martes, 22 de mayo de 2018

Antonio Rodríguez Jiménez

Antonio Rodríguez Jiménez
Antonio Rodríguez Jiménez nació en Córdoba el 15 de junio de 1956. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Córdoba y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Málaga. Ejerció como periodista cultural durante 30 años y coordinó durante 22 años el suplemento cultural de Diario Córdoba Cuadernos del Sur. Fue director del Instituto Cervantes en Fez hasta 2013. Actualmente se dedica a la enseñanza en universidades, a la crítica literaria y a la creación. Publica en diversas revistas especializadas y en periódicos.


II 
 
Proceloso, lejano grita el mar.
Sus celos, dominantes y sagrados,
se retuercen como lobas heridas.
Desea bañar con su salitre
las mejillas morenas y la ingles
de la huri que duerme en Medina.
Le envía cabiros por si algún día
naufraga en su fuente lasciva.
Vesánico, furioso, degüella a los rapsodas,
estrella los laúdes, derrama la sangre
de las melancólicas sirenas.
¡Oh loco Piélago, lloras porque no puedes
asistir al esplendor de la carne!
 


III

Céfiro acaricia e1 temblor de sus pupilas,
como un halo circunda su cuello.
Desesperado quisiera morir lentamente
en un beso. Zahra muestra orgullosa
cl monte venusino tras el que se oculta
su fíbula intacta.
¡Oh manzana olivácea que llevas
cintas de infierno en el pelo!


 

IV

Un bullicio de pájaros aguarda
el ardiente corazón escondido
tras el surtidor voluptuoso de alabastro.
El cielo es una noche de horizontes
azulados y pensamientos tibios.
Océano, sumergido en su locura,
pregunta a las taimadas
mientras la flor de almendro prepara
la lujuriosa embriaguez de las pasiones.
La Quimera absorbe su húmedo cerebro,
el verano de sus labios termina
en un suspiro de cipreses.
Yace en el Ónfalo, maldice el alma
de las ondinas, y su cuerpo es la sombra,
la pilastra que gotea eternamente
sobre el invisible huevo del mundo.


 

V

Se abre un oculto camino. La noche busca
alcobas en la atmósfera salvaje
de los amantes.



VI

¡Zahra, pétalo fundido entre mis dientes!
Ruedan las caricias. Te contemplo.
Tus labios Se desgajan uno a uno.
¡Oh garza eterna de mis sueños!
Te absorbo en la amable noche, entre la hierba
y los huesos, entre palabra y palabra,
perdidos bajo el cielo en un aliento de deseo.
Me absorbes entre el silencio y tu cuerpo,
entre caricia y caricia ganamos
un vértigo de estrellas. 




J U E G O S

Jugábamos en las noches
a lanzarnos estrellas
—como todos los infantes de la tierra—
Te perdías siguiendo a los coches 

pensando en huérfanos niños
como todos los infantes de la tierra

Cogíamos crisálidas
para amamantarlas
—como todos los infantes de la tierra—

Te apretabas a mis pasos distante
suspendido en el cartón de los potros
—como todos los infantes de la tierra—
Amábamos la vida sin rencores
los corazones recién estrenados
—como todos los infantes de la tierra—

Te preguntabas en los labios abiertos:
—como todos los infantes de la tierra—
Cuándo se hundirán mis huellas
en las rodillas inocentes del barro.





DRAMA EN UN SOLO ACTO
«Soy muy joven. Quisiera estremecido entregarme
a cada son que a mi lado murmurando pasa...»
RAINER MARÍA RILKE

Venía de la aldea con la mirada al hombro,
no quise saber nunca por dónde caminaba.
Vivir, vivir, único afán de la temprana existencia,
era angustioso el dolor de mi primera espina.

Entre un montón de hupes yacía acurrucado,
tenía por paredes el hondo contorno de una huella.
Vivir, vivir.... Observé jadeando que el cielo
con un crepúsculo de nubes silvestres.

