sábado, 11 de marzo de 2017

Ernestina de Champourcín

Ernestina de Champourcín Morán de Loredo (Vitoria, 10 de julio de 1905) fue una poetisa española de la Generación del 27. Su infancia transcurrió en Madrid donde además de cursar sus estudios se inició en la poesía y contrajo matrimonio con Juan José Domenchina, poeta también y secretario durante la guerra del presidente Manuel Azaña. Fue discípula de Juan Ramón Jiménez y estuvo unida por estilo y amistad a los poetas de la Generación del 27.  
Intentó reaccionar contra lo que varias veces denomina «un mundo sin matiz». La creación poética, primero, y el amor y la experiencia religiosa, después, fueron los medios utilizados para ello y los que definen las distintas fases de su obra y de su evolución. (De Poesía Esencial. Fundación Banco de Santander).  
En 1939 partió a México donde se acercó en su búsqueda religiosa a la organización del Opus Dei. Publicó «Poemas del ser y del estar» 1972, «Huyeron todas las islas» 1988, y con casi 90 años, «Del vacío y sus dones» en 1993. A partir de 1989 se inicia un reconocimiento a su obra. Murió en Madrid en marzo de 1999.




OCASO DE OTOÑO

¡Qué triste es el ocaso! Un haz de rosas muertas
se deshace en el ara del pálido horizonte;
el poniente diluye su lividez incierta,
huyendo tras la puerta
brumosa de los montes.
¡Crepúsculo nostálgico de la tarde cansada,
encrucijada
austera en cuya sombra aguarda
la infinita tristeza del imposible anhelo,
resplandores del cielo
que iluminan, dolientes, mi agonía callada;
silenciosa morada
donde las ilusiones han quebrado su vuelo!...
Los malvas pasionales
que enlutan la llanura
son los regios despojos de púrpuras reales,
jirones triunfales
que algún día encubrieron miserables locuras.
El alma se encamina,
entre los oros grises de la quieta neblina,
al dulzor que promete la senda vesperal;
un sueño virginal
desteje su leyenda ingenua y peregrina.
--------------
Las ascuas del ocaso se apagan al relente;
suspira quedamente
en su frío rescoldo un treno lastimoso,
el eco de un sollozo
va rasgando la paz de la tarde muriente.
Es que allí, en las cenizas del día que se marcha.
ha cuajado la escarcha
piadosa del olvido;
y entierra mis deseos y mis afanes rotos,
caídos
bajo el peso de un tremolar remoto,
que llora con la angustia del ideal perdido.



SILENCIO DE LA NIEVE

¡Oh silencio de la nieve, todo lleno de presagios,
en que oscilan quedamente,
cual dormidos incensarios,
los suspiros de la tierra!
Se deshacen en el albo
roquedal del horizonte
los sollozos desdeñados,
y los hielos del olvido van cubriendo de sudarios
el plantel de la existencia.
¡Oh silencio mudo y blanco,
donde los cuervos del vicio
huyen volando tan alto!...

¡Con qué horrible frialdad tus dos manos
se cruzaron
en el fuego de mi vida;
qué profundo desamparo
sembraste por las llanuras
de mi huerto desolado!
¡Oh silencio de la nieve!
Aguardo el sol de un milagro,
que entibie las amarguras
de tu horror secreto y blanco.



Al final de la tarde
dime tú ¿qué nos queda?
El zumo del recuerdo
y la sonrisa nueva
de algo que no fue
y hoy se nos entrega.

Al final de la tarde
las rosas siguen lentas
abriéndose y cerrándose
sin caer aún en tierra.

Al final de la tarde
no vale lo que queda
sino el impulso mágico
de la verdad completa.




LLUVIA DE MARZO


La lluvia desfleca su loca alegría
sobre los guijarros que aguzó el deseo.
Con la brocha suave de las nubes grises
pintarraja el cielo
su cuadro moderno.

Cenizas grasientas de humos fabriles,
cilindros de gasa, ozonos asépticos
que cual bisturíes de filo cortante
rasgan los cipreses de algún cementerio.

