domingo, 5 de marzo de 2017

Carmen Conde

Carmen Conde  (1907 - 1996)

Carmen Conde Abellán, nacida en Cartagena (Murcia) el 15 de agosto de 1907, fue la primera mujer que ingresó en la Real Academia Española, ocupando la silla K. Narradora, poetisa, ensayista y maestra española, considerada una de las voces más significativas de la generación poética del 27. Su actividad en pro de la cultura, junto a su marido, Antonio Oliver, fue ejemplar. (De http://www.cervantesvirtual.com/portales/carmen_conde/). 
Falleció en Madrid el 8 de enero de 1996. 
Premio Nacional de Poesía (1967) 
Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (1987).




Los monólogos de la hija

Está la tarde tan gris…,
madre mía, tengo sueño.
—Hija, ¿por qué no te duermes?
Madre, porque tengo miedo.

—¿Tienes miedo de dormir?
De dormirme tengo miedo.
—¿Qué cosas temes del sueño?
Del sueño todo lo temo!

—¿Temor del sueño, si nunca
te vi despierta en mis brazos?
«Quiero dormirme», decías
por las noches, muy temprano.

«Dormirme, madre, dormirme;
coger sueño con las manos».
Yo te quería despierta;
tú te negabas a estarlo.  

¿ Y ahora me dices que temes?
Dime, hija, ¿qué ha pasado
en tu corazón dormido,
que lo quieres desvelado?

Ay, madre!, que ge acabó
todo lo que fui sacando
de la vigilia del alma
para mis noches de encanto.

Que ya no encuentro los cielos,
ni los mares ni los pájaros,
ni aquellos ojos de amante,
ni aquellos labios esclavos.

Que lo que espera es de luto,
que lo que llega no es blanco;
que las palabras que oigo,
ni las palabras que hablo

son palabras que me alivien
los fulgurantes espantos,
que redoblan en mi cuerpo
como cascos de caballos.

Y tengo miedo de irme
una noche, con los barcos
de pavesas y de aulagas,
con mástil empavonado,

por aguas gruesas de aceite
en rumbo de acantilados
que destrozan con sus dientes
a los que los van singlando.

No me dejes que me duerma.
Despierta, yo los rechazo!
Son unos largos cuchillos,
unos cuchillos tan largos

que cortan el sueño, así!,
mordiéndoles un tasajo
que chorrea vendavales
de sangre color topacio.

¿Por qué mi sueño encontró
tan erizado archipiélago?
—Hija, porque estaba allí,
dentro de ti. Esperando.

Yo nunca me lo encontré,
nunca lo tocó mi mano!
—Porque buscabas estrellas
y ahora las has olvidado.

¿Cuando se busca en el cielo…?
—Siempre sé que ha contestado.
Pero, yo dormía, madre.
Yo nunca le he preguntado!

—¿Y por qué no le preguntas?
Anda, ven a mi costado.
Después de todo, una madre
es la madre al fin y al cabo!

Esos sueños tan voraces,
los sueños me han devorado!
—Y las vigilias, y el ir
con los ojos deslumhrados;

y querer que todo fuera
como sonabas. ¿ Te canso
recordándote que ibas
como un ángel descielado?

Eres mi madre, te escucho.
¿Por que te callas el llanto?
Si me volvieras a ti,
Al vientre deshabitado…!

—Cuando se nace una vez
ya no hay muerte en el espacio.
Si te incorporara a mí,
¿encontrarías descanso?

No lo sé, ni ya lo espero.
Era tan ancho y tan alto…!
Sólo sé que lo perdí.
Despierta no he de encontrarlo.

Despierta quiero quedarme.
Me moriré despertando.
Yo tuve un sueño de Dios…!  
Con Dios estuve soñando.






Alguna voz, desde lejos,
Me pidió que la esperara.
Y yo, que soy impaciente,
La esperé sin esperanza.

—¿A quién esperas ahí,
tan sola, tan intranquila? —
No lo sé, pero dijeron
que esperara, desde arriba.

Miraste sobre mi frente,
más allá, sobre los cielos…
Luego te pusiste seria,
y acabaste sonriendo.

