidadas las agujas de las catedrales,
pero abierto el vitral vivo de los pájaros
a la irrupción quemante del sol y de la selva,
al bronco fragor de la catarata desplomada,
al salto del jaguar,
al grito eléctrico de Mannhatan iluminado.
Todo presente en sus ojos de pálido cobalto cuya fluorescencia penetra el tiempo
vertido a la mágica y divina linterna deslumbrante de la palabra,
Cronos incólume, mientras la hija de Seyano era violada
porque prohibía la Ley matar una virgen
o el cuchillo de oro se clavaba acariciante sobre la impoluta ternura de los cuellos
o ardía la pira fundiendo el pecado y la carne,
presente todo en sus ojos que miraban,
los millones de bayonetas como tallos erguidos de una siembra de guerra,
el holocausto de las ciudades inmoladas a Marte
bajo la música gigante de los motores.
Oh, sí, oscuro era el pensar del borracho,
pero de su frente chispeaban relámpagos de laurel amargo,
todo en él, todo presente
abierto el oído al cuenco rumoroso de playas inacabables
y entre la música, nombres que se han amado:
Shakespeare, Goethe, D’Annunzio, Gide, bustos de mármol
coronados ya de hiedra fría.
Y tú ahí, Vicente, griego.
cuya Grecia escondida late sobre todos los paisajes del mundo,
pastor desnudo de palabras,
espada de reflejos para la imagen huidiza de la belleza,
ojos abiertos a los cuatro espacios del mundo,
vivificante memoria del fantasmal desfile de los siglos
tú, poeta
encerrado en tu apasionada urna de carne,
miras.
Convertido hacia la carne, hacia la tierra
hacia la belleza que nuestra propia herida crea,
todo, cinematógrafo del mundo, pasa por tus ojos abiertos
para salir por tu voz, por tu garganta como los golpes sobre el cristal límpido,
la tosquedad y la aspereza cernida en el cedazo vivo y sereno de la palabra,
el cadáver del recuerdo resucitado en la dorada arena de playas del Paraíso,
los gritos, y el dolor, y la belleza transformados en tenue sordina de violines lejanos,
el mundo pasado por la caricia amante de los labios
en una hora, acaso infinitas horas exprimidas
en un minuto, en una palabra condensados
la sal y el mar, el verdor y el lirio, el cristal y la espada
bajo tu brisa, Vicente,
bajo tu voz queda,
Aleixandre
amigo.
¡MADRE!
¡Madre! Déjame que me hunda otra vez en el mar de la noche
déjame abierto el vientre para que la niebla arrope
mi cuerpo desnudo de esperanzas y fines.
Dame otra vez tu vientre. Que la luz me deslumbra
que me hiere la vida y me vomita el asco.
¡Madre! Húndeme otra vez en tu vientre cálido
húndeme en la tiniebla húmeda
¡ven, madre, madre ven!
¡oh madre muerte!.
LOS POLÍTICOS
Nos damos cuenta los hombres enteramente de todo,
pero no podemos con los que tienen cargos importantes.
Sabemos que pueden ser honrados esencialmente,
que pueden ser borrachos o cobardes acaso.
Unos están levantados por los votos unánimemente,
otros por el ejército no tan unánimemente,
otros por sus escudos genealógicamente.
Sabemos que ellos dirigen el mundo,
que inauguran hospitales y ponen las primeras piedras;
pero nada sabemos de su vida particular,
si son, si no son, sino lo que cuentan los periódicos.
Presiden Consejos y hacen declaraciones que no leen sus súbditos,
y cada uno de ellos manda en su territorio particular,
y la muestra es que de vez en cuando ajustician con gran ceremonia
y una nota interesante de su poder es el garrote, o la cámara de gas.
También mueven ejércitos, soldados, no de plomo,
que desfilan, juegan; y el ministro del pequeño país
compra tanques, y el del más grande, submarinos;
se arman, se rearman y los pobres aplauden los desfiles
donde ondea de cada uno su bandera particular
con la hoz, con la luna, con el escudo,
con su color, policolor, particular.
