sábado, 26 de agosto de 2017

Jaime Sabines

(Nacido en Tuxtla Gutiérrez, capital del Estado de Chiapas, el 25 de marzo de 1926,México- Ciudad de México, 1999). En el horizonte de la penúltima poesía mexicana, la figura de Jaime Sabines se levanta como un exponente de difícil clasificación. Alejado de las tendencias y los grupos intelectuales al uso, ajeno a cualquier capilla literaria, fue un creador solitario y desesperanzado cuyo camino se mantuvo al margen del que recorrían sus contemporáneos. Hay en su poesía un poso de amargura que se plasma en obras de un violento prosaísmo, expresado en un lenguaje cotidiano, vulgar casi, marcado por la concepción trágica del amor y por las angustias de la soledad. Su estilo, de una espontaneidad furiosa y gran brillantez, confiere a su poesía un poder de comunicación que se acerca, muchas veces, a lo conversacional, sin desdeñar el recurso a un humor directo y contundente.
En 1959, tras conseguir el premio literario que otorgaba el Estado, Sabines comenzó a cultivar seriamente la literatura. Tal vez por influencia de su padre, el mayor Sabines, un militar a quien dedicó algunas de sus obras, y, pese al evidente pesimismo que toda su producción literaria respira, Jaime Sabines participó de nuevo y repetidas veces en la vida política nacional; en 1976 fue elegido diputado federal por Chiapas, su estado natal, cargo que ostentó hasta 1979. Y en 1988 se presentó y salió elegido de nuevo, pero esta vez por un distrito de la capital federal.
Se mantuvo al margen de las actividades y tendencias literarias, tal vez porque su dedicación profesional al comercio le permitió prescindir del mundillo y los ambientes literarios.
Traducida a varias lenguas, su obra fue galardonada con varios premios como el de literatura otorgado por el gobierno del Estado de Chiapas (1959), el Xavier Villaurrutia, instituido en honor del gran escritor mexicano (1972) y el Elías Sourasky de 1982. En 1983 recibió el Premio Nacional de las Letras. Sus últimos años estuvieron marcados por una larga lucha contra el cáncer.
Los versos de Sabines son directos y transparentes, y aunque no desdeña el refinamiento de la poesía culta, su estilo se inclina más hacia lo conversacional. Ello le ganó el favor del gran público, que se hizo patente sobre todo durante las dos últimas décadas de su vida. El autor utiliza un lenguaje cotidiano y sin adornos para crear composiciones que se colocan más cerca de los sentimientos que de la razón. Poeta del diario vivir, contempla con perplejidad y desde la más rigurosa terrenalidad el fenómeno del amor y el absurdo de la muerte.
Extraído de:
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/sabines.htm


ASÍ ES

Con siglos de estupor,
con siglos de odio y llanto,
con multitud de hombres amorosos y ciegos,
destinado a la muerte,
ahogandome en mi sangre, aqui, embrocado.
Igual a un perro herido al que rodea la gente.
Feo como el recién nacido
y triste como el cadaver de la parturienta.

Los que tenemos frio de verdad,
los que estamos solos por todas partes,
los sin nadie,
los que no pueden dejar dc destruirse,
ésos no importan, no valen nada, nada,
que de una vez se vayan, que se mueran pronto.
A ver si es cierto: muérete.
Muérete, Jaime, muérete.

¡Ah, mula vida,
testaruda, sorda!


Poetas, mentirosos, ustedes no se mueren nunca..
Con su pequefia muerte andan por todas partes
y la lucen, la lloran, le ponen flores,
se la enseñan a los pobres, a los humildes, a los que
tienen esperanza.
Ustedes no conocen la muerte todavía:


cuando la conozcan ya no hablaran de ella,
se diran que no hay tiempo sino para vivir.


es que yo he visto muertos,
y solo los muertos son la muerte,
y eso, de veras, ya no importa.


Un desgraciado como yo no ha de ser siempre desgraciado.
He aquí la vida.






 

Puedo decirles una cosa por los que han muerto de amor,
por los enfermos de esperanza,
por los que han acabado sus dias y al fin andan por las calles
con una mirada inequívoca en los ojos
y con el corazón en las manos ofreciéndolo a nadie.

