martes, 20 de enero de 2015

Vicente Gaos

Poeta desarraigado, Vicente Gaos (1919-1980) centra su poesía en el hombre, en la angustia de vivir, en la presencia de la muerte y sobre todo en el diálogo con Dios, lo que le convierte en un poeta existencial de gran hondura y le emparenta con la obsesión por el tema religioso de los autores de la primera generación de posguerra -tema que sólo compartirá en su obra en cantidad y énfasis con el asunto amoroso primero, antes de ceder espacio a una poesía social irónica y existencial. Sin embargo, Gaos ironizó, bromeó, se burló incluso de su fe, y llegó a afirmar que no quería luz sino sombras.

De la introducción a la antología de Ricardo Bellveser extraigo lo siguiente:

“Sabe establecer su propia personalidad y no dejarse engullir por un instante tan firme. Así lo apreció César Simón para quien Vicente Gaos:
"sus ideas, sus maneras, su lenguaje, no se esclavizan a su momento ni a su grupo, del que, por otro lado, no es el único que, en buena medida, se despega. Por donde ancla verdaderamente a su época es por la angustia del desarraigo existencial, en donde permanecerá hasta la publicación de su último libro. Entre lo social y lo existencial, que cubren en buena medida la literatura de los cincuenta, Gaos encaja decididamente en lo último".
….....
“Pertenecía Gaos -explica Simón- a ese tipo de artista que se esfuerza por conciliar la inspiración con la disciplina, en quien el fuego creador se halla potenciado por la exigencia de la norma; un romántico clásico, lo cual no pasa de ser una contradicción aparente”.
…....
El tema de Dios, como probablemente el tema más importante de este periodo, tiene en Vicente Gaos una presencia absoluta en su obra primera, presencia que sólo comparte en cantidad y énfasis con la de asunto amoroso, tras la cual cede espacio a la poesía social, más comprometida, más irónica y más existencial en el sentido francés de la palabra. Sólo al final de su vida regresó Vicente Gaos al tema amoroso. …..

Gaos ironizó, bromeó, se burló incluso de su fe. Afirmó que no quería luz sino sombras. Hizo un inolvidable Padrenuestro corrigiendo y rectificando la oración que Jesucristo dio a sus seguidores, se inventó las Malaventuranzas y afiló su sarcasmo. Pero al final de su vida, en los últimos instantes, quiso aclarar esto con una abjuración, y lo hizo con un poema, inédito hasta las Obras Completas, que apareció entre sus papeles y que se reproduce íntegro en la presente antología.




CUANDO EL AMOR DECLINA
...dolor, última forma de amar.
PEDRO SALINAS
Este dolor que ahora siento
me dice que te he querido.
Este dolor, raíz última
de amor, que llevo conmigo,
que lo tengo aquí clavado
hondo, en su oscuro dominio,
me recuerda horas lejanas
en que los dos nos quisimos.
Ah, dolor, última forma
del amor que te he tenido.
Luz tuya, tuya, que puso
mi corazón encendido.
Mi corazón encendido.
Ya no puede arder lo mismo
que cuando ardía, hecho llama
de un amoroso destino.
Por eso recuerdo ahora,
en mi oscuro dolor trío
-ceniza del fuego aquel-,
las mañanas en que íbamos
junto al mar, bajo los árboles,
por luminosos caminos
de dicha, en el alto amor
que yo creía infinito.
Por eso recuerdo ahora,
fríamente dolorido,
aquellas mañanas claras,
tú y yo frente al doble abismo
del mar y del cielo azul
que amparó nuestro delirio.
En aquellos días claros
yo te llamaba amor mío.
Hoy, en la tarde clarísima,
sólo te llamo mi olvido.




NOCHE DEL AMOR
¡Oh, noche que juntaste...!
SAN JUAN DE LA CRUZ
¡Sugestión de la noche!
La tormenta pasó y el crepúsculo.
Yo escuchaba en la tarde el corazón del campo
-lluvia sobre la hierba, serenidad final-,
el corazón del campo
cediendo lentamente su latido a los astros, su pasión a la noche.
Oh cielos ya encendidos,
claridad de mi corazón, pureza de mi deseo,
oh girar infalible de los cuerpos celestes por las pendientes de la noche.
Cielo cerrado del amor.
Con mi clamor solitario
-isla de mi existencia, aguas enamoradas-,
con mi clamor solitario
me elevé hasta tu aurora,
hasta tu resplandor, hasta tu forma tan luminosa,
hasta tu sumisión concedida,
hasta tu vida entregada.
Mi corazón ardía, oh llama, oh luz de mi sangre.
Mi corazón ardía,
pero a pesar de tanto y tan dulce fuego,
yo únicamente podía ofrecerte
mi peso triste, mi peso ciego y oscuro,
mi noche de pasión, de pasión,
mi sombra atormentada.
Tú, en cambio, me cedías
una dulzura abrasada, inacabable,
para que yo pudiera quemarme en ella,
para poder arder a su contacto de aspiración infinita...
Entonces,
oh seda viva de tus cabellos,
sombra azul, sombra suave de tu mirada
y suavidad mortal de tus labios, te amo.
Beso sin cesar tu frente de imponderable tersura,
la sensible columna de tu cuello
hundo mi rostro en tu rostro,
consumo mi vida entera en tus labios.
Oh noche de la entrega, ángel tiránico del deseo,
venablo de la pasión,
órbita del amor, certidumbre de nuestro cielo.
Oh noche guiadora,
anhelo de las fuentes, altitud conseguida,
lancinante clamor de las estrellas.
Te amo.
Sólo puedo decirte que te amo.
Sólo quiero decirte que te amo.
Oh noche que juntaste,
oh noche que exaltaste,
noche que condujiste nuestros momentos aéreos,
nuestra hora contendiente,
el roce, el peso ingrávido de la entrega...





