jueves, 30 de abril de 2015

Confucio


Confucio

Conocido como el Señor de la Gran Sabiduría, Confucio fue un hombre coherente con sus principios y enseñanzas y, aunque no se le puede considerar un maestro espiritual de la talla de Buda o Jesús, ni un filósofo místico de la de Lao-Tsé o un matemático, filósofo e iniciado como Pitágoras, el pensamiento de este personaje ejerce una influencia extraordinaria en su país a lo largo de siglos. En su memoria se han elevado innumerables templos y santuarios y sus escritos han sido acogidos y celebrados por millones de personas. Fue distinguido con el título de duque por la dinastía Han y con el de príncipe por la dinastía Tang. Cuando murió, el duque de Ngai pronunció la siguiente oración fúnebre en su memoria: «El cielo no me ha dejado al venerable hombre. No queda nadie que me pueda ayudar. ¡Ay de mí! ¡Qué desgracia la mía! ¡Oh, venerable Ni!»

La vida

La venida al mundo de Kung-Fu-Tsu

Fueron los jesuítas los que latinizaron el nombre de KungFu-Tsu y lo convirtieron en Confucio. Era descendiente de los reyes Chang y nació en Tseu, aldea del principado de Lu, en el distrito de Shangtung, en el noreste de China, allá por el día del «segundo ratón» del décimo mes del año veintiuno, bajo el ducado del duque Hsiang de Lu; o sea, el 27 de agosto del año 551 a. de C. Fue contemporáneo de Buda, Mahavira, Nabucodonosor, Pitágoras y su compatriota Lao-Tsé. Lu era un pequeño principado fundado por el duque de Cheu, donde destacaba la montaña sagrada de Tai Shan, cubierta de frondosos bosques. El padre de Confucio era Shu Liang-ho, hijo de Po-hia y nieto de Kong Fan-chu, gobernador de Seu.

Shu Liang-ho se desposó por segunda vez con más de setenta años con un hermosa joven de quince llamada Cheng-tsai, que se casó con el anciano por deseo de su padre. Quedó encinta y dio a luz un hermoso niño, al que le dieron el nombre de Kung- I Fu-Tsu. El bebé creció en el seno de una familia muy noble pero venida a menos en el transcurso de tiempos azarosos.

Educación y formación

Confució perdió a su padre cuando sólo tenía tres años. Desde corta edad se mostró inclinado hacia la práctica ritual, pero en lo demás era un niño completamente común. La madre sólo tenía dieciocho años cuando enviudó y le tocó encargarse activamente del cuidado y educación de su hijo. Como sólo contaba con la paga que recibían las viudas de los funcionarios, sus medios eran muy escasos y por ello el niño tuvo que ayudar en diversos trabajos manuales a la madre para que la familia pudiera obtener algunos medios extra.

Confucio era un niño alegre y juguetón, atento y vivo, que se emocionaba cuando tenía ocasión de contemplar los objetos del culto. Tenía siete años cuando fue enviado a la escuela, en la que impartía instrucción Yen Ping-chung, y dio enseguida pruebas de una extraordinaria capacidad mental y de una óptima disponibilidad para profundizar en las diferentes ramas del saber: etiqueta, prácticas ceremoniales, aritmética, música y otras.

Confucio habría de decir de sí mismo mucho más adelante: «A los quince años estudiaba; a los treinta estaba completamente formado; a los cuarenta ya no dudaba; a los sesenta comprendía lo que oía y a los setenta, siguiendo las inclinaciones de mi corazón, no transgredía las reglas.»

Probablemente el muchacho también se adiestró en la danza y la caligrafía, así como en el tiro al arco. En esa época se dedicaba especial atención a la observancia de las tres virtudes cardinales: fidelidad al príncipe, al maestro y al padre.

Cuando Confucio acabó sus estudios, fue distinguido, como era habitual, con el birrete viril, y con esa ocasión se celebraba una pomposa ceremonia a la que asistían los familiares y amigos. El que así iba a ser distinguido se dejaba crecer la trenza y antes de la «coronación» se escuchaba en el oficio público: «En este excelente día, en este fausto día, se pone el birrete en vuestra cabeza. Que sean desterrados vuestros sentimientos de niño; actuad conforme a vuestra virtud de hombre formado; que vuestra vejez sea feliz; que sea acrecentada vuestra resplandeciente felicidad.»

Era una ceremonia muy emocionante, como tantas otras chinas, y que representaba el paso de niño a adulto. Tras la imposición del birrete se procedía a poner el sobrenombre de adulto, que en el caso de Confucio fue «Ni, el segundón», para así diferenciarlo de su hermanastro, que era «Ni, el primogénito». Antes de recibir el sobrenombre, escuchó las palabras que eran de rigor: «Los ritos y las ceremonias han finalizado. En este favorable mes, en este fausto día, yo proclamo vuestro sobrenombre. El sobrenombre es perfectamente favorable; a un patricio que lleva su moño es un nombre que le conviene; os conviene a vos, que habéis alcanzado la edad de hombre; recibidlo y conservadlo para siempre.» Y así quedaban atrás los juegos y diversiones infantiles. Era públicamente reconocido como un adulto y, por tanto, adquiría un alto grado de responsabilidad y tenía que ser maduro.

Entre otras de sus habilidades, Confucio era tan magnífico intérprete de laúd que su propio maestro se inclinó ante él en señal de reverencia. Parece ser que aprendió a tocar el laúd en el Chow oriental, que estaba ubicado en la provincia de Honan, donde acudió Confucio a visitar el templo que se había alzado en honor del ministro de Agricultura durante la época Shun. Allí tuvo ocasión de contemplar una estatua de bronce precintada por tres sellos y que dejaba leer las siguientes palabras: «No hables mucho; muchas palabras, muchas tonterías.» «Nunca digas que esto o aquello es malo. La desgracia puede mucho.» «Que todos se prevengan a tiempo, porque la previsión es la fuente de la felicidad. La despreocupación es, en cambio, la puerta de las calamidades.» «El violento no puede morir en paz.» «Los ambiciosos encuentran a veces rivales dignos de su ambición.»

A Confucio le encantaron aquellas instrucciones y tomó buena cuenta de ellas a lo largo de toda su vida, pues en cierto modo es como si aquellas palabras hubieran surgido de su mente joven. Al leerlas sonrió y les dio toda su aprobación.

De intendente a maestro

Confucio se casó con sólo diecinueve años de edad con una agradable joven de la familia de Chien-kuan del principado de Soné. Los jóvenes se querían mucho y se sentían felices, sobre todo al tener un varón, al que se dio el nombre de Li, que significa «carpa». ¿Por qué este nombre? Porque el cumplido y siempre agradecido Confucio había recibido una carpa del duque de Chu para festejar su paternidad. Al poco de ser padre, Confucio fue nombrado intendente de los graneros públicos, cargo que, aunque modesto, le procuraba unos medios imprescindibles, pues el matrimonio no vivía nada holgado. Posteriormente fue nombrado vigilante de los postes que servían para atar los carneros y bueyes que se sacrificaban. Como era un hombre de mentalidad escueta y práctica, sabía acomodarse a las circunstancias, y entonces dijo: «Yo cuido de que mis rentas sean exactas; eso es todo. Cuido de que los bueyes y los carneros estén gordos y vigorosos y crezcan. Sería una tontería hablar de cosas elevadas en una situación humilde.»

Siempre trataba de hacer su tarea con precisión y sentido de la responsabilidad. Pero cuando realmente puso su corazón en el trabajo fue al tener ocasión tiempo después, en el año 530 a. de C, de ejercer como maestro, que era la ilusión de su vida. A su escuela podían acudir toda clase de alumnos y no exigía un pago fijo, sino que cada uno diera lo que podía según sus posibilidades económicas. Pedía a sus alumnos disciplina y esfuerzo para desarrollar sus potenciales mentales. Decía: «Yo no puedo hacer comprender a aquel que no se esfuerza con todo su corazón en comprender. Yo no puedo enseñar a hablar a aquel que no se esfuerza en hablar. Si yo he descubierto un rincón del problema y él no vislumbra los otros tres, renunció a enseñarle.»

Confucio siempre valoró la disciplina, el esfuerzo y la responsabilidad. No se negaba a instruir a nadie, aunque, como decía, sólo le entregaran diez rebanadas de carne seca. La suya era una escuela de lo más normal, que seguía la enseñanza oficial. Se limitaba, como él dijo, a transmitir sin innovar. Con veintidós años que tenía, se tomaba muy en serio la enseñanza e impartía reglas para el ceremonial: poesía, caligrafía, música, historia y otras materias. Fue una época feliz de su vida, sin altibajos, debido a sus alumnos. Pero en el año 528 muere su madre, lo que le afectó mucho. Recuperó los restos de su padre y los inhumó junto a los de su madre en el monte Fang. Al lugar se le conoce como La Floresta de los Padres del Sabio. Confucio, como era de rigor, observó el luto a lo largo de veintisiete meses. Sólo después comenzó de nuevo a tocar el laúd. La muerte de su madre fue el anuncio de tiempos difíciles.