Por ellos, y por los cansados que mueren lentamente en
buhardillas y no hablan,
y tienen sucio el cuerpo, altaneros del hambre,
odiadores que pagan con moneda de amor.
por éstos y los otros, por todos los que se han metido
las manos debajo de las costillas
y han buscado hacia arriba esa palabra, ese rostro,
y esto han encontrado peces de sangre, arena...






NO LO SALVES DE LA TRISTEZA, SOLEDAD,
no lo cures de la ternura que lo enferma.
Dale dolor, apriétalo en tus manos,
muérdele el corazón hasta que aprenda.
No lo consueles, déjalo tirado
sobre su lecho como un haz de yerba.



EN LOS OJOS ABIERTOS DE LOS MUERTOS
¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera!
Tapiz de aire en la pupila inmóvil,
velo de sombra, luz tierna.
En los ojos de los amantes muertos
el amor vela.
Los ojos son como una puerta
infranqueable, codiciada, entreabierta.
¿Por qué la muerte prolonga a los amantes,
los encierra en un mutismo como de tierra?
¿Qué es el misterio de esa luz que llora
en el agua del ojo, en esa enferma
superficie de vidrio que tiembla?
Ángeles custodios les recogen la cabeza.
Murieron en su mirada,
murieron de sus propias venas.
Los ojos parecen piedras
dejadas en el rostro por una mano ciega.
El misterio los lleva.
¡Qué magia, qué dulzura
en el sarcófago de aire que los encierra!
 


LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, diciéndose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al dia, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!-— han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sabana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, solo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se rien de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de
inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se averguenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.




DEL CORAZÓN DEL HOMBRE


He mirado a estas horas muchas cosas, sobre la tierra
y solo me ha dolido el corazón del hombre.
Sueña y no descansa.
No tiene casa, sobre el mundo,
Es solo.
Se apoya en Dios o cae sobre la muerte
pero no descansa.
El corazón del hombre sueña
y anda solo en la tierra
a lo largo de los dias, perpetuamente.
Es una mala jugada.




ALLÍ HABÍA UNA NIÑA.

En las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño
En un estanque, luz en agua.
Yo contaba un cuento.


Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El Sol ——qué sol, qué lento—
se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estabamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
Todos estábamos en la casa
pero no se por qué. Estábamos. Luego, el silencio,

Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo,
que fue cierto.






BOCA DEL LLANTO, me llaman
tus pupilas negras,
me reclaman. Tus labios
sin ti me besan.


¡Como has podido tener
la misma mirada negra
con esos ojos
que ahora llevas!

Sonreíste. ¡Qué silencio,

qué falta de fiesta!
¡Cómo me puse a buscarte
en tu sonrisa, cabeza
de tierra,
labios de tristeza!.

No llores, no llorarás
aunque quisieras;
tienes el rostro apagado
de las ciegas.


Puedes reir. Yo te dejo
reir, aunque no puedas.






CAPRICHOS

UNO

La niña toca el piano
mientras un gato la mira.
En la pared hay un cuadro
con una flor amarilla.

La niña morena y flaca
le pega al piano y lo mira
mientras un duende le jala
las trenzas y la risa.

La niña y el piano siguen
en la casa vacía.

DOS

El cielo estaba en las nubes,
y las nubes en los pájaros,
los pájaros en el aire
y el aire sobre sus manos.

La yerba le acariciaba
ásperamente los labios
y sus ojos le contaban
una tristeza de algo:

como ropa de mujer
tendida, limpia, en el campo.

TRES

Llenas de tierra las manos
y los ojos llenos de agua,
voy a decirte un secreto:
no tengo casa.

No, no tengo casa.
Desabróchame la piel
de la espalda
y úntame yodo y arena
para borrar esa marca.
Tengo una marca.

No me dejes en el cuello
la garganta
callándose tanto tiempo
lo de mi casa.
Que me duele, de veras,
no tener casa.




METÁFORAS PARA UNA NIÑA CIEGA

Con hilo y aguja me cerraron los labios.
Estuve viendo el dia y la noche, los días y las noches,

sin hablar, sin moverme,
con cangrejos prendidos a mis brazos,
pudriéndome como un costal de frutas y gusanos.
Alguien me levantó, me dijo, no entendí,
me abandonó en el campo,
me eché a rodar sobre la yerba

entre flores despiertas y fantasmas mojados.
Una mujer entonces —tenía los pechos duros y altos

me hizo beber en sus labios;
cansada la cabeza en sus muslos de madre

me untó sus manos.
Abrí los ojos en el mar,
en el fondo del mar, de sal azul hinchados,
y mis ojos tatuaban las algas encendidas
en su cristal mordían peces dorados.