LOS DOS
 
Cuando en la noche a tu pasión me entrego,
dime ¿quién es el cielo y quién la estrella?
Cuando tan alto amor el mundo sella
¿es ciega la pasión o yo me ciego?
Ahora tú me conduces, pero, luego,
yo, yo seré quien te conduzca a aquella
noche estrellada, iluminada y bella
en donde a la pasión vence el sosiego.
En donde la pasión encadenada
y la serenidad del sabio vuelo
-feliz estrella de la noche amada,
íntima confusión, cielo del cielo
crean esta inmortal noche estrellada,
e inmóvil resplandece nuestro anhelo.


TÚ ERES TÚ
Pues tú eres tu...
J.RJ.
No te merezco, no. Yo canto, canto,
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto...
Oh bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
En cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.



AMOR TOTAL

Mi corazón te piensa, luminoso.
Mi pensamiento te ama, apasionado.
Mi silenciosa sangre te ha adorado
-río interior- sin punto de reposo.
Oh embriagadora música, amoroso
clamor de estas entrañas que han pensado
tanto en ti, pensamiento que te ha amado,
que te ha cantado, en canto silencioso.
Ama, ama y canta, pensamiento mío.
Tú, corazón, embriágate de ella,
sed uno y otro inagotable río,
música fiel, arrebatada estrella,
ciega flecha que ignora qué es desvío,
cuando tan alto amor el mundo sella.



TÚ, PENSAMIENTO MÍO

Luz de la inteligencia, vida alta,
diamante en su pasión transfigurado,
luz que mi vida entera ha iluminado,
serenidad feliz que así me exalta.
Cuando en ti pienso, ¿qué es lo que me falta?
Cuando en ti pienso tú estás ya a mi lado,
seguridad del mundo deseado.
¡Qué embriagadora claridad me asalta!
Pensar en ti es ya amarte, es poseerte.
Si no te pienso a ti, qué oscura vida.
Aunque a mi lado estés y pueda verte
y a mí te entregues, libre y encendida,
si en ti no pienso yo no se quererte.
Te pensaré en la noche concedida.




INEXPRESABLE
Sólo el silencio y Dios cantan sin fin.
ANTONIO MACHADO
Ya ni quiero decirte que te quiero,
silencio del amor, noche entregada.
Sí, tácita, inmortal noche estrellada,
mano de Dios y canto verdadero.
Aéreo silencio. Nada espero
poder decirte, porque el hombre nada
sabrá expresar, mas queda así, expresada,
con callar, la expresión de lo señero.
¡Voz del amor o voz de Dios! Nadie hable.
Oh el infinito cántico del cielo,
solas palabras de lo indescifrable,
conseguida expresión para mi anhelo
de altitud o pasión, inexpresable
arrebato de amor, vertical vuelo.



AQUEL DÍA
La terrible célerité de la perfection des formes.
RlMBAUD
Perfección de tu instante en mi mirada
-en mi flecha de amor-, captada al vuelo
de mi cincel, veloz en el anhelo
de esculpirte en mi sangre enamorada.
Ah, ya en mi corazón, sí, terminada
de pasión bajo el aire de este cielo
-sueño de azul y nube de desvelo-,
de pasión, de pasión, forma alcanzada.
El día que te vi, celeste forma
veloz, fue para mí, amada mía,
arrebato de amor, flechera norma,
vivísima y tristísima alegría,
rayo de luz que mi futuro informa:
cielo de tu tormenta fui aquel día. 

TE QUIERO Y TE LO DIGO

Toda la luz del cielo ya en la frente
y en el labio un carbón apasionado.
Mi pensamiento, así de iluminado.
Mi lenguaje de amor, así de ardiente.
Así de ardiente, así de vehemente,
diamante en su pasión transfigurado.
Amarte a ti, universo deseado.
Mi luz te piensa apasionadamente.
Mi luz te piensa a ti, luz de mi vida,
pasión mía, luz mía, fuego mío,
llama mía inmortal, noche encendida,
cauce feliz de mi profundo río,
arrebatada flecha, alba elegida,
mi dulce otoño, mi abrasado estío. 

DESEO DE LA MUERTE 

El sombrío morir ahora es amado
por mí, si no he de arder en ese fuego.
Ah, morir, claridad, solo sosiego
para este corazón atormentado.
Para esta sangre que por ti ha clamado,
que por ti se hizo luz, primero, y luego
ardió en tan alta llama, mundo ciego,
flecha de amor y cielo apasionado.
Ciclo de las estrellas, mano suave,
contacto tuyo, noche que juntaste
y que exaltaste, levantada ave
de mi pasión. ¿Por qué me arrebataste?
Esta pasión sólo en la muerte cabe.
A morir como a amar me condenaste.



ESTRELLA MÍA

Estrella de mi vida, alto destino,
fidelidad al cielo de tu frente,
rapto de amor y ciclo vehemente.
Tú eres mi luz, mi vida y mi camino.
Tú eres mi claridad, fuego divino.
Por ti yo llevo el corazón ardiente.
Tú eres mi claridad resplandeciente.
Ahora mi corazón es diamantino.
Vivir es entregarse apasionado
a esa noche, es arder en ese fuego,
arder -el corazón enamorado-,
embriagarse en la luz y girar ciego,
iluminado, ciego, alucinado.
Nada me importará la muerte luego.



