Belmonte, 1527 o 1528 -Madrigal de las
Altas Torres, 23 de agosto
de 1591) fue un poeta, humanista y religioso agustino español de la
escuela salmantina.
Fray Luis de León es uno de los poetas más importantes de la
segunda fase del Renacimiento español. Su obra forma parte de la
literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está
inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para
poder alcanzar lo prometido por Dios, identificado con la paz y el
conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra.
Con catorce años, marchó a Salamanca para ingresar en la Orden
de los Agustinos, probablemente en enero de 1543, y profesó en 1544.
Salamanca constituyó más adelante el centro de su vida intelectual
como profesor de su universidad.
Estuvo un periodo en la cárcel (en Valladolid, en la calle que
ahora recibe el nombre de Fray Luis de León) por traducir la Biblia
a la lengua vulgar sin licencia; concretamente, por su célebre
versión del Cantar de los cantares. En prisión escribió De los
nombres de Cristo y varias poesías, entre las cuales está la
Canción a Nuestra Señora. Tras su estancia en prisión (del
27 de marzo de 1572 al 7 de diciembre de 1576), fue nombrado profesor
de filosofía moral y un año más tarde consiguió la cátedra de la
Sagrada Escritura, que obtuvo en propiedad en 1579.
Tras salir de la cárcel, regresó a dictar su cátedra. Sus
biógrafos cuentan que Fray Luis acostumbraba en sus años de
docencia resumir las lecciones explicadas de la clase anterior y que
al volver a la Universidad, en enero de 1577, retomó sus lecciones
con la frase “Decíamos ayer…” (Dicebamus hesterna die),
como si sus cuatro años de prisión no hubieran transcurrido.
El propio fray Luis dejó escrito su concepto de la poesía, "una
comunicación del aliento celestial y divino", en su De los
nombres de Cristo, libro I, "Monte", "para que el
estilo del decir se asemeje al sentir, y las palabras y las cosas
fuesen conformes":
Sus temas preferidos y personales, si dejamos a un lado los
morales y patrióticos que también cultivó ocasionalmente, son, en
el largo número de odas
que llegó a escribir, el deseo de la soledad y del retiro en la
naturaleza (tópico
del Beatus Ille), y la búsqueda de paz espiritual y de
conocimiento (lo que él llamó la verdad pura sin velo), pues
era hombre inquieto, apasionado y vehemente, aquejado por todo tipo
de pasiones, y deseaba la soledad, la tranquilidad, la paz y el
sosiego antes que toda cosa:
Como poeta desarrolló la lira como estrofa, pero prefería el
endecasílabo para las traducciones de poetas latinos y griegos, que
por lo general realizaba en tercetos encadenados o en octava real.
Escribir, piensa Fray Luis, es actividad difícil ("negocio
de particular juicio"). Se usarán palabras comunes, pero
selectas. Las que todos hablan, elige las
que convienen y mira el sonido de ellas y aun cuenta a veces las
letras y las pesa y las mide y las compone para que no solamente
digan con claridad lo que pretenden decir, sino también con armonía
y dulzura.
Aunque su estilo es en apariencia sobrio y austero, y según Marcelino Menéndez Pelayo reflejaba la sofrosine o equilibrio griego, la crítica actual ha hecho notar que su lenguaje y técnica traslucen el carácter vehemente y apasionado del autor. Así que su estilo sólo es sencillo y austero en cuanto a las imágenes, el vocabulario y los adornos, pero la sintaxis, que dice más sobre la esencia verdadera del autor, se ve constreñida por la exigente forma de la lira y recurre con frecuencia desusada al encabalgamiento abrupto, expresando con ello un carácter atormentado, y desborda con frecuencia el cauce del verso y aun de la estrofa. (De Wikipedia)
Vida retirada
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en aspes sustentado.
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera;
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
del que la sangre sube o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar suave no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruido,
que del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste; y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
Alargo enfermo el paso, y vuelvo, cuanto
alargo el paso, atrás el pensamiento;
no vuelvo, que antes siempre miro atento
la causa de mi gozo y de mi llanto.
Allí estoy firme y quedo, mas en tanto
llevado del contrario movimiento,
cual hace el extendido en el tormento,
padezco fiero mal, fiero quebranto.
En partes, pues, diversas dividida
el alma, por huir tan cruda pena,
desea dar ya al suelo estos despojos.
Gime, suspira y llora dividida,
y en medio del llorar sólo esto suena:
—¿Cuándo volveré, Nise, a ver tus ojos?
Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:
En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.
¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!
Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;
a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.
Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.
Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.
La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.
Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.
¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.
El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.
¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?
Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.
¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!
El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.
A don Pedro
Portocarrero
Virtud hija
del cielo,
la más
ilustre empresa de la vida;
en el escuro
suelo
luz tarde
conocida,
senda que
guía al bien, poco seguida:
Tú dende la
hoguera
al cielo
levantaste al fuerte Alcides;
tú en la más
alta esfera
con las
estrellas mides
al Cid,
clara victoria de mil lides.
Por ti el
paso desvía
de la
profunda noche y resplandece
muy más que
el claro día
de Leda el
parto, y crece
el Córdoba a
las nubes, y florece.
Y por tu
senda agora
traspasa
luengo espacio con ligero
pie y ala
voladora
el gran
Portocarrero
osado de
ocupar el bien primero.
Del vulgo se
descuesta,
hollando
sobre el oro, firme, aspira
a lo alto de
la cuesta;
ni violencia
de ira,
ni dulce y
blando engaño le retira.
Ni mueve más
ligera,
ni más igual
divide por derecha
el aire y
fiel carrera,
o la
traciana flecha,
o la bola
tudesca un fuego hecha.
En pueblo
inculto y duro
induce
poderoso igual costumbre,
y do se
muestra escuro
el cielo,
enciende lumbre
valiente a
ilustrar más alta cumbre.
Dichosos los
que baña
el Miño, los
que el mar mostroso cierra
desde la
fiel montaña
hasta el fin
de la tierra,
los que
desprecia de Eume la alta sierra.
A Francisco
Salinas
Catedrático
de música
de la Universidad de Salamanca
El aire se
serena
y viste de
hermosura y luz no usada,
Salinas,
cuando suena
la música
extremada
por vuestra
sabia mano gobernada.