Desconchados sucios de las casas pobres,
lepra de las calles que mancilla el cieno,
todo se doblega manso y jubiloso,
redención sensual del tiempo.

Con agria lujuria se abren las llagas,
las heridas el frescor del suelo,
y la lluvia envuelve todos los afanes
la sinuosa trama de sus besos.

¡Alborozo cósmico de los empedrados,
salvaje avidez del asfalto nuevo;
glotona avaricia de las cañerías
borrachas de agua, de aire y de viento!

¡Delicia fatal del árbol desnudo
que hiende lascivo sus gajos resecos,
para recibir en las fibras muertas
el tacto sedante del crudo aguacero!...

Agua taciturna, limpia con tus dedos
la gastada escoria del sentido viejo;
ve desentrañando, de este claro lienzo,
el pensar fecundo
de un arte sincero.


OLVIDO

Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro
para verte, Señor,
quiero cerrar los ojos y volver la mirada
al faro de tu amor;
quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes
de tan lánguido ardor,
que en el alma despiertan morbosas inquietudes
de escondido dulzor;
quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron
su hechizo tentador,
dejando para siempre temblando en mi recuerdo
su místico dolor.
Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza
el terrible vigor,
quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro
¡para verte, Señor!



VENDRÁS…

Yo sé que has de venir. Será una madrugada
que diluirá en sus oros la aurora del amor;
en la fragante brisa suspirarán las hadas,
y el jardín será bello como una inmensa flor.

Yo sé que has de venir; te esperaré muy pálida,
blanca como una estatua, en la paz matinal;
y tenderé hacia ti mis dos manos tan lánguidas,
que parecen vestigios de un místico vitral.

Yo sé que has de venir tan sólo de camino,
despreciando mi amor, que hollarás con tus pies;
besarás mis dos trenzas, seguirás tu destino,
y en mi alma el dolor enterrará su mies.

Sin embargo, no quiero que demores tu paso;
acerca pronto, amado, ya sé que he de sufrir.
Mas ¿qué importa? Me basta entreverte, y… acaso,
acaso logre hablarte otra vez, y… morir.

Yo sé que pasarás, más rápido que un sueño,
llevándote prendida mi alma de mujer,
que ennublará el recuerdo mi rostro antes risueño,
que volverás un día de la tarde al caer.

Entonces, de rodillas, suplicarás ansioso
el corazón ardiente, que al alba te ofrecí;
no lo tengo, diré; en el bosque aromoso
se me perdió una noche que te seguía a ti


SOLA...

Se cerró la puerta con un golpe seco.
Me dejaron sola…
Ya todos partieron
a buscar sonrisas bajo nuevos cielos;
se cansaron pronto
de mi amor austero,
de mis gravedades…
Por fin ya se fueron;
me dejaron sola…
Aún oigo a lo lejos
sus voces cantando; se marchan ajenos
a lo que yo sienta.
Se cerró el silencio
sobre mi horizonte,
transcurrirá el tiempo
arrastrando ausencias, llevando el secreto
de mis amarguras, de mi llanto quedo.
Me dejaron sola…

No quiero sufrir; mi alma es de hielo;
se paró el latido que alentó en mi pecho.
Sólo he de escuchar
a mi amado eterno,
Mi esposo inmortal,
el hondo silencio.
Me dejaron sola…
Mas azota el cierzo
en mis ventanales,
su vibrar siniestro
retiembla en la sombra.
Pero… no es el viento…
Es como una voz… un grito de enfermo…
        - - - - - - - - -
¡Alma, triste alma!...
¿Por que tener miedo?
¡Soy tu corazón, que aún está viviendo!...




LA VOZ EN EL VIENTO (1928-1931)

¡Encaramada al viento!
Gritando hasta soltar
la rienda de mis voces…

Sin látigo ni espuela,
con la única fuerza
de este clamor lanzado
a cumbres inholladas,
con el apoyo efímero
de un soplo vagabundo
sin base, ni raíz.

Galoparé adherida
al filo de los tiempos
y colmará mi grito
vacíos insondados.