NO ENCUENTRO LA PRECISA LUZ

No sé cómo decirte que te quiero,
ni sé cómo callarme que te amo.
¿Cómo callar, si sólo por ti clamo,
y encontrar el vocablo verdadero?
Sé bien que por ti vivo y por ti muero.
No encuentro la precisa luz. Te llamo,
y no sé si al nombrarte te proclamo
luz mía, vida mía, mi sendero.
No, no hay caudal de luz en lo creado,
para decirte lo que yo me digo
de ti, cuando en ti pienso. Oh Señor, dame
tu genesíaco verbo apasionado...
No quiso Dios dejarme hablar contigo.
Me callaré, por mucho que te ame. 



NOCHE DEL AMOR

Qué podré yo decirte, dulce amada,
joven virgen feliz que no conoces
en un cielo cerrado, suaves roces,
el peso del amor, noche entregada.
Desde este corazón, isla olvidada
-oye del mar sus clamorosas voces-,
me elevaré hasta ti que desconoces
la flecha que en lo oscuro está clavada.
Los cuerpos se revuelven tan certeros,
guiados del amor, como esos astros
que, arriba, sólo ven tus ojos puros.
Órbita de pasión y verdaderos,
resplandecientes e infalibles rastros.
Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros. 


MI ETERNIDAD

Vida es vivir en ti. Sin ti la vida
es muerte, es una eterna noche oscura.
Vivir es entregarse a tu hermosura
en la noche exaltada y encendida.
En la noche, en la noche conseguida
en que me enciendo de pasión tan pura.
Este momento solo me asegura
la eternidad, la vida prometida.
No prometida, concedida. El mundo
es la certeza del amor, la suave
seguridad en que a tu lado me hundo
o en que me exalto, arrebatada ave.
Tú eres mi eternidad, mi alto y profundo
cielo, pues sólo en ti mi vida cabe.




NO QUIERO SER ETERNO

No quiero ser eterno eternamente,
sino amarte, mi dicha conseguida,
dichosa exaltación insostenida,
amarte, ser eterno fugazmente.
Amarte sólo, amarte, únicamente
vértice, inmortal cima de mi vida.
Renuncio a la otra vida prometida
por este solo instante vehemente.
Pues mi cielo tú eres, sí, mi cielo
tus labios son, tus ojos, tu hermosura,
el arrebato de este breve vuelo,
rayo feliz, eternidad tan pura...
Elévame un instante de este suelo
y anégame en la noche más oscura.




ASTROS

Vivo porque te quiero. Sí, ahora beso
tus labios, te sostengo entre mis manos,
cénit de amor, mis límites humanos.
Te quiero y vivo, pues vivir es eso:
Reposar sobre ti, leve, mi peso,
mientras brillan tus ojos con paganos
destellos de deseo, y en tus vanos
labios bebo por fin tu ardor poseso.
Astros los dos clamamos en lo oscuro,
nocturna, amantemente iluminados,
noche de amor, ciclo de amor tan puro...
No en la tierra, en el cielo encadenados.
-El mundo rueda fiel, gira seguro-.
Tú y yo por nuestra propia luz cegados.




EN SOMBRA

Vivimos, derivamos lentamente
desde la sombra hacia la luz postrera,
hacia la luz eterna y verdadera
que nuestro oscuro corazón presiente.
Entre las densas sombras, de repente,
una revelación de primavera
-sólo una chispa de la inmensa hoguera
parece que ilumina nuestra frente.
Oh vida, dulce vida, sueño fuerte,
presentimiento ya de la evidencia
que nuestro oscuro corazón advierte.
Amor, amor, vertiginosa ciencia.
Amor, profunda comunión de muerte.
¡Oh roce de la súbita apariencia!




DOLOR DEL MUNDO

Mi pobre corazón es una oscura,
una honda galería socavada
por el dolor. Su mano despiadada
me lo taladra a golpes de ternura.
Oh Dios, sé que en tu mundo hay hermosura.
El cielo me anegó en su luz dorada.
Brilló el amor sobre una frente amada.
Amé. Besé su joven frente pura.
Pero la luz relampaguea. Apenas
si atraviesa un instante lo sombrío
de este universo doloroso y triste.
Y así tengo esta mina de mis penas,
la oscura mina del corazón mío
donde el dolor en su latido insiste...





AMOR 


¡Qué profundo es mi sueño! 

¡Qué profundo y qué claro, 

qué transparente es, ahora, el universo! 

Si pensando en ti, siempre, 

si soñando contigo, me desvelo, 

y te miro, por dentro, con mis ojos
,
si te miro por dentro... 

veo la oscura entraña de mi vida, 

tu sorda luz de fuego, 

y ya no sé si a ti te estoy mirando, 

o si contemplo el cielo: 

el último trasfondo del poniente, 

sin nubes y sin velos, 

más arriba de todas las estrellas, 

O el inicial trasfondo de la noche 

donde estás tú, durmiendo. 

Y yo sobre la tierra, oscurecido 

por tanta luz, yo, ciego.



HORA SEXTA

Es el Cristo español, crucificado,
mar de sangre en lo alto del Calvario,
y al Centurión romano temerario
bondad de santa ira y sol nublado.
Trágico está ya el cielo y desgarrado
de nubes en paciencia de sudario,
para esperar el día funerario
de enterrar al gran Dios descoyuntado.
Ira, muerte, pasión, sangre y ruina
de arrebatada luz, en la agonía
de Cristo contra el cielo, España mía.
Pues en mi pueblo hay algo que lo inclina
a quererte, Señor, en tu divina
Pasión, y de tu gloria lo desvía.




