lunes, 18 de febrero de 2013

Marilina Rébora


Marilina Rébora Aguirre nació en enero de 1919 en Buenos Aires, (Argentina). Hija de Juan Carlos Rébora (jurisconsulto sobresaliente, Presidente de la Universidad de La Plata, Vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, Embajador de la República Argentina en Francia) y de María Celina Aguirre. 
Marilina estudió dibujo y pintura. Paralelamente desarrolló su carrera literaria. Sus primeros poemas datan de 1936, 1937. Se relacionó desde niña con importantes representantes de las letras.


Sus obras: Los Días de los Días (1969), Libro de Estampas (1972), El Río Azul (1975), Tiempos de la Vida (1975), Las Confidencias (1978), Animalerías (1980), El Lagarto estaba harto (1986), No me llames poeta (2001).
Colaboró en el diario “La Prensa” de Buenos Aires. Falleció en Buenos Aires el 19 de septiembre de 1999 a la edad de 80 años.


A LA MUERTE

I
Muerte, 
fatal término, ausencia por siempre. 
Sólo el campo yermo que nos recibe, 
de su tierra, nuevo abono.
Nunca más la fragancia de la brizna de hierba 
ni el arder de encendidos leños; 
tampoco la fina llovizna de la ola rompiente 
en el rostro de frescura ávido.

II
«Era nuestra madre», dirán después los hijos 
con ternura en los ojos. 
El dolor de la ausencia, olvidados objetos 
mañana joyas auténticas. 
«Ella decía...», repetirán las frases 
antes molestas 
a causa de desgano 
o ansias de silencio 
o sueños de libertad. 
Sílabas musicales enhebrarán palabras en recuerdos imperiosos, 
desesperación de volver a vivir en el tiempo... 
Tarda respuesta a un canto de amor.
«¿Recuerdas aquel gesto? 
»¿Y su sonrisa triste? 
»¿Y su pensamiento fijo en nosotros? 
»¿Sus manos, suavidad de alas rozando nuestros rostros? 
»¿El paso quedo junto a nuestro lecho en la alta noche 
y el murmullo de plegaria para encomendarnos a Dios?»

III
Poco a poco el ausente 
más lejos cada vez en el recuerdo 
—que alguien siempre lo reemplaza—; 
sus cosas van perdiendo la fragancia que de él se desprendía, 
impregnándolas; 
la manera de inclinarlas no es la misma 
y en el tiempo 
va cambiándoselas de sitio. 
Cada día su nombre acude menos al labio. 
Las lágrimas en manantial ya no brotan; 
tan sólo de a una 
que se enjuga furtiva. 
Hasta que todas secan 
agotada la fuente de dolor. 
Un velo cubre entonces la imagen en la retina, 
la maleza oculta la antes nítida figura en todo paisaje, 
visten los ambientes colores de seres distintos 
que distraen, 
va el alma tras vivencias nuevas. 
Y un día 
se llora el olvido.
(Tú, Muerte tan temida, 
sólo eres un pretexto: 
el olvido es más cruel que tu guadaña.)



DIÁLOGO CON DIOS


Ya no sé qué decirte, Señor: lo he dicho todo; 
mis lamentos se apagan en el labio callado, 
no doy con la manera, ni acierto con el modo 
de dirigirme a Ti como en tiempo pasado.
No puedo ni rezar, las palabras no encuentro 
de aquellas viejas preces de los años de infancia; 
me ahoga como un algo que se enraíza adentro 
y me torna impotente para expresar mi ansia.
Mas se opera el prodigio: sin rezo ni plegaria 
me dirijo al Señor lo más sencillamente. 
Le cuento que estoy triste, que estoy sola Le digo, 
que no tengo en la vida la fuerza necesaria 
y Le oigo a mi lado contestar dulcemente: 
—Con sólo el corazón se conversa Conmigo!



EL CRISTO DE DALÍ
Siempre desde abajo pudimos mirarle 
y aun de nuestra altura miramos a Cristo, 
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle 
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.
Pero así el artista consiguió pintarle, 
en tremendo escorzo con genio imprevisto, 
mirando de arriba, y supo evocarle 
de terreno ambiente al fin desprovisto.
Brazos y cabeza en un primer plano 
provocan sorpresa por su recio encuadre 
y el extraordinario grandor del proyecto. 
El cuerpo en su fuga termina lejano, 
el estar arriba nos acerca al Padre 
y de arriba vemos el terrible aspecto.



SER CONTIGO, SEÑOR...

He querido querer, Señor, y no he podido, 
tal vez habré pecado por débil o indecisa, 
mas lo que sé de cierto es el deber cumplido 
y que a tu Ley por siempre me mantuve sumisa.
He querido morir, Señor, pero he vivido; 
harto pausadamente sin darme a loca prisa, 
pensando en los que estaban y en los que habían partido, 
como alguien que —de todos los que quiere— precisa.
Desde hoy en adelante, estar Contigo quiero; 
amando u olvidada, viviendo o en la muerte, 
es mi única añoranza lo que a todo prefiero:
ser Contigo, Señor, y conservarme fuerte, 
para que en el instante de mi postrer segundo 
me lleves amoroso al verdadero mundo.


LA HORMIGA

Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
colúmpiase oscilante sin impedir que siga.
Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.
¿Cómo sigue su rumbo el portentoso insecto,
conociendo infalible la dirección que toma?
¿Qué indicios lo conducen por previsto trayecto
y alcanzar sin perderse el lugar donde vive?
¿Será acaso la brisa? ¿O tal vez el aroma?
¿Quizá la propia tierra por su altura o declive?
¿Cuál será la conciencia de un obrar tan perfecto?