A cuyo son
divino
mi alma, que
en olvido está sumida,
torna a
cobrar el tino
y memoria
perdida
de su origen
primera esclarecida.
Y como se
conoce,
en suerte y
pensamiento se mejora;
el oro
desconoce,
que el vulgo
ciego adora:
la belleza
caduca engañadora.
Traspasa el
aire todo
hasta llegar
a la más alta esfera,
y oye allí
otro modo
de no
perecedera
música, que
es de todas la primera.
Ve cómo el
gran maestro
a aquesta
inmensa cítara aplicado,
con
movimiento diestro
produce el
son sagrado,
con que este
eterno templo es sustentado.
Y como está
compuesta
de números
concordes, luego envía
consonante
respuesta;
y entrambas
a porfía
mezclan una
dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar
de dulzura, y, finalmente,
en él ansí
se anega,
que ningún
accidente
extraño y
peregrino oye o siente.
¡Oh desmayo
dichoso!
¡Oh muerte
que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en
tu reposo,
sin ser
restituido
jamás a
aqueste bajo y vil sentido!
A aqueste
bien os llamo,
gloria del
Apolíneo sacro coro,
amigos, a
quien amo
sobre todo
tesoro;
que todo lo
demás es triste lloro.
¡Oh! Suene
de contino,
Salinas,
vuestro son en mis oídos,
por quien al
bien divino
despiertan
los sentidos,
quedando a
lo demás amortecidos.
En el
nacimiento de doña Tomasina,
hija del marqués deAlcañices,
don ALvaro de Borja
y doña Elvira Enríquez
Inspira
nuevo canto,
Calíope, en
mi pecho en este día,
que de los
Borjas canto
y Enríquez
la alegría:
el rico don
que el cielo les envía.
Hermoso sol
luciente,
que el día
traes y llevas: rodeado
de luz
resplandeciente
más de lo
acostumbrado:
sal ya,
verás nacido tu traslado.
O si te
place agora
en la región
contraria hacer manida,
detente allá
en buena hora;
que con la
luz nacida
podrá ser
nuestra esfera esclarecida.
Alma divina,
en velo
de femeniles
velos encerrada:
cuando
veniste al suelo,
robaste de
pasada
la celestial
riquísima morada.
Diéronte
bien sin cuento
con voluntad
concorde y amorosa,
quien rige
el movimiento
sexto, con
la diosa
que en la
tercera rueda es poderosa.
De tu
belleza rara
el envidioso
viejo, mal pagado,
torció el
paso y la cara:
y el fiero
Marte airado
el camino
dejó desocupado.
Y el rojo y
crespo Apolo
que, tus
pasos guiando, descendía
contigo al
bajo polo,
la cítara
hería.
y con divino
canto ansí decía:
Desciende
en punto bueno,
espíritu
real, al cuerpo hermoso,
que en el
ilustre seno
está ya
deseoso
de dar a tu
valor digno reposo.
Él te dará
la gloria
que en el
terreno cerco es más tenida:
de agüelos
larga historia,
por quien la
no sumida
nave, por
quien la España fue regida.
Tú dale, en
cambio de esto,
de los
eternos bienes la nobleza,
deseo alto,
honesto,
generosa
grandeza,
claro saber,
fe llena de pureza.
En su
rostro se vean
de tu beldad
sin par vivas señales,
los sus dos
ojos sean
dos luces
celestiales,
que guíen al
bien sumo a los mortales.
El cuerpo
delicado
como cristal
lucido y trasparente,
tu gracia y
bien sagrado,
tu luz, tu
continente,
a sus
dichosos siglos represente.
La soberana
agüela
dechado de
virtud y hermosura;
la tía, de
quien vuela
la fama, en
quien la dura
muerte
mostró lo poco que el bien dura:
Con todas
cuantas precio
de gracia y
gentileza hayan tenido,
serán por ti
en desprecio
y puestas en
olvido,
cual hace la
verdad con lo fingido.
¡Ay,
tristes! ¡Ay, dichosos
los ojos que
te vieren! Huyan luego,
si fueren
poderosos,
antes que
prenda el fuego
contra quien
no valdrá ni oro ni ruego.
Ilustre y
tierna planta,
gozo del
claro tronco y generoso,
creciendo,
te levanta
a estado el
más dichoso,
de cuantos
dio ya el cielo venturoso.
A Felipe
Ruiz
En vano el
mar fatiga
la vela
portuguesa: que ni el seno
de Persia,
ni la amiga
Maluca da
árbol bueno,
que pueda
hacer un ánimo sereno.
No da reposo
al pecho,
Felipe, ni
la mina, ni la rara
esmeralda
provecho;
que más
tuerce la cara
cuanto posee
más el alma avara.
Al capitán
romano
la vida, y
no la sed, quitó el bebido
tesoro
persiano;
y Tántalo,
metido
en medio de
las aguas, afligido
de sed está;
y más dura
la suerte es
del mezquino, que sin tasa
se cansa a
sí; y endura
el oro, y la
mar pasa
osado, y no
osa abrir la mano escasa.
¿Qué vale el
no tocado
tesoro, si
corrompe el dulce sueño:
si estrecha
el ñudo dado,
si más
enturbia el ceño,
y deja en la
riqueza pobre al dueño?
Folgaba el
Rey Rodrigo
con la
hermosa Caba en la ribera
del Tajo sin
testigo.
El pecho
sacó fuera
el río, y le
habló de esta manera:
En mal
punto te goces,
injusto
forzador: que ya el sonido,
y las
amargas voces,
y ya siento
el bramido
de Marte, de
furor y ardor ceñido.
¡Aquesta tu
alegría,
qué llantos
acarrea! ¡Aquesa hermosa,
que vio el
sol en mal día,
al Godo, ¡ay! cuan llorosa,
al soberano
sceptro, ¡ay! ¡cuan costosa!
Llamas,
dolores, guerras,
muertes,
asolamientos, fieros males
entre tus
brazos cierras,
trabajos
inmortales
a ti y a tus
vasallos naturales.
A los que
en Constantina
rompen el
fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a
la vecina
Sansueña a
Lusitana:
a toda la
espaciosa y triste España.