MENDIGO MÍSTICO

De pie, en la encrucijada del pecado,
al pan y a la limosna se entreabría
mi mano, y, de repente, una alegría
inmensa recibió mi acongojado
corazón, pues yo vi un ángel alado
que pan, limosna eternos me ofrecía.
'Dame, en vez de limosna, teología,
será, de hoy para siempre, mi dictado”
mi corazón decía. “Ya no quiero
más óbolo que el místico alimento
que el Señor da a sus almas cada día”,
mi corazón decía. “Sólo espero
vivir en Dios”. Mi corazón, contento,
estas solas palabras repetía.



NADA ES DE DIOS,
PUES PARA DIOS NO ES NADA...


Nada es de Dios, pues para Dios no es nada,
y, sin embargo, todo en El existe.
Todo es en El, vivimos en su sangre.
Su mano, acogedora de los hombres,
nada para Él retiene, lo da todo:
nos da su muerte de la que vivimos,
nos da su muerte para que existamos.
Vivimos de su muerte, y de su sangre
nace el amor, de su misericordia
nace el amor, la vida que se acoge,
entre el rumor de un mundo que el conduce,
a su ala de pasión, en que, sumidos,
a Dios tenemos, amoroso siempre.





MI DEMONIO



Recuerdo, sí, recuerdo que quisiste

hacerme tuyo, esclavizarme un día,

cambiar el sino de la estrella mía.

Recuerdo bien el daño que me hiciste.

(Pero, Señor, tú te compadeciste

de verme ya en la noche oscura y fría,

y con tu sabia mano de armonía

a tu ordenado cielo me volviste.)

Hubo un momento en que yací en tu sima,

demonio mío, breve noche oscura.

Tu poderosa mano sentí encima

de mí. Mas, oh vencido tú, a qué pura

seguridad me levanté, a qué cima.

El mundo recobraba su hermosura.




EN DESTIERRO

Así, arrojado misteriosamente
en esta vida, el hombre está angustiado,
quiere saber qué mano le ha arrojado,
sí, pide luz para su pobre frente.
¿En dónde está esa luz que el hombre siente
remota, en dónde? Oh Dios, yo te he mirado:
Sombras tan sólo. Estaba desterrado.
Oh mundo oscuro, negro Dios poniente.
Te he mirado: A lo lejos, vi hondos fuegos,
vi que mi entraña estaba a muerte herida
y tuve sed de Ti, mal del infierno.
Y contemplé tus crueles astros ciegos.
Mas sólo cuando, al fin, miré la vida
logré asomarme a tu rencor eterno.



LA NADA 


Oh. sálvame, Señor, dame la muerte,
no me amenaces más con otra vida;
dame la muerte y cura así esta herida
de mi vida mortal. Haz, Dios, de suerte
que pueda retornar al mundo inerte
al que esta ciega noche me convida.
Pon sobre mí tu mano detenida,
tu mano de piedad, tu mano fuerte.
Dame la muerte, oh Dios, dame tu Nada,
anégame en tu noche más sombría,
en tu noche sin luz, desestrellada.
Bastante tengo con la luz de un día.
Bastante tengo, oh muerte deseada.
En ti repose al fin, oh muerte mía.



PREGUNTA

Dime si soy mortal, Dios mío, dime
si somos sólo sombras fugitivas,
sueños de tu rencor, llamas que avivas
con tu viento, que airadamente gime
sobre la tierra ésta que me oprime.
Dime si viviré mientras Tú vivas.
Dime si a tus dos manos vengativas
hemos dado un motivo que te anime
a destruir el mundo, derribando
sobre nosotros, en celeste envío,
y en la noche final, cuanto creaste.
Si somos sombras, ¿sombras hasta cuándo?
¡Apáganos, si llamas, con tu frío!
¡Si sueños, ya bastante nos soñaste!




LUZBEL

Arcángel derribado, el más hermoso
de todos tú, el más bello, el que quisiste
ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,
sueño mío rebelde y ambicioso.
Dios eres en tu cielo tenebroso,
Señor de la tiniebla en que te hundiste
y de este corazón donde encendiste
un fuego oscuramente luminoso.
“Demonio, Señor mío, haz que en mi entraña
cante siempre su música el deseo
y el insaciable amor de la hermosura”,
te dije un día a ti, ebrio de saña
mortal. Y luego a Dios, también: “No creo“.
Pero velaba Dios desde la altura.



DESCANSO EN DIOS

Sueño infinito, eternidad te llamo,
deseo de la muerte, Dios, deseo
de verte al fin, de ver lo que aún no veo,
perdido entre la niebla de un verano.
Perdido por mi vago ensueño humano
ignoro hacia qué luz camino. Creo
en Ti, Dios de mi sueño, porque creo
que muchas veces me tocó tu mano.
Eternidad o muerte o Dios, ven pronto,
sálvame de este sueño y dame un nuevo
sueño de luz con que soñar despierto.
Ven pronto, ven ahora en que remonto
mi error de ayer y hacia tu luz me muevo,
muerte mía, mi Dios, mi dulce puerto.