DIOS EXISTE

Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
en soledad infinita para estar más acorde.
De improviso resuena el son de un benteveo
con tono tan alegre que regocija el alma,
y es tal la donosura de su simple gorjeo
que sonrío, infantil, renacida la calma.
Y digo: Dios existe; es El quien me conversa
como a niña medrosa perdida en la espesura,
para que no me queje sintiéndome en olvido.
La breve melodía, al viento se dispersa.
Y me quedo pensando por tierna conjetura:
¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?




Confianza en la providencia de Dios


No os acongojéis por falta de comida
y menos todavía por lo que el cuerpo cubre,
ya que más que el comer vale la propia vida
y más aún el cuerpo que lo que lo recubre.
Mirad las azucenas, no hilan pero crecen
y nadie se ha ataviado como ellas hasta ahora;
si Dios así las viste y de nada adolecen,
qué no os dará a vosotros cuando llegue la hora.
Son las gentes del mundo las que corren en pos
de tantas de estas cosas que el mundo les procura,
mas sabe vuestro Padre lo que habéis menester.
Buscad primero entrar en el reino de Dios
para que a Su Presencia podáis comparecer
y todo lo demás tendréis de añadidura.


NO ME LLAMES POETA 

No me llames poeta -un nombre con laurel- 
porque mi voz apenas para cantar acierta;
acaso suavizada por amorosa miel,
tal vez unos acentos armoniosos concierta.
Puede sí que me escurra por el alto dintel 
hacia regiones mágicas tras mi azulada puerta, 
o que salve los mares en barco de papel
para poblar de trinos la comarca desierta.
Mi voz no fuera el tono para belleza tanta
ni tienen mis adentros un germen de tal genio,
el prodigio se opera por la fe simplemente,
lo mismo que madura la minúscula planta
a los rayos del sol, milagroso convenio
de la abeja y la flor, del ave con la fuente.



MAR DE VIDRIO (Apocalipsis)

Dijiste: "Mar de vidrio", Señor, y es lo que quiero;
un mar que te refleje en toda tu grandeza,
por sobre el cual camines -tu lámpara, el lucero-
para ver, al trasluz, del mundo la tristeza.
Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel
ni resquebrajaduras, sólo un único trozo,
en cuya superficie se reproduzca fiel
el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo.
Y el mar tuyo, Señor, ése al que te refieres,
¿tendrá, al igual que el nuestro, arenas, caracoles?
¿Ondularáse en olas, si es así que lo quieres?
¿Revolarán gaviotas por verse en sus espejos?
¿Dormirá en él un sol o acaso muchos soles,
también vidrio sus crestas, de coral, con reflejos?
Apocalipsis
4, 6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal...
15, 2 Y vi así como un mar de vidrio mezclado con fuego...


 SAN JUAN BAUTISTA

A bautizarse acuden las gentes al Jordán. 
Preguntaban algunos: —¿Y qué haremos nosotros? 
—Quien tiene dos vestidos, respondíales Juan, 
dé uno al que no tenga. Y preguntaban otros
(esta vez publicanos): —Y nosotros ¿qué haremos? 
—No exigir más, decíales, de lo que está ordenado. 
—Y a nosotros, Maestro, dinos cómo obraremos— 
en nombre de los suyos, le requería un soldado.
—No hagáis nunca extorsiones, contentaos con el sueldo. 
Yo os bautizo con agua; mas Otro ha de venir, 
que ya está entre vosotros aunque no Lo hayáis visto, 
que con fuego bautiza. El usará del bieldo 
para limpiar la era de acuerdo a lo previsto: 
el trigo irá al granero, la paja a consumir.


  A MI HIJO

Alguien dijo que recuerdas 
un niñito de Murillo, 
y en verdad que lo pareces 
por tu gracia y por tus rizos. 
Tienes cabellos castaños, 
ensortijados y finos 
con algo de oro en las sienes, 
como si fuera rocío. 
La tez pálida y morena, 
negros ojos expresivos 
que miran llenos de asombro, 
como miran los del niño. 
Estabas con tus juguetes, 
de pie sobre el ancho piso, 
cuando te vi de repente 
junto al blanco corderillo; 
y al mismo tiempo la imagen 
que tuviera en el olvido 
apareció viva y fuerte, 
tan clara como un prodigio. 
Sin perder un solo instante, 
entré de un salto al recinto 
y trepando como pude 
saqué el Cristo de su sitio, 
colocándolo a tu lado 
según era mi designio. 
Y después, en un arranque 
de ternura y de cariño, 
orgullosa más que nunca 
de mi hijo y de mi niño, 
exclamé dándote un beso 
en ese rostro tan lindo: 
«¡Eres el San Juan Bautista 
más delicioso que he visto!»



  LA MARIPOSA

Al pasar por la calle, cae una mariposa.
Revolando insegura se pierde entre la gente,
tornadizo vilano o pétalo de rosa,
burbuja de jabón, pajarita luciente.
Tras ella acude el alma, como ella, temerosa
de que tanto ajetreo le cause un accidente,
hasta que en tenue aleo detiénese y se posa
al borde de la acera, sin resguardo, imprudente.
Nadie ha visto la escena ni seguido la pista
del insecto, que, trémulo, no acierta a aventurarse—
tan frágil—, aferrado apenas a la arista
de la desnuda piedra, ardiente, del verano.
Mi corazón sensible no logra equilibrarse,
mientras la lanza al aire, decidida, mi mano.