Un viejo sol hundido
me andaba buscando.

Había un arpa rubia, de cabellos de niñas ahogadas,
que el agua tocaba con dedos extraños.
Un caracol vestido de blanco

soplaba hacia dentro,
enrollaba el carrete de un viento muy largo.
Las perlas crecían despacio
y eran el silencio que se congelaba en el corazón de los
náufragos.
Yo sentía el pecho lleno de palomas y de batracios.
Cuando llegó la noche, yo olí que mis manos olían
a noche.
Estaba en la caverna donde la araña del espanto
teje las horas sobre huesos amargos.
Alli la soledad existía a pedazos.
Yo no era yo, podía ser yo apenas,
quizá yo estaba a mi lado,
había muchos, perdidos, desesperanzados,
en una sangre obscura corrían a morirse,
corrían con los esqueletos quebrados.
Antes de llegar al barranco del sueño
hay una roja luz que hierve sin descanso,
duendes y duendes vienen
y cortan con tijeras los párpados.
Al alba nadie llega. Pero llegaban
gargantas de pájaros.
Estuve ahi escondido,
débil entre las hojas del aire morado.
Digo lo que aprendí,
como cuando me hice sombra para un árbol.
Digo lo que he olvidado.
Desde entonces tuve el corazón descalzo.




LA CAÍDA

Estoy como vacío.
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo,
no puedo ya conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas; un antiguo
cansancio; un diario despertar
medio aburrido.


Quisiera hablar, decir: esto que es mío,
que nunca tengo en mi, esto que asiste
a la noche en mis ojos, mi corazon dormido,
y la tristeza do no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos.
Esto que vive en mi, esto que muere
duras muertes conmigo,

el manantial de gracia, el agua de pecado
que me deja tranquilo.
Fuego de la purísima concepción, poesía,
bochorno de mi amigo,
sálvame de mi mismo.
Yo soy la tierra ronca, el apretado
yunque en el que cae tu martillo,
me soporto, te espero, ayúdame
a hablar limpio.
Ayúdame a ser solo,

y a ser sólo moneda que en bolsillos
de pobres socorra el agua fresca,
el pan bendito.
Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito
Yo soy solo la sombra
que madura en un vientre desconocido.


Y estoy aquí, sí estoy,
a pesar de mi mismo,
alucinado y torpe,
airado y sin memoria —y sin olvido—
igual que si colgara de mis manos
clavadas sobre un muro carcomido.


Mira el odiado llanto,
mira este mudo llanto embrutecido,
sacúdelo del árbol de mis ojos,
arráncalo del pecho sacudido,
no me dejes raíces de congoja
abriéndome el oído,
no quede en mi un amante,
ni un luchador, ni un místico.


Señora de la luz, te mando, te suplico
óyeme hablar sin voz,
oye lo que no he dicho;
con este amor te amo,
con éste te maldigo,
tengo en la espalda rota,
roto, un cuchillo.


Yo soy, no soy, no he sido
más que un lugar vacío,
un lugar a1 que llegan de repente
mi cuerpo y tu delirio
y una apagada voz que nos aprende
como un castigo.


He aqui tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos,
mi sanng arrodillada
sobre un madero hundido,
y el brazo de mi angustia
saliendo al aire tibio.






SIGUE LA MUERTE

I
 

No digamos la palabra del canto,
cantemos. Alrededor de los huesos,
en los panteones, cantemos.
Al lado de los agonizantes,
de las parturientas, de los quebrados, de los presos,
de los trabajadores, cantemos.
Bailemos, bebamos, violemos.
Ronda del fuego, círculo de sombras,
con los brazos en alto, que la muerte llega.
Encerrados ahora en el ataúd del aire,
hijos de la locura, caminemos

en torno de los esqueletos.
Es blanda y dulce como una cama con mujer.
Lloremos.
Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte,
hija de puta, viene.


La tengo aquí, me sube, me agarra
por dentro.
Como un esperma contenido,
como un vino enfermo.
Por los ahorcados lloremos,
por los curas, por los limpiabotas,

por las ceras de los hospitales,
por los sin oficio y los cantantes.
Lloremos por mí,

el más feliz, ay, lloremos.

