Nace en Antequera (Málaga) el 9 de Octubre de 1909. Entre 1992 y 2006 recibe diversos premios que reclaman su olvidado e indudable valor literario: Hijo Predilecto de Andalucía en 1992, Medalla de Oro de la ciudad de Antequera en 1992, Hijo Predilecto de Málaga en 1998 (junto a sus desaparecidos Altolaguirre, Prados, Hinojosa y Moreno Villa), Medalla de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo 1995, Premio de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset 1997 (por Ensayos anglo-andaluces), Premio Nacional de Poesía 1998 (por Objetos perdidos), Premio Luis de Góngora y Argote 1998, Medalla de la Fundación Menéndez Pelayo 2004 y Premio Andalucía de la Crítica 2007 en Narrativa (por El Comendador). La concesión en 2002 del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana supone el eslabón fundamental del tardío y merecido reconocimiento público a su trayectoria creativa. La elegancia, la extraordinaria humildad y el humanismo que definen a Muñoz Rojas (y que la crítica, desde Fernando Ortiz, ha reconocido unánimemente) han hecho que, entre otros factores, su obra haya permanecido en un plano discretísimo con respecto a generaciones y grupos literarios, antologías y estudios de historia literaria española; sirva como complemento a esta hipótesis el hecho de que el autor rechazase en su día la posibilidad de un asiento en la Real Academia Española de la Lengua. Además, su labor creativa presenta, por sus características originales e individuales, un difícil encasillamiento dentro de este tipo de estudios. Hoy ya es una realidad que Muñoz Rojas es generalmente considerado uno de nuestros “clásicos modernos”, como diría Dámaso Alonso desde que lo leyó por primera vez.
ME DICEN QUE OS DIGA
Soy un poeta
que tiene
la voz
temblorosa, y no sabe
qué clase de
luz se le viene a las manos,
y cómo
disponerla, y decirles
a los demás
la clase de luz
que se le
viene de pronto, sin saberlo, a las manos.
No sabría
deciros, si alguien
no estuviera
por dentro diciendo:
“Di ahora:
La luz tenía esta forma,
y una vez
comenzado sigue siempre
no sé muy
bien qué luz sea ésta;
no sabría
deciros de la voz.
Soy un poeta
a quien se le dice.
Escucho. Os
hablo. Acaso me entendáis.
De esto que
digo apenas sé la forma.
Siento una
resonancia, pego el oído.
Se viene la
palabra como un agua.
“Diles esto.
No digas otra cosa.”
No es triste
ni alegre. No es triste
ni alegre un
poco de ceniza.
Es un poco
de ceniza. Si lo vemos,
decimos: Es
sólo un poco de ceniza.
Claro que no
digo lo que tengo pensado,
porque
tampoco lo sé muy bien. Me dicen
que os diga.
Nunca dicen:
“Diles algo
que entiendan”. Simplemente:
“Diles”, y a
veces solamente
es como un
poco de ceniza.
Como una
chispa de luz que la ceniza
lleva
olvidada, y otras veces
es un
derramarse de algo como la tristeza
o la
alegría.
No me hagáis
responsable.
Más vale que
paséis sin parar.
Uno es un
poeta que ve de pronto una rendija
abierta a
una luz indudable.
ROMANCE DE
LA LUNA SOLA
La luna es
rueda de un carro
que tenía
cuatro ruedas.
Yo le
pregunté a la luna:
¿Dónde están
tus compañeras?
-¿La de oro?
Esa se fue,
rueda que te
rueda, rueda,
a juntarse
con su hermana
dormida
sobre las trenzas
de tu novia.
La de
diamante
también se
fue hacia la tierra,
y se
encontró allí un hermano
en su
corazón de piedra.
La de
cristal se rompió
caminito de
la tierra;
yo supe
después que fue
porque los
hombres no vieran
que era
negra turbiedad
la que
creían transparencia.
-;Y tú,
Luna?