¡Erguida sobre el lomo
de todo lo inestable,
derrumbaré certezas
en nombre del azar!




HUIDA
Salí sin ser notada.
SAN JUAN DE LA CRUZ

Que nada en mí se mueva.
Quiero salir sin ruido,
comprando el imposible
silencio de la hora.
Sujetando el menudo
chispeo de la vida
para alcanzar la voz
crecida sobre mí.

Inmóvil ya; sin manos
que detengan la huida,
sin pupilas que toquen
la anchura del vacío,
ni labios para anclar
el rumbo de tus besos…

¡Ilimitada, única!
Buscándote en lo eterno,
me evadiré de ti.


DESPECHO


Odio tu voz, que burla mi anhelo de presencia
y hace más angustiosa la irrealidad del sueño.
Sin ella dudaría de todas las distancias
y podría crear tu certidumbre en mí.

Sin ella sentiría, entre mis labios, cerca,
el peso verdadero, seguro, de tu boca
y en el cielo la ausencia del caudal luminoso
que al moverse en el aire desaloja tu frente.

Pero tu voz me tiene prendida a lo futuro,
y sé que aún no eres, porque gritas mi nombre.
Metálicos silencios de brújula dormida
ceñirán el prodigio de tu reencarnación.





AMOR

Puliré mi belleza con los garfios del viento.
Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire,
diluida en un cielo de planos invisibles.

Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo,
el delirio gozoso de sentir que tu abrazo
solo ciñe rosales de pura eternidad.

Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo
sobre la desnudez que sella lo inefable,
ni encontrarás mis labios
mientras algo concreto enraíce tu amor..

¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas!
No entorpezcas besándome la fuga de mi cuerpo.
¡Seré tuya en la piel hecha fuego del sol!



No sé como me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en Tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que Tu amor
me dará para siempre
si respondo a Tu voz.
Pronuncia esa palabra
de júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!



Tú me trajiste aquí.
¡Que aprenda pronto a darte
lo que esperas de mí!
Como todo me falta
y no hay nada sin Ti,
has de ponerlo todo.
Enséñame a vivir
al filo de la gracia;
a decirte que sí
de minuto en minuto,
a vibrar y a sufrir
contigo y en Tus manos.
Me hiciste para ti.
dame lo que no tengo
y empieza ya a pedir.



¡Levántame del suelo!
Ayúdame a llevar
la carga de mi cuerpo
El alma se me rinde
de tanto sostenerlo.
-Pobre carne agotada
que no sabe de vuelos…
Levántala, Señor,
y así, juntos, iremos
acercándola a Ti.
Limpia este barro inquieto,
¡haz con él un cristal
que te sirva de espejo!



Ya amanece en la tierra.
Buenos días, Señor.
Empieza la jornada
y empieza la ascensión
a tu monte secreto.
-Andar donde ando yo
es perderse y hallarse
a la orilla de Dios.
¡Quién pudiera cruzarla,
quién tuviera el valor
de arrojar ese lastre
que aploma el corazón!
Amanece en el alma.
¿Dónde vamos, Señor?
Y el día se derrama
en plena anunciación.



Cercada estoy, Señor,
por Ti solo cercada.
Ciérrame la salida,
acorrálame el alma,
anula mis defensas.
Cercada estoy, cercada
por esa verdad tuya,
escudo que me ampara,
saeta que me hiere,
crecida que me arrastra.

Cercada sin remedio,
cautiva sin murallas.

*

¿Hasta cuándo, Señor,
la dicha de tenerte?
Me asusta ser feliz.
No dejes que me aferré
a esta dulzura nueva,
a esta gozosa muerte;
a este extraño alejarse
de cosas y de seres.
Sólo un minuto más,
para después volverme
contigo, hacia lo ajeno…
Te sé en mí para siempre
aunque tenga que darte
para volver a verte.



Y EL VERBO SE HIZO CARNE

Déjame aquí, en silencio, ya que todos se fueron.
Quiero ser a Tus pies una yerba sin nombre…
Ese grumo de barro que todos pisotean…..
Déjame no ser nada: eso soy, realmente.