Lloremos  barril de lágrimas.
Con un montón de ojos lloremos.
Que el mundo sepa que, lloramos aquí
por el amor crucificado y las vírgenes,
por nuestra hambre de Dios

(pequeño Dios el hombre!)
y por los riñones del domingo.


Lloremos llanto clásico, bailando,

riendo con la boca mojada de lagrimas.
Que el mundo sepa que sabemos ser trágicos.
Lloremos por el polvo
y por la muerte de la rosa en las manos de los mendigos.
Yo, el último, os invito
a bailar sobre el cráneo del tiempo.

¡De dos en dos los muertos!
Al tambor, a la luna.
Al compás del viento.

¡A cogerse las manos, sepultureros!
Gloria del hombre vivo:

¡espacio para el miedo
que va a bailar la danza que bailemos!.


Tranca la tranca,
con la musiquilla del concierto

¡qué fácil es bailar remuerto!

II


¿Vamos a seguir con el cuento del canto y de la risa?
¡Ojos de sombra, corazón de ciego!
Pirámides de huesos se derrumban,
la madre hace los muertos.
Aremos los panteones y sembremos.
Trigo de muerto, pan de cada día,

en nuestra boca coja saliva.
(Moneda de los muertos, sucia y salada,
en mi lengua hace de hostia petrificada)
Hay que ver florecer en los jardines

piernas y espaldas entre arroyos de orines.
Cráneos con sus helechos, dientes-violetas,
margaritas en las caderas de los poetas.
Que en medio de esto cante

el loco pájaro gigante,
¡aleluya en el ala del vuelo,
aleluya por el cielo!

¡De pie, esqueletos!
Tenemos las sonrisas por amuletos.
¡Entremos a la danza,

en las cuencas los ojos de la esperanza

III


Hay que mirar los niños en la flor de la muerte
floreciendo.

luz untada en los pétalos nocturnos de la muerte.
Hay que mirar los ojos de los ancianos,
mansamente encendidos, ardiendo en el aceite

votivo de la muerte.
Hay que mirar los pechos de las Vírgenes,
delgados de leche,
amamantando las crías de la muerte.
Hay que mirar, tocar, brazos  piernas,
bocas, mejillas, vientres,
deshaciéndose en el ácido de la muerte.
Novias y madres caen,
se derrumban hermanos silenciosamente
en el pozo de la muerte.
Ejército de ciegos,
uno tras otro, de repente,
metiendo el pie en el hoyo de la muerte.


IV


Acude, sombra, al sitio en que la muerte 
nos espera.
Asiste, llanto, visitante negro.
Agujas en los ojos, dedos en la garganta,
brazos de pesadumbre sofocando el pecho.
La desgracia ha barrido el lugar
y ha cercado el lamento.
Coros de ruinas organiza el viento.
Viudos pasan y huérfanos,
y mujeres sin hombre,
y madres arrancadas, con la raíz al aire,
y todos en silencio.
Asiste, hermano, padre,

ven conmigo, ternura de perro.
Mi amor sale, como el sol, diariamente.
Cortemos la fruta del árbol negro,
bebamos el agua del río negro,
respiremos el aire negro.


No pasa. No sucede. No hablar del tiempo.
Esto ha de ser, no sé, esto es el fuego
—no brasa, no llama, no ceniza—,
fuego sin rostro, negro.


Deja que me arranquen uno a uno los dedos,
después la mano, el brazo,
que me arranquen el cuerpo,
que me busquen inútilmente negro.


Vamos, acude, llama, congrega
tu rebaño, muerte, tu pequeño
rebaño del día, enciérralo en tu puño,
aprisco de sueño.


Dejo en ti, madre nuestra,
en ti me dejo.
Gota perpetua,
bautizo verdadero,

en ti, inicial, final, estoy, me quedo.




Adán y Eva

I
 

Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?.
Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.

II

-¿Has visto cómo crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas, el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo el cielo del mediodía y tus ojos empiezan a evaporarse. Las plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece; se hace blanda, verde, flexible. El terrón enmohecido, la costra de los vicios árboles, se desprende, regresa. ¿Lo has visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro: de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca arriba, y tu pelo penetra como un manojo de raíces, y toda tú eres un tronco caído. -Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol flotante para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un árbol de agua que iría a todas partes sin caerse nunca.

