sábado, 9 de febrero de 2013

Ángel González

Nació en Oviedo el 6 de septiembre de 1925. Su infancia se vio fuertemente marcada por la muerte de su padre, fallecido cuando apenas tenía dieciocho meses de edad. La descomposición del seno familiar continuó durante la Guerra Civil Española, cuando su hermano Manolo fue asesinado por el bando franquista en 1936. Posteriormente su hermano Pedro se exilió por sus actividades republicanas y su hermana Maruja no pudo ejercer como maestra por el mismo motivo. En 1943 enferma de tuberculosis, por lo que inicia un lento proceso de recuperación en Páramo del Sil, donde se aficiona a leer poesía y empieza a escribirla él mismo. Tres años más tarde se halla ya por fin recuperado, aunque siempre arrastrará una insuficiencia respiratoria que al cabo le produciría la muerte, y decide estudiar derecho en la Universidad de Oviedo; en 1950 se traslada a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo. El poeta Luis García Montero ha publicado en 2009 Mañana no será lo que Dios Quiera, donde con un lenguaje poético y emocionado cuenta estos primeros años de la vida de Ángel González. Cuatro años después, en 1954, oposita para Técnico de Administración Civil del Ministerio de Obras Públicas e ingresa en el Cuerpo Técnico; le destinan a Sevilla, pero en 1955 pide una excedencia y marcha a Barcelona durante un periodo en el que ejerce como corrector de estilo de algunas editoriales, entablando amistad con el círculo de poetas de Barcelona, formado por Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo; en 1956 publicó su primer libro, Áspero mundo, fruto de su experiencia como hijo de la guerra; con él obtuvo un accésit del Premio Adonais. Vuelve a Madrid para trabajar de nuevo en la Administración Pública y conoce al grupo madrileño de escritores de su generación, Juan García Hortelano, Gabriel Celaya, Caballero Bonald y algunos poetas más.
Tras su segundo libro, Sin esperanza, con convencimiento (1961), Ángel González pasó a ser adscrito al grupo de poetas conocido como Generación del 50 o Generación de medio siglo. En 1962 es galardonado en Colliure con el Premio Antonio Machado por su libro Grado elemental.
El año 1970 es invitado a dar conferencias a la Universidad de Nuevo México en Albuquerque y luego extienden su invitación para que enseñe durante un semestre; fija su residencia en Estados Unidos y en 1973 pasa por las Universidades de Utah, Maryland y Texas bajo la misma condición de profesor invitado, regresando en 1974 a la Universidad de Nuevo México en Albuquerque como fijo de Literatura Española Contemporánea, cargo en que se jubiló en 1993. En 1979 viaja a Cuba para formar parte del jurado del Premio Casa de las Américas de Poesía. Ese mismo año conoció a Susana Rivera, con la que se casó en 1993. Tras su jubilación siguió residiendo en Nuevo México aunque a partir de 2006 las visitas a España eran cada vez más reiteradas.
En 1985 le conceden el
Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1991 el Premio Internacional Salerno de Poesía. En enero de 1996 fue elegido miembro de la Real Academia Española en el sillón "P" sustituyendo al escritor Julio Caro Baroja. El mismo año, además, obtuvo el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En 2001 obtiene el Premio Julián Besteiro de las Artes y las Letras. En 2004 se convierte en el primer ganador del Premio de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca.
Su obra es una mezcla de intimismo y poesía social, con un particular y característico toque irónico, y trata asuntos cotidianos con un lenguaje coloquial y urbano, nada neopopularista ni localista. El paso del tiempo y la temática amorosa y cívica son las tres obsesiones que se repiten a lo largo y ancho de sus poemas, de regusto melancólico pero optimistas. Su lenguaje es siempre puro, accesible y transparente; se destila en él un fondo ético de digna y humana fraternidad, que oscila entre la solidaridad y la libertad, al igual que el de otros colegas generacionales como José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y José Manuel Caballero Bonald.
González colaboró con los cantautores Pedro Ávila en el disco "Acariciado mundo" (12 poemas de Ángel González, 1987) y Pedro Guerra en el libro-disco La palabra en el aire (2003) y también con el tenor Joaquín Pixán, el pianista Alejandro Zabala y el acordeonista Salvador Parada en el álbum Voz que soledad sonando (2004).
La madrugada del 12 de enero de 2008 falleció el poeta, a los 82 años, en Madrid, a causa de la insuficiencia respiratoria crónica que padecía. (Wikipedia).