A QUÉ APENARSE TANTO 

¿A qué apenarse tanto por las pequeñas cosas?
Guardemos el pesar para lo irreversible.
Si se olvidan los besos y marchitan las rosas,
soportemos la vida, con ánimo apacible.
Vistámonos con alas de etéreas mariposas,
soñemos en lo alto la cumbre inaccesible,
que dejando detrás ideas enojosas
la vida cotidiana será más accesible.
Aceptemos un mundo que sea conciliable;
un solo hecho cuenta carácter trascendente:
el hecho de no ser, un día, de repente,
y de decir adiós a todo lo mutable,
viviendo en armonía, tratando que no estorbe
nada de lo minúsculo, ante el girar del orbe.



 BORDADOS DE DIOS

“¿Qué quiere decir glauco?”
                                            “Muy simplemente, verde.”
“Y añil, ¿qué significa?”
                                      “Azul; es bien sencillo.”
“¿Y el escarlata, madre? Di, para que me acuerde,
como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.”
“Del latín scarlatum deriva el carmesí,
o más preciso el rojo, el de Caperucita,
y ya más definidos, los tonos de rubí:
encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.”
“Colores y colores, colores, madre mía,
en variedad constante que todo lo renueva
para dar a las cosas infantil alegría.
Por eso Dios se afana derramando colores
y, para que tengamos siempre alegría nueva,
borda ese paraíso, prisma de resplandores.”


  COMO UN RUMOR DE AGUAS
 
Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo: 
«No te estés quieta ahí, por algo toma parte. 
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo. 
Según sean tus obras, así habremos de darte.
»Ten prendida tu lámpara —la lámpara de fuego— 
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora. 
El que tiene la hoz, El que dice: ‘Yo siego’, 
dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora.
»Conozco tus trabajos y también tu paciencia, 
mas tengo contra ti ese dejarse estar. 
Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida, 
que si no vendré a ti por tu desobediencia 
para, tu candelero, remover del lugar. 
Si vences, comerás del árbol de la vida.»


CANDOR

No trates de llevarme al mundo de los sabios
Para hablar del origen de la criatura humana;
Canciones y sonrisas sólo quiero en tus labios
Y agradecerle a Dios tu ser, cada mañana.
No me ilustres la mente; prefiero no saber,
Conservar mi ignorancia hasta en dulces tonteras,
Que, como en la niñez, aún quisiera creer
En magos, nigromantes, en elfos y hechiceras.
Déjame porque guarde el candor de la infancia
Aunque tal vez parezca desusado por bobo,
Sin buscar en el tiempo de remota distancia
La explicación terrena de la divina obra.
Sería tan sensible como pinchar el globo,
Cuando el niño, a momentos, lo suelta y lo recobra.



TODOS SOPORTAREMOS

Todos soportaremos justo castigo, un día,
por incurrir en yerros; mas las vacilaciones
en realizar el bien han de ser todavía
peor escarmentadas que las ruines acciones.
Cuántas veces pudimos servir de compañía;
y, cuántas, elevar piadosas oraciones,
ser apoyo, consuelo o la fraterna guía,
ánimo para el débil, para el triste canciones.
El Señor que lo sabe puede pedirnos cuenta
sobre nuestra desidia y egoísta descuido;
más grave que el exceso que concluye en afrenta
y que muchos errores propios del ser humano
es el bien que no hicimos al no prestar oído
a quien salvado hubiéramos con extender la mano.


CON MIS VIEJOS RETRATOS

Señor, quiero ser yo, y sólo con lo mío,
por humilde que sea, aun pobre y pequeño;
nada de adornos vanos ni lujoso atavío
ni aquello que deslumbra en ambicioso sueño.
No quiero en devaneo, tampoco en desvarío,
lo que no corresponda, aunque sea halagüeño;
es triste lo ficticio, y mucho de vacío
disponer como propio de lo que no se es dueño.
Quedar con nuestras cosas, lo que en verdad motiva
y es razón de vivir en el cabal sentido
—unos viejos retratos, tal lámpara votiva
y la talla minúscula del antiguo San Roque—,
y conmigo ser yo es lo que quiero y pido,
dentro de lo que fuera y lo que al fin me toque.
Confianza en la providencia de Dios
no os acongojéis por falta de comida
y menos todavía por lo que el cuerpo cubre,
ya que más que el comer vale la propia vida
y más aún el cuerpo que lo que lo recubre.
Mirad las azucenas, no hilan pero crecen
y nadie se ha ataviado como ellas hasta ahora;
si Dios así las viste y de nada adolecen,
qué no os dará a vosotros cuando llegue la hora.
Son las gentes del mundo las que corren en pos
de tantas de estas cosas que el mundo les procura,
mas sabe vuestro Padre lo que habéis menester.
Buscad primero entrar en el reino de Dios
para que a Su Presencia podáis comparecer
y todo lo demás tendréis de añadidura.
Cuéntame un cuento, madre.
Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan
de un curioso enanito o de una audaz sirena;
tantos que de los genios maravillosos tratan.
Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena!
dime de caballeros que a princesas rescatan
del dominio de monstruos —dragón, buitre, ballena—;
donde nadie se muere y los hombres no matan,
historias en países que no saben de pena.
Cuéntame un cuento, madre, que me quiero dormir
escuchando tu voz, asido de tu mano;
como Hansel y Gretel, seré en sueños tu hermano,
aunque en sombra andaremos tras de la misma senda
y escribiremos juntos nuestra propia leyenda,
y tal vez, como chicos, dejarás de sufrir.