HERMOSA PRESENCIA

Sólo en algunas tardes resulta
que Dios es evidente. Tendido
sobre el césped, los ojos
atesoran la luz total que confunde. Siento, de pronto,
cuan musical es el cielo,
qué sencillos, qué dulces y qué precisos los árboles,
ceñidos por el postrer rayo solar. Escucho
el viento, mágico, revelador, su mansa costumbre,
envío de los celestiales confines
donde hoy adivino el presagio de la sorpresa inminente.
Así ocurre
que ahora muevo en el espacio las manos,
y las advierto tangibles para la plenitud prodigiosa,
para lo cierto invisible
que, a mi lado, se cierne, ondeando.
¡Oh súbita paciencia
del mundo núbil, del milagro!



INCOMPLETA BELLEZA

Si a veces nos asalta la evidencia
de Dios, tras una nube, en una rosa,
en unos ojos de honda y misteriosa
mirada... Si, de pronto, en rauda ciencia,
rozamos cierto a Dios en la inocencia
de un río, en su corriente rumorosa...
Si a veces Dios a mano está en la cosa
más fugitiva y leve, y su presencia
da belleza divina a un agua triste,
a un resplandor final en el poniente,
a un vago viento que en la tarde insiste...

Si a veces tan cercano a Dios se siente.
Si a veces -rosa, río, luz- existe
tan ciegamente Dios. Si el mundo miente...




EL BALCÓN

Desde el balcón sereno que domina
la plaza vieja de árboles, la calle,
un trecho de ciudad -torres, aleros-,
y allá en el fondo quietas las montañas,
la insinuación del mar, el campo próximo,
un breve mundo en derredor, de pronto
me adivino inmortal. Di, Dios, ¿acaso
tanta belleza, tanto espacio, pueden
no prometer eternidad al hombre?
Aquí en esta baranda yo podría
acariciar una cabeza amada,
hundirme en unos ojos, o estar solo:
la música continua del silencio
me brinda compañía. Cerca, el cielo
-dorado, azul, radiante, enrojecido,
con nubes, ciego en lluvia, gris, borroso,
(lo he contemplado en todas sus jornadas)
me comunica con el universo.
Deja que a este balcón, en este punto
perdido del planeta -una pequeña
ciudad, sólo unas calles, una plaza,
un cósmico confín de mar y campo,
una de tus millones y millones
de perspectivas-, yo, mirando afuera
o volviendo los ojos a mi casa
en sombra, yo, sí, un átomo del cosmos,
sienta conformidad con tu gran Obra.
Se prolongue siempre este momento

sin ansiedad, con natural dominio,
como la plaza se abre hacia esa calle,
y la calle hacia el campo ya, lo mismo
que el silencio prolóngase en silencio,
que el mar en ritmo de olas, con su sordo
fragor, va en blandos golpes a la arena,
o como el corazón, sin que se escuche,
pauta constante el tiempo de la vida.
¿Estos ojos que abarcan tus distancias
han de quedarse ciegos sin que puedan
atesorar lo visto? Di, ¿estas manos
con sueño, con urgencia de caricias
se han de paralizar? ¿La luz, la música,
el amoroso río de la sangre,
son para las tinieblas y el silencio
y el helado rigor? ¿Tanta belleza,
tanto espacio, y de pronto el terco muro?
La aurora aspira a despertar en día,
el día a atardecer, la tarde a hacerse
noche dulce de estrellas o de luna,
la noche a amanecer gloriosamente.
El mar es mar porque se parte en olas
y renace al morir sobre la playa.
Si aquí en este balcón estoy soñando
con que tú, Dios, ordenas a las cosas
continuidad, ¿por qué soñar me dejas?
Memoria y corazón son mi materia.
Quiero vivir porque he vivido y siento
la vida en unidad, libre de olvido.
Quiero vivir porque amo el gran asombro
en medio del que existo. Los recuerdos
y la ilusión me ganan y me dicen:
Estos instantes al balcón, los otros
que ahora asocias con éstos, no es posible
que terminen, no pueden morir nunca.
La ciudad cuando en sol el día crece
se va poblando de almas y rumores:
hombres que entran y salen, que se sientan
en el café o los bancos de la plaza,
niños que juegan bajo la arboleda,
gente que cruza rápida o que vaga
a su ocio en las esquinas, redimiendo
de la presunta eternidad un día,
un día más con su trajín oscuro.
Esta calle, esta plaza, estos balcones,
esta casa que se abre a mis espaldas,
siguen igual que antes, mucho antes,
cuando no yo, otros seres los veían.
En el jardín, mis hijos, aún ajenos
al sueño en este mirador, seguros
-es decir, ignorantes- de que existen
fuera del tiempo, como las montañas
o el mar, telón al fondo del espacio.
Un día más está pasando, un día
menos. La noche incierta sin estrellas.
En la plaza, las luces. En la plaza
donde gime la Historia. Se han borrado
el mar y las montañas. Yo los llevo
grabados ya en el alma, hechos memoria.
En tesoros así, claros momentos
que en el río del tiempo sobrenadan
-islas firmes-, consiste nuestra vida.
Pasa el viento los árboles. Cerremos
sobre la plaza y la ciudad dormidas
este balcón. El cielo sin estrellas
¿es, Dios, el techo enorme de tu Nada?
En el hogar, refugio tan precario
contra la oscuridad, también los mío

están dormidos ya. En mi mesa brilla
la luz. Pienso: Qué vano mi instrumento
para dar duración a lo que huye:
Sólo palabras mientras llega el sueño.