Aquí me
tienes,
rueda que te
rueda, rueda,
sin compañeras
ni carro,
esperando
que me quieras.
DEL AIRE
Mirada,
negro copo definido,
cortando
leve y ágil la nevada.
Paralela
nerviosa mano helada,
otro copo
del aire retenido.
Ya la
batalla empieza. Artillería
celeste,
derribando torreones,
alzados
porque triunfen tus cañones
en la blanca
victoria de este día.
Muerte del
Sol encima de las nubes.
Tarde,
entierro. Mañana, funerales.
Vida del Sol
si hasta las nubes subes,
y ciego Sol
si bebe en tus cristales.
Los árboles
sus sombras han perdido
y la hoja se
queda en pensamiento.
Cartas urgentes
al Otoño han ido.
(En el sello
un caballo vence al viento).
“No vendrá
hoja. Suspende tu viaje”.
-El Otoño,
escribiendo sus memorias.
Me iré a la
Luna. Lo que llevo traje
a contar
como nuevas mis historias.
Y al Viento
por el hilo desatado:
¿Qué hará,
Viento, sin hoja, tu lamento?
sobre su
tumba el Aire arrodillado,
encomendando
está el alma del Viento.
Hay una
bella forma que se va.
La nieve
dulcemente retenida.
Apenas
iniciada, yerta huida.
Sobre mi
corazón la nieve está.
AMOR DE
TODAS LAS COSAS [1935]
Amor de
tantas cosas bajo el sol como existen,
de troncos y
de cuellos, de hombros y de playas,
a los que
sólo amor dicen mar y destino.
Amor de
cuántos ríos y cuántos horizontes,
de cabellos
de niño y cuerpos que descansan,
de lomos de
animales, y de huellas recientes.
Con una voz
de fuego en las aguas tranquilas.
Amor de
tanto amor como no tiene nombre
y tiene
residencia en estancias o pechos,
de palabras
y labios que se buscan sin suerte,
de besos y
de cantos que el aire no recoge,
de tanta
mano inútil como el amor ignora.
Amor de
tanta frente que se reclinaría
si una peña
dijera: ahí está mi ternura,
y de tanta
mejilla como la muerte siega
sin que un
signo de amor lleve sobre sus pétalos.
Amor de
tantos ojos que se abren a esperar,
de tanta
rosa inútil que esperando se cierra,
de la lluvia
y el alba que aparecen reunidas
cuando el
invierno muestra el dedo sobre el labio.
Amor de
tanta herida y tanta dulce frente,
de tanto
vuelo libre y tanto surco abierto,
amor de la
firmeza con que los miembros aman,
de la brisa
que viene y el pájaro que vuelca
un arroyo de
amor cada vez que enmudece.
Amor, ¡a
cuánta cosa y tiempo donde ir!
¡Cuántos
juegos en ti en que tocar la vida!
¡Y cuántas
mudas aguas en que ver la muerte!
IX
Amor, te
tengo abandonado y no lo mereces,
no mereces
que los hombres no te saluden cuando pasas,
ni te den
una limosna cuando la pides.
Amor, eres
un pordiosero,
y debieras
ser un rey.
¡Qué penas,
amor mío, llevas pintadas
en tu cara
bellísima!
¡Cuánto
debes haber sufrido!
Realmente mi
vida ha sido un calvario
con una cruz
de miradas.
Si
quisieras, podrías refrescarte en mis lágrimas
porque,
aunque mis lágrimas son ardientes,
son frías
para tu cuerpo moreno,
amor, para
tu lengua fina
como la de
las víboras,
para tu
ferviente sed
y tus
historias conmovedoras.
Ven y
sentémonos junto a la chimenea,
oye el
cuento que nunca oíste.
El silbido
del tren era un anuncio.
Qué, ¿no te
conmueve, amor?
¿ni la leve
penumbra de tu ceja?
