lunes, 25 de febrero de 2013

Pedro Miguel Lamet

Pedro Miguel Lamet tiene su blog en:   

http://blogs.21rs.es/lamet/mis-poemas/
DE LA BOCA ASOMBROSA DE LA NADA
De la boca asombrosa de la nada, 
que era el eco de un Alguien 
en busca de su espejo 
había estallado el mundo 
como un cuadro. Ni pincel ni color. 
Algodones de nubes poblaron el azul 
y un perfil encrestado de montañas 
se alzaba sin un nombre, una voz, un destino, 
la entrañable mirada que los llegara a ser 
definitivamente. 
Las frutas aliviaban el verde de los árboles 
rezumándose inútiles 
en espera de labios, 
y el mar, desde las rocas 
a nadie había amado aún. 
Dios silbaba en las ramas de los chopos 
arias de solitario 
y reía, escurriendo silencios, 
en el nadar incierto de los peces. 
0 era un trino de 
pájaros no oídos 
o sorpresa ausentada de la nieve, 
o brisa juguetona por los pétalos 
que nunca nadie olió como a perfume. 
Todo el mundo era un huérfano 
carente de palabra. 
Huían los caminos sin sentirse caminos. 
Soñaba la madera con 
transformarse en silla, en porche, 
en la mesa redonda con un jarro de flores 
que mira a la ventana, 
o en el arca con sombra 
por cobijar al lino, 
que aún pendía, 
añorando el calor de una piel, 
del frágil ser del tallo. 
Era el mundo un edén 
sin el temblor de un dueño, 
un bosque sin pisadas, 
el hueco de un vacío sin tan siquiera el verbo 
soledad, 
brillante alumbramiento 
para nadie. 
El Creador se asomaba 
acodado en el marco 
y, después de un suspiro, se decía: 
«Es hermoso el retrato, mas le falta 
el brillo de los ojos». 
Caía todo el ser en búsqueda del tiempo. 
Moría en sí el espacio 
perdido en el deseo de alcanzar 
su conciencia. « ¡Qué sola —dijo Dios 
es la pura belleza! » 
«Vengamos de algún modo 
a gozar de la sombra de los robles 
en las tardes de sol 
y a dejar, con el paso, una forma de huella 
en la arena mojada de las playas; 
a engendrar con las piedras los hogares 
y a poblar a la noche 
de canciones. 
Que el jilguero se adorne con la risa 
y el haya se haga cuna 
y la rosa, recuerdo de la ausencia. 
Inclinose el Creador, 
miró su Ser 
copiándose en la paz de las aguas. 
Cogió en su mano tierra 
y sopló hacia aquel mundo 
sus sueños infinitos. 
Cuando Adán despertó, 
un azul transparente vibró en la savia oculta 
de las cosas. 
Ascendió a la montaña, 
se deslizó en la ola 
y en el nervio secreto de los árboles. 
Un pedazo de El se paseaba nombrando al universo. 
Había amanecido. 
«Ya tenemos espejo», 
exclamó el Hacedor 
sentado en su tertulia trinitaria. 
«Que sepa el hombre ahora 
del gozo de mirarse 
prolongado.» 
Y tomando su forma, dejó surgir 
lo otro a la medida misma 
de su sueño. «Serás como la loma 
redondamente tibia 
o la orilla de mar y el pecho reluciente 
de paloma. Serás ella, 
para que Adán se abra al abismo del tú, 
su mitad mejorada 
y sepa al contemplar sus ausencias.» 
Eva abrió las pestañas 
igual que la obertura de una gran sinfonía. 
Y Adán supo que el mar, la lluvia entre la hierba y el rugido 
del viento, tendrían para siempre 
un deje de infinito. 
Besó una mano a Eva 
rompiendo con su beso el límite sabido 
de las cosas. 
«Ya sé, Señor, que soy.» 
En el umbral ardiente de su abrazo 
sembraba ya su herencia, 
el mundo iluminado. 
Una sombra le urgía: 
«Ve a poseerlo». 
Y otra íntima voz: 
«Sé solo, sé, y contémplalo.»