No me mueve, mi Dios, para quererte...
ANÓNIMO
No me mueve, mi Dios, para odiarte,
el cielo que me tienes escondido
ni me mueve el infierno, no temido
-¿qué más infierno ya?- para rogarte
que me muevas, Señor. Pon de tu parte
lo que puedas, si puedes. Descreído,
aunque en la cruz te vea, ¿qué sentido
pueden tener el sol, la vida, el arte...?
Muéveme, pues, y llámame, aunque quiera
mi pensamiento, mi razón ignora
no oírte. Dime, oh Dios, que no es quimera
la esperanza, la fe, y aunque así fuera,
engáñame -¿no puedes tal vez?- para
poder dormir, soñar hasta que muera.



 ANONADAMIENTO 

Anonadas, pero no aniquilas
(salvo la muerte).
Sería iniusto
y tú eres misericordioso,
justísimo;
te apiadas del difunto, del miserable,
lo juzgas con equidad y recurres,
contra ti mismo, a tu propio amor
(no, como el hombre, a su amor propio, a su orgullo),
al encendido amor por tu criatura.Tú, creador perfecto,
no de la nada,
como dijo antaño el apóstata, el hombre viejo y empedernido,
con inconsciente y ciega antinomia,
jugando con dureza de corazón a vanas palabras.
Pues si eres creador y perfecto,
¿cómo vas a haber creado la nada?,
¿cómo vas a haber hecho perfectamente nada?
Anonádalo, así, Supremo Hacedor, y renuévalo,
devuélvele la vista, vuélvesela
para que, ayer vacuo y falto de fe,
crea al fin en lo invisible por lo visible,
y en lo visible por lo invisible,
en la naturaleza por la creación,
y en la creación por la naturaleza.
En la tierra como en el cielo.
Anonádalo, pero no lo aniquiles.
Sálvalo del nihilismo, no obstante
su Himalaya de culpas, su abismo de sombras.
No lo aniquiles, compadécete de ese neófito.
No lo aniquiles, a pesar de merecer plenamente
la nada en que creyó y en la que quieres no aniquilarlo.





ABJURACIÓN


No sé, Señor, si mi obra, engendrada en el orgullo, escrita a ciegas,
ha sido motivo de confusión y piedra de escándalo.
No sé si ha sido interpretada rectamente, o abominada con justo motivo.
Ni yo mismo sabía lo que me escribía.
Tal vez creí que iba por el buen camino cuando sólo daba traspiés y trazaba surcos torcidos,
renglones ripiosos, chapuzas temerarias de mal obrero
que en lo alto del andamio, ebrio y vacilante, al borde del abismo,
se mofaba de la profundidad, despreciaba el vértigo.
Si fue así,
si escribí sólo por amor propio, por engreimiento, por mera vanidad mundana,
para perecedera satisfacción de la carne, tentado por el demonio,
si fue así, Dios mío,
sé mi censor a fortiori, tú que todo lo puedes;
borra todas mis palabras, todas mis letras,
del alfa al omega, de la fecha a a la cruz.
Bórralas, perdónamelas, vuélvelas papel en blanco,
dalas por no escritas por mí ni leídas por nadie.
Anonada mi presunción,
ilumina a los que por mi causa quedaron acaso confusos o escandalizados.
Acepta esta abjuración, haz que crean en esta pública confesión mía,
en la que, lleno de pesar, me retracto de todos mis desvios y errores.
Si, por mi culpa, me creyeron ateo y blasfemo,
que ahora me crean también vocado, no a la poesía, a la obra mal hecha,
sino llamado por ti, Supremo Hacedor, poeta por antonomasia,
único creador verdadero.
Tú, Señor, sabes que en el fondo de todas mis paradojas, heterodoxias y negaciones,
estabas siempre presente, aunque acaso distante;
justamente ofendido, pesaroso y llamándome de continuo a tu gracia,
crucificado por cada palabra temeraria mía,
anhelante de verme al fin rectificar y dar buenos frutos.
Pues, aunque mi intención fuese buena,
la intención es estéril si no va acompañada de buenas obras.Tú sabes
que cuando escribía nada, quería escribir creación,
cuando te pedía que no me amenazases con otra vida,
estaba sediento de ti, de más vida (eterna).
Que cuando -insensato de mí, temerario más allá de la raya, pobre criatura
te exigía oscuridad, te estaba pidiendo luz;
cuando osaba llevarte la contraria,
volver del revés las Bienaventuranzas o el Padre Nuestro,
con ignorantes y baldías contradicciones, presumiendo de ingenio, como jugador de ventaja.
Era un desdichado, un miserable, un nuevo hijo pródigo,
un necio.
Pequé contra ti y tal vez conturbé a mis semejantes, a mis hermanos.
Padre, Señor, ahora que, lento a la ira y rico en clemencia,
me has recibido de nuevo en tu casa, me has perdonado y te has regocijado, era evidente,
quitándome la venda de los ojos, y el orgullo del corazón;
ahora que me has recordado lo que no debí olvidar nunca,
que tú eres el camino, la verdad y la vida,
recuérdamelo otra vez, cada día, incesantemente,
pues la carne es flaca, la memoria olvidadiza.
Déjame ir en adelante siempre por tu camino, sin entretenerme ni desviarme.
Déjame vivir en tu verdad y no apartarme mendazmente de ella.
Dame lo que quieras, enmiéndame y mándame,
como tú solo sabes hacerlo, sin palo ni piedra,
con mandatos que son súplicas,
con castigos que resultan a la postre inefables consuelos,
en este valle de lágrimas
pues si lloro de veras, seré consolado.
Dame lo que quieras en esta vida
(no sé si vida mortal o muerte vital, es lo mismo),
y otórgame al fin la otra, dánosla a todos,
justos y pecadores, píos e impíos.
Danos la vida que no acaba
sino en ti,
en la abierta, en la misericordiosa eternidad de tus brazos.