Verdes las raíces de este cuerpo
que brotó por entre un manantial de escarchas.
Y me pregunté por el ruido de las cosas.
Vi los árboles mecerse y tutearse.
 

Dentro de mí escuché el sopor que produce
en un cuerpo la explosión del fuselaje
y cayeron miles incendiados.
Sentí sólo un leve derrumbamiento de átomos.

Había llegado la hora de los levantamientos celulares,
los cables de S.O.S. corrían por entre los laberintos arteriales,
y después de aquel largo incendio
se apoderó de mí el triste instante del estercuelo.
Un viejo dios, pariente, me recogió aterrado
de aquel lecho de hojas. Tuvo compasión y se detuvo
exhalando, murmurando algún arcaico motete,
y tras aquellos segundos de música regresaron los colores.
Rojos, cantos de prónuba en medio
de un largo corredor de tilos recién sembrados.
Recuerdo su olor, su novísima sombra,
fresco azahar colgado de caricias, besos, pubis.

Tras una hueca montaña de piedra
me hallé ante el día y el hombre,
ante unos ojos clavados sin sueños:
vi a Abraham temblando, vi a Abraham temiendo.

Por un largo corredor de siglos
se deslizaba estático el caballero de la fe,
sin lágrimas, repleto de ventrículos, sin rostro,
ascendía a Morija invitando a Isaac al holocausto.

En los perfiles de aquellos minutos
sólo reinó el destello del cuchillo,
el murmullo de los sueños invitando
al hombre a incoar una nueva esperanza.

¿Puede el hombre confiar su fe a un dios tan despiadado?
Pero los días de creencias se fueron alejando
y regresaron los años de mariposas,
de lirios, abedules, armiños y visones.

Y las señoras destrozaron sus pieles, naturales,
los hijos fueron de nuevo depositados en las escuelas,
aprendieron el arte de jugar en las plazas, los parques,
llenar las calles, burlar las esquinas, lanzarse bolas de nieve. 

Los niños supieron de nuevo mirar a los estanques,
observar los vencejos, confiados en vuelos irónicos.
Nadie les enseñó el ars amandi,
pero ellos no vacilaron en mirar a las muchachas.

Sabían que detrás de las cosas
se esconde un fruto inmaduro llamado belleza.
Adivinaban que no debían colgar sus juegos
en las polvorientas perchas de los armarios.
Irremediablemente llegó el día de la adolescencia
y los niños se hicieron sisones, 

olvidaron los jardines convirtiendo sus sueños
en postres —bellas manzanas—, niños glotones.

Eran los días de pensamientos
donde se cambian los aros por amargas ideas,
donde los párpados acarician los ojos amados,
donde la tristeza no tiene remedio.

El hombre —transido de dolor— bebe,
recela los deleites, busca lágrimas,
teme volverse—no le apetecen las estatuas saladas—.
Comprende que algún día nacerá de nuevo.

Va cortando crisantemos aptos para su tumba,
baraja sus pifias y aciertos, los confunde,
busca el punto en el círculo de su vida para la reminiscencia.
Va cayendo el telón. Aplauden.
 



ESTAMPAS
«No dejes que tu infancia, esa fidelidad
innombrable de los celestes, sea revocada por el destino.»
R. M. RILKE


En tu pletórica juventud he de acogerte,
amarte y estrecharte.
Te buscaré en el templo vegetal de la inocencia,
tras el olor lejano de los juegos,
luchando entre el nihilismo
y la conciencia invertebrada de lo posible.
Ese espacio plúmbeo es una gran taza
azul, adornada de nubes y tilos silvestres.
Los coros de hojas expanden
melodías de razas lejanas,
los hombres, deslizándose, desgastan
ese temblor de piedras
que se funde en las cornisas
remotas del miedo.
No dejes que te aten a las esquinas del temor nevado,
no permitas que tu voz se ahonde
sin gritar apenas esas notas
leves que se filtran
por entre los pliegues de tus labios. 