¿ni el
rubor,
ni la hoja,
ni ese roce
último que no se siente
y sin
embargo es la carne?
Entonces,
¿eres de hielo?
¿no eres de
este mundo?
¿estás aquí,
o eres lo
que hay entre las manos
cuando se
estrechan fuertemente?
XIV
Ya te tengo
aquí y no quiero más.
¿Qué más
puede querer
quien tiene
la boca llena,
las manos
llenas,
los ojos
llenos,
aunque tenga
vacío el estante de los libros,
y un día,
cuando quiera leer sobre el amor,
encuentre
que no figura en los diccionarios de las nubes?
No os extrañe;
en este
reino tan dilatado,
-en esta
nubecilla-
nadie, ni
siquiera tú,
sabe
escribir la palabra amor.
Esta
palabra, cuando joven,
se creyó
ligera
y, sin
debida autorización de sus padres,
partió para
países lejanos,
donde ha
emblanquecido su cabeza,
y tose
cuando habla,
y tropieza
si anda,
y no puede
saltar limpiamente,
ni resistir
otra temperatura más alta
que la más
alta cima de tu pecho.
XXII
Amor, acaso
tu que recorres mi sangre
sepas dónde
nace este arroyo,
acaso te
hayas sentado en su orilla
viendo
copiarse los árboles y el crepúsculo.
Acaso te
hayas entristecido
oyendo los
violines,
y hayas
deseado que este arroyo
fuera
siquiera un río modesto,
para
ahogarte tranquilamente
en sus aguas
espesas y saladísimas.
Es difícil
que puedas suicidarte,
porque
ninguna profundidad
te llega al
hombro
y ningún
cuchillo es más afilado que tu cuello.
Amor, ¿dónde
acomodaremos esta tarde
que se pega
de tal modo a nuestro cuerpo?
¿No tienes
un rincón en tus ojos?
¿Y en tu
pelo?
¿En alguno
de tus valles?
Compadezcámosla,
que ella sí
que no sabe por qué vino a este mundo,
ni por quién
derrama su sangre.
Nosotros
sabemos
que estamos
para amarnos,
y sabemos
para lo que sirven las heridas
y para lo
que no sirven.
Pero a ella
la cogieron diciéndole:
“Reclínate
en el hombro”.
-¿Sabéis lo
que he de hacer?
¡Oh amiga
nuestra, serénate!
todavía
sobra una piedra
para que tú
te sientes;
este cántaro
está lleno de ternura.
Bebe;
ya ves,
mejora tu cara,
se te caen
esos malvas enfermizos.
¿Y el
destino?
No pienses
en los elefantes.
¿Y el
destino?
Mira el
balanceo de esa rama,
la caída de
esa fruta.
Pero ¿quién
te arrancó los ojos,
y cómo
puedes llorar sin ellos?
Amor, que
está lloviendo
y olvidamos
imprudentemente nuestro paraguas.
Amor, que
nos mojamos,
que es ya
tarde,
nos esperan
la cena y el brasero.
Mas te has
dormido
en mitad de
estos campos.
¡Salta!
Amor, ¿pero
te has muerto?
LA MADRE
Y la madre
soñaba oscuramente:
será rubio,
tendrá estos ojos mismos.
Le amarán
las muchachas. Una tarde,
de pronto,
llorará junto a una rosa.
Le crecerá
la angustia sin saberlo,
y cada nuevo
umbral será una herida.
Temblará al
traspasarlos, hijo mío,
acaso una
paloma, acaso nada.
El viento
por la frente, las caídas
hojas que se
acumulan, los rumores
del corazón
callados. Nadie sabe
las formas
repentinas de la dicha.
Yo lo siento
aquí hondo en mis entrañas
el río de
tus años que me deja
una
nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi
corazón como la sangre.
Me hace toda
ribera, toda muro,
donde lamen
las aguas de tu vida.
Torno otra
vez a ser niña jugando,
corriendo
como niña entre las rosas.