Y el vodka en los almuerzos se consume o en la cena el champán.
Oriente y Occidente; indigestiones influyen en la Bolsa,
se brinda por la paz, el matadero científicamente se prepara.
Agotados los sabios, los obreros roen su pan.
El horario es el látigo de ahora. Prisa por construir,
mientras se ríe la calavera del futuro ciego.
Nos damos cuenta de todo, pero nada podemos hacer;
Nos hacen votar, nos condecoran, súbditos somos, pues;
el pan nos falta, los zapatos, la vitamina tal;
hacinados vivimos, la colmena humana su reina tiene.
Los políticos sabios discuten, ríen, viven.
El protocolo ciñe sus vientres de bandas,
el paso es solemne y la engolada voz
manda sobre las trompetas, los tambores, los tanques, los cañones,
y la mecha del átomo en su mano.
Nada podemos hacer; pero nos damos cuenta aquí los hombres.
Permitid, Señor
Permitid, Señor, un poco de lujuria en este mundo.
Permitid que el roce de los labios sea caliente levadura,
permitid que las pupilas de luto del deseo se hundan en el pozo de otros ojos,
permitid que la mano del osado amante palpe la sangre ajena estremecida.
Dejad hervir la entraña de los machos sobre la piel desnuda
dejad el juego de los adolescentes labios bucear en los senos de los lirios,
dejad las vírgenes con su secreto fuego ardiendo en piras escondidas,
dejad los muslos de los verdes tallos mezclarse en llamas de tacto, en apretadas lianas de caricias.
Que el rubor se desnude enteramente y la escultura
surja de tactos y torrentes,
que los zumos de los ojos exprimidos y de brazos,
manen de fuentes secretas y de labios.
Permitidlo, Señor, que ya sufrieron sus penas los humanos,
que ya, bastante, la carga duró sobre sus hombros.
De "Poesía en Seis Tiempos"
PRIMAVERA
¡Que se
rompa el cansancio
que se funda
el opaco cristal de cualquier hielo,
que se
desnude el cuerpo de máscaras de tela,
que se
aspire la brisa empapada en sol,
que se beba
en los labios primavera!
Dejad,
hombres, de ser,
quitaos el
cetro de un reinado ridículo,
dejad la
púrpura y el oropel del manto,
que el
cerebro no piense
nada, nada
hay importante,
retornad a
la tierra;
la amapola
ha llegado.
¡Oh ascua
viva de sangre que desparrama el campo!
la agonía
llegó de los lirios morados
la tristeza
se ha ido,
rojo, rojo y
verde el prado
rojo, rojo y
verde el prado
y blanco,
blanco, el álamo.
¡Ay, que se
rompa el cansancio!
¡dejad
hombres de ser
máscaras de
lana y paño!
La tierra
está desnuda,
la flor, el
agua, el pájaro.
un beso
llega múltiple
de todos,
todos lados.
De todos,
todos
Retornad a
la tierra
volveos otra
vez
barro.
CREPÚSCULO
¡Oh! Cuando
el sol cae como una inmensa piedra que cierra el horizonte del día,
cuando la
luz se extingue lenta y la sombra sale de profundos,
vanguardia
oscura de los ejércitos negros de la noche que vienen a su colosal parada de
silencio,
cuando la
tierra toma un rostro de asfalto como un espejo para mirarse agonizante bajo el
desierto ceniza de las nubes, inmóvil como una mano muerta,
mientras que
la hora en todos los relojes del mundo suena una misma melancolía, he aquí que
yo, exprimido como una esponja amarga bajo el cielo que se desploma
no soy sino
unos ojos donde se petrifica toda tristeza,
un agua
límpida que recibe acaso el temblor de una esquila lejana,
sin ser
cuerpo ni ser hombre, sino una vaga niebla que piensa
y se funde y
se aniquila y se esfuma lentamente
cuando
pasada la angustia de la hora en que el universo duda su cambio
la noche
extiende su túnica y cubre el cadáver frío del horizonte derrumbado…
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