Miguel Hernández Gilabert. (Orihuela, 30 de octubre de 1910 - Alicante, 28 de marzo de 1942). Poeta y dramaturgo español.
De familia humilde, tiene que abandonar muy pronto la escuela para
ponerse a trabajar; aún así desarrolla su capacidad para la poesía
gracias a ser un gran lector de la poesía clásica española. Forma parte
de la tertulia literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y
establece con él una gran amistad.
A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante.
En la década de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas
publicaciones, estableciendo relación con los poetas de la época. A su
vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas, donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a Madrid.
Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).
Toma parte muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta
intenta salir del país pero es detenido en la frontera con
Portugal. Condenado a pena de muerte, se le conmuta por la de treinta
años pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de
marzo de 1942 en la prisión de Alicante.
Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.
Del Instituto Cervantes.
(En Orihuela su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(‘El rayo que no cesa’)
EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA
Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.
Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz me larga y tendida.
Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.
Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.
Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones,
mecánicas jaurías,
me seguían lujurias y claxones,
deseos y tranvías.
¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!: ¡gran demontre!: ¡gran puñeta!
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!
Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.
Árboles, como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo; y lados
de creación ultrajada por orines.
Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.
¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?
Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?
¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cuál sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!
¡Ay, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
No concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es por mayor la vida como el vicio.
* * *
He medio boquiabierto
la soledad cerrada de mi huerto.
He regado las plantas:
las de mis pies impuras y otras santas,
en la sequía breve de mi ausencia
por nadie reemplazada. Se derrama,
rogándome asistencia,
el limonero al suelo, ya cansino,
de tanto agrio picudo.
En el miembro desnudo de una rama,
se le ve al ave el trino
recóndito, desnudo.
Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
No puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.
Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.
Con una paz de aceite derramado,
enciende el río un lado y otro lado
de su imposible, por eterna, huida.
Como una miel muy lenta destilada,
por la serenidad de su caída
sube la luz a las palmeras: cada
palmera se disputa
la soledad suprema de los vientos,
la delicada gloria de la fruta
y la supremacía
de la elegancia de los movimientos
en la más venturosa geografía.
Está el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.
Haciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.
¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay azahar, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.
Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
LA BOCA
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que
desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
Ropas con su
olor,
paños con su
aroma.
Se alejó en
su cuerpo,
me dejó en
sus ropas.
Luchas sin
calor,
sábana de
sombra.
Se ausentó
en su cuerpo.
Se quedó en
sus ropas.
Negros ojos
negros.
El mundo se
abría
sobre sus
pestañas
de negras
distancias.
Dorada
mirada.
El mundo se
cierra
sobre sus
pestañas
lluviosas y
negras.
VALS DE LOS
ENAMORADOS
Y UNIDOS HASTA SIEMPRE
No salieron
jamás
del vergel
del abrazo.
Y ante el
rojo rosal
de los besos
rodaron.
Huracanes
quisieron
con rencor
separarlos.
Y las hachas
tajantes
y los
rígidos rayos.
Aumentaron
la tierra
de las
pálidas manos.
Precipicios
midieron,
por el
viento impulsados
entre bocas
deshechas.
Recorrieron
naufragios,
cada vez más
profundos
en sus
cuerpos, en sus brazos.
Perseguidos,
hundidos
por un gran
desamparo
de recuerdos
y lunas,
de
noviembres y marzos,
aventados se
vieron
como polvo
liviano:
aventados se
vieron,
pero siempre
abrazados.
13
Besarse,
mujer,
al sol, es
besarnos
en toda la
vida.
Ascienden
los labios,
eléctricamente
vibrantes de
rayos,
con todo el
furor
de un sol
entre cuatro.
Besarse a la
luna,
mujer, es
besarnos
en toda la
muerte.
Descienden
los labios,
con toda la
luna,
pidiendo su
ocaso,
del labio de
arriba,
del labio de
abajo,
gastada y
helada
y en cuatro
pedazos.
25
Llegó con
tres heridas:
la del amor,
la de la
muerte,
la de la
vida.
Con tres
heridas viene:
la de la
vida,
la del amor,
la de la
muerte.