Con el dragón cara a cara

Durante el tiempo que duró el luto, Confucio suspendió las actividades en la escuela y se dedicó a la meditación y al estudio de los clásicos. De los movimientos de Confucio en los años siguientes no hay suficiente información fiable, si bien parece que peregrinó incansablemente de un lado para otro, de corte en corte, a la búsqueda de algún señor feudal que contratase sus servicios. Eran tiempos difíciles y los señores feudales, ávidos de poder, no dejaban de guerrear unos contra otros. Pero un golpe de fortuna lo esperaba: un ministro llamado Mong Hi, jefe de uno de los tres clanes existentes en el país, antes de morir tomó consciencia de su desconocimiento de los ritos y de la ignorancia general que había sobre el tema. Entonces Llamó a su hijo Mong Y y le dijo: «Hijo mío, el conocimiento de los ritos es el fundamento de una persona y sin el mismo ésta no puede mantenerse firme. Existe un hombre que los conoce perfectamente y que se llama Confucio. Tras mi muerte debes acudir a estudiar con él.»

Una vez falleció el ministro, el hijo cumplió la última voluntad de su padre, fue a visitar a Confucio y le pidió que le aceptase como discípulo. Con Mong Y y un amigo de éste, Confucio partió para Lo Yang, capital del imperio de los Chpo, célebre por sus lugares de culto. En un carruaje, llenos de felicidad, atravesaron las colinas de Shantung y la llanura de Honan bordeando las orillas del río Amarillo. Confucio por tanto se trasladó de Lu a Lo Yang.

Se ha dicho que fue en Lo Yang donde Confucio se entrevisto con Lao-Tse, quien entonces era archivero e historiógrafo de la ciudad. Según una de las abundantes versiones de este encuentro, Confucio pidió entrevistarse con Lao-Tsé; éste se negó, pero dada la insistencia del joven finalmente el huraño filósofo cedió. Cuando Confucio iba a exponerle sus puntos de vista, Lao Tsé le interrumpió para decirle: 


-Tan sólo quiero conocer los principios básicos.

Confucio le dijo:
-Son la justicia y la humanidad.

Lao-Tsé le miró con escepticismo y replicó:
-¿La justicia y la humanidad acaso se encuentran en la naturaleza humana?

-Sin duda —aseveró Confucio—. ¡Ellas son la naturaleza misma del verdadero hombre!
-Me es dado preguntarte qué entiendes por justicia y humanidad.

Confucio repuso sin vacilar:
-Amar a todos los seres con un amor desinteresado y encontrar goce en todas las cosas, eso es humanidad y justicia.

Lao-Tsé se dirigió con mirada fija y escrutadora a Confucio, que le devolvió la mirada y sólo pudo ver la expresión de un rostro impenetrable. 

El conocido como viejo-niño dijo:

—No comprendo tu punto de vista. Ese amor universal del que me hablas, ¿no es acaso una perversión de los sentimientos naturales, no es una intromisión, no es acaso interesarse diciéndose desinteresado? Mira el cielo, el Sol, la Luna, las plantas y los animales de la naturaleza; ellos no tienen necesidad de que nadie se interese por ellos, los ame y ordene. Buscar la humanidad y la justicia es como perseguir a golpes de tambor a un fugitivo que se nos escapa. El cisne para ser blanco no necesita lavarse cada mañana; ni el cuervo necesita teñir sus plumas para ser negro. Los peces fuera del agua se asfixian, con o sin ayuda de nadie; lo que ellos necesitan es la profundidad del río, su libertad y sus sombras.

Aquí quedaba contrastada la diferencia de caracteres, enseñanzas y modos de ver la vida entre Lao-Tsé y Confucio. Lao Tsé había expuesto en pocas palabras su doctrina de la no acción, pero no sabemos si Confucio llegó a entenderla. Confucio se quedó perplejo y cuando ya se hubo ido Lao-Tsé pudo reaccionar y dijo:

—Sé que el pájaro vuela, que el pez nada, que las bestias andan; pero a las bestias se las puede coger por el freno, a los peces con el sedal, a los pájaros con la flecha. En cuanto al dragón no sé nada, salvo que es elevado al cielo por las nubes y el viento. Hoy he visto a Lao-Tsé. Es como un dragón.

Nunca se sabrá si realmente se produjo este encuentro o si forma parte de la leyenda. Meses después Confucio regresó a Lu, donde reanudó con gran éxito la enseñanza y llegó a contar con miles de alumnos. Él seguía, como siempre, siendo un amante del perfecto orden moral alababa la justicia respetaba la ley y honraba a las grandes personalidades del pasado. Era un hombre siempre leal consigo mismo y una vez más lo volvió a demostrar cuando a finales del 516 a. de C, aproximadamente, decide exiliarse porque el príncipe de Lu era vejado y sus ideas rechazadas. Pero los hombres justos y fieles ganan tantos amigos como enemigos, aunque ello parezca incomprensible. Son muchos los que no gustan de los incorruptibles e imposibles de manipular. Por ello, aunque muchos admiraban al conocido como Señor de la Gran Sabiduría, Confucio no lograba que nadie adquiriese sus servicios. Entonces el duque de King quiso obsequiarle con valiosas tierras, pero Confucio se negó por no creerse merecedor de las mismas.

La vida de Confucio vuelve a velarse durante varios años. Se sabe muy poco de los años que van desde el 514 al 501. Permaneció mucho tiempo en el anonimato, seguramente continuando con el estudio de los clásicos y la práctica de la meditación; también debió de detentar algunos cargos públicos con desigual fortuna, y de nuevo tuvo que exilarse y realizar largas peregrinaciones, ya que la ambición desmesurada de los clanes oligárquicos (mal endógeno de la China de aquel entonces) tenía su desaprobación.

Venturas y desventuras

La verdad es que la vida de Confucio fue bastante agitada. Se exilió varias veces, emprendió largos peregrinajes, fue ensalzado y humillado, detentó importantes cargos y durante algunos periodos nadie quiso tomar sus servicios; en suma, las venturas y desventuras se sucedían y no sería de otro modo a partir de sus cincuenta años en el 501 a. de C. Entonces fue nombrado gobernador de Chng-tu y ésta fue una ocasión de oro para demostrar de cuánta utilidad podía ser para su pueblo, la enorme capacidad de sacrificio que poseía y cuan infranqueable era su honestidad. Elaboró leyes importantes, como que los hijos debían sustentar a sus padres hasta la muerte y realizar exequias cuando ésta se producía; los comerciantes debían abstenerse de explotar a sus clientes; los robustos y los débiles no soportarían los mismos pesos; los ancianos y los jóvenes debían ser alimentados de distinto modo; nadie debería apoderarse de lo que no fuera suyo, ni siquiera de los objetos que se pudiesen encontrar en plena calle. Su gobierno duró un año y resultó excelente. Tanto es así que el duque Ting le preguntó si esa forma de administración podría aplicarse a todo el país, a lo que Confucio afirmó positivamente. Y entonces fue nombrado intendente de Obras Públicas y más adelante ministro de Justicia.

Siempre desarrolló esos cargos con inteligencia y equidad. Gracias a él la agricultura experimentó un gran auge, porque enseñó a los agricultores lo que debían sembrar de acuerdo a las diferencias de tierras y regiones. Siempre supo mantener su equilibrio y gozar de un tacto adecuado, y nunca se dejó abatir por las circunstancias. Era un buen diplomático y no se dejaba influir ni desestabilizar. Así pues, sus éxitos políticos fueron notables, de forma que obtuvo mucho prestigio en la corte y sus servicios fueron altamente estimados; sin embargo, al comprobar que ministros y el mismo duque llevaban una vida negligente, indisciplinada y disipada, en el año 497 decidió abandonar Lu en compañía de sus discípulos. No era un político transigente a costa de los principios de su propia ética, todo lo contrario. Y cuando sus discípulos se afligieron, les dijo: «¿Por qué os afligís de que vuestro maestro haya perdido su cargo? Hace ya mucho tiempo que el mundo se ha salido de su eje. El cielo se sirve de vuestro maestro como una campana del badajo para advertir al pueblo.»

Los años siguientes no fueron fáciles para Confucio. Fue de aquí para allá. Nadie quería tomarle a su servicio. Era un legista implacable, y eso asustaba a la mayoría. Un político decente era un peligro para muchos y un hombre honesto aún más. Al regresar después de algunos años a Wei, se dedicó a la enseñanza de las Seis Artes: el Libro de los cambios, el Libro de las odas, los Cánones de la historia, el Libro de los ritos, Anales de la primavera y del otoño, y el Libro de los principios musicales.

Su incesante peregrinar continuó y pocos meses después partió hacia otras regiones del país, como un peregrino errante, año tras año, de región en región, de estado en estado. Era un hombre digno, sabio y honrado: justo lo que nadie parecía necesitar, y menos querer. No se dudaba de su calidad de vida moral ni de sus buenos sentimientos y era muy reputado por ello... Eran motivos para ser alabado, pero no contratado. Era demasiado rígido y virtuoso y abogaba por el retorno a las antiguas costumbres.

Cuando llega a los sesenta años, ya cansado, aunque sin perder la ecuanimidad, de regreso de nuevo a Wei, le ofrecen un cargo, pero entonces, quizá ya más místico que legista, o quizá demasiado decepcionado de gobernantes y políticos, lo rehusa. Durante los seis años siguientes se mantiene en un total anonimato. Aunque había sido un hombre corpulento y con mucho autocontrol, las venturas y desventuradas de su vida debían de haber hecho mella en su salud, a pesar de que siempre aparentaba estar sosegado y ecuánime. Esos años de hermetismo debió de dedicarlos al cuidado de su espíritu, tal vez bastante frustrado por no haber podido llevar a cabo sus sueños de idealista, pues Confucio deseaba un gobierno justo para todo el mundo, en el que gobernantes y políticos se mostrasen éticos y desinteresados, libres de mezquinas ambiciones. En una ocasión, Yen Yuan le preguntó:

—¿Qué se entiende por la perfecta virtud?