Preámbulo a un silencio

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol
y se calla.
(¿Dije tranquilamente?: falso, falso:
uno se sienta inquieto haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de
una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas que permanecen indiferentes al paso de la primavera,
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a punto de ser polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel,
me dicen,
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
-quiero decir: las uñas—
Sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.



Sé lo que es esperar:
¡esperé tantos
días y tantas cosas en mi vida!
Los inviernos tediosos esperando,
los veranos, bajo el sol
esperando,
el luminoso y amarillo otoño
--bella estación para esperar—
e incluso
la primavera abierta a toda espera
más próxima que nunca a realizarse,
me han visto inútilmente,
pero firme,
tenaz, ilusionado
en el lugar y hora de la cita,
alta la fe y el corazón en punto.
Alta la fe y el corazón
dispuesto,
igual que tantas veces, aquí sigo,
en la esquina del tiempo
-vendrá pronto-
tras un limpio cristal de sol, de lluvia o de aire,
acodado en el claro mirador
de los vientos,
mientras pasan y pasan los meses y los días.


El día se ha ido

Ahora andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
--ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entre tanto, la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana
vio unos restos de luz fría,
y se bebió la última taza.
Si;
definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto,
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
Pero no será igual. Será otro día.
Será otro perro de la misma raza.


EL DERROTADO

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre laque se ceba -último buitre-
el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país 
puede arraigar tu corazón deshabitado

Nunca -y es tan sencillo- 
podrás abrir una cancela
y decir nada más <<buen día
madre>>.
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia tí sus fatigadas 
ramas ofreciéndote
frutos o sombra para que descanses.



 
Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño,
de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—; entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para guardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mi mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)



MUERTE EN EL OLVIDO


Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...



TODO AMOR ES EFÍMERO

Ninguna era tan bella como tú
Durante aquel fugaz momento en que te amaba:
Mi vida entera.



BOSQUE

Cruzas por el crepúsculo. 
El aire 
tienes que separarlo casi con las manos 
de tan denso, de tan impenetrable. 
Andas. No dejan huellas 
tus pies. Cientos de árboles 
contienen el aliento sobre tu 
cabeza. Un pájaro no sabe 
que estás allí, y lanza su silbido 
largo al otro lado del paisaje. 
El mundo cambia de color: es como el eco 
del mundo. Eco distante 
que tú estremeces, traspasando 
las últimas fronteras de la tarde.

*******
Esperanza, 
araña negra del atardecer. 
Tu paras 
no lejos de mi cuerpo 
abandonado, andas 
en torno a mí, 
tejiendo, rápida,

inconsistentes hilos invisibles, 

te acercas, obstinada, 

y me acaricias casi con tu sombra 

pesada 

y leve a un tiempo.

Agazapada 

bajo las piedras y las horas, 

esperaste, paciente, la llegada 

de esta tarde 

en la que nada 

es ya posible... 

Mi corazón: 

tu nido. 
Muerde en él, esperanza.



NADA ES LO MISMO



La lágrima fue dicha.

Olvidemos 

el llanto 

y empecemos de nuevo, 

con paciencia, 

observando a las cosas 

hasta hallar la menuda diferencia 

que las separa 

de su entidad de ayer 

y que define 

el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído 

fruto, 

por el fracaso 

de ese deseo hondo, 

compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho. 

Después de haber hablado, 
de haber vertido lágrimas, 
silencio y sonreid:
nada es lo mismo. 
Habrá palabras nuevas para la nueva historia 
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.