Con tres
heridas yo:
la de la
vida,
la de la
muerte,
la del amor.
40
Todas las
casas son ojos
que
resplandecen y acechan.
Todas las
casas son bocas
que escupen,
muerden y besan.
Todas las
casas son brazos
que se
empujan y se estrechan.
De todas las
casas salen
soplos de
sombra y de selva.
En todas hay
un clamor
de sangre
insatisfechas.
Y a un grito
todas las casas
se asaltan y
se despueblan.
Y a un
grito, todas se aplacan,
y se
fecundan, y se esperan.
50
Llueve. Los ojos se ahondan
buscando tus ojos: esos
dos ojos que se alejaron
a la sombra cuenca adentro.
Mirada con horizontes
cálidos y fondos tiernos,
íntimamente alentada
por un sol de íntimo fuego
que era en las pestañas, negra
coronación de los sueños.
Mirada negra y dorada,
hecha de dardos directos,
signo de un alma en lo alto
de todo lo verdadero.
Ojos que se han consumado
infinitamente abiertos
hacia el saber que vivir
es llevar la luz a un centro.
Llueve como si llorara
raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo.
Llueve sobre tus dos ojos
que pisan hasta los perros.
Llueve sobre tus dos ojos
negros, negros, negros, negros,
y llueve como si el agua
verdes quisiera volverlos.
Pero sus arcos prosiguen
alejándose y hundiendo
negrura frutal en todo
el corazón de lo negro.
¿Volverán a florecer?
Si a través de tantos cuerpos
que ya combaten la flor
renovaran su ascua ... Pero
seguirán bajo la lluvia
para siempre mustios, secos.
A MI HIJO
Te has
negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos
ante el cielo como dos golondrinas:
su color
coronado de junios, ya es rocío
alejándose a
ciertas regiones matutinas.
Hoy, que es
un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la
tierra, lluvioso, despoblado,
con la
humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la
tierra quiero haberte enterrado.
Desde que tú
eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego
arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado
octubre contra nuestras ventanas,
diste paso
al otoño y anocheció los mares.
Te ha
devorado el sol, rival único y hondo
y la remota
sombra que te lanzó encendido;
te empuja
luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote;
y es como si no hubieras nacido.
Diez meses
en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto,
anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar
por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu
carne con el alba en un lado.
El pájaro
pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne
naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que
sólo supo reir, tan largamente,
que sólo
ciertas flores mueren con tu sonrisa.
Ausente,
ausente, ausente como la golondrina,
ave estival
que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina
que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en
las tijeras enemigas del vuelo.
Flor que no
fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al
más leve signo de la fiereza.
Vida como
una hoja de labios incipientes,
hoja que se
desliza cuando a sonar empieza.
Los consejos
del mar de nada te han valido...
Vengo de dar
a un tierno sol una puñalada,
de enterrar
un pedazo de pan en el olvido,
de echar
sobre unos ojos un puñado de nada.
Verde, rojo,
moreno: verde, azul y dorado;
los latentes
colores de la vida, los huertos,
el centro de
las flores a tus pies destinado,
de oscuros
negros tristes, de graves blancos yertos.
Mujer
arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos
sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu
vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche
continúa cayendo desolada.
ORILLAS DE
TU VIENTRE
¿Qué
exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho
de ausente me echo como a una cruz
de
solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de
tu vientre.
Clavellina
del valle que provocan tus piernas.
Granada que
has rasgado de plenitud su boca.
Trémula
zarzamora suavemente dentada
donde vivo
arrojado.
Arrojado y
fugaz como el pez generoso,
ansioso de
que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste:
sepulte su decisión eléctrica
de fértiles
relámpagos.
Aún me
estremece el choque primero de los dos;
cuando
hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos
las sábanas a un abril de amapolas,
nos
inspiraba el mar.
Soto que
atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada
tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso
abismo que me recoge, loco
de la lúcida
muerte.
Túnel por el
que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito
lucero tras una madreselva
hacia donde
la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo
destino.
En ti tiene
el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y
el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son
tantos siglos de muerte, de locura
como te han
sucedido.