Ya dende
Cádiz llama
el injuriado
Conde, a la venganza
atento, y no
a la fama
la bárbara
pujanza,
en quien para
tu daño no hay tardanza.
0ye que al
cielo toca
con temeroso
son la trompa fiera
que en
África convoca
el moro a la
bandera.
que al aire
desplegada va ligera.
La lanza ya
blandea
el árabe
cruel, y hiere el viento
llamando a
la pelea:
innumerable
cuento
de escuadras
juntas veo en un momento.
Cubre la
gente el suelo:
debajo de
las velas desparece
la mar, la
voz al cielo
confusa,
incierta, crece;
el polvo
roba el día y le escurece.
¡Ay!, que
ya presurosos
suben las
largas naves ¡Ay!, que tienden
los brazos
vigorosos
a los remos,
y encienden
las mares
espumosas por do hienden.
El Eolo
derecho
hinche la
vela en popa, y larga entrada
por el
hercúleo estrecho
con la punta
acerada
el gran
padre Neptuno da a la armada.
¡Ay triste!
¿Y aún te tiene
el mal dulce
regazo? ¿Ni llamado,
al mal que
sobreviene
no acorres?
¿Abrazado
con tu
calamidad, no ves tu Hado?
Acude,
acorre, vuela,
traspasa la
alta sierra, ocupa el llano,
no perdones
la espuela,
no des paz a
la mano,
menea
fulminando el hierro insano.
¡Ay!, ¡cuánto
de fatiga!
¡Ay!,
¡cuánto de sudor está presente
al que viste
loriga,
al infante
valiente:
a hombres y
a caballos juntamente!
Y tú, Betis
divino,
de sangre
ajena y tuya amancillado,
darás al mar
vecino,
¡cuánto
yelmo quebrado!,
¡cuánto
cuerpo de nobles destrozado!
El furibundo
Marte
cinco luces
las haces desordena,
igual a cada
parte;
la sexta,
¡ay!, te condena,
¡oh cara
patria! a bárbara cadena!.
Cuando
contemplo el cielo
de
innumerables luces adornado,
y miro hacia
el suelo
de noche
rodeado,
en sueño y
en olvido sepultado:
El amor y la
pena
despiertan
en mi pecho una ansia ardiente;
despiden
larga vena
los ojos
hechos fuente;
la lengua
dice al fin con voz doliente:
¡Morada de
grandeza,
templo de
claridad y hermosura!
Mi alma que
a tu alteza
nació, ¿qué
desventura
la tiene en
esta cárcel, baja, escura?
¿Qué mortal
desatino
de la verdad
aleja así el sentido,
que de tu
bien divino
olvidado,
perdido
sigue la
vana sombra, el bien fingido?
El hombre
está entregado
al sueño, de
su suerte no cuidando,
y con paso
callado
el cielo,
vueltas dando,
las horas
del vivir le va hurtando.
¡Ay!,
¡despertad, mortales!
Mirad con
atención en vuestro daño.
¿Las almas
inmortales
hechas a
bien tamaño,
podrán vivir
de sombra y solo engaño?
¡Ay!,
¡levantad los ojos
a aquesta
celestial eterna esfera!
burlaréis
los antojos
de aquesa
lisonjera
vida, con
cuanto teme y cuanto espera.
¿Es más que
un breve punto
el bajo y
torpe suelo, comparado
a aqueste
gran trasumpto,
do vive
mejorado
lo que es,
lo que será, lo que ha pasado?
Quien mira
el gran concierto
de aquestos
resplandores eternales,
su
movimiento cierto,
sus pasos
desiguales,
y en
proporción concorde tan iguales:
La luna cómo
mueve
la plateada
rueda, y va en pos de ella
la luz do el
saber llueve,
y la
graciosa estrella
de amor le
sigue reluciente y bella:
Y cómo otro
camino
prosigue el
sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter
benino
de bienes
mil cercado
serena el
cielo con su rayo amado:
Rodéase en
la cumbre
Saturno,
padre de los siglos de oro;
tras dél la
muchedumbre
del
reluciente coro
su luz va
repartiendo y su tesoro:
¿Quién es el
que esto mira,
y precia la
bajeza de la tierra,
y no gime y
suspira
por romper
lo que encierra
al alma, y
de estos bienes la destierra?
Aquí vive el
contento;
aquí reina
la paz; aquí, asentado
en rico y
alto asiento,
está el Amor
sagrado
de honras y
deleites rodeado.
Inmensa
hermosura
aquí se
muestra toda, y resplandece
clarísima
luz pura,
que jamás
anochece:
eterna
primavera aquí florece.
¡0h campos
verdaderos!
¡Oh prados
con verdad dulces y amenos!
¡Riquísimos
mineros!
¡Oh
deleitosos senos!
¡Repuestos
valles de mil bienes llenos!
¿Cuándo será
que pueda
libre de
esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en
la rueda
que huye más
del suelo,
contemplar
la verdad pura sin velo?
Allí, a mi
vida junto,
en luz
resplandeciente convertido,
veré
distinto y junto
lo que es y
lo que ha sido,
y su
principio propio y ascondido.
Entonces
veré cómo
el divino
poder echó el cimiento
tan a nivel
y plomo,
do estable,
eterno asiento
posee el
pesadísimo elemento.
Veré las
inmortales
columnas, do
la tierra está fundada;
las lindes y
señales
con que a la
mar airada
la
Providencia tiene aprisionada.
Por qué
tiembla la tierra,
por qué las
hondas mares se embravecen,
do sale a
mover guerra
el cierzo, y
por qué crecen
las aguas
del océano y descrecen.
De do manan
las fuentes;
quién ceba y
quién bastece de los ríos
las
perpetuas corrientes;
de los
helados fríos
veré las
causas y de los estíos.
Las
soberanas aguas
del aire en
la región quién las sostiene;
de los rayos
las fraguas;
do los
tesoros tiene
de nieve
Dios, y el trueno dónde viene.
¿No ves
cuando acontece
turbarse el
aire todo en el verano?
El día se
ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta
el cielo el polvo vano;
y entre las
nubes mueve
su carro
Dios ligero y reluciente,
horrible son
conmueve,
relumbra
fuego ardiente,
treme la tierra,
humíllase la gente.
La lluvia
baña el techo;
envían
largos ríos los collados;
su trabajo
deshecho,
los campos
anegados,
miran los
labradores espantados.
