domingo, 19 de marzo de 2017

El Señor está ahí (III). Dom Georges Lefebvre

El Señor está ahí

El gozo de una presencia

El Señor está ahí, acojamos su presencia como un don, presencia única, porque puede hacerse tan próxima, tan íntima a la conciencia, que no podemos vernos sino en ella.
Asistir a esta presencia no es tanto una toma de conciencia como una decidida voluntad de estarle sometido.
Creer en ella en la noche es abandonarse a ella.
No conocemos a Dios, pero las aspiraciones de nuestro corazón sólo él puede saciarlas.
Estas aspiraciones dan testimonio de él.
Creamos, en un simple asentimiento de fe, que el Señor está ahí. Adivinemos en una intuición secreta lo que esta presencia es para nosotros. Al menos, presintamos lo que sería de nosotros si llegara a faltarnos.
Aunque lo alcancemos tan pobremente, es el Señor, es ya su presencia.
Cuando veamos al Señor, no será un gozo totalmente nuevo. Reconoceremos en él al que ha sido la alegría de toda nuestra vida. Aparecerá ante nosotros en esta alegría transfigurada.
Nuestra capacidad de gozo ansía esta plenitud, la contiene ya en germen.

El don que Dios nos hace de sí mismo es un misterio de amor. Seamos humildes ante este misterio, respetando su secreto, siendo sencillos ante él.
Aun cuando no lo sintamos, ni lo sepamos, estamos en la gracia de esta presencia. Creamos en ella sencillamente.
Nuestra fe en esta presencia es algo absoluto. No se apoya en señales de ella. Por eso podemos acoger estas señales con gran libertad, tal como nos son dadas. Así las discerniremos mejor, por muy discretas que sean.
Son señales discretas, que por su misma sencillez nos invitan a respetar el misterio y nos abren ante su plenitud.
La señal más clara de esta presencia es dejar que nos doblegue, que nos someta, es aceptar el vivir de lo que hay en nosotros más íntimo sin poder descifrarlo, vivir de lo que otro hace vivir misteriosamente en él. Es respetar esta acción silenciosa, reconocer que no viene de nosotros ni nos pertenece.

Libertad

Para vivir en libertad la alegría de la presencia de Dios en nuestra vida, hay que acogerla como un don. Con acción de gracias. Entonces esa alegría nos dará la libertad de un corazón saciado.
Acojamos todo con la serenidad del que se sabe seguro en un amor.
Una confianza que se basa en el amor infinito de Dios no puede conocer ni condición ni límite. Es absoluta.
En los otros, no veamos sino el amor con que Dios los ama. Entonces nuestros ojos tendrán libertad para ver lo bueno que hay en ellos.

Alguien está siempre ahí. Aun cuando su presencia sea callada y oculta, todo acto de fe en su existencia, aunque frío y desentrañado, nos la hace encontrar.
Dejemos que se haga silencio en nosotros, en un secreto presentimiento de su presencia.
Sepamos vivir el misterio de esta presencia, aunque sólo podamos sospecharla en la aparente indiferencia de nuestro corazón.
El don de creer en esta presencia es el don de una fe que puede no manifestarse mas que por la imposibilidad de renunciar a buscar lo que nos ha dejado entrever.
Aunque temamos que nuestra incapacidad para orar se deba a que estamos apegados a nosotros mismos, debemos creer que Dios nos ama siempre y permaneceremos en sus manos, confesándole nuestra debilidad, nuestras impotencias y nuestras tinieblas.

Sencillez

Ser sencillo ante alguien es tener fe en su amor.
Una presencia de la que nada percibimos sino el solo hecho de creer en ella, nos establece en la paz.
Aun cuando no sepamos por qué estamos en paz, acojamos la paz que descubrimos en la intimidad de la conciencia.
Así seremos imperceptiblemente cogidos por la gracia de una presencia; una presencia que es siempre operante. Vivir en presencia de un amor es convertirse en un ser nuevo.
Somos amados por un amor que podemos presentir a través de todo lo que en nuestra vida es transformado por la presencia de este amor, secreta pero hondamente. En todo lo encontramos, pero adivinándolo más allá de todo.
En todo nos manifiesta —como un hecho que no podemos dudar— que nos ama en nuestra pobreza.
Consintamos en ser pobres puesto que nos sabemos amados en nuestra pobreza.

Vivamos como algo absolutamente infalible el amor con que somos amados.
Si se cree en el amor no hay más que confiar y esperar en él.
Será una sencilla actitud de acogida, vivida como apertura al amor que la penetra más allá de lo que somos conscientes, elevándola y superándola.
Sólo la humildad de Dios puede hacernos comprender la humildad de la oración. Se presta a vivir con nosotros en una amistad auténtica y profunda, en nuestras condiciones, y con toda nuestra pobreza.
Vivir con sencillez lo que el Señor nos concede en esta vida con él, bajo las más humildes apariencias, esto es, sin medida.
Tomar conciencia de vivir este misterio de amor en nuestra pobreza, de estar ante él como los más pobres, es aprender a reconocerle en los más pobres, es aprender a no dudar de su presencia en este mundo pecador. 
Sencillez de la oración
Dom Georges Lefebvre
NARCEA, S. A. DE EDICIONES 
MADRID