Richard Dawkins |
José A Sayés
Dios existe
EDAPOR
CAPITULO
QUINTO
ATEISMO Y FE
EN DIOS
En este capítulo quisiéramos reflexionar,
aunque brevemente, sobre las últimas motivaciones del ateísmo actual y al mismo
tiempo mostrar el proceso de la fe en Dios.
Hemos visto que
la existencia de Dios es algo que se le impone a la razón y, sin embargo, ahí
está el ateísmo moderno. Ahí está también la fe decidida de tantos hombres que
entregan su existencia a Dios en un acto de fe que, si bien no puede prescindir
del ejercicio de la razón, va más allá de la misma. Tanto en el acto de creer
como en el acto de rechazar a Dios hay algo más que el ejercicio puro de la
razón. El problema de Dios es un problema que implica el ejercicio de la razón,
pero no se reduce sólo a la razón. No es un problema de matemáticas que puede
ser analizado desapasionadamente por la razón. El problema de Dios es algo que,
aparte de implicar a la razón, atañe también a lo más hondo del corazón humano,
Esto es lo que quisiéramos explicar en este momento y con ello habríamos
explicado la raíz honda tanto del ateísmo como de la fe en Dios.
No pretendemos
hacer aquí un análisis total de las múltiples formas de ateísmo moderno. Se han
hecho ya muchos intentos de sistematización; lo que sí quisiéramos es llamar la
atención sobre algunos aspectos del ateísmo que nos parecen decisivos.
1)
Fin
del ateísmo militante
Una de las
características innegables del ateísmo moderno es la pérdida del talante
combativo que tenia en los siglos XVIII y XIX. El ateísmo que analizamos en el
primer capitulo, tanto el que nace de la critica de Feuerbach a la religión y
se desarrolla en Marx y Freud, como el que pretende servirse de la ciencia para
atacar la imagen de Dios, era un ateísmo esencialmente combativo y batallador.
Se creía haber encontrado en la ciencia la respuesta a los problemas todos del
hombre e incluso se avanzaban teorías sobre el origen del sentimiento
religioso, el cual seria solo el enmascaramiento
de necesidades económicas o sexuales. Era quizás un ateísmo adolescente,
crédulo y confiado en sus conquistas; pero se trataba de un ateísmo combativo,
colocado en la primera linea de lucha.
Hoy el ateísmo
combativo ha venido abajo. La ciencia ya no se puede utilizar como arma contra
la fe. Los científicos modernos, a excepción de algunos como Monod, son
conscientes de que la ciencia experimental es neutral respecto al problema de
Dios y por ello se mantienen al margen
de tal problema.
Han pasado los tiempos en los que se veía en la ciencia el arma definitiva
contra la fe, no solo porque la ciencia encuentra barreras en el propio campo
de investigación (principio de indeterminación) y por ello es menos arrogante y
pretenciosa que en el pasado, sino sobre todo,
porque se ha
hecho consciente de los límites de su propia metodología y sabe que no puede inmiscuirse en el terreno de la
filosofía y de la fe. Además las mismas ciencias humanas, como la psicología,
van dando cada vez más espacio a la experiencia religiosa como una experiencia
auténtica y legítimamente humana.
No podemos
olvidar tampoco que los avances técnicos de la ciencia han hecho pagar un alto
precio al hombre de hoy, que comienza a ver también en el progreso sombras que
no sospechaba en el pasado: la destrucción de la naturaleza, la amenaza de una
guerra nuclear la creación de
estructuras técnicamente perfectas, pero inhospitalarias e inhumanas.
El progreso era
el mito del mundo moderno en el siglo pasado y lo fue también en los años 60;
años en los que apareció la teología de la secularización, como signo de una
época en la que el hombre confiaba plenamente en sus posibilidades técnicas.
Con el progreso técnico el hombre moderno había llegado a la convicción de que
podía prescindir de Dios y de lo sobrenatural. El hombre secularizado era
fundamentalmente un hombre que no miraba al pasado, sino el soñador de futuro;
era un hombre capaz de soñar y proyectar toda una vida feliz para el futuro.
Era el hombre técnico, el hombre del futuro, el hombre confiado en sus posibilidades,
que se atrevía a relegar a Dios a la nube de su trascendencia y se instalaba en
la increencia, en una especie de alejamiento gradual, teórico y práctico, de
Dios.