—El que espera desespera! —
gritaste mientras te ibas.
Y yo me mordí un sollozo
porque esperar no podía.

Porque esperar era malo,
porque esperar era loco;
porque el amor, si se espera,
es un dolor como pocos!

¿Quién desoía la voz
que dijo Espera! En la aurora.?
Yo me senté en una piedra
a esperar, hora tras hora.

Y llegaron los abriles
y se me fueron los junios,
v luego vino el otoño
y el invierno, y en ninguno

de los meses de esperanza
llegó la voz con su cuerpo;
y me fui quedando yerta,
debajo del firmamento.

—¿Esperarás todavía?—,
pasabas con pesadumbre
de verme, quieta, esperando
al amor de la costumbre.

Entonces, me levanté.
Ya me iba. Estaba escrito.
El mundo se me volcó
sobre la boca, en un grito! 





Sobre la eterna piedra del mundo tan compacto
la traza débil, fresca, de tu desnudo cuerpo.
Todo es muy duro y agrio, se rebela enemigo,
y te alzas tan joven y segura, tan tierna...

No es verdad que las flores luchen siempre calladas.
Ellas gritan su olor y se mueren temprano,
cuando tú, que eres más, sufres doble que ellas
y además mueres tarde, porque ya te marchitas.




Acércate.
Junto a la noche te espero.
Nádame.
Fuentes profundas y frías
avivan mi corriente.

Mira qué puras son mis charcas.
¡Qué gozo el de mi yelo!



He vuelto por el camino sin yerba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos, errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.




Hijo de la tierra,
te arrojó el Jardín.
Aunque veas sombras
no quieras lucir.

Tu madre era bella,
la secan los vientos.
Tu madre era tierna,
se quema en el yermo.

Tu madre mordía
la flor del manzano,
cuando el hombre puso
tu vida en su mano.

Tu madre sembraba
contigo el centeno,
cuando tú bebías
la leche en su cuenco.

Hijo de la ira
de Dios implacable.
No podrá salvarte
del odio tu madre.

No duermas, vigila.
No duermas, despierta.
Te amenaza fría
la heredad desierta.

Te persiguen ojos
sin dulce descanso.
Te aborrece eterna
del Creador la mano.

Las gacelas corren:
correrás tú más.
Los leones saltan:
tú debes saltar.

Los arroyos huyen:
tú tienes que huir.
Aunque yo lo quiera,
¡no puedes dormir!

No duermas, escucha.
No duermas, acecha.
Silbarán las aves
sobre ramas ebrias

para hacerte leve
esta oscura tierra.
Escúchame, hijo:
no duermas, no duermas...

Por todos los siglos,
¡no duermas,
no duermas!



¡Cuánto, Señor, te debo por todos los momentos
en que pudiste hacerme sufrir y no lo hiciste!
Las horas del dolor suman tiempos tan lentos
que más que por la edad se enveceje por triste.




¡Cuán hermosa tú, la desvelada!
Te lleva y te moldea dulce viento
encima de jardines y de estatuas.
Tu cuerpo es el de Venus en la orilla
eternamente mar dentro del alba.

Acude siempre a mí, séme propicia.
La fiesta de las hojas en sus ramas
te rinden los esbeltos soñadores
que en movibles racimos se levantan.

No tengo ni una flor... Sólo mi tronco
aloja por frutal una campana.
Lluvia que contemplo, melancólica:
no crezcas para mí. Vivo inundada.




ENCUENTRO
¡Gloria de tu hallazgo!
Bautismo inicial de la primavera
en oleaje de pájaros.

Se movieron las selvas inefables.
Se deshizo el otoño de sus plumas
cubriendo inviernos cándidos.

Venías tú, gentil criatura,
desnudando los ríos a tu paso.


 


Ausencia del amante

He vuelto por el camino sin hierba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla. 




Hombre con violín

Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo
como la vena firme de una canción muchacha.
Van celándola dulces, con los ojos cerrados,
todos brasa y suspiro del ensueño que llueve
diminuto rocío de aprisionadas flores
en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,
aun con hojas y aromas del encendido bosque.

Un violín es la voz de una fuente con viento
a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos,
lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos
como hierba que sube por el tronco de un árbol,
mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas
y la otra recorre con el arco un zodíaco.