*******


PALABRA MUERTA, REALIDAD PERDIDA

Mi memoria conserva apenas solo 
el eco vacilante de su alta melodía: 
lamento de metal, rumor de alambre, 
voz de junco, también 
latido, vena. 
Recuerdo claramente su erre temblorosa, 
su estremecida erre suspendida 
sobre un abismo de silencio y ámbar, 
desprendiéndose casi 
de la música oscura que por detrás la asía, 
defendiéndose apenas 
del cálido misterio que la alzaba en el aire 
creando un solo cuerpo de luz y de belleza. 
Luminosa y precisa, 
yo la sentía en mi ser profundamente, 
sabía su sentido, 
descifraba sin llanto su mensaje, 
porque acaso ella fuese 
—o sin acaso: cierto— 
la única palabra irrefrenable 
que mi sangre entendía y pronunciaba: 
una palabra para estar seguro, 
talismán infalible 
significando aquello que nombraba. 
Como un perfume que lo explica todo, 
como una luz inesperada, 
su presencia de viento y melodía 
hería los sentidos, golpeaba 
el corazón, 
estremecía la carne 
con el presentimiento verdadero 
de la honda realidad que descubría. 
Pronunciarla despacio equivalía 
a ver, a amar, a acariciar un cuerpo, 
a oler el mar, a oír la primavera, 
a morder una fruta de piel dulce. 
Todo ocurría así, hasta que un día 
la dije bien, y no entendí su cántico. 
La grité clara, la repetí dura, 
y esperé ávidamente, 
y percibí, lejano, 
un eco inexplicable, infiel 
reflejo 
que en vez de iluminar, oscurecía, 
que en vez de revelar, cubrió de tierra 
la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje. 
Cuando un nombre no nombra, y se vacía, 
desvanece también, destruye, mata 
la realidad que intenta su designio.




Adiós. Hasta otra vez o nunca.
Quién sabe qué será,
y en qué lugar de niebla.
Si habremos de tocarnos para reconocernos.
Si sabremos besamos por falta de tristeza
Todo lo llevas con tu cuerpo.
Todo lo llevas.
Me dejas naufragando en esta nada
inmensa.
Cómo desaparece el monte
-me dejas…-,
se hunde el río
-…en esta…-,
se desintegra la ciudad.
Despiertas.



FINAL

Entre el amor y la sombra
me debato: último yo.
Prendido de un débil sí,
sobre el abismo de un no,
me debato: último
amor.
Tira de mis pies la sombra.
Sangran mis manos, mis dos
manos asidas al frío
aire: último dolor.
Éste es mi cuerpo de ayer
sobreviviendo de hoy.




Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz -cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo este amor que crece y no se muere,
bajo este amor que sigue y nunca acaba.



Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento...
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento



Se me hiela la voz en la garganta.
Mi voz más dulce, con la que solía
hablar de amor a solas, se me enfría
aprisionando todo lo que canta.
¿O es una voz distinta ésta que tanta
tristeza dice que ensombrece al día?
En lentos remolinos de agonía
mi voz, ceniza densa, se levanta.
Fino polvo sutil de mi tristeza
conducido en pausados giros quedos
a las más nimias cosas por el viento!
Todo es ya gris, y tengo la certeza
que, de tocarlo todo, vuestros dedos
tendrán la mancha de mi desaliento.



BOSQUE

Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.



LA LLUVIA

No; la lluvia no te moja:
te resbala.
Tienes la piel de aceite, amada mía.
Ungida con aceite, perfumada.
Todo lo ha traspasado de ternura
la lengua transparente de las aguas.
Un vapor dulce, como el aliento
de un buey, cálidamente exhalan
los árboles.
Gotas largas,
como alfileres líquidos,
brillan al primer sol de la mañana.
La lluvia que ha mojado tus cabellos
no ha mojado tu cuerpo ni tu cara.



CIUDAD

Brillan las cosas. Los tejados crecen
sobre las copas de los árboles.
A punto de romperse, tensas,
las elásticas calles.
Ahí estás tú: debajo de ese cruce
de metálicos cables,
en el que cuaja el sol como en un nimbo
complementario de tu imagen.
Rápidas golondrinas amenazan
fachadas impasibles. Los cristales
transmiten luminosos y secretos
mensajes.
Todo son breves gestos, invisibles
para los ojos habituales.
Y de pronto, no estás. Adiós, amor, adiós.
Ya te marchaste.
Nada queda de ti. La ciudad gira:
molino en el que todo se deshace.