Corazón de
la tierra, centro del universo,
todo se
atorbellina, con afán de satélite
en torno a
ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor
del manzano.
Ventana que
da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más
profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de
infinito propaga los espacios
entre tú y
yo y el fuego.
Trágame,
leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que
me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu
carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad
la orilla.
En ti me
precipito como en la inmensidad
de un
mediodía claro de sangre submarina,
mientras el
delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor
se hace hombre.
Por ti logro
en tu centro la libertad del astro.
En ti nos
acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora
y yo. Y así somos cadena:
mortalmente
abrazados.
LA LLUVIA
Ha
enmudecido el campo, presintiendo la lluvia.
Reaparece en
la tierra su primer abandono.
La alegría
del cielo se desconsuela a veces,
sobre un
pastor sediento.
Cuando la
lluvia llama se remueven los muertos.
La tierra se
hace un hoyo removido, oloroso.
Los árboles
exhalan su último olor profundo
despuestos a
morirse.
Bajo la
lluvia adquiere la voz de los relojes
la gravedad,
la angustia de la postrera hora.
Reviven las
heridas visibles y las otras
que sangran
hacia dentro.
Todo se hace
entrañable, reconcentrado, íntimo.
Como bajo el
subsuelo, bajo el signo lluvioso.
Todo, todo
parece desear ahora
la paz
definitiva.
Llueve como
una sangre transparente, hechizada.
Me siento
traspasado por la humedad del suelo
Que habrá de
sujetarme para siempre a la sombra,
para siempre
a la lluvia.
El cielo se
desangra pausadamente herido.
El verde
intensifica la penumbra en las hojas.
Los troncos
y los muertos se oscurecen aún más
por la
pasión del agua.
Y retoñan
las cartas viejas en los rincones
que olvido
bajo el sol. Los besos de anteayer,
las maderas
más viejas y resecas, los muertos
retoñan
cuando llueve.
Bodegas,
pozos, almas, saben a más hundidos.
Inundas,
casi sepultados, mis sentimientos,
tú, que,
brumosa, inmóvil pareces el fantasma
de tu
fotografía.
Música de la
lluvia, de la muerte, del sueño,
.............................................
Todos los
animales, fatídicos, se inclinan
debajo de
las gotas.
Suena en las
hojas secas igual que en las esquinas,
suena en el
mar la lluvia como en un imposible.
Suena dentro
del surco como en un vientre seco,
seco, sordo,
baldío.
Suena en las
hondonadas en los barrancos: suena
como una
pasión íntima suicidada o ahogada.
Suena como
las balas penetrando la carne,
como el
llanto de todos.
Redoblan sus
tambores, tañe su flauta lenta,
su lagrimosa
lengua que lame tercamente.
Y siempre suena
como sobre los ataúdes,
los dolores,
la nada.
ANTES DEL
ODIO
Beso soy,
sombra con sombra.
Beso, dolor
con dolor,
por haberme
enamorado,
corazón sin
corazón,
de las
cosas, del aliento
sin sombra
de la creación
Sed con agua
en la distancia,
pero sed
alrededor.
Corazón en
una copa
donde me lo
bebo yo,
y no se lo
bebe nadie,
nadie sabe
su sabor.
Odio, vida:
¡cuánto odio
sólo por
amor!
No es
posible acariciarte
con las
manos que me dio
el fuego de
más deseo,
el ansío de
más ardor.
Varias alas,
varios vuelos
abaten en
ellas hoy
hierros que
cercan las venas
y las
muerden con rencor.
Por amor,
vida, abatido,
pájaro sin
remisión.
Sólo por
amor odiado.
Sólo por
amor.
Amor, tu
bóveda arriba
y no abajo
siempre, amor,
sin otra luz
que estas ansias,
sin otra
iluminación.
Mírame aquí
encadenado,
escupido,
sin calor,
a los pies
de la tiniebla
más súbita,
más feroz,
comiendo paz
y cuchillo
como buen
trabajador
y a veces
cuchillo sólo,
sólo por
amor.
Todo lo que
significa
golondrinas,
ascensión,
claridad,
anchura, aire,
decidido
espacio, sol,
horizonte
aleteante,
sepultado en
un rincón.