En rubio; huele a nardo en la noche con luna,
y de jazmines siembra la abandonada tarde.
Tan delgado y ligero como fueron las ninfas,
sinuoso y con algas, como verde sirena.
Es la voz que prefiere la primavera fría.
Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.
Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos
en los violines junta con las plumas los nidos. 



 

Llamado al hijo

Cuando tu me llamas
todos los pájaros cantan;
la mar y sus caracolas
al corazon lo levantan.

Cuando tú me llamas
el cuerpo se sobresalta:
que es un romero sin sed
y no necesita el agua.

Cuando tú no me llamas
la vida se me desgana.
Se convierte en un erial
que ya no produce nada.




Pero, mi niño es tan débil...

Le dije a la luz: no quiero
que la noche me persiga.
Y la luz me contestó:
lo imposible, no lo pidas.

Quiero que todos me vean
porque estoy desconsolada;
el amor que era mi vida,
la noche siempre lo apaga.

Ya no vendrá por la noche,
sólo brillará en el día.
Es un amor tan pequeño
que necesita alegría.

Yo puedo quererle siempre,
si hace sol o no lo hace.
Pero, es un amor tan débil
que necesita alumbrarse.


El pájaro ruiseñor

A mi me canta en el pecho
un pajaro ruiseñor.

A ti te canta en la boca
el beso que te doy yo.

Cuántas aves se reúnen
para hacerse una canción!

Abro la mano y espero
que se pose el ruiseñor.

Cierras la boca y en ella
se mete mi corazón.

Cuidalo como yo cuido
en mi pecho al ruiseñor.





Amante

Es igual que reir dentro de una campana:
sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.
Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo
y yo te transparento: soy tú para la vida

No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.
No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya
esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,
cuando clama la voz en desiertos de llanto.

Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,
y el amor se consuela prodigando su alma.
Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,
y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo

Solamente tú y yo (una mujer al fondo
de ese cristal sin brillo que es campana caliente),
vamos considerando que la vida..., la vida
puede ser el amor, cuando el amor embriaga;
es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;
es, segura, la luz, porque tenemos ojos.

Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres
de desear y ser mucho mas que la vida...?



Primer amor

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo
de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos!
Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo.
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la aurora?

¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.



 

Para nacerte otra vez,
quiero que vayas delante
de mis pasos por la tierra,
que, aunque pequeña, es muy grande.

Aquí estás acompañada
con mi presencia diaria,
pero huérfana de ti
yo sería, si quedaras.

Por esto quiero que andes,
pasito a pasito paso,
delante y siempre delante,
sin prisas y sin descanso.

Así, cuando yo me asome
al otro lado de aquí,
estarás tú preparada
para volverme a parir.





Las miradas son árboles que se deshojan.
Hay que penetrar lo compacto,
que taladrar el misterio para descubrir el suelo
cubierto de álamos, de olmos,
de palmípedos cedros.

La prieta vegetación humilla bajo el peso del tiempo
su copiosidad radiante, de éteres húmeda...
¡Ah el precipitado ímpetu
de las ramas, de las miradas
cortándose de sus troncos!

Apenas algo, apenas el ácido vaho que dilatan
los dientes del rebaño implacable
cuando muerde el pasto...
Humarada invisible de verdor desgarrado,
cálido penacho de olores.

Las perdemos, cortándonoslas inconscientes
de larga contemplación.
Y nos quedamos en tierras desiertas,
en arrasadas orillas,
en fingidos oasis sin agua ni palmeras.
¿Por qué, hasta cuándo, en qué momento
se reunirán todas esas miradas en haz trepidante,
para hacerse breve rayo definitivo?

¡Este viscoso suelo resbaladizo,
las mareas de hojas que eran ojos
agarrándose a las cosas, a los seres, a la ilusión de ver!







CUANDO VA A SER LA NOCHE


Clavan su presencia palpitante
sobre un oro cansado de ceniza,
pájaros oscuros que se mecen
en el dorso del agua estremecida.

Silencios sus gargantas amontonan,
inertes van las alas en sus flancos.
Ni ojos que los miren ni una frente
que les piense. Sólo pájaros.