 BUENOS AIRES

No tendrá Buenos Aires un río de cobalto 
ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas, 
pero el cielo celeste es bandera en lo alto 
y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas.
Falto de Budas de oro o faroles de piedra, 
alminares curiosos o jardines alados, 
mas es rica en paredes apretadas de hiedra 
y jazmines, aromos y ceibos colorados.
Posee todavía trepadoras glicinas, 
trémulas madreselvas, vocingleros gorriones, 
cuando no el aleo perspicaz de golondrinas 
percutiendo cristales, revolando balcones. 
Y el sol, siempre con sol en patios y terrazas, 
tejiendo entre los árboles de las umbrías plazas.



  DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

Durante aquella hora, quien se halle en el terrado
no retorne a buscar sus muebles bajo el techo,
pues —de dos en un campo— uno será librado
y el otro abandonado. (O de dos en el lecho.)
Dos mujeres moliendo, bien que trabajen juntas,
una será elegida, la otra rechazada.
Huelgan disquisiciones e inútiles preguntas
porque el Señor lo ha dicho: Su Palabra está dada.
(Soñamos el milagro: la que elige el Señor
apresa de la mano —por llevarla consigo—
a la otra en abandono, y pone tal fervor
en librar aquel ser del eterno castigo,
que Dios, al verla, dice: —La ha salvado tu amor.
Puedes venir con ella. Y ella venir contigo.)


HIC ET NUNC

Como San Pablo, digo: -Aquí, Señor, y ahora.
No habré de malgastar el tiempo que me diste,
tampoco ha de encontrarme nuevamente la aurora
con las vacilaciones del medroso o el triste.
Ni siquiera con dudas que malogren la hora 
-en que, tal vez, para algo supremo me elegiste-
dilaciones inútiles, excusas y demora, 
por cuanto el corazón de sus ansias desiste.
Emprenderé sin más, resuelta, mi tarea,
para llevarla a cabo en el mismo momento:
cotidiana labor, con firme iniciativa
u hogareño trabajo, por humilde que sea.
Y si debo expresar el noble pensamiento,
lo escribiré al instante para que en otros viva.
(Aquí, siempre y ahora, leal a lo que siento.)



DICE EL SEÑOR

Id por camino estrecho que lleva a puerta angosta 
—ésa que sólo niños atravesar consiguen, 
perfumada de nardos donde un ángel se aposta— 
y no al portal mayor que los grandes persiguen.
En haciéndoos pequeños ya seréis inocentes, 
que para tales es el reino de los cielos; 
así oiréis la palabra que a sabios y prudentes 
Dios oculta y revela sólo a los pequeñuelos.
Porque el reino celeste es de las almas puras: 
los humildes y pobres, simples de corazón. 
Sed como ellos y así —con candor de criaturas—
traspasaréis seguros la reducida puerta 
que a los mansos espíritus estará siempre abierta, 
camino de la vida, suprema bendición.


DIÁLOGO CON DIOS

Ya no sé qué decirte, Señor: lo he dicho todo; 
mis lamentos se apagan en el labio callado, 
no doy con la manera, ni acierto con el modo 
de dirigirme a Ti como en tiempo pasado.

No puedo ni rezar, las palabras no encuentro 
de aquellas viejas preces de los años de infancia; 
me ahoga como un algo que se enraíza adentro 
y me torna impotente para expresar mi ansia.

Mas se opera el prodigio: sin rezo ni plegaria 
me dirijo al Señor lo más sencillamente. 
Le cuento que estoy triste, que estoy sola Le digo, 
que no tengo en la vida la fuerza necesaria 
y Le oigo a mi lado contestar dulcemente: 
—Con sólo el corazón se conversa Conmigo!



 DIOS ME SALVA

Ya no sé qué pensar de mi propia existencia, 
aun si he de poder soportar esta vida, 
que en viéndome al espejo descubro en tal presencia 
un ser a todo hostil que extraño me intimida.
Deslízanse las horas fuera de mi conciencia; 
todo se me aparece como cruel despedida 
por no sé qué catástrofe de fatal evidencia 
y adolezco de idea, de noción y medida.
Sólo en el pensamiento, Dios al cabo me salva; 
que si por El no fuera, torpe sucumbiría, 
al no importarme noche, crepúsculo ni alba. 
Menester es llevar a término el destino 
y —con Dios en la mente como único guía— 
hacer, la cruz a cuestas, el humano camino.

NO LE DIGAS A CRISTO

No le digas a Cristo:
                                  —He de ir, mas espera.
Me falta, todavía, algo que me he propuesto;
el mundo me reclama, complacerle quisiera.
Ten paciencia, he de ir. Un poco y ya me apresto.
No le digas a Cristo:
                                  —He de ir, aunque espera
solamente a que acabe lo que tengo dispuesto;
me conoces devota y me sabes sincera.
He de ir. Sí; después que termine con esto.
No le digas a Cristo:
                                  —Espera, o bien: —Aguarda.
¿Hay algo más urgente que Sus pasos seguir?
¿No es, El mismo, la fuerza que te conforta hoy?
(¡Pobre alma confundida! Sabiendo que retarda
el encuentro con El —tan sólo por vivir—,
decirle que se espere en lugar de ¡Ya voy!)


CADA NUEVA MAÑANA

Cada nueva mañana, después de despertarme,
y de tomar conciencia de que soy y respiro,
con algo de nostalgia, al ir a levantarme,
pienso en Dios, lo primero, en quien siempre me miro.
El día ya me pesa; comienzan a asediarme
las mil preocupaciones que arrancan el suspiro,
y me resisto a ellas, tratando de olvidarme,
porque de otra manera, ni advierto lo que miro.
Y así pasan las horas. Doméstico ajetreo
se lleva mis afanes y exige mi cuidado;
los chicos, el colegio, el orden, el aseo,
el timbre del teléfono... Después, acaba el día
sin haber de los hombros las alas desplegado...
(¡Yo que hubiera querido vivirlo en poesía!)