*******


LA LÁGRIMA DEL CARPINTERO

Cuando la oscura noche se encendía
con el fulgor de plata de la luna
José encontró un pesebre como cuna
y abrigo en un rincón para María.
«Me iré por leña, se dijo, que la fría
soledad de esta cueva tan ayuna
se vuelva más caliente con alguna
rama de olivo mientras apunta el día».
Y al regresar de pronto vio una lumbre
que incendiaba por dentro aquella cueva.
Por su rostro rodó la buena nueva
en forma de una lágrima encendida,
atónito al mirar la dulcedumbre
que es ver nacer la causa de la vida.



*******
ESE MURMULLO TENUE DE LAS COSAS
 
Si no nacemos de nuevo con el verso,
hueco es el verso.
Ese murmullo tenue de las cosas
mojado está de música,
alegría: campos de soledad,
marinas del espíritu, acuarelas.
¿No vendrás hacia mí, hermana brisa,
como antaño, a escucharme
gritándole al futuro?
Una vieja y oscura gaviota
es el recuerdo de lo antiguo.
Sueño.



SABERTE

Dame, Señor, la sencillez de espíritu,
la del alma dormida en su silencio,
abierta a todo con grandes ojos niños.
No quiero ya mi voz. Ni mi palabra llena.
Me aburre estar conmigo, tan atento,
seguro de una luz sin Ti perdida.
Así impotente, sólo, casa hueca,
va a colmarse tu voz de resonancias
familiarmente puras y serenas.
Dame, Señor, el abandono firme
ante el futuro ignoto y tu aventura
soñada tantas veces en secreto.
Estoy contigo. Piensa cuanto quieras
para hacerme sufrir o para verte.
Bien sé que lo prepara tu ternura.
Hazme a diario un pobre sorprendido
de cada hoja, de cada mano abierta,
tendida a la penumbra de mí mismo.
Viviré así este miedo más alegre,
con un verbo, no más, entre mis labios:
Saberte junto a mí, Jesús… saberte.


CONFESION DEL VIAJERO

No he nacido, Señor, para esta tierra.
El dolor de la noche me sostiene.
Un verso, una mirada, un mar lejano
me llevan y me traen sus canciones.
Todo entibia la luz por los caminos.
y hace posada de amor. Huyen las voces
que fueron palanquines de la vida.
Pero el nervio y la brisa enamorados
al paso de Jesús, las otras noches
que el Padre prometiera en cada esquina
están sólo detrás de aquellos campos,
sólo en la sombra oculta de los bosques
y en el claro de luna que me mira.
Detrás del sufrimiento ya me esperas,
lo sé porque lo gritas de alegría
cuando el sol, colorado, se desnuda
tras lejanas montañas que conoces.
No he nacido, Señor, para la brisa
que va y me deja después de cautivarme,
ni el vaso en la garganta con su frío
desándame el calor de los atroces
llantos de mis hermanos doloridos.
Esta casa, Señor, ya no es la mía.


ÁVILA OSCURA
A Jacinto Herrero

Una calle empinada hacia la noche,
la luz de un reverbero en la tiniebla.
En la lluvia el álamo desnudo.
Una sombra que huye entre las piedras…
y su historia, su mano temblorosa
que, entre verjas y ojivas,
urde ausencias.
El tocado que oculta a la sonrisa,
la puerta de hondo arco
que despierta
todo un dentro de luz para el que anda
camino de sí mismo, enajenado…
Una austera
palabra que cruza entre los ojos,
un despunte de templo y fortaleza,
la gran empuñadura de un guerrero
hasta el pomo clavada en la meseta.
El rastro y el estarse, la arruga y la tersura,
el tiempo que se sienta;
un recado de amor, un tiemblo de Teresa:
Ay, Ávila, la casa o la posada
de quien pasando queda.