¡Oh sueño en
mis entrañas! ¡Oh alto río,
resonando de
siempre en mis entrañas!
POEMA A LO
DIVINO
Porque el
mar no es bastante,
ni el río o
la paloma.
Que no
siendo tu espejo,
ni el espejo
del cielo
o el espejo
del agua.
(Otro espejo
sería
una lámina
helada
respondiendo
con muerte
a la cara
del alba.)
Que no
siendo tu aire,
¡qué plomo,
qué ceguera
respiran los
pulmones!
Que no
siendo tu luz,
los ojos no
hallan otra.
Saber que
siempre tú,
en la roca y
la planta.
Tú en la
estrella y la ola,
en la espiga
y la ceja.
Un pico de
tu manto,
bien de azul
o de nube,
un dejarme
caer
tu mirada o
tu mano.
(Tus singulares
manos,
que la piel
o la pluma,
la montaña y
el río.)
Ni importa
que se acabe
con los
mundos el mundo;
que el
tiempo no halle puente
y lamente su
sino.
Ni que se
tronchen albas
y ponientes,
lo mismo
que tallos
cuando aún
no hay un
hombro dispuesto.
Cómo pesa tu
peso
sobre todas
las cosas.
Cada viento,
tu aliento.
tu luz, cada
mañana.
Y ¡qué vida
la tuya,
con la
noche! ¡Qué exacta
tu presencia
en las horas!
¡Qué olor
das a la noche
al
prestársela al mundo!
¡Qué hermoso
nacer para esto que nacemos!
para
entregarle cada día al sol nuestros cuerpos
y los
cabellos al mensaje que la lluvia les trae;
para
escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros.
¡Qué hermoso
nacer entre praderas,
o entre
collados que nos dicen: “Recuéstate”;
ir con el
indolente pie dudando
si usar de
la oferta de sombra que la nube y el árbol,
a una con su
belleza, nos brindan!
O entre los
ríos que sólo tienen palabras de dulzura.
¡Qué hermoso
nacer para entregarse a los hermosos cabellos
que, extendidos,
son ríos que de pronto se callan,
dejando
ardiendo los deseos renovados del aire,
y los
hombros, remansos del cuerpo,
donde la
pasión se reclina y refresca,
y las
cinturas y las piernas como saetas!
¡Qué hermoso
nacer y darse al gran amor de la tierra,
y ofrecerle
materia y lugar de expresarse;
qué hermoso
escucharlo cuando el sol se nos pierde,
y saber que
sólo se trata de un viaje pasajero,
que
continuamos y continuamos, que somos expresiones,
que el agua
está entendiendo lo que digo
tan bien
como tú a quien mi canción se dirige!
¡Qué hermoso
pensar que el mar es dondequiera,
extensión
dondequiera, de aguas convocadas,
que en azul
o que en verde le contestan al cielo,
como tus
ojos, que responden con color a los míos!
Y si digo
“Tierra”, pienso lo que piensas,
lo que todos
sentimos, compañía
y morada
donde el amor tuvo nombre,
lugar que
nunca rehusó asilo
a miembros
humanos por cansados que fueran.
Y entre
tantas cosas que de amor son motivo,
no hay sitio
para nada que el amor no proclame;
que todo lo
que se nombra tiene belleza en nombrarlo,
incluso esta
canción que a ti va como un ave.
Hermoso, por
la virtud que confiere a las cosas,
el nombre,
con sólo rozarlas,
las saca a
la vida donde no hay resquicio
para nada
sin nombre o belleza.
¡Qué hermoso
nacer y sacarle a los pechos de nuestras
madres esa
leche de tan blanca hermosura,
y amarla, y
a las cosas, e irse diciendo:
“Esta es la
lengua del amor, y no hay otra;
y quien no
hable de amor no ha nacido,
que sólo al
amor se nos dio nacimiento”.