Pues ser lo que no es, es ser lo que Tú quieres;
un molde de Tu ausencia; y con eso me basta.
El heno que te abriga o el polvo del establo…
lo que Tú hayas dispuesto, oh Tú, que lo eres Todo.

Déjame entre la paja y en un rincón oscuro,
sintiéndome por fin lavada y redimida;
y deja que te mire sorbiendo Tu pureza,
mientras mi anhelo en llamas te protege del frío…



DÉCIMAS DE LA MUERTE EN DIOS

¿Claridades, luz? Codicia
a flor de piel, sin sentido.
Ya tu noche me ha ceñido
y todo mi ser se inicia
en la implacable delicia
de creer y de no verte,
de vivir para la muerte
que me acerca a Tus verdades
y transforma en realidades
estas ansias de tenerte.



A Ti te busco, Señor,
¿qué me importa otro camino?
Para que vagar sin tino
de un dolor a otro dolor?
Si quiero darte mi amor
en un trueque de «pasiones»,
sólo falta que perdones
mi desvío vagabundo:
que seas todo mi mundo,
para que en Ti me aprisiones.



Negarme para negar
lo que me aleje de Tí.
Dejar que nazcas en mí
mientras muero sin cesar.
No consentir que el azar
disponga de lo que es mío
y perder el señorío
de la vida que me diste
en la cruz donde te erguiste
redimiendo mi albedrío.



CUANDO ESTALLE EL SILENCIO…

Romper a hablar nos piden…
y el mundo se nos trueca en silo de palabras,
en recio vendaval de acentos y de voces.

¿Y si todos rompiéramos a callar de repente?
¿Si se hiciera silencio de lo hondo hacia fuera?
¿Si una pausa total iluminara súbita
los signos verdaderos que el tumulto nos roba?

En lo que no se dice alienta lo absoluto
y es milagro ese gesto de la boca sellada
que se niega a rendir los dones otorgados
por un Amor celoso que nos quiere perfectos.

Cuando estalle el silencio, por fin, desde nosotros,
con su carga de Dios implacable y certera,
un alud invencible arrancará del mundo
las dudas y las sombras, lo que vacila y sufre.

Rompamos a callar como surcos feraces
henchidos de simiente dorada y generosa.
Cuando hable el silencio
no habrá nada que opaque la claridad de Dios.



SI TU QUIERES…

Tres palabras—tres clavos
sujetándome el cuerpo;
tres alas en mi alma
sosteniéndome el vuelo.

El día se hizo luz
cuando rompí el silencio.

Después… Tú ya lo sabes.
Resucité hacia dentro.
Fui distinta y la misma.
Me despojé en secreto
y me quedé sin mí
por llenarme de cielo.

Tres palabras: tres clavos
para aquietar mi cuerpo
y despertar mi alma.

Tres flechas en lo eterno.
Tres dones de Tu Amor…
Tres rosas en mi cieno…

*
En mi poco de barro
tu abundancia de luz.
En mi total vacío
tu exacta plenitud.
En mi no ser difuso
el Ser único: Tú.




  LAXITUD

La tarde gris y triste me agobia,
tengo sueño;
estiro lentamente
mis dos brazos abiertos
que se prenden al aire;
quieren cazar el tiempo,
aprisionarlo pronto,
robarle su secreto,
deshacer bruscamente sus límites estrechos.
Quiero llorar: no sé;
quiero reír: no puedo.
Los deseos
se estrellan contra la inexorable inercia
del silencio;
sobre mi corazón rueda grávido al peso
de la existencia toda.
Al fin me desperezo.
Logro romper el cerco
del malsano sopor,
pero apenas lo venzo
ya me torna a invadir
quedamente su tedio.
Luego...
Ya no sé más;
suspiro,
me paseo,
exprimo el tormentoso
lagar de mi cerebro,
destilo el elixir de su inquietud
en mi pecho...
Sujeto en mi memoria
repite el pensamiento;
la tarde gris y triste me agobia,
¡tengo sueño!...