ADIÓS A LA NADA
Los hombres no son islas,
ni penínsulas.
Pero tú lo fuiste a lo largo de años, durante los cuales
estuviste rodeado,
o casi rodeado,
de muerte y nada por todas partes,
o por todas partes excepto una.
En tal circunstancia,
si por el mínimo istmo que te enlazaba a la vida,
a la comunión con tus semejantes,
amaste un árbol, o a una mujer,
no los amaste de veras, pues sólo los amaste por sí mismos,
y en ti mismo,
ensimismado, entimismado,
encerrado en una plaza de muerte, nada, sueño, impotencia...
Pero al fin, al fin,
has sido rodeado por todas partes,
han derribado tus fronteras.
Y rodeado por todas partes de amor -todopoderoso milagro-,
ya no eres isla ni península, te han sacado del aislamiento.
Ahora comulgas seguro con tus semejantes,
amas seguro los árboles,
y a la mujer, al hombre, a todas las criaturas,
porque las amas en el amor que vence todas las cosas,
todos los seres.
Ya no temes el muro final, piensas -tranquilo y consolado- en las postrimerías.
Ya sabes de dónde vienes y adonde vas.
Vienes de ti y vas a ti.
No de la nada y a la nada.
Ya no te lamentas de las circunstancias.
Pues el amor es tu única circunstancia,
lo único, el único que te circunda y abraza,
quien te circunscribe y sella con cruz indeleble,
quien te lava en espíritu y te resucita,
quien te ha esperado con inagotable paciencia,
quien te ha perdonado plenamente tu desesperanza.



TESTAMENTO 

Yo, Vicente Gaos, natural de la nada, de mil siglos de edad,
de estado civil solitario, inestable,
domiciliado, refugiado en un rincón del cosmos, de profesión náufrago en la sombra,
sin documento nacional de identidad, sin títulos, condecoraciones ni diplomas de clase alguna,
sin señal particular visible en el pecho ni en ninguna otra parte del cuerpo,
sin más cicatriz que una necrosis de miocardio,
una vieja herida que me produje yo mismo,
quiero decir, que me causaron siglos de sufrimiento,
de amor oculto, de ternura encubierta por un falso orgullo,
el de no sentir envidia de nada y de nadie,
el de haber creído que siempre había tiempo de sobra,
el de alegrarme seriamente del bien ajeno,
el de no autocompadecerme jamás,
el de llorar hacia dentro por el daño hecho al prójimo,
el orgullo o la confusión de haberme figurado que era yo la víctima, siendo el verdugo,
ya que todos los hombres somos simultáneamente lo uno y lo otro,
y no es fácil en este punto el discernimiento...
Yo, Vicente Gaos (¿Vicente Gaos?), ahora,
cuando empiezo a sentir ya en la boca el amargo gusto de la ceniza
postrera, cuando recuerdo en medio de la tormenta final las postrimerías,
porque he pecado, he pecado,
y a pesar de ello ninguna de las cuatro me devuelve a la inocencia pueril, al amparo filial, a la remota fe cándida de no sé qué antaño,
de no sé qué antesiglo...
Yo, natural de la nada,
habitante de la nada,
destinado a la nada, anónimo,
me acerco ya al encuentro del supremo Notario,
del Decano universal -nihil prius fide-,
y le hago entrega de este testamento ológrafo
donde dispongo
-si acaso no es cierto que quien dispone es Él y el hombre sólo propone-,
dispongo, suplico,
que cuando mi añoso corazón, mi lastimado corazón haya dado ya su último latido,
incineren piadosamente esta carne que gozó y sufrió,
estos huesos que se estremecieron ya de júbilo, ya de horror,
que me despojen de todo, de nada, pues siempre fui un despojado
(es la verdad, no me autocompadezco),
y que arrojen mis cenizas al viento, al agua, al espacio estelar,
al vacío cósmico de donde vine, al cósmico vacío al que he de volver, espero volver
sin retorno,
pues nadie regresa de la última orilla.
Y cerca ya del máximo consuelo, de la extrema esperanza,
confío en que Nadie me amenace más con otra existencia.
Y este es el testamento ilusorio que otorgo en plena posesión de mis facultades mentales,
posesión de quien sólo posee dolor, ignorancia, muerte,
y un corazón cuyo único deseo es el de cesar ya en su trémulo palpito, en su amoroso latido,
aunque (porque) la vida sea al fin y al cabo, y al principio, hermosa, lo es,
y prosiga renovada, siempre igual, afortunadamente monótona,
como en el paraíso primero,
como en el edén funeral que nunca termina, que jamás terminará,
jamás.


¡HISTORIAS!