La hora está en su fin. Todo se acaba
o todo va a empezar... Si se supiera
que fin y que principio son lo mismo
acaso este presente nos cediera

la almendra de su luz, nos entregara
la pulpa del saber a qué vinimos;
si somos elegidos de otros mundos
o somos sus esclavos, con destino

de darnos en sustento de su vida.
El oro es una ausencia, la ceniza
responde al acoso infatigable...
Lo eterno se concentra en su manida.



 CANTO FUNERAL POR MI ÉPOCA
A Vicente Aleixandre


Yo misma reclamando a los arcángeles,
¿qué soy más que una voz descompasada?
La tierra suma tierras sin raíces,
oscuros vendavales de tormentas...
Los cuerpos van sin alma, son tan sólo
los pozos del instinto desatado.
¡Qué triste mi yantar de pan sombrío,
mi oscuro acontecer por el trascielo!
Ni lloro ni sonrío, que la risa,
el llanto, son de vivos, y no soy
ni viva ni tan muerta que no sepa
que me puedo morir dentro de poco.
Hablar de lo celeste imaginado.
Latir los estertores de la dicha.
Sentirme delirar, acongojada
por tanto goce limpio en el amor.
¿Acaso todo ello no es posible,
temiendo, como temo, que la vida
se acabe para mí sin prolongarla
en vida de la eterna persistencia?
¡Oh carnes de dolor, hombres funestos;
mujeres de placer, viejos sin lumbre;
criaturas del descuido irresponsable!
Penando por vosotros yo arrebato
mis pulsos en amarga calentura.
A nadie importa nadie. Que asesinos
de otros que serían matadores
componen la corteza de la tierra.
Delatan lenguas frías sus venganzas,
y un pueblo universal ulula odios
encima de la sangre derramada.
¿Qué puedo yo crear; quién hace lirios,
de no ser Dios potente, de este cieno?
¿Quién puede remediar mi incertidumbre,
de no ser Dios eterno, en esta charca?
¡Soñar mis sueños yo, aquellos sueños
de esbeltos palmerales levantinos;
beber brisas salobres, yo, sedienta,
oyendo sollozar por los alcores!
¡Mis años de ilusión, mi fuerza ardiente
librada de mi cuerpo dominado;
mis sueños del amor que nunca llega
colmando aquel soñar de tanto espíritu!
¿Qué hacemos ahora aquí, quién nos requiere
si no es para colmar nuestro fracaso?
¡Oh tristes del llorar, sumad mi queja
al negro de la noche sin orillas!
Muy largo es el dormir sin esperanzas.
Muy largo y muy profundo, despertarse.
Y busco entre vosotros, los ajenos,
la calma de inefables beatitudes.
—Hay hombres que no quieren ser el eco
de tales resonancias dolorosas.
Mujeres sin dolor, cuerpos de sexo
que empapan su animal perseverancia—.
¿Quién dijo que la voz del que clamara
podría desnudar indiferencias?
¡Que clama mi dolor por lo que sufren,
y estoy sola en amor por cuantos lloran!
¡Decir mis sueños yo, la más doliente
que puso en este mundo sus pisadas!
Contaros que en el sueño de mis ojos
anidan las augustas majestades
de almas sin temblor, sin una sombra,
cubiertas por la flor de mis canciones!
Dormir y no saber; dormirme toda
y nunca despertar de mi distancia...
¿Qué puedo yo ofrecer, qué luna dulce
habría de alumbrar por mis palabras?
Volvedme a mis fronteras, nieblas frías;
volvedme a mi no ser; al gran seguro.
Están sin luz las sendas; los atajos
bañándose en la sangre derrochada.
En dientes sin blancor gimen pedazos
de carnes en agraz. Balan su ira
los castos y en temor, que nada impiden.
Transcurre todo así; bilis y sangre
debajo de los puentes lujuriosos.
Codicias y ruindad, grandes altezas
imperan bien aquí, donde yo clamo.
¡Abridme como res que todos matan,
sacad mi sangre entera, destruidme,
que quiero deshacerme entre vosotros!
—¿Soñar mis sueños ya..., decir mis sueños
en este mismo idioma de lamento?
¡No voz del mundo y mía; voz humana
que entiendan y desprecien los humanos!
Celeste y misterioso oído mío,
augusta majestad que me responde:
¿en qué pozo de luz, en qué caverna
de minas sin hollar puedo decirte
la enorme angustia mía, mi ternura,
inútiles las dos? ¡Cómo las siento
secándome la fe de mi destino!



