lunes, 23 de diciembre de 2013

El mito de la alquimia. Mircea Eliade.

EL MITO DE LA ALQUIMIA

El restablecimiento del sentido y de las metas originales de la alquimia se ha debido sobre todo a la perspicacia de la historiografía contemporánea. No hace aún mucho tiempo se consideraba la alquimia como una protoquímica —es decir, una disciplina ingenua y precientífica— o, por el contrario, como un conjunto de tontas supersticiones sin apenas relación con la cultura. 

Los primeros historiadores de las ciencias buscaban en los textos alquímicos las observaciones de fenómenos químicos o los descubrimientos que los mismos pudieran contener. Pero un enfoque de este estilo equivaldría a juzgar y a clasificar las grandes obras poéticas de acuerdo con su precisión histórica, sus preceptos morales o sus implicaciones filosóficas. Es indudable que los alquimistas contribuyeron de hecho al progreso de las ciencias naturales, pero lo hicieron indirectamente, y únicamente como una consecuencia de su interés por las substancias minerales y la materia viva, ya que todos ellos eran «experimentadores» más bien que pensadores abstractos o letrados llenos de erudición. Sin embargo, su propensión a la «experimentación» no se limitaba al mundo natural. Como yo mismo he tratado de demostrar en mi obra Herreros y alquimistas, las experiencias de los alquimistas sobre las substancias minerales o vegetales habrían tenido un objetivo más ambicioso: modificar su propio modo de ser. 

El reciente cambio de la perspectiva historiográfica constituye por sí solo un importante fenómeno cultural. El análisis de ese tema nos llevaría demasiado lejos, por lo que me limitaré a afirmar que este nuevo enfoque historiográfico se puede percibir, por citar sólo algunos ejemplos, en las investigaciones de Joseph Needham y de Nathan Sivin sobre la alquimia china, en las de Paul Kraus y Henry Corbin sobre la alquimia islámica, en las de H.T. Shepard sobre la alquimia helenística y en las de Walter Pagel y Alien G. Debus sobre el Renacimiento y el período posterior. Personalmente incluiría también en esta corta lista algunas obras prometedoras publicadas en fecha reciente, como la dedicada a John Dee, etc. 

Para resituar de una manera más correcta la alquimia dentro de su contexto original, no debería perderse de vista lo siguiente: en todas las culturas en que la alquimia hace acto de presencia, ésta aparece siempre íntimamente vinculada a una tradición esotérica o «mística»: en China al taoísmo; en India, al yoga y el tantrismo; en el Egipto helenístico, a la gnosis; en los países islámicos, a las escuelas místicas del hermetismo y el esoterismo; en Occidente durante la Edad Media y el Renacimiento, al hermetismo, el misticismo cristiano y sectario y la cábala. En resumidas cuentas, todos los alquimistas declaran que su arte es una técnica esotérica, que persigue metas parecidas o comparables a las de las grandes tradiciones esotéricas y «místicas». 

Más adelante examinaré el carácter específico de ciertas prácticas alquímicas. De momento, me gustaría subrayar la importancia del secreto, es decir, de la transmisión esotérica de las doctrinas y las técnicas alquímicas. El texto helenístico más antiguo, Physiké kai mystiké (que probablemente proceda del siglo II de nuestra era), narra cómo fue descubierto el libro en cuestión, después de haber estado oculto en la columna de un templo egipcio. En el prólogo de un tratado alquímico indio clásico, el Rasarnava, la diosa le pide a Siva el secreto para convertirse en Jivan-mukta, es decir, un ser «liberado en la vida». Siva le responde que ese secreto es muy poco conocido, incluso entre los dioses. También Ko Hung (260-340), el más famoso de los alquimistas chinos, insiste sobre la importancia del secreto, afirmando: «El secreto protege las recetas eficaces… las substancias a las que se refiere son triviales, pero no es posible identificarlas si se desconoce el código respectivo». La incomprensibilidad intencionada de los textos alquímicos para el no iniciado se convierte poco menos que en un lugar común en la literatura occidental después del Renacimiento. Un autor citado por el Rosarium philosophorun declara: «Sólo quien conoce cómo se hace la piedra filosofal comprende las palabras que a ella se refieren». Y el Rosarium advierte al lector que esas cuestiones deben transmitirse «de forma misteriosa», de la misma manera que la poesía se sirve de las fábulas y las parábolas. En pocas palabras, nos vemos enfrentados a un «lenguaje secreto». Según algunos autores, existía incluso el «juramento de no divulgar el secreto en los libros».

Ahora bien, sabemos que el secreto era una regla general en casi todas las técnicas y las ciencias en sus comienzos: la cerámica, la minería, la metalurgia, la medicina y las matemáticas. Poseemos una rica documentación sobre la transmisión secreta de los métodos, los útiles y las recetas en China y en la India, en el Próximo Oriente antiguo y en Grecia. E incluso en fecha mucho más próxima a nosotros, un autor como Galeno advierte a uno de sus discípulos que la ciencia médica que él enseña se ha de acoger con la misma actitud que el iniciado mostraba ante el télete en los misterios de Eleusis. En realidad, cuando a alguien se le comunicaban los secretos de un oficio, de una técnica o de una ciencia, debía pasar por una especie de iniciación. Sin embargo, para la alquimia asiática u occidental, la comunicación de los secretos formaba parte integrante de un entramado mítico más amplio, que podemos describir de la forma siguiente. En el origen de los tiempos, esos secretos les fueron comunicados a algunas personas legendarias, para quedar «sellados» a continuación, y por lo tanto cuidadosamente protegidos. Este largo período de ocultamiento llegó a su final recientemente, y de nuevo es posible acceder a la revelación original; aunque, como no podía ser menos, sólo la comparten algunos adeptos escogidos, (después de haber pasado por una iniciación especial). 

El tema mitológico de la revelación primitiva, encubierta desde tiempos inmemoriales y que desde no hace mucho tiempo ha sido desvelada o redescubierta, adquiere una enorme importancia a lo largo de los cuatro últimos siglos antes de nuestra era. Este tema lo encontramos tanto en la India como en el Próximo Oriente, en Egipto y en las regiones mediterráneas. En la época helenística se desarrolla toda una «literatura de la revelación», desde Heraclio Póntico (300-310), un discípulo de Platón, hasta los innumerables libros oraculares, los escritos apocalípticos y apócrifos judíos y el Corpus herméticas. 

Los secretos desvelados en esos textos pueden estar en relación con acontecimientos inminentes y decisivos de la historia (así sucede, por ejemplo, en el caso de los escritos oraculares o apocalípticos), o bien pretenden dar a conocer los medios para alcanzar la perfección, la «sabiduría», la salvación o incluso la inmortalidad. 

La literatura alquímica pertenece a esta segunda categoría; los escritos de los alquimistas chinos, indios, islámicos y europeos se refieren a métodos, experiencias y recetas que son capaces de curar a los hombres, y por lo tanto de prolongar indefinidamente la vida humana, pero también de sublimar los metales viles —es decir, de transmutarlos en oro alquímico—, y que pueden conceder la inmortalidad a los hombres. De manera característica, la realización de la obra alquímica misma no comporta en modo alguno la abolición de la obligación del secreto y la ocultación. Según Ko Hung, los adeptos que han obtenido el elixir y se hacen inmortales (hsien) continúan llevando una vida errante por el mundo, aunque disimulan su estado de inmortales, y sólo son reconocidos por algunos colegas alquimistas. También en la India existe una inmensa literatura, en sánscrito y en lengua vernácula, relativa a ciertos siddhis célebres, concretamente a yoguis alquimistas que viven durante siglos, pero que raramente se manifiestan. Esta misma creencia la encontramos en Europa central y occidental: a algunos hermetistas y alquimistas se les atribuía una vida indefinida, pero sin que sus contemporáneos los reconociesen (por ejemplo, Nicolás Flamel y su mujer Pernelle). Durante el siglo XVII este mismo mito se aplicó a los representantes de los Rosacruces, y durante el siglo siguiente, con un matiz más popular, al misterioso conde de Saint-Germain. 

Semejante esquema mítico, centrado en la revelación original redescubierta después de un largo período de obscuridad y actualmente entregada a algunos iniciados que se han comprometido a guardar el secreto sobre sus trabajos, tiene una importancia decisiva para la comprensión de la alquimia. Las fases de la «obra» (opus) alquímica constituyen una iniciación, es decir, una serie de experiencias específicas que tienen por objetivo la transformación radical de la condición humana. Pero el iniciado que ha tenido éxito es incapaz de expresar convenientemente su nueva manera de ser en lengua profana, por lo que se ve obligado a utilizar un lenguaje «secreto». Por otra parte, rechazará (una) prodigiosa longevidad –con otras palabras, la «inmortalidad terrestre»— por los mismos motivos que Buda les prohibía a los Bhikkus poner de manifiesto sus «poderes milagrosos» (siddhi): porque tales «poderes milagrosos» habrían podido turbar a los ignorantes y desorientar a los inocentes. No voy a discutir aquí el tema de los orígenes de la alquimia, pero es evidente que los objetivos de la búsqueda alquímica —a saber, la salud y la longevidad, la transmutación de los metales viles en oro, y la fabricación del elixir de inmortalidad— tienen tras de sí una larga prehistoria en Oriente y (también) en Occidente; dicha prehistoria revela por otra parte de manera significativa una estructura mítico-religiosa precisa. De hecho, hay incontables mitos que evocan una fuente, un árbol, una planta u otra substancia cualquiera capaz de conceder la longevidad, el rejuvenecimiento o la inmortalidad. Podríamos citar, por ejemplo, el soma védico, el hacma iranio, la ambrosía griega, y el legendario caldero celta que contenía el alimento que otorgaba la inmortalidad, o bien la fuente de la juventud, las hierbas milagrosas y los frutos rejuvenecedores de un árbol difícil de alcanzar. Ahora bien, en todas las tradiciones alquímicas, pero de manera especial en la alquimia china, determinadas plantas y frutas tienen un papel destacado en el arte de prolongar la vida y de encontrar de nuevo la eterna juventud. 

La continuidad entre un esquema mítico-ritual arcaico y la investigación alquímica está ilustrada aún más claramente en la adaptación y la reinterpretación de la conocida ceremonia del retorno simbólico a los orígenes. En la India antigua, el arquetipo del ritual iniciático (diksa) reproduce al detalle un regressus ad uterum: el protagonista se ve recluido en una cabaña que representa simbólicamente la matriz: el individuo en cuestión se convierte así en el embrión. Cuando abandona la cabaña, se le equipara al embrión saliendo del útero, y se le proclama «nacido en el mundo de los dioses». Pues bien, es significativo que Caraka, el mejor experto en medicina india, recomiende un tratamiento de ese mismo estilo para curar a los enfermos y sobre todo para rejuvenecer a los ancianos: al enfermo se le encierra en una habitación obscura, donde experimenta un regressus ad uterum. (Por ejemplo, este tratamiento se le aplicó en enero-febrero de 1938 al pandit Mandan Mohan Mahaniya. La prensa internacional escribió entonces que, cuando el pandit abandonó la habitación, parecía un hombre de sesenta años.) Una de las partes del canon Ayurveda, dedicado específicamente el rejuvenecimiento, se llama el rasayana, literalmente «la vía de la savia orgánica». Pero el término rasayana terminó designando la «alquimia», y la palabra rasa se utilizó posteriormente en el sentido de «mercurio». Alberuni la malinterpretó al entenderla en el sentido de «oro». De esta manera, un ritual de iniciación que giraba en torno a la realización del retorno simbólico a la matriz, seguido de un renacimiento a una espiritualidad superior, quedó integrado en el sistema médico tradicional de la India, como técnica específicamente consagrada al rejuvenecimiento. Por otra parte, esta misma técnica se entendió en el sentido de «alquimia» en su uso posterior. 