 EL MENSAJE PERDIDO

Se lo ha llevado el viento, esa mano de olvido, 
el pequeño mensaje que quedara en la puerta; 
se fue sobrevolando, como ebrio o perdido, 
la rumorosa calle, en la tarde desierta.
Allá irá, todo alma de amor estremecido, 
náufrago diminuto con dirección incierta, 
agonizante espíritu, el que pudo haber sido 
alegría del ser que lo aguardaba alerta.
Diría: «¡Te recuerdo!» o, tal vez, «¡Hasta nunca!» 
«Te llevo por los días guardada en mi memoria». 
O quizá: «Amor mío, me voy con el crepúsculo...»
Mas nada ha de saberse pues así queda trunca 
toda posible hipótesis sobre la dulce historia, 
que el papel se perdió, tan grande y tan minúsculo.



 HISTORIAS... HISTORIAS...

«En tiempos de las hadas y de la hechicería... 
cuando la reina cruel consultaba su espejo... 
el duende Trasgolisto su sábana extendía 
y los siete enanitos pasaban en cortejo...
»Cuando la Cenicienta perdía su zapato... 
cuando Caperucita visitaba a la abuela... 
cuando las botas mágicas calzábase el Gato... 
y, al par que Jack trepaba, crecía la habichuela...»
La niña, ya impaciente, con la historia termina, 
colgándose amorosa del cuello de la madre: 
«Pero, Caperucita, ¿no tuvo padre? 
¿Por qué la Cenicienta se queda en la cocina? 
¿Y cómo a vivir sola no se va Blancanieves? 
¡No cuentes, madre mía, historias para bebes!»



 LA ANTORCHA

Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho,
la Virgen de la Linda Vidriera de Colores,
atavío en azul sobre encarnado nicho,
como ascuas centelleantes los vivos resplandores;
Nefertiti, la reina, que muestra de perfil
tan alargado cuello —por fino, más esbelto—,
y que el rostro parece esculpido en marfil,
el cabello invisible en ceñidor envuelto.
Y a más, La Sirenita, esperando en la roca
los barcos que se acercan hasta el puerto danés.
Así la azul imagen, Nefertiti y su toca,
y el ser de sortilegio que aguarda en Copenhague,
alimentan la antorcha, para que no se apague,
ésa que en el espíritu arde con ellas tres.


CUENTOS... CUENTOS...

Hablemos, madre mía, para que estés contenta,
del collar de guijarros que enfila la corriente,
de la mansa ovejita que el pastor apacienta
y del pompón de sueños de la Bella Durmiente.
De las hojas de plátano que barrió la tormenta
y las briznas de musgo que ondulan bajo el puente,
las doce campanadas con que huyó Cenicienta
y la corona de oro que calza el sol naciente.
Hablemos, madre mía, como en años remotos
en que contabas cuentos, tú y yo en la mecedora,
mientras me consolabas de los juguetes rotos
diciendo sonriente: ¡Por eso no se llora!,
y después, con un beso, muy juntas las mejillas,
irme, al cabo, durmiendo, cansada en tus rodillas.



 
  NO LE HABLES DE LA MUERTE...

No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.
Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.
Es criatura de amor: infúndele confianza,
que es menester salvarla de la melancolía,
guardarle para sí, indemne, la esperanza,
sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento.
Sostenla, para que haya en su alma alegría,
al cielo la mirada, el espíritu al viento.




   SIGNO

No dudes un segundo, si de obrar bien se trata,
pese a tu sacrificio o, apenas, tu molestia;
termina con tu abulia y el egoísmo que ata;
deja a tu vanidad transformarse en modestia.
No pienses que quien roba, quien calumnia o quien mata
no tiene redención, porque es o nació bestia;
acuérdate de Dios que todo lo aquilata:
puedes tú pecar más, tal vez, por inmodestia.
Amor al semejante -acción y pensamiento-,
si hacer bien es piadoso, la idea ha de ser pura,
pues no lo que se ve, suele ser lo más digno.
Alabanza merece la palabra de aliento,
pero el alma que otorga, sin límites, ternura
ha de ser señalada con sacrosanto signo.


 LA NUBECITA

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.
Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.
No me llames poeta; sea a la hermana rosa,
encendida de fuego, áureo halo de oro;
o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo
que entre albos pompones, toda nieve reposa.
No me llames poeta que tus anhelos lloro,
que soy -como el amor fugaz- sombra en el cielo.



 LOS SANTOS...

Quisiera saber, madre, de San Marcos y el león; 
de San Roque y su perro, San Francisco y las aves; 
San Huberto y el ciervo, San Jorge y el dragón; 
de San Pedro y el gallo, con sus signos y claves.
De San Martín de Porres, que barriendo su alcoba 
a las graciosas lauchas se prodigaba tierno 
para que se durmieran tranquilas en la escoba, 
de sí mismo olvidándose, aterido en invierno.
No me digas que no, ni te rías tampoco. 
Háblame de los Santos, di por qué se les reza; 
quisiera parecérmeles, conocerlos un poco, 
tener un corderito para mi compañía, 
llevar, lo mismo que ellos, un nimbo en la cabeza 
y estar en los altares contigo, madre, un día.



