JUSTO BERNARDO
Esquema para la celebración del perdón
1. Cántico de entrada: “Perdona a tu pueblo” u otro tradicional o moderno.
2. Monición de saludo. En una circunstancia política de desencanto y malestar, en una circunstancia económica de estancamiento y regresión, posiblemente con una experiencia familiar problematizada en la relación de la pareja o en la relación padres-hijos, tal vez en una situación personal de desconcierto, angustia, falta de plenitud, alegría y paz, desde una naturaleza manchada de plásticos, chatarra y toda clase de basuras, nos acogemos hoy, aquí, en busca de perdón, de luz y de paz.
El padrenuestro —nuestro carnet de identidad como se nos decía al principio— nos enseña a encontrar en Dios el perdón de nuestras deudas y a descubrir en El la exigencia de perdonar a nuestros deudores.
Digamos con San Pedro en su primera carta: “¡Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor, Jesús el Mesías! Por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo… para la herencia que no decae, ni se mancha ni se marchita.” A El la gloria por los siglos de los siglos. R/ Amén. Oración (Ritual, n.° 111 y 115)
3. Lecturas: 1.a: Is 1. 10-18 (Ritual, n.° 123).
Cántico interleccional, referente a la Palabra. 2.a: Mt 18, 21-35 (Lec., vol. I, pág. 257).
4. Homilía.
Perdónanos nuestras deudas
En esta celebración, os invito y me invito a mí también a:
- Reconocer que somos pecadores,
- Reconciliarnos con Dios y los hermanos, y
- Re-descubrir nuestra feliz identidad (vocación y misión) cristiana de “trabajadores de la paz”, que se dice también “hijos de Dios”.
Escribe San Pablo a los romanos:
“Todos están bajo el dominio del pecado; así lo dice la Escritura:
Ninguno es inocente, ni uno solo,
no hay ninguno sensato, nadie que busque a Dios.
Todos se extraviaron, igualmente obstinados,
no hay uno que obre bien, ni uno solo.
Mientras halagan con la lengua
con veneno de víboras en sus labios.
Su boca está llena de maldiciones y fraudes,
sus pies tienen prisa para derramar sangre; destrozos y ruinas jalonan sus caminos,
no han descubierto el camino de la paz.
El respeto de Dios no existe para ellos.
… con esto se les tapa la boca a todos y el mundo entero queda convicto ante Dios. Porque ‘nadie podrá justificarse queda convicto ante Dios. De la ley es dar conciencia del pecado” (Rom 3, 10-20).
Yo os pregunto y me pregunto de entrada: ¿tenemos conciencia de pecado?
O, al oír a San Pablo y la Escritura que “no hay quien busque a Dios”, “sus pies tienen prisa por derramar sangre”, “no hay respeto de Dios”, ¿hemos pensado en los otros?
Es más fácil ver el pecado en los demás.
Yo os invito, me invito, como Natán a David, a verlo en nosotros: “Ese hombre eres tú” (II Sam 12,7). Nos explica San Lucas que la parábola del fariseo y el publicano la dijo Jesús “por algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” (Lc 18,9).
Los grandes pecados, como el de David, se dan en el ámbito de la vida. Y nosotros pretendemos engañarnos, refugiarnos y sentirnos seguros en el ámbito del culto.
Arrancar esta venda de los ojos de Israel y enfrentar al pueblo y sus dirigentes con su mal obrar y con su desconocimiento del bien obrar, fue una de las duras tareas de los grandes profetas de Israel.
En la primera lectura hemos proclamado la Palabra de Dios leyendo a Isaías para que nadie de nosotros se engañe con ayunos y oraciones de fórmula, cincuentenarios y novilunios. El señor nos dice claramente —y que nadie se escandalice— que está harto, que cierra los ojos, que no es eso.
Los grandes pecados, como los de los fariseos, se dan en el ámbito de las actitudes profundas, donde se juega “el buen corazón, la justicia y la lealtad”. Y nosotros nos engañamos, nos refugiamos y sentimos seguros en los cumplimientos, en los reglamentos de limpiar platos, colar mosquitos, blanquear sepulcros (Mt 23).
El fariseísmo es tentación permanente del hombre religioso.
Es Jesucristo mismo quien nos advierte del engaño de creerse mejores, de sentirse seguros: “Si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también” (Lc 13,1-5).
No hay tiempo para insistir y concretar en estas dos falsas seguridades, contra las que la Palabra de Dios nos advierte continuamente. Pero sí quiero decir algo sobre los que se extraviaron, “igualmente obstinados”, por otros caminos.
Me refiero a los que en lugar de hacer la voluntad divina, bien y el mal según su real saber y entender y hoy se sienten, como ellos, desnudos, sufrientes, expulsados.
A los que queriendo, como los constructores de la torre de Babel, en lugar de santificar el nombre de Dios, hacer famoso su nombre proyectando torres que llegaran hasta el cielo; y hoy, como aquellos, abandonada la obra, se encuentran confusos y dispersos.
Reconozcamos nuestros pecados, “porque Dios encerró a todos en la rebeldía, para tener misericordia de todos” (Rom 11,32).
Reconciliarnos con Dios y los hermanos
Cuando reconocemos y confesamos nuestros pecados. Atraemos el perdón y la misericordia de Dios, y se produce el encuentro y la reconciliación de los hombres.
Ya en el Antiguo Testamento encontramos este hermoso texto del Eclesiástico:
‘Perdona la ofensa de tu prójimo,
Y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?
No tiene compasión de su semejante,
¿y pide perdón de sus pecados?