Déjame gritar por ti. Yo tengo todas tus postales,
esas delicadas maravillas
que se derraman
irremediablemente de las manos.




TRAS EL TILO
«Olvida el hombre las penas del espíritu,
que la primavera florece casi en todo.»  
                                                                                  HÓLDERLIN

¡Tan lejos estabas de nosotros...!
Sólo veía una horizontal línea marina.
Allá tras los interminables segundos
de pétalos estabas tú, y nos sonreías
y tus caricias eran retratos en estampas
antiguas que desgajadas nos recordaban,
con sólo un verso de mármol,
las tumbas de los poetas.
Más allá de las huellas

vi un trozo suyo recogiendo objetos
para intercambiarlos
con árboles, hojas, arroyos, bosques.
Y la naturaleza
fue creando la imagen de la lágrima.
Tras los fríos nació el Sol, la Luna,
la vida entretejida por las cosas,
los tímidos encuentros de las flores.
Tras los segundos largos de espera
florecieron los tilos, y las rosas
apoderáronse de todos, de todos los colores.


 

DE FURTIVOS POEMAS

Rociado de polen y de mariposas
has comido soledad tras los pozos
invertebrados del aburrimiento
tus alas se perdieron en el laberinto
de espinas y la rosa
se fue ennegreciendo tras tus pasos
dulces blandos
heredaste un puñado de recuerdos
eran voces de soberbia temprana
tú senil infante
bañaste tu cuerpo en el tonel de grasa
impregnado hasta los huesos
ese viejo reloj de tu frente
se acercó a la línea del vértigo
comprendiste furtivo
que tras la plenitud cóncava del tiempo
sólo hallaría
gotas amargas
desparramadas en el fondo
transparente del vidrio
diminutos crisantemos blancos
dispuestos para la metamorfosis




TIEMPO


El tiempo devora mis manos
y los dedos ocultan los recuerdos.
Es la fatiga absurda de la angustia
que absorbe la dulzura vaga de la muerte.
Se amontonan los minutos, se acurrucan
exhaustos, pálidos, los hombres,
y se esconden tras las manecillas
rotas de un viejo reloj de arena.
Pasa débil el tiempo, sin prisas,
y se confunde con un solitario sollozo.
Su fatiga avanza por entre la voz hueca de un árbol.
Caen los frutos secos y se pierden
en los arroyuelos del mundo.
Más allá de esos lugares
camina el hombre de ideas infecundas,
barajando su alma y a veces su cuerpo
y salta, se desprenden flores,
luciérnagas dormidas, fragmentos de doncellas
como rosas de piedra, mariposas azules.
Lo diminuto se agiganta
y la muerte mendiga una claridad inexistente.
La naturaleza abre sus generosos brazos.





Una hebra de esplendor
 
Amanece porque un hilo de luz, una hebra de esplendor acaricia
la suave tela del párpado. Los campos estarán fríos
en este otoño vestido ya de guirnaldas azules.
Huele, siento, respiro esa humedad de olivos
a punto de estallar. Oigo el zumbido de las abejas
que beben incansables de los viñedos.
El cielo es cristalino porque septiembre limpia
el aire y las praderas, las hierbas, el canto
gris de los pájaros, impregnado del color de los ojos,
transformado en memoria.
Los perros ladran junto al pozo cubierto por palos y viejas 

cajas de frutas.
Los madroños crecerán pronto.
Florecerá la jara y las encinas lucirán sus galas mejores.
La hierba huele y suena como un violín.
No hay mariposas aún, sólo crisálidas encendidas en las piedras
del bosque. Sólo arpegios, notas fundadas,
naturalezas a punto de extinguirse.
Ni siquiera la realidad es mía. 