También la técnica taoísta de la «respiración embrionaria» implica el regressus ad uterum. El adepto trata de imitar la respiración en circuito cerrado del feto. Un célebre dicho taoísta explica el objetivo que se debe alcanzar por medio de ese ejercicio de yoga: «Volviendo a la base, retornando al origen, se ahuyenta la vejez, se retorna al estado fetal». Otro texto taoísta lo explica de la siguiente manera: «Justamente por este motivo, Buda (Yonlai Tathagata), en su gran misericordia, reveló el método del trabajo (alquímico) del fuego y enseñó al hombre a penetrar de nuevo en la matriz, para rehacer su (verdadera) naturaleza y (la plenitud) de su lote de vida». Este mismo motivo lo encontramos a menudo en la alquimia occidental. Entre los numerosos ejemplos citados en mi libro, recordaré estas palabras de Paracelso: «Quien quiera entrar en el reino de Dios, antes ha de penetrar con su cuerpo en su madre, y morir allí». En un tratado del siglo XVIII se puede leer: «Porque no me es dado alcanzar el reino celestial si no nazco una segunda vez. Por eso, deseo retornar al seno de mi madre, a fin de ser regenerado…». Todos estos símbolos, todos los mencionados rituales y sus técnicas ponen de relieve una idea central: para obtener el rejuvenecimiento o la longevidad, es necesario volver a los orígenes, y así recomenzar la propia vida. Pero esta idea implica la posibilidad de abolir el tiempo —es decir, el pasado—, y más concretamente presupone un cierto control sobre el fluir temporal. Podemos discernir un pensamiento casi análogo bajo las creencias y las prácticas de los mineros y los metalúrgicos de antaño. «Las substancias minerales participan de la sacralidad de la madre tierra. Muy pronto nos topamos con la idea de que los minerales ‘crecen’ en el vientre de la Tierra, ni más ni menos como los embriones. El arte de la metalurgia adquiere así un carácter obstétrico. El minero y el metalúrgico intervienen en el desarrollo de la embriología subterránea: precipitan el ritmo del crecimiento de los minerales, colaboran con la obra de la naturaleza y la ayudan a dar a luz más de prisa.» En pocas palabras, por medio de sus técnicas, el hombre substituye poco a poco al tiempo; su trabajo reemplaza la obra del tiempo.

En seguida hablaré de las consecuencias de una concepción como ésta; gracias al fuego, los metalúrgicos transforman los minerales «niños» en metales «adultos», con el pensamiento subyacente de que, si se les otorgase el tiempo suficiente, los minerales se convertirían en metales «puros» en el seno mismo de su madre, la Tierra. Más aún, los «verdaderos» metales se habrían transformado en oro si se les hubiese dejado «crecer» sin molestarlos durante algunos miles de años. Esta creencia era popular en numerosas sociedades tradicionales y en Europa occidental sobrevivió hasta la revolución industrial. Ya en el siglo II antes de Cristo, los alquimistas chinos declaraban que los metales «viles» pasan a ser metales «nobles» después de muchos años. Esta misma convicción la compartían diversas poblaciones del sudeste asiático. «Así, los annamitas están persuadidos de que el oro encontrado en las minas se fue formando sobre el lugar lentamente con el correr de los siglos y de que, si al principio se hubiese perforado el suelo, se habría descubierto bronce donde hoy ha aparecido el oro. 

Es inútil multiplicar los ejemplos. Me limitaré a citar a un alquimista occidental del siglo XVIII. «Si no encontrase impedimentos que desde fuera se oponen a la ejecución de sus designios, la naturaleza llevaría a feliz término todas sus producciones… Por ello, el nacimiento de los metales imperfectos debemos verlo como un caso parecido al de los abortos y los monstruos, que únicamente se producen porque la naturaleza se ve desviada en sus acciones y se encuentra con una resistencia que le ata las manos y con obstáculos que le impiden actuar con la regularidad que es habitual en ella… Así se explica el hecho de que, aunque ella sólo quiera producir un único metal, en realidad se ve obligada a sacar muchos de él.» Sin embargo, únicamente el oro «es el hijo deseado» por ella. El oro es «su hijo legítimo, porque nada fuera del oro es verdadera producción».

Por lo tanto, la nobleza del oro reside en el hecho de ser el fruto que ha alcanzado plena madurez; los demás metales son «vulgares», por no ser frutos maduros. En otras palabras, el objetivo último de la naturaleza es la terminación del reino mineral, su completa «maduración». La transformación natural de los metales en oro está inscrita en el destino de los primeros, por el simple hecho de que la naturaleza tiende a la perfección. 

Esta increíble exaltación que provoca el oro nos incita a detenernos un instante en el tema. Hay una maravillosa mitología del homo faber: todos esos mitos, leyendas y poemas épicos narran los comienzos decisivos de la conquista del mundo natural por parte de los primeros hombres. Pero el oro no pertenece a esta mitología del homo faber, sino que es una creación del homo religiosus. El valor de ese metal obedece en último término a razones esencialmente simbólicas y religiosas: fue el primer metal que utilizaron los hombres, a pesar de que con él no se pudieron fabricar ni herramientas ni armas. A lo largo de la historia, desde las innovaciones tecnológicas del empleo de la piedra hasta el trabajo del bronce, posteriormente del hierro y, finalmente, del acero, el oro no ha desempeñado papel alguno. Por otra parte, es el metal más difícil de explotar: para obtener de seis a doce gramos de oro hay que extraer a la superficie una tonelada de mineral. 

La explotación de los depósitos de aluvión, aunque a menudo resulta menos complicada, es también mucho menos provechosa: algunos centigramos por metro cúbico de arena. Comparativamente, el trabajo de explotación del petróleo es infinitamente más simple y más fácil; ello no obstante, desde el tiempo de los faraones hasta nuestros días, los hombres no han cesado de buscarlo afanosamente. El valor simbólico primordial del oro jamás ha podido ser abolido, a pesar de la progresiva desacralización de la naturaleza y de la existencia humana. 

«El oro es la inmortalidad», repiten los Brahmanas, textos rituales postvédicos compuestos a partir del siglo VIII antes de Cristo. Consiguientemente, cuando se ha obtenido el elixir que transforma los metales en oro alquímico, se tiene también la inmortalidad; la transmutación de los metales equivale a un crecimiento milagroso. Según el famoso alquimista Arnaldo de Vilanova, «en la naturaleza existe una cierta materia pura que, descubierta y perfeccionada por medio del arte, convierte en sí misma los cuerpos imperfectos que toca». En otras palabras, el elixir (o-la piedra filosofal) consuma el trabajo de la naturaleza y lo completa. En este mismo sentido afirma fray Simón de Colonia en Speculum himiae: «Este arte nos enseña a elaborar un remedio llamado elixir, el cual, derramado sobre los metales imperfectos, los perfecciona completamente, y por esta razón lo inventaron». Ben Jonson desarrolló la misma idea en su obra de teatro El alquimista (acto segundo, escena segunda). Uno de los personajes, Surly, duda en compartir la opinión alquímica según la cual el crecimiento de los metales sería comparable a la embriología animal, y según la cual, a semejanza del polluelo que rompe el huevo, todos los metales indistintamente terminarían convirtiéndose en oro gracias a la lenta maduración que actúa en las entrañas de la Tierra. Y es que, como afirma Surly, «el huevo está destinado por la naturaleza a este fin y es un polluelo in potentia». A lo que Subtle replicará: «Afirmamos que tanto el oro como los otros metales se habrían convertido en oro si hubiesen dispuesto del tiempo necesario para ello». Otro personaje, Mammón, afirma: «Y eso es precisamente lo que hace realidad nuestro arte». 

Por otra parte, el elixir es capaz de acelerar el ritmo temporal de todos los organismos, y por tanto de su crecimiento. Ramón Llull escribió: «En primavera, la piedra, por su inmenso y maravilloso calor, aporta la vida a las plantas: si disuelves el equivalente de un grano de sal de dicha piedra en una cascara de nuez (llena) de agua, y con esa disolución riegas una cepa de vid, ésta dará uvas maduras en mayo». Como la alquimia árabe y la occidental, también la alquimia china exalta las virtudes terapéuticas del elixir. Ko Hung repite a menudo que el elixir podía «curar» los metales ordinarios y transformarlos en oro; Roger Bacon, sin emplear la expresión piedra o elixir, habla en su Opus majus de una «medicina que elimina las impurezas y todas las corrupciones del más vil metal, puede lavar las impurezas del cuerpo e impide tan perfectamente la decadencia del cuerpo que prolonga la vida durante varios siglos». Según Arnaldo de Vilanova, «la piedra filosofal cura todas las enfermedades… En un solo día cura una enfermedad que duraría un mes, en doce días una enfermedad de un año, y otra más larga en un mes. La piedra filosofal devuelve la juventud a los viejos». Todo parece indicar que el secreto principal del opus alchimicum está vinculado al poder del adepto sobre el tiempo humano y el tiempo cósmico. 

En la naturaleza podemos distinguir tres importantes ritmos temporales: el tiempo geológico, el tiempo vegetal y animal, y el tiempo humano. En otras palabras, la naturaleza es un inmenso organismo viviente, en que cada uno de sus componentes —los minerales, la piedra, las plantas, los animales y los hombres— es el resultado de una inseminación, de una germinación y de un nacimiento. Sin embargo, los ritmos temporales son diferentes para cada forma de vida; la maduración de los minerales se alcanza en algunos miles de años, mientras que las plantas crecen, fructifican y mueren en pocos meses. Para dominar el tiempo, es necesario controlar también sus diferentes ritmos, y por consiguiente poder intercambiar sus ciclos temporales. Como ya hemos visto, los primeros mineros y metalúrgicos creían poder acelerar el crecimiento de los minerales por medio del fuego. Los alquimistas fueron más ambiciosos: por una parte, pensaban «curar» los metales ordinarios y acelerar su maduración, transmutándolos en metales más nobles y finalmente en oro, pero, además, llegaban a dar por sentado que su elixir curaba y rejuvenecía a los hombres, prolongando su vida indefinidamente y convirtiéndolos en seres inmortales. En pocas palabras, para los alquimistas la vida era la epifanía del tiempo orgánico. Por otra parte, la intervención activa del alquimista en el ciclo natural introduce un elemento nuevo que podríamos calificar de «escatológico». 

El opus alquímico —la curación, la maduración acelerada y el perfeccionamiento de las creaciones de la naturaleza— da lugar a una escatología natural, si nos es lícito hablar así; el alquimista anticipa el «fin y la plenitud gloriosa» de la naturaleza. 