Decir amor y
perderme es lo mismo,
mas no
decirlo es peor que la muerte:
que en un
instante abre el sentido a todas las hermosuras.
¡Qué hermoso
nacer para morir,
y
repentinamente ver la claridad que el agua y la llama llevan en si mismas,
y ver la
contenida hermandad de muerte y belleza,
la obra de
Dios entre las obras!
¡Oh, qué
gran rosa en las manos la muerte!
¡Oh sombra
que aclara las sombras!
Esta gran
rosa, la muerte, nos fue dada
porque entre
tanta hermosura vamos a ciegas,
porque los
ojos son chicos y el mar inmenso,
y el tiempo
de ver reducido sin tino,
y las cosas
con un revés que no alcanzamos.
Mas con esta
rosa, Señor, ya no hay duda,
sino
hermosura doquier, que es tu nombre.
Soledad de
las horas,
soledad
fabricada con compañías deshechas
de seres que
quisimos, cuya presencia es viva,
y sin
embargo nos acompañan.
La soledad
es clamor que se endereza a todo,
es gana de
hacer hombros de los simples collados,
palabras de
la brisa,
y lenguaje
del cielo el caer de la lluvia,
y luces de
esperanza las de cada lucero.
Soledad
entre las cosas
que no
entiendan la lengua que nosotros hablamos:
que digamos
“la roca” y la roca no oiga,
y que la luz
y el agua no siempre se comprendan,
ni el agua
la mirada que perdí y ya no encuentro.
De que le
falte seno al árbol y esté errante
tu espíritu
por todo, sin encontrar refugio
donde yo te
supiera y corriera a buscarte
cuando
sintiera débiles mis hombros para el peso
de las
tardes, o graves mis miembros cuando el alba
golpea con
sus nudillos las puertas de la tierra.
Soledad de
las noches, soledad de los lechos.
Desiertos
son los lechos sin orillas que besen
los labios
de las olas, desiertos son los lechos.
La soledad
no tiene trato con la esperanza,
ni la fe ha
caminado nunca cerca de ella.
Solo el
hombre en la tierra;
la tierra
sola sigue.
Sola la voz
del hombre y el rodar de la tierra.
Igual que
una promesa, la mujer fue anunciada,
y huyó la
soledad arrastrando a los hombres.
EL CRISTO DE
VELAZQUEZ
Inmóvil y
perfecto, estás clavado.
Nuestra
mortal angustia se estremece
cuando ni
sombra de dolor parece
donde todo
el dolor se ha consumado.
Grita,
Señor. Retuércete. ¿El costado
no atravesó
una lanza? ¿No te mece
el dolor en
su cuna? ¿Qué flor crece
en tu
frente, que así te ha coronado?
¿No es tu
sangre de hombre la que vierte
el cuerpo,
ni sudor el que derramas,
ni peso
humano el que te tiene inerte?
¿Por qué,
entonces, Señor, hombre, no clamas?
¿O es que te
tiene en pie frente a la muerte
la fuerza de
lo mucho que nos amas?
CORPUS
CHRISTI
La alondra
al vuelo y la campana al vuelo!
Traiga la
abeja cera en sus panales,
traiga el
arroyo sol en sus cristales,
traiga el
aire su flor, su luz el suelo.
traiga la
vid su gozo, y su revuelo
en las
campiñas traigan los trigales,
que ya son
nuestros panes celestiales
y nuestros
vinos son sangre del cielo.
Que la
azucena y la gayomba cante,
y el pífano,
el tambor y la campana,
cuanto en
flor o sonido se pronuncia,
porque viene,
dulcísimo y vibrante,
el Señor de
la era y la mañana
por un
camino de romero y juncia.
PASO DE DIOS
Señor, ¡cómo
has venido azul sobre la tierra,
tras tantos
días oculto tras tu lluvia y tu viento!
Difícil como
un monte, Señor, te vela a veces
tu propio
poderío. Y vamos ciegos, lentos,
lo mismo que
un camino borrado por las yuntas.