CARTA SIN DESPEDIDA

A veces,
mi egoísmo me llena
de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido
hermano y parigual en la desgracia.
A veces -o mejor dicho:
casi nunca-,
te odio tanto que te veo distinta.
Ni en corazón ni en alma te pareces
a la que amaba sólo hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia y es más bello
-quizá por imposible y por lejano.
Pero el odio también me modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme cuenta
soy otro
que no odia, que ama
a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
largo el cabello.
Cuando sonríes, yo te reconozco,
Identifico tu perfil primero,
Y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como sigues
siendo,
como serás ya siempre, mientras te ame.




LAS PALABRAS INÚTILES

Aborrezco este oficio algunas veces:
espía de palabras, busco,
busco
el término huidizo,
la expresión inestable
que signifique, exacta, lo que eres.
Inmóvil en la nada, al margen
de la vida (hundido
en un denso silencio sólo roto
por el batir oscuro de mi sangre),
busco,
busco aquellas palabras
que no existen
-quizá sirvan: delicia de tu cuello…-
que te acosan y mueren sin rozarte,
cuando lo que quisiera
es llegar a tu cuello
con mi boca
-…o acaso: increíble sonrisa que he besado-,
subir hasta tu boca
con mis labios,
sujetar con mis manos tu cabeza
y ver
allá en el fondo de tus ojos,
instantes antes de cerrar los míos,
paz verde y luz dormida,
claras sombras
-tal vez
fuera mejor decir: humo en la tarde,
borrosa música que llueve del otoño,
niebla que cae despacio sobre un valle avanzando
hacia mí,
girando,
penetrándome
hasta anegar mi pecho y levantar
mi corazón salvado, ileso, en vilo
sobre la leve espuma de la dicha.



ESO ERA AMOR

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
-¿Te gustan solos o con rímel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.




INMORTALIDAD DE LA NADA

Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.
Los despojos del mar roen apenas
los ojos que jamás
-porque te vieron-,
jamás
se comerá la tierra al fin del todo.
Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.




CALAMBUR

La axila vegetal, la piel de leche,
espumosa y floral, desnuda y sola,
niegas tu cuerpo al mar, ola tras ola,
y lo entregas al sol: que le aproveche.
La pupila de Dios, dulce y piadosa,
dora esta hora de otoño larga y cálida,
y bajo su mirada tu piel pálida
pasa de rosa blanca a rosa rosa.
Me siento dios por un instante: os veo
a él, a ti, al mar. la luz, la tarde.
Todo lo que contemplo vibra y arde,
y mi deseo se cumple en mi deseo:
dore mi sol así las olas y la
espuma que en tu cuerpo canta, canta
-más por tus senos que por tu gargantado
re mi sol la si la sol la si la.



ARTRITIS METAFÍSICA

Siempre alguna mujer me llevó de la nariz
(para no hacer mención de otros apéndices).
Anillado
como un mono doméstico,
salté de cama en cama.
¡Cuánta zalema alegre,
qué equilibrios tan altos y difíciles,
qué acrobacias tan ágiles,
qué risa!
Aunque era un espectáculo hilarante,
hubo quien se dolió de mis piruetas,
lo cual no es nada extraño:
en semejante trance
yo mismo
me rompí el alma en más de una ocasión.
Es una pena que esos golpes
que, entregados al júbilo del vuelo,
entonces casi no sentimos,
algunas tardes ahora,
en el otoño,
cuando amenaza lluvia
y viene el frío,
nos vuelvan a doler tanto en el alma;
renovado dolor que no permite
reconciliar el sueño interrumpido.
En esas condiciones no hay alivio posible:
ni el bálsamo falaz de la nostalgia,
ni el más firme consuelo del olvido.



SOL YA AUSENTE

Todavía un instante, mientras todo se apaga,
la piedra que recoge lo que el cielo desdeña,
esa mancha de luz
para cuando no quede,
un poco de calor
para cuando la noche...
Todavía un instante, mientras todo se pierde,
la memoria que guarda la belleza de un rostro,
esos ojos lejanos que derraman
su claridad aquí, tan dulce y leve,
este amor obstinado
para cuando el olvido...
Pero el olvido nunca:
un instante final que se transforma en siempre,
la luz sobre la piedra,
la mirada
que dora tenuemente todavía
-después de haber mirado-
la penumbra de un sueño...