Este pensamiento lo podríamos comparar con la esperanza que resuena en Teilhard de Chardin de una redención cósmica a través de Cristo: la transmutación de la materia cósmica por el sacramento de la misa. 

Como veremos en seguida, existe una simetría fundamental entre la teología optimista de Teilhard de Chardin —y más especialmente entre su esperanza en una escatología cósmica llevada a su plenitud por Cristo— y la ideología religiosa de la alquimia occidental tardía. 

Pero, antes de hablar de estos problemas, voy a resumir rápidamente el desarrollo de la alquimia en la Europa central y occidental. El entusiasmo provocado por el redescubrimiento del neoplatonismo y del hermetismo helenístico al principio del Renacimiento italiano se prolongó durante dos siglos. Ahora sabemos que las doctrinas neoplatónicas y herméticas ejercieron un impacto profundo y creador sobre la filosofía y las artes y, paralelamente, tuvieron un importante papel en el desarrollo de la química alquímica, de la medicina, de las ciencias naturales, de la educación y de la teoría política.

Por lo que se refiere a la alquimia, hemos de recordar que algunos de sus datos fundamentales —por ejemplo, el crecimiento de los minerales, la transmutación de los metales, el elixir y la obligatoriedad del secreto— fueron transmitidos desde la Edad Media hasta el Renacimiento y la Reforma. Los sabios del siglo XVII, por ejemplo, lejos de poner en tela de juicio el crecimiento de los metales, se preguntaban si los alquimistas podían ayudar a la naturaleza, y si «quienes ya pretendían haberlo hecho eran hombres sinceros, mentecatos o simplemente impostores». Hermán Boerhaave (1664-1739), considerado el primer gran químico racional, conocido por sus experimentos, todavía creía en la transmutación de los metales, y en seguida veremos el importante lugar que le corresponderá a la química en la revolución científica de Newton. Pero, bajo el influjo del neoplatonismo y del hermetismo, la alquimia árabe y occidental tradicional de la época medieval amplió su sistema de referencia. El modelo aristotélico fue reemplazado por el modelo neoplatónico, que pone de relieve el papel de los intermediarios espirituales entre el hombre, el cosmos y la divinidad suprema. Esta antigua creencia universal de la colaboración del alquimista con la naturaleza asumió desde entonces una significación cristológica. Los alquimistas pensaban entonces que, de la misma manera que Cristo había rescatado al hombre por su muerte y su resurrección, el opus alchimicum aseguraría la redención de la naturaleza. Heinrich Kunrath, hermético del siglo XVI, equiparaba la piedra filosofal con Jesucristo, el «hijo del macrocosmos», y pensaba que su descubrimiento revelaba la verdadera naturaleza del macrocosmos, como Cristo había otorgado su integridad a ese microcosmos que es el hombre. C.G. Jung concedía mucha importancia a ese aspecto de la alquimia del Renacimiento y de la Reforma y estudió con singular cuidado el paralelismo existente entre Cristo y la piedra filosofal. En el siglo XVIII, el benedictino Dom Pernety resumía así la interpretación alquímica del Mysterium cristiano: «… Su elixir es originariamente una parte del espíritu universal del mundo, encarnado en una tierra virgen, de donde debe ser extraído para pasar por todas las operaciones necesarias antes de alcanzar su estado final de gloria y perfección inmutable. En la primera preparación es sometido a tortura, como dice Basilio Valentín, hasta derramar su sangre; en la putrefacción, muere; cuando el calor blanco sucede al negro, sale de las tinieblas de la tumba y resucita glorioso, para subir después, totalmente quintaesenciado, al cielo; de allí, afirma Ramón Llull, viene a juzgar a los vivos y los muertos y a recompensar a cada uno según sus obras». «Los muertos» corresponden a una parte del hombre impuro y alterado, que no puede resistir al fuego y es aniquilada en la Gehena. 

Desde el Renacimiento, la antigua alquimia operativa, lo mismo que sus reinterpretaciones místicas y cristológicas más recientes, tuvieron un papel decisivo en la extraordinaria metamorfosis que hizo triunfar las ciencias naturales y la revolución industrial. La esperanza de rescatar al hombre y a la naturaleza por medio del opus alquímico era la prolongación de la nostalgia de una renovatio radical que atormentaba a la cristiandad occidental desde Giacchino da Fiore. Esta regeneración, el «Renacimiento espiritual», es el objetivo principal del cristianismo, pero, por múltiples razones, paulatinamente fue perdiendo importancia en la vida religiosa institucional. Fue más bien la nostalgia de un «renacimiento espiritual» auténtico, la esperanza de una metanoia colectiva y de una transfiguración de la esperanza lo que inspiró los movimientos milenaristas de la Edad Media y del Renacimiento, las teologías proféticas, las visiones místicas y la gnosis hermética; esa misma esperanza inspiró lo que podríamos llamar la reinterpretación alquímica del opus alchimicum. John Dee (nacido en 1527), alquimista famoso, matemático y sabio universal, le aseguraba al emperador Rodolfo II que él poseía el secreto de la transmutación; según él, las fuerzas espirituales liberadas por operaciones ocultas, y sobre todo alquímicas, podían cambiar el mundo. El alquimista inglés Elias Ashmole, como otros muchos contemporáneos suyos, estaba convencido de que la alquimia, la astrología y la magia constituían la salvaguarda de las ciencias de su tiempo. De hecho, para los discípulos de Paracelso y de Van Helmond la naturaleza sólo era comprensible por el estudio de la «filosofía química» (es decir, la nueva alquimia), o «verdadera medicina»; la clave que nos revelaría los secretos tanto de la tierra como del cielo era ahora la química, y no la astronomía; la alquimia tenía una significación divina. 

Y dado que la Creación se entendía como un proceso químico, los fenómenos terrestres y celestes se interpretaban también en términos químicos; el «filósofo químico» podía llegar a conocer los secretos de los cuerpos terrestres y celestes basándose en las relaciones existentes entre el macrocosmos y el microcosmos. Así se explica que Robert Fludd ofreciera una descripción química de la circulación de la sangre, a la que parangonaba con el movimiento circular del Sol. 

Como muchos de sus contemporáneos, los herméticos y los «filósofos químicos» esperaban y preparaban un cambio radical de todas las instituciones religiosas, sociales y culturales. 

La primera fase ineludible de esta renovatio universal era la reforma de la ciencia; fue justamente un librito, titulado Fama fraternitatis, publicado de forma anónima en 1614, el que desencadenó el movimiento de ideas de los Rosacruces al apelar a una renovación del saber. 

El fundador mítico de la orden, Christian Rosenkrantz, tenía fama de haber accedido a los verdaderos secretos de la medicina y de todas las ciencias. Escribió numerosos libros que, por constituir una materia secreta, sólo estuvieron a disposición de los mismos Rosacruces. De esta manera, a principios del siglo XVIII volvemos a toparnos con un proceso ya conocido: un personaje mítico que transmite a un grupo secreto de iniciados la revelación primordial, redescubierta después de haber estado disimulada durante siglos. Como en numerosos textos chinos, tántricos y helenísticos, este redescubrimiento se anuncia al mundo para llamar la atención de todos aquellos que buscan sinceramente la verdad y la salvación, y ello, a pesar de que, en sí misma, dicha revelación continúe estando vedada a los profanos. El autor de Fama fraternitatis les pedía en realidad a todos los hombres de ciencia de Europa que reconsiderasen su arte y que se uniesen a los Rosacruces para acelerar la reforma. La respuesta a esta llamada fue tan llamativa que en menos de diez años se publicaron varios cientos de libros y opúsculos sobre esta asociación secreta. En 1619, Johann Valentín Andreae, de quien se sospecha que fue el autor de Fama, publicó Christianopolis, obra que sin duda influyó sobre la New Atlantis (Nueva Atlántida) de Bacon. En Christianopolis sugería Andreae que se formase una asociación que se propusiese la elaboración de un nuevo método de conocimiento a partir de la «filosofía química». El centro de estudios de esta ciudad utópica sería un laboratorio, donde «se unirán el cielo y la tierra» y «serán descubiertos los misterios divinos grabados en la tierra».

Entre los defensores de la obra Fama fraternitatis y de los Rosacruces se encontraba Robert Fludd, miembro del Colegio real de físicos y adepto de la alquimia mística. En términos enérgicos declaró que era imposible que alguien alcanzase el conocimiento supremo de la filosofía natural sin poseer antes una formación seria en las ciencias ocultas. Para él, la «verdadera medicina» era la base misma de dicha filosofía: nuestro conocimiento del microcosmos —es decir, del cuerpo humano— nos hace tomar conciencia de la estructura del universo y nos guía hacia nuestro Creador; y a la inversa, cuanto más sabemos sobre el universo, más nos conocemos a nosotros mismos.

Algunos estudios recientes, especialmente el de Delsus y el de Frances Yates, han aportado nuevas luces sobre las consecuencias de esta investigación de las ciencias naturales a partir de la «filosofía química» y de las ciencias ocultas. La importancia concedida a la mejora de las recetas alquímicas por medio de experimentos en laboratorios bien equipados desembocó en la química racional, y el intercambio continuo y sistemático de informaciones entre los científicos tuvo como consecuencia la creación de numerosas academias y sociedades científicas. Sin embargo, el mito de la «verdadera alquimia» continuó ejerciendo su influjo en los autores de la revolución científica. En un ensayo publicado en 1658, Robert Boyle preconizaba la libre circulación de los secretos medicinales y alquímicos. Por su parte, Newton opinaba que era peligroso dar a conocer los secretos de la alquimia, y en este sentido le escribió al secretario de la Royal Society que Boyle debería guardar «el secreto más absoluto en esta materia». 

Newton jamás publicó los resultados de sus estudios y experimentos alquímicos, a pesar del éxito obtenido en algunos de ellos; pero sus innumerables manuscritos alquímicos, descuidados hasta 1940, han sido muy bien estudiados por el profesor Dobbs en el libro The Foundations of Newton’s Alchemy (Los fundamentos de la alquimia de Newton). Según Dobbs, Newton escudriñó «todas las obras de la alquimia antigua como nunca se había hecho antes ni se ha vuelto a hacer después» (pág. 88). Buceaba en ella en busca de la estructura del microcosmos, para compaginarla con su sistema cosmológico: el mismo descubrimiento de la fuerza de gravitación no le satisfacía plenamente. Si bien es verdad que, a pesar de sus experimentos intensivos de 1668 a 1696, no consiguió dar con la energía que gobierna la acción de los cuerpos pequeños, cuando en 1679-1680 comenzó a estudiar concienzudamente la dinámica del movimiento orbital no hacía otra cosa que aplicar sus ideas sobre la atracción química del cosmos 

Como han mostrado Mac Guire y Rattons, Newton estaba convencido de que, desde los primeros tiempos, «Dios había enseñado los secretos de la filosofía natural y de la verdadera religión a algunos elegidos. Con el paso del tiempo, este conocimiento se perdió, aunque sería redesdescubierto parcialmente e incorporado a las fábulas y las fórmulas mágicas, para de esa manera sustraerlo a los profanos; ahora, en los tiempos modernos, podía ser recuperado de nuevo por medio de la experiencia».