MI FÍSICO

No he sido nunca linda —tal vez quise ser alta—
y la piel de mis hombros se acentúa morena
(al decir esto, claro, una verdad resalta:
que tampoco mi espalda ha de ser de azucena).
No tuve grandes ojos, y ahora aún me falta
el gracioso caer de ondulada melena;
tampoco es mío el rosa que reanima y esmalta
las mejillas y labios, con tono de verbena.
Se dice que subyuga por lo manso mi acento
—puede que a fuer de cauto alcance a ser ternura—,
un eco susurrante del jardín bajo el viento,
pero quien describiese con justeza mi traza
verá cómo responde toda la arquitectura
al tobillo delgado de la mujer de raza.


MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

Tan sólo cinco panes, tenemos, y dos peces
—exclaman los discípulos mientras Jesús observa—,
son cinco mil las gentes, hasta más que otras veces.
—No importa, que se sienten allí, sobre la hierba;
y ya panes y peces multiplica su arte.
Y son peces y panes lo que se distribuye
para que cada uno saboree su parte,
que el refrigerio al fin en saciedad concluye.
Después que se recogen con prontitud los restos,
en verdad, esparcidos, no parecían tanto;
llenos hasta los bordes se colman doce cestos
y al obrar diligentes al Maestro recuerdan,
que cauto les ha dicho, previsor entretanto:
—Recoged los pedazos, cuidad que no se pierdan,
el pan de Dios por siempre será alimento santo.



PINTURAS DE DIOS

Para evitar que el hombre en el mundo se hastíe, 
cada día el Señor, atento, lo celebra, 
y a fin de que el paisaje se embellezca y varíe, 
desparrama colores y arcos iris enhebra.
Que son de Dios pinturas —en las que Dios sonríe—: 
las manchas del leopardo, las rayas de la cebra, 
en el tigre bordados, por que en rey se atavíe, 
y escamas de esmeralda dedica a la culebra.
Tanto que a las vaquitas —esas de San Antonio— 
adornó con lunares como puntos en íes, 
blancos sobre las negras, negros en carmesíes. 
Su lápiz, Su pincel, siempre en ágil diseño, 
hasta en las cosas fútiles dejan el testimonio: 
todo lo glorifica. Para El nada hay pequeño. 



QUIERO PINTAR LA LUNA

Madre, ¿puedo pintar la luna de escarlata? 
¿O con vestido rosa, orlado de violeta? 
¡Pues, noche a noche, sale insulsa y timorata, 
sin nada de color que la avive, coqueta!
¿Por qué será la luna, siempre luna de plata, 
camafeo de hielo, el pálido planeta, 
la doncella de nieve a la que se retrata 
en blanco, si pintor, o argento, si poeta?
Quisiera iluminarla con cálido amaranto, 
encendidos reflejos carmín o solferino, 
inventarla morena, con luminoso manto,
y no alba y exangüe, con veste de platino. 
¡Quiero pintar la luna de tono colorado, 
en creciente o menguante, de cara y de costado!



 RENACER

Estoy sola, Señor, y hay mucha gente en torno, 
estoy triste —no obstante la riente algazara— 
y mi imagen es débil, perdida, sin contorno, 
bien que la luz del sol le dé sobre la cara.
Temerosa, Señor, del más humilde adorno 
y de otras tantas cosas que el mundo nos depara, 
pienso en la noche próxima del viaje sin retorno, 
el instante postrero que a todos nos separa.
Mas te siento, Señor, junto a mí por momentos, 
tu divina presencia ilumina el ambiente 
y percibo que vuelven a su ritmo mis días, 
para que así se acaben entonces mis lamentos, 
renaciendo a mi propia existencia sonriente 
pues que Tú me regalas con nuevas alegrías.



 VÉRTIGO

¿Y esta melancolía? ¿Por qué tanto abandono
si no hay una razón —o por lo menos nueva—,
si no existen rencores ni nos muerde el encono?
¿De qué ese sentimiento que al ánimo subleva?
¿A qué causa atribuir tan ciego pesimismo?
¿Qué motivo encontrar a esta tenaz congoja
si son nuestros estados un puro fatalismo?
¿Qué es, por fin, lo que al alma tanto y tanto la enoja?
La ansiedad de vivir en vértigo, de prisa,
exacerba la mente a punto culminante,
ya que ante el tiempo escaso en todo se improvisa
y el destino de un ser se juega en un instante.
Y es eso lo que al cabo del día nos aplasta
para cuyo consuelo la oración sólo basta.


  TESTIMONIO 

¿Y si Dios no existiese? ¿Si todo feneciera 
con el postrer aliento de la fatal partida? 
¿Sería razonable que la mujer pusiera 
sus hijos en un mundo que a la muerte convida?
Si la existencia fuese fugaz, perecedera, 
sufriendo siempre en vano, sin encontrar salida 
ni alentar en el alma esperanzada espera: 
a más hijos y muerte equivaldría la vida.
La que tiene conciencia de un niño en las entrañas 
espere en Dios segura, depurada la mente, 
sin dudas ni presiones de influencias extrañas, 
pues quien confía en El, irresistible, siente 
la Presencia Divina como sublime aserto. 
Que en Dios sólo se vive para siempre, es lo cierto.



