miércoles, 29 de noviembre de 2017

Julián del Casal

Modesto empleado de Hacienda, perdió su empleo cuando inició la publicación de La Sociedad de la Habana, cuyo primer capitulo contenía alusiones mordaces para la familia del gobernador; la publicación fue suspendida por orden de las autoridades. Dedicado íntegramente a las letras, vivió primero en un cuarto de la redacción de La Habana Elegante; hizo un viaje de pocos meses a España, donde trabó amistad con Salvador Rueda, y al volver se hospedó en un cuarto de la redacción de El País, por no disponer de medios de subsistencia. Una rotura de aneurisma acabó tempranamente con su vida.

Considerado uno de los precursores del modernismo en la literatura hispanoamericana, Casal incorporó a las letras cubanas y a las de toda Hispanoamérica el tono de una nueva sensibilidad, y fue el creador de algunas nuevas combinaciones métricas que el modernismo generalizó. Maestro del soneto endecasílabo (Pax Animae, Salomé), intentó también el dodecasílabo y el alejandrino (Profanación); bello ejemplo de verso eneasílabo es Tarde de lluvia, y, de verso en diez sílabas, Horridum Somnium. Casal representa una anticipación del movimiento modernista, que en Cuba fue interrumpido en su desarrollo por la última guerra de independencia.
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Julián de Casal conoció a Rubén Darío en 1892, poco antes de morir, por lo que poca pudo ser la influencia rubeniana en su obra; fue más bien Casal quien influyó poderosamente en el alma lírica de Rubén Darlo. Aunque su inspiración enfermiza nos haga recordar a Gustavo Adolfo Bécquer, Julián de Casal no es un posromántico, sino un renovador, maestro de la rima y de las formas métricas que tanto habría de cultivar el modernismo; no se detiene en Heine: pasa por Gautier, Verlaine y Baudelaire, y forja una lírica de inquietud íntima que expresa una angustia de sentido universal desde una oscura habitación de La Habana. Poeta cubano de la angustia, como ha sido llamado, Casal sentía una apasionada inclinación hacia una niña de alma lírica que se llamaba Juana Borrero, a la que cantó en redondillas; como contagiada de la mortal angustia del poeta, la joven murió tres años después que él, a los diecinueve de edad.  
Extraído de:


Autobiografía

Nací en Cuba. El sendero de la vida
Firme atravieso, con ligero paso,
Sin que encorve mi espalda vigorosa
La carga abrumadora de los años.

Al pasar por las verdes alamedas,
Cogido tiernamente de la mano,
Mientras cortaba las fragantes flores
O bebía la lumbre de los astros,

Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
Abalanzarse rauda ante mi paso
Y herir a mis amantes compañeros,

Dejandome, en el mundo, solitario,
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!



¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
Alumbró, con fulgores argentados,
La huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,
Recorridos en noches tormentosas,
Entre el fragor horrísono del rayo,
Bajo las gotas frías de la lluvia
Ya la luz funeral de los relámpagos!

Mi juventud, herida ya de muerte,
Empieza a agonizar entre mis brazos,
Sin que la puedan reanimar mis besos,
Sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco
—Igual al de un espejo desbruñido—,
Siento que el corazón sube a mis labios,
Cual si en mi pecho la rodilla hincara
Joven titan de miembros acerados.

Para olvidar entonces las tristezas
Que, como nube de voraces pájaros
Al fruto de oro entre las verdes ramas,
Dejan mi corazón despedazado,
Refugióme del Arte en los misterios
O de la hermosa Aspasia entre los brazos.

Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
Cual hostia blanca en cáliz Cincelado,
La purísima fe de mis mayores,
Que por ella, en los tiempos legendarios,
Subieron a la pira del martirio,
Con su firmeza heroica de cristianos,
La esperanza del cielo en las miradas
Y el perdón generoso entre los labios.

Mi espíritu, voluble y enfermizo,
Lleno de la nostalgia del pasado,
Ora ansía el rumor de las batallas,
Ora la paz de silencioso claustro,
Hasta que pueda despojarse un día
——Como un mendigo del postrer andrajo-,
Del pesar que dejaron en su seno
Los difuntos ensueños abortados.

Indiferente a todo lo visible,
Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
Como si dentro de mi ser llevara
El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!

Libre de abrumadoras ambiciones,
Soporto de la vida el rudo fardo,
Porque me alienta el formidable orgullo
De vivir, ni envidioso ni envidiado,
Persiguiendo fantásticas visiones,
Mientras se arrastran otros por el fango
Para extraer un átomo de oro
Del fondo pestilente de un pantano.

Acuarela

Sentada al pie del robusto
Tronco de frondosa ceiba,
Cuyas ramas tembladeras,
De verdes hojas cubiertas,

Ya se levantan al cielo,  
Ya se inclinan a la tierra;
Encontré una pobre anciana
Abandonada y enferma,
Pálida como la muerte,
Triste como la miseria.