Y Confucio repuso:

—Consiste en el olvido de sí mismo y en la solemne observancia de las reglas de la etiqueta, todo el mundo diría de él que es un vivo ejemplo de virtud perfecta. Ésta es una cosa que está en nosotros mismos.

Y al preguntarle por los medios para alcanzarla, dijo:
 

—Que nadie pida con insistencia nada, porque ello es contrario a las reglas de la etiqueta. No saber oír también lo es. No hablar y estar quieto es también contrario a la etiqueta.

Nunca se pudo apartar de las formas, pero siempre abogó por la justicia verdadera y la paz, y dijo: «Un mal gobierno es más de temer que un tigre.» Era un reformador mas que un maestro espiritual de altura, pero sus instrucciones invitaban a la nobleza, el equilibrio y el autocontrol. Él mismo decía: «No oso pretender la santidad y la perfección humanas. Todo lo que podrá decirse de mí es que cultivo la virtud sin descanso y que enseño sin desanimarme jamás.» Invitaba al autodominio, al continuo mejoramiento humano y a una actitud estoica. Sus preocupaciones eran, según confesaba: «No aplicarme en realizar la virtud; no explicar claramente lo que estudio; no cumplir lo que comprendo que es mi deber; no corregirme de mis defectos.»

En la cuarta Luna

Cuando Confucio cumple setenta y tres años de edad, en el año 499 a. de C, ve que su vida ha estado cuajada de honores y menosprecios, situaciones afortunadas y desafortunadas, pero siempre ha tratado de comportarse de acuerdo con sus ideas, en el prestigio y el desprestigio, en el poder y el exilio, en la grandeza y la miseria. Ha sido igual entre aristócratas que plebeyos, niños que ancianos, acaudalados que miserables. Ha tratado de mantener la firmeza de mente y el equilibrio de ánimo ante unas circunstancias y otras, afincado en sus ideales, inconmovible en sus actitudes.

Una mañana apacible, frente a la puerta de su casa, se puso a entonar una cancioncilla:
 

«He aquí que el Tai Chan se derrumba;
que el gran árbol va a ser destruido.
¡Y el sabio se va como una planta marchita!»

Tan vital y animoso estaba que nadie hubiera dicho que le quedaba una semana de vida. No parece preocuparle la muerte, ahora que ya no le preocupa la vida. Se había empeñado siempre en ser un hombre leal a los demás y fiel a sí mismo. Y las palabras entonadas por el maestro llegaron a oídos de su amante y discípulo Tse-Kong, que acudió a visitarle y le preguntó:

—¿Sucede algo, maestro?
—¡Oh Tse! ;Por qué llegas tan tarde?

Entonces Confucio guardó silencio durante unos minutos y luego relató a su discípulo su último sueño:

-Bajo los Hia se deposita el ataúd en lo alto de la escalera del este; bajo los Cheu, en lo alto de la escalera del oeste; bajo los Yin, entre las dos columnas. La noche última he soñado que estaba sentado entre las dos columnas, delante de las ofrendas que se hacen a un muerto. Sin duda, es porque desciendo de los Yin.

Tras narrarle el sueño a su discípulo, volvió a guardar silencio. Después se retiró a su habitación a meditar. Una semana después, el día de Ki-cheu, el undécimo del mes cuarto del decimosexto año del reinado del duque de Nagai, murió en la cuarta Luna. El desconsuelo de los discípulos fue enorme.

El cadáver de Confucio fue enterrado en el actual estado de Vchou-Fou, al sur del río Ize, considerado desde entonces lugar sagrado. Sus discípulos observaron el luto a lo largo de tres años. Y antes de partir hacia sus respectivos hogares, colocaron sus capas, laúdes y sombreros sobre la tumba del amado maestro. Ellos le consideraban el maestro más digno, que les había insistido en la vuelta a los orígenes, el orden social, la virtud (que es lo que hace al hombre, no su nacimiento), que es la que otorga dignidad a la persona y la armoniza con el cosmos y con las otras criaturas, la autodisciplina y la diligencia, la corrección y la fidelidad a los propios principios; el maestro que había ejemplificado sus enseñanzas con su propia rectitud y corrección y que anhelaba, para sí mismo y para los demás, la suprema excelencia.

Fue Confucio quien dijo: «El sabio no se aflige por el hecho de que los hombres no le conozcan; se aflige por no conocer a los hombres.» Nunca hubiera podido sospechar hasta qué punto decenas de millones y millones de personas le conocerían y le recordarían.

La enseñanza

Confucio no era un guía espiritual en el sentido habitual, ni sabía de éxtasis ni de estados superiores de la consciencia, ni le devoraba el anhelo de la Divinidad, ni pretendía que sus discípulos modificasen su vida anímica persiguiendo el conocimiento más elevado y la aprehensión de la última y liberadora realidad. Era un hombre concreto y práctico, esforzado en mantener el equilibrio sin mentalidad mágica ni especialmente filosófica, demasiado apegado a sus puntos de vista pero, a la vez siempre respetuoso con los de los demás y nunca obcecado. No se extraviaba en cuestiones metafísicas ni era un investigador de las ataduras de la mente humana y cómo liberarlas. El mismo reconocía que no pretendía la santidad ni la perfección, pero sí se empeñaba sin tregua en el cultivo de la virtud. Sabía que el ser humano es mejorable, y empezaba por mejorarse a sí mismo. Éstas son palabras suyas:

«Para amar la ciencia, es preciso estar próximo a la sabiduría. Para practicar el bien apasionadamente es necesario estar próximo a la benevolencia. Para tener sentimiento de la dignidad es necesario estar próximo al valor. Cuando se conocen estas tres cosas ya sabemos cómo nos tenemos que conducir en la vida. Conociendo la manera de conducirse a sí mismo, ya se conoce la manera de conducir a los hombres, se sabe dirigir y gobernar el Imperio, el Estado y la familia. Ahora bien, si un hombre ama la ciencia, el saber que adquiere puede aumentar día a día si se repite a sí mismo: “Para amar la ciencia es preciso estar próximo a la sabiduría.” Esforzándose por ser bueno, la inteligencia le impulsará cada vez más hacia las buenas acciones, hasta hacerle pensar: “Para practicar el bien apasionadamente es necesario estar próximo a la benevolencia.” Deseando enmendarse de sus yerros es cuando debe pensar: “Para tener el sentimiento de la dignidad es necesario estar próximo al valor.” Lo que hay de bueno en la vida del hombre es que puede mejorarse a sí mismo, para lo cual es necesario que sepa las tres cuestiones anteriores.»

Confucio no era un místico, aunque algo de místico sí tenía; no era un asceta, aunque sabía ser austero llegado el caso. No le gustaban los extremos y valoraba la sinceridad y la verdad, asegurando que así podía vencerse la corriente. A sus discípulos les recordaba un proverbio «Que vuestras palabras sean sinceras y verdaderas y que vuestras acciones sean honrosas y respetables.» Y les apostillaba: «Ésta es la conducta que deben seguir hasta los bárbaros y salvajes. Si vuestras palabras o vuestras acciones no poseyesen tales virtudes, ¿con qué derecho podríais aspirar al respeto ajeno?»

Su mentalidad era la típica de un chino cultivado de su época, muy amante de la ética y del justo medio, preciso en las palabras, contenido en los actos, aunque a veces quebraba su severidad o solemnidad con un carácter distendido y cordial. Era asimismo un idealista, empeñado en un gobierno justo para todo el mundo. No obstante, y por lo que sabemos, se nos presenta a veces como un hombre demasiado «encorsetado» y riguroso, con una desorbitada tendencia hacia la etiqueta.

La enseñanza o doctrina de Confucio es eminentemente práctica, demasiado tradicionalista y se esfuerza por revivir el pensamiento clásico. La suya no es una instrucción soteriológica, es decir, liberadora ni espiritualista y, sin embargo, sus enseñanzas han tenido durante siglos un eco extraordinario en China, y sus obras han sido muy leídas en los diferentes idiomas. No se preocupaba por las cuestiones metafísicas, aunque no es que no creyese en Dios, en la supervivencia e incluso en las artes adivinatorias. Él mismo se rendía ante lo incognoscible de tales aspectos y declaraba: «Puesto que no comprendéis la vida, ¿cómo podréis comprender la muerte?» O bien: «Si no lográis servir al hombre , ¿cómo podréis servir a los espíritus?» Por tanto, no se perdía en abstracciones metafísicas y predicaba sobre aquello que era tangible, afanándose por reinstaurar los viejos ritos y activar las costumbres tradicionales. Ha sido tildado de incorregible legista y de moralista, y su doctrina se basa en la educación, la corrección, la honradez, la sinceridad y la templanza. Tenía el convencimiento de que para que el ser humano pudiera obtener bienestar terrenal era necesario contar con dirigentes inteligentes y honestos, cultos y generosos.