CARTAS CERRADAS
6
Es tarde para todo: mas no para buscarte.
¿Por qué me has olvidado en la undécima hora?
Llevo ya mucho tiempo esperando en la plaza
y pasaste de largo sin querer contratarme.

Sólo pido qué hacer; dar un poco de esfuerzo
por la dicha que tuve y el amor que me diste.
Mi denario, si quieres, guárdalo para otro.
Pero toma esta vida que se me va escurriendo

Cuando llegué, ¡qué sol me cantaba en el alma!
Pensé que aceptarías lo poco que me queda.
Y aquí sigo; no hay nadie; todos tienen su sitio
y parece que nunca volverás a buscarme.

Va nublándose el día y sé que estás conmigo.
Van y vienen risueños; apresuradamente.
No me ven ni me escuchan porque Tú los llamaste.
¿Cuántas horas me quedan de esperar todavía?

Es tarde para todo: pero no para hallarte.
Y te canto, bajito, soñando mientras llegas…




Es escribir a alguien
o lanzarse al silencio,
a nadar en lo oscuro,
a encender una llama
aunque ahoguen las dudas.
¿Carta a lo que no existe?
Hay buzones alados
que se disparan solos
y un correo sin pistas
ni trayecto seguro.

Eludir el camino
que todos conocemos.
Seguir hacia adelante
ruta de los que intentan
lo que nunca pensaron
y se sienten felices
porque hay algo distinto,
porque se desvanece
de pronto lo que sobra
y no existe el vacío
si queremos colmarlo.




AMOR DE CADA INSTANTE… 
2
Vivir amor. Perderse en un mar de silencio y esperanza
hasta que llegue el día del amor sin costumbre;
del amor siempre nuevo, sin fin y sin principio,
en plenitud de gloria.

Vivir, no del mañana,
que se escurre veloz al haberlo soñado,
sino de ese otro día que ya se nos acerca;
de ese mañana eterno sin rezagos de sombra:
intacta anunciación cuajada en lo absoluto.

Vivir amor ahora, para gozarlo luego.
Amor de cada instante en el júbilo oculto
de saber que la flor sellada en su hermosura
dará pronto —ya siempre— su plenitud de aroma.



PAN VIVO

Te he soñado en mis manos; estas manos de tierra
manchadas tantas veces… y te prefiero en mí,
en el contacto estrecho de Tu alma y mi alma,
de Tu cuerpo en el mío, allá en lo más profundo,
a donde no llegaron la impureza y el lodo.

Tenerte así, de veras, en lugar tan remoto,
que ya nada me borre Tu presencia increíble.
¿Qué me importa un contacto de mera superficie,
como el que nos ofrecen los amores humanos?

Me basta lo que tengo, porque me lo das Todo.
Esa «hermosura antigua» que Agustín reclamaba.
¡Que otros sueñen, ingenuos, con la belleza nueva
de unos gestos inútiles que nada significan!

No te quiero en mis manos; te quiero en mí,
en lo mío, que es Tuyo esencialmente.
Te quiero como vienes, en fin, todos los días,
en manos de quien puede traerte hasta mis labios.





ELEGÍA A MI HERMANA

Hoy la he mirado yo como tú la miraste,
mientras te ibas dando a Aquel que te esperaba.
La he mirado sin voz, sin lágrimas de angustia,
Pero a mí también algo se me estaba muriendo.

¿Por qué me la cediste al final de tu vida,
y por qué ese mensaje que no he de leer nunca?
Nadie me lo ha explicado, pero algo dijiste
—sin palabras quizá—, algo tan sólo mío.

¿No adivinaste entonces que había comprendido,
que ya iba hacia ti —anchas alas abiertas—-,
y que si no llegué fue porque Dios no quiso?

Triste viaje inútil en busca de ese algo
borrado ya en tu historia.
Sólo un rostro sereno sobre otro rostro inerte,
que no sabré ya nunca el por qué me los diste.

Y anoche, al divisar el rojo terciopelo,
la Virgen con el Cristo en sus brazos dormido,
resucitaste en mí, hermana, como eras,
aquel último día, tan lejano y tan próximo.

