Viktor E. Frankl fue
discípulo de Adler, el cual fue discípulo a su vez de Freud. Sufrió las terribles penurias
de Auschwitz por ser judío, y observó que las personas que poseían la fuerza de
la espiritualidad, un sentido para su vida, soportaban mejor aquella situación para
la que sólo había un final previsible. Frankl entiende que “el deseo de
significado” para la vida es un motor de superación en el que puede hallarse
una dignificación de la existencia.
Psicoterapia y teología.
De “El hombre en busca del sentido
último”. Cap. 7.
Se deben estar preguntando qué relación tiene todo lo que
hemos estado hablando hasta ahora con la investigación y la práctica de la
psiquiatría. Después de todo, no es la profesión médica la que se debe
preocupar por los asuntos teológicos. Cuando temas como este aparecen encima de
la mesa, el médico se debe a una tolerancia incondicional. Y aún debe
desentenderse menos si él mismo es una persona religiosa. Estará sobre todo
interesado en ver un progreso espontáneo en la religiosidad del paciente. Y
será lo suficientemente paciente como para esperar que se dé un desarrollo
espontáneo. Ello no le resultará especialmente difícil ya que, siendo él una
persona religiosa, sabrá muy bien que incluso en la persona más aparentemente
irreligiosa hay una religiosidad latente. Después de todo, el medico religioso
no cree únicamente en Dios, sino también en una creencia inconsciente presente
en el paciente. En otras palabras, creerá que su propio Dios es un «Dios
inconsciente» en su paciente. Y, al mismo tiempo, creerá que sencillamente este
Dios inconsciente todavía no se ha hecho consciente en el paciente.
Hemos dicho que la religión sólo es genuina cuando es
existencia!, cuando el hombre no se ve conducido a ella, sino que se compromete
libremente escogiendo la opción de ser una persona religiosa. Ya hemos visto
que la existencialidad de la religiosidad debe estar al mismo nivel que su
espontaneidad.
La religiosidad genuína debe revelarse en su momento. Nadie
debe verse forzado a ello. Así que podemos decir que el hombre no debe llegar a
su religiosidad genuina dejándose llevar por sus instintos, ni tampoco empujado
por su psiquiatra.
Tal y como Freud nos enseñó, el proceso por el cual el
material inconsciente pasa a ser consciente sólo tiene efecto terapéutico si se
da de una forma espontánea. Para trabajar con material reprimido hay que ir
avanzando a través de la espontaneidad, y creo que con la religiosidad
reprimida pasa más o menos lo mismo. En este punto, puede resultar frustrante
para la persona el tratar de ejercer cualquier tipo de presión siguiendo las
directrices de un determinado programa; la intención con la que se trabajaría
frustraría el efecto que pudiera tener. Y eso es algo de lo que el clérigo es
muy consciente. Incluso él insistiría en la espontaneidad de la verdadera
religiosidad; cuánto más no debe hacerlo el psiquiatra. Recuerdo muy bien, por
ejemplo, lo que me contó un cura acerca de una vez que le llamaron para que
acudiera a visitar a una persona moribunda, que durante toda su vida se había
mantenido alejada de la religión. El hombre sólo había sentido la necesidad de
hablar con alguien y limpiar su mente antes de morir, y para ello había elegido
al cura. El cura me contó que se había abstenido de llevar a cabo el último
sacramento con el hombre sencillamente porque él no se lo había pedido de una
forma espontánea. ¡Qué bueno que el propio cura fuera tan insistente en el tema
de ser espontaneo!
¿Pero no deberíamos los psiquiatras ser más insisten tes que
los curas? ¿No deberíamos tener como mínimo el mismo respeto que el que tuvo
ese cura, especialmente en temas que tocan a la religión?
Pero, como siempre, los psicoterapeutas siempre queremos ser
más que los curas. La función del psiquiatra no puede distinguirse del todo de
la misión del sacerdote. Así como el psiquiatra sin creencias religiosas
debería respetar las creencias del paciente creyente, el psiquiatra creyente
debería intentar no evangelizar a su paciente.
En algún otro lugar he comentado que entre los pacientes
obsesivo-compulsivos es típico que se vean dominados por el deseo faustiano de
saber al 100 % que a través de sus actos de cognición y decisión conseguirán estar
seguros de algo. Si así fuera, se verían pillados por la premisa que la serpiente
hizo en el jardín del Edén: Eritis sicut
Deus, sáentem bonum et malum (Seréis como Dios, distinguiendo entre el bien
y el mal). Y para aquellos psicoterapeutas que se proponen usurpar el papel del
sacerdote debería decirse que desean ese sicut
pastores, demónstrales bonum et malum: desean ser, no como Dios, sino como
los curas, no conocer lo que está bien o mal, sino enseñar lo que está bien o
mal.