Asomaba a sus pupilas
La medrosa luz incierta
Que irradian en el ocaso
Las moribundas estrellas,
Y a su semblante marchito
La glacial indiferencia
Que en la ancianidad temida
Del corazón se apodera
Para hacer breves las dichas
Y eternales las tristezas.

En vano ante sus miradas
Errantes y soñolientas,
La creación esplendente
Ostentaba sus bellezas:
Y ni el canto de las aves
Ocultas en la arboleda;
Ni los purpurinos rayos
Del Sol rasgando la niebla;
Ni las áureas mariposas
Temblando en las azucenas;

Ni las nacaradas nubes
De las regiones aéreas;
Ni los primeros aromas
De los lirios y violetas,
Despertaban en su alma
Una esperanza risueña,
De esas cuya luz brillante
A nuestros ojos presentan
Mucho más azul el cielo,
Mucho más verde la tierra.

Todo para ella estaba
Circundado de tinieblas,
Como su mente sombría
De crueles recuerdos llena,
Y entre las huesosas manos
Escondía su cabeza
Que a la tierra se inclinaba,
Como si buscase en ella
Término a su desventura,
Principio a una paz eterna.

No pudiendo consolarla
En su infortunio y pobreza,
Apartéme de su lado,
Y al volver más tarde a verla,
Tendida la hallé en un lecho
Formado con hojas secas,
Caído el rígido cuello
Sobre ennegrecida piedra,
Lívido el rostro arrugado,
Oculta en ropas mugrientas,
Los párpados entreabiertos,
Húmedas las blancas greñas.

Los pajarillos cantaban
Una canción lastimera
¡Sólo la ceiba frondosa
Lloraba a la anciana muerta!






Tras la ventana

A través del cristal de mi ventana,
Por los rayos del sol iluminado,
Una alegre mañana
De la verde y hermosa primavera
De esas en que se cubre el fresco prado
De blancos lirios y purpúreas rosas,
La atmósfera de aromas y canciones,
El cielo azul de vivos luminares,
 De alegría los tristes corazones
Y la mente de ideas luminosas,
Yo vi cruzar, por los cerúleos mares,
Al impulso del viento,
Ligera y voladora navecilla
Que, en blando movimiento,
Se iba alejando de la triste orilla.

¿Espiritual doncella,
En brazos de su amante reclinada?
Iba en la nave aquella;
Y entonaban tan dulces barcarolas
Que de la mar brillante y azulada
Las transparentes olas
Parecían abrir el blanco seno,
Para guardar los ecos armoniosos
De aquellos tiernos cantos amorosos,
Donde vibraba la pasión ardiente
Que hizo estallar el beso de Paolo
De Francesca en el labio sonriente

La rubia cabellera de la hermosa
En largos rizos de oro descendía
Por su mórbida espalda
Que, hecha de nieve y rosa parecía,
Mientras al border de su blanca falda
Asomaba su pie breve y pulido,
Como su cuello asoma,
Entre las ramas del caliente nido,
Enamorada y cándida paloma
Sus pálidas mejillas,
Al escuchar el argentino acento
Del galante mancebo enamorado,
Iban tomando ese matiz rosado
Que ostentan en sus vividas corolas
Del ígneo sol al resplandor dorado,
Las frescas y encendidas amapolas.

Yo, al oír los eróticos cantares
De aquellos dos amantes que cruzaban
Por los serenos mares,
Realizando las dichas que soñaban,
Desde mi estancia lóbrega y desierta
Pensaba en mi adorada,
Para esos goces muerta;
La que sacó mi alma de la nada
Infundiéndole vida
Con la brillante luz de su mirada;
Aquella que hoy reposa,
Libre de los rigores de la suerte,
En solitaria fosa,
Dormida por el beso de la muerte.

Y cuando el áureo sol de otra mañana,
Rompiendo de la noche el negro manto,
Vino a herir el cristal de mi ventana,
Evaporose en mi mejilla el llanto
Que me arrancó del alma aquella escena
Tan triste y tan hermosa,
Que aún su recuerdo llena
De luz y sombra mi alma tenebrosa.


El puente
(Imitación de Víctor Hugo)

Una noche sombría y pavorosa
Que a lo infinito aterrador miraba,
Y, a través de las lóbregas tinieblas
De la celeste bóveda enlutada,
La faz de Dios resplandecer veía,
Exclamó, llena de ansiedad, mi alma
-¿Por que puente seguro y gigantesco
Podré subir a las regiones altas,  
Para el triste mortal desconocidas,
Donde el gran Creador tiene su estancia?
Y una blanca visión respondió entonces,
Con armoniosa voz nunca escuchada:
—Yo te haré un puente si subir deseas.
—¿Cuál es tu nombre? -—dije. —La Plegaria.



            El anhelo del monarca
(Imitación de Copée)

Bajo el purpúreo dosel
De su trono esplendoroso,
Un monarca poderoso
Ve pasar su pueblo fiel.