Mas hoy tu
sol, tu azul, el aire de tu paso,
un temblor
que decía, Señor, que te acercabas,
hacía todo
vibrante, el tronco y el renuevo,
orlaba las
veredas con la flor, la esperanza,
y un calor
que venía de lo hondo de tus hornos
calentaba la
tierra. ¡Qué vaso rebosante
la tarde,
derramándote, Señor, en su dulzura
sobre tus
mismas cosas! Mi corazón estaba,
como
siempre, al acecho, y temblaba en la espera,
siempre
espía de tus pasos.
Esto
es largo y oscuro.
La palabra
no sirve. La palabra se quiebra.
A veces te
balbuce la lengua, y queda todo
en silencio
y tiniebla. A veces, la mirada
de un niño
te recoge: una luz repentina
que remata
los árboles; la hierba que suspende
una gota que
tiembla: haces de nuestra carne
espejo de un
instante, y luego todo sigue.
Se siente tu
ruido, tu terror, tu belleza.
A ti, la
siempre flor, la siempre viva
raíz, la
siempre voz de mi desvelo;
a ti, la
siempre luz, el siempre cielo
abierto a
dura piedra y verde oliva.
A ti, la
siempre sangre fugitiva
de cuanto en
ti no halló razón y celo;
a ti mi
siempre verso, el siempre vuelo
del torpe
corazón y ala cautiva.
A ti mis
pensamientos, aguardando
antes de
amanecer a que amanezca
para montar
su guardia a tu memoria;
a ti mis
dulces sueños, entornando
puertas al
alba, porque no amanezca
y se pierda
en la luz tu tierna historia.
En esta
clara tarde, en cuyo quicio
reclinado y
cantando está el sosiego,
ha venido a
tocarme con su fuego
y de
entonces me tiene a su servicio.
¡Ay corazón,
sin más ansia ni oficio
que latir en
lo oscuro para luego
reposar en
lo oscuro, y en lo ciego
encontrar la
razón de tu ejercicio!
Igual que el
mar contra la costa quiebra
una vez y
otra vez, tú contra el muro
del pecho tu
pujanza vas quebrando;
y lo mismo
la costa lo celebra
con una
blanca espuma, que en lo oscuro
está siempre
secreta resonando.
Siempre y a
un tiempo cierta e ilusoria.
Así la voz,
así la paz de llena;
la piel como
este trigo de morena,
y de estos
mismos chopos la memoria
en estos
mismos ojos, y la gloria
del viento
en los cabellos, y en la vena
este rumor
de sangre y de colmena,
y de miel y
de flores esta historia.
Siempre te
estoy mirando y esperando,
que por algo
los mares tienen olas
y la luz
amanece cada día;
siempre te
estoy buscando y encontrando
y por eso
estoy solo y nunca a solas
y llamo
soledad mi compañía.
En este
olivarillo de la loma
que apenas
tiene sombra, apenas flores
que ilustren
su pobreza con colores
o alegren su
silencio con aroma,
y que
devuelve en fruto cuanto toma
de la
tierra, y nos da con sus sudores
aceite, que
en dorados resplandores
la dura
oscuridad reduce y doma;
en este
olivarillo, mi consuelo
me vino, sin
saber cómo ni cuándo,
mientras iba
por él entretenido;
no sé si es
de la tierra o es del cielo;
sólo sé que
lo siento aquí alentando
y el corazón
lo tiene por latido.
Gracias ,
Señor, por lumbre, por ribera,
por amoroso
muro y por semilla,
por la mar
que se postra y por la quilla,
por molino y
besana, troje y era.
Por sangre,
por mirada, por ladera
que la vid
ennoblece, y donde brilla
en tus
piedras el sol, por faz sencilla,
y flor en
zanja y mariposa en vera.