VOY DE VIAJE

Te tengo entre las manos y el volante.
¿Me llevas o te llevo hacia la noche?
Rumores de motor, cruzar de árboles,
un valle de crepúsculos al fondo
que fue y no es, que viene y que se queda.
¡Ay rincón, ay pedazo de tierra y casa blanca
al recodo del mar, donde dejarse!
Cada lago en la orilla se me escapa.
Azulverde, el paisaje más querido
se esfuma en los cristales de la tarde.
Hay familias que charlan en un porche
y ventanas con luz a media música,
y parejas de amor colgándose del aire.
¿He de prender los faros en la curva?
Un mordisco de cielo entre las nubes
me vuelve a Ti, perdido en un instante.
Me has atado a la rueda y al camino.
Todo lo tengo en Ti. De mí no sabe nadie.
Hoy el amor a «más» calienta las tinieblas.
Acelero en la noche. ¿A dónde vamos?
Yo no lo sé, mi Amor…. voy de viaje.


LA ESPALDA

Atrás queda el color, la luz,
el miedo, el amor, el sobresalto.
Atrás, un recuerdo a perfume
con que se van marchando
desde el frasco de esencias
las gotas de la vida:
el atrás es la espalda.
Pero no se ha ido
cuanto
queda a tu espalda.
Lo vives
sobre ella,
igual que una llanura
labrada día a día
bajo el sol de un deseo
o las horas de cueva
de la noche.
Tiene ojos la espalda
para copiar la imagen
del pasado
y hacerlo tan presente
que pesa,
costal de lo vivido,
o aligera el andar
porque ha besado, ya sabes,
aquel aire
tus espaldas.
Toca Dios aquel valle
como toca tu espalda,
una tierra que surca un solo río,
madre de nervios afluentes
y desierto nevado
de frías soledades.
Vino a cruzarla amor
con sabio desmadeje
o aprendió paso a paso
a arquearse al trasiego
en la cátedra lívida
de la hoz, del arado.
¡Ay espaldas de hombre,
tierra ausente
a saltos de codicia!
¡Ay espaldas de sangre
que rehúyen por siempre
el arduo peso
del sol y el dedo de la luna!
¡Ay espaldas de ausencia
horma triste del ser
vacío
entre las sábanas..
El día en que naciera
el folio en blanco niño, mendigaba
pedazos de palabra…,
y al final tan escrita
que sus letras son tiempo,
frases hechas no dichas,
un libro de poemas que muere
sin lector
y un reguero de notas,
que vibran sólo al margen.
¿Dónde vive el poeta
que en un rito de amor
no ya declamatorio,
sepa a gusto leer
la ancha estrofa horizonte
de una espalda?
Al tocar en la tierra
en su descanso,
¿quién recoge
el terror, su incólume blandura,
el visillo que vuela,
la butaca que deja,
la carrera continua
con que huye del mundo
el envés de mi cuerpo,
la autora de la sombra,
la inaprehensible espalda?
Tan sólo será ella,
si dos manos eternas
reciben su orfandad.
Que uno solo no sabe,
nunca supo
lo que siente una espalda.