ROCE DE LÍMITES

Esto que se termina soy yo. No puedo pasar de mí.
He llegado hasta mis propios bordes;
rebosaría, derramándome, si quisiera
a la Puerta de Dios llamar.

Una mirada en sí; unos sentidos todos
dentro de ellos mismos... Soy ahora
el límite total de la criatura.

Voy a afirmarme ante el No, a gritar que vine
henchida de un latido inexpresable;
y que espero me sostengan unas manos
sin pulpa de la tierra.

Todo llegó conmigo;
fabulosas miserias traje absorta
y un delgadísimo ramaje de venturas
que soñaba bosque de amor en el mundo.

De aquí no espero brotar.
Nadie me llama.
¿Voy a persistir cual una sombra
delante de tu voz jamás oída?
Atiéndeme, misterio; no te alcanzo.
¿Eres la quietud, eres violencia
                                          de quietud...?
¿Eres yo misma?






¿Qué fue lo de vivir con tal empeño
de hallar el cumplimiento más rendido;
qué fue aquel mantener tenaz del sueño
mejor y más veraz que lo vivido?

Renuncio a mi presencia indiferente
en este mundo hostil, y tan ajeno,
que ignora —y lo comprendo— el accidente
de seres que no son acierto pleno.

Me iré sin que vosotros, los que andáis
costado a mi costado, retengáis
el soplo desigual de mi andadura.

Y aquí se quedará lo que al futuro
dirá que estuve aquí, con un seguro
destino de pobreza y de amargura.





Luego de la luz era la Luz.
Después estaba el mar y con el mar
un ansia de morir siendo su vida.
Mi alma sola, sueño liso respiraba

por sus ramas silenciosas de agua quieta.
Otros seres que achicaban mi estatura
ascendían en un vuelo transparente.

Ya estos días que reciben mi presencia
iban lejos de mi tiempo...;
un silencio de latidos resonaba.

Arriba de mi aurora cantó un pájaro
y yo lo repetí con inefable
claridad sin horizonte ni medida.  



La impaciente enamorada

Porque si vinieres, y ya ni yo te espero,
quizá se prenderían mis cortezas.
Te pude soñar tanto, estabas luminoso
allá lejos de todos...

¿No era tuyo
un sueño incomprensible al que yo me asomaba
alargando los brazos, que no son de ceniza?
¡Eras tan ágil tú como son los caballos
que corren y se saltan obstáculos de piedra!

Entornando los ojos, si quisieras verías
que alucinada iba a tus propios umbrales
una criatura rápida, con muchos junios firmes,
ardiéndole los pulsos con tensa madurez...
Sería en tu misterio la que soñabas siempre,
que te soñaba vivo, suntuoso de sangre
generosa y audaz: hombre que me vencía
para cogerme suya, sometida y secreta.

Galopando resuelto a través de tus bosques
me llamabas creyendo que tu sueño fui sólo.
Porque no me creíste tan verdad como un ciervo,
no pudimos hallamos, no pudiste ser mío. 





En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros «saben» que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.  





No puedo separarte de tu destino o misión.
Eres mi cuerpo y seré de tu tierra, mañana.
Amasijo de aves, de flores, de cenizas tibias
que conllevas tú.

Así estoy creada, con los seres minúsculos
que inacabable absorbes, codicia avariciosa
de incorporarse criaturas, las que hiciste
para dejarlas volar, oler, amar y quemarse...
Ah, esas hogueras tuyas que no se acaban nunca
y alimentamos todos.

En mis manos hay parte de tu corteza,
de las ya consumidas y dolientes partes
que vientos y lluvias avasallaron... Oigo
vocecillas apenas, gemidos apenas, oigo
la muchedumbre que te puebla. Digo:
esto fue una alondra, esto de flores
consumidas con ansia de volver al origen. Estos
granos son de algún cedro, nogal o ciprés

que lentamente se desmoronaron. 