Por este motivo, Newton dirigió generalmente su interés hacia las partes más esotéricas, esperando encontrar ocultos allí los verdaderos secretos. 

Es un hecho sumamente significativo que el fundador de la física mecánica moderna jamás haya rechazado la teología de la revelación primordial oculta, ni el principio de la transmutación, que constituye el fundamento mismo de la alquimia. En su tratado sobre la Óptica escribió: «La transformación de los cuerpos en luz, y a la inversa, se conforma a las leyes de la naturaleza, la cual parece no ocultar su gozo ante dicha transmutación». Según el profesor Dobbs, «el pensamiento alquímico de Newton estaba tan bien fundamentado que el gran científico jamás llegó a poner en tela de juicio su valor como regla general y, con posterioridad a 1675, toda su carrera se concentró hasta cierto punto en integrar la alquimia dentro de la filosofía mecánica»; cuando publicó los Principia, sus adversarios afirmaron con vehemencia que las fuerzas de Newton eran en realidad fuerzas ocultas. Dobbs admite que tales críticas eran fundadas: «Las fuerzas de Newton se parecían mucho a las simpatías y antipatías secretas que encontramos en la literatura oculta del Renacimiento. Pero Newton había dado a esas fuerzas un estatuto ontológico equivalente al de la materia y la energía. En efecto, al cuantificar esas fuerzas, Newton les permitió a los filósofos mecánicos elevarse por encima del mecanismo imaginario del impacto». En su libro Force in Newton’s Physics, el profesor Richard Westfall llega a la conclusión de que la unión de la tradición hermética con la filosofía mecánica fue la que en realidad engendró la ciencia moderna, aunque esta última, en su desarrollo espectacular, ha ignorado o rechazado su legado hermético. En otras palabras, el éxito de la mecánica newtoniana ha consistido en la aniquilación de su propio ideal científico; en realidad, Newton y sus contemporáneos esperaban que la revolución científica tomase un rumbo muy distinto del que de hecho tomó. Prolongando y desarrollando las esperanzas de los neoalquimistas del Renacimiento y su objetivo —la redención de la naturaleza—, hombres tan diversos como Paracelso, John Dee, Comenius, J.V. Andreae, Ashmole, Fludd y Newton veían en la alquimia el modelo de una empresa más ambiciosa: la perfección del hombre por medio de un nuevo método científico. Para todos esos autores, el método en cuestión habría unido un cristianismo supraconfesional a la tradición hermética y a las ciencias naturales: medicina, astronomía y física mecánica. Esta ambiciosa síntesis era en realidad una nueva creación religiosa comparable a la precedente asimilación de las realizaciones metafísicas del platonismo, del aristotelismo y de los neoplatónicos. La elaboración, a lo largo del siglo XVII, de esta forma de conocimiento representa la última tentativa religiosa de la Europa cristiana. Pitágoras y Platón habían propuesto a la Grecia antigua sistemas religiosos de la ciencia, pero éstos son característicos sobre todo de la cultura china, donde el arte, la ciencia y la tecnología resultarían incomprensibles sin implicaciones cosmológicas, éticas y «existenciales». 

En conclusión, podemos afirmar que el alquimista consumó la última fase de un proyecto muy antiguo que había nacido cuando los primeros hombres emprendieron la tarea de transformar la naturaleza. El concepto de transmutación alquímica es, pues, la última expresión de esta creencia inmemorial de la acción humana sobre la transformación de la naturaleza. El mito de la alquimia es uno de los raros mitos optimistas: efectivamente, el opus alchimicum no se limita a transformar, perfeccionar o regenerar la naturaleza, sino que confiere perfección a la existencia humana, otorgándole salud, juventud eterna e incluso inmortalidad. 

En la perspectiva de la historia de las religiones, se puede afirmar que, por la alquimia, el hombre recupera su perfección original, la pérdida de la cual ha inspirado multitud de leyendas trágicas en todo el mundo. 

Para el alquimista, el hombre es un creador: regenera la naturaleza y domina el tiempo; el hombre perfecciona la creación divina. Esta «escatología natural» puede compararse con la teología evolucionista, redentora y cósmica de Teilhard de Chardin, considerada generalmente una de las raras teologías cristianas optimistas. Esta concepción del hombre como ser creador dotado de una imaginación inagotable es la que sin duda explica la supervivencia de los ideales alquímicos en la ideología del siglo XIX; la supervivencia de esos ideales, completamente secularizados ya en esa época, parecía comprometida, puesto que la alquimia misma había desaparecido. El triunfo de las ciencias experimentales no había abolido los sueños y los ideales de la alquimia, pero la nueva ideología del siglo XIX los cristalizó alrededor del mito del progreso indefinido. Dicha ideología, confirmada por las ciencias experimentales y los avances de la industrialización, ha recuperado los sueños milenaristas de los alquimistas y les ha dado nuevo impulso, a pesar de su secularización radical. El mito de la perfección y de la redención de la naturaleza ha sobrevivido bajo otra forma en los proyectos prometeicos de las sociedades industrializadas que se han propuesto por meta la transformación en «energía». 

Fue también en el siglo XIX cuando el hombre consiguió suplantar el tiempo; su deseo de acelerar el ritmo natural de los seres orgánicos e inorgánicos comienza ya a ser una realidad, en un momento en que los productos sintéticos de la alquimia orgánica han demostrado la posibilidad de acelerar, e incluso aniquilar, el tiempo, por medio de la preparación en laboratorio y en fábrica de substancias que la naturaleza habría tardado varios miles de años en producirlas; como es bien sabido, «la preparación sintética de la vida», aunque nada más fuera bajo la forma de algunas modestas moléculas de protoplasma, ha constituido la aspiración suprema de la ciencia desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días. 

Al conquistar la naturaleza por las ciencias fisicoquímicas, el hombre puede convertirse en rival de esa misma naturaleza, sin ser esclavo del tiempo, pues a partir de ese momento la ciencia y el trabajo humano realizarán tareas reservadas hasta entonces a la naturaleza. Con lo que él reconoce como esencial de sí mismo, a saber, con su inteligencia aplicada y su capacidad de trabajo, el hombre carga sobre sí la función de duración temporal, el papel del tiempo. Sin duda, el hombre ha estado condenado al trabajo desde el principio, pero en las sociedades tradicionales el trabajo tenía una dimensión litúrgica y religiosa, mientras que ahora, en las sociedades industriales modernas, está completamente secularizado. Por primera vez en su historia, el hombre ha asegurado la tarea de «actuar mejor y más rápido» que la naturaleza, sin tener a su disposición la dimensión sagrada que hace soportable el trabajo en las otras sociedades. 

Esta secularización radical del trabajo humano ha tenido consecuencias equiparables a las que siguieron a la domesticación del fuego y al descubrimiento de la agricultura. 

Pero ésta es ya otra historia…

sábado, 21 de diciembre de 2013

Sasportas. La búsqueda de lo sublime. El complejo de Jonás.

De: Howard Sasportas

LA BUSQUEDA DE LO SUBLIME
EL COMPLEJO DE JONÁS

IMPULSO - ANSIEDAD Y MECANISMO DE DEFENSA

Ciertos impulsos se muestran como peligros y generan ansiedad, lo que nos estimula a usar mecanismos de defensa para impedir su libre expresión. Los impulsos se pueden reprimir, proyectar, desplazar o sublimar. Disponemos de una amplia variedad de mecanismos de defensa para enfrentarnos con nuestras ansiedades.
El psicólogo humanista Abraham Maslow amplió el concepto de <<mecanismo de defensa>>. Según Maslow, no sólo tememos y reprimimos nuestras posibilidades inferiores y nos defendemos de ellas, sino que también tememos y reprimimos las <<más elevadas>>. Maslow llamó a este mecanismo <<complejo de Jonás>>, es decir, el miedo a la propia grandeza, la huida a todo aquello que podríamos ser. Todos llevamos dentro el impulso a mejorar, una tendencia a actualizar nuestras potencialidades y a realizarnos en mayor medida, y sin embargo, con demasiada frecuencia hay algo que nos bloquea o que nos detiene y nos obstaculiza el camino. ¿Por qué?
En el seminario de hoy quisiera explorar con ustedes este enigma, tanto desde el punto de vista psicológico como astrológico. ¿Por qué tememos nuestra propia grandeza? ¿Por qué vamos por el mundo sin utilizar más que una fracción de nuestras posibilidades? Si la naturaleza de la vida es infinita, ¿por qué el hombre, <<se ha encerrado hasta ver las cosas por las estrechas hendiduras de su caverna?>>. Vamos a ver cómo se muestran en la carta natal esos miedos y esas resistencias, y cómo podemos trabajar con estos problemas, tanto en nosotros mismos como en nuestros clientes.

EL YO

Jung, define al yo como <<el centro de la consciencia>>. Es lo que nos da la sensación de ser un <<yo>>, o de que hay un <<yo - aquí - adentro>>. La vida intrauterina es un estado en el que no hay <<yo>>, porque no tenemos consciencia de nosotros mismos como individuos aparte. En el útero, nuestra vivencia de quienes somos es prepersonal, previa a la diferenciación y la relación sujeto - objeto. Pensamos que somos todo, o como lo expresa Koestler, para el feto <<el universo se centra en sí mismo, y él mismo es el universo>>.
Gradualmente, después del nacimiento, empieza a emerger un sentimiento de nosotros mismos como entidades aparte y separadas. Finalmente llegamos a darnos cuenta de que tenemos un cuerpo que es distinto de todas las otras cosas y que es nuestro, es lo que podríamos llamar un <<yo corporal>>. A medida que pasa el tiempo tomamos consciencia de que tenemos una mente y unos sentimientos que son nuestros; es decir, hace su aparición un <<yo mental>>. Es decir, empezamos con la sensación de serlo todo, pero a medida que vamos creciendo, paralelamente nos vamos diferenciando y definiendo como individuos.

Albert Einstein, expresó lo siguiente:

"Los seres humanos formamos parte del todo al que llamamos <<Universo>>, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Nos vivimos a nosotros mismos, y vivimos nuestros pensamientos y sentimientos, como algo aparte de lo demás; padecemos una especie de ilusión óptica de la consciencia, que a la vez,  se transforma en una ilusión que nos somete a nuestros deseos personales, y al afecto de unas pocas personas, las más próximas a nosotros. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esta prisión, ampliando nuestro círculo de comprensión hasta abarcar a todas las criaturas vivientes y a la totalidad de la naturaleza en su hermosura".

Antes de que se pueda trascender el sentimiento de ser un individuo aparte y tener la vivencia de que se es parte de una totalidad mayor, se ha de haber establecido un yo personal. Hay que empezar a tener un <<yo>> antes de poder trascenderlo. ¿Cómo se puede trascender algo que nunca se ha tenido?
Es probable que a algunos de ustedes todo esto de lo transpersonal y de trascender el sentimiento de ser un individuo aparte les suene muy místico. Sin embargo, cuando lleguemos a definir lo que algunos llaman el Sí mismo Superior, verán que la física del siglo XX, a la manera de un espejo de la percepción mística, habla también de la unidad del individuo con el resto de la vida. Vamos ahora a relacionar todo esto con el simbolismo astrológico.