Y de allí
levantado
veré los
movimientos celestiales,
ansí el
arrebatado
como los naturales,
las causas
de los hados, las señales.
Quién rige
las estrellas
veré, y
quién las enciende con hermosas
y eficaces
centellas;
por qué
están las dos osas
de bañarse
en el mar siempre medrosas.
Veré este
fuego eterno,
fuente de
vida y luz, do se mantiene;
y por qué en
el invierno
tan
presuroso viene,
por qué en
las noches largas se detiene.
Veré, sin
movimiento
en la más
alta esfera, las moradas
del gozo y
del contento,
de oro y luz
labradas,
de espíritus
dichosos habitadas.
A don Pedro
Portocarrero, ausente
La cana y
alta cumbre
de Illíberi,
clarísimo Carrero,
contiene en
sí tu lumbre
ya casi un
siglo entero,
y mucho en
demasía
detiene
nuestros gozos y alegría;
los gozos,
que el deseo
figura ya en
tu vuelta, y determina;
a do vendrá
el Lieo;
y de la
Caballina
fuente la
moradora;
y Apolo con
la cítara cantora.
Bien eres
generoso
pimpollo de
ilustrísimos mayores;
mas esto,
aunque glorioso,
son títulos
menores,
que tú, por
ti venciendo,
a par de las
estrellas vas luciendo.
Y juntas en
tu pecho
una suma de
bienes peregrinos,
por donde
con derecho
nos colmas
de divinos
gozos con tu
presencia,
y de
cuidados tristes con tu ausencia.
Porque te ha
salteado
en medio de
la paz la cruda guerra,
que agora el
Marte airado
despierta en
la alta sierra,
lanzando
rabia y sañas
en las
infieles bárbaras entrañas.
Do mete a
sangre y fuego
mil pueblos
el morisco descreído,
a quien ya
perdón ciego
hubimos
concedido,
a quien en
santo baño
teñimos para
nuestro mayor daño;
para que el
nombre amigo,
(¡ay piedad cruel!), desconociese
el ánimo
enemigo,
y ansí más
ofendiese:
mas tal es
la fortuna
que no sabe
durar en cosa alguna.
Ansí la luz
que agora
serena
relucía, con nublados
veréis negra
a deshora.
y los
vientos alados
amontonando
luego
nubes,
lluvias, horrores, trueno y fuego.
Mas tú aquí,
solamente
temes del
caro Alfonso, que inducido
de la virtud
ardiente
de pecho no
vencido,
por lo más
peligroso
se lanza
discurriendo victorioso.
Como en la ardiente
arena
el líbico
león las cabras sigue,
las haces
desordena,
y rompe y
las persigue
armado
relumbrando,
la vida por
la gloria despreciando.
Testigo es
la fragosa
Poqueira,
cuando él solo y traspasado
con flecha
ponzoñosa
sostuvo
denodado,
y convirtió
en huida
mil banderas
de gente descreída.
Mas, sobre
todo, cuando
los dientes
de la muerte agudos, fiera,
apenas
declinando.
alzó nueva
bandera,
mostró bien
claramente
valor no
vencible lo excelente.
El, pues,
relumbre claro
sobre sus
claros padres; mas tú en tanto,
dechado de
bien raro,
abraza el
ocio santo;
que muchos
son mejores
los frutos
de la paz y muy mayores.
Contra un juez avaro
Aunque en
ricos montones
levantes el
cautivo, inútil oro;
y aunque tus
posesiones
mejores con
ajeno daño y lloro;
Y aunque,
cruel tirano,
oprimas la
verdad, y tu avaricia
cerrada en
nombre vano,
convierta en
compra y venta la justicia;
Y aunque
engañes los ojos
del mundo, a
quien adoras; no por tanto
no nacerán
abrojos
agudos en tu
alma; ni el espanto.
No velará en
tu lecho,
ni huirás la
cuita, la agonía
del último
despecho;
ni la
esperanza buena en compañía
del gozo tus
umbrales
penetrará
jamás; ni la Meguera
con llamas
infernales,
con
serpentino azote la alta y fiera
Y diestra
mano armada,
saldrá de tu
aposento sola un hora;
¡ay! ni
tendrás clavada
la rueda,
aunque más puedas, voladora
del tiempo,
hambriento y crudo,
que viene,
con la muerte conjurado,
a dejarte
desnudo
del oro y
cuanto tienes más amado;
Y quedarás
sumido
en males no
finibles, y en olvido.
Esperanzas burladas
Huid,
contentos, de mi triste pecho.
¿Qué engaño
os vuelve a do nunca pudistes
tener
asiento ni hacer provecho?
Tened en la
memoria, cuando fuiste
con público
pregón, ¡ay!, desterrados
de toda mi
comarca y reinos tristes.
A do ya no
veréis sino nublados,
y viento, y
torbellino, y lluvia fiera,
suspiros
encendidos y cuidados.
No pinta el
prado aquí la primavera,
ni nuevo sol
jamás las nubes dora,
ni canta el
ruiseñor lo que antes era.
La noche
aquí se vela, aquí se llora
el día
miserable sin consuelo,
y vence al
mal de ayer el mal de agora.
Guardad
vuestro destierro, que ya el suelo
no puede dar
contento al alma mía,
si ya mil
vueltas diere andando el cielo.
Guardad
vuestro destierro, si alegría,
si gozo, y
si descanso andáis sembrando,
que aqueste
campo abrojos sólo cría.
Guardad
vuestro destierro, si tornando
de nuevo no
queréis ser castigados
con crudo
azote y con infame bando.
Guardad
vuestro destierro, que olvidados
de vuestro
ser, en mí seréis dolores:
tal es la
fuerza de mis duros hados.
Los bienes
más queridos y mejores
se mudan, y
en mi daño se conjuran,
y son, por
ofenderme, a sí traidores.
Mancíllanse
mis manos, si se apuran;
la paz y la
amistad, me es cruda guerra;
la culpa
falta, mas las penas duran.
Quien mis
cadenas más estrecha y cierra
es la
inocencia mía y la pureza;
cuando ella
sube, entonces vengo a tierra.
Mudó su ley
en mí naturaleza,
y pudo en mí
el dolor lo que no entiende
ni seso
humano ni mayor viveza.