Añoraba el pasado, la sociedad rural de antaño y la fructífera relación entre padres e hijos, gobernantes y subditos. Consideraba que en toda sociedad era imprescindible la existencia de un príncipe virtuoso que ofreciese un noble ejemplo a su pueblo y tenía la certeza de que todo ser humano que recibiera una correcta educación era bondadoso por principio y que innatamente la naturaleza del hombre tendía al bien, y así sería en el curso de su vida si la sociedad era justa y estaba gobernada por sabios que propiciaran esos inmanentes impulsos de bondad. Para Confucio había pocos males mayores que el egoísmo, y el monarca adecuado sería aquel que pusiera los medios para combatirlo y fomentara la caridad.

Era un hombre pacífico y fundamentalmente antibelicista, siempre amante de la paz y contrario a la violencia. Alentaba el culto a los antepasados y la piedad filial. Exhortaba a que los hijos honraran a sus padres, les protegieran, respetasen y cuidasen; señalaba que unas relaciones maduras entre padres e hijos redundarían en unas más armónicas entre los subditos y los gobernantes. Su enseñanza tiene como piedra angular una moral patriarcal, así como el adiestramiento en el justo medio y la corrección.

Toda persona debía esforzarse por mantener vivo su sentido ético y hacer equilibradas y felices las relaciones con sus semejantes. En la Gran Enseñanza hay un párrafo muy significativo al respecto: «Cuando los antiguos quisieron establecer las virtudes ilustres a través del Imperio, comenzaron por ordenar debidamente sus Estados. Para arreglar debidamente sus Estados, empezaron por arreglar bien las familias. Para arreglar bien las familias, comenzaron por cultivarse a sí mismos. Deseando cultivarse a sí mismos, rectificaron sus propósitos. Queriendo rectificar sus propósitos, exigiéronse absoluta sinceridad en sus pensamientos. Para ser sinceros, extendieron sus conocimientos el máximo posible. Y esto lo obtuvieron por la investigación de las cosas. Por la investigación de las cosas, su conocimiento se hizo extenso. Siendo este conocimiento extenso, sus pensamientos devinieron sinceros. Siendo sinceros sus pensamientos, sus propósitos se rectificaron. Habiendo rectificado sus propósitos, ellos se cultivaron a sí mismos. Habiéndose cultivado a sí mismos, sus familias se pusieron en orden y sus Estados estuvieron bien gobernados. Siendo sus Estados bien gobernados, el Imperio fue tranquilo y próspero.»

Anhelaba un florecimiento de la consciencia moral entre sus compatriotas, considerando que sin dicha eclosión eran inútiles las esperanzas de un gobierno honesto y eficaz. Había, pues, que esforzarse por alcanzar ese hombre éticamente superior que en potencia todos llevamos dentro, superando los defectos y acentuando las virtudes.

Las que se han venido denominando las «cuatro virtudes cardinales» del confucianismo son:

Bondad: Honestidad, piedad filial, espíritu público, caridad.
Rectitud: Fraternidad, valor, pureza, integridad, lealtad.
Conocimiento: Conocimiento de la vida, del destino, de la naturaleza, del ser humano.
Buena fe: Sinceridad, honradez, sencillez, verdad.


También según el confucionismo hay «cinco relaciones fundamentales»:

Relación de soberano a subdito.
Relación de padre a hijo.
Relación de hermano mayor a hermano menor.
Relación de esposo a esposa.
Relación de amigo a amigo.

Confucio siempre estaba anhelando un mundo mejor, más próspero y sosegado. Por un lado era un hombre muy práctico y por otro un idealista. Valoraba mucho la reflexión e invitaba a ella a sus discípulos. Para él una persona sabia era la que podía mantener la imparcialidad sentir amor hacia todos los seres humanos. Insistía en la educación de la virtud y en su cultivo y desarrollo. El sabio es el que respeta la justicia que merece ser llamada tal. Apreciaba la rectitud y el afecto desinteresado diciendo: «El que en sus empresas busca tan sólo su propio interés provoca desdichas que lesionan los intereses de los otros.»

Insistía en el perfeccionamiento de sí mismo y también en que se tiene que llegar a amar a los demás como a sí mismo. Le obsesionaba aplicarse a lo que él consideraba la virtud y la corrección de sus defectos, y señalaba que para llegar a ser sabio hay que proceder de ese modo. Para él la sabiduría no era, como para los grandes maestros del espíritu, un conocimiento de orden superior que permite captar la última realidad y el sentido de lo existencial, sino comportarse recta y correctamente Por tanto, ponía todo el énfasis en la virtud a diferencia de otros grandes maestros, que también hacen hincapié en la práctica de la meditación y en el desarrollo de la sabiduría liberadora. Para Confucio la virtud era:

«Vencerse a sí mismo, dotar al corazón de la honestidad que recibió de la naturaleza; tal es la virtud perfecta. Si un día llegas a vencerte a ti mismo, a recuperar totalmente la honestidad del corazón, todo el Universo dirá que tu virtud es perfecta. Depende de cada uno ser perfectamente virtuoso.»

Esta virtud entraña también un modo correcto de comportarse y da importancia a la etiqueta, para que los demás no se sientan desengañados o tengan quejas sobre uno. Incluye, desde luego, no hacer a los otros nada que no queramos para nosotros mismos, también ser educado, cortés y diligente. El hombre sabio, para Confucio, estará libre de toda inquietud y temor, lo que se produce cuando no se comete ninguna falta. Confucio da mucha importancia a la voluntad: su desarrollo y correcta aplicación para conocerse y perfeccionarse. Gusta del comedimiento, la mesura, el proceder controlado, la sinceridad no hiriente, la capacidad para compartir lo mejor de uno con los demás y la superación del egoísmo, que es una fuente de males y desigualdades sociales. 



Ramiro A. Calle
Grandes maestros espirituales
 

ediciones martínez roca

lunes, 27 de abril de 2015

Zaratustra.

Ramiro A. Calle
Grandes maestros espirituales 
Ediciones martínez roca
 

 ZOROASTRO

La vida

Sacerdote y oficiante 

Todo es un misterio en torno a la vida de este gran maestro del espíritu, para unos un mago formidable, para otros un profeta incomparable, para todos un sabio, un genial filósofo soteriológico y guía de guías del espíritu. En la medida de lo posible, y como haremos con los grandes iniciados y maestros espirituales que se incluyen en esta obra, trataremos de despojarle de los velos de la leyenda, lo que no siempre es fácil en ninguno de estos gigantes del espíritu. También la vida de Zoroastro está revestida de leyenda y se le atribuyen numerosos milagros y hechos portentosos. Lo que es indudable es que este singular sabio cautivó las mentes y los corazones de los filósofos griegos, quizá por el halo que siempre le ha revestido no sólo de gran guía del espíritu, sino de extraordinario chamán, profeta y demiurgo. Zaratustra helenizado es Zoroastro y seguramente vino al mundo alrededor del siglo VI antes de la era cristiana, y para muchos ha sido no sólo un liberado viviente, sino también un sagaz astrólogo, el introductor de la primera religión monoteísta, un impresionante taumaturgo y uno de los primeros, por no decir el primero, profetas del mundo. 
Por lo tanto, no le faltan a Zaratustra ingredientes para haber fascinado, y seguir fascinando, a tantos filósofos y pensadores. Su figura es muy poco conocida por el gran público, a pesar de que su influencia religiosa, moral y espiritual ha sido muy notoria.
Seguramente nació en el noreste de Irán y no es, como a veces se ha dicho, el fundador del mazdeísmo, pero sí su gran renovador, hasta tal punto que se tiene que hacer una notable diferencia entre el mazdeísmo anterior a Zaratustra (que era politeísta) y el que promueve este hombre singular. Fue monoteísta, si bien, después de su muerte, los magos zaratustrianos y los oficiantes de esta religión volvieron al politeísmo, así como a los sacrificios sangrientos, proscritos por el alma sensible de este gran iniciado, que invitaba a cambiar el sacrificio exterior por el interior, el excesivo ritual (del que no gustaba) por la meditación. Era, además, un místico y un buscador desde niño de la realidad suprema. Aunque forme parte de la leyenda, se asegura que rió el mismo día de su nacimiento, lo que denota su carácter distendido e intrépido. 
Como otros grandes maestros o iniciados, Zaratustra se inspira en los principios espirituales de la corriente mística en la que bebe, pero sabe renovarla y se opone al excesivo ritualismo, a la fosilizada religión popular, a menudo degradada y a los poderes eclesiásticos instituidos. Es, como otros iniciados, un auténtico revolucionario del espíritu al que nadie podrá doblegar. Se enfrenta abierta y osadamente a la religión formalista que ha extraviado su sentido original. En esta línea se encuentran también otros dos grandes revolucionarios espirituales, que son Buda y Jesús, ambos enfrentados a la ortodoxia degenerada y a las patéticas clases sacerdotales. 
No hay acuerdo sobre lo que significa el nombre de Zaratustra, pero bien podría ser «luz brillante», del mismo modo que Zoroastro es «estrella dorada»; pero para otros especialistas, el nombre significa «conductor de camellos dorados» o simplemente «conductor de camellos». Atendiendo a esta segunda interpretación del nombre, nos hallaríamos más cerca de la hipótesis de que Zaratustra nació en el seno de una familia de ganaderos que de la que apunta que nació en el seno de una sacerdotal. También se aventura como probable la hipótesis que señala que aunque naciera en un ambiente ganadero, sus abuelos o bisabuelos eran sacerdotes. Como quiera que fuere, durante años este hombre se dedicó a tareas sacerdotales como la oblación y las invocaciones, si bien hasta la edad adulta (que se consideraba a partir de los quince años) recibió una educación mazdeísta, típica de la época, y fue versado en las escrituras y formado como oficiante. Adiestrado en el culto, recitaba los himnos sagrados y atendía el ritual del fuego y, probablemente (aunque después rechazó toda bebida embriagante o alucinógena), se sirviera para los ritos y la modificación de la consciencia de la ingestión, en cantidades adecuadas y con un sentido puramente religioso, de la bebida conocida como haoma, asociada a los rituales sacerdotales. Por un lado el haoma (seguramente equivalente al soma hindú) se utilizaba como ofrenda a los dioses y por otro como sustancia para alterar la consciencia y poder conectar así con el universo de las deidades. Se han ofrecido muchos puntos de vista sobre esta planta religiosa: para unos fue simplemente cannabis, para otros algún tipo de bebida fermentada, y por tanto alcohólica, y para otros una mezcla de varias plantas o flores trituradas. Como oficiante, tal vez Zaratustra no pudo escapar al habitual sacrificio de bovinos, si bien posteriormente se opondría radicalmente a todo sacrificio sangriento, tan habitual en esa época tanto en Irán como en India y otros países asiáticos. 
Zaratustra también debió de convertirse en un gran experto en filosofía mazdeísta y escolástica. Tuvo al menos dos hijas: Haecataspa y Pauruscita. Seguramente llevó una vida normal hasta que sintió la llamada de lo alto y cambió sus obligaciones sacerdotales por la búsqueda incansable de la última realidad y el uno sin dos.