LAS MANOS

Cuando dejo las manos
sobre el blanco mantel,
pienso que son las manos
del océano,
que acarician a Dios,
o las de un sol, aliviado por la brisa
en las landas de arena
del desierto,
o en un oscuro bosque, donde habita
macilento
el corazón de rosa y de manzana
que añora toda mano.
Cuando miro mis palmas,
sus surcos se me escapan
más allá de los dedos.
Se me antojan caminos
que nadie hubiera hoyado
de una isla lejana
o señales de ausencia
del que anda en muñones
porque le faltan estas,
aquellas u otras manos.
Cuando siento que ahuyentan
los gestos de retórica
al coger una flor
o al tocar temblorosas
un tejido, midiendo oscuridades
y suplicando fuego,
alguien podría jurar
que ya no son sus manos,
sino las manos libres del amor,
sin nombre ni apellido.
Cuando pulsan el aire
o se deslizan
surcando con la pluma la cuartilla,
van pendientes del aire
que aprisionan,
son señoras del alma,
las secretas y alegres cancerberas
de un misterio
que el cosmos reveló
un día en que soltara libremente
al vuelo las palomas.
Cuando dejan
su peso sin el peso
de sí mismas
sobre un hombro, o alientan la cabeza
torturada,
o siguen con temblor
el iter bien marcado de una arruga,
o estrechan otra mano
recogedoramente,
son las manos de Dios
y del paisaje.
No es extraño, Señor,
que a un tacto solo
del pan
naciera el sacramento:
manos consagradoras del arado,
la jarra, la maceta,
el percal, los faroles…
Manos para llorar
y estarse inmóviles,
manos para rezar después de haber
cantado,
o para así adorar
después de haber escrito
en un cuerpo su amor:
perennemente abiertas,
pequeñamente hundidas
en el mar infinito de otras manos.


EL VISILLO

Para filtrar el alma han colgado el visillo
que deja al sol pasar y oculta la mirada
inundando la estancia de claridad lechosa.
Los contornos son tibios, los colores, fraternos
y la vieja madera se arrebola y se aniña.
Un mundo de pisadas se adivina en la acera,
cuando, ya atardecido, se barrunta la vida
desde el andar sin rumbo de la cansada calle.
¡Oh, si al pasar de pronto, una mano corriera
el sutil cortinaje y el hogar fuera entero
del pobre, del perdido, del triste caminante!
Pero el visillo tiende la frontera terrible:
un abismo insondable entre el dentro y el fuera.



A UNA LETRA

Cuando escribes, tu letra se parece a tu calma
al colgar la ternura de la mórbida erre
y al achicar los nombres hasta el mismo tamaño
de la voz de retoño con que pides, preguntas.
Es tu letra un riachuelo, peregrino de mares,
un manantial que brota sin pedirte permiso
de un oculto venero con verdades antiguas.
Son amigas del orden tus graves consonantes
y la vocal te nace con olor a violeta.
Se desparrama un mundo en tus eses finales
y todo se hace limpio cuando escribes un punto.
Déjame que acurruque mi dolor en tu letra
y que, subido al cuenco de la uve graciosa,
escudriñe el misterio de esas olas marinas
con que las emes caen rendidas en la arena.
¡Qué mimado misterio ocultan tus palabras,
esas flores azules de tu tinta secreta!



SE IBAN LOS GALEONES

Se iban los galeones
mirando al puerto
sus velas se esfumaban
del horizonte.
Y la torres de Cádiz
tristes lloraban
como blancos pañuelos
de novia ausente.
Volvían los galeones
llenos de vuelo,
con las blancas ausencias
al sol naciente.
Y ultramar, en el oro
de sus bodegas,
brillaba en los deseos
de los valientes.
Pero aquel marinero
que te quería
y te besó en la popa
de aquel velero,
se olvidó de tu risa
y de tu pañuelo.



TE HE NOMBRADO, TE HE DICHO

Te he nombrado, te he dicho:
Dios, Padre, Hermano, Amigo,
presencia omnipresente,
creador, vacío, noche,
trinidad o misterio,
Dios que todo lo abarca,
herida y plenitud.
Te he nombrado, te he dicho.
Más debí haber callado
y hundido en un silencio
decirte solo: ¡Oh Mar!


NO ME DEIS A LA TIERRA

No me deis a la tierra
cuando muera.
Voy cansado del peso
de pisar y pisar.
Cargo dentro un talego
de veredas y lágrimas,
con árboles y montes,
de porches imposibles
y ladrillos quejosos
que amontona la vida.
Tengo un mundo en los ojos
que nunca he de alcanzar.
Cuando muera, llevadme
donde el sol es más fuego,
el que me vio nacer.
Y en la limpia bahía
de un Cádiz milenario
entregad mis cenizas
como el mar a la Mar.