Por darme y
por no darme, por tenerme
de tanto
sueño el corazón colmado,
y de tanta
esperanza de ternura
embebidos
los huesos, por haberme
mis techos
con tu paz tan bien cargado,
que gimen ya
las vigas de ventura.
Yo ya sé que
la tierra es cielo que pisamos,
que poco a
poco vamos quedándonos en ella.
Cuando
acordamos nada va quedando en nosotros
en donde no
haya puesto su dulzura la tierra.
Mientras tu
hombro me ofrece mar tranquilo,
mientras
tengo en tus ojos árboles donde vengan
tantas aves
continuas que de los míos se escapan,
mientras esa
ternura que tienes, esa tierra
valiente de
tu carne donde crecen varones,
donde los
ríos de amor caminan sin riberas,
mientras te
tengo, al canto la voz entrego, digo
con la voz,
con el alma, dónde tengo mi tierra.
Ay estrecho
entre mares, brazo de río, cañada
de
hermosura, mi herriza por la tarde, tremenda
herriza
entre olivares, verdor entre barbechos,
entre
veranos fuente, entre labios, ribera.
Desde ti
parto a todo, a ti vuelvo de todo,
y todo me lo
encuentro y todo me lo cuentan
las aguas
infinitas, los granillos menudos,
y siento
hacerse dulce el calor de la sierra
por la
tarde. ¿No sigue? ¿Acaso existe amante
sin espejo?
¿La muerte? Por el río tan ligera,
parece que
es su misma andadura, que el agua
cantando sin
sentirla, en el correr la lleva.
Y es tan
dulce sentirla, la caricia, la mano,
¡tu mano!
Nada tengo sin ti. Si tú supieras
qué honda en
nuestra sangre es su planta que crece,
que nuestra
sangre misma al correr alimenta.
Pero el mar.
En tus brazos he recordado el mar.
El mar desde
tus brazos siempre estuvo tan cerca
entre tantas
memorias como me trae el río,
entre estos
viejos muros y estos olivos viejos,
te he
llevado lo mismo que una bandera joven,
oh amor, que
en lo más hondo de mi sangre te siento.
Tengo los
ojos, ¿cómo? Ya tanto te han mirado
que apenas
te conocen. Ahora empiezan de nuevo.
De nuevo el
pie en los mismos pasos casi olvidados,
de nuevo el
corazón en los mismos senderos.
Acaso
mientras torna la sombra en la ladera
¿no es dulce
que nos llenen el alma, los recuerdos?
de nuevo a
descubrirte, de nuevo a recordarte:
éste es el
hombro, amor, y este amor es el viento
mismo de
aquella tarde, tarde. Las palabras usadas:
“Amor por
los arroyos, mientras tu pie ligero
sembraba
chinas blancas, las aguas salpicaban…”
La
yerbabuena olía y bajaban los cerros
de lo alto
de la tarde a echarse por la noche
como rebaños
grandes de tiniebla y misterio.
El alma se
tendía sobre su dicha. Olía
la
yerbabuena abajo. Los árboles y el viento,
el agua
negra. ¿Cómo serán de noche las aguas?
Por la noche
le sale al agua su misterio.
Tus palabras
sonaban como agua por la noche.
Ahora las
siento claras, brillan como peces. Huelo
como este
boj y fuente, igual que las magnolias
y ya no sé.
Te sigo por tu olor desde lejos,
desde años
te sigo. Aquel jardín lo habían
hecho para
tu paso, todo sin forma y tierno,
igual que
una esperanza, que sólo cuando crece
va cobrando
su forma y comienza a mordernos.
Igual que
tantas cosas. Se llenaban tus ojos
de pronto.
Me decías: “Lo que en mis ojos tengo
te lo daré
algún día.” Y yo: “Cuando las aguas
de esta
noche repasen las orillas del tiempo.”
Cansado de
esperarte me eché a la mar. Brillaba
la mar con
el sol fuerte. Los remos le rompían
las olas, o
iba alegre. Cantaba el corazón.