III

La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los animales duermen con el olfato abierto como'un ojo. No hay nadie en el, aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y alguien las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras, espesos y negros silencios, flotan, se arrastran, y la tierra se pone su rostro negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos, los corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el mar ha recogido. -Eva, le dijo Adán, despacio, no nos separemos.

IV

—Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar
en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas.
Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas
enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. 

¿Es que tu sangre y la mia se encienden a diferentes horas?.

Ahora que estás dormida debias responderme. Tu respiración es tranquila, y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrias decirlo todo, sin aflicción, sin risas. ¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles?.

Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el  insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo.

Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el dia.

Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tu eres,
y que no has de darme nunca. 


¿Por que nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que solo yo sé que tuve.



En medio de los remolinos, Tarumba,
quisiera escribir mi testamento:
te dejo a ti la virtud que no tengo,
a ti mi cabellera,
a ti mi primer libro,
a ti mis uñas.
Estoy tan definitivamente harto,
tan envenenado, tan podrido,
tan cayéndome en costras,
que no quiero ya un pedazo de esta vida feliz
ni un trozo de eternidad para roer.
En medio de estos remolinos otra vez,
sacudido de céleras inútiles,
hundido en el estiércol inefable,
minuciosamente asesinado,
me acuesto a las seis de la tarde pensando en las horas
que vienen.
Oigo una gota, tomo un trago,
pienso en el cadaver que harta,
me estiro.

¿Qué testamento escribiré algún dia?
No te dejo nada.
Te dejo nada más mi entierro.




LA PROCESIÓN DEL ENTIERRO en las calles de la ciudad; ominosamente patética. Detras del carro que lleva el cadaver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes familiares y amigos. Las dos o tres personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeuntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales del tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito.

No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia. Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo.

Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha de ser, prefiero que me entierren en el sótano de la casa a ir muerto por estas calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mi. Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadaver sea respetado.



 HE AQUÍ LO QUE SUCEDE:
es el once de octubre en la mañana,
1951, en México.

Frío y sol, pero frío
en viento, agudo, alegre. Frío

por todas partes.
En un tercer piso de la calle de Cuba
vivimos varias gentes
de las que el más importante, ahora, soy yo.
Yo soy.
Yo cstoy tirado en mi cama
y yo escribo esto.
Yo cscucho en el piano del radio
un anuncio de Beethoven.
Yo tomo café y escucho
también motocicletas y camiones
y martillos y gentes.
Yo cstoy alcgre.
Supe, hace rato, que estaba alegre
porque me puse a cantar
y a decirle al locutor que era un tonto
y a la vida que era estupenda.
Me alegraron unos cieguitos del piso de abajo
que tenían una guitarra y cantaban.
Me alegró una morena preñada que barría y cantaba.
Me alegró doña Lucita asoleándose.
Me alegraron los que andaban en la calle
temblando de frío, y me alegró una muchacha
en un balcón de enfrente coqueteando y temblando.
Yo pienso muchas cosas y recuerdo y asocio.
El frío me ha hecho místico y alegre.
Quizas el sol en el frío.
Quiero hablar del frío:
el frío es bueno para tomar café,
para acostarse,
para hacer el amor,
para que nos digan “tienes las manos frias”,
para fumar y para no salir del cuarto.
Para todo lo demás es malo el frío.
Yo estoy alegre y soy bueno
y me perdono y los perdono a ustedes,
y me río de ser tan padre ahora.
Yo saldría a la calle a abrazar a todos
si no hiciera tanto frío.
Les diría: “Hijos míos, padres míos,
no sean tontos, no vayan a ninguna parte,
no se preocupen. Hace frío.

¿Qué tienen ustedes sino este frío?

¡Salud por los que estén tomando el sol o una copa para calentarse!

¡Por los alegres y los que quieren estar alegres!
¡Yo saludo a los becerros prendidos de las ubres,
a los pájaros que no salen del nido,
a las mujeres que se están entregando,
a los sabios, a los combatientes del frío!
Yo no quiero ofrecerles un poema,
yo quiero darles un vaso de leche caliente a cada uno.

 


NO ES QUE MUERA DE AMOR, muero de tí,
Muero de tí, amor, de amor de tí,

de urgencia mía de mi piel de tí,
mi alma de tí y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin tí.