Cuanto
desenlazarse más pretende
el pájaro
cautivo, más se enliga,
y la defensa
mía más me ofende.
En mí la
ajena culpa se castiga,
y soy del
malhechor, iay!, prisionero,
y quieren
que de mí la fama diga:
Dichoso el
que jamás ni ley ni fuero,
ni el alto
tribunal, ni las ciudades,
ni conoció
del mundo el trato fiero.
Que por las
inocentes soledades,
recoge el
pobre cuerpo en vil cabaña,
y el ánimo
enriquece con verdades.
Cuando la
luz el aire y tierras baña,
levanta al puro sol las manos puras,
sin que se
las aplomen odio y saña.
Sus noches
son sabrosas y seguras,
la mesa le
bastece alegremente
el campo,
que no rompen rejas duras.
Lo justo le
acompaña, y la luciente
verdad, la
sencillez en pechos de oro,
la fe no
colorada falsamente.
De ricas
esperanzas almo coro,
y paz con su
descuido le rodean,
y el gozo,
cuyos ojos huye el lloro.
Allí,
contento, tus moradas sean;
allí te
lograrás, y a cada uno
de aquellos
que de mi saber desean,
les di que
no me viste en tiempo alguno.
A don Pedro
Portocarrero
No siempre
es poderosa,
Carrero, la
maldad; ni siempre atina
la envidia
ponzoñosa:
y la fuerza
sin ley que más se empina,
al fin la
frente inclina;
que quien se
opone al cielo,
cuando más
alto sube viene al suelo.
Testigo es
manifiesto
el parto de
la tierra mal osado,
que cuando
tuvo puesto
un monte
encima de otro y levantado,
al hondo
derrocado,
sin
esperanza gime
debajo su
edificio que le oprime.
Si ya la
niebla fría,
al rayo que
amanece odiosa ofende,
y contra el
claro día
las alas
escurísimas extiende,
no alcanza
lo que emprende,
al fin y
desparece,
y el sol
puro en el cielo resplandece.
No pudo ser
vencida,
ni lo será
jamás, ni la llaneza,
ni la inocente
vida,
ni la fe sin
error, ni la pureza,
por más que
la fiereza
del tigre
ciña un lado,
y el otro el
basilisco emponzoñado.
Por más que
se conjuren
el odio, y
el poder, y el falso engaño,
y ciegos de
ira apuren
lo propio y
lo diverso, ajeno, extraño,
jamás le
harán daño;
antes cual
fino oro
recobra del
crisol nuevo tesoro.
El ánimo
constante
armado de
verdad, mil aceradas,
mil puntas
de diamante
embota y
enflaquece; y desplegadas
las fuerzas
encerradas,
sobre el
opuesto bando
con poderoso
pie se ensalza hollando.
Con cien
voces suena
la fama, que
a la sierpe, al tigre fiero,
vencidos,
los condena
a daño no
jamás perecedero;
y con vuelo
ligero,
viniendo la
victoria,
corona al
vencedor de gozo y gloria.
En la Ascensión
¡Y dejas,
Pastor santo,
tu grey en
este valle hondo, escuro,
con soledad
v llanto!
Y tú,
rompiendo el puro
aire, ¿te
vas al inmortal seguro?
Los antes
bien hadados,
y los agora
tristes y afligidos,
a tus pechos
criados,
de Ti
desposeídos,
¿a do convertirán
ya sus sentidos?
¿Qué mirarán
los ojos
que vieron
de tu rostro la hermosura,
que no les
sea enojos?
Quien oyó tu
dulzura,
¿qué no
tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar
turbado
¿quién le
pondrá ya freno? ¿quién concierto
al viento
fiero airado?
Estando tú
encubierto,
¿qué norte
guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube,
envidiosa
aun de este
breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Do vuelas
presurosa?
¡Cuán rica
tú te alejas!
¡cuán pobres
y cuan tristes, ay, nos dejas!
Tú llevas el
tesoro
que sólo a
nuestra vida enriquecía,
que
desterraba el lloro,
que nos
resplandecía
mil veces
más que el puro y claro día.
¿Qué lazo de
diamante,
(¡ay alma!)
te detiene y encadena
a no seguir
tu amante?
¡Ay, rompe y
sal de pena!
¡Colócate ya
libre en luz serena!
¿Qué temes
la salida?
¿Podrá el
terreno amor más que la ausencia
de tu querer
y vida?
Sin cuerpo
no es violencia
vivir, mas
lo es sin Cristo y su presencia.
Dulce Señor
y Amigo,
dulce Padre
y Hermano, dulce Esposo:
en pos de Ti
yo sigo,
o puesto en
tenebroso,
o puesto en
lugar claro y glorioso.
En la fiesta de Todos los Santos
¿Qué santo o
qué gloriosa
virtud? ¿qué
deidad que el cielo admira,
ioh! Musa,
poderosa en la
cristiana lira,
diremos,
entre tanto que retira
el sol con
presto vuelo
el rayo
fugitivo, en este día
que hace
alarde el cielo de su
caballería?
¿Qué nombre
entre estas breñas a porfía
repetirá sonando
la imagen de
la voz, en la manera,
el aire
deleitando,
que el
Efrateo hiciera
del sacro y
verde Hermón por la ladera?
A do, ceñido
el oro
crespo de
verde hiedra, la montaña
condujo con
sonoro
laúd, con
fuerza y maña
del oso y
del león domó la saña.
¿Pues quién
diré primero
que el Alto
y que el Humilde, que la vida
por el
manjar grosero,
restituyó,
perdida;
que al cielo
levantó nuestra caída?
Igual al
Padre Eterno,
igual al que
en la tierra nace y mora,
de quien
tiembla el infierno,
a quien el
sol adora,
en quien
todo el ser vive y se mejora.
Tras de él
el vientre entero,
la Madre de
esta luz, será cantada,
clarísimo
lucero
en esta mar
turbada.
del linaje
humanal fiel abogada.
Espíritu
divino,
no callaré
tu voz, tu pecho opuesto
contra el
dragón malino;
ni tú en
olvido puesto,
que a
defender mi vida estás dispuesto.