 El camposanto de Vysehrad

Soplaba un viento de julio sobre el Moldava,
los barcos se divisaban lejanos junto al célebre Puente Carlos.
Ellos me miraban con sus ojos de fuego.
Eran los demonios terribles de Vysehrad.
Un mundo dentro del mundo.
Praga posee la belleza de un sueño,
pero también alberga el horror de los vampiros,
de seres inhumanos bañados en iglesias.
En el amurallado Vysehrad se alza un cementerio
excéntrico. Apunté febril cientos de nombres famosos.
Escultores, pintores, poetas y músicos yacían en el camposanto
del recinto que se yergue sobre el río.
Me brotaron lágrimas cuando el arte y la muerte se mezclaron
y mi corazón se ensanchó como el día anterior ante la tumba
de Kafka, mi cabeza cubierta como un judío, en Olsany.
Perdí el cuadernillo de los mil nombres
y desde entonces siento la desgracia del mundo como un mensaje
de anónimos escritos en la arena de una playa.




 Las alas atrapadas en la escafandra

Has perdido el silencio secreto de las horas,
el instante que roza la garganta
cuando el tiempo es sólo el deseo
    de una mariposa
que aletea en el vaho mortal de la escafandra.
Tu piel es una lluvia de polvillo blanco
que cae como la niebla de un bosque
en una noche de invierno.




CHICOS DE LOS OCHENTA

Me había prometido a mi mismo
no volver a visitar idéntico paisaje.
Detestar ese mundo de flores y de inventos.
Esto es como una noria y todos somos asnos
girando febrilmente en la cuadratura de un círculo.
Una bandada de bolígrafos escritos
a maquina hacen su migración a los ochenta.
Son jóvenes, como yo hace diez años,
y llevan en sus alas excelentes paginas en blanco.

¡Son pájaros supuestamente sagrados!
Todos hablan el mismo idioma
y se abanderan por grupos
porque apenas poseen sangre
en el centro de sus corazones.
El riesgo de ser absolutamente uno mismo
es la ignorancia, el silencio.
Para expresar estas cosas
son innecesarios los versos,
sin embargo, cuando se vive
inmerso en las garras de esa dama oscura
y misteriosa ¡qué difícil es zafarse de ella!
Vuelvo hacia atrás,
que atractivo es el principio,
los primeros balbuceos
de las palabras vírgenes.




PROYECTO DE ESTACIÓN DE SERVICIO
EN UNA AUTOPISTA

Febrero de mil novecientos ochenta y tantos.
La calzada chorrea un brillo impropio del invierno.
Enciendes un cigarrillo, miras
el tiempo como si fuese un reloj sin manecillas.
La habitación está desierta. Hay humo por todas partes,
                                                  
recuerdos que caen
por lentas paredes de pintura negra.
Corro por la autopista deslizándome a ciento sesenta
kilómetros por hora. Me siento meteoro.
Hay fiebre en todo el cuerpo
que late como una caja de cartón llena de piedras.
Ya no soy yo. Es mi sombra
que tiembla en el cristal de las ventanas.
Intento reconstruirme como si fuese una escultura de yeso.
Ni siquiera hay cinceles que adapten mi figura
a las apariencias de mi tiempo
destrozado en las escasas rocas de la playa.
Todo mira hacia atrás, a pesar de los esfuerzos
y sigo viendo al niño de siempre
a través de la baranda.
Voy a intentarlo de nuevo:
tu figura, pero no hay nada
más allá del pasado. No puedo imaginar ningún proyecto.
Se deshace la amargura del futuro en las manos.
Llego a la estación de servicio
para repostar en las tardes calurosas de agosto.
Los poros se ensanchan en un esfuerzo indescriptible
por sentir lo que dicta la tiranía del tacto.
Veo tu figura retorcida en las sábanas,
el olor de tu pubis esparcido,
el fingido amor arropado en tu carne.
Es imposible levantar el vuelo
porque he olvidado la virtud de las alas.
El mundo se reduce a eso, a un proyecto
amargo, a una triste silueta
de algo evanescente que fuimos
en un tiempo lejano. No hay historias
atractivas que permitan distraerte.
Sólo hay un recuerdo de pasión, un eco
en una oscuridad desapacible,
un hotel viejo en un triste callejón sin salida.
Un proyecto de estación imposible por el que trotan
locos caballos destrozados por una cada vez más lejana
                                                          juventud.
Estoy solo. Es febrero y me derrumbo
pensando en el olvido, en la muerte,
en el crepúsculo, en las calles vacías,
en las esquinas bañadas de invierno.
Se acaba. Es el silencio.
El poderoso sabor de los árboles secos.
Un sueño irreversible me entristece
y me tortura poco a poco.
Me siento como una presencia extraña.
Se acaba todo y es imposible mi proyecto de hombre.