Pero también la
modernidad ha entrado en crisis. La confianza romántica en la ciencia y en la
técnica aparece ya en vías de disolución como hemos visto. Ha entrado también
en crisis la utopía revolucionaria, pues «en todos los sitios, dice G. Morra,
en los que se ha impuesto, la utopía revolucionaria se ha convertido en
conservación e imperialismo».
Por todo ello se
ha tenido que cargar con la desilusión y el desencanto, y no cabe duda de que
renacen movimientos de revuelta que buscan, con mezcla de errores y
desviaciones, «la calidad de la vida», y que encierran también nostalgias
religiosas. Hay un despertar religioso, confuso y equívoco en muchos casos, en
grupos como la «Jesus revolution», meditación trascendental, yoga, zen,
sicodelismo, naturalismo, pero que son signo claro de que la ciencia y la
técnica no han podido apagar la sed de sentido último que lleva el hombre en su
conciencia.
Hoy en día hemos
llegado a una situación de postateísmo, no en el sentido de que no existen los
que no creen en Dios, sino en el sentido de que se da mucho menos que antaño la
negación explícita y consciente de la existencia de Dios como era propio del
ateísmo combativo, para dejar paso a una nueva actitud que podemos calificar de
agnosticismo desentendimiento.
2) Agnosticismo y desentendimiento
2) Agnosticismo y desentendimiento
Hoy en día la actitud del que no cree en Dios no es tanto la actitud atea, sino más bien la actitud agnóstica. El ateo es el que combate la existencia de Dios, el que afirma categóricamente que Dios no existe. La actitud agnóstica, en cambio, es mucho más taimada y sutil, porque pretende que de Dios en el fondo no podemos saber nada, aparentando incluso una indiferencia ante el problema de Dios. Respetuosos con la fe de los creyentes, los agnósticos de hoy proclaman que pueden prescindir de Dios sin la menor angustia. Como dice Tierno Galván, el agnóstico es el que no echa de menos a Dios 5, el hombre que vive perfectamente instalado en la finitud de este mundo, sin sufrir por ello la mínima inquietud o zozobra. El interés del hombre de hoy está puesto en el hombre mismo, en mejorar su situación y calidad de vida. ¿Por qué perder tiempo con la hipótesis de Dios?.
Esta actitud de
agnosticismo, frecuente hoy en día en ciertos ambientes, está provocada por una
serie de factores que quisiéramos señalar aun cuando éstos son distintos cuando
nos referimos a las minorías intelectuales o a la masa.
5 E. TIERNO GALVAN, ¿Qué
es ser agnóstico? (Madrid 19762) 16.
Agnosticismo
de minorías
Entre los
factores que han influido en el agnosticismo de ciertas minorías esté el hecho
de que, después de un periodo en el que se pensaba que la ciencia podría
expulsar a Dios de nuestro mundo, ha venido, como hemos visto, otra época en la
que la ciencia reconoce sus limites en torno al problema de Dios. El problema
de Dios queda, pues, relegado a la competencia de la filosofía y la fe.
Sin embargo,
este fenómeno que de suyo es positivo ha hecho que muchos hombres de hoy,
habituados a la investigación científica, sientan una especie de pereza mental
para abordar, como hombres y filósofos, el problema de Dios. Surge así un
talante de escepticismo para todo aquello que no se reduzca a la ciencia
experimental; pero se trata de un escepticismo que no se basa ya en argumentos
científicos, sino en la mera y simple pereza para enfrentarse con el problema
de Dios en el campo de la razón filosófica.
Ha influido
también en estos ambientes la crisis de la metafísica realista. La filosofía de
hoy está cargada de un fuerte subjetivismo como ocurre en la fenomenología
existencial en la que, a pesar de todo, no se consigue llegar a la objetividad 6.
6 Heidegger, a pesar de la búsqueda del ser y de
que toda su filosofía está fundamentalmente orientada al ser, queda prisionero
de los preliminares fenomenológicos. Aparte de que su noción de “ser” es
totalmente. indeterminada (la noción de esse en Santo Tomas es lo más
determinante que hay, lo que da subsistencia propia a las cosas), es mero
“corrrelato” del sujeto pensante (Dasein J, es decir, está siempre referido a
la conciencia, y no se puede hablar de una existencia de ese ser como algo independiente de la conciencia humana.