Muero de tí y de mí, muero de ambos
de nosotros, de ese,

désgarrado, partido
me muero, te muero, lo morimos.
¡Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,

en la calle donde mi brazo va vacío
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombre acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.


Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba

cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo

dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayendonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.


Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de mascaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de tí, los que a tí llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.




ME DUELES

Mansamente, inseportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.


Entre los escombros de mi alma búscame,
escúchame.
En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama,
pide tu asombro,
tu iluminado silencio.
 

Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera, cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer dia que despertara al mundo.


¡Qué claridad tu rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!


Amo tus ojos, amp, amo tus ojos,
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.


 
 XVII

Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.


Eras, cuando caía, eras mi abismo;
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Amputado de tí, a medias hecho
hombre o sombra de tí, solo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,

ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis dias, y me aflijo.




II
 

 Mientras los niños crecen y las horas nos hablan.
tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.


¡Es tan fácil decirte “padre mío”
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!


Quiero llorar a veces, y no quiero
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo dc las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.

 ¡Si solo se pudiera decir: “papá, cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada”!

¡Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
—herida abierta, vómito dc sangre—
te agarrara la cara!


Yo sé que tú ni yo,
ni un par de valvas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas
sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni ——no— las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tu tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.
 

(Tiempo vacio, ampolla de Vinagre,
caracol recordando la resaca.)


He aqui que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.

¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?
 

Ángeles degollados puse al pie de tu caja,
y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.


 
La Luna 

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.


Algo sobre la muerte del mayor Sabines

PRIMERA PARTE

I

Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.

Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.

Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la
alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.

Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.

No ha habido hora más larga que cuando no
dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.

II

Del mar, también del mar,
de la tela del mar que nos envuelve,
de los golpes del mar y de su boca,
de su vagina obscura,
de su vómito,
de su pureza tétrica y profunda,
vienen la muerte, Dios, el aguacero
golpeando las persianas,
la noche, el viento.

De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre.)

De los huesos también,
de la sal más entera de la sangre,
del ácido más fiel,
del alma más profunda y verdadera,
del alimento más entusiasmado,
del hígado y del llanto,
viene el oleaje tenso de la muerte,
el frío sudor de la esperanza,
y viene Dios riendo.

Caminan los libros a la hoguera.
Se levanta el telón: aparece el mar.

(Yo no soy el autor del mar.)

III

Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!,dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo una tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de Totomoste
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.

IV

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
en la raíz del cuello, sobre la subclavia,
tubérculo del bueno de Dios,
ampolleta de la buena muerte,
y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.
El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.

En las cuatro gavetas del archivero de madera
guardo los nombres queridos,
la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan
y mis pieles sucesivas.

También están los rostros de algunas mujeres
los ojos amados y solos
y el beso casto del coito.
Y de las gavetas salen mis hijos.
¡Bien haya la sombra del árbol
llegando a la tierra,
porque es la luz que llega!

V

De las nueve de la noche en adelante,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.

Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire...

(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)

Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de penas.
Quiero decir que a mí me sobre el aire...

VI

Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.

VII

Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
vagina del frío,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.

VIII

No podrás morir.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de tierra
no podrás morir.
En tu caja de muerto
no podrás morir.
En tus venas sin sangre
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.

IX

Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá, Juan y Jorge
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
cartas, telegramas, noticias
de que te enterramos,
pero tu nieta más pequeña
te busca en el cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.

X

Es un mal sueño largo,
una tonta película de espanto,
un túnel que no acaba
lleno de piedras y de charcos.
¡Qué tiempo éste, maldito,
que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia,
el ojo abierto y el morir despacio!

XI

Recién parido en el lecho de la muerte,
criatura de la paz, inmóvil, tierno,
recién niño del sol de rostro negro,
arrullado en la cuna del silencio,
mamando obscuridad, boca vacía,
ojo apagado, corazón desierto.

Pulmón sin aire, niño mío, viejo,
cielo enterrado y manantial aéreo
voy a volverme un llanto subterráneo
para echarte mis ojos en tu pecho.

XII

Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

XIII

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

XIV

No se ha roto ese vaso en que bebiste,
ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.
Ni se quemó la cama en que moriste,
ni sacrificamos un gato.

Te sobrevive todo. Todo existe
a pesar de tu muerte y de mi flato.
Parece que la vida nos embiste
igual que el cáncer sobre tu omóplato.