VILANO

¡Panadero con pan! ¡Panadero sin pan!, 
alborozados niños exclaman. ¡Y que vuelva!, 
al tiempo que hacia el aire con infantil afán 
resoplan el vilano para que se disuelva.
Otros, junto a la arcada entre patio y zaguán, 
constreñida en follaje una fragante selva, 
quebrando unos cabillos para deleite están: 
han de beber en néctar la dulce madreselva.
Mientras, niñas mayores, los jazmines del cielo 
desmenuzan, prolijas, desuniendo las flores 
para obtener el vástago de glutinoso pelo; 
luego, entornan los ojos, por un instante, quietas, 
los pegan a sus párpados —pestañas de colores—, 
y, pequeñas mujeres, se pasean coquetas.



 DESENCANTO

Yo quisiera quererte como antes te quería,
y sentirte, como antes, en todo consecuente,
yo quisiera decirte: te quiero todavía...
y recibirte, al fin, con ánimo sonriente.
Yo quisiera tomar tu mano con la mía,
y llevarlas fraternas, como antes, a mi frente,
guardándote a mi lado, junto a mí todo el día,
saber que estás conmigo, aunque te halles ausente.
Pero ya no es posible que esta dicha suceda—
desde que el desencanto se apoderó del alma—
y pienso que vivir así, tampoco pueda...
porque quiero querer y mi amor se resiste,
porque quiero esperar, cuando no tengo calma,
porque quiero reír y por siempre estoy triste.


 BLANCA PIEDRECITA

Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
visión de corcel blanco o de espada en tu boca,
estrella o mar de vidrio -ni menos, candelero-:
quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca.
Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce,
únicamente sólo aquel que lo recibe,
para perfeccionar en infinito goce
lo que apenas el alma en sus ansias concibe.
Un nuevo nombre escrito en blanca piedrecita.
"¿Cuál será?", me pregunto. Inútil responderme
pues lo susurra sólo el ángel que visita
las almas que Tú eliges para esta recompensa.
(Mientras se cumple el término, el espíritu aduerme
y la mente imagina, discurre, trama, piensa...)


MAR DE VIDRIO

Dijiste: "Mar de vidrio", Señor, y es lo que quiero;
un mar que te refleje en toda tu grandeza,
por sobre el cual camines -tu lámpara, el lucero-
para ver, al trasluz, del mundo la tristeza.
Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel
ni resquebrajaduras, sólo un único trozo,
en cuya superficie se reproduzca fiel
el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo.
Y el mar tuyo, Señor, ése al que te refieres,
¿tendrá, al igual que el nuestro, arenas, caracoles?
¿Ondularase en olas si es así que lo quieres?
¿Revolarán gaviotas por verse en sus espejos?
¿Dormirá en él un sol o acaso muchos soles,
también vidrio sus crestas, de coral, con reflejos? 


 COMO UN RUMOR DE AGUAS

Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo:
"No te estés quieta ahí, por algo toma parte.
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo.
Según sean tus obras, así habremos de darte.
"Ten prendida tu lámpara -la lámpara de fuego-
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora.
El que tiene la hoz, El que agrega: 'Yo siego',
dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora.
"Conozco tus trabajos y también tu paciencia,
mas tengo contra ti ese dejarse estar.
Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida,
que si no vendré a ti por tu desobediencia
para, tu candelero, remover del lugar.
Si vences comerás del árbol de la vida."


 HASTA MAÑANA, HIJO

Hasta mañana, hijo, y que Dios le bendiga
rodeándole de amor, le colme de cariño;
que premie sus acciones, y al oído le diga
esas cosas que dice solamente a los niños.
Hasta mañana, hijo, y que Dios le conserve
en el coro de ángeles que, para Sí, elige;
y que viva y que cante, que labore y observe
las virtudes del alma que el Cielo nos exige.
Que comience su día mañana con el alba
entre nubes de rosa, amarillas y malva;
que en concierto de infancia y en alado lenguaje
los pájaros le hablen desde el azul del viento
y cada flor le diga, al pasar, que su acento
será sólo fragancia de aromado mensaje.
(Descanso para un hijo, que desde el ayer traje;
gratitud al Señor que en la noche lo salva.)


HIJO MÍO

Un día estarás solo, hijo mío, querido,
pues, entonces, ya lejos, seré acaso una sombra;
el eco de mi voz, un viento estremecido,
y mi andar, un secreto silenciado en la alfombra.
Y querrás con el alma que no me hubiera ido,
para que acuda al punto cuando el labio me nombra,
quedándote en mi seno -dulce niño dormido-
bajo la ardiente lámpara que la pantalla ensombra.
Pero sabes, mi vida, he de estar siempre en ti,
viviendo entre las cosas que a los dos nos encantan:
en el trémulo rayo, oblicuo en tu balcón,
en la pequeña jaula del ave carmesí,
las ranitas de vidrio que a los tréboles cantan
y en el vilano al viento, fugitivo el pompón.




 SÓLO TU ALMA DE AMOR 

¿Que si prefiero el pino, el sauce o el ciprés?
¿El cedro, la araucaria, el ombú o el abeto?
Los árboles me encantan, mas siempre que tú estés,
porque sin ti las cosas ya no tienen objeto.
¿Si tengo por los astros misterioso interés,
o me atrae el lucero con su temblor secreto?
¿Quizá la Cruz del Sur, volcada de través?
Nada, amor, sino tú, me inspira este soneto.
Ni lágrimas de sauce, ni fragancias de pino,
ni el tenue parpadeo del astro recatado,
ni tampoco el ombú con su eterno destino,
o la Cruz, que se apoya cansada hacia un costado.
Nada alienta mis versos: ni el árbol, ni la flor,
ni el temblante lucero: sólo tu alma de amor.