La filosofía de Heidegger no es ni atea ni teísta (cf. J. B. Lorz, Ni
ateismo ni teísmo en la
filosofía de M. Heidegger, en: El ateismo contemporáneo II (Madrid 1971)
313-327). Lo cierto es que Bultmann, inspirado en la filosofía de Heidegger, no
puede superar e1 subjetivismo y su teología es
claramente inmanentista, es decir, no llega a un Dios trascendente, distinto objetivamente del hombre y del mundo
(cf. J. A. SAYÉS, O. c., 17-21).
La analítica del
lenguaje, incluso en su fase de
superación de la primera época burdamente positivista; no consigue tampoco
hablar de Dios como resultado de un conocimiento objetivo y filosófico, sino
como expresión de los sentimientos humanos. En esta filosofía, cuando se habla
de Dios no se habla de un Dios conocido objetivamente por la razón filosófica, sino del nombre que
utilizan los hombres en
ciertos ámbitos de lenguaje, como expresión de la búsqueda de sentido último o
de la conciencia moral.
No decimos que
este subjetivismo de hoy sea agnosticismo, pero sí que conduce al agnosticismo.
Cuando se elimina la razón
filosófica que nos dé garantía de la existencia objetiva de Dios, no queda otra
vía que el sentimiento. Con ello surge
una actitud fideísta, y el fideísmo es la antesala del agnosticismo. Me
explico:
Cuando a la fe
se la priva de toda motivación racional, lejos
de hacer un servicio a la fe se la deja desamparada y sin fundamento7. El fideísta
se refugia cómodamente en el santuario
de sus sentimientos, pero no puede justificar su fe ante la razón, y con esta actitud esté provocando el
agnosticismo de aquéllos que advierten que la fe no tiene fundamento alguno. El
fideísmo de muchos creyentes y teólogos ofrece
la ocasión para el agnosticismo de aquellos que exigen (y con razón) coherencia
intelectual a la fe. En este sentido ha dicho bien Tresmontant: «El
irracionalismo frenético de algunos teólogos, protestantes y católicos, es una
de las principales causas
del ateísmo moderno... históricamente el
fideísmo ha engendrado el ateísmo» 8. Yo diría que el fideísmo, más
que el ateísmo, conduce al agnosticismo. De todos modos, es claro que si el agnosticismo es la
enfermedad de la filosofía, el fideísmo lo es de la teología.
7 H. Küng en su obra ¿Existe Dios? (Madrid
19792) defiende la tesis de que tanto el
ateísmo como el teismo no tienen certezas de razón; aunque si Dios existiera
(hipótesis) la vida humana tendría un sentido pleno. Sobre 1a tesis de H. Küng véase:
J. A. SAYES, Existencia de Dios y conocimiento humano (Salamanca 1980)
49-59. En esas páginas examinamos 1a
postura de H. Küng, que es una postura que a nuestro parecer, no escapa del
fideísmo.
8 ci. , TRESMONTANT: Los problemas del ateismo
(Barcelona .1974)
Estos factores
que favorecen al agnosticismo están además propiciados por un ritmo de vida que
adormece la conciencia y no deja tiempo y sosiego suficientes para la reflexión
sobrevive los problemas últimos del hombre. Se esté perdiendo a Dios
ciertamente, pero ello se debe a que se está perdiendo al
hombre.
Este
agnosticismo de hoy no es, como se ve, el agnosticismo metafísico de Kant. En
Kant hay todo un proceso de pensamiento
por el que se pretende que es imposible llegar a la trascendencia de
Dios. Hay toda una justificación, al menos pretendida, de que el conocimiento
humano queda prisionero de lo fenoménico. El agnosticismo de Kant es un agnosticismo de tesis, pero el
agnosticismo de hoy es un agnosticismo
de cansancio y de desentendimiento 9.
9Tomemos. como ejemplo, y
sin ánimo de generalizar, la postura de Tierno Galván
(cf. ¿Qué es ser
agnóstico? Madrid 197.62.),
En la mayoría de
los casos el agnosticismo de hoy es un agnosticismo
que nace de una actitud utilitarista y pragmática. Lo que interesa es el hombre
y no se puede perder el tiempo
en hipótesis inútiles como es la hipótesis de Dios.
El hombre de hoy
no tiene ya el vigor intelectual de tiempos pasados para reflexionar sobre los
fundamentos de su vida. Es una época de crisis filosófica por cansancio
intelectual y por ello el agnosticismo de hoy es un agnosticismo de cansancio y
desentendimiento 9.