EL BAÑISTA SIGUE SIENDO UN SER SOLITARIO

Es Julio todavía. Ha pasado un año desde el último agosto.
Eso que ruge suavemente es el pulso del mar.
Yo también quería sentir sus latidos
y en febrero reserve la vivienda.
Llegó Julio y la esposa, las dos niñas
y el televisor portátil se subieron al Lancia.
El día uno de mañana entramos en Barbate.
Salieron gaviotas a hacernos saludos extraños.
Las niñas disfrutaban en la arena.
De vez en cuando los dedos
de mis pies acariciaban alguna bolsa de plástico.
¡Qué maravilla! ¡Cuánto placer sentí de no sentir
la magia poética del mar!
Sólo había calor, moscas y sardinas asadas
panza arriba, quemándose incansablemente
en la infernal brasa playera
que huele todavía a plástico de colchoneta
y a bronceador Nivea o Cooperthone.
Quemaduras, burbujas en la espalda,
la niña rubia que pierde el equilibrio,
se da la vuelta en el flotador y «por poco se ahoga».
Más allá hay un bañista
que odia con todas sus fuerzas la literatura
y la cotidianidad de la vida.
A sus 34 años ha comprendido que está solo,
que a su alrededor sólo hay sombras,
gatos multicolores y dos o tres seres humanos
que se distancian por una fuerza extraña.
Está triste y bracea solitario, mar abierto.
Le faltan aún trescientos metros
y está desesperado porque se aburre
absolutamente con todo, hasta consigo mismo.
El agua está muy fría,
muy salada,
muy tediosa.
El agua late indiferente
a ciento veinte pulsaciones por minuto,
Ya está perdido del todo.
Cree que al carecer de imágenes
ya no tienen sentido sus palabras.
Pero para él las tienen.
Podría escribir una novela,
pero está empeñado en contar su historia
una y otra vez, en un mismo poema.
El bañista es un punto negro
en mar abierto y no sabe
si merece la pena regresar.





VIAJE AL POLO NORTE

Un revólver apunta a las sienes.
Pensaba en aquella joven que marchaba
los fines de semana a ver a su novio
y pasear por el campo.
Caía el sudor de la muerte cercana.
Un negro saxofón con brillos sonaba eternamente.
Y yo estaba allí, bajo una farola
de nieve después de una fiesta
respirando la muerte en mi cuerpo enlutado.
Tenía frío. Caminaba despacio
mientras tus ojos no me recordaban.
Se había cumplido el tiempo.

Ella estaba ahí, como muñeca
de juventud eterna. De nuevo, la noche
y la imagen de puertas y de senos
perdidos en el tejido oscuro de mi infancia.
Volví. Lo intenté y me sobrecogió
su figura acariciando mi antiguo fantasma.
Entonces, decidí iniciar un largo viaje al Polo Norte.