Todo pasa. Nada espera.
Vacila y afirma, la Duda
avanza, se esconde su rostro mortal
de la angustia.
Apenas se oprime una fruta,
entrega su pulpa y su zumo,
sin dudas. Nosotros
vivimos con ellas.
La Tierra nos dice que sí
a cuanto pedimos. El mundo
no afirma nunca. Se niega.
¿Cómo reunir la esperanza
con su logro perfecto? La fruta
se brinda a los dientes;
nos riega garganta, entregando
su olor y su carne a la boca,
en tanto los miedos y dudas
triste amenaza barruntan.
La fruta es del cuerpo avariento;
la duda, ardiente carcoma.
¡Si la duda abrasante se hiciera
con la fruta salvada, Unidad! 






Allí donde la mar,
fruta verde-roja, olor exhala,
deshace creando el mundo, yo sería
la mujer más dichosa si lograra
consumir el afán de poseerla:
comunión con sentidos liberados.
Allí donde la mar se ofrece ciega
como tú, como todos que la aman,
allí consumaría yo mis bodas
con elementos precipitándose.
Allí, nombre callado que no es nombre,
emergerías de mí, no Afrodita
apoyada en vestales sino piedra
que se deja tallar mansamente.
Allí me encontrarás enajenada
rompiendo en un cantar, porque segura
de salvarme de mí ya realizada.
Donde tierra dulcemente se adelgaza
suaviza con su arribo a las mareas,
allí donde la arena borra formas,
allí quisiera ser abandonada.
No a los montes que ásperos esperan:
sí a la mar que me hizo y que me tiene
en su voz de las mares de la Tierra. 




Los molinos de velas

Ellos, siempre tres, son tus ángeles costeros.
Los tres grandes molinos que te vuelan,
se arrebatan de sol, giran ebrios de azul,
salobres velas
en las manos del viento que te baña.

Molinos que en el campo son navíos
y que aquí, ya veleros anclados, te aureolan.
¡Cuánto barco en tu pueblo de oleajes,
derramándose el campo en blancos lienzos!

Agua dulce en la tierra de sembrados,
agua y sol en tus límites extremos.
Ellos giran y giran; remos, jarcias,
sin timón -que eres tú-, sobre los cielos. 




Desnudado. La yerba arrasada.
Hambrientos rebaños.
Pueblos, en pantanos sumergidos;
añorando deshielos.
Gente padecida se derrumba
a su oscura miseria.
Minerales montañas desdichan
a los que ya envejecieron.
Los prados no alientan, tan secos
cual comidos por fuego.
Las casas alzadas por siglos
abren su boca a la muerte.
Huyó la juventud, dejando
duro manto del olvido.
 




Ante tí



Porque siendo tú el mismo, eres distinto

y distante de todos los que miran


ese rosa de luz que viertes siempre


de tu cielo a tu mar, campo que amo.




Campo mío, de amor nunca confeso;


de un amor recatado y pudoroso,


como virgen antigua que perdura


en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.



He venido a quererte, a que me digas


tus palabras de mar y de palmeras;


tus molinos de lienzos que salobres


me refrescan la sed de tanto tiempo.




Me abandono en tu mar, me dejo tuya


como darse hay que hacerlo para serte.


Si cerrara los ojos quedaría


hecha un ser y una voz: ahogada viva.





¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy...?; ¿qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?





Incorporación a tu esencia


    Densísimo, que sin moverme apenas


dentro ya de ti, sostienes mi andadura


cargada de pesantez.


No solamente tierra en declive me soportas,


sino edades: milenios, como los tuyos,


flotamos en ti... Suave y tiernamente


me llevas en mediodías


inacabables de sol.




Para aliviarme de este peso de mí


entrego a tu densor fabuloso


completa inmovilidad. Y ando.


Ando sobre tus lienzos crujientes de algas,


por tu zafiro líquido, por tu derramada esmeralda,


como por el puro mármol azul del cielo.



¡Alta galería quieta de tu firmamento,


acercándoseme íntegra!


¡Ojos los míos que se abren ciertos


dentro de ti; videntes de ti, tuyos


y realizados ojos de la inmortal espera!