9Es cierto que el pensamiento de Tierno Galván
tiene cierta coherencia, en cuanto que cierra perfectamente la puerta a todo
aquello que puede elevar a la trascendencia:
Dios, alma, y conocimiento de la sustancia; pero esta
cerrazón a lo infinito se consigue sólo a base de
ignorar la profunda insatisfacción que el hombre moderno tiene del mundo, y de la tendencia y búsqueda de más, que el
hombre experimenta con todos los logros
alcanzados. No se pueden ignorar las raíces de todo un fenómeno
mayoritariamente religioso como es el hecho de la creencia
actual en Dios. No se puede ignorar el aumento constante de la insatisfacción,
de la tristeza y de la angustia, fenómenos todos ellos que algunos sicólogos de
hoy, como V. Frankl, interpretan como signos de la apertura trascendente del
hombre. Se podrá interpretar estos fenómenos de otra manera, pero Tierno Galván
no da interpretación alguna, simplemente los
ignora. Al menos el ateísmo del siglo XIX, el de Marx en concreto, trataba de
dar una explicación del fenómeno religioso. Tierno Galván no ofrece ninguna
interpretación del hecho religioso. Simplemente se limita a afirmar como un
estribillo que el agnóstico es el que se encuentra perfectamente instalado en
la finitud. ¿Cómo explicar entonces que la mayoría de los hombres no se sientan
perfectamente instalados en lo finito? Tierno Galván debía dar una explicación.
Una frase clave de su pensamiento en esta obra
es que “las posibilidades de conocer se agotan en lo finito” (p. 18), frase que
se limita a afirmar, sin probar de modo alguno. Llega incluso a afirmar que el
agnóstico siente una profunda serenidad ante la muerte (p. 31-32); afirmación
ante la que otro profesor de Salamanca, M. de Unamuno, habría quedado mudo.
Pero si nos elevamos más allá del sentimiento y
llegamos a un nivel ya racional (al fin y al cabo cada cual es dueño de sus
sentimientos) un filósofo no puede olvidar desde el punto de vista racional que
lo finito, en cuanto tal, resulta problemático en cuanto que es contingente, y
exige por ello una causa que dé razón de su existencia. No se puede olvidar
tampoco que, a pesar de la limitación de nuestros conceptos, sirven para hablar
con propiedad del infinito en virtud de la analogía del ser. Con el concepto de
ente conocemos todo lo que es, incluido el ser divino, aunque a éste lo
conocemos de forma analógica e imperfecta.
Lo que resulta incoherente es querer salvar la
moral a partir de la finitud. La moral, dice Tierno, nace del respeto y la
responsabilidad ante la finitud (68 ss). Tenemos que respetar todo lo que
tenemos, pues nuestro mundo es finito y no tiene recursos ilimitados. Pero en
ese caso, ¿es lo mismo cuidar de las ballenas que están en período de extinción
que cuidar del hombre? Y, si es distinto, ¿en qué fundamos esta distinción?
¿Dónde fundar la dignidad humana en cuanto que es superior al animal y a la materia? Si
Dios no existe, el hombre es materia.
Tierno Galván sigue por otra parte creyendo en
el poder omnímodo de la ciencia (p.,78), olvidando que la ciencia de hoy no es
ya la ciencia del siglo XIX;
Así pues, no se puede instalar uno en la
finitud, sino a base de adormecer la conciencia y olvidar los interrogantes que
lo finito presenta para el hombre. Es un agnosticismo de desentendimiento.
Hay un olvido voluntario
de una serie de preguntas insoslayables. Por ello el ateísmo de hoy, como dice
el Vaticano II, es «un fenómeno de cansancio y de vejez» 10.
10 Mensaje del Vat. II a los jóvenes, 1962: Docum.
Vat. II (BAC minor,
Madrid 1967).628.
Ateísmo de
masas
Se habla hoy en
día precisamente del ateísmo como fenómeno de masas. El Vaticano II aludió a
este fenómeno11. Ahora bien, habría que preguntarse si el llamado
ateísmo de masas es un auténtico ateísmo o responde más bien a una actitud de
desentendimiento y de indiferencia.
11 Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 7.
Ya dijimos que
ateo es aquél que niega explícitamente la existencia de Dios. No es este el
caso de nuestro ateísmo de masas, que se caracteriza más bien por ser un
ateísmo de desentendimiento, como bien ha señalado Mons. Guerra Campos12.