A menudo decimos que la Iogoterapia no pretende sustituir a
la psicoterapia sino, más bien, complementarla. De igual forma, hemos señalado
que lo que llamamos ministerio médico en ningún momento debe sustituir al
ministerio pastoral. Aunque ello no excluye la posibilidad de que en algún
momento el psiquiatra, de ser necesario, reemplace la función del cura. Les
muestro a continuación un ejemplo de lo que podría suceder:
Una señora mayor acudió a la clínica de servicios externos
de psicoterapia de nuestro departamento, para consultar una grave depresión por
la que estaba pasando. No le quedaba familia, ya que su única hija se
comprobado que el duelo por el que pasó esa mujer no estaba siendo patológico
para ella, sino que lo había pasado de una forma normal, le preguntó con
cautela acerca de sus sentimientos con respecto a la religión. Al responderle
ella que era una persona religiosa, el psiquiatra le preguntó a su vez que por
qué entonces no había solicitado el consejo de un sacerdote. Ella le contestó
que sí que había acudido a su párroco, pero que él no parecía haber dispuesto
de un solo minuto para ella. Pero en todo caso, el psiquiatra, que también era
una persona profundamente religiosa, pudo ofrecer a esa mujer el consuelo que
necesitaba: el consuelo que nacía de su fe en común y que el sacerdote no
parecía haber sido capaz de proporcionarle. Esa situación en concreto hizo
necesario que el psiquiatra reemplazara al sacerdote con el fin de dar consuelo
espiritual. No estaba sólo en su derecho como persona, sino que además era su
deber religioso, ya que en ese caso se trataba de una persona religiosa
consolando a otra.
Pero lo que queremos señalar es que el psiquiatra no se
otorga esta libertad en tanto psiquiatra, sino en tanto es una persona
religiosa. Es más, únicamente un psiquiatra que tenga inquietudes religiosas
está legitimado para introducir la religión en la psicoterapia. Un psiquiatra
no creyente no tiene ningún derecho a manipular los sentimientos religiosos de
un paciente tratando de utilizar la religión como una herramienta más a tener
en cuenta en psicoterapia, como las pastillas, inyecciones o electro-shocks.
Eso sería como desprestigiar y degradar la religión devaluándola al papel de un
simple mecanismo para mejorar la salud mental.
Pese a que la religión puede influir positivamente en el paciente
a un nivel terapéutico, se debe decir que no cumple para nada una función
psicoterapéutica. Pese a que la religión puede promover de forma secundaria
cosas como la salud mental o el equilibrio interno, su objetivo no se centra en
hallar soluciones psicoterapéuticas, sino más bien en hallar la salvación
espiritual. La religión no es una póliza de seguros para conseguir una vida
tranquila, o para vivir con el máximo de libertad los conflictos, o cualquier
otro objetivo higiénico. La religión proporciona al hombre mucho más de lo que
podría ofrecer la psicoterapia, pero también exige más de él. Cualquier tipo de
confusión entre lo que puede ofrecer la religión y lo que ofrece la
psicoterapia puede llevar a con-fusión. No hay que olvidar que las intenciones
de ambas disciplinas son diferentes, aunque en un momento dado ambos efectos
puedan solaparse. Del igual forma, debe rechazarse cualquier intento de
fusionar el ministerio médico con el pastoral. Algunos autores proponen la idea
de que la psicoterapia está renunciando a su autonomía como ciencia y a su
independencia de la religión, a favor de que su función sea la de ancilla theologiae. Como bien se sabe,
durante siglos se le asignó a la filosofía el rol de ancilla theologiae, es decir, de mano de obra al servicio de la
religión.
Pero, de igual forma que la dignidad del hombre se basa en
su libertad —hasta el punto de que es libre de decirle que no a Dios—, la
dignidad de la ciencia se basa en esa libertad incondicional que garantiza su búsqueda
independiente de la verdad.
Y al igual que la libertad del hombre debe incluir la
libertad de poder decir no, la libertad de la investigación científica debe
hacer frente al riesgo de que sus resultados contradigan creencias y
convicciones religiosas. Únicamente un científico preparado para defender con
vehemencia esa autonomía de pensamiento conseguirá vivir para ver cómo sus
resultados encajarán a la larga y sin contradicciones con las verdades de su
credo.
Que hablamos de dignidad, sea la dignidad del hombre o la de
la ciencia, podemos definirla como el valor de algo en sí mismo, por oposición
a su valor por mí. Así pues, podemos decir que el que intente ejercer la psicoterapia
como si fuera analta theologiae, un
sirviente de la teología, no sólo lo sustrae de la dignidad de una ciencia
autónoma, sino que le quita el valor potencial que puede tener para la
religión, ya que la psicoterapia puede serle útil a la religión únicamente
ejerciendo de co-producto, o como efecto secundario, nunca si uno se centra en
esa posible utilidad desde el principio. En el caso de que la psicoterapia
pueda efectivamente servir de ayuda a la religión —ya sea a partir de los
resultados de una investigación empírica como de los efectos terapéuticos de un
tratamiento—, sólo lo conseguirá absteniéndose de establecer cualquier tipo de
objetivo marcado por directrices religiosas. Sólo los resultados obtenidos a
partir de investigaciones independientes, y que no estén influidas por
presupuestos derivados de la religión pueden llegar a tener un valor en el
campo de la teología. Y si efectivamente, la psicoterapia nos llega a mostrar
algún día que la psique humana es lo que pensamos que es, es decir, anima naturaliter religiosa (un alma
religiosa por naturaleza), ello sólo se demostrará utilizando una psicoterapia
que sea scientia naturaliter irreligiosa
—es decir, una psicoterapia que no esté orientada ni lo vaya a estar nunca
hacia lo religioso.
Cuanto menos transija la psicoterapia en servir a la
teología como mano de obra, mayor será el servicio que le hará.
Lo que la persona necesita no es ser un sirviente, sino ser
capaz de servir.
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