No hubo, ni hay, ni habrá paraíso
en la tierra ni en el cielo. Eso
son historias, cuentos de niños
para calmar la insaciable sed
que a todos nos posee, el instinto
de felicidad (que justamente
nos impide ser felices). Lo mismo
da que pensemos que cualquier tiempo
pasado fue mejor, que el destino
final será el triunfo pleno
de nuestro esfuerzo, de nuestro albedrío,
que sigamos creyendo aún
en el progreso, que vivimos
para edificar un futuro
mejor sobre la tierra; que si sufrimos
aquí, en la otra vida no habrá ya
sufrimiento: será abolido
y vuelto gozo, porque en la tierra
fuimos buenos, y que los impíos,
los incrédulos, los que obraron mal
recibirán al fin su castigo.
No hubo, ni hay, ni habrá otra vida
distinta de ésta. Desde el mítico
edén hasta ahora, siempre
ha sido idéntica; hemos sido
iguales los hombres: la historia,
profana o sagrada, es un mito.
Hay quien cree que en la Edad Media
Europa era un mundo unido
-una lengua, una fe, una cultura...-,
un edificio construido
sólidamente por la fe
común, un cosmos colectivo
de hombres anónimos -cantares
de gesta, catedrales, concilios
unánimes, valores vigentes
para todos: ni el menor resquicio
en esa era de creencias,
de ideales, en ese período
del que muchos sienten nostalgia...
i Es difícil salir de los mitos!
Hay quien cree que el Renacimiento
dio al hombre libertad, lo hizo
sentirse más importante,
más razonable, más feliz, más íntimo;
lo acercó a la Naturaleza,
le abrió más anchos caminos
sobre la tierra, el mar, el cielo...
¡Es difícil salir de los mitos!
Hay quien cree que a partir de entonces
empezó la crisis, que vino una larga etapa de duda,
de falta de fe: indicios,
grietas que ya presagiaban
la ruina del edificio
medieval, de la maravilla
aquella (que no había existido);
que el hombre perdió poco a poco
la confianza, el pesimismo
fue creciendo en los corazones,
ya nada fue como al principio,
se alejó de Dios
(y Dios del hombre), como los navíos
se alejaban en busca de tierras
nuevas, del maná divino,
igual que -cruzando el Mar Rojo
salieron un día de Egipto
hacia la patria prometida
los israelitas, el pueblo elegido
por Dios para que de él naciera
el Mesías. Y el Mesías vino.
¿Y qué pasó? ¿Qué sigue pasando?
¡Es difícil salir de los mitos!
Es difícil no sentir nostalgia
o deseo. Pero da lo mismo
una edad que otra, un pueblo
que otro, la fe o el escepticismo,
el ayer que el hoy o el mañana,
el pesimismo o el optimismo,
la Edad Media o el Renacimiento,
la Ilustración o el Romanticismo,
la Edad Antigua o la actual,
el antípoda que el vecino,
el oriente o el occidente.
Todo, todo da lo mismo.
Todos los hombres desde Adán
y Eva, todos sus hijos
hemos sido, somos, seremos
idénticos siglo tras siglo,
año tras año, día tras día...
No hubo, ni hay, ni habrá paraíso
en la tierra ni en el cielo. Eso
son historias, cuentos de niños.
No hubo, ni hay, ni habrá otra vida
distinta de ésta que vivimos.
Lo demás es soñar, soñar...
¡Es difícil salir de los mitos!




DESOLACIÓN 

¿Cómo puede surgir de la minúscula garganta del ruiseñor esa melodía nocturna?
¿Por qué a la luz primaveral del alba enloquecen en júbilo de vuelo y trinos los gorriones?
¿Qué milagro, qué indicio enigmático se trasluce en el verdor anual con que renacen los yertos árboles de diciembre?
¿Y yo...?
Ya no me levanta el ánimo el surtidor universal que parece alzarse hasta el cielo.
Por el contrario, permanezco callado, resignado, sombrío, abatido,
ajeno a todas las señales portentosas que me rodean,
perdido ya del todo el gusto por la vida, hastiado, sin
que logre deleitarme el olor de las flores, su abigarrado color, sin que el tacto
resbale feliz por la superficies antaño amadas de los objetos
familiares, íntimos, inspiradores de confianza,
que me acompañaron como un perro fiel a lo largo de mi existencia.
El mar, de azul se ha vuelto ceniciento.
Ya no me alegra la caricia húmeda de la lluvia, ya no escucho su arpegio musical ni me extasío ante el arco-iris.
Ya no me hace gozar el sol -bajo el cual nada hay nuevo en la tierra-,
aquel sol -divino tesoro- del verano ardiente y monótono [que solía empaparme en sudor, en dicha,
en renovado deseo de inmortalidad, en accesos extáticos en que creía pasajeramente lograrla:
Vida hermosa, inmortalidad en compendio, evasión casi real de toda muerte posible.
Queremos ser felices.
Ansiamos lograr la felicidad -eso a la vez tan grave y tan frívolo-,
pero nos quedamos sólo con el logro del ansia.
Deseamos revivir el pasado, volver a la fuente,
y, al mismo tiempo, con inevitable e imposible vocación de flecha,
dar en la diana del futuro, triunfar, alcanzar metas inasequibles,
en tanto el presente se nos esfuma entre dos momentos quiméricos
(aunque no es menos ilusorio el mismo presente).
Dejadme así ahora desasistido, enajenado, solo,
tendido, entornados los párpados, sí, dejadme,
pájaros melodiosos, verdes árboles, flores encendidas,
mar azul de mi niñez remota, arco-iris, amor, sol gozoso, ilusiones ajadas,
sueños de eternidad incumplida, felicidad solamente apresada en anhelo.
Dejadme al menos ahora con un resquicio mínimo de esperanza
lo último que se pierde, pero se pierde.
Dejadme así abatido, perdido, ojalá efímeramente.
¿Cómo puede surgir de la minúscula garganta del ruiseñor esa dulce melodía nocturna?
¿Por qué a la luz primaveral del alba enloquecen en júbilo de vuelo y trinos los gorriones?
Quiera el destino que como antaño
todavía pueda unirme de nuevo a la vida el trino de un pájaro.