12 J. GUERRA CAMPOS, Ateísmo hoy (Madrid 1978)
101-102.
Hoy en día se
vive en la «inmersión egocéntrica», en lo inmediato. Se vive solicitado por mil
estímulos diarios que atraen nuestra atención. Se vive a ritmo de vértigo,
prisioneros de la prisa y de las ambiciones. Se vive aturdido por el ruido, la
prisa, la velocidad, el vértigo de la producción y del consumo.
Apenas hay tiempo para la reflexión sosegada, la soledad de los sabios y la
meditación. Nuestro tiempo libre queda materialmente invadido por la televisión
y el disfrute de tantas diversiones etiquetadas con la etiqueta del consumismo.
Así se crea un hombre totalmente pasivo, consumidor inconsciente de la
diversión prefabricada, incapaz para la reflexión y la meditación.
La filosofía de
esta vida consumística es el utilitarismo. El mundo de hoy tiene tales
atractivos, que cada día trae su ración de placer, de bienestar y de
entretenimiento. Importa lo útil, lo que satisfaga de inmediato, lo práctico.
Indudablemente, en estas circunstancias una persona reflexiva tiene que sentir
la mordiente de la insatisfacción y, en ciertos casos, el peso de la angustia,
pero todo ello se entierra con más
ruido, más placer y más ambiciones materiales. Es lo que Víctor Frankl llama la
«neurosis dominical», la inmersión voluntaria en el ruido, el placer, el
consumismo, con el fin de no escuchar el vacío interior y el peso de la
angustia. Es una especie de narcótico a nivel social. Por supuesto que en estas
personas narcotizadas no se observa la alegría plena y auténtica que únicamente
puede nacer del encuentro con la profundidad de la propia conciencia. Ello es
síntoma de que el hombre no puede comprar la felicidad auténtica. Y la tristeza
y el aburrimiento, y a veces la angustia y la desesperación, son el precio que
se paga, después de todo, por una felicidad falsa.
No podemos
olvidar que las raíces del hombre son Dios y la naturaleza, y con la
destrucción de estas dos raíces se está destruyendo a sí mismo. Sin Dios y sin
naturaleza, el hombre está condenado a la más espantosa de las angustias. Ya ha
comenzado el hombre a caer en la cuenta de que no puede prescindir de la
naturaleza, y creo que barrunta también que no puede prescindir de Dios.
Este fenómeno de
inmersión egocéntrica en lo inmediato y de desentendimiento respecto de Dios
está, por otra parte, propiciado por un tipo de sociedad secularizada que es
fomentada desde distintos centros de poder. No podemos olvidar que hay toda una
presión social de propaganda antirreligiosa, que tiende a presentar todo el
Contexto de la vida social sin referencia alguna a Dios. Se pretende y se
fomenta que lo político, lo social y lo cultural funcionen «como si Dios no
existiese» y de esta forma a la mayoría de los hombres se le cierra el acceso a
los valores religiosos. Pero un pueblo no puede vivir en un ambiente social
totalmente secularizado. ¿La causa principal de ateísmo colectivo de masas,
dice Mons. Guerra Campos, es que por la acción sistemática de pensadores y políticos (¡en
países cristianos!) el
ambiente social haya sido privado, en grandes sectores, de la dimensión religiosa». Hace falta un
esfuerzo heroico para mantener la fe y la ética en un
ambiente en que tales
valores no cuentan, y este esfuerzo heroico no se puede pedir a toda una masa.7
Este fenómeno de
la secularización viene a veces acompañado por la inadecuada labor de ciertos
agentes de pastoral que acomplejados por el brillo del mundo moderno, han
tratado de vender la trascendencia del evangelio al precio del aplauso. A decir
de G. Morra, el resultado ha sido en muchos casos la
rendición incondicional, subordinando la fe a la modernidad 14.
Por todo ello,
lo que caracteriza a esta sociedad post-atea es una actitud de desentendimiento
en la que se ha renunciado a los valores trascendentes cayendo en un
permisivismo total que no tiene otra limitación que la no violencia y un
respeto a ciertos derechos. Es la herencia de un liberalismo decadente. Con
ello se ha privado y se está privando a nuestra sociedad de los estímulos que
necesita para construir una libertad positiva y se está provocando la
corrupción y el desaliento de los más jóvenes.