De la víspera, sí, comprendo cada instante.
«Qué pena que te vayas», dijiste muchas veces,
y yo no comprendí; dime por qué, Dios mío…
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Ella te fue buscando con aquella sonrisa
que intentaba engañar al dolor y a la muerte.
Cuando evoco su nombre rememoro las huellas
de una vida entregada que aceptaba y sabía.

Hoy, a solas y lejos, te he sentido más cerca,
asomada quizá a este mismo paisaje
que me rodea ahora y que a veces, curiosa,
quisiste conocer en mi palabra viva.
Y te llamo en secreto y vendrás a mí sola;
y te veré mirar el tabachín de fuego,
la roja Nochebuena —anticipo gozoso—,
los vivos colorines y la orquídea catleya,
proustiana y misteriosa.

Y te oiré preguntar por el dios de la lluvia
—el que llovió en Sayula—,
y por el terremoto que nos dio un volcán niño.

Y reiremos juntas recordando los tiempos
en que nos preocupaban las novias de Beethoven,
en que Schubert ya era nuestro héroe dilecto
y el amor nos venía de un libro o de unas notas.

Dicen que la memoria nos acerca a la muerte
cuando el recuerdo surge, atropellado y vivo…
y me invade una dulce sensación de llegada,
feliz aterrizaje al puerto deseado.

Los años intermedios se borran lentamente.
Lo inútil va al olvido y entre unas sombras vanas
hoy te siento existir como nunca en tu vida.
¿Es que oyes conmigo la melodía amada
que César Franck desgrana esta noche en mis venas?
Con la sangre surcada de música y recuerdos
me siento ir contigo a la deriva, ¿adónde?

Qué olas de belleza nos levantan y surgen,
como dones de Dios, de tu muerte a mi vida.
Vida y muerte enlazadas en un trueque de júbilos.
Muerte tuya, que es Vida sin noche ni tinieblas;
vida mía, que es muerte por la luz que le guarda.



BÚSCAME EN TI

Búscame en ti. La flecha de mi vida
ha clavado sus rumbos en tu pecho
y esquivo entre tus brazos el acecho
de las cien rutas que mi paso olvida.

Despójame del ansia desmedida
que abrasaba mi espíritu en barbecho.
El roce de tus manos ha deshecho
la audacia de mi frente envanecida.

Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte
del silencio total. Ávida muerte
donde renacen, tuyos, mis sentidos.

Ahoga entre tus labios mi tristeza,
y esta inquietud punzante que ya empieza
a taladrar mi sien con sus latidos.





A J.J. QUE AHORA CONTEMPLA, SIN DOLOR, 
ESE PAISAJE QUE AMÓ TANTO

Y te quise traer un ciprés de Castilla
que hundiera sus raíces hasta tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste con locura
cuando faltó a tus pies su barbecho fecundo.

Raíces en lo hondo; copa esbelta en el cielo.
No ese ciprés de Silos que Gerardo cantara,
sino un ciprés aún tierno que creciese a tu vera
señalando al que pase la ruta que seguiste.

Así todos verían al levantar los ojos,
que ya no estás ahí donde tu nombre queda,
porque el ciprés, cual índice de verdor y esperanza,
guiaría su vista a tu verdad inmutable.

¡Qué guardia de cipreses en la tarde de oro!
y me acordé de ti y de aquellos poemas;
y de los que, después, colmaste de ese Amor
que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de Castilla.
¿Para qué? me pregunto. ¡Si ya la tienes toda!




CARTAS ABIERTAS

¡Otra carta, Señor!
No importa que la leas: si te la sabes ya completa,
de memoria. Pero mientras escribo
las cosas duelen menos; no hay nada más cruel
que lo que cierra en falso.

Son demasiados años buscando la salida,
es demasiado tiempo disfrazado de gozo,
engañando a conciencia la cicatriz que sangra.

Otro papel sembrado de frases en el aire.
Otro surco incapaz de guardar la semilla.
Si al fin me rodearas, entera, de Ti mismo,
en el total abrazo del círculo sellado,
rasgaría esta carta que es inútil huida.