Esperanza,
mar, desierto,
sangre,
monte rodador:
libertades
de mi alma
clamorosas
de pasión,
desfilando
por mi cuerpo,
donde no se
quedan, no,
pero donde
se despliegan,
sólo por
amor.
Porque
dentro de la triste
guirnalda
del eslabón,
del sabor a
carcelero
constante, y
a paredón,
y a
precipicio en acecho,
alto,
alegre, libre soy.
Alto,
alegre, libre, libre,
sólo por
amor.
No, no hay
cárcel para el hombre.
No podrán
atarme, no.
Este mundo
de cadenas
me es
pequeño y exterior.
¿Quién
encierra una sonrisa?
¿Quién
amuralla una voz?
A lo lejos
tú, más sola
que la
muerte, la una y yo.
A lo lejos
tú, sintiendo
en tus
brazos mi prisión:
en tus
brazos donde late
la libertad
de los dos.
Libre soy.
Siénteme libre.
Sólo por
amor.
NANAS DE LA
CEBOLLA
La cebolla
es escarcha
cerrada y
pobre:
escarcha de
tus días
y de mis
noches.
Hambre y
cebolla:
hielo negro
y escarcha
grande y
redonda.
En la cuna
del hambre
mi niño
estaba.
Con sangre
de cebolla
se
amamantaba.
Pero tu
sangre,
escarchaba
de azúcar,
cebolla y
sangre.
Una mujer
morena,
resuelta en
luna,
derrama hilo
a hilo
sobre la
cuna.
Ríeta, niño,
que te
tragas la luna
cuando es
preciso.
Alondra de
mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa
en los ojos
la luz del
mundo.
Ríete tanto
que en el
alma, al oírte,
bata el
espacio.
Tu risa me
hace libre,
me pone
alas.
Soledades me
quita,
cárcel me
arranca.
Boca que
vuela,
corazón que
en tus labios
relampaguea.
Es tu risa
la espada
más
victoriosa.
Vencedor de
las flores
y las
alondras.
Rival del
sol,
porvenir de
mis huesos
y de mi
amor.
La carne
aleteante,
súbito el
párpado,
y el niño
como nunca
coloreado.
¡Cuánto
jilguero
se remonta,
aletea,
desde tu
cuerpo!
Desperté de
ser niño.
Nunca
despiertes.
Triste llevo
la boca.
Ríete
siempre.
Siempre en
la cuna,
defendiendo
la risa
pluma por
pluma.
Ser de vuelo
tan alto,
tan
extendido,
que tu carne
parece
cielo
cernido.
¡Si yo
pudiera
remontarme
al origen
de tu
carrera!
Al octavo
mes ríes
con cinco
azahares.
Con cinco
diminutas
ferocidades.
Con cinco
dientes
como cinco
jazmines
adolescentes.
Frontera de
los besos
serán
mañana,
cuando en la
dentadura
sientas un
arma.
Sientas un
fuego
correr
dientes abajo
buscando el
centro.
Vuela niño
en la doble
luna del
pecho.
Él, triste
de cebolla.
Tú,
satisfecho.
No te
derrumbes.
No sepas lo
que pasa
ni lo que
ocurre.
*******
RECOGED
ESTA VOZ
I
Naciones
de la tierra, patrias del mar, hermanos
del mundo y de la
nada:
habitantes perdidos y lejanos
más que del corazón, de
la mirada.
Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo un
vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una
vida.
Abierto estoy, mirad, como una herida.
Hundido estoy,
mirad, estoy hundido
en medio de mi pueblo y de sus males.
Herido
voy, herido y malherido,
sangrando por trincheras y
hospitales.
Hombres, mundos, naciones,
atended, escuchad mi
sangrante sonido,
recoged mis latidos de quebranto
en vuestros
espaciosos corazones,
porque yo empuño el alma cuando
canto.
Cantando me defiendo
y defiendo mi pueblo cuando en
mi pueblo imprimen
su herradura de pólvora y estruendo
los
bárbaros del crimen.
Esta es su obra, esta:
pasan, arrasan
como torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los
horizontes y muerte los caminos.