En la génesis
del ateísmo moderno está, pues, esta actitud de desentendimiento. Ciertamente
no podemos olvidar que los creyentes tenemos parte en el proceso del ateísmo
moderno, como dice el Vaticano, II 15, pero a nadie se le oculta que
aún cuando este influjo negativo sea cierto en muchos casos, la causa verdadera
del ateísmo no está aquí. Cuando se apela a los defectos de la Iglesia o de los
creyentes ¿hay que preguntarse si se apela a ellos con el fin de hacer una
crítica constructiva no de usarlos como pretexto de una actitud atea que está
ya previamente tomada?. Los defectos de los creyentes no son muchas veces sino
un pretexto para justificar la propia conciencia. En tiempos de Cristo no había
Iglesia y, sin embargo, no creyeron en él. La motivación del ateísmo es más
profunda.
Igualmente
cuando el mismo Vaticano II afirma que puede influir en el ateísmo la falsa
imagen de Dios, no podemos olvidar que, con ser cierto esto en muchos casos, no
es la causa fundamental del ateísmo. El que verdaderamente busca a Dios, tarde
o temprano encontrará una idea depurada de él. El cristianismo a lo largo de
los siglos ha hecho un esfuerzo innegable en este sentido, y la filosofía
cristiana se ha distinguido en limar los antropomorfismos que aplicamos a Dios.
La teología católica ha hecho un esfuerzo gigantesco en este sentido, que no
puede ser olvidado17.
Cierto que, a
pesar de todo, la imaginación nos sigue haciendo de las suyas. No podemos menos
de imaginar a Dios, y de imaginarlo de determinada manera (padre, anciano,
etcétera) y habrá que caer en la cuenta de que tal imagen, aun cuando sea
correcta, no puede abarcar la magnitud de Dios. Por ello
Dios será siempre un problema para nuestra imaginación, aunque sea una certeza
para nuestra razón. Hay que distinguir entre la razón y la imaginación. Los
problemas de muchos comienzan por no hacer tal distinción, siendo así que es
verdad que una cosa puede ser cierta. para nuestra razón, y
problemática para nuestra imaginación (también al alma humana la imaginamos de
forma material). Es más, en el caso de Dios, es muy lógico que nuestra
imaginación no pueda abarcarle. No olvidemos tampoco que en la génesis del
ateísmo influye, y de forma decisiva, el ambiente, los prejuicios, el peso de
una psicología a veces intrincada y enigmática. Dios sabe hasta qué punto en el
ateísmo de algunos hay culpabilidad o no. Pero no podemos olvidar, la
advertencia del Vaticano II cuando afirma que «quienes voluntariamente
pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas,
desoyen el dictamen de su conciencia, y, por tanto, no carecen de culpa.
16 J. GUERRA CAMPOS, O. c.,
92a 17 Ibíd., 91.
3) La fe y la
razón
No cabe duda de que en muchos casos. en
el proceso del ateísmo; hay un desentendirniento voluntario que fácilmente se
disfraza de motivaciones más altas. Y es que no podemos olvidar que en el
problema de Dios está implicado directamente lo más íntimo del corazón humano,
su libertad e independencia
últimas.
Cuando se aborda
el problema de Dios desde la razón hay que tener presente que no es un problema que afecte sólo
a la razón, sino que implica lo más profundo del corazón humano. Cuando me
enfrento a un problema de matemáticas, en su desarrollo sólo interviene la
razón, porque es un problema
que no afecta a mis intereses vitales. Pero, cuando se aborda el problema de
Dios, se está abordando algo vital. Si es verdad que Dios existe, mi vida queda
directamente afectada. Que Dios exista significa que yo soy un ser dependiente,
que debo la existencia a alguien que me ha creado. En pocas palabras, esto
significa la ruptura de mi autosuficiencia y el reconocimiento de un ser al que
tengo que agradecer la existencia, y que marca el cauce de
comportamiento. Esto es
imposible, sin un corazón sencillo y dispuesto a adorar.
Por ello, aunque mi razón sepa que Dios
existe si mi corazón no está dispuesto a adorar, no se llega a la fe. La fe no
es sólo un saber de la razón, sino una adhesión del corazón, es a este nivel
donde se plantea una lucha interior que sólo la gracia de Dios, aceptada por un
corazón dispuesto, puede decidir por el sí.