Osado en la
promesa,
Barquero de
la barca no sumida,
a ti mi voz
profesa;
y a ti que
la lucida
noche te
traspasó de muerte a vida.
¿Quién no
dirá tu lloro,
tu bien
trocado amor, oh Magdalena?
¿de tu nardo
el tesoro,
de cuyo olor
la ajena
casa, la
redondez del mundo, es llena?
Del Nilo
moradora
tierna flor
de saber y de pureza:
de ti yo
canto agora,
que de la
santa alteza
de Arabia,
esparce luz tu fortaleza.
¿Diré el
rayo africano?
¿Diré el
Estridonés sabio elocuente?
¿O del panal
romano,
o del que
justamente
nombraron
«boca de oro» entre la gente?
Columna
ardiente en fuego
el firme y
gran Basilio al cielo toca,
mayor que el
miedo y ruego;
y ante su
rica boca
la lengua de
Demóstenes se apoca.
Cual árbol,
con los años
la gloria de
Francisco sube y crece,
y entre los
ermitaños
el claro
Antón parece
luna, que en
las estrellas resplandece.
¡Ay, Padre!
¿y do se ha ido
aquel raro
valor? ¡Ay! ¿qué malvado
el oro ha
destruido
de tu templo
sagrado?
¿Quién
zizañó tan mal tu buen sembrado?
A donde la
azucena
lucía y el
clavel, do el rojo trigo,
reina agora
la avena,
la grama, el
enemigo
cardo, la
sinrazón, el falso amigo.
Convierte
piadoso
tus ojos, y
nos mira; y con tu mano
arranca
poderoso
lo malo y lo
tirano,
y planta
aquello antiguo, santo y llano.
Da paz a
aqueste pecho
que hierve
con dolor en noche oscura:
que, fuera
de este estrecho,
diré con más
dulzura
tu nombre,
tu grandeza y hermosura.
No niego,
dulce amparo
del alma,
que mis males son mayores
que aqueste
desamparo:
mas cuanto
son peores,
tanto
resonarán más tus loores.
A Santiago
Las selvas
conmoviera,
las fieras
alimañas como Orfeo,
si ya mi
canto fuera
igual a mi
deseo,
cantando el
nombre santo Zebedeo.
Y fueran sus
hazañas
por mí con
voz eterna celebradas,
por quien
son las Españas
del yugo
desatadas
del bárbaro
furor y libertadas.
Y aquella
nao dichosa
de el cielo
esclarecer merecedora,
que joya tan
preciosa
nos trajo,
fuera ahora
cantada del
que en Citia y Cairo mora.
Osa el cruel
tirano
ensangrentar
en ti su injusta espada:
no fue
consejo humano,
estábate
ordenada
la primera
corona y consagrada.
Asaz de bien
cumpliste
lo que por
ti fue a Cristo prometido:
del su cáliz
bebiste,
apenas que
subido
le viste al
cielo ya de ti partido.
No sufre
larga ausencia,
no sufre,
no, el amor que es verdadero;
la muerte y
su inclemencia
tiene por
muy ligero
medio, por
ver al dulce compañero.
¡Oh viva fe
constante!
¡oh verdadero
pecho, amor crecido!
Un punto de
su amante
no vive
dividido:
síguele por
los pasos que había ido.
Cual suele
el fiel sirviente,
si en el
camino su amo le ha dejado,
que haciendo
prestamente
lo que le
fue mandado,
vuelve corriendo
al amo ya alejado,
Ansí, en un
momento,
del mar Egeo
al mar Atlante vuela;
do, puesto
el fundamento
de la
cristiana escuela,
torna
buscando a Cristo a remo y vela.
Allí por la
maldita
mano el
sagrado cuello fue cortado…
¡Camina en
paz, bendita
alma, que ya
has llegado
al término
por ti tan deseado!
A España, a
quien amaste
—que siempre
al buen principio el fin responde—
tu cuerpo le
enviaste
para dar luz
adonde
el sol su
resplandor cubre y asconde.
Por las
tendidas mares
la rica
navecilla va cortando;
Nereidas a
millares
del agua el
pecho alzando,
turbadas
entre sí, vanla mirando.
Y de ellas
hubo alguna
que con las
manos de la nave asida
la aguija
con la una,
y con la
otra tendida
a las demás
que alleguen las convida.
Ya pasa del
Egeo,
[ya] vuela
por el Ionio, atrás ya deja
el puerto
Lilibeo;
de Córcega
se aleja,
y por llegar
a nuestro mar se aqueja.
Esfuerza,
viento, esfuerza,
hinche la
santa vela, hiere en popa;
el curso haz
que no tuerza,
do Ahila
casi topa
con Calpe,
hasta llegar al fin de Europa.
Y tú,
España, segura
del mal y
cautiverio que te espera,
con fe y
voluntad pura
acude a la
ribera
a recibir tu
guarda verdadera.
Que tiempo
será, cuando
de
innumerables huestes rodeada,
del cetro
real y mando
te verás
derrocada,
en sangre y
llanto y en dolor bañada.
De hacia el
Mediodía
oye que ya
la voz amarga suena;
la mar de
Berbería
de flotas
veo llena,
de gente
hierven la playa y la arena.
Con voluntad
conforme
las proas
contra ti se dan al viento;
y con clamor
deforme
de pavoroso
acento
avivan del
remar el movimiento.
Y la
infernal Meguera,
la frente de
culebras rodeada,
guía la
delantera
de la
morisca armada,
de llamas,
de furor, de muerte armada.
Cielos, so
cuyo amparo
España está:
¡merced en tanta afrenta!
Si ya este
suelo caro
os fue,
nunca consienta
vuestra
piedad, que un mal tan crudo sienta.
Mas, ¡ay!,
que la sentencia
en tablas de
diamante está esculpida.
Del Godo la
potencia
por el suelo
caída,
España en
breve tiempo es destruida.
¿Qué río
caudaloso,
que los
opuestos muelles ha rompido
con sonido
espantoso,
por los
campos tendido
tan presto y
tan feroz jamás se vido?
Mas cese el
triste llanto;
recobre el
español su bravo pecho:
que ya el
Apóstol Santo,
otro Marte
hecho,
del cielo
viene a darle su derecho.
Vesle de
limpio acero
cercado y
con espada relumbrante,
como un rayo
ligero
cuanto le va
delante
destroza y
desbarata en un instante.