Pero tengo que hablar. No es mucho media hora
cuando brota en cascada lo que llevamos dentro.
Y así, viéndolo escrito,
parece más seguro que contestes un día.

No es reproche, Señor, no es tampoco protesta.
Es tal vez ansiedad porque llegue la hora.
La plenitud total para la que creaste
al corazón humano y su sed que no acaba.



CONCIERTO INESPERADO

Y la música existe.
Alguien la había borrado
arrastrando en la sangre
su cabellera alada.
Hoy ha vuelto hacia mí,
hacia nosotros todos.

Música, viento, ráfaga,
ascensión infinita.
Y será inútil ya
que una falsa estridencia
nos quiera estremecer
con alertas fingidas.

Ella ha venido a mí
con su cauda de gozo
musicando la hora,
el lugar y la tarde.




ALTA MAR

Quisiera llegar pronto
porque el mar nos aleja.
Este navegar juntos
extiende entre los dos
una enorme distancia.

Y así, hombro con hombro
nos vamos separando
porque el mar está cerca:
¡el mar más mar que nunca!

No podemos mirarnos
ya lo mismo que antes
y nos urgen la costa,
el árbol o una tierra
quebrada de tan áspera.

Y nos separa el mar
hostil pero tan bello…



LUZ EN LA MEMORIA
… estas cosas que evoco (ya sin nada)
De lo que a mí me tuvo y fue tan mío.
JUAN JOSÉ DOMENCHINA

¡Qué ganas de acercarme!
Sobre el mar ibas mudo,
alejado, a distancia,
como si una pared

esos destinos nuestros
tan juntos sin embargo.

Miré a mi alrededor
y todas las pupilas
se hundían en el surco
que devoraba el agua.
Un miedo de los ojos
esquivando otros ojos,
un afán de guardar
para sí aquel momento
que truncó tantos lazos.

Vi una mano perdida
que buscaba otra mano,
retirándose luego
avergonzada, mustia.
Y seguimos así,
queriendo sin querer,
inmóviles y rígidos
con los labios sellados.


¡Se me ha muerto la lluvia
entre las manos!

Sentí a mis espaldas
sus agujones largos,
su caer presuroso
de vidrio esmerilado.

Un fieltro sin pisadas,
un cortinaje blando
forraba los instantes
del silencio mojado.

No se oían las voces.
Todo era un letargo
de deseos latentes;
el ambiente acolchado
y los susurros tensos
se me fueron borrando.

¿Adonde está la lluvia
que se murió en mis manos?




DEL LABERINTO Y SUS CELDAS
El fervor del laberinto —uno y
múltiple— te pierde…
JUAN JOSÉ DOMENCHINA

Y el laberinto avanza…
Abundan en los setos las flores amarillas
y una oveja rebelde se las come a bocados.

¿Hacia dónde va todo? El mar se desmenuza
en diminutas chispas de vidrios ámbar-verde.
Me persigue un lagarto que juega a ser iguana
como aquella que un día me alcanzó en la escalera.

Y me acuerdo de otras:
la de la jaula fija en medio del jardín
y las iguanas muertas que compran los turistas
para hacerse zapatos.

Y si hay que perderse, mejor en los volcanes,
en un cráter ardiente o una cumbre nevada.
Perderse es transformarse
y podemos ser troncos, reptiles, pajarracos.

Laberintemos juntos nosotros y vosotros
cruzando vericuetos que algunos inventaron
y añadiendo tal vez ese piélago nuevo
en un serpentear de meandros ocultos.

La madeja se enreda y su tela de araña
es igual que un brocado antiguo y tembloroso.
Mas no todo termina al pie de la barranca
porque el volcán se pierde también entre las nubes.

¡Laberintemos juntos y la luz será nuestra!