Meditación en las montañas e iluminación de la consciencia 

Zaratustra no se siente satisfecho con ser un mero oficiante, ni teniendo que hacer concesiones al poder de los sacerdotes y de los magos o dedicar su precioso tiempo a ejecutar rituales o ceremonias, cuando sus verdaderos anhelos son lograr la unión mística con el Supremo. Decide entonces retirarse a las montañas y emprender intensas prácticas meditativas. No hay certeza sobre dónde se refugió para llevar a cabo estos ejercicios, pero tal vez fue en el Hindú Kush. Se hizo estrictamente vegetariano y comenzó a deleitarse en la inefabilidad de los extasis místicos, que iban paulatinamente mutando su consciencia y despertándola a realidades supremas. Vive austeramente y alcanza la iluminación a la edad de treinta años. Renuncia a su colosal herencia, corta sus vínculos sacerdotales y familiares y se convierte en un sagaz maestro espiritual, que, como todos los grandes iniciados, despierta tanto el entusiasmo de sus seguidores como la enconada aversión de sus detractores. 
Comienza su predicación y reforma por completo el mazdeísmo, que pasa de ser politeísta, muy mágico y ritualista, a convertirse en una religión monoteísta con énfasis en la meditación, la adoración del fuego, la recitación de fórmulas sacras, la compasión y la caridad. Así va reformando Zaratustra el mazdeísmo arcaico, o sea la antigua religión persa, donde desempeñaban una función destacada los magos, y donde los sacerdotes habían incurrido en desmesurados sacrificios y huecos rituales. Zaratustra experimenta el convencimiento de que tiene como misión «sanear» el mazdeísmo y otorgarle a la religión su sentido de pureza. Se convierte así, en cierto modo, en un profeta, aunque es más adecuado considerarlo un reformador de gran altura y un revolucionario espiritual. Tenía el don de desenvolverse tanto en el plano de lo mundano y resolver los problemas cotidianos, como en el de las sublimes e insondables regiones del éxtasis místico. Era, seguramente, un hombre muy carismático y para algunos, por ello, uno de los más grandes iniciados y magos de la historia de la humanidad. Estaba del lado de los campesinos, a los que animaba en su labor y a los que ponía como ejemplo de buen hacer y sencillez. 
Durante años llevó a cabo su ministerio. Al principio se granjeó muchos enemigos y detractores, pero tuvo la fortuna de poder convertir a la nueva religión mazdeísta al rey Vishtaspa, que seguía el mazdeísmo arcaico alentado por sus muchos sacerdotes. Desde entonces, Zaratustra tuvo todo mucho más fácil para poder ir reformando una religión popularizada y degradada, que creía en dioses y espíritus, ponía un énfasis obsesivo en el ritual y daba la espalda a condiciones éticas y espirituales.
Todo es muy oscuro en la vida de este hombre que tanto ha fascinado a pensadores y escritores (sin olvidar al mismo Nietzsche), por no mencionar las causas o circunstancias de su muerte. Dos versiones, entre otras, son tal vez las más plausibles. Una de ellas es que su asesino fue un hombre llamado Tur i Bratrokes, que llevaba ya muchos años tratando de dar muerte al profeta y así acabar con su ministerio y sus reformas sociales y religiosas: según la otra, fuerzas policiales le dieron muerte por error cuando perseguían a unos salteadores nómadas, El caso es que este gran maestro murió a una edad que nos es desconocida. Tampoco se sabe por cuánto tiempo se mantuvo pura su doctrina, porque a su mazdeísmo reformado y depurado siguió un neomazdeísmo que volvió a ser politeísta y se centró en las prácticas ritualistas o mágicas. 
El mazdeísmo llegó a ser religión nacional bajo el poder de los sasánidas en los siglos III al VII, pero la nueva religión incorporó divinidades del mazdeísmo arcaico y comenzó a desviarse de la doctrina reformada por Zaratustra. 
El texto medular del mazdeísmo y libro sagrado por excelencia de la religión irania mazdeísta es el Avesta, que está dividido en dos partes, el antiguo y el moderno, el primero de ellos de unos mil años antes de nuestra era. El Avesta incluye himnos poéticos, que se llaman «gatha». El Avesta antiguo suma diecisiete himnos y es la obra fundamental de los actuales zoroastrianos, tanto de Irán como de India (los parsis)". Es una fuente de inspiración espiritual y estos gathas recogen las enseñanzas de Zaratustra, si bien el profeta no escribió nada directamente. Se considera, empero, que el que recita estos gathas es el mismo Zaratustra y que por ello es el autor de los mismos. Esta es, por supuesto, una consideración de los mazdeístas, para los que la parte antigua del Avesta, o Avesta antiguo, es el resultado de la revelación directa del profeta.

La enseñanza 

Según el antiguo mazdeísmo existía una oposición muy radical entre las fuerzas del bien y las del mal, y esta religión se quedó anclada y desvitalizada en un formalismo ritual y en el sacrificio sangriento. Parte del poder lo detentaban los magos. Las fuerzas del bien estaban representadas por Ahura Mazda y las del mal por Ahriman. Uno era la luz y el otro las tinieblas. Se creía en numerosos dioses y espíritus, sobre los que Ahura Mazda y Ahriman ostentaban un gran poder. También existía la creencia en los demonios y se rendía veneración a elementos como el Sol, la Luna, el agua y el fuego. Se ejercía un culto específico a los elementos, y cada uno de ellos era regentado o representado por una divinidad. 
Zaratustra llevó a cabo muchas reformas religiosas. No hay que pasar por alto que era a la vez un hombre de mundo y un místico; un conocedor de los problemas cotidianos de su gente que también se deleitaba en el trance místico. Al parecer se opuso a la utilización de sustancias embriagantes o tóxicas, como el haoma, y a los sacrificios sangrientos; tambien frenó el excesivo y formalista ritual y sobre todo, imprimió al mazdeísmo un carácter completamente monoteísta, que superó la clásica «distribución de poderes» de Ahura Mazda y Ahriman. Ahura Mazda era el Dios único, principio y fin, creador del Universo e incluso de los demás dioses (que quedaban supeditados a él). Aunque reconocía el espíritu del mal, también éste estaba controlado por el Dios del principio, pura luz, inteligencia cósmica. Opuesto al espíritu del mal estaba el espíritu santo, también subordinado al Dios único, que es el gran poder y hacia quien había que dirigir los pensamientos, el culto al fuego (que adquirió una gran importancia entre los mazdeístas seguidores de Zoroastro) y la oración Ahuna Vayria. 
Zoroastro exhortaba a sus discípulos y seguidores a que venerasen al Dios único, llevasen una vida honesta y sencilla y practicasen la compasión y la caridad. Ahura Mazda es el señor de la Sabiduría. El mazdeísta debía procurar tener pensamientos, palabras y actos correctos. Ahura Mazda es el «guardián, el vigilante, el creador, el protector, el alimentador, el que conoce, el que conoce mejor». Zaratustra invitaba al recogimiento interior, al desarrollo del espíritu y a la elevación de la consciencia, pero desenvolviéndose en la vida cotidiana. Él supo dar vitalidad y consistencia a la antigua religión irania y convertirse, sin duda, en uno de los personajes espirituales más fascinantes, insólitos y misteriosos.

miércoles, 8 de abril de 2015

Valentín Graña Pérez

Valentín Graña Pérez
(1957-1985)
ESTÍO/LIBROS


“HUELLAS DE LUZ' (1957)

AUSENCIA

Te he buscado por los valles y llanuras,
te he buscado por la tierra y el mar.
He cruzado de mil montes la espesura,
y no te pude hallar.
Te he buscado en el cáliz de las flores
y en las aguas transparentes y lozanas
que arrulla el manantial...
Te he buscado en los limpios resplandores
de los rayos refulgentes del alba matinal...
Te he buscado en la luz de los luceros.
Te he buscado en el brillo de las rosas,
te he buscado... y no te pude hallar.