Arden en los pebeteros
Los perfumes orientales
Que, en azules espirales,
Cruzan los aires ligeros.

Con arrogante apostura
La hueste guerrera avanza,
Mostrando la férrea lanza
Y la fulgente armadura.

Ondean los pabellones
Por el viento desplegados,
En los muros elevados
De los fuertes torreones.

Como el rey entristecido
Su cabeza doblegaba,
Pareciendo que buscaba
De algún pesar el olvido,

Vióse hasta el trono subir
Una mujer seductora,
Y, con voz encantadora,
Así comenzó a decir:

—¡Oh, gran rey! ¿Qué pena impía
Nubla tu frente serena,
Y tu alma piadosa llena
De mortal melancolía?

¿Quieres gloria? Tus legiones
La Tierra conquistarán,
Y ante tus plantas vendrán
A postrarse las naciones.

¿Quieres legar a la historia
Un soberbio monumento
Que suba hasta el firmamento
Y eternice tu memoria?

¿Quieres gozar? Mil mujeres,
De arrobadora belleza,
Disiparán tu tristeza,
Colmándote de placeres.

Habla. Tu capricho es ley
Que al instante cumpliremos.
¡Sólo tu dicha queremos!
¡Tú, sólo eres nuestro rey!

El rey, lleno de amargura,
La cabeza levantó,
Y a la hermosa contestó:
—¡Cavadme la sepultura!


Confidencia

—¿Por qué lloras, mi pálida adorada
Y doblas la cabeza sobre el pecho?
—Una idea me tiene torturada
Y siento el corazón pedazos hecho.

—Dímela: —¿No te amaron en la vida?
—¡Nunca! —Si mientes, permanezco seria.
—Pues oye: sólo tuve una querida
Que me fue siempre fiel. —¿Quién? —La Miseria.




El adiós del polaco

Al pie de la blanca reja
De una entreabierta ventana,
Donde la luz se refleja
De la naciente mañana,

Está un polaco guerrero
Henchido de patrio ardor,
Dando así su adiós postrero
A la virgen de su amor.

—¿No escuchas el sonido
Del clarín estruendoso de batalla
Y el hórrido estampido
Del tronante cañón y la metralla?

¿No ves alzarse al cielo
Rojo vapor de sangre que aún humea,
Mezclándose en su vuelo
Al humo negro de incendiaria tea?

¿No ves las numerosas
Huestes bajar desde la cumbre al llano,
Hollando las hermosas
Flores que esparce pródigo el verano?

¿No ves a los tiranos
Desgarrar de la patria inmaculada,
Con infamantes manos,
La veste azul de perlas recamada?

Polonia, enardecida
Por el rigor de sus constantes penas,
Alzase decidida
A romper para siempre sus cadenas.

Al grito de venganza
Sus esforzados hijos valerosos,
Empuñando la lanza,
Se arrojan al combate presurosos.

Tu amor abandonando
Audaz me lanzo a la feroz pelea,
Pobre paria buscando
Muerte a la luz de redentora idea.

Ni el tiempo ni la ausencia
Harán que olvide tu cariño tierno.
¡En la humana existencia
Sólo el primer amor es el eterno!

Adiós. Si de la gloria
A merecer no alcanzo los favores
Conserva en tu memoria
El recuerdo feliz de mis amores.

Dame el último beso
Con el postrer adiós de la partida,
Para llevarlo impreso
Hasta el postrer instante de la vida.

Dijo. La joven lo estrecha
En sus brazos, con pasión,
En llanto amargo deshecha,
Oprimido el corazón.

Veloz como el raudo viento,
Él al combate voló.
¡Siempre al patriótico acento
El amor enmudeció!

 
La mayor tristeza
Soneto

¡Triste del que atraviesa solitario
El árido camino de la vida
Sin encontrar la hermosa prometida
Que lo ayude a subir hasta el Calvario!

¡Triste del que, en recóndito santuario,
Le pide a Dios que avive la extinguida
Fe que lleva en el alma dolorida
Cual seca flor en roto relicario!

¡Pero más triste del que, en honda calma
Sin creer en Dios ni en la mujer hermosa,
Sufre el azote de la humana suerte,

Y siente; descender sobre su alma,
Cual sudario de niebla tenebrosa,
El silencio profundo de la muerte!




Las palomas
(Imitación de Teófilo Gautier)

Sobre la verde palmera
Que sombrea blanca fosa,
Viene en la noche a posarse
Nivea banda de palomas.

Pero al brillar en el cielo
La roja luz de la aurora,
Como collar desgranado,
Se dispersan las palomas.

Mi alma es como esa palmera:
De noche, ensueños de rosa,
A ella vienen, y de día
Huyen como las palomas.


Quimeras

Si escuchas, ¡oh, adorada soñadora!
Mis amorosas súplicas,
Siempre serás la reina de mi alma
Y mi alma la fiel esclava tuya.

Mandaré construir, en fresco bosque
De florida, verdura,
Regio castillo de pulido jaspe
Donde pueda olvidar mi eterna angustia.