De grave
espanto herido,
los rayos de
su vista no sostiene
el pueblo
descreído:
por valiente
se tiene
cualquier
que para huir ánimo tiene.
Como león
hambriento,
sigue,
teñida en sangre espada y mano,
de más
sangre sediento,
al Moro que
huye en vano:
de muertos
deja lleno el monte, el llano.
¡Huye!, si
puedes tanto:
¡Huye! Más por
demás, que no hay huida.
Bebe dolor y
llanto
por la misma
medida
con que de
ti ya España fue medida.
¡Oh gloria! ¡Oh
gran prez nuestra!
¡Escudo
fiel! ¡Oh celestial guerrero!
Vencido ya
se muestra
el africano
fiero
por ti, tan
orgulloso de primero.
Por ti del
vituperio,
por ti de la
afrentosa servidumbre
y duro
cautiverio
libres, en
clara lumbre
y de la
gloria estamos en la cumbre.
Siempre
venció tu espada:
o fuese de
tu mano poderosa,
o fuese
meneada
de aquella
generosa,
que sigue tu
milicia victoriosa.
Las enemigas
haces
no sufren de
tu nombre el apellido;
con sólo
aquesto haces
que el
español oído
sea, y de un
polo a otro tan temido.
De tu virtud
divina
la fama que
resuena en toda parte,
siquiera sea
vecina,
siquiera más
se aparte,
a las gentes
conduce a visitarte.
El áspero
camino
vence con
devoción, y al fin te adora
el franco,
el peregrino
que Libia
descolora,
el que en
poniente, el que en levante mora.
A Nuestra Señora
Virgen que
el sol más pura,
gloria de
los mortales, luz del cielo,
en quien la
piedad es cual la alteza:
Los ojos
vuelve al suelo,
y mira a un
miserable en cárcel dura,
cercado de
tinieblas y tristeza:
Y si mayor
bajeza
no conoce ni
igual juicio humano,
que el
estado en que estoy por culpa ajena:
Con poderosa
mano
quiebra,
Reina del cielo, esta cadena.
Virgen, en
cuyo seno
halló la
Deidad digno reposo,
do fue el
rigor en dulce amor trocado:
Si blando al
riguroso
volviste,
bien podrás volver sereno
un corazón
de nubes rodeado:
Descubre el
deseado
rostro, que
admira el cielo, el suelo adora,
y las nubes
huirán, lucirá el día:
Tu luz, alta
Señora,
venza esta
ciega y triste noche mía.
Virgen y
Madre junto,
de tu
Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos
floreció la vida:
Mira como
empeora
y crece mi
dolor más cada punto,
el odio
cunde, la amistad se olvida:
Si no es de
ti valida
la justicia
y verdad, que tú engendraste,
¿a dónde hallarán
seguro amparo?
Y pues madre
eres, baste
para contigo
el ver mi desamparo.
Virgen del
sol vestida,
de luces eternales
coronada,
que huellas
con divinos pies la luna:
Envidia
emponzoñada,
engaño
agudo, lengua fementida,
odio cruel,
poder sin ley ninguna
me hacen
guerra a una.
Pues contra
un tal ejército maldito,
¿cuál pobre
y desarmado será parte,
si tu nombre
bendito,
María, no se
muestra por mi parte?
Virgen, por
quien vencida
llora su
perdición la sierpe fiera,
su daño
eterno, su burlado intento:
Miran de la
ribera
seguras
muchas gentes mi caída,
el agua
violenta, el flaco aliento.
Los unos con
contento,
los otros
con espanto, el más piadoso
con lástima
la inútil voz fatiga:
Yo puesto en
ti el lloroso
rostro,
cortando voz la onda enemiga.
Virgen, del
Padre Esposa,
dulce Madre
del Hijo, templo santo
del inmortal
Amor, del hombre escudo:
no veo sino
espanto;
Si miro la
morada, es peligrosa;
si la
salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo
crudo,
desnuda la
verdad, muy proveída
de
valedores, de armas la mentira:
La miserable
vida
sólo, cuando
me vuelvo a ti, respira.
Virgen, que
al alto ruego
no más
humilde Sí diste que honesto,
en quien los
cielos contemplar desean:
Como terrero
puesto,
los brazos
presos, de los ojos ciego,
a cien
flechas estoy que me rodean,
que en
herirme se emplean;
Siento el
dolor, mas no veo la mano,
ni puedo
huir, ni me es dado escudarme:
Quiera tu
soberano
Hijo, Madre
de amor, por ti librarme.
Virgen,
lucero amado,
en mar
tempestuosa clara guía,
a cuyo santo
rayo calla el viento:
Mil olas a
porfía
hunden en el
abismo un desarmado
leño de vela
y remo, que sin tiento
el húmedo
elemento
corre; la
noche carga, el aire truena,
ya por el suelo
va, ya el cielo toca:
gime la rota
antena:
Socorre
antes que embista en cruda roca.
Virgen, no
inficionada
de la común
mancilla y mal primero,
que al
humano linaje contamina:
Bien sabes
que en ti espero
desde mi
tierna edad; y si malvada
fuerza, que
me venció, ha hecho indina
de tu guarda
divina
mi vida
pecadora: tu clemencia
tanto
mostrará más su bien crecido,
cuanto es
más la dolencia,
y yo merezco
menos ser valido.
Virgen, el
dolor fiero
añuda ya la
lengua, y no consiente
que publique
la voz cuanto desea:
Mas oye tú
al doliente
ánimo que
continuo a ti vocea.
DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
En el profundo del abismo estabas
del no ser encerrado y detenido,
sin poder ni saber salir afuera,
y todo lo que es algo en mí faltaba,
la vida, el alma, el cuerpo y el sentido;
y en fin, mi ser no ser entonces era,
y así de esta manera
estuve eternamente
nada visible y sin tratar con gente,
en tal suerte que aun era muy más buena
del ancho mar la más menuda arena;
y el gusanillo de la gente hollado
un rey era, conmigo comparado.