CARMEN 

Tienes nombre de gitana, y eres bella. 
Son tus ojos azules como el mar. 
Y alma y vida han tejido una querrella 
porque saben que tus labios 
no saben besar. 
Morena... 
Tienes nombre de virgen y no eres cual ella 
pues te faltan virtud y pureza sin par, 
y no eres el faro que gracia destella... 
Qué pena... 
morena, 
que seas tan bella y no sepas amar. 






“SUEÑO EN EL MAR” (1957)



A MI MADRE 
En el regio santuario de mi frente dolorosa,
tienes, madre, un altar bello donde ora mi orfandad; 
suntuoso mausoleo elevado a tu memoria, 
con la gloria del poeta que te quise a ti brindar. 
Son sus flores el deseo de morir entre tus brazos, 
arrulladas mis pupilas con tus besos de ilusión. 
Y las riego cada noche con el llanto de mis ojos, 
de estos ojos que han perdido, por llorarte, su fulgor. 
Es nostálgica plegaria la que aflora de mis labios, 
de estos labios ya resecos, sin tersura ni color; 
de estos labios, madre mía, que al rezarte sólo buscan 
aplacar la sed ardiente de mi joven corazón. 
Desgranar las notas quiero 
de esta gloria que han logrado 
los impulsos ambiciosos que me diste tú al morir... 
Y brindarte en homenaje, con el ansia compartida, 
todo el brillo suntuoso de un florido porvenir. 
Yo seguiré el camino marcado por la historia.
Mis triunfos y laureles,
hasta ti han de llegar,
y seguiré buscando otras dulces ambiciones, 
para, al morir el día, traerlas a tu altar. 




POEMA DEL RENUNCIAMIENTO

Tendré que renunciar, y no quisiera,
a seguir contemplándote en mi mente, 
rompiendo la ilusión que, noblemente, 
en el alma bien quise que naciera. 
Tendré que traicionar la fe sincera 
que ha brotado en el pecho ciegamente, 
sabiendo que tú has sido, solamente, 
una simple ambición que nadie espera. 
Ilusión, realidad, o lo que fuere, 
de una virgen yo sé que ido en pos, 
llevado por razón que nunca muere. 
Fuiste un sueño que ansié para los dos, 
fantástica ambición cuando se quiere, 
y en la cual, por mirarte, vi a Dios.





'MADRE ETERNA' (1962)


PRIMER VERSO

A veces quisiera 
trazar con mi lira 
eterna melodía 
que hablara de ti. 
Mas, mi torpe mano 
jamás ha podido 
pulsar esas cuerdas 
que suenan así.
A veces quisiera 
modelar el mármol 
y en fina escultura 
tu nombre eternizar; 
mas la pobre arcilla 
que tocan mis manos, 
no sabe que el arte 
se pueda modelar. 
A veces quisiera 
que el pálido verso, 
nacido en mi alma 
para hablar de ti, 
fuera, en tus manos,
plegaria sencilla 
que hasta Dios subiera 
a cantarle así. 
Soy rudo y no puedo 
dar ingenio al arpa. 
Tampoco mis manos 
pueden coronar... 
Y el verso es tan pobre 
que nace desnudo 
de gala y belleza 
en mi soledad. 
Las frases se agolpan 
como agua rebelde, 
que lucha embravecida 
por abrazar el mar. 
Dentro de mi pecho 
el ingenio vibra, 
y tu dulce nombre 
repite al compás.
Conoces mi pobreza. 
Cuanto soy y puedo. 
Cuanto en este verso 
te quiero ofrendar... 
Cuanto sufro y lloro 
herido en tu ausencia, 
eso, madre mía, 
¿también lo sabrás? 



POEMA FINAL 

Quiero morir cuando decline el día. 
Cuando el cielo se cubra de oro y grana. 
Que al desplegar su canto la campana, 
como un ave se eleve el alma mía. 
Quiero morir sabiendo que he logrado, 
-como en brindis a tu ambición suprema-,
por la dulce plegaria de un poema
tu corazón de madre eternizado. 
No quiero compartir en mi agonía 
ni la duda ni el porvenir incierto... 
Saber que voy a Dios y, una vez muerto,
tú cerrarás mis ojos, madre mía. 




“DEL CORAZÓN AL VIENTO' (1967) 

SOY POETA 

No aspiro a modelar, en su tersura, 
la ruda sencillez de mi palabra, 
ni quiero enaltecer más hermosura 
que esa luz que se oculta en la oscura 
existencia vertebrada de mi alma. 
Igual que el sembrador la tierra labra 
y sepulta su grano en las entrañas
de la tierra, poeta y sembrador 
voy esparciendo mi verso, 
confiando en la cosecha del mañana. 
Y espero que algún día las crecidas 
mieses de mis versos me reporten 
la ganancia bendita y florecida, 
-esperanza hecha verdad y realizada-, 
del amor multiplicado en mi garganta. 


VIRGEN DEL CAMINO 

Orgullo de la tierra castellana, 
-atalaya que orienta al peregrino-, 
elevas a la Virgen del Camino 
en pedestal de luz, en la mañana. 
Y llego ante tu altura soberana 
trayendo en mi horizonte vespertino, 
las huellas del cansancio. Pan y vino 
de eternas singladuras. La humana 
voz de mi garganta se hace paje,
y en la ofrenda que viste a la canción 
del amor, como único equipaje. 
Y al sublime trasluz de la emoción 
presiento me arrebatas el lenguaje 
por la breve y dulcísima oración... 


“ORENSE CANCIÓN' (1973) 

ORENSE

Hay un Cristo que es carne de leyenda.
La quejumbre de un verso, tras la Puente,
y el hervor de una copla que, en la fuente,
aguarda al visitante que la aprenda.
Tres ritmos de emoción hay en Orense.
Tres nombres de renglón para una agenda.
Tres vocablos que llenan una ofrenda
para ensalzar al pueblo eternamente.
Tres cosas hay aquí -y alguna más-,
que rinden pleitesía a tal grandeza:
las sendas de la historia y la verdad.
Tres cosas hay aquí que son belleza,
-que un día fueron sueño, hoy realidad-,
y han sido la ilusión de mi pobreza.






LAS BURGAS

Porque el agua y el fuego, en maridaje,
hicieron excepción a su porfía,
en tu piedra tallaron un tatuaje
a fuerza de abrasarse cada día.
Vasconia me aceptó, sin más bagaje
que el saber que en mis manos traería
el calor de las Burgas y el paisaje
de la tierra de donde procedía.
Vasconia me aceptó. Y con largueza,
trabajo e ilusión se cobijaron,
buscando solamente la grandeza
del pueblo en el hombre... y completaron,
con orgullo y la fe, como riqueza,
el ser útil a quienes me ayudaron. 


PLAZUELA DE LA AMARGURA

Plazuela de Amargura, silenciosa,
donde nace la sombra de la calma,
y florece el amor, como esa rosa,
al borde de la ermita y de mi alma.
Plazuela de Amargura, en donde cesa
el rumor de cristal de aquella fuente
que en dulce canción, también expresa,
al pie de tu crucero, lo que siente.
Aquí mi juventud se hizo añoranza,
sueño y fantasía y ambición.
Sonrisa, incertidumbre y esperanza.
Los años han frenado mi emoción,
al no hacer realidad aquellas cosas
que el niño sujetaba al corazón. 





ANTE EL CRISTO DE ORENSE

Sostienes mi fervor con tu mirada
cuando apenas contemplo tu figura,
y el recuerdo es plegaria que se apura,
oh Cristo del dolor y la lanzada.
Hoy vuelvo con fervor a la callada
celosía de tu templo... frescura
absorta del ayer de mi amargura,
ya trocada en amor de esposa hallada.
No traigo más ofrendas, Cristo mío,
que el recuerdo de aquella despedida,
forjada en el amor y la esperanza.
Esperanza y amor que es lo que ansío
al volver otra vez y sin medida
al pueblo que me dio su confianza.



CANTO A ORENSE

Orense es al amor lo que es al río
la orilla sideral de su ribera.
Recuerdo y emoción. Voz sin frontera
que vuelve a resonar en mi albedrío.
Orense es la razón del canto mío.
Imagen semejante a la bandera,
que al verla, solamente, la quimera
se torna realidad. Es el navío
en el que vuelvo a Dios por otro cauce...
Orense es el blasón de la pobreza
que forman mi existencia y mi esperanza.
Orense es a mi voz como ese sauce
que besa la corriente con largueza,
y al ruido del agua da confianza.






“ATARDECER” (1981) 

EN EL AULA VIEJA 

La lluvia que acaricia
los cristales de las rojas vidrieras de la escuela,
a la música de antaño
me recuerda su compás.
Y vuelven los sueños forjados
al susurro monótono
de tanta algarabía...
Tardes de zinc sobre
la ruda pared del aula llena..
Mil y una
tiernas ilusiones
que nunca llegaron,
se esconden en la mirada
de los surcos vacíos del tintero
y el pupitre... ajado por el tiempo.
No volverán jamás
aquellas horas
de ingenua aspiración
y garabatos sin rumbo...
El encerado, muerto, caído,
me recuerda mi mano con la tiza
y el borrador... 
y el sueño de hacerme hombre:
el hombre que ahora soy.