Si él, que es carne, conserva la ira,
¿quién expiará por sus pecados?
Piensa en el fin y cesa en tu enojo…” (28,2 ss.)
Y este otro de la Sabiduría:
‘A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.
Todos llevan tu soplo incorruptible.
Por eso corriges poco a poco a los que caen,
les recuerdas su pecado y los reprendes,
para que se conviertan y crean en ti, Señor.
Que el hombre justo debe ser humano, e infundiste a tus hijos la esperanza.
Pues dejas arrepentirse a los que pecan” (11,26; 12,1-2.19)
En el padrenuestro, y en el grupo de las tres peticiones que hacen referencia a nosotros, es central ésta: “perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Terminado el padrenuestro, San Mateo en los dos versículos siguientes nos da un resumen de la doctrina sobre el perdón: “Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas” (Mt 6,12.14-15).
No podríamos hacer nosotros mejor resumen del evangelio que hemos proclamado como segunda lectura de esta celebración.
El perdón es actitud central en el cristianismo.
Nos constituye hijos de Dios:
“Si queréis a los que os quieren, ¡vaya generosidad! También los descreídos quieren a quien los quiere. Y si hacéis el bien al que os hace el bien, ¡vaya generosidad!. También los descreídos lo hacen… ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada, así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los malos y desagradecidos. Sed generosos como vuestro Padre es generoso.
Además, no juzguéis y no os juzgarán; no condenéis y no os condenarán; perdonad y os perdonarán… La medida que uséis la usarán con vosotros” (Lc 6, 32-38).
“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol…” (Mt 5,43-45).
Nos hace discípulos de Jesús, el Hijo:
Esteban, imitando el perdón de Cristo en la cruz (Lc. 23,34), también muere perdonando: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. “Y con estas palabras expiró” 23,34), (Hech 7,60).
Seamos, pues, hijos de Dios y discípulos del Hijo predilecto. Escuchémosle y “seamos buenos del todo” (Mt 5,48).
Estad seguros que si sabemos vencer el mal a fuerza de bien (Rom 12,21), ya no hay pecado, Dios nos ha perdonado, estamos reconciliados con Dios. ¡Sólo queda celebrarlo!
Re-descubrir nuestra feliz identidad
¿Hemos reencontrado en el padrenuestro nuestra vocación y misión, la tarea y oración de nuestro grupo?
En el mundo, en la sociedad en la que deberíamos encontrarnos desterrados y extranjeros, se defienden intereses y se imponen ideas con las armas y las leyes, se controla la información, se usa y abusa de la publicidad y propaganda, se estilan otras muchas malas mañas. Cada día vemos y oímos el resultado de estos intereses y estos procedimientos: millones de hambrientos mientras nos sobra de todo; pueblos que gastan millones de millones en armamento y pueblos desheredados y masacrados; jóvenes marginados y drogados de mil formas; ancianos con pensión y soledad. Todos sabemos lo que está pasando lejos y cerca, a gran escala y en cada casa.
Esta es la obra de unos adultos, muchas veces formados en nuestros colegios, bautizados y casados en nuestras parroquias, tal vez participantes de nuestra comunión sacramental y afectiva, tal vez de familias muy católicas.
“Queridos hermanos y hermanas —dice el Papa—, cuaresma es tiempo de verdad.”
¿Vemos la verdad? ¿Queremos ver y aceptar la verdad? ¿Estamos dispuestos a seguir la verdad?
Para nosotros no hay más que una verdad: Jesús, el Hijo de Dios, que vino a este mundo. Nosotros queremos seguirle. Y nosotros sabemos que Él lo hizo independientemente de Roma, de Herodes y Pilatos, de saduceos, fariseos y zelotas.
Urge liberarse de ideologías y praxis de este mundo. Urge dejar los viejos pecados, superar las viejas tentaciones, no volver a caer en los viejos errores. Nosotros no somos, no debemos ser de este mundo. No tenemos, no debemos tener nada que imponer, nada que defender. Nosotros no podemos, no debemos poner nuestra esperanza en el dinero, en el poder. Con estos medios se edifica el reino, la gloria y la voluntad de este mundo.
Nosotros debemos ser luz y fermento de otro reino, otra voluntad y otra gloria. Usar otros medios, tener otras actitudes, fomentar otros valores, poner la esperanza en otras promesas.
Urge vivir y ofrecer al mundo la novedad.
¿Quién tiene entre nosotros la novedad de Dios, el espíritu del reino, el regalo de la bondad, la bienaventuranza de la paz?
No desde mi vida, que no es mejor que la de nadie, pero sí desde la Palabra de Dios, me atrevo a deciros y decirme: No andemos agobiados por la vida pensando en la situación política y económica, en la actuación del Parlamento u otras fuerzas de este mundo “¡Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas!” (Mt 6,32).
Nosotros elijamos ser pobres, porque éstos tienen a Dios por Rey.
Nosotros trabajemos por la paz, y estemos seguros de que Dios nos va llamar hijos suyos.
¿Hacia quién levantaremos la vista en este mundo, a quién tenderemos las manos en estos tiempos, a quién dirigiremos nuestra voz balbuciente para decir “Padre”?
Nosotros sabemos que no hay más Padre y Señor que el Dios del cielo; y que todos nosotros somos hermanos (Mt 23,8ss).
Confesión general (Ritual, n.° 131) y Preces-examen (Ritual, n.° 348).
Confesión y absolución individual (Ritual, n.° 133).
Cántico de acción de gracias: “El Señor hizo en mí maravillas” o algún otro.
Oración final (Ritual, n.° 142).
Rito de conclusión (Ritual, n.° 143).
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