El llanto que por valles y
balcones se vierte,
en las piedras diluvia y en las piedras
trabaja,
y no hay espacio para tanta muerte,
y no hay madera
para tanta caja.
Caravanas de cuerpos abatidos.
Todo
vendajes, penas y pañuelos:
todo camillas donde a los heridos
se
les quiebran las fuerzas y los vuelos.
Sangre, sangre por
árboles y suelos,
sangre por aguas, sangre por paredes.
y un
temor de que España se desplome
del peso de la sangre que moja
entre sus redes
hasta el pan que se come.
Recoged este
viento,
naciones, hombres, mundos,
que parte de las bocas de
conmovido aliento
y de los hospitales moribundos.
Aplicad
las orejas
a mi clamor de pueblo atropellado,
al ¡ay! de
tantas madres, a las quejas
de tanto ser luciente que el luto ha
devorado.
Los pechos que empujaban y herían las
montañas,
vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,
y ved
las blancas novias y las negras pestañas
caídas y sumidas en una
siesta oscura.
Aplicad la pasión de las entrañas
a este
pueblo que muere con un gesto invencible
sembrado por los labios y
la frente,
bajo los implacables aeroplanos
que arrebatan
terrible,
terrible, ignominiosa, diariamente,
a las madres los
hijos de las manos.
Ciudades de trabajo y de
inocencia,
juventudes que brotan de la encina,
troncos de
bronce, cuerpos de potencia
yacen precipitados en la ruina.
Un
porvenir de polvo se avecina,
se avecina un suceso
en que no
quedará ninguna cosa:
ni piedra sobre piedra ni hueso sobre
hueso.
España no es España, que es una inmensa fosa,
que
es un gran cementerio rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren
de este modo.
Será la tierra un denso corazón desolado,
si
vosotros, naciones, hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y
vuestro pueblo encima del costado,
no quebráis los colmillos
iracundos.
II
Pero
no lo será: que un mar piafante,
triunfante siempre, siempre
decidido,
hecho para la luz, para la hazaña,
agita su cabeza
de rebelde diamante,
bate su pie calzado en el sonido
por todos
los cadáveres de España.
Es una juventud: recoged este
viento.
Su sangre es el cristal que no se empaña,
su sombrero
el laurel y su pedernal su aliento.
Donde clava la fuerza de
sus dientes
brota un volcán de diáfanas espadas,
y sus
hombros batientes,
y sus talones guían llamaradas.
Está
compuesta de hombres del trabajo:
de herreros rojos, de albos
albañiles,
de yunteros con rostro de cosechas.
Oceánicamente
transcurren por debajo
de un fragor de sirenas y herramientas
fabriles
y de gigantes arcos alumbrados con flechas.
A
pesar de la muerte, estos varones
con metal y relámpagos igual
que los escudos,
hacen retroceder a los cañones
acobardados,
temblorosos, mudos.
El polvo no los puede y hacen del polvo
fuego,
savia, explosión, verdura repentina:
con su poder de
abril apasionado
precipitan el alma del espliego,
el parto de
la mina,
el fértil movimiento del arado.
Ellos harán de
cada ruina un prado,
de cada pena un fruto de alegría,
de
España un firmamento de hermosura.
Vedlos agigantar el mediodía
y
hermosearlo todo con su joven bravura.
Se merecen la espuma de
los truenos,
se merecen la vida y el olor del olivo,
los
españoles amplios y serenos
que mueven la mirada como un pájaro
altivo.
Naciones, hombres, mundos, esto escribo:
la
juventud de España saldrá de las trincheras
de pie, invencible
como la semilla,
pues tiene un alma llena de banderas
que jamás
se somete ni arrodilla.
Allá van por los yermos de
Castilla
los cuerpos que parecen potros batalladores,
toros de
victorioso desenlace,
diciéndose en su sangre de generosas
flores
que morir es la cosa más grande que se hace.
Quedarán
en el tiempo vencedores,
siempre de sol y majestad cubiertos,
los
guerreros de huesos tan gallardos
que si son muertos son gallardos
muertos:
la juventud que a España salvará, aunque tuviera
que
combatir con un fusil de nardos
y una espada de cera.
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