LOS SIGNOS Y LAS CASAS COMO EXPRESIÓN DE UN PROCESO EVOLUTIVO

Tanto el signo de Piscis como la casa doce describen la vivencia de ser parte de algo mayor que uno mismo, o de estar a merced de algo mayor que uno mismo. De hecho, en ocasiones se describe a la casa doce como el <<mar colectivo>> del cual todos emergemos. Iniciamos la vida inmersos en una totalidad líquida; es lo que Wilber llama el estado prepersonal.
Después de Piscis y la casa doce, llegamos al Ascendente y la casa uno. El Ascendente se relaciona con el nacimiento, que nos saca de ese estado de totalidad primordial. Nacer significa asumir un cuerpo, y cuando se asume un cuerpo se asume una forma y un límite específicos.

EL SI MISMO SUPERIOR

Alcanzar el Sí mismo Superior significa renunciar a nuestras identidades más superficiales. En general, nuestro sentimiento de quienes somos proviene de algo externo. Nos definimos por el trabajo que hacemos, por el lugar dónde vivimos, por la cantidad de dinero que ganamos, por la pareja que tenemos. Pero si nos quedamos sin trabajo o sin pareja, continuamos existiendo, continuamos <<siendo>>. Hay un yo mas profundo, que continúa existiendo, incluso después que aquello que considerábamos que <<éramos>> nos ha sido arrebatado.
Omnímodo y más poderoso que el yo, el Sí mismo guía y supervisa, que nuestro despliegue sea lo más pleno posible. Pero hay una trampa en todo esto, para conectar con nuestro Sí mismo tenemos que renunciar a nuestro sentimiento de una identidad aparte, y esa perspectiva es inquietante.
El símbolo de Piscis - dos peces que nadan en direcciones diferentes - es una descripción del dilema humano básico: uno de los peces nada hacia la individualidad, en tanto que el otro nada hacia la universalidad. Una parte de nosotros pugna por formar y mantener un yo como una entidad aparte; mientras que otra parte está ávida por trascender esa limitada condición y volver a fundirse con la totalidad.
El yo no quiere que lo disuelvan, pero si queremos conectarnos con el resto de la vida, tendremos que renunciar a la rigidez de sus fronteras. Sin embargo, no tenemos que perder del todo la identidad del yo, pues, cierto sentido de la individualidad es necesario para funcionar en el mundo.
Henry Suso, un dominico alemán, escribió una vez: "Todas las criaturas son la misma vida, la misma esencia, el mismo poder, el mismo uno... y no menos que eso". Un científico del siglo XX, Henry Stapp, escribe: "Una partícula elemental no es una entidad analizable con existencia independiente. Es, en esencia, un conjunto de relaciones que se extienden hacia fuera, hacia otras cosas". Tanto desde la perspectiva del místico como la del científico, descubrimos que en el universo hay un elemento de unificación que conecta la totalidad de la vida, y que nada existe aisladamente.
Si la consciencia está permanentemente establecida en el Sí mismo Superior, se puede decir que esa persona es iluminada. Las personas iluminadas funcionan percatándose de su propia individualidad, pero junto a ello tienen una percepción igualmente clara de su unidad con el resto de la creación. La universalidad no excluye la individualidad
La mayoría de nosotros no tenemos conciencia de la unidad que compartimos con el resto de la vida porque nos han condicionado y educado para ver mas bien nuestras diferencias que nuestra unidad. Estamos condicionados para ver una realidad de <<yo aquí dentro>> frente a otra de <<tú allí fuera>>, que nos hace perder el sentido de la realidad de <<nosotros aquí>>.

EL ÁMBITO DE LO SUPERCONSCIENTE

Una vivencia del Sí mismo superior no es necesariamente una vivencia de éxtasis y de intensa emoción. Lo más frecuente es que el contacto con el Sí mismo Superior se sienta como un estado de quietud profunda o de paz. Peter Rusell lo compara con estar en una habitación completamente silenciosa donde no hay nada que oír. Uno está consciente, pero no hay nada de lo que se tenga consciencia, a no ser la consciencia misma. Cuando uno tiene la vivencia del Sí mismo, no se concentra en nada en particular. No está pensando en el amor universal ni tiene sentimientos de júbilo. Es, y nada más. El Sí mismo no es un proceso; es el Ser sin límites. 
Pero a medida que se aproxima al Sí mismo, uno va pasando por lo que se conoce como las <<dimensiones superconscientes>> de la psique, de dónde emanan sentimientos como el júbilo, el amor universal y la bienaventuranza. Por ejemplo, ya sea en la iglesia o en un momento de oración o de meditación a solas, es posible sentirse arrebatado por las olas de un amor hacia toda la humanidad. Pero, por más total o perfecto que pueda parecernos un estado así, en términos estrictos no es una experiencia de nuestro Sí mismo Superior, sino una experiencia superconsciente. Como ya dije, el Sí mismo es una experiencia del Ser puro, y se la siente como algo calmo y sereno. Sin embargo, una inundación de energía superconsciente es un signo de estar acercándose al Sí mismo.
Hay personas que cuando siguen un camino espiritual se enganchan con muchas actitudes de tipo <<psíquico>>, y escuchan ángeles o voces que les hablan, o ven visiones por todas partes. Su <<yo>>, se ha identificado con los contenidos del superconsciente y no con el Sí mismo, y andan por el mundo creyendo que son el amor encarnado o la sabiduría renacida. 

CRONOS Y SUS HIJOS

La parte terrena o saturnina de nosotros - nuestra cautela y nuestro conservadurismo, el sentido del deber y de responsabilidad, y nuestro miedo a lo desconocido - pueden cercenar nuestro impulso creativo. Saturno representa el principio del mantenimiento y contención, que se opone a la avidez uraniana de lo nuevo e inédito. Saturno construye y conserva fronteras; en cambio Urano las desafía y amenaza con derribarlas en nombre del progreso y con la intención de que suceda algo nuevo y mejor. Saturno refleja la tendencia del yo a preservar las cosas y mantenerlas como son. Es la resistencia, que hace lo posible por bloquear e inhibir el cambio. Los psicólogos hablan de <<homeostásis>> para definir la tendencia del yo a mantener el status quo. En alguna medida, todos llevamos dentro este conflicto entre Saturno y Urano; entre la necesidad de seguridad (de mantener lo que ya conocemos) y la necesidad de crecimiento y cambio. Como somos humanos, e hijos del hábito, no nos gusta perder aquellas cosas con las que hemos vinculado nuestro sentimiento de identidad. La gente nacida con Saturno en aspecto difícil con Urano sentirá con mucha fuerza esta tensión.
En el mito, Saturno castra a su padre Urano, pero a su vez teme que sus hijos intenten derrocarlo. Para impedirlo, se los traga. Saturno devora a su progenie: ni siquiera deja que sus propias creaciones existan. De manera muy semejante, las personas fuertemente saturninas censuran y rechazan cualquier impulso o idea que pudieran tener para salirse de los viejos esquemas, o para realizar un cambio importante en su vida. Saturno también se traga a Neptuno y Plutón porque teme que lo destronen, no quiere que existan, ni ellos ni los principios que representan. Psicológicamente, las fuerzas de Neptuno y Plutón amenazan con derribar nuestras fronteras del yo (Saturno) y cuestionan radicalmente el sentimiento de ser un individuo aparte. Eso lo sabemos por experiencia propia: un tránsito de Neptuno o de Plutón no lo deja a uno tal como lo encontró. Después uno ya no es la misma persona, porque ellos le cambian la vida. Saturno no quiere que las cosas sean así; después de todo, el yo no vive deseando su propia muerte. En otras palabras, Saturno se resiste a los cambios que traen Urano, Neptuno y Plutón.
Sin embargo, no quiero ser tan duro con Saturno, aunque él pueda serlo bastante con nosotros a veces. Saturno, puede ser el tirano cruel, que defiende los límites del yo, y se niega a dar cabida a lo nuevo y transformador. Pero Saturno, tiene otra cara, la del Viejo Sabio, como le gustaba llamarlo a Isabel Hickey. Los tránsitos de Saturno pueden producir profundos cambios psicológicos que solidifican nuestra consciencia y nos aportan mayor solidez. Aprendemos a comprometernos más y ser más disciplinados, y somos más capaces de aceptar los necesarios límites y restricciones que nos impone la condición humana. Hay personas que llegan a hacerse conocer y respetar cuando están bajo un tránsito de Saturno. No debemos olvidar este lado <<consolidador>> del planeta.

JÚPITER ACUDE AL RESCATE

Cualquier texto de astrología nos informa que el principio de Júpiter corresponde a la necesidad de expansión y crecimiento. Júpiter es el planeta asociado con la amplitud de visión y la expansión de los horizontes. En cambio, Saturno quiere conservar los límites y mantenerse en su propio terreno ya conocido. Pero en última instancia, el deseo del yo, como tal, es expandirse, crecer y ensanchar sus horizontes; y ese deseo lo lleva a cambiar y abrirse, hasta que termina por consentir el desmoronamiento de la rigidez de sus muros.

La parte saturnina que hay en nosotros quiere preservar sus tensas fronteras del yo; pero la otra parte, que es jupiteriana, nos insta a crecer y a expandirnos, con lo que, Urano, Neptuno y Plutón rompen y trascienden las fronteras del yo, y nos ponen en contacto con el Sí mismo superior y omnímodo.

Oyente: Entonces esto tiene relación con lo que usted nos habló sobre el signo de Piscis, en el que los dos peces nadan en direcciones opuestas: uno que quiere definir el sentido de la individualidad, y el otro que busca unirse con la totalidad.

Howard: Exactamente; sin embargo, hay una distinción importante entre el funcionamiento de Júpiter y Neptuno como regentes de Piscis. Júpiter intenta realizarse agregando más cosas: <<Si gano más, si hago más, si veo más, si exploro más, si expando los límites de mi yo, entonces estaré realizado>>. Los jupiterianos nunca llegan a tener bastante. En cambio, a Neptuno no le preocupa demasiado ganar y agregarse cosas; él tiene que ver más bien con el dar y el renunciar: <<Si renuncio a las cosas, si las doy a los demás, si sacrifico aquello a lo que me he apegado, si renuncio a mis fronteras, alcanzaré la redención espiritual>>. ¿Advierten la diferencia? Júpiter llega a lo mismo persiguiendo más y más cosas; Neptuno, renunciando a cada vez más cosas.

LA BÚSQUEDA DE SIGNIFICADO EN LA VIDA

Júpiter se asocia con la visión, y más concretamente con la visión anticipada, y con el hecho de mirar las cosas desde una perspectiva más elevada. También está relacionado con el impulso a la búsqueda de la verdad y la sabiduría, y con lo que algunas personas llaman <<necesidades religiosas>>. Freud, creía que todas esas aspiraciones eran una sublimación de <<impulsos inferiores>> y del instinto sexual. Sin embargo, Jung y otros psicólogos sintieron que en el ser humano la aspiración religiosa era un impulso tan básico como cualquiera de los otros impulsos biológicos, y no solo el resultado de la sublimación de los instintos.
Júpiter tiene que ver con la necesidad de encontrar significado en la vida, y representa la capacidad de simbolización de la psique, es decir, la capacidad de imbuir de significado un acontecimiento, un objeto o una expresión. Júpiter es nuestra capacidad de inventar símbolos y de encontrar significado en ellos. Si combinamos todas estas connotaciones, nos topamos con la idea de que, encontrar un significado a aquello que nos está pasando es una manera de ayudarnos a soportar épocas difíciles,  e incluso dramáticas.
Júpiter nos da la capacidad de contemplar lo que nos sucede o lo que nos toca soportar, desde una perspectiva más amplia. La necesidad de encontrar significado a la vida es tan importante que vale la pena que nos dediquemos a ella un poco más.