Estando, pues, en tal tiniebla oscura,
volviendo ya con curso presuroso
el sexto siglo el estrellado cielo,
miró el gran Padre, Dios de la natura,
y viome en sí benigno y amoroso,
y sacóme a la luz de aqueste suelo,
vistióme de este velo,
de flaca carne y güeso,
mas diome el alma, a quien no hubiera peso,
que impidiera llegar a la presencia
de la divina e inefable Esencia,
si la primera culpa no agravara
su ligereza y alas derribara
¡Oh culpa amarga, y cuánto bien quitaste
al alma mía! ¡Cuánto mal hiciste!
Luego que fue criada y junto infusa,
tú de gracia y justicia la privaste,
y al mismo Dios contraria la pusiste;
ciega, enemiga, sin favor, confusa,
por ti siempre rehúsa
el bien, y la molesta
la virtud, y a los vicios está presta;
por ti la fiera muerte ensangrentada,
por ti toda miseria tuvo entrada,
hambre, dolor, gemido, fuego, invierno,
pobreza, enfermedad, pecado, infierno.
Así que en los pañales del pecado
fui, como todos, luego al punto envuelto
y con la obligación de eterna pena,
con tanta fuerza y tan estrecho atado,
que no pudiera de ella verme suelto
en virtud propia ni en virtud ajena,
sino de aquella (llena
de piedad tan fuerte)
bondad, que con su muerte a nuestra muerte
mató, y gloriosamente hubo deshecho,
rompiendo el amoroso y sacro pecho,
de donde mana soberana fuente
de gracia y de salud a toda gente.
En esto plugo a la bondad inmensa
darme otro ser más alto que tenía,
bañándome en el agua consagrada;
quedó con esto limpia de la ofensa,
graciosísima y bella el alma mía,
de mil bienes y dones adornada;
en fin, cual desposada
con el Rey de la gloria,
¡oh, cuán dulce y suavísima memoria!,
allí la recibió por cara Esposa,
y allí le prometió de no amar cosa
fuera de él o por él, mientras viviese.
¡Oh, si, de hoy más siquiera, lo cumpliese!
Crecí después y fui en edad entrando;
llegué a la discreción, con que debiera
entregarme a quien tanto me había dado,
y, en vez de esto la lealtad quebrando,
que en el bautismo sacro prometiera
y con mi propio nombre había firmado,
aún no hubo bien llegado
el deleite vicioso
del cruel enemigo venenoso,
cuando con todo di en un punto al traste.
¿Hay corazón tan duro en sí, que baste
a no romperse dentro en nuestro seno,
de pena el mío, de lástima el ajeno?
Más que la tierra queda tenebrosa,
cuando su claro rostro el sol ausenta
y a bañar lleva al mar su carro de oro;
más estéril, más seca y pedregosa,
que cuando largo tiempo está sedienta,
quedó mi alma sin aquel tesoro,
por quien yo plaño y lloro,
y hay que llorar contino,
pues que quedé sin luz del Sol divino,
y sin aquel rocío soberano,
que obraba en ella el celestial verano;
ciega, disforme, torpe y a la hora
hecha una vil esclava de señora.
¡Oh, Padre inmenso, que inmovible estando
das a las cosas movimiento y vida,
y las gobiernas tan süavemente!,
¿qué amor detuvo tu justicia, cuando
mi alma tan ingrata y atrevida,
dejando a ti, del bien eterno fuente,
con ansia tan ardiente
en aguas detenidas
de cisternas corruptas y podridas,
se echó de pechos ante tu presencia?
¡Oh, divina y altísima clemencia,
que no me despeñases al momento
en el largo profundo del tormento!
Sufrióme entonces tu piedad divina
y sacóme de aquel hediondo cieno,
do, sin sentir aún el hedor, estaba
con falsa paz el ánima mezquina,
juzgando por tan rico y tan sereno
el miserable estado que gozaba,
que sólo deseaba
perpetuo aquel contento;
pero sopló a deshora un manso viento
del Espíritu eterno, y, enviando
un aire dulce al alma, fue llevando
la espesa niebla que la luz cubría,
dándole un claro y muy sereno día.
Vio luego de su estado la vileza,
en que, guardando inmundos animales,
de su tan vil manjar aún no se hartara;
vio el fruto del deleite y de torpeza
ser confusión, y penas tan mortales;
temió la recta y no doblada vara,
y la severa cara
de aquel juez sempiterno;
la muerte, juicio, gloria, fuego, infierno,
cada cual acudiendo por su parte,
la cercan con tal fuerza y de tal arte,
que, quedando confuso y temeroso,
temblando estaba sin hallar reposo.
Ya que, en mí vuelto, sosegué algún tanto,
en lágrimas bañando el pecho y suelo,
y con suspiros abrasando el viento:
«Padre piadoso, dije, Padre santo,
benigno Padre, Padre de consuelo,
perdonad, Padre, aqueste atrevimiento;
a vos vengo, aunque siento,
de mí mismo corrido,
que no merezco ser de vos oído;
mas mirad las heridas que me han hecho
mis pecados, cuán roto y cuán deshecho
me tienen, y cuán pobre y miserable,
ciego, leproso, enfermo, lamentable.
Mostrad vuestras entrañas amorosas
en recebirme agora y perdonarme,
pues es, benigno Dios, tan propio vuestro
tener piedad de todas vuestras cosas;
y si os place, Señor, de castigarme,
no me entreguéis al enemigo nuestro;
a diestro y a siniestro
tomad vos la venganza,
herid en mí con fuego, azote y lanza;
cortad, quemad, romped; sin duelo alguno
atormentad mis miembros de uno a uno,
con que, después de aqueste tal castigo,
volváis a ser mi Dios, mi buen amigo».
Apenas hube dicho aquesto, cuando
con los brazos abiertos me levanta
y me otorga su amor, su gracia y vida,
y a mis males y llagas aplicando
la medicina soberana y santa,
a tal enfermedad constituida,
me deja sin herida,
de todo punto sano,
pero con las heridas del tirano
hábito, que iba ya en naturaleza
volviéndose, y con una tal flaqueza,
que, aunque sané del mal y su accidente,
diez años ha que soy convaleciente.
Al salir de la cárcel
Aquí la
envidia y mentira
me tuvieron
encerrado:
dichoso el
humilde estado
del sabio
que se retira
de aqueste
mundo malvado;
y con pobre
mesa y casa
en el campo
deleitoso,
con sólo
Dios se compasa,
y a solas su
vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.