Te enterramos, te lloramos, te morimos,
te estás bien muerto y bien jodido y yermo
mientras pensamos en lo que no hicimos

y queremos tenerte aunque sea enfermo.
Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos
a no ser habitantes de tu infierno.

XV

Papá por treinta o por cuarenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto,

te has muerto cuando menos falta hacías,
cuando más falta me haces, padre, abuelo,
hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño.

Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.

Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.

XVI

(Noviembre 27)

¿Será posible que abras los ojos y nos veas
ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?

Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta,
tu cumpleaños, viejo.
Tu mujer y tus hijos, tus nueras y tus nietos
venimos a abrazarte, todos, viejo.
¡Tienes que estar oyendo!
No vayas a llorar como nosotros
porque tu muerte no es sino un pretexto
para llorar por todos,
por los que están viviendo.
Una pared caída nos separa,
sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo.

XVII

Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.

Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,

Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis días, y me aflijo.

SEGUNDA PARTE

I

Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos,
poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta,
la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando obscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus desechos, tu desorden, tu alma,
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había tu boca,
aire podrido, luz aniquilada,
el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)

II

Mientras los niños crecen y las horas nos hablan
tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.

¡Es tan fácil decirte "padre mío"
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!

Quiero llorar a veces, y no quiero
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.

¡Si sólo se pudiera decir: "papá, cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada"
!Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
-herida abierta, vómito de sangre-
te agarrara la cara!

Yo sé que tú ni yo,
ni un par de valvas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas

sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni -no- las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.

(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,
caracol recordando la resaca.)

He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?

Ángeles degollados puse al pie de tu caja,
y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.


III

Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo
y van y vienen máscaras.
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio
canta.

Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago,
apostando a crecer como las plantas,
fijos, inmóviles, girando
en la invisible llama.
Y mientras tú, el fuerte, el generoso,
el limpio de mentiras y de infamias,
guerrero de la paz, juez de victorias
-cedro del Líbano, robledal de Chiapas-
te ocultas en la tierra, te remontas
a tu raíz obscura y desolada.

IV

Un año o dos o tres,
te da lo mismo.
¿Cuál reloj en la muerte?, ¿qué campana
incesante, silenciosa, llama y llama?
¿qué subterránea voz no pronunciada?
¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito
de los dientes atrás, en la garganta
aérea, flotante, pare escamas?

¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados
los brazos y las piernas y la cara,
arrendados al hoyo, entretenidos
los jugos en la cáscara?
¿para exprimir los ojos noche
a noche en el temblor obscuro de la cama,
remolino de quietas transparencias,
descendimiento de la náusea?

¿Para esto morir?
¿para inventar el alma,
el vestido de Dios, la eternidad, el agua
del aguacero de la muerte, la esperanza?
¿morir para pescar?
¿para atrapar con su red a la araña?

Estás sobre la playa de algodones
y tu marca de sombras sube y baja.


V

Mi madre sola, en su vejez hundida,
sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.

Esto dejaste. Su pasión enhiesta,
su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.

Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz

 en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
el polvo de oro de la vida.

jueves, 24 de agosto de 2017

Hamamelis

 Hamamelis es un arbusto abierto con una peculiar floración invernal sin desmerecer el resto del año gracias a su forma y a los bellos colores otoñales de sus hojas.
En primavera se cubre de hojas grandes y esféricas similares a las de los avellanos. El follaje mantiene un oscuro color verde  hasta la llegada del otoño, en el que cambia hacia vivos tonos amarillentos.
Las ramas de este arbusto se utlizan para la decoración interior de las casas, cortadas y puestas en un jarrón con agua cuando las yemas florales dan indicios de apertura.
El libro de oro de las Plantas y los Jardines.
Dirección: José Valdeón Menéndez. Ed. ABC.
 
 Parte utilizada: las hojas, ocasionalmente la corteza.

Principios activos: Tanios gálicos y catequéticos, leucoantocianinas, heterósidos de quercetol, kampierol, y miricetol.

Acción farmacológica: Los taninos ejercen una acción astringente, cicatrizante y bactericida, los flavonoides una actividad reguladora de la circulación: hemostática, y vitamínica P: venotónica, mejorando la elasticidad de las venas y vasoprotectora a nivel capilar.

Indicaciones:En uso interno: varices, hemorroides, flebitis, metrorragias.
En uso externo: dermatitis, eritemas, prurito.