Jung escribió:

<<La ausencia de un significado en la vida desempeña un papel decisivo en la etiología de la neurosis. Una neurosis debe ser entendida, en última instancia, como el sufrimiento de un alma que no ha descubierto su significado. Aproximadamente un tercio de mis pacientes no padecen ninguna neurosis definible, sino la falta de objetivos en su vida>>

También el psicólogo Víctor Frankl insistió en la necesidad de encontrar significado en la vida. En su libro: <<El hombre en busca de sentido>>, Frankl relató sus terribles experiencias en Auschwitz en 1943 - 45. Allí observó que, dejando de lado el puro azar, los que sobrevivieron a la ordalía del campo de concentración, fueron los que pudieron encontrar algún significado o propósito en lo que estaban soportando. El significado podía ser algo así como: "Dios me está purificando", o "Tengo que salir de aquí para ir a ayudar a mi familia".
Freud insistió en el principio del placer o la voluntad de placer como la motivación más básica en los seres humanos. Mas adelante, Alfred Adler postuló que nuestro impulso subyacente es la voluntad de poder y la pugna por la superioridad. Frankl, sin embargo, creía que la voluntad de significado (el esfuerzo por encontrar significado en la propia vida) es la principal fuerza motivadora en los seres humanos. Sin significado, sentimos que no tenemos por qué vivir, nada que esperar, ni ninguna razón para esforzarnos por nada. El significado nos da dirección en la vida. Hay quien cree que el cosmos entero tiene significado, y que nuestra labor consiste en descubrirlo; que Dios tiene un plan y nosotros formamos parte de él. Nietzche escribió: <<Quien tiene un por qué vivir, puede soportar cualquier cómo>>.

LA JERARQUÍA DE LAS NECESIDADES DE MASLOW

Allá por los años cincuenta, a Abraham Maslow se le ocurrió una brillante idea: ¿por qué no se habría de estudiar la psicología de las personas felices y realizadas? Hasta entonces, los enfermos eran los únicos que se estudiaba, se sometía a pruebas, se medía y se evaluaba. La psicología estaba haciéndose una idea bastante completa de cómo son los enfermos y los neuróticos, pero en realidad no entendía qué era lo que hacía de alguien una persona sana, ni cómo era una persona realizada.
Maslow centró su atención en las personas triunfadoras, y uno de los resultados de su investigación es lo que hoy se conoce como <<la jerarquía de las necesidades>> de Maslow. El vio que las necesidades humanas se disponen en diferentes niveles, y determinó una pirámide de necesidades. En el primer nivel están las puramente fisiológicas, es decir, las relacionadas con la supervivencia, como son las de alimentación, respiración, sueño y satisfacción sexual. Al pasar al segundo nivel de la pirámide, lo que predominan son las necesidades de orden material, como la seguridad económica y la estabilidad laboral. El tercer nivel es el de las necesidades de amor, afecto, pertenencia familiar, contacto físico, amistad, etc. El cuarto nivel abarca tanto la necesidad de autoestima, competencia y maestría, como el ser reconocido por los demás: cosas como el elogio y el status. Finalmente llegamos al nivel cinco, donde encontramos lo que Maslow llama Metanecesidades o necesidades de orden superior, como la necesidad de autorrealizarse, la búsqueda de la verdad, la creación de belleza y el deseo de justicia. El nivel en que uno se encuentre variará de acuerdo con la edad y las circunstancias del entorno; por ejemplo, a un niño le preocupan generalmente los niveles primarios, y a una persona que está muriendo de hambre no le interesarán demasiado las necesidades sexuales ni la búsqueda de la sabiduría.
Sin embargo, Maslow postulaba que si uno consigue realizarse en un nivel de la pirámide, querrá naturalmente moverse hacia los otros niveles. La conclusión que podemos sacar de la obra de Maslow es su creencia en que la avidez de autorrealización y de alcanzar la vivencia espiritual es parte innata de nuestra estructura, tanto como lo es el deseo de que nos alimenten.

Oyente: ¿Usted asociaría a Júpiter las necesidades de orden superior de Maslow?
Howard: Si, porque Júpiter simboliza tanto la avidez de crecer como la necesidad de un sistema de creencias. El signo y la casa dónde esté Júpiter sugerirán algo sobre dónde hemos de buscar la verdad. O dónde podremos de alguna forma encontrar a Dios. Cualquier planeta que esté en aspecto con Júpiter teñirá nuestra <<imagen de Dios>>, y describirá al mismo tiempo de qué manera concretamos nuestra búsqueda de la verdad y con qué tropezamos en esa búsqueda. Por ejemplo, Júpiter en cuadratura con Saturno tendrá más dificultades con la rigidez cuando intenta formarse un sistema de creencias; en cambio, Júpiter en trígono con Neptuno puede tenerlo más fácil.













JUPITER EN LOS SIGNOS Y EN LAS CASAS

JUPITER EN ARIES  O EN LA PRIMERA CASA

Si Júpiter está en Aries o en la primera casa, uno cree ardientemente en sí mismo, cosa bastante saludable, pero llevada al extremo esta actitud puede inducirlo a uno a precipitarse exageradamente. He advertido que las personas que tienen a Júpiter en Aries suelen entusiasmarse muchísimo con aquello en que creen; tienen que decírselo a todo el mundo y difundir por todas partes su entusiasmo.

JÚPITER EN TAURO O EN LA SEGUNDA CASA

Si Júpiter está en Tauro o en la casa dos, la persona encontrará sentido a su existencia a través de la adquisición de bienes y comodidades. Uno cree en la seguridad. Hay personas con este emplazamiento que encuentran el Cielo aquí mismo, en la tierra, mediante un profundo amor por el mundo natural y su afinidad con él. Para estas personas la comunión con la naturaleza es una manera de conectar con algo superior.

JUPITER EN GEMINIS O EN LA TERCERA CASA

Júpiter en Géminis o en la casa tres busca a Dios o la verdad a través del conocimiento, la educación o el aprendizaje. Son personas que creen que el conocimiento y el proceso analítico como tal, es todo lo que se necesita para resolver problemas. Uno aspira a saber tanto como pueda sobre todo lo que le rodea, y también es probable que hable mucho sobre el objeto de sus creencias; por cierto, que al estar Júpiter en Géminis esto puede cambiar de día en día.

JUPITER EN CANCER O EN LA CASA CUATRO

Para las personas que tengan a Júpiter en Cáncer o en la casa cuatro, los únicos dioses auténticos son los que adoraban sus antepasados, pues para ellas las cosas del pasado tienen mucho valor. Quienes tienen este emplazamiento pueden creer que el mayor sentido de la vida radica en tener una familia y poder dar a los suyos lo que necesitan.

JUPITER EN LEO O EN LA QUINTA CASA

Júpiter en Leo o en la quinta puede creer que el significado de la vida reside en dar expresión creativa al yo y en descubrir quien es uno por derecho propio. En vez de buscar a Dios (o la verdad) en grupos u organizaciones, uno lo encuentra dentro de sí mismo. Pueden encontrarlo también en el arte, el status y la fama, o mediante gestos nobles, dignos y espectaculares. Júpiter en la quinta busca el significado de la vida a través del amor y la experiencia romántica.

JUPITER EN VIRGO O EN LA SEXTA CASA

Júpiter en Virgo o en la sexta casa, cree que el significado de la vida reside en ser eficiente, útil y servicial con los demás. Es posible que estos nativos veneren el trabajo como una deidad. Buscan a Dios a través del orden y la adhesión a rutinas y rituales. Este emplazamiento puede indicar la creencia de que el cuerpo es el templo del espíritu; por consiguiente, tendrán un gran interés por la pureza y la limpieza, tanto en lo interior como en lo exterior.

JUPITER EN LIBRA O EN LA SEPTIMA CASA

Lo que da significado a la vida, para las personas con este emplazamiento, son las relaciones, y en ellas ponen gran fe. La búsqueda del amor y la belleza puede convertirse en el gran objetivo de su vida. Creen en la cooperación armoniosa y pacífica con sus semejantes. Lo más probable es que la imagen que tengan de Dios, esté imbuida de equidad y de justicia. El propósito de su vida puede estar orientado a hacer que el mundo sea más justo y más bello.

JUPITER EN ESCORPIO O EN LA OCTAVA CASA

A Dios se lo encuentra en aquello que está escondido, que es misterioso, oculto o tabú. La exploración sexual puede ser muy importante como búsqueda. Para estos nativos, llegar a tener poder e influencia sobre otros puede ser lo que de significado a su vida. Encontrar a Dios puede ser posible a través del dolor y la crisis, es decir, mediante la transformación.

JUPITER EN SAGITARIO O EN LA NOVENA CASA

Para algunas personas con este emplazamiento, lo que da significado a su vida es recorrer el mundo y tener una gran diversidad de experiencias en sus viajes; también pueden considerar que el conocimiento superior y la sabiduría son las llaves del cielo.

JUPITER EN CAPRICORNIO O EN LA DECIMA CASA

Para estas personas, establecerse en una buena carrera y tener éxito es lo que puede dar  significado a su vida. Tienden a ser fieles a sus creencias, y tratarán de manejarse con cierta disciplina en lo que respecta a sus responsabilidades.

JUPITER EN ACUARIO O EN LA UNDECIMA CASA

Para estas personas, pertenecer a un grupo con el cual se identifican sus ideales es algo muy importante. Estos individuos pueden ser amigos de todo el mundo, porque consideran que todos somos iguales. Quienes tienen a Júpiter en Acuario tienen facilidad para ver las cosas con claridad, pero pueden ser dogmáticos, ya que creen que su verdad es la única que cuenta.

JUPITER EN PISCIS O EN LA CASA DOCE

Estas personas tienden a creer que el servicio y la compasión, es lo que las acerca a Dios. Pero, existe el riesgo de que se confundan creyendo que tienen que renunciar al mundo para ganarse el cielo. Las personas con este emplazamiento generalmente esperan milagros cuando les toca enfrentar una situación difícil. A veces, realmente pueden ser salvadas por alguna situación prodigiosa, pero otras veces tendrán que luchar.

LOS EMPLAZAMIENTOS EN LA CASA NUEVE

La casa nueve es el área más directa referida a la filosofía, la religión y la búsqueda de la verdad. Es allí dónde buscamos significado a la vida e intentamos sondear la profundidad de las leyes subyacentes en la existencia. Los planetas y signos que encontramos emplazados en ella, sugieren la clase de Dios que adoramos, o cuál es la naturaleza de nuestra filosofía.