Tendrás, en ricos cofres perfumados,
Para ornar tu hermosura,
Ajorcas de oro, gruesos brazaletes,
Finos collares y moriscas lunas,

Para cubrir los mórbidos contornos
De tu espalda desnuda,
Hecha de nieve y perfumada rosa,
Mantos suntuosos de brillante púrpura,

Te llevará, por lagos cristalinos,
En las noches de luna,
Azul góndola rauda, conducida
Por blancos cisnes de sedosas plumas,

Haré surgir, para encantar tus ojos,
En las selvas incultas,
Cascadas de fulgente pedrería,
Soles dorados y rosadas brumas.

Admirará tus formas virginales
De viviente escultura,
Un Leonardo de Vinci que trasmita
Al mundo entero tu belleza oculta.

Si sientes que las cóleras antiguas
Surgen de tu alma pura,
Tendrás, para azotarlas fieramente,
Negras espaldas de mujeres nubias.

Y si anhelas tener tus pajecillos
Para delicia suma,
Iré a buscar los blondos serafines
Que cantan el hosanna en las alturas.

Mas si te arranca la implacable Muerte
De la mansión augusta,
Donde serás la reina de mi alma
Y mi alma la fiel esclava tuya,

Yo guardaré en mi espíritu sombrío
Tu lánguida hermosura
Como guarda la adelfa en su corola
El rayo amarillento de la Luna.



La urna

Cuando era niño, tenía
Fina urna de cristal,
Con la imagen de María,
Ante la cual balbucía
Mi plegaria matinal.

Siendo joven, coloqué,
Tras los pulidos cristales,
La imagen de la que amé
Y a cuyas plantas rimé
Mis estrofas mundanales.

Muerta ya mi fe pasada
Y la pasión que sentía,
Veo, con mirada fría,
Que está la urna sagrada
Como mi alma: vacía.






El arte
Soneto

Cuando la vida, como fardo inmenso,
Posa sobre el espíritu cansado
Y ante el último Dios flota quemado
El postrer grano de fragante incienso;

Cuando probamos, con afán intenso,
De todo amargo fruto envenenado,
Y el hastío, con rostro enmascarado,
Nos sale al paso en el camino extenso;

El alma grande, solitaria y pura
Que la mezquina realidad desdeña,
Halla en el Arte dichas ignoradas,

Como el alción, en fría noche oscura,
Asilo busca en la musgosa peña
Que inunda el mar azul de olas plateadas.



Al mismo
(Enviándole mi retrato)

No busques tras el mármol de mi frente
Del ideal la esplendorosa llama
Que hacia el templo marmóreo de la fama
Encaminó mi paso adolescente;

Ni tras el rojo labio sonriente
La paz del corazón de quien te ama,
Que entre el verdor de la florida rama
Ocúltase la pérfida serpiente.

Despójate de vanas ilusiones,
Clava en mi rostro tu mirada fria
Como su pico el pájaro en el fruto,

Y sólo encontrarás en mis facciones
La indiferencia del que nada ansia
O la fatiga corporal del bruto.



Pax anime

No me habléis más de dichas terrenales
Que no ansío gustar. Está ya muerto
Mi corazón, y en su recinto abierto
Sólo entrarán los cuervos sepulcrales.
 

Del pasado no llevo las señales
Y a veces de que existo no estoy cierto,
Porque es la vida para mi un desierto
Poblado de figuras espectrales,

No veo más que un astro oscurecido

Por brumas de crepúsculo lluvioso,
Y, entre el silencio de sopor profundo,
 

Tan sólo llega a percibir mi oído
Algo extraño y confuso y misterioso
Que me arrastra muy lejos de este mundo.



A mi madre

No fuiste una mujer, sino una santa
Que murió de dar vida a un desdichado,
Pues salí de tu seno delicado
Como sale una espina de una planta.

Hoy que tu dulce imagen se levanta
Del fondo de mi lóbrego pasado,
El llanto está a mis ojos asomado,
Los sollozos comprimen mi garganta


Y aunque yazgas trocada en polvo yerto,
Sin ofrecerme bienhechor arrimo,
Como quiera que estés siempre te adoro,

Porque me dice el corazón que has muerto
Por no oírme gemir, como ahora gimo,
Por no verme llorar, como ahora lloro.





Mi padre

Rostro de asceta en que el dolor se advierte
Como el frío en el disco de la Luna,
Mirada en que al amor del bien se aduna
La firme voluntad del hombre fuerte.

Tuvo el alma más triste que la muerte
Sin que sufriera alteración alguna,
Ya al sentir el favor de la fortuna,
Ya los rigores de la adversa suerte.

Abrasado de férvido idealismo,
Despojada de sombras la conciencia,
Sordo del mundo a las confusas voces,

En la corriente azul del misticismo
Logró apagar al fin de la existencia.
Su sed ardiente de inmortales goces.