MI LLANTO

Y si yo entrase al mar sin volver la cabeza,
hundiéndome de a poco, del infinito en pos;
por almohada, las olas, con la sola tristeza
de, a mis hijos, no haberles dado el último adiós...
Pero un algo me oprime, y más que eso me pesa
es este compromiso que tenemos con Dios:
ya que soy de las tantas que por algo no reza
y cree que la vida es propiedad de nos.
Denso cristal de lágrimas me anubla la mirada
y los ojos se anegan en un pequeño mar
-que no veo ni olas, ni horizonte, ni nada.
Tras mi pequeño océano, Señor, yo te sonrío,
te doy humildes gracias por dejarme llorar,
que el mayor bien que tengo es este llanto mío.




A MI ÁNGEL

I
La espío cada noche -como Acteón a Diana-
y sube, sube a lo alto, al abrir la mañana.
Por entre los pinares se va asomando bella
-en compañía siempre del lucero, su estrella-
al nacer, refulgente en su nívea blancura,
perdiendo tal fulgor, al par que gana altura,
hasta que el rosicler disperso la diluye
y sin dejar ni rastro hacia otros cielos huye.
Mientras tanto, a mi ángel invoca el corazón
y a él entrego mi alma en ferviente oración.
 
II
Como enorme laguna aparece hoy el mar,
en la vida y la muerte, pues, me pongo a pensar.
Lo imagino a Caronte con su barca y su remo
y me digo, segura: "Afrontarlo no temo".
"¿Qué has hecho en tu existencia?", me inquiere harto adusto.
Le respondo en un hálito y con enorme susto:
"Barquero de la Estigia, no preguntes por mí,
porque he amado mucho. Creo que aun a ti".
Entre la oscura noche hay un punto que brilla:
de Caronte, una lágrima recorre la mejilla.
(¡Ay ángel de mi amor! ¡Qué ingenua es tu criatura!
Pensar que hasta a Caronte, enternecer, procura.)


EXPLICACIÓN

¿Qué para quién escribo? Tal vez para mí misma,
por hallar la razón de por qué me lamento,
y oír cuando me leo, ya de distinto prisma,
como de otra que clama, el natural acento.
Quizá para la gente que se encuentra a sí misma,
acaso, en coincidencia con igual argumento;
y decir la verdad en contra de un sofisma,
o, por fin, simplemente, para arrojarlo al viento.
Nada de eso, mi amor: escribo para ti,
por conversar contigo de la mejor manera,
pues así me imagino que siempre estás en mí
y, entonces, mientras íntegra, mi pensamiento hilvano,
contengo la emoción que embargándome entera
desciende desde el alma a través de la mano.



QUIMERA

Y ha de llegar, amor, el tiempo en que me vaya.
Sola, quizá, clamando mis canciones al viento,
por la orilla del mar tras la tendida playa
o en dorado navío con velamen argento.
Bajo el verde follaje selvoso que desmaya
sus aromas de pino, embalsamado aliento,
o el monte de eucaliptos, eminente atalaya,
o los trémulos álamos, verán mi alejamiento.
Porque es la vida, siempre, un eterno partir-
de un puerto, una ciudad, un bosque o una ribera-
y el llegar, donde sea, ¡tan sólo es el morir!
(Vámonos, pues, errantes, sin mirar el camino;
vámonos pues, amor, fieles a esa quimera
de estar juntos, dichosos de no encontrar destino.)



AMOR, YA NO TE EXTRAÑO

Amor, ya no te extraño, porque siempre te encuentro
en la nube viajera, en el astro distante,
en el rumor del mar, en el viviente centro
de la flor que eclosiona, en el áureo levante.
Amor, ya no te busco, porque te llevo dentro
con la impasible luna, con el sol abrasante,
con el fulgor de afuera y la sombra de adentro,
la inmortal siempreviva y el azahar fragante.
Estás conmigo siempre: te tenga o no te tenga,
te siento al lado mío, aunque te encuentres lejos,
en el fondo del alma, bien que no te retenga,
para advertir entonces, recién, de la medida
en que te quiero ahora, que vamos para viejos.
Mi cariño traspasa los bordes de la vida.


LA MÚSICA

Dan ritmo a la faena los trozos musicales; 
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.
La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.
Si acaso preguntaras, qué en la hora postrera
ansío oír de nuevo, mi gusto no vacila:
Aurora, de Panizza -Canción a la Bandera-,
y la muerte de Isolda, el aria de Dalila,
también de Mefistófeles el dantesco monólogo
o el Coro de los Angeles, divinizando el Prólogo.


EL MUÑECO

¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.
Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
salvando las alturas en pos del infinito,
desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
acento de mandato para aquel ser bendito.
Sólo que a su momento la voz se pierde en eco;
el sonido se expande con angustia de ausencia,
y recuerdo, de pronto, el ¡mamá! del muñeco.
Yo también lo repito, como él lo repetía,
y me siento el muñeco de trágica presencia
ya que nadie responde, mi dulce madre mía.


ANSIEDAD

Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.
Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje -en milagro de cuento-;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.
Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,
mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.




EL DESCANSO

No podría decir: ¡No quiero la muerte!
puesto que el Señor todo lo decide;
mas, llegado el tiempo, habré de ser fuerte
porque nadie llore lo que nadie impide.
Tal vez mi sonrisa animosa acierte
para que la fiera sombra no trepide,
y me guarde el gesto en el rostro inerte
como flor que brinda el que se despide.
No ha de ser difícil para mí el descanso,
ni el secar los ojos de lágrimas vanas;
no opondrá defensa mi espíritu manso,
rendirá la vida de dulce manera
por borrar ayeres, para los mañanas
pasarlos en paz, tal como Dios quiera.