LETANÍA


Señor, espada candente que cercenas implacable nuestros más hondos deseos…
Señor, torrente bravío que acabas por arrastrar al que no quiere seguirte…
Señor, pétrea fortaleza que resiste los embates del desleal y del indigno…
Señor, cima inasequible a la que sólo se llega con las plantas desgarradas…
¡Oh ciclón cuya embestida desarraiga para siempre las raíces más profundas,
ten compasión de nosotros!
Señor, almendro florido que glorificas el páramo…
Señor, manantial secreto cuyas aguas luminosas fecundan a quien las bebe…
Señor, que nos enseñaste a abrir surcos en los mares…
Señor, que hiciste el milagro de la calandria y la rosa…
Señor, que amaste el perfume por el amor derramado…
Señor, espiga del cielo, trigo que nutre y exalta…
Señor, aguijón celeste cuyas heridas consuelan…
¡Señor, río de la gracia, sumérgenos en tus ondas!
¡Dios de la paz y del combate, Dios de la tierra y del cielo,
nace otra vez en nosotros!




DE AQUELLO QUE NOS VA DEJANDO
Por calles que se fueron…
CONCHA ZARDOYA

Aún hay calles que existen, que no se han ido nunca
con sus huellas calientes y su eco soñado;
aceras donde el roce de nuestros pies despierta
sensaciones, memorias y gestos revividos. 

Callejones de antes que ahora son avenidas 
pero guardan debajo del asfalto reciente 
palabras verdaderas que nunca se apagaron. 

Aquellos jardinillos dividiendo calzadas, 
los bancos del silencio apasionado y hondo, 
y ese Greco que un día sonrió frente a un beso. 

Hicieron que se iban pero ya regresaron 
al regresar nosotros 
y la ciudad interior se va reconstruyendo 
en nuestra intimidad ya casi recobrada. 

mueren esas cosas mientras las acunamos 
con el dulce vaivén sabroso del recuerdo. 
Hoy fue la acacia vieja con su «pan y quesillo», 
mañana el barquillero de vieja picardía. 

Las «calles que se fueron» nos llevan lentamente 
a paisajes cuajados en su intacta belleza. 
«De aquí no se va nadie» como León decía 
y yo repito ahora con acento más tierno. 

De nosotros, de todos no puede irse nadie: 
ni siquiera una calle con el nombre cambiado 
que vive en el desván tenaz de la memoria. 

Vincent van Gogh, Hospital at Saint-Rémy (1889)

VAN GOGH

Rododendros en masa, gavillas de oro viejo 
surgen del cobre antiguo en provenzal ocaso: 
resurrección de ocres y en sorda lejanía 
la vaga apoteosis de un coágulo de sangre. 

El fracaso presente y el triunfo remoto 
caminan sin saberlo hacia nupcias secretas; 
ese cuadro lo dice bajo su marco pobre 
que alberga en pinceladas tanta verdad vivida. 

¡Qué sol entre paredes! ¡Qué avidez en los ojos 
que quisieron sorber tanta luz recreada, 
tanto sueño sin meta lanzado a la intemperie! 

Ni el girasol, ni el iris tienen la sugerencia 
de esos pétalos mustios que se nos fueron dando. 
¿Recordáis todavía a aquel hombre que entraba 
con una exclamación que endulzaba su boca? 

Vivir bajo el amparo de un cuadro que nos gusta 
es esmaltar de oasis el yermo de la vida. 
Y el color se nos queda en un vuelo florido 
por los quicios del alma. 

¿Dónde quedó ese ramo bajo el cual exprimimos 
el zumo revoltoso de nuestras existencias?, 
¿es posible que un óleo se derrame y perdure 
a través de los tiempos? 

Hoy nos vuelve esa calle y la voz que pedía 
aquello que dejé y que recobro ahora: 
¡laberinto encendido de zarabanda eterna, 
torcedor y delicia que invade la memoria! 



YO CREO QUE MORIR

Yo creo que morir
es estar es estarse
por fin en lo absoluto
en lo definitivo.
Sorpresa de lo eterno
de lo que ya no cambia
y que es sin embargo
cada vez diferente.

Y en ese estar están
lo humano y lo divino.
Todo lo que se toca
todo lo que se. Siente
y en esos brotes de luz
deslumbrantes, escasos
que arrebatan la vida
y nos la dan de nuevo.

Morir es una rosa
que se nos da de balde
un perfume cuajado
en amor para siempre.