UN PÁJARO FLOTA EN EL AIRE

Definitivamente desaparecen los campos,
las tardes de pasión, las sagradas montañas,
las bellas muchachas desnudas.
Se ennegrece el cielo azul.
Se ha secado la ciudad con su peculiar fisonomía.
Las calles son iguales que las de Nueva York, París, Roma o Granada.
Córdoba se aleja en una inmensa nube
de bellísimas imágenes.
Acaricio las cosas, los objetos más simples,
como si los ojos se hubieran cegado en su claridad.
El manto del otoño deja atrás las playas
que lucen en su lejanía la tétrica mirada de sus bronceadores.
Como un pájaro flota la tristeza
en la superficie de un estanque.
Camina solo perdiéndose en la arena
amarillenta del bosque de cristales y marcos de aluminio.
No hay nadie en las ventanas.
Hace calor como en la siesta de los ventiladores.
Luce la soledad en el bochorno
que emiten las gaviotas.
Adelfas bellas y venenosas me invitan
a beber en sus jugos. Damas negras
salen al encuentro de los cipreses rojos.
Salto al abismo y se enciende la luz para siempre.



LA HUELLA

Hay un error que aprieta el aire.
Crees que todo está perdido y ya no luchas.
Piensas que todos te desprecian y huyes.
Estás convencido de que nadie te ama y corres.
Por eso ha llegado la hora de que te ames a ti mismo con fuerza,
de que en lugar de huir te encuentres y reflexiones,
de que luches y pienses que nada se ha perdido porque la vida
espera que la descubras
para que sorbas esa inmortalidad que anhelas,
hallada en cada instante, en cada gota de lluvia,
en cada hoja del árbol, en cada metro de asfalto.
Tu huella ha de dar fruto.
No dejes que la arena del mar la diluya.




MIEDO DE UN PÁJARO

Un pájaro extraño,
mágico e invisible,
se acerca un día y trina
detrás de los arbustos.
Voy hacia allá, cautivado por su canto melodioso.
Y no hay nadie, sólo queda una pluma.
Me alejo de la espesura arbórea,
de nuevo comienzan los himnos preciosos,
me vuelvo enloquecido y corro hacia él borrando las huellas.
Le veo el perfil, un halo de belleza lo envuelve.
Voy a atraparlo con los dedos, con las uñas,
con todo el cuerpo. Y huye.
¿Será un pájaro sagrado?
Nada importa, sólo el esplendor de su figura,
la tenue piel, su blancura rosada,
la suavidad de su plumaje.
¿Se asusta de mí? ¿Me aterra su cuerpo?
¿Cómo será ese ave que entona un cántico tan triste,
tan callado?
De nuevo veo su sombra,
como un milagro atrapado en una jaula.
Me arrojo sobre él para asirlo,
se desvanece. Más allá, tras los arbustos,
suena su voz de pájaro, y huyo definitivamente
ante el temor de que el flamante idilio ruede por los suelos.




LUNA BLANCA
Cuando anochece el alma se me encoge y me arrugo
como un papel de celofán bajo la presión de una mano gigante.
No quiero saber el misterio de las palabras fáciles,
sólo llegar al fondo del anhelo
para probar las sílabas que emanan
los árboles mecidos por el viento.
El Universo es un largo discurso repleto de estrellas fugaces.
Lo que importan son los matices, el eco esplendoroso
o falso de las palabras,
el perfil niquelado de los sonidos,
las sombras de los objetos bajo el reflejo de la Luna.
Hoy está llena de luz, de elegancia.
Es bella como una vestal desnuda. Es frágil como un cristal
de Murano o Bohemia.
Es ardiente como un trozo de glaciar a fuego lento.
Amo la luna como un tesoro escondido en el fondo de la tierra.
Cuando no estoy enamorado de mujer la siento
y es la sustituta más fiel. La miro, imán de los deseos,
única alma capaz de arder sin confundirme. Mi único alimento.
Hoy está llena para mí y evoca la nostalgia de mis amantes,
por lo que estoy complemente perdido.



EL PÁLIDO PRODIGIO

Sus lágrimas se turbaron en pálidos diamantes.
La tristeza se extendió como una nube de panteras negras.
Todo su cuerpo fue desde entonces
una tormenta a punto de volcán.
Los ojos azules emitían el frío del Polo Norte.
No había nada más allá de la belleza,
en su fuego interior crecía una bolsa de vacío,
un iceberg que derretía los huesos,
una vieja montaña tragada lentamente por la tierra.
Tomé sus manos de frío y volé junto a ella
hasta el final de las alas,
hasta la misma cúspide del Universo.
Allí acabó el viaje. Tuve que volverme.
Sólo podían pasar los cuerpos celestes,
las damas rubias,
los prodigios encantados
y los seres que no podían morir.