EL SOL EN LA CASA NUEVE

Dónde está el Sol es dónde uno se encuentra a sí mismo, dónde se distingue como individuo único y aparte. Si el Sol está en la nueve el encuentro con uno mismo se dará por mediación de un interés intenso por alguna filosofía o religión. Encontrar a Dios o conocer la verdad es lo que formará parte de la identidad de estos individuos, y a veces podría ser motivo de orgullo.

LA LUNA EN LA NOVENA CASA

Para estas personas, las experiencias del pasado tendrán una importante influencia en su percepción de la verdad. La familia y el hogar es lo que dará significado a su vida, especialmente si sienten que sus necesidades están satisfechas.

MERCURIO EN LA CASA NUEVE

Las personas con este emplazamiento necesitan entender y explicar a Dios. Es probable que en su búsqueda de la verdad tengan que explorar diversas creencias o filosofías, y también que quieran comunicar sus creencias mediante enseñanzas orales o escritas.

VENUS EN LA CASA NUEVE 

Para estas personas el sentido de la vida puede estar basado en una relación armoniosa, y en el afecto que puedan dar y recibir. Es probable que sientan afecto hacia Dios y que lo encuentren en la belleza de las cosas. Para estas personas tendrá especial importancia compartir sus creencias con la pareja. 

MARTE EN LA CASA NUEVE

Quienes tienen a Marte en esta casa defenderán con valor y decisión sus creencias filosóficas o su religión. Tendrán entusiasmo y serán arriesgadas en su búsqueda de la verdad. Probablemente estas personas consideran que Dios les exige decisiones y acción, y que sólo cuando uno se arriesga recibe la ayuda de "Arriba". Claro que si las cosas no salen como ellas esperan, entonces podrían enojarse con Dios o consigo mismas.

JUPITER EN LA CASA NUEVE

Las personas que tienen a Júpiter en su propia casa, tienen una visión amplia de su propia vida, y pueden encontrar significado a cualquier acontecimiento que pueda sucederles; sin embargo, existe el riesgo de exagerar las cosas y que intenten dar significación a cada situación por insignificante que sea. También es posible que pretendan guiar y enseñar a los demás, sin comprometerse seriamente con la filosofía que predican; esta tendencia suele dar como resultado una persona farisaica.

SATURNO EN LA CASA NUEVE

Quienes tienen este emplazamiento es posible que vean al Ser supremo como un dios severo, que les exige obediencia y disciplina, y que si se salen de los límites establecidos o dan un paso en falso serán castigados. Es probable que estas personas adopten un código moral o religioso demasiado estricto, y que muchas veces se limiten por no quebrantar sus creencias.

URANO EN LA CASA NUEVE

Quienes tienen a Urano en esta casa es raro que acepten un sistema de creencias ajeno. Ellos necesitan encontrar por sí mismos las respuestas, y tener libertad para experimentar con diferentes filosofías, a las que cuestionarán abiertamente si no encajan con la lógica de ellos. Es probable que sus creencias sean de los más originales y hasta excéntricas.

NEPTUNO EN LA CASA NUEVE

Los que tienen a Neptuno en la casa nueve podrían ser fácilmente engañados por cualquiera que les ofrezca la salvación. Estas personas suelen ser bastante crédulas y aceptan sin cuestionar cualquier propuesta que venga de alguien que consideran iluminado o superior a ellas, pero más adelante se sienten desengañadas al ver que su situación no ha cambiado. 

PLUTON EN LA CASA NUEVE

Es probable que quienes tienen a Plutón en esta casa periódicamente sufran cambios radicales en su forma de ver la vida, como consecuencia de las transformaciones que experimentan dentro de ellas mismas. Dependiendo de otros factores de la carta, algunas de estas personas podrían obsesionarse y volverse fanáticas de sus creencias o su sendero espiritual, sin que nada más llegue a importar tanto como eso.

URANO - NEPTUNO Y PLUTON COMO CUALIDADES SUPERCONSCIENTES

Las cualidades que yo asignaría a Urano se relacionan con un sentimiento de liberación: libertad, desapego, originalidad, luz, claridad, voluntad, verdad y consciencia de sí mismo. Urano también representa el respeto a la individualidad y la independencia: las propias y las de los demás. Si Urano hace aspecto con un planeta, cualquiera de estas cualidades está tratando de ingresar a nuestra vida por mediación de ese planeta. Por ejemplo, si Urano está en aspecto con Venus, los atributos de Urano se expresarán en la esfera del amor y las relaciones. Por mediación del amor se descubre una verdad, o se llega al desapego. Con Urano en aspecto con Venus, es posible que uno se libere de la restricción de sus necesidades, deseos, celos y temores, y que llegue a una perspectiva que le deje ver las cosas desde una perspectiva más amplia, más desapegada o más transpersonal.
Si Urano hace aspecto con Júpiter, uno descubre las cualidades superconscientes por mediación de las cosas jupiterianas, como por ejemplo, las aventuras o los viajes. La filosofía de una persona que tiene este aspecto puede incluir ideas que son un verdadero reto a los códigos de pensamiento más convencionales o más arraigados en la sociedad; ideas que se originan como resultado de ver las cosas desde una perspectiva más amplia.
Las cualidades transpersonales o superconscientes que llegan a través de Neptuno son: la belleza, el júbilo, el amor, la devoción, la paz, la humildad, la aceptación, el silencio y el servicio. Si Neptuno está en aspecto, estas cualidades tratan de entrar en nuestra vida por medio del planeta aspectado. Por cierto que Neptuno también se asocia con la confusión y el engaño, pero por ahora nos interesa concentrarnos en las cualidades superconscientes o más positivas de este planeta. Cuando uno atraviesa un periodo neptuniano en que se siente confundido y envuelto en brumas, se puede producir un desgaste o disolución del yo que lo lleve a estar más abierto a las dimensiones espirituales y receptivas de Neptuno. Es decir que hasta las manifestaciones más negativas de un planeta externo, pueden estar al servicio de algo superior. Alguien dijo alguna vez que <<la extrema angustia del hombre es la oportunidad de Dios>>.
Si Neptuno hace aspecto con Venus, entonces uno está destinado a llegar a la compasión y el servicio por medio del amor, al contrario de lo que pasa con los aspectos Venus - Urano, que enseñan el desapego y la liberación. En tanto que Urano nos despierta, nos sacude y nos desafía a que enfrentemos las cosas tal cual son, Neptuno suaviza y actúa de maneras que protegen y cuidan de los demás. Si Neptuno hace aspecto con Mercurio, la mente está abierta a las cualidades superconscientes de Neptuno: la compasión, la belleza, la paz, el silencio y el servicio a los demás. Uno dice y piensa cosas que demuestran su sensibilidad y empatía con los demás. Sin embargo, con Urano en aspecto con Mercurio, uno dice cosas que despiertan a los otros o que alteran su visión acostumbrada.  
Las cualidades superconscientes que asocio con Plutón son: fuerza, poder, coraje, tenacidad, profundidad, voluntad, regeneración y transformación. Es decir que si Plutón está en aspecto con Mercurio, uno tendrá una mente capaz de profundizar, y sus pensamientos tendrán especial potencia, intensidad y fuerza. Con los aspectos Venus - Plutón a través de la relación uno encontrará fuerza y coraje. Si tiene a Plutón en aspecto con Venus, uno puede ser despedazado y después reconstruido por el amor. Plutón es el dios de la muerte y del renacimiento, pero también es el dios de lo subterráneo, de lo que está enterrado en nosotros. Entonces, con este aspecto, mediante las relaciones uno encuentra lo que lleva enterrado dentro. Esto puede referirse a cosas que quedaron inconclusas desde la niñez: cóleras infantiles y sentimientos primitivos. Sin embargo, al establecer contacto con estos complejos profundos, al trabajar con ellos e integrarlos, uno se encuentra ante la posibilidad de crecer y de transformarse.
Si Plutón hace aspecto con Marte, las cualidades superconscientes de Plutón se expresarán mediante las acciones del individuo y mediante la forma en que éste se haga valer, que por lo general serán intensas y determinantes. También se asocian con Plutón principios menos agradables tales como la violencia, la tiranía y otras expresiones extremas de poder, pero en este momento nos interesa Plutón como agente de las cualidades transpersonales. Aún así, al igual que Neptuno, es probable que haya que llegar a la vivencia de las manifestaciones más negativas de Plutón a fin de tener consciencia de ellas dentro de uno para luego poder transformarlas. Es necesario que aceptemos lo más oscuro de nuestra naturaleza para que podamos transformarlo. Al fin y al cabo, es imposible transformar algo que se ignora.

Oyente: Usted asignó la voluntad a Urano y a Plutón.
Howard: Si, porque hay diferentes clases de voluntad. El poder puede provenir de fuentes muy distintas. Urano es voluntarioso e incluso terco. El <<sabe>> que algo es verdad, y es incapaz de verlo de ninguna otra manera. Generalmente, Urano se asocia con la energía que se siente en la cabeza. Como ustedes saben, en los tebos, cuando se quiere expresar que alguien tiene una idea se dibuja un foco por encima de la cabeza del personaje. Pues así es Urano: un súbito destello de intuición que deslumbra como un relámpago. A uno no le cabe duda de su verdad. Plutón es diferente: no es una bombilla en la cabeza, sino algo que se siente aquí abajo, en las tripas. Cuando Plutón tiene algo, lo siente en las vísceras, y por consiguiente, se muestra totalmente inflexible al respecto. Incluso Neptuno tiene su voluntad, pero generalmente es más dúctil. Neptuno siente las cosas intensamente en el corazón.

Oyente: ¿Nos podría decir algo de Urano como octava superior de Mercurio?
Howard: Esto es algo que podemos enfocarlo de muchas maneras. Mercurio tiene que ver con la forma en que trabaja la mente de los individuos, en tanto que Urano se relaciona con el funcionamiento de la mente de grupo. Rupert Sheldrake, en su libro A New Sciencie of Life habla de <<campos de organización invisibles>> que según su entender, conectan a un miembro de una especie con todos los demás miembros de la misma especie. Además, si un miembro de una especie aprende un comportamiento nuevo, el campo de organización invisible de esa especie cambia. A medida que muchos van aprendiendo el nuevo comportamiento, a otros miembros les atrae y empiezan a seguirlos, porque lo <<sintonizan>> mediante el campo de conexión. La mente de grupo se manifiesta también, cuando a una persona de San Francisco, a una en Londres y a otra en Tokio se les ocurre la misma idea casi al mismo tiempo. Dane Rhudyart escribió que Urano permite tener una visión de la mente divina, de lo que Dios tiene pensado para cada uno de nosotros.
Urano simboliza también los procesos intuitivos mentales superiores, en tanto que Mercurio se asocia con la mente inferior o razón pura. Urano tiene atisbos del futuro, de forma rápida e inesperada, en tanto que Mercurio necesita procesar e hilvanar los hechos lógicos. "Estoy seguro que mañana vendrá a vernos la tía Margarita" - dice Urano. "¿Cómo puedes saber eso?" - pregunta Mercurio - "Si ella siempre llama antes". Urano se encoge de hombros. "Si, pero sé que vendrá mañana". Intrigado y un poco molesto, Mercurio se va ha hacerse cualquier cosa, y al día siguiente... adivinen quien viene.