NOSTALGIA DE CADIZ

Besada por la luz, entraña clara
con que mira hacia el mar la bailarina
vestida de sus olas, capitana
desde el puente del sol de la bahía.
Estadillo de cal en la que danzan
las palmeras y el viento que te admiran,
cantándote alegrías gaditanas
desde el Puerto a la Torre de Tavira.
¿Quién dejó para siempre tu sonrisa
en pos de otros menires y otras tierras?
¿Quién se olvidó del alma de tu brisa
para dejarte sola en tu tristeza?
Desterrado del mar y de tu calma,
pone rumbo hacia ti la barca mía.
Hoy te añora mi verso en lejanía,
Cádiz que no se borra de mi alma.


A JUAN XXIII

Con tono llano y faz de campesino,
como un abuelo que parte su ternura
en la mesa camilla y se apresura
a devolver humano todo lo divino,
y cual pastor sentado en el camino,
que observa desde lejos la premura
de un pueblo que desea esa hermosura
que es escanciar un vaso de buen vino,
te sentaste en la plaza con la gente
y sin más ceremonia, como hermano,
abriste las ventanas de la mente,
devolviste a los pobres la alegría,
a este mundo la fe del buen cristiano
y a tu Iglesia un sabor a profecía.


SONETO DE MARÍA AL DAR SU
PRIMER BESO AL NIÑO JESÚS

Cuando al tocarte hoy por vez primera
vi en tu carne temblar el infinito,
todo el cosmos lloraba con tu grito
y todo el mar rozaba mi ribera.
Cuando al cantar mi nana prisionera
de este tiempo que nace ya marchito
te arropé en el pesebre, tu bendito
mirar desheló el frío en primavera.
Pero al chocar mis labios con tu frente
transparencia de Dios, flor de la sierra,
en la cárcel saltó de gozo el preso
y el pobre se hizo rico de repente.
Un milagro de luz nació del beso
y un chasquido de amor quemó la tierra.


EN LA MUERTE DE
PEDRO ARRUPE

No te mató el fusil ni la locura
de quien a sangre mata con la aurora,
ni tuviste el martirio con que llora
quien sufre ese terror de la tortura.
Tu cuerpo se apagó con la dulzura
de un velero de amor, como la prora
que reclama el crepúsculo a su hora
cuando el mar lo desea en su hermosura.
Te mató tu verdad apasionada,
la luz con que intuías el futuro
Te mató tu sonrisa enamorada
y el fuego que en Hiróshima se inicia.
por liberar al hombre de su apuro
desde esa fe que pide la justicia.


MEDITACION ANTE EL LAGO

Serena y limpia el agua de la tarde
copiaba azul los surcos de mi alma
y el lago reflejaba el sol en calma
al dar su gota última de sangre.
Y al abrirse a la noche que se transe
de una brisa tan pura, me reclama
morirme yo contigo en esa llama
que es el amor que vive y se reparte
en cada brizna de tí adormecido,
en cada beso, en cada pensamiento
con que te mueres y retornas vivo
en limpio amanecer. Dame el sosiego
de estar en paz en medio de los vientos,
oh Dios, al dar mi último suspiro.


TRES SONETOS ANDALUCES

A UNA PALMERA

Tienes alma de niña, tronco fuerte,
grácil copa de un verde apasionado
que hasta el desierto trae el dulce prado
con que sueña el viajero sólo al verte.
Acunas en tu ser el aire inerte
en que descansa el tiempo y el arado,
una copla, un quejido entrecortado
del beduino que llora por tenerte.
Como un mar se adivina entre tus ramas,
o un temblor en tus hojas y su llanto.
y un oasis de paz brota del canto
de esa mora que danza prisionera
de tu reír. De pronto me reclamas
todo el sueño del Sur, vieja palmera.


A UN POZO

Del patio en el rincón ríe en blancura,
con su promesa de agua limpia y clara
adornos de geranios en la cara
y un río de secretos en su hondura,
aquel pozo que vi una tarde pura
soñar en su brocal la luz que amara
un poeta ya muerto que cantara
al regalo sin par de su frescura.
Cuando cansado y triste de la brega
junto al pozo me siento alicaído
en la noche reclino el pensamiento,
mientras una guitarra da un quejido
y su alma profunda se me entrega
en un claro de luna que trae el viento.