LA FUERZA DE SUS OJOS

Corre bajo la piel.
Bebe la sangre. Sabe que detrás ya no queda belleza.
Todo su pensamiento es ilusión. Pasión suprema. Una monotonía
que palpita bajo el magma de un volcán.
Camina despacio barajando los objetos, como quien cuenta
botellas en una fábrica de cristal. Piensa
y todo su horizonte se derrumba como la luz de un arco iris
en la tarde polvorienta de un desierto de Asia.
Sueña bajo los pies líquidos de una fantasía
y los objetos del espacio se concentran como estrellas
recién llegadas de otras galaxias.
Ama junto al calor de una alfombra de césped,
en la piscina húmeda de una siesta calurosa,
y su piel se deshace por entre el líquido de un rostro indefinido,
blanco y azul, como los ojos, como los muslos, como la lengua
que lo atrae y lo abraza, lo impregna en la corriente
de un río salvaje que lo arrastra, que lo pierde
bajo la hierba que estalla por los dientes.
Lucha para vivir la ilusión instantánea que desaparece.
Pelea para morir en el abrazo solitario
de dos cuerpos que luchan
en una extraña rueda de caricias que duelen
hasta que el paroxismo reina en los rincones
de seres que se retuercen como lejanos dioses.
Es el soplo del mar en una vieja isla de Oriente
que anochece rodeada de ojos que vigilan.
Es la potencia apagada del océano que se enlutece
cuando la sal ha perdido su fuerza para darle brío a las olas.
Es el eco de un viento que arrastra las velas de los barcos
hasta perderlos en lo más profundo de un valle de corales.
Es el viento de un hombre cansado que mueve el mundo
solamente con el deseo de sus ojos.




ASCENSO A LA TORRE DEL RELOJ

Mikulás de Kadan me acompañó hasta la torre
del reloj oculta en Staromestské namestí.
Los vi agazapados en las cornisas
de la iglesia del Tyn,
junto a agujas coronadas de estrellas
y picos sutilísimos ensartados en un cielo plateado.
Eran seres amorfos, negros,
vidriados ojos rojizos,
babeantes cuerpos de piedra.
Grandes brazos de roble,
que intentaban apoderarse de mis restos,
me hacían señas
en el aire de la plaza vieja.
Sabían que el mundo caía a mis pies,
que mi existencia rodaba por los suelos.
Ignorábamos el poder de aquel ángel
que preside el Palacio Toscano,
cuya espada quebrada
mantiene condenadas, en una lluvia de estatuas,
a todas las almas negras de Vysehrad.




Los árboles del bosque Slavkovsky

A veces pienso que estoy postrado
en la cama blanca de un hospital. Parece un balneario.
Karlovy Vary, al oeste de Praga.
Rezo ante la colina de las tres cruces.
Admiro la columnata del Molino
y Santa María Magdalena, protectora iglesia Termal.
Bebo agua a 70 grados centígrados de las sesenta fuentes.
No veo el mar. Sólo jardines inmensos e ilustres visitantes
que algún día pasado pisaron la elegante ciudad del valle.
Es sábado y bebo también cerveza negra
      traída de U Flekú.
Ingiero becherovska de Bohemia
    y silvovice dulce
                                  como un veneno letal.
Allí están los paseantes ilustres:
    el alma en pena de Rilke,
el alma atormentada de Kafka,
el alma mágica de Antonín Dvorak,
el alma triste de Goethe,
el alma seria de Schiller.
Paseo junto al poeta polaco Adam Mickiewicz
y al escultor Bretislav Werner.
Smetana evoca las bellas calles
de la ciudad en la que confluyen
  los ríos Teplá y Onhré,
abrigados por las montañas
  Krusné y Doupovské.