Paisaje espiritual

 

Perdió mi corazón el entusiasmo
Al penetrar en la mundana liza,

Cual la chispa al caer en la ceniza
Pierde el ardor en fugitivo espasmo.

Sumergido en estúpido marasmo
Mi pensamiento atónito agoniza

O al revivir, mis fuerzas paraliza
Mostrándome en la acción un vil sarcasmo

Y aunque no endulcen mi infernal tormento
Ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
Soporto los ultrajes de la suerte,


Porque en mi alma desolada siento,
El hastío glacial de la existencia
Y el horror infinito de la muerte.

 



 A la primavera

Rasgando las neblinas del Invierno

Como velo sutil de níveo encaje,
Apareces envuelta en el ropaje
Donde fulgura tu verdor eterno.
 

El cielo se colora de azul tierno,
De rojo el Sol, de nácar el celaje,
Y hasta el postrer retoño del boscaje

Toma también tu verde sempiterno.

¡Cuán triste me parece tu llegada!
¡Qué insípidos tus dones conocidos!
¡Cómo al verte el hastío me consume!


Muere al fin, creadora ya agotada,
O brinda algo de nuevo a los sentidos
¡Ya un color, ya, un sonido, ya un perfume!


 



A un crítico

Yo sé que nunca llegaré a la cima
Donde abraza el artista a la Quimera
Que dotó de hermosura duradera
En la tela, en el mármol o en la rima;

Yo sé que el soplo extraño que me anima
Es un soplo de fuerza pasajera,
Y que el Olvido, el día que yo muera,
Abrirá para mí su oscura sima.

Mas sin que sienta de vivir antojos
Y sin que nada mi ambición despierte,
Tranquilo iré a dormir con los pequeños,

Si veo fulgurar ante mis ojos,
Hasta el instante mismo de la muerte,
Las visiones doradas de mis sueños,


 


A la castidad

Yo no amo la mujer, porque en su seno
Dura el amor lo que en la rama el fruto,
Y mi alma vistió de eterno luto
Y en mi cuerpo infiltró mortal veneno.

Ni con voz de ángel o lenguaje obsceno
Logra en mí enardecer al torpe bruto,
Que si le rinde varonil tributo
Agoniza al instante de odio lleno.
 

¡Oh, blanca Castidad! Sé el igneo faro
Que guíe el paso de mi planta inquieta
A través del erial de las pasiones,

Y otórgame, en mi horrendo desamparo,
Con los dulces ensueños del poeta
La calma de los puros corazones.

 



Al juez supremo

No arrancó la Ambición las quejas hondas
Ni el Orgullo inspiró los anatemas
Que atraviesan mis mórbidos poemas
Cual aves negras entre espigas blondas.

Aunque la Dicha terrenal me escondas
No a la voz de mis súplicas le temas,
Que ni lauros, ni honores, ni diademas
Turban de mi alma las dormidas ondas.

Si algún día mi férvida plegaria,
¡Oh, Dios mío! en blasfemia convertida
Vuela a herir tus oídos paternales,

Es que no siente mi alma solitaria,
En medio de la estepa de la vida,
El calor de las almas fraternales.


 


Flor de cieno

Yo soy como una choza solitaria
Que el viento huracanado desmorona
Y en cuyas piedras húmedas entona
Hosco búho, su endecha funeraria.
 

Por fuera sólo es urna cineraria
Sin inscripción, ni fecha, ni corona;
Mas dentro, donde el cieno se amontona,
Abre sus hojas fresca pasionaria,

Huyen los hombres al oír el canto
Del búho que en la atmósfera se pierde,
Y, sin que sepan reprimir su espanto,

No ven que, como planta siempre verde,
Entre el negro raudal de mi amargura
Guarda mi corazón su esencia pura.





Inquietud

Miseria helada, eclipse de ideales,
De morir joven triste certidumbre,
Cadenas de oprobiosa servidumbre,
Hedor de las tinieblas sepulcrales;

Centelleo de vividos puñales
Blandidos por ígnara muchedumbre,
Para arrojarnos desde altiva cumbre
Hasta el fondo de infectos lodazales;

Ante nada mi paso retrocede,
Pero aunque todo riesgo desafío,
Nada mi corazón perturba tanto,

Como pensar que un día darme puede
Todo lo que hoy me encanta, amargo hastío,
Todo lo que hoy me hastía, dulce encanto.






A un dictador

Noble y altivo, generoso y bueno
Apareciste en tu nativa tierra,
Como sobre la nieve de alta sierra,
De claro día el resplandor sereno;

Torpe ambición emponzoñó tu seno
Y en el bordón siniestro de la guerra,

Trocaste el sueño que tu polvo encierra
En abismo de llanto, sangre y cieno.

Mas si hoy execra tu memoria el hombre,
No del futuro en la extensión remota
Tus manes han de ser escarnecidos;


Porque tuviste paladín sin nombre,
En la hora cruel de la derrota
El supremo valor de los vencidos.