Formas galénicas/posología: 
Uso interno: 
Infusión: una cucharadita de postre por taza, dos veces al día.
Decocción: 30 a 60 g/L, hervir 2 minutos, dos tazas al día.
Extracto fluído: 1 a 4 g/día, en dosis de 15 gotas cada 1 ó 2 horas.
Extracto seco nebulizado: 0´3 a 2 g/día.  (1 g equivale a 5 g de planta seca).
Uso externo:
Pomadas: crema en varices, aplicar dando un masaje en sentido ascendente.
Lociones: agua destilada de hamamelis.
Fitoterapia en Farmacia
Colegio de Farmacéuticos de Vizcaya

sábado, 12 de agosto de 2017

Eufrasia

Euphrasia officinalis.
www.chileflora.com
La eufrasia es una hierbecilla anual que, a lo sumo, no levanta más de un palmo de altura, con el tallo simple o ramificado, por lo común rojizo, las hojas pequeñitas, las inferiores enfrentadas, las superiores esparcidas, sin rabillo, o las de la parte baja de la planta con rabillo muy corto, dentadas o segmentadas en los bordes. Las flores son también pequeñitas, de 5  a 15 mm, blanquecinas pero con líneas azules o violáceas, y con alguna manchita amarilla.
Hay numerosas especies distintas de esta planta. Florece desde Mayo hasta el otoño.
Se cría en los collados rasos de la mayor parte de las montañas, desde los Pirineos hasta Portugal y Sierra Nevada, donde una especie, Euphrasia Willkommii, se remonta hasta los 3000 m. 
Estas plantas medran, en parte, a expensas de otras plantas pratenses vecinas, de las cuales chupan la savia de sus raíces.
Se le han atribuído numerosas virtudes, pero las más interesantes se refieren a las que combaten las enfermedades oculares.
Para prepara un buen colirio de eufrasia es mejor la infusión que el cocimiento. Para ello, empléese una vasija nueva o esmeradamente limpia, con medio litro de agua que se dejará hervir durante 10 minutos, pasados los cuales se echarán 15 gramos de eufrasia; se tapará enseguida y se dejará enfriar. Este colirio se conservará en una botella de cristal bien tapada  con tapón esmerilado, y se hará uso de ella para lavar los ojos inflamados o legañosos. Se recomienda prepararla a menudo, al menos dos veces por semana, pues es preferible no utilizarla cuando tiene varios días.
 Quer dice de la eufrasia en "Flora Española": "Es notorio y acreditado por la experiencia, que esta planta es, por excelencia oftálmica, cefálica, caliente y seca, astringente y discusiva (disuelve). La usan en los afectos de sufuxiones, oftalmía, legañas y otras infinitas enfermedades de los ojos. Puede ser que den a esta hierba demasiada extensión de virtudes o que no se distinga con reflexión entre las muchas dolencias a que está expuesto el globo ocular, pequeño al parecer, pero muy grande por las partes de que se forma, en cuales convenga o dañe el uso de esta planta".
Pío Font Quer
El Dioscórides renovado
Editorial Lábor

Parte utilizada: planta entera.

Principios activos: Taninos gálicos, ácidos fenólicos, flavonoides, aucubina, alcaloides, trazas de esencia. Se trata de una planta de gran uso popular, poco estudiada a nivel científico.

Acción farmacológica: Astringente, antiinflamatorio, descongetionante nasofaríngeo, eupéptico.

Indicaciones: Conjuntivitis, blefaritis, estomatitis, faringitis, catarro, digestiones lentas.


Formas galénicas/posología:
Uso interno: 
Infusión: Una cucharada de postre por taza, infundir 10 minutos. Tres tazas al día después de las comidas.
Extracto fluído: 50 gotas, tres veces al dia.
Uso externo:
Infusión: Aplicada en forma de compresas, colirios, baños oculares, colutorios, gargarismos, o instilaciones nasales.
Colegio de farmacéuticos de Vizcaya 
Fitoterapia en farmacia

Elixir floral: Su esencia posibilita la percepción de la anatomía sutil, los chakras y el aura. Aumenta la capacidad intuitiva. Útil para los terapeutas y personas dedicadas a la salud. Vitaliza los ojos y el sexto chakra.
Octavio Déniz
Vademecum de Medicina Vibracional