Subo hasta la cima  por entre los árboles del bosque Slavkovsky
y desde la alta atalaya me siento feliz.
Respiro mi nueva naturaleza de pájaro, la armonía
de los ojos, el compás del cielo en mis pupilas.  

lunes, 7 de mayo de 2018

Salicaria

Lythrum salicaria


Descripción: Planta de cepa perenne, que echa todos los años vástagos nuevos, los cuales, en las buenas tierras, pueden llegar a alcanzar la altura de un hombre. Sus hojas quieren parecerse a las de algunos sauces, pero en la base remedan la figura del corazón, con las dos aurículas, y son pubescentes. Nacen de manera encontrada o en rodajuelas de tres hojas en cada nudo. Las flores se reunen en un largo ramillete en la sumidad de los tallos y ramas, y tienen de 10 a 12 mm, y un hermoso color purpúreo tirando a violáceo. El cáliz forma un tubito con 12 costillas externas y 12 dientes en su extremo, colocados alternativamente en dos series de 6, unos más agudos y largos que los otros. El fruto es una capsulita encerrada en el tubo del cáliz, con muchas y diminutas simientes.
Florece de junio en adelante, o a fines de mayo, en los tempranales del Sur.
Se cría a la vera de las aguas, a orillas de ríos y arroyos, bordeando las acequias y brazales en los prados muy húmedos,  etc, de toda la península e Islas Baleares; en las montañas se eleva hasta 1000 m de altitud.
Recolección: Se recolectan las hojas o las sumidades floridas durante el verano o a fines de primavera; las flores, antes de abrirse por completo o cuando el ramillete está a medio florecer. Se desecan rápidamente a la sombra y en un lugar ventilado.

Virtudes: Es planta astringente, de mucha y comprobada eficacia en el tratamiento  de la disentería, así como para combatir las diarreas de los niños de teta.
Quer además comenta que por ser astringente,se hace uso de la infusión para lavar llagas y úlceras, las cuales se mantienen límpias y encoran con más facilidad, siendo mejor preparar la infusión todos los días o cada vez que se vaya a utilizar.

Historia: Dioscórides ya recomendaba su uso contra la disentería; y añade que "atestada dentro de las narices restaña  la sangre que sale dellas. Tiene también eficacia en restañar heridas y restriñir la sangre".
Plantas Medicinales
El Dioscórides renovado
Pio Font Quer
Editorial Lábor
 
Parte utilizada: Las extremidades floridas.

Principios activos: abundantes taninos gálicos, flavonoides, antocianinas, mucílago, sales de hierro.

Acción farmacológica: Astringente, antidiarreico, antiséptico, ligeramente hemostático. En uso externo: vulnerario, antiséptico, astringente, cicatrizante.

Indicaciones: diarreas, dismenorrea, heridas, úlceras varicosas, vaginitis, intértrigo.

Formas galénicas/posología:
Uso interno:
Infusión: 20 ó 30 g en medio litro de agua. Infundir durante 20  minutos. Tomarlo durante el día.
Extracto fluído: 2 a 5 g aldía en adultos; 0´5 a 1 g al día en niños preferiblemente en forma de jarabe.
Polvo: una cucharadita de postre de una a tres veces al día.
Uso externo: Decocción: 70 a 100 g/L. Hervir 2 minutos. Aplicar bajo forma de compresas, lociones, irrigaciones vaginales.
Fitoterapia en Farmacia
 Colegio Farmacéuticos de Vizcaya


Elixir Floral: Ayuda a recibir información de regiones espirituales superiores. Abre y vivifica el chakra coronal. Apropiada para las personas que no tienen ideas claras en lo espiritual y para quienes meditan con la intención de evadirse de la realidad.
De: 
333 elixires florales y otras esencias.
Octavio Déniz
Ediciones Obelisco