 


Tras una enfermedad

Ya la fiebre domada no consume;
El ardor de la sangre de mis venas,

Ni el peso de sus cálidas cadenas
Mi cuerpo débil sobre el lecho entume,

Ahora que mi espíritu presume
Hallarse libre de mortales penas,
Yque podrá ascender por las serenas
Regiones de la luz del perfume,

Haz, ¡oh Dios!, que no vean ya mis ojos
La horrible realidad que me contrista
Y que marche en la inmensa caravana,

O que la fiebre, con sus velos rojos,
Oculte para siempre ante mi vista
La desnudez de la miseria humana.


 

En un hospital
 

Tabernáculo abierto de dolores
Que ansia echar el mundo de su seno;
Como nube al estruendoso trueno
Que la puebla de lóbregos rumores;

Plácenme tus sombríos corredores
Con su ambiente impregnado del veneno
Que dilatan en su ámbito sereno,
Los males de tus tristes moradores.

Hoy que el dolor mi juventud agosta
Y que mi enfermo espíritu intranquilo
Ve su ensneño trocarse en hojarasca,

Pienso que tú serás la firme costa
Donde podré encontrar seguro asilo
En la hora fatal de la borrasca.



Envío

Viendo así retratada tu hermosura
Mis males olvidé. Dulces acordes
Quise arrancar del arpa de otros días
Y, al no ver retornar mis ilusiones,
Sintió mi corazón glacial tristeza
Evocando el recuerdo de esa noche,
Como debe sentirla el árbol seco
Mirando que, al volver las estaciones,
No renacen jamás sobre sus ramas
Los capullos fragantes de las flores
Que le arrancó de entre sus verdes hojas
El soplo de otoñales aquilones.



Nostalgias

Suspiro por las regiones
Donde vuelan los alciones
Sobre el mar,
Y el soplo helado del viento

Parece en su movimiento
Sollozar;
Donde la nieve que baja
Del firmamento amortaja
El verdor
De los campos olorosos
Y de ríos caudalosos
El rumor,
Donde ostenta siempre el cielo,
A través de aéreo velo,
Color gris;
En más hermosa la Luna
Y cada estrella más que una
Flor de lis.

II
 

Otras veces sólo ansío
Hogar en firme navío
A existir
En algún país remoto,
Sin pensar en el ignoto
Porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
Otra playa, otro horizonte,
Otro mar,
Otros pueblos, otras gentes
De maneras diferentes
De pensar.
¡Ah!, si yo un día pudiera,
Con qué júbilo partiera
Para Argel
Donde tiene la hermosura
El color y la frescura
De un clavel.
Después fuera en caravana
Por la llanura africana
Bajo el Sol
Que, con sus vivos destellos,
Pone un tinte a los camellos
Tornasol.
Ycuando el día expirara,
Mi árabe tienda plantara
En mitad
De la llanura ardorosa
Inundada de radiosa
Claridad.
Cambiando de rumbo luego,
Dejara el país del fuego
Para ir
Hasta el imperio florido
En que el opio da el olvido
Del vivir.
Vegetara allí contento
De alto bambú corpulento
junto al pie,

aspirando en rica estancia
La embriagadora fragancia
Que da el té.
De la Luna al claro brillo
lría al Río Amarillo
A esperar
La hora en que, el botón roto,

Comienza la flor del loto
A brillar.

O mi vista deslumbrara
Tanta maravilla rara

Que el buril
De artista, ignorado y pobre,
Graba en sándalo o en cobre
O en marfil.

Cuando tomara el hastío
En el espíritu mío
A reinar,

Cruzando el inmenso piélago
Fuera a taitano archipiélago
A encallar.
A aquél en que vieja historia
Asegura a mi memoria
Que se ve

El lago en que un hada peina
Los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
Sintiendo toda quimera
Rauda huir,
Y hasta olvidando la hora

Cierta y aterradora
De morir.

III

Mas no parto. Si partiera
Al instante yo quisiera

Regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
Que yo pueda en mi camino
Reposar?




La reina de la sombra

A Rubén Darío

Tras el velo de gasa azulada
En que un astro de plata se abre
Ycon fúlgidos rayos alumbra
El camino del triste viandante,

En su hamaca de nubes se mece
Una diosa de formas fugaces
Que dirige a la tierra sombría
Su mirada de brillos astrales.

Mientras tienden las frías tinieblas
Pabellones de sombra en los valles,
En las torres de griseos conventos
Y en los viejos castillos feudales,

Donde en nichos orlados de hiedra
Anidaron fatídicas aves
Que, al sentir el horror de la sombra,
Abalánzanse ciegas al aire,
Abandona la diosa serena
Su palacio de níveos celajes
Ysumerge sus miembros desnudos
En las ondas de plácidos mares.