EL SI MISMO VERDADERO

Lo que normalmente exhibimos ante el mundo - nuestra máscara o persona - no es aquello que realmente somos. El Sí mismo verdadero es aquello que somos por debajo de esa máscara. Todos usamos máscaras. La máscara es el <<Tú de cada día>>, es decir, las partes de cada uno de nosotros que dejamos ver a los demás. Rowan dice que <<la persona>> o máscara, es la imagen positiva pero falsa del Sí mismo. Por debajo de ésta se encuentra lo que Rowan llamaba <<la imagen negativa del Sí mismo>>, lo que los jungianos llaman <<la sombra>>. Si son sinceros consigo mismos, la mayoría de los presenten reconocerán que lo que sucede dentro de ustedes es mucho más de lo que dejan ver hacia fuera. En los grupos de terapia he visto muchas veces cómo funciona este mecanismo. Por ejemplo, alguien que acaba de ingresar a la terapia puede parecer muy seguro de sí, <<muy armado>>. Hasta es probable que uno lo envidie, y que se diga: "Qué maravilla, si yo pudiera ser así". Después, durante la evolución del grupo, esa persona empieza a abrirse y a mostrar las partes más escondidas dentro de sí. Deja ver que está asustada, que cree que es fea y que ya no puede seguir soportando más frustraciones en su vida. Si hubiera continuado mostrándose como al principio, jamás podríamos haber sospechado todo lo que había por debajo de la superficie. Pero cuando alguien se quita la máscara, entonces podemos ver con más profundidad y distinguir su segundo nivel: su imagen negativa de sí mismo, su nivel de sufrimiento.
Aquellos de ustedes que estén haciendo cartas natales ya saben a qué me refiero. Generalmente, las máscaras que usa la gente son aquellas partes de su carta que les gusta más, y que no les molesta exhibir en público. Aunque no sea consciente de ello, una mujer puede estar muy bien dispuesta a mostrar al mundo su conjunción Luna - Neptuno, pero al mismo tiempo tratará de ocultar su Marte en cuadratura con Urano, que es más dominante y le causa más problemas. Nuestra máscara está hecha de los fragmentos de nuestra carta natal que estamos dispuestos a mostrar en cualquier ámbito o circunstancias. Pero para complicar aún más las cosas, no faltan entre nosotros quienes andan escondiendo lo mejor que tienen. Quizás nos les guste que una parte de ellos sea blanda o se emocione fácilmente, de modo que no muestran esa parte, ni la reconocen siquiera. Quizá hayan sido creados bajo la creencia de que si son demasiado <<buenos>>, la gente se aprovechará de ellos. Las partes que más nos gustan de nosotros son las que mostramos de buena gana al mundo, las que no nos gustan o las que no somos capaces de aceptar van a integrar la sombra o la imagen negativa del Sí mismo.

Muchas personas se resisten a la terapia o cualquier otra forma de mirar dentro de sí mismas porque tienen miedo de no ser capaces de enfrentarse con lo que hay de negativo en ellas. Incluso, cuando alguien ha aceptado ya el proceso terapéutico, es frecuente que se presenten resistencias cuando le toca mirar más en profundidad sus motivos y temores ocultos. El problema, sin embargo, reside en que para llegar al Sí mismo verdadero hay que despojarse de la máscara y enfrentarse con lo que ésta oculta.  Para tener la vivencia del Sí mismo verdadero o auténtico, hay que abrirse paso a través de los mandatos parentales y sociales que nos dicen <<cómo debemos ser>>. Para hacerlo hace falta cierto coraje: el coraje de ser quien se es. Contactar con el Sí mismo verdadero no significa que uno alcance un estado de permanente dicha o de beatitud; sino solo que es libre de vivir la vida con todos sus dolores y alegrías, sin ocultarse detrás de defensas ni fachadas rígidas. Ya hemos hablado cómo de niños, a menudo perdemos contacto con el Sí mismo verdadero para adaptarnos a lo que quieren de nosotros nuestros padres.
Como astrólogo, me encuentro con frecuencia en la situación de tener que <<dar permiso>> a alguien para que actualice en su vivir aquellas partes de su carta que no se anima a expresar porque le dan miedo. Muchas veces, las ha suprimido porque en su niñez o en el resto de su desarrollo nadie lo estimuló a ser de esa manera, o incluso porque no se lo permitieron. En todo caso, hacerles ver que está bien <<ser de esa manera>> es el primer paso que puede llevarlas a conectarse nuevamente con partes de sí mismas que han rechazado.

Oyente: Lo que usted está diciendo suena a aceptación de uno mismo.
Howard: Pues exactamente de eso se trata.
 Hay otras maneras de explicar los diferentes niveles de la psique. David Boadella habla de tres grandes divisiones: la máscara, el sufrimiento y la paz. El nivel más superficial de la psique es la máscara que todos llevamos, lo que presentamos al mundo, lo que dejamos ver a la gente. Con frecuencia, bajo la máscara ocultamos el sufrimiento. Generalmente procuramos ocultar las heridas y las frustraciones que hemos vivido. Pero por debajo del sufrimiento está la paz. Es el nivel más profundo de la psique: el puro ser, el silencio y la Entidad que subyace en todas las cosas, no importa lo que esté sucediendo.

Para alcanzar esa paz tenemos que atravesar el nivel del sufrimiento. Muchos, jamás encuentran la paz, porque no están dispuestos a mirar lo que está oculto dentro de ellos. No quieren pasar por la zona de sufrimiento, porque tienen miedo de quedarse desorientados.

Oyente: ¿Está señalando implícitamente que es mejor encontrar primero el Sí mismo verdadero antes de intentar elevarse hasta el Sí mismo Superior?
Howard: En general si. Algunas personas se limitan a llevar en su vida una máscara de paz: su imagen <<positiva pero falsa>> de sí mismas, es la imagen de que son seres iluminados y realizados, pero no han explorado su sufrimiento ni se han asomado a lo que Rowan llama la <<imagen negativa de sí mismos>>. Jamás han profundizado en su propia psique. Por debajo de su máscara de espiritualidad están al acecho impulsos, presiones y complejos sin resolver.

Oyente: Entonces, lo que usted da a entender es que uno puede volcarse a la espiritualidad en el intento de evitar enfrentarse con el sufrimiento y el dolor.
Howard: Puede ser así. Hace unas semanas di una conferencia sobre astrología en una organización dedicada a los estudios espirituales. Como resultado de la charla, varias personas del grupo me pidieron lecturas y me quedé sorprendido por lo dolorosas y difíciles que habían sido sus vidas, y la cantidad de cólera y depresión no resueltas que - pese a toda su espiritualidad - aún seguía bullendo en ellas bajo la superficie. No tenían ningún contacto con su cuerpo. Hay gente que se vuelca a la espiritualidad como una manera de evitar el sufrimiento. Tienen miedo de su cólera, y buscan las maneras posibles de trascender esas emociones.
Hay personas que en nombre de la espiritualidad reprimen lo que a su entender es negativo en ellas. Pero yo no creo que podamos trascender ni transformar nada que estemos negando. Hay una línea muy tenue entre negar y reprimir. Uno puede reprimir algo y creer que lo ha dominado, pero, ¿cómo se puede dominar algo que se ha reprimido, o cuya existencia se ha negado?. Es necesario aceptar el dolor, la cólera, la depresión, la frustración y el cuerpo mismo. Son parte de la vida, y antes de poder transformarlos o trascenderlos es necesario explorarlos y aceptarlos.
En su libro No Boundary (Sin Fronteras), Kevin Wilber subraya un punto importante, a saber, la forma en que la civilización occidental escinde el cielo y el infierno. Tendemos a ver el cielo como el lugar donde residen todos los términos positivos de los pares de opuestos. Es allí donde está el bien, no el mal; la luz, no la oscuridad; el amor, no el odio. Y en el infierno vemos el lugar donde existen las partes negativas de esas polaridades. Wilber dice que es un error definir el cielo como el lugar donde están solamente las mitades positivas de esas oposiciones; él lo define, mas bien, como el lugar donde quedan trascendidos todos los opuestos.
No se puede tener lo bueno sin lo malo, lo luminoso sin lo oscuro, ni el amor sin el odio. Son polaridades que van de la mano y se definen la una a la otra. Al aceptar ambos lados, es posible dejar de estar atrapados en la red de la dualidad. Si uno piensa que es totalmente bueno, suprime lo que considera malo en sí mismo. Si cree que es totalmente malo está negando lo que tiene de bueno. Pero si pudiéramos aceptar que tenemos tanto lo malo como lo bueno (el amor y el odio), entonces no seríamos ni la una cosa ni la otra, sino alguien que integra a ambas. De esta manera, nuestro centro de identidad y de consciencia se desplazaría a un lugar superior, o más amplio, que trasciende la dualidad.

John Rowan analiza el concepto hegeliano de Dios como trinidad. <<Dios como el uno es positivo>>, todo amor, <<Dios como el otro>> representa el dolor, el sufrimiento y la negatividad. <<Dios como el tercero>> reconcilia al uno con el otro. Les daré un ejemplo muy simple. A uno le sucede algo negativo, y sin embargo, a causa de esa experiencia, llega a tener cierto conocimiento o entendimiento que quizá no habría alcanzado de otra manera. Si tal es el caso, ¿cómo uno puede seguir diciendo que esa experiencia fue mala, cuando lo que produjo fue positivo? Esta es una de las maneras en que se reconcilian los opuestos.
En la mitología, Poseidón (Neptuno) era dueño de un hermoso palacio de oro en el fondo del mar, pero ávido de posesiones mundanas, salió a disputar con Zéus y otras deidades el poder temporal y la propiedad de la tierra. Sin embargo, sus batallas por posesiones mundanas eran batallas perdidas. Se imaginaba toda clase de objetos y lugares que satisfarían sus ansias de completud, pero jamás los conseguía. Colérico y decepcionado, volvía a refugiarse en la profundidad del mar, y a redescubrir su basto palacio de oro, que nadie le disputó jamás. En la casa donde se encuentra Neptuno puede que busquemos en las cosas externas nuestra totalidad perdida. Pero sólo si miramos hacia dentro podremos encontrar la realización que buscamos.
Si uno se considera inadecuado, tiende a buscar desesperadamente personas que lo amen, sin embargo, aunque centenares de personas le jurasen amor eterno, todavía no se sentiría digno de él. Probablemente sea necesario indagar en los primeros años de vida para descubrir y elaborar lo que nos hizo sentir por primera vez indignos de ser amados.
En última instancia, todos necesitamos encontrar el amor que viene de adentro en vez de tratar de importarlo de afuera. Las personas que nos aman pueden ayudarnos a que nos amemos, pero si no hay, para empezar, un sentimiento lo suficiente sano de amor por nosotros mismos, es difícil que creamos que alguien nos ame de verdad.
En términos astrológicos, estamos hablando de emplazamientos tales como, Saturno en Aries, en Cáncer, Leo o Capricornio, o Saturno en las casas primera, cuarta, quinta o décima, o Saturno en aspecto difícil con el Sol o con la Luna.