Es clásico
recordar lo que ocurrió a Alexis Carrel ( 1873 - 1944); premio Nobel francés de
medicina en 1912. Carrel, ateo convencido, había oído hablar de los milagros de
Lourdes y se había dicho a sí mismo al examinar a una muchacha afectada de
peritonitis tuberculosa: «Si esta muchacha se cura, me hago fraile o me vuelvo
loco»19. La muchacha quedó
curada de repente en su misma presencia. Esto era en 1903. Pasaron casi treinta
años hasta la conversión de Carrel; ¿Qué ocurrió?. La prueba la tenía delante de
los ojos, pero es entonces cuando en el corazón humano se entablar una lucha
entre la autosuficiencia y la humildad necesarias para adorar a Dios. Sólo
cuando el corazón humano se rinde a la gracia en un acto de humildad y
sencillez es cuando nace la fe. La razón me indica que hay motivos serios para
creer, pero la razón no causa la fe. Según la doctrina católica, aunque, a
pesar del pecado original, el hombre ha conservado la capacidad natural de
conocer a Dios por la razón natural, no puede adherirse firmemente a Dios ni
dar un paso positivo y salvífico hacia él, si Dios, previamente, no le atrae
con el don interior de la fe; fe que el hombre hace suya en un acto de acogida
libre y humilde. La razón no es nunca causa de la fe; sino condición indispensable para
que la fe no sea un acto arbitrario e irracional. La razón nos lleva al umbral
de la fe, me dice que verdaderamente, la existencia de Dios se impone por la
lógica pero no causa la fe, Este es el momento de la lucha interior; la
"razón" me inclina a creer pero el "corazón” tiene que estar
dispuesto a adorar. Sólo cuando, examinados los motivos serios que la razón me
da para creer; me rindo a la atracción interior la gracia que se insinúa en lo
más hondo de mi corazón, nace el sí de la fe. La fe es un encuentro
personal con Dios y que, preparado por la razón, sólo Dios puede ceder al
corazón dispuesto y humilde. Por ello, la razón, tiene que ir acompañada de la
oración humilde.
Pongamos una
comparación. Imaginemos que nos encontramos ante un riachuelo crecido. Yo me
encuentro en una orilla: La razón me dice que en la otra se encuentra Dios. Por la razón ya sé que Dios está ahí; pero saltar al otro lado es difícil porque
implica dejar la orilla de mi autosuficiencia y
vivir en la orilla de Dios, con una concepción de la vida que tiene en
Dios su fundamento último. En esta circunstancia surge la lucha interior. Es
entonces cuando Dios, desde su orilla, tiende la mano de la gracia, y el
corazón; bien dispuesto, se agarra a ella, saltando con su ayuda,
La razón me
asegura que Dios existe, pero no me da la fuerza para saltar, para adherirme a
Dios en el fondo de mi corazón. Sólo cuando el hombre, examinados los motivos
serios que tiene para creer, se rinde humildemente a la atracción interior de
la gracia, da el sí.
Así pues, tanto
la fe como el ateísmo son actos voluntarios del corazón humano; pero mientras
el primero es consecuente con lo que la razón le dice, el segundo apaga la luz
de la razón, prefiriendo la independencia y la oscuridad.
Como decía
Pascal, «no hay más que dos clases de personas a las que se pueda llamar
razonables: o aquéllos que sirven a Dios con todo su corazón, porque le
conocen, o aquéllos que buscan a Dios con todo su corazón, porque no le
conocen»20.
¡Cómo cambian
las cosas cuando se busca a Dios con un corazón sincero! Sin duda muchos
comprenden que este mundo nuestro es inexplicable por sí mismo, y sospechan la
existencia de Dios; pero es preciso tener un corazón limpio para adorarle. De
hecho, no se encuentra nunca a Dios mientras no existe la suficiente humildad y
sencillez para adorarle. No podemos olvidar que Dios sólo se manifiesta a los
humildes.
Y este encuentro
con Dios por medio de la razón supone una búsqueda ulterior, porque el hombre
debe preguntarse si ese Dios creador en el que él cree ha hablado en alguna
parte y ha manifestado sus intenciones. Hay preguntas, como es el caso del
problema del mal, que sólo en la revelación de Dios encuentran su respuesta
acabada.
Por otra parte,
los que creemos en Cristo como Hijo de Dios sabemos lo que ayuda a nuestra fe
el tener una imagen concreta de Dios. No podemos olvidar que el hombre es
también «cuerpo» e imaginación. Por ello, Cristo es la respuesta más acabada al
problema de Dios. Es el rostro vivo del Dios que el
hombre busca con tanto afán.