Dc allí surge, a la luz de la Luna,

En esquife de rojos corales,
Velas negras y remos de oro,
Sobre el agua de tonos de nácares,
Donde riza su esquife ligero
Blanca estela en la onda espumante.
Al tocar en la playa desierta
Tal silencio en la sombra se esparce,
Que ella busca, transida de miedo,

El rumor de las locas ciudades
En que espera su sacra visita
Un cortejo de fieles amantes

Cuyas almas dolientes conservan,ç
Como lirios en túrbido estanque,
Las quimeras de días mejores

Entre llanto, entre hiel y entre sangre.

Aunque nunca brotó de sus labios
La armonía fugaz de la frase,
Ni el perfume eternal de sus besos
Aspiraron los labios mortales,
Ni en su seno florece la vida,
Ni ha estrechado en sus brazos a nadie,

Con su sola presencia difunde
Tanta dicha en sus tristes amantes,
Que parece abrigar la ternura
Que concentra en sus ojos la madre

Para el hijo infeliz que la llora
Junto al negro ataúd en que yace.
 

Cuando llega, rodeada de brumas,
Bajo un velo de nítido encaje
Salpicado de frescas violetas,
Ella ostenta en su dulce semblante
Palideces heladas de luna,
En sus ojos, verdores de sauce,
Y en sus manos un lirio oloroso
Emperlado de gotas de sangre,
Que satura el ambiente cercano
De celeste perfume enervante.
¡Cómo al verla, reinando en la sombra,
Donde sólo en vivir se complace,
Se despierta en mi mente nublada
De los sueños el vívido enjambre!
¡Cómo agita mis nervios dormidos
Disipando mis tedios mortales!
¡Cuántas cosas me dice en silencio!
¡Qué dulzura en mi ánimo esparce!

¡Cuántas penas del mundo me lleva!
¡Cuántas dichas del cielo me trae!
Esa diosa es mi musa adorada,
La que inspira mis cantos fugaces,
Donde sangran mis viejas heridas
Y sollozan mis nuevos pesares.
Ora muestra su rostro de virgen
O su torso de extraña bacante,
Yo con ella, sereno y gozoso,
Mientras venga en la sombra a mirarme
Cruzaré los desiertos terrestres,
Sin que nunca mi paso desmaye,
Ya me lleve por senda de rosas,
Ya me interne entre abrojos punzantes.




Paisaje de verano

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
Donde retumba el tabletear del trueno
Y, como cisnes entre inmundo cieno,
Nubes blancas en. cielo de ceniza.
 

El mar sus ondas glaucas paraliza,
Y el relámpago, encima de su seno,
Del horizonte en el confín sereno
Traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
Honda calma se cierne largo instante,
llienden el aire rápidas gaviotas,

El rayo en el espacio centellea,
Ysobre el dorso de la tierra humeante
Baja la lluvia en crepitantes gotas.

 

En  un álbum


¿Qué es un álbum? Un cofre de alabastro,
Donde arroja el talento del artista
Un recuerdo brillante como un astro

Una perla, un rubí o una amatista..,

Pueda el que mi amistad aquí te arroja;
Si deja en tu memoria alguna huella,
Conservar la pureza de esta hoja
Y el fulgor misterioso de una estrella.
 



Canas

¡Oh, canas de los viejos ermitaños
Que, cual nieve de cumbres desoladas
No las vieron, brotar ojos extraños,
Ni alisaron jamás manos amadas!.

¡Oh canas de los viejos ermitaños!

¡Oh, canas de los viejos soñadores;
Caminando en tropel hacia el olvido
Bajo el áspero fardo de dolores
Que habéis de la existencia recibido.

¡Oh, canas de los viejos soñadores!

¡Oh, canas de los viejos criminales!
Que en medio de las lóbregas prisiones
Blanquearon vuestros cráneos infernales,
Al morir vuestras dulces ilusiones,
¡Oh, canas de los viejos criminales!


¡Oh, ranas de las viejas pecadoras!
A las que arroja el mundo sus reproches,
Que tuvisteis la luz de las auroras
O la sombra azulada de las noches,

¡Oh, canas de las viejas pecadoras!
Emblema sois del sufrimiento humano
Y brillando del joven en la frente;
O en las hondas arrugas del anciano,
Mi alma os venera, porque eternamente
Emblema sois del sufrimiento humano.



 
Crepuscular

Como vientre rajado sangra el ocaso,
Manchando con sus chorros de sangre humeante
De la celeste bóveda el azul raso,
De la mar estañada la onda espejeante.

Alzan sus moles húmedas los arrecifes
Donde el chirrido agudo de las gaviotas,
Mezclado a los crujidos de los esquifes,
Agujerea el aire de extrañas notas.

Va la sombra extendiendo sus pabellones,
Rodea el horizonte cinta de plata,
Y, dejando las brumas hechas jirones,

Parece cada faro flor escarlata.

Como ramos que ornaron senos de ondinas
Y que surgen nadando de infecto lodo,
Vagan sobre las ondas algas marinas
lmpregnadas de espumas, salitre y yodo.