A UN BOTIJO

Sobre el alféizar en su dulce espera
el botijo contiene la alegría
desde un frío de dentro, y desafía
el calor sofocante del afuera.
La humildad de su barro, carcelera
de un agua cantadora en que confía
el pobre campesino en su agonía,
es un lujo de fuente, que libera
su garganta reseca en el trabajo.
Y al llegar a su casa y con su pena,
a la sombra, posado en la alacena
lo descubre feliz, suelta el alijo
y bebe a chorro igual que un agasajo
el alma refrescante del botijo.
Conil (Cádiz), agosto, 2005.


SIN ESE HUECO

Sin ese hueco que me deja el viento detrás del viento,
sin esa bruma que en tus bellos ojos
al mirar ocultan como un invierno de árboles desnudos
y el campo triste que al pasar es cielo
ya sin nubes… y el niño
que aún llevamos de la mano
tembloroso,
me he sentado al borde del camino.
Las lágrimas de todas las cascadas
se detienen aquí
en este sobrepeso de estrellas
cuando contemplar es igual al bendito silencio
que no conturba el mundo
con muñones de palabras.
El viejo del bar sigue apoyado
con la barbilla en el bastón
y el basurero recoge hojas
para hurtar pedazos al otoño.
¿qué otoño?
Y el verso vuela buscándote otra vez,
quizás tan puro como cuando solo era
un pasadizo adolescente y tierno
por la brisa y la ola de lo inasible
en cuesta abajo de libre bicicleta
enamorada.
Están más duras las venas quizás
pero la savia recorre el universo
en un instante
y besa reclinada la presencia.
Sin ese hueco que detrás del ego
pide más
sólo sería un perro vagabundo,
una inútil torrentera,
una barca perdida en alta mar,
la cabriola de un cansancio
y un trozo de nada separado
de la hogaza;
sería un coleccionista de paisajes
inútiles
un beduino en el desierto del éter
cruzado de respuestas idiotas
como voces hueras de teléfonos móviles.
Pero después de sangrar y reír,
de alimentar la vida de miradas
y gestos,
y el llanto que te abraza
y la boca que pisa la elocuencia,
sólo seré joven, y poeta, transparente,
si me queda ese hueco.
Detrás arde una tormenta negra,
una madre pide leche para su criatura
y un carro de combate vuela
en pedazos de labrantío y risas
de muchachas vestidas de domingo.
Vivir es ir de despedida,
perder abrazos y descorchar silencios
de los que sólo quedan los cromos desvaídos
de un tiempo a trazos, la acuarela borrosa
que dejan diluyéndose
los filmes, los veranos ya escurridos
las fotos de los muertos.
Voy a perderlo todo. Me marcharé desnudo
como vine, igual que el humo que deja
tras de sí un tren en el paisaje,
o la huella blanca del pañuelo de andén:
adiós, adiós, ¿cual era su mirada?
Como hoguera, arrecife, marina, primavera
detrás con su vacío, detrás con penumbra
detrás, detrás, detrás ,
sin límite, encendido, caverna de una lumbre,
siempre, siempre
me quedará este hueco.


FUGACIDAD

Todo queda colgado en un instante
al besarme en la frente esa sonrisa
con que al pasar me rozas con tu brisa
y me dejas prendido y vacilante,
como una flor sin agua o un amante
que corre, huye, se esfuma tan deprisa
cual la estela suave e imprecisa
que un perfume te deja suplicante.
¿Quién soy yo? ¿Cuánto duro, qué presumo
al llorar, escribir y diluirme
en este andarme a solas por el prado?
¿Acabo de llegar o estoy por irme?
¿Seré como Quevedo solo humo?
“Polvo serán, más polvo enamorado”.

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