Tu sombra
entre las venas me pulsaba cautiva.
El corazón
lo mismo que un potro. ¡Qué ancha era
la mar, el
mundo! Daba contra la luz, la cara. Hería
la luz mis
ojos. Era hermosa la mar y vivir por la mar,
y no temer e
ir entrándole a la vida
como un río
sin miedo, con árboles, tranquilo,
sintiendo
poco a poco perderse las orillas.
¡Oh qué
sueño! Sonaban los bosques interiores
de mil
espejos raros. Tocaba maravillas.
Los pies
siempre dispuestos y las manos a alzarse
y la sombra
sin peso, sin sombra perseguida.
5
A ti que en
esta tierra consentida
con el sudor
de tanta noble frente,
de tanta
vieja mano endurecida,
de tanto
surco fiel y diligente,
tanta sangre
gastada y tanta vida
como en ella
ha dejado nuestra gente,
te entregas
a lo hermoso y a lo eterno
de la labor
del campo y su gobierno,
Te va mi
verso en el amor nacido
y en el aire
del campo descuidado,
a tierra,
lluvia y sol agradecido
como a la
piedra viva el lirio alado,
o el almendro
en febrero florecido
contra la
oscura encina del vallado,
y un poco
del temblor de la hermosura
regalarte
quisiera, en tu ventura.
Que por
abril ya esté la flor menuda
colgándole
al olivo gris y leve,
y que ningún
mal viento la sacuda
ni tardo hielo
te la merme aleve;
por agosto
la rama venza ruda
y en fruto
convertido te lo lleve:
hinche el
troje y reviente en el molino
cuando
empieza a cantar el estornino.
Estallen los
granados con su fruto
abierta en
par la risa de su boca,
y que llegado
mayo para el bruto
no sea la
yerba de tus campos poca;
salte la
liebre a tu lebrel astuto,
resude para
ti mieles la roca,
y el
semental al vientre de tus yeguas
para la
primavera no dé treguas.
Que te
zureen a coro las palomas
y te llenen
de paz tus palomares;
y la tendida
viña de tus lomas
haga correr
el vino en tus lagares;
suave el
aire llenen los aromas
de la flor
que se cuaja en tus habares.
Rinda a la
viga en el granero el grano
al rematar
la era en el verano.
Vístanse tus
herrizas de hermosura
y tiemble de
chaparros y coscojas;
por
primavera la corteza dura,
los ramajes,
los troncos y las hojas;
amarillee la
aulaga de ternura:
sierras
azules y campiñas rojas
emparejen
piaras y rebaños
en número y
ventura con tus años.
Acabada la
ronda de las eras
rómpale al
campo tu brabán los pechos,
ordene las
sequizas rastrojeras
en largos
surcos, hondos y derechos.
Otoño
coronado en sementeras,
en montes,
olivares y barbechos
esparza
delicado y silencioso
paz en el
aire y en la luz reposo.
Acaricie la
espiga los estribos
cuando
rompan las mieses como mares
los nobles
pechos y los cascos vivos
de tu yegua
y le laman los ijares.
Quiebre la
dura paz de los olivos
y suspenda a
barbechos y encinares,
la estela
que se abre de alegría
en el aire
ladrando, tu jauría.
Venga
dispuesta en forma la abundancia
que, ala del
corazón, no peso sea,
y en
invierno los muros de tu estancia
alegre el
fuego de tu chimenea,
y ese bien
que se guarda y no se enrancia
te tenga el
alma y que tu ojo vea
crecer el
árbol que plantó tu mano,
y su sombra
te guarde en el verano.
Que este
temblor de sierras en el fondo
por la
tarde, entre azules y moradas,
que cercan
maternales en redondo
verdes
olivos, tierras coloradas
y nos llegan
al alma en lo más hondo,
siempre
tengan tus ojos reflejadas,
y su paz que
se acrece y no se posa
viva en tu
corazón como una rosa.
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