Ábrense las estrellas como pupilas,
Imitan los celajes negruzcas focas
Y, extinguíendo las voces de las esquilas,
Pasa el viento ladrando sobre las rocas.




Nihílismo
 

Voz inefable que a mi estancia llega
En medio de las sombras de la noche,
Por arrastrarme hacia la vida brega
Con las dulces cadencias del reproche

Yo la escucho vibrar en mis oídos,
Como al pie de olorosa enredadera
Los gorjeos que salen de los nidos

Indiferente escucha herida fiera.

¿A qué llamarme al campo del combate
Con la promesa de terrenos bienes,

Si ya mi corazón por nada late
Ni oigo la idea martillar mis sienes?

Reservad los laureles de la fama,
Para aquellos que fueron mis hermanos;
Yo, cual fruto caído de la rama,
Aguardo los famélicos gusanos,

Nadie extrañe mis ásperas querellas
Mi vida, atormentada de rigores,

Es un cielo que nunca tuvo estrellas,
Es un árbol que nunca tuvo flores.

De todo lo que he amado en este mundo,
Guardo, como perenne recompensa,
Dentro del corazón; tedio profundo,
Dentro del pensamiento, sombra densa.

Amor, patria, familia, gloria, rango,
Sueños de calurosa fantasía,
Cual nelumbios abiertos entre el fango
Sólo vivisteis en mi alma un día.

Hacia país desconocido a bordo
Por el embozo del desdén cubierto
Para todo gemido estoy ya sordo,
Para toda sonrisa estoy ya muerto.

Siempre el destino mi labor humilla,
O en males deja mi ambición trocada,
Donde arroja, mi mano una semilla
Brota luego una flor emponzoñada.

Ni en retornar la vista hacia el pasado
Goce encuentra mi espíritu abatido,
Yo no quiero gozar como he gozado,
Yo no quiero sufrir como he sufrido.

Nada del porvenir a mi alma asombra,
Y nada del presente juzgo bueno;
Si miro al horizonte, todo es sombra
Si me inclino a la tierra, todo es cieno;

Y nunca alcanzará en mi desventura

Lo que un día mi alma ansiosa quiso;
Después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso;

Ansias de aniquilarme sólo siento
O de vivir en mi eternal pobreza
 

Con mi fiel compañero, el descontento,
Y mi pálida novia, la tristeza.
 




Marina

Náufrago bergantín de quilla rota,
Mástil crujiente y velas desgarradas,
Írguese entre las olas encrespadas
O se sumerge en su extensión ignota.

Desnudo cuerpo de mujer que azota
El viento con sus ráfagas heladas,
En sudario de espumas argentadas
Sobre las aguas verdinegras flota.

Cuervo marino de azuladas plumas
Olfatea el cadáver nacarado
Y, revelando en caprichosos giros,


Alza su pico entre las frías brumas
Un brazalete de oro, constelado
De diamantes, rubíes y zafiros.

 


Obstinación

Pisotear el laurel que se fecunda
Con las gotas de sangre de tus venas;
Deshojar, como ramo de azucenas,
Tus sueños de oro entre la plebe inmunda;

Doblar el cuello a la servil coyunda
Y, encorvado por ásperas cadenas,
Dejar que en el abismo de tus penas

El sol de tu ambición sus rayos hunda;

Tal es ¡oh, soñador! la ley tirana
Que te impone la vida en su carrera;

Pero, sordo a esa ley que tu alma asombra,

Pasas altivo entre la turba humana,
Mostrando inmaculada tu quimera,

Como pasa una estrella por la sombra.

 


Bohemios

Sombríos, encrespados los cabellos,
Tostada la color, la barba hirsuta,

Empolvados los pies, rojos los cuellos,
Mordiendo la corteza de agria fruta,

Sin que el temor en vuestras almas quepa,
Ni os señale el capricho rumbo cierto,
Os perdéis en las nieves de la estepa

O en las rojas arenas del desierto;

Mujeres de mirada abrasadora
Siguen por los caminos vuestras huellas,
Ya al fulgor sonrosado de la aurora,
Ya a la argentada luz de las estrellas,

Una muestra en los brazos su chiquillo

Como la palma en su ramaje el fruto;
Otra acaricia el pomo de un cuchillo;
Viste aquella de rojo, ésta de luto.




Profanación

En tenebrosa cripta, donde solloza el viento
Como león herido en selvas africanas,
Rodeado por los cuerpos de hermosas cortesanas;
Que sangran en las losas del frío pavimento,

Vese un monarca anciano, de paso tremulento,
Luchar porque revivan sus vírgenes livianas,
Mas, al sentir que mueren sus ilusiones vanas,
Demanda a los cadáveres el goce de un momento;

Tal como el alma mía que, si en nefasta hora,
Siente de humana dicha la sed abrasadora,
Tiene de lo pasado que trasponer las puertas,

Alzar de sus ensueños el mármol funerario
Y en medio de las sombras que pueblan el osario,
Asirse a los despojos de sus venturas muertas.