SONETO PARA CERRAR ESTE LIBRO

Saberse portador de la belleza,
cumpliendo una ambición, tal vez un sueño,
tú llegaste al final de lo que empeño
al crear el poema con largueza.
No me juzgues, lector, con ligereza
si fallé, como autor, en el diseño...
Siempre queda el cumplido más pequeño
de aceptar de mis versos la parqueza.
Puse más corazón que voz e ingenio
al decirte mis cuitas más plurales,
y en forma de metáfora sencilla.
Heno y grano conforman la gavilla,
-luz y sombras de aciertos magistrales-,
de este fruto en sazón que da el ingenio.






'POEMAS' (1981) 

AUTORRETRATO 

Hijo soy del amor y del desprecio, 
y heredé de mi madre tal dulzura, 
que, al ser hombre, me basta la ternura 
para dar al amor más alto precio. 
Me adoró una mujer, y fui tan necio, 
que cambié mi razón por la cordura... 
Hoy no puedo olvidar tal singladura, 
y al barco donde voy, no guardo aprecio. 
Creo en Dios y en el hombre por derecho. 
La amistad incentiva la nobleza, 
y el verso me aprisiona con frecuencia. 
Amante y soñador, que está al acecho. 
Para hacer de la vida y su grandeza 
un pedestal de luz a mi conciencia. 

ANA MARÍA 

Mi vida va sujeta a la amargura, 
soportando el terrible sufrimiento 
de amarga soledad... y ya presiento
que nunca he de mirarme en tu estatura. 
Preferí la razón a la ternura 
y en dolor se me ahoga el sentimiento. 
Hoy marcho por la vida más sediento, 
cuanto más ambiciono tu dulzura. 
La vida, que es así de traicionera, 
sonríe para ti mientras me hallo
hundido en el dolor y la tristeza. 
Y sé que he de morirme en la ribera 
del afán que me lleva a tu belleza, 
pues renuncié a ser dios y soy vasallo. 


“SONETOS DE AZUL” (1982) 

SONETOS DE AZUL 

Los sonetos de azul contemplativo 
que, gozosa, mi alma te dedica, 
son la puerta del mundo en que yo vivo, 
la nostalgia que, así, me mortifica. 
De tus ojos azules soy cautivo. 
-Recuerdo del ayer que justifica 
el hoy y el ayer, y que predica 
que nunca leerás lo que te escribo-
Y tu cuerpo, gitana, me doblega. 
Soy náufrago de amor que nunca llega 
a la dulce ribera de la playa...
El poeta que soy, amando, calla. 
Y al besar el perfil de tu medalla, 
le revienta tu amor y se despliega. 



Tanto azul se concentra en tu mirada, 
que en el mar se acrisola tu figura. 
Al mástil singular de tu estatura 
puso proa mi ruta ambicionada. 
Te seguí, cual barquilla enamorada, 
y alcanzando tu misma singladura, 
el vértigo crispó mi desventura 
al borde de la costa deseada. 
Contemplamos, absortos, el paisaje, 
y en la playa quebré tu valentía, 
conquistando el placer con más coraje. 
Compartimos la ansiada celosía 
con la voz de cristal del oleaje... 
Desnuda eras más bella todavía. 


“INCOMPLETO AMOR” (1982) 

MORIR 

Es posible que muera sin hallar 
su completa ambición mi pensamiento, 
y al sepulcro devuelva el sentimiento 
que, en mi madre, no pude completar. 
¿Moriré sin poder saborear
lo que en otra mujer fue juramento...? 
Quizás pague a Dios aquel momento, 
pues las deudas se tienen que pagar. 
A fuerza de beber tanta amargura, 
de llorar como yo tanto desprecio, 
en la muerte refleje mi aventura. 
Por eso no la temo. Aunque el precio 
para hallar el amor, se me apresura 
que pago en sobriedad el ser tan necio. 


ANA 

Desnuda estás más bella todavía, 
y el fuego de la luna, me parece, 
riela por tu piel, que palidece 
la caricia que pudo ser la mía. 
El deseo enturbió la celosía 
con la misma razón que me estremece 
cuando estoy junto a ti... y no merece 
mi amor este desprecio, Ana María. 
Cuando a solas contemplo tu figura, 
vencida por la rigidez del sueño, 
me escuece a flor de labios la amargura. 
Elegí ser tu amor y no tu dueño, 
y, a pesar del deseo que me apura,
bien sé que he de morir en el empeño. 


MARÍA 

Surgiste en el recodo de mi vida 
como surgen los álamos al río, 
y te vi navegar, como un navío, 
por mi inquieta juventud adormecida. 
Sentí sobre mi carne dolorida 
el sueño redentor que tanto ansío... 
la sombra de tu cuerpo es para el mío, 
enramada de fruta apetecida. 
Te presiento, mujer, como un torrente
de aguas transparentes y lozanas, 
para saciar mi sed incandescente. 
Me sobran ilusión y fuerza y ganas, 
para adorarte, mujer, eternamente,
por más que me traicionen estas canas.


ADIÓS... 

Me dijiste adiós y en la vereda 
de mi humano vivir esperanzado, 
un remanso de amor ha despertado. 
Hecho piel de azabache y voz de seda. 
El poeta vibró en la arboleda 
de un encuentro fugaz y deseado... 
Hombre al fin, ni vencido ni humillado, 
compartiré la sombra que aún me queda. 
Se hizo luz la ilusión y la esperanza. 
Cabalgo en el ayer hacia el mañana, 
para olvidarte a ti...-Desesperanza 
que el recuerdo comparte en la ventana
del alma-. Y es ganar su confianza 
el premio de otra noble castellana. 


“SONETOS” (1983) 

Bien sé que partiré con mi equipaje 
de eterna soledad incomprendida, 
cuando venga la muerte presentida 
a cambiar el lugar de mi hospedaje. 
Volveré hacia Dios, con el bagaje 
de la triste aventura de mi vida... 
No deseo una larga despedida, 
ni nadie que me llore. Mi lenguaje 
ha sido el del amor. Por eso quiero, 
(como única verdad de mi esperanza), 
que mi madre me aguarde entre el romero. 
Este anhelo feliz me da templanza 
y reduce lo agraz de mi sendero... 
Saber que vuelvo a Dios, me da confianza. 



CANCIÓN DEL AVARO 

Estoy solo. Quizás porque yo quiero 
no tengo deliciosa compañía. 
Solamente persigo, noche y día,
el nido misterioso del dinero. 
Pienso en él y en lograrlo, desespero. 
La riqueza es, tal vez, mi cobardía... 
las monedas revisten mi alegría 
porque a ellas tan sólo soy sincero. 
No me importa el honor y la grandeza. 
La honradez, simplemente, es un tesoro 
para cubrir de lodo a la pobreza.
Ambiciono medrar, aupado en oro,
que es al fin y a la postre fortaleza... 
lo demás, son palabras sin decoro. 


LA CHOPERA 

La tarde, al declinar, tuvo el empeño 
de recoger su manto en la chopera: 
el viento despertó a la sementera, 
y el vuelo del gorrión fue más risueño. 
La sombra sobre el agua frunció el ceño
al dejar su cendal en la pradera... 
La tarde se durmió, -quién lo dijera-,
sin poder despertarse de aquel sueño.
Desde entonces, la noche está de ronda, 
imponiendo su paz al canto vivo 
del agua quejumbrosa y transparente. 
Cuando el aire,Jugando con la fronda, 
presume, con razón, de ser altivo, 
la chopera es un canto diferente. 


LA FUENTE 

Al borde de mi vida hay una fuente, 
con murmullo de voz confidencial, 
donde el agua desciende, lentamente, 
entre musgos y sombras, vertical. 
Muchas veces, huyendo de la gente, 
me asomaba a su mágico cristal, 
y al conjuro del agua transparente, 
esperaba su paso angelical. 
Muchas veces la noche hizo su ronda,
la luna despertó nuestro deseo, 
y el suspiro que nunca pudo ser... 
Hoy he vuelto... y el aire entre la fronda, 
como voz que presiento y que no veo. 
Me recuerda su nombre de mujer. 


TU ERES... 

El aire que despeina a la chopera 
humillando los juncos sobre el río... 
Ese grito perdido en el vacío 
que forman la montaña y la pradera. 
Esa gota de lluvia, en primavera, 
que aviva en el rosal su señorío. 
Ese rayo de sol que, en el estío, 
alegra la fecunda sementera. 
La curva del ciprés rozando el cielo. 
La nube traspasada por la luna 
que al álamo seduce y tornasola. 
El tumbo majestuoso de la ola 
que en la playa se cambia por espuma... 
La alondra que admiré alzando el vuelo.



NIEVES 

La tarde despereza su letargo 
por la voz de la lluvia en los cristales, 
y el viento que estremece los trigales 
acompasa su acento. Sin embargo, 
nada impide que insista en este largo 
camino de mil frondas desiguales: 
tu recuerdo se estrella en las triviales 
maneras de ir a ti. -Concierto amargo 
el que forman la lluvia y este viento 
caprichoso, que nace en la besana, 
para avivar la pena que ahora siento-. 
Se morirá la luz, y en mi ventana 
-testigo de mi eterno abatimiento-, 
el alba me dirá: “Tal vez mañana...” 



VÉRTICE DE LUZ 
(En la muerte de un amigo) 

El invicto ciprés de tu estatura 
cedió al huracán de la agonía, 
y el alma traspasó la celosía 
humana, liberando su atadura. 
A la tierra volvimos tu apostura 
para hacer realidad la profecía... 
En barro se transforma la osadía 
por quererse mirar en más altura. 
Sólo queda de ti nuestra conciencia,
que, aunque humana, es a un tiempo confiada, 
y sabe del dolor y de la ausencia. 
Tu senda es nuestra senda, desandada, 
en donde nos aguarda tu presencia, 
cual vértice de luz enamorada. 






Con tu nombre en los labios... Con tu nombre 
a flor de piel, vencido, no humillado, 
llegaré hasta la muerte enamorado, 
para rendir la vida como un hombre. 
Al sepulcro, -que espero no me asombre-, 
llevaré la ilusión que tú me has dado, 
y el afán de varón, irrealizado, 
pues la muerte no tiene otro pronombre. 
Y si el verso pusiera al descubierto 
el amor que por ti se enorgullece, 
no vengas a llorar... porque no espero 
que me lloren tus ojos cuando muerto... 
...Que en la tumba mi cuerpo se estremece 
si descubres, mujer, que aún te quiero. 


PÁGINA FINAL 

No quiero compartir en el sendero 
que conforman los días de mi vida 
aquello que se oponga, en mi partida, 
a pregonar mi paz. Lo que más quiero 
es vivir esta senda cual romero: 
Olvidar cada afrenta recibida, 
compartir con amor la ajena herida 
y encarnar en el hombre el Dios que espero. 
No ansío más. Si he compartido 
con quien menos tenía mi pobreza, 
he cumplido un deber y he recibido 
a cambio de mi entrega tal largueza 
que mereció la pena haber nacido 
por ser útil a Dios y a la belleza. 


'VERSOS PARA EL ATARDECER DEL ALMA' (1983) 

Versos para el atardecer del alma 
son estos que te ofrezco, buen amigo. 
Recuerdos que a la tumba irán conmigo, 
y que ahora conforman esta calma. 
Versos que nacieron sin la palma
de aquella realidad que aún hoy persigo. 
De aquella realidad que aun 
inquietud de un ayer que no se acalma. 
Versos para abrir la transparencia 
de la quietud soñada de la aldea,
remansando la paz de la conciencia. 
Mi poema es nostalgia... aunque no sea 
la palabra ajustada a la expresión. 
Si acierto en el afán... bendita sea. 


IV 

No busco presunción por ser humano, 
ni el requiebro halagador de la porfía. 
Y de hombre a varón, la vida mí
camina rumbo a un Dios ya más cercano. 
Me someto al amor con alegría 
por haberlo perdido muy temprano... 
Miro al hombre, tal vez, como a un hermano, 
y acepto en lealtad su compañía. 
Así voy por la vida. Humildemente 
ofrezco lo mejor de la cosecha: 
la amistad que perdura sin hablar. 
Devuelvo bien por mal a quien me acecha 
y pone en entredicho mi mordiente. 
Soy poeta, también, para olvidar.







Cantabria mira al mar y así mirando, 
a remo de los ángeles mi nave, 
se transforma en poesía porque sabe 
que el verso gana en fuerza, contemplando 
a esta tierra bendita... Y voy cantando, 
Laredo y Castro Urdíales... Todo cabe 
en versos de soneto, porque acabe 
de cantar, Santander me está esperando... 
Liébana y Santoña -mar y montaña
“tierruca” de mil hijos inmortales, 
luciendo tu blasón en tierra extraña. 
El poeta se acerca a tus umbrales 
para ensalzarte así, mirando a España, 
y por verme en tus frondas siderales
La luna penetró por mi alquería, 
grabando en la pared, celosamente, 
tu nombre, Noemí, y, nuevamente, 
el alma recordó que te quería. 
Mi cuerpo se agitó, porque sabía 
que serías un verso solamente... 
Un verso hecho mujer, calladamente, 
en labios de un poeta cada día. 
Y al despertar de nuevo la alborada, 
a través de los álamos y el río, 
te miré como sombra ambicionada.
Y el viento tempranero del estío, 
que besa majestuoso la enramada, 
a tu nombre entremezcla con el mío. 


VII

Si poeta nací y es mi aventura 
el proclamar a Dios en la belleza, 
no comprendo que exista más grandeza 
que tus ojos, Noemí. No me apura 
tu frágil juventud, pues la ternura 
que al nido de tus pechos despereza, 
me pide que respete la pureza 
del mágico cristal de tu hermosura. 
Y el lienzo virginal de tu inocencia 
que espera con rubor que alguien lo toque 
con el sabio pincel de la elocuencia, 
es mi orgullo total. Y en mi conciencia, 
-permíteme, mujer, que así la invoque-, 
veo a Dios en tu limpia transparencia. 


A UN POBRE 

Traspasa los umbrales de mi huerta 
y avanza sin temor, mi pobre hermano, 
que al igual que con ella sigue abierta
la palma temblorosa de mi mano. 
Se agitan los rosales que en mi huerta 
contemplan tu llegada, tan temprano, 
y al cruzar sus umbrales se despierta 
la esperanza de que eres soberano. 
Eres pobre y mendigo y Dios te envía, 
y a cambio del brevísimo hospedaje, 
se llena de ilusión esta alquería. 
Sentida bendición es tu lenguaje, 
porque siempre despiertas mi osadía 
de que al cielo entraré con tu ropaje. 


ANA MARÍA 

Mi cuerpo te buscó por ser doncella 
y a fe que consiguió lo que quería... 
En la dulce quietud de mi alquería, 
de rodillas juré ser fiel a ella. 
Mi vida te adoró porque eras bella 
además de saberte sólo mía... 
y en esta posesión, mi algarabía 
puso nombre a la luz: Ana María. 
Viví para este amor con ansia loca. 
Con entrega y pasión cada momento, 
y, a veces, con los puños en la boca. 
Tuyo soy por amor, que es sentimiento; 
y a pesar que tu orgullo me desborda, 
mi palabra y mi voz son juramento. 



Esos sauces que cuelgan sobre el río 
llenando de caricias la corriente, 
en preludio transforman la vertiente 
del rondó de un amor que no es el mío.
Cual guitarra de espuma suena el frío 
castellano y hostil sobre la fuente... 
El recuerdo se torna irreverente 
adorando la bruma del estío. 
Allí te contemplé por vez primera: 
desnuda como mística amapola, 
cual si fueras mi triste adormidera. 
Me esperabas allí... como se espera 
despedir para siempre, triste y sola, 
un amor que no tuvo primavera... 


ENCUENTRO 

Tuve miedo de amarte y he pagado 
con desprecio brutal mi cobardía... 
y, ahora que ya es tarde, Ana María,
volvemos a encontrarnos. Y he gastado 
los años de esta vida, que no es mía, 
en volver y volver a mi pasado... 
El niño que era ayer no te ha olvidado, 
porque el hombre te anhela todavía. 
Nos miramos de nuevo, como antaño, 
con más canas y espinas en las sienes, 
cual corona que ciñe la experiencia. 
Y al viejo que ahora soy le causan daño 
el temblor de tus manos... porque tienes 
mi nombre como cruz en tu conciencia. 



Las piedras de la calle en que nos vimos
relucen, cual si un ángel las pisara,
y en ellas se reflejan, de tu cara,
dos lágrimas azules. Despedimos
el amor que de niños prometimos
con un beso fugaz...Ay si hablara
el amplio ventanal que nos separa
del embrujo de cómo nos quisimos...
Treinta años soñando, como espuma
de triste manantial entre las manos...
Al volver a tu alféizar, es la bruma
del tiempo que envejece, al recordarnos,
quien pone la amargura en esta pluma
y en la herida del alma, al encontrarnos.. 




ESPAÑA 

Quisiera, paso a paso y trozo a trozo, 
sin prisas, por el valle y la montaña, 
recorrer los caminos de esta España 
que estremecen mi pena y son mi gozo. 
Quisiera convertir en alborozo 
el filo redentor de la guadaña, 
arrancando de cuajo la cizaña 
de aquellos que toleran su destrozo. 
Quisiera un pueblo en paz. Como gavilla 
que lanza al universo sus destellos 
en pie de amor, con próspera riqueza. 
Que al pronunciar su nombre, en maravilla, 
sin encontrar ni ricos ni plebeyos, 
el corazón latiese en su belleza. 


Contemplando el temblor de la amapola
que entre besos del viento se estremece,
tu recuerdo me acosa y se engrandece
cual murmullo sutil de caracola.
Al cielo castellano tornasola
la eterna placidez cuando oscurece...
El río es todo voz, cuando atardece,
y la senda del pueblo queda sola.
El viento de la tarde se recrea
jugando al escondite en la chopera,
con la paz sacrosanta de la aldea.
Una voz estremece la pradera,
un gorrión la gavilla picotea,
y una esquila se extiende en la ribera... 




Un lecho de amapolas he formado 
al borde del trigal y la chopera, 
donde el valle parece que estuviera 
compartiendo mi afán de enamorado. 
Y el umbral de la noche se ha mirado 
en tu cuerpo desnudo, incandescente... 
El placer destelló sobre tu frente 
en éxtasis mil veces deseado. 
El sauce penetró más sobre el río, 
silenciando su salmo de tristeza, 
para que nada enturbie nuestra cita. 
La luna desplazó su poderío, 
y al lejano ciprés dio más belleza, 